Estamos en el punto central de aquella afirmación: “Dios nos ha creado a todos para la existencia, para nuestra vida.” Por eso, Dios no creó al hombre para que cayera en la nada, para que sea simplemente “una emoción”, un paso y después nada. Tampoco Dios creó la muerte y no se goza en la destrucción de los vivos. La muerte ha entrado por la envidia del maligno, por el pecado del hombre.
Dios Padre envió a su Hijo para liberarnos del peso tremendo y casi absoluto del poder de la muerte. Con su crucifixión, muerte y resurrección, Cristo venció al pecado y venció a la misma muerte. Por lo tanto, es importante saber que Él abrió las puertas para ir al cielo; abrió las puertas para que nos encontráramos en un abrazo con el Padre. Nos dio la inmortalidad, la divinidad, nos participó su amor, nos dio lo eterno, que ya comienza, aquí.
Es cierto que Cristo no nos quita los sufrimientos, los dolores; pero siempre Dios, en Cristo, da sentido al dolor, al sufrimiento, a la misma muerte. Por eso es fundamental que, si creemos que Cristo resucitó, tenemos que vivir como resucitados y no como derrotados; vivir como personas que están colmadas y llenas de esperanza.
Esta confianza -de lo absoluto y de lo eterno en nosotros- no nos tiene que hacer cruzar de brazos, sino todo lo contrario: nos tiene que movilizar y comprometer para que podamos transformar esta realidad, esta vida, esta sociedad, en una vida más digna, más plena, más crecida, más responsable, más sana. Tenemos que salir de tantas enfermedades que a veces aplastan y producen el deterioro de la vida humana.
En la Oración por la Patria rezamos “Argentina levántate y camina” y le pedimos a la Virgen que nos ayude a levantarnos y caminar para que nuestra patria sea realmente una patria de verdaderos hermanos, para que vivamos una vida más plena.
Se lo pedimos al Señor y a la Virgen, a través de estos dos grandes apóstoles, Pedro y Pablo, cuya fiesta celebramos el 29 de junio.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús