Viernes, 31 de julio de 2015

Reflexiones del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel. San Cristóbal de las Casas,29 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Cuidadores o destructores

VER

Yendo hacia Palenque, en visita a las comunidades, quise pasar nuevamente a las Cascadas de Agua Azul y de Misholhá, para admirar y gozar la belleza, la grandiosidad, los colores del agua, entre verde y azul, la armonía y serenidad de esos espectaculares regalos de Dios. Lo mismo podríamos de decir de los lagos de Monte Bello, el Chiflón, o Velo de Novia, y muchos más, así como las variadas zonas arqueológicas. Celebré una Misa con confirmaciones entre árboles y el frescor de la brisa, que nos trasladaban casi al paraíso. Eso es Chiapas, a pesar de su pobreza y marginación. Hay muchísimo turismo que viene a conocer y a disfrutar estas maravillas.

En contraste, rebasamos algunos trailers que cargaban enormes cantidades de madera, extraída obviamente de nuestras montañas, no sé si con la debida autorización oficial. Detuvieron nuestro viaje unos campesinos que, con motosierra, estaban tirando árboles sobre la carretera, me parece que con la intención de sembrar maíz. A consecuencia de acciones similares, hay varios tramos junto a las carreteras a Tuxtla Gutiérrez y Comitán, en que sólo quedan piedras, donde antes había frondosos árboles. Los tiraron para sembrar y comer, pero la lluvia se fue llevando la tierra que los árboles habían producido, por años, entre las piedras, y ahora ya nada se produce; quedan sólo piedras y nadie se preocupa por volver a sembrar árboles. Nos vamos desertificando y la corrupción no se detiene. 

PENSAR

El Papa Francisco, en su carta encíclica Laudato si, sobre el cuidado de la casa común, dice: “Después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta”. Y nos invita a “atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar” (No. 19).

“Todavía no se ha logrado adoptar un modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar” (No. 22).

“Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático. También ha incidido el aumento en la práctica del cambio de usos del suelo, principalmente la deforestación para agricultura. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan” (No. 23).

“Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales… Se ven obligados a migrar con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental” (No. 25). 

ACTUAR

¿Qué podemos hacer tú y yo? Ante todo, tomar conciencia de que este problema no sólo nos afecta, sino que debemos hacer algo para revertirlo.

En mi pueblo, hay un manantial que surte de agua a la comunidad, rodeado de árboles. Hace años, alguien tiró árboles para sembrar maíz, y el manantial se secó; sembraron nuevamente árboles, y el manantial sigue fluyendo vida para todos. El pueblo salva al pueblo, cuando es consciente y se organiza para cuidar su propia vida.

Ojalá nuestras comunidades sean conscientes, se organicen, impidan la deforestación y siembren más árboles, que son fuente de vida para todos. No esperen que todo lo haga el gobierno.


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Reflexión a las lect5uras del domingo dieciocho del Tiempo Ordinario B ofreecidapor el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe  "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 18º del T. Ordinario B

 

Después de la multiplicación de los panes, la gente estaba exaltada. Y decían: “Éste sí es el Profeta que tenía que venir al mundo”. “¿Y ahora qué hacemos?  Primero, proclamarlo rey. Y después, disfrutar del “pan” que nos da”.

Por eso le andan buscando. Y Jesús lo sabe.

Es lo mismo de siempre: Un mesianismo regio, temporal, triunfal…

Jesús les habla de otro mesianismo, de otro quehacer: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.”  

Y el trabajo que el Padre quiere, consiste en creer en el que Él ha enviado.

Por tanto, tienen que buscar otro pan, otro trabajo, otro reino. Tienen que creer que Él es el Mesías.

Y terminarán por decirle: “¿Y qué signo haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del Cielo les dio a comer”. (1ª Lect.).

Los judíos no le piden a Jesús otro milagro como el que acaban de ver, sino “el signo”, “la obra” que tiene que realizar… Como Moisés, como los profetas… Entonces, creerán en Él.

Y es impresionante constatar que “el gran signo”, “la gran obra de Jesús” es la Eucaristía, el misterioso “Pan del Cielo”, del que nos habla. “El Pan de Dios es el que baja del Cielo y da la vida al mundo”.

         Él, en definitiva, ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 10, 10).

Ellos entienden perfectamente que se trata de otro pan distinto al de Moisés. Y por eso le dicen: “Señor, danos siempre de ese Pan”.

Y Jesús les contesta: “Yo soy el Pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.

Por eso proclamamos en la Eucaristía: “Este es el Sacramento (el Misterio) de nuestra fe”.

Y si creemos que Jesús es el verdadero Pan de Vida, tenemos que continuar escuchando y meditando sus palabras en estos domingos, para llegar a una mejor y mayor comprensión de “su obra” y podamos alimentarnos cada vez mejor y con frecuencia de ese Pan.

De este modo, podremos llevar a la práctica la exhortación de S. Pablo (2ª Lect..): el cristiano tiene que distinguirse de los gentiles, que andan “en la vaciedad de sus criterios”, porque ser cristiano es ser diferente.

 

                   ¡Feliz Día del Señor! ¡Buen Verano! 


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DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO B 

MONICIONES 

 

 PRIMERA LECTURA

                  Se nos narra en la primera lectura cómo Dios alimenta a su pueblo en el desierto, rumbo a la tierra prometida. El maná es figura de Cristo, verdadero Pan del Cielo. Escuchemos. 

 

SEGUNDA LECTURA

                  S. Pablo nos recuerda, en esta segunda lectura, algo fundamental: Ser cristiano es ser diferente. Es algo que nos distingue del que no lo es; algo que tiene que notarse en nuestra  vida de cada día. 

 

TERCERA LECTURA

                  La gente, después de ser alimentada por el Señor, en la Multiplicación de los Panes, le busca. Y Él comienza a hablarles de otra comida: el Pan del Cielo.

                  Aclamémosle ahora todos juntos con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

                  En la Comunión recibimos a Cristo, verdadero Pan del Cielo. Digámosle como aquella gente que le escuchaba: “Señor, danos siempre de este Pan”.

 


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Mi?rcoles, 29 de julio de 2015

Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). Brasil,28 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Domingo 18 del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Textos: Ex 16, 2-4.12-15; Ef 4, 17.20-24; Jn 6, 24-35

 

Idea principal: Del pan material hay que pasar al pan espiritual.

Síntesis del mensaje: El ser humano no es sólo cuerpo. También tiene alma, y afecto y sentimientos y espíritu. Querer saciar sólo el cuerpo es vivir sólo a nivel biológico y como los paganos (2ª lectura). Querer alimentar sólo el alma es angelismo. Atender cuerpo y alma es humano y divino, al mismo tiempo.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, el maná del desierto (1ª lectura), que consiguió Moisés para su pueblo durante el desierto, es una prefiguración del Pancelestial que Cristo nos dará en la Eucaristía. Moisés quiso que su pueblo superase el cansancio, el desánimo y la rebelión. El maná del Antiguo Testamento no daba la vida; todos los que de él se alimentaban, tarde o temprano sucumbían. En cambio, el Pan verdadero que es Cristo, da la vida que no muere, pues el hombre también tiene otras hambres profundas: hambre de amor, de felicidad, de verdad, de seguridad, de sentido de la vida. El pan corporal era pan de muerte, porque sólo se ordenaba a restaurar temporalmente las fuerzas, sin evitar con ello la muerte ulterior. Por el contrario, el pan espiritual vivifica, porque destruye la muerte. Por eso, Cristo es el Pan verdadero, del cual el maná era tan sólo figura. Y Dios se preocupa de dar su “pan” a los cansados. Y ese Pan es su Hijo en dos platos gratuitos en cada misa: el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía. Es una pena que algunos se contenten con la “olla de carne” de Egipto. Lo malo no es tener hambre, sino no tener hambre de las cosas que valen la pena, no saber que nos falta el auténtico pan. Lo malo es quedarse satisfecho de la “olla de carne” que ofrece el mundo, con valores que no son los últimos.

En segundo lugar, todos sabemos cómo es el proceso del pan. Grano que se entierra en la tierra y pasa su invierno. Después florece en espiga. La espiga es cortada y llevada al molino y se tritura. Así también pasó con Cristo que es el Pan vivo, hecho Palabra y Eucaristía. También Él se enterró 30 años en Nazaret. Brotó la espiga de su madurez. Y antes de hacerse comible y digerible como alimento de inmortalidad, pasó por la Pasión, donde se dejó triturar por los golpes, por los azotes, por el odio, por la lanza, para hacerse pan de nuestra Eucaristía. Como el trigo, Cristo debe ser molido antes de volverse Pan de vida eterna. A esto la Iglesia llama la Eucaristía como sacrificio. Es verdad que Cristo ya ofreció el sacrificio en la cruz una vez por todas aquel primer Viernes Santo. La Eucaristía prolonga este aspecto sacrificial: es el sacrificio de Cristo renovado, perpetuado, actualizado sobre nuestros altares. Al celebrar ese sacrificio en la misa hacemos conmemoración de su muerte, de esa muerte que fue una y no muchas. La Eucaristía es, pues, el sacramento del sacrificio de la Cruz, donde nos da a comer el Pan que es su Palabra y su Cuerpo.

Finalmente, así como el pan material nos hace crecer en el cuerpo, así también el Pan de la Eucaristía, que es Cristo mismo, nos hace crecer en virtudes. Crecemos para arriba, para una visión sobrenatural, superando la visión rastrera y humana. Crecemos para los lados, tendiendo nuestra manos para ayudar a los demás, superando nuestro egoísmo y cerrazón. Crecemos para adentro, para poder tener en nosotros los mismos afectos y sentimientos de Cristo Jesús. No somos nosotros quienes asimilamos a Cristo, sino que es Cristo quien nos asimila, nos dirá san Agustín. Y nos hace crecer, hasta alcanzar su estatura, como dice san Pablo en la carta a los Efesios. No sólo nos hace crecer, sino que también nos une a su propio sacrificio. En la Eucaristía nosotros también comemos y participamos de su pasión, muerte, resurrección y ascensión. Su sacrificio pasa también por nuestras manos y por nuestra vida; completando en nosotros “lo que falta a la Pasión de Cristo”.

Para reflexionar: ¿Deseo ese pan que es Cristo, o me conformo con otros panes que el mundo me ofrece? ¿Me contento con asistir pasivamente a la misa o también yo me inmolo interiormente con Cristo para la vida del mundo? ¿Soy pan tierno que me ofrezco a mis hermanos mediante la entrega generosa, la disponibilidad sin medida, la escucha atenta? ¿Qué busco en Dios: sólo soluciones a problemas materiales y humanos? ¿O también busco soluciones para mis problemas espirituales?

Para rezar: Señor, dame siempre de este Pan de vida eterna. Que no piense más en las cebollas del Egipto seductor.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Martes, 28 de julio de 2015

Texto completo del ángelus del papa Francisco del domingo 26 de julio de 2015 (ZENIT.org)

 

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.                     

El Evangelio de este domingo (Jn 6, 1-15) presenta el gran signo de la multiplicación de los panes, en la narración del evangelista Juan. Jesús está en la orilla del lago Galilea, y está rodeado por “una gran multitud” atraída por “los signos que realizaba sobre los enfermos". En Él actúa la potencia misericordiosa de Dios, que sana de todo mal de cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es solo sanador, es también maestro: de hecho sube al monte y se siente, en la típica actitud de maestro cuando enseña: sube sobre esa “cátedra” natural creada por su Padre celeste. Es este punto, Jesús, que sabe bien lo que va a hacer, pone a prueba a sus discípulos. ¿Qué hacer para dar de comer a toda esta gente? Felipe, uno de los Doce, hizo un cálculo rápido: organizando una colecta, se podrán recoger como máximo doscientos denarios para comprar pan, y aún así no bastaría para alimentar a cinco mil personas.

Los discípulos razonan en términos de “mercado”, pero Jesús, a la lógica de comprar la sustituye con la del dar. Las dos lógicas, la del comprar y la del dar. Y así, Andrés, otro de los apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un joven que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos peces; pero seguro --dice Andrés-- no son nada para esa multitud (cfr v. 9). Pero Jesús esperaba precisamente esto. Ordena a los discípulos que hagan sentarse a la gente, después tomó esos panes y esos peces, dio gracias al Padre y los distribuyó (cfr v. 11). Estos gestos anticipan los de la Última Cena, que dan al pan de Jesús su significado más profundo y verdadero. El pan de Dios y Jesús mismo. Haciendo la Comunión con Él, recibimos su vida en nosotros y nos hacemos hijos del Padre celeste y hermanos entre nosotros. Haciendo la Comunión nos encontramos con Jesús realmente vivo y resucitado. Participar en la Eucaristía significa entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la gratuidad, del compartir. Y aunque seamos pobres, todos podemos dar algo. “Hacer la Comunión” significa también obtener de Cristo la gracia que nos hace capaces de compartir con los otros lo que somos y lo que tenemos.

La multitud se conmueve por el prodigio de la multiplicación de los panes, pero el don que Jesús ofrece es plenitud de vida para el hombre hambriento. Jesús sacia no solo el hambre material, sino esa más profunda, el hambre del sentido de la vida, el hambre de Dios. Frente al sufrimiento, la soledad, la pobreza y las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros?

Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer ese poco que tenemos. Seguramente tenemos alguna hora de tiempo, algún talento, alguna capacidad… ¿Quién de nosotros no tiene sus “cinco panes y dos peces”? Si estamos dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarán para que en el mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y de alegría.

¡Cuánto es necesaria la alegría en este mundo! Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don.

Nuestra oración apoye el compromiso común para no falte nunca a nadie el Pan del cielo que da vida eterna y lo necesario para una vida digna, y se afirme la lógica del compartir y el amor. La Virgen María nos acompañe con su materna intercesión.

Después del ángelus,

Queridos hermanos y hermanas,

hoy se abren las inscripciones para la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar el año que viene en Polonia. He querido abrir yo mismo las inscripciones y por eso he hecho venir junto a mí a un joven y una joven para que estén conmigo en el momento de abrir las inscripciones aquí delante de vosotros. (El Papa hace la inscripción desde una tableta) ¡Me he inscrito! Mediante este dispositivo electrónico me he inscrito como peregrino a esta Jornada. Celebrada durante el Año de la Misericordia, esta Jornada será, en cierto sentido, un jubileo de la juventud, llamado a reflexionar sobre el tema “Beatos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia (Mt 5,7). Invito a los jóvenes de todo el mundo a vivir esta peregrinación tanto dirigiéndose a Cracovia, como participando en este momento de gracia en las propias comunidades.

Dentro de algunos días tendrá lugar el segundo aniversario de cuando, en Siria, fue secuestrado el padre Paolo Dall’Oglio. Hago un sincero y urgente llamamiento para la liberación de este estimado religioso. No puedo olvidar tampoco a los obispos ortodoxos secuestrado en Siria y a todas las otras personas que, en las zonas de conflicto, han sido secuestradas. Espero el renovado compromiso de las autoridades locales e internacionales competentes, para que a estos hermanos nuestros se les devuelva pronto la libertad. Con afecto y participación de sus sufrimientos, queremos recordarles en la oración. Y rezamos todos a la Virgen. Dios te Salve María…

Saludo a todos vosotros peregrinos, peregrinos procedentes de Italia y de otros países. Saludo a la peregrinación internacional de la Hermanas de San Felice, los fieles de Salamanca, los jóvenes de Brescia que están realizando un servicio en el comedor de los pobres de Cáritas de Roma, y los jóvenes de Ponte San Giovanni (Perugia). Hoy 26 de julio, la Iglesia recuerda a los santos Joaquín y Ana, padres de la Beata Virgen María, y por tanto, los abuelos de Jesús. En esta ocasión quisiera saludar a todos los abuelos y todas las abuelas, dándoles las gracias por su preciosa presencia en las familias y para las nuevas generaciones. Por todos los abuelos vivos y también por los que nos miran desde el Cielo, les saludamos y aplaudimos.

A todos deseo feliz domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.


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XVII Domingo Ordinario por Mons. Enrique Díaz Díaz. San Cristóbal de las Casas,24 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Señal de fraternidad

II Reyes 4, 42-44: “Comerán y todavía sobrará”.
Salmo 144: “Bendeciré al Señor eternamente”.
Efesios 4, 1-6: “Un solo cuerpo, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo”.
San Juan 6, 1-15: “Jesús distribuyó el pan a los que estaban sentados, hasta que se saciaron”.

Una multitud llena la pequeña ermita de Santa Marta en Salto de Agua. Hombres, mujeres y hasta niños de diferentes pueblos y nacionalidades se apretujan buscando descanso y esperando pacientemente el pobre alimento que logran recoger las hermanas Misioneras para calmar un poco el hambre y la sed. Dejaron casa y patria soñando mejores oportunidades de vida y ahora, apenas en el Sur de México, ya sus fuerzas flaquean, se miran unos a otros con desconfianza y sus ojos reflejan nostalgia y muy poca esperanza. Aquella sopa caliente, los frijoles y la tortilla compartida, y un lugar seguro donde pasar la noche, fortalecen mucho su corazón. “No hay mejor señal de fraternidad que el alimento generosamente compartido”, expresa uno de los migrantes con lágrimas en los ojos. La hermana Irma hoy ha logrado darles de comer a más de cien, “mañana Dios dirá”, afirma confiando en la generosidad de las personas que desde su pobreza comparten su tortilla.

En nuestro camino de fe y de encuentro nos venía acompañando el Evangelio de San Marcos. Desde hoy y durante cinco domingos, será San Juan quien nos acerque a Jesús. San Juan nos ofrece signos y señales para guiarnos en el camino. Cuanto más importante es un camino, necesitamos más claros los señalamientos para andar por él. En su capítulo seis, nos ofrece el signo de la multiplicación de los panes, que implica indicaciones importantísimas para seguir el Reino de Dios: descubrir la necesidad del hermano, compartir el pan, alimentarse del Verdadero Pan y la permanencia con Jesús. Durante estos domingos iremos reflexionando cada una de estas señales. Hoy iniciamos con la narración del “milagro” que encierra ya en sí mismo una gran lección.

El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si’, hace un fuerte reclamo a la ceguera que nos impide ver el hambre y el sufrimiento de los pequeños. La primera indicación de Jesús lleva a los discípulos a ver más allá de su propia seguridad y descubrir la necesidad del hermano. La escandalosa crisis actual, pone al descubierto nuestras egoístas formas de actuar. Como en un incendio o en una estampida, cada uno trata de salvarse sin mirar si tumba, pisa y estorba a los demás. Se nos ha metido en la cabeza que no podemos perder los privilegios y seguridades que ya habíamos logrado, aunque más de la tercera parte de la humanidad padezca hambre extrema. Luchamos por no disminuir nuestro “nivel de vida”, aunque terminemos con la poca vida que les queda a los demás. Es incomprensible que en nuestra patria un noventa por ciento de la población no tenga ni los más mínimos recursos, mientras unos cuantos acaparan y tienen de más ¡en plena crisis! El hambre no es cuestión de falta de alimentos, es cuestión de falta de amor. Podríamos dar aquí todos los datos y cifras escalofriantes de la muerte, desnutrición y pobreza de millones de personas, y quedarnos tranquilamente indiferentes, o quizás ocultarlos para que no nos causen inquietud. Pero la primera señal que Cristo exige en su seguimiento es descubrir al hermano.

No basta percibir el problema, es necesario involucrarse. Podríamos actuar como Felipe o Andrés, nos encogemos de hombros, nos sentimos impotentes y resolvemos no hacer nada. ¿Qué significa mi acción? Como una gota en el océano o como un granito de arena en el desierto: ¡Nada!, parece ser nuestra justificación. Pero la inmensidad del océano está compuesta por millones de pequeñas gotas y la grandeza del desierto se forma de un sinfín de imperceptibles arenas. No soy más que un granito de arena, pero soy capaz de pensar, de amar y de compartir. Tengo responsabilidad en mi comunidad y en el mundo entero; de pequeños granos de arena se han hecho las grandes construcciones. Andrés mira el problema sólo por el lado económico, y la gravedad del problema está en el corazón. El problema del hambre y la desnutrición empeora cuando se le aborda como un problema meramente técnico y económico. Se requiere una estructura y una solidaridad fraterna para construir una comunidad donde todos podamos vivir como hijos de Dios. El milagro de Jesús está en su poder pero también en la generosidad de quien entrega todo lo que tiene aunque parezca tan miserable como cinco panes y dos pescados para millares de personas. Es el milagro del amor.

La señal de Jesús nos invitar a mirar al otro como persona. Su indicación de que “la gente se siente”, nos hace pensar en una mesa común donde todos se sientan comensales en un banquete común y donde el mismo Cristo va servir. No es la limosna o las migajas de lo que nos sobra lo que ofrece Jesús. Es la dignidad de acercarse a la misma mesa, es el orgullo de quienes comen del mismo pan, es sentirse acogido, hermano y amigo, tomando el mismo bocado. Sólo así se sentirán con la misma dignidad. Es insultante la manera como las grandes naciones ofrecen migajas a los pueblos tercermundistas después de que se han aprovechado de los recursos de sus territorios y les “donan” ayudas que con frecuencia los hunden más. Con gran razón critica el Papa Francisco la teoría del “derramamiento”, donde primero debo yo estar lleno para que los demás también alcancen. El hambre causa muchas víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa del rico Epulón. Dar de comer al hambriento y hacerlo sentirse como persona, con toda dignidad, es un imperativo para todo seguidor de Jesús; es más, es una obligación de toda persona humana. En la era de la globalización, eliminar el hambre del mundo se ha convertido en un deber ineludible que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta.

Dar de comer no es una mera política económica, es exigencia que brota de una profunda razón teológica: “somos el Cuerpo de Jesús”. San Pablo en su Carta a los Efesios nos da la verdadera razón para buscar tener una mesa común: “No hay más que un solo cuerpo y un solo Espíritu… un solo Señor… un solo Dios y Padre de todos”. Todos tenemos un Padre común. Que nuestra reflexión en este día nos lleve a escuchar las palabras de Jesús que nos hacen descubrir el hambre y necesidad de los hermanos y nos aliente a poner nuestro mejor esfuerzo aunque sean muy pobres nuestras aportaciones. Si queremos vivir plenamente la Eucaristía, necesitamos condividir este Pan Verdadero con el hermano que sufre.

Señor Jesús, que te has identificado con el hambriento y el sediento, concédenos descubrirte en cada hermano que camina a nuestro lado y compartir contigo lo que nuestro Padre Providente nos ha regalado. Amén.


Publicado por verdenaranja @ 22:43  | Espiritualidad
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Lunes, 27 de julio de 2015

Reflexiones de Mons. Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas. San Cristóbal de las Casas,22 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Iglesia latinoamericana

VER Estoy en Bogotá, Colombia, participando en la reunión general de coordinación del CELAM, como miembro del Departamento de Cultura y Educación. El objetivo general es elaborar el nuevo plan para el período 2015-2019, en el contexto de los 60 años del CELAM, con un discernimiento de la realidad latinoamericana y caribeña, para identificar los desafíos más urgentes y trazar, a la luz del Evangelio, las líneas de acción pastoral que respondan a las necesidades y urgencias de la Iglesia hoy.

Doy gracias a Dios porque, desde la década de los 80s, he podido participar directamente en distintos momentos de este organismo providencial, el CELAM, que nos ha permitido crear comunión eclesial entre los 22 países de América Latina y El Caribe. Con sus cinco Conferencias Generales (Río de Janeiro, 1955; Medellín, 1968; Puebla, 1979; Santo Domingo, 1992, y Aparecida, 2007), esta Iglesia ha ido creciendo en identidad, en relación intra-eclesial, en apoyos pastorales, en madurez y en frutos. Uno de éstos es el Papa Francisco, expresión del estilo eclesial que se vive en estos contornos.

Durante mucho tiempo, la iglesia latinoamericana fue menospreciada por Europa y el norte de América. Incluso nuestro país miraba siempre hacia Roma y Europa, y poco se valoraba el aporte que el Centro y el Sur de América podrían ofrecer. Nuestro ideal económico era crecer como Estados Unidos; nuestra aspiración cultural y teológica era seguir los pasos de Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, España y alguno más. Pero no mirábamos hacia el Sur. Hasta la fecha, algunos no han cambiado su apreciación.

Se desconfió de nuestro sub-continente por el surgimiento de la teología de la liberación, que, aunque ciertamente tuvo sus desviaciones marxistas, ahora es reconocida en su justa dimensión. La misma desconfianza persiste hacia le teología india católica, por desconocerla y por pensar que le damos más valor a las culturas originarias que al Evangelio, lo cual no es así. Es un intento de apreciar todas las “semillas del Verbo” que Dios sembró en nuestros pueblos nativos, para que crezcan y maduren en Cristo, con sus necesarias purificaciones.

PENSAR El Papa Francisco, en la entrevista que concedió a los periodistas en su vuelo de regreso de Ecuador, Bolivia y Paraguay a Roma, dijo: “La Iglesia latinoamericana tiene una gran riqueza. Es una Iglesia joven, y esto es importante. Una Iglesia joven con cierta frescura. También con cierta informalidad. Y también tiene una teología rica de búsqueda. Yo he querido dar ánimo a esta Iglesia joven y creo que puede darnos mucho a nosotros.

Digo algo que me ha impresionado mucho. En los tres países había por todas las calles grupos de padres, madres, con los niños. Es la riqueza de este pueblo y de esta Iglesia viva. Es una Iglesia de vida. Esto es importante. Es una Iglesia con tantos problemas, pero joven. Puede ser también un poco indisciplinada; luego se disciplinará, pero nos da mucho bueno”.

Y en el Angelus dominical posterior, dijo: “He alabado al Señor por las maravillas que ha obrado en el Pueblo de Dios en camino en aquellas tierras. Por la fe que ha animado y anima su vida y su cultura. El continente latinoamericano tiene grandes potencialidades humanas y espirituales, custodia los valores cristianos profundamente radicados, pero vive también graves problemas sociales y económicos. Para contribuir a su solución, la Iglesia está empeñada en movilizar las fuerzas espirituales y morales de sus comunidades, colaborando con todas las componentes de la sociedad. Ante los grandes desafíos que el anuncio del Evangelio tiene que enfrentar, he invitado a alcanzar de Cristo Señor la gracia que salva y que da fuerzas al empeño del testimonio cristiano, a desarrollar la difusión de la palabra de Dios, para que la importante religiosidad de aquellas poblaciones pueda siempre ser testimonio fiel del Evangelio”.

ACTUAR Apreciemos y acompañemos el caminar de esta Iglesia latinoamericana, que tiene que avanzar en su conversión pastoral y en comunión eclesial, para colaborar en la vida digna de nuestros pueblos.


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A continuación el texto completo del papa Francisco, dirigido a los alcaldes reunidos en el Vaticano, en la cumbre organizada por la Pontificia Academia de las Ciencias y de las Ciencias Sociales y las Naciones Unidas. Ciudad del Vaticano,21 de julio de 2015 (ZENIT.org)

"Buenas tardes, bienvenidos.

Les agradezco sinceramente, de corazón el trabajo que han hecho. Es verdad que todo giraba alrededor del tema del cuidado del ambiente, de esa cultura del cuidado del ambiente. Pero esa cultura del cuidado del ambiente no es una actitud solamente – lo digo en buen sentido- “verde”, no es una actitud “verde”, es mucho más. Es decir, cuidar el ambiente significa una actitud de ecología humana. O sea, no podemos decir: la persona está aquí y el Creato, el ambiente, está allí. La ecología es total, es humana. Eso es lo que quise expresar en la Encíclica “Laudato Si”: que no se puede separar al hombre del resto, hay una relación de incidencia mutua, sea del ambiente sobre la persona, sea de la persona en el modo como trata el ambiente; y también, el efecto de rebote contra el hombre cuando el ambiente es maltratado. Por eso, frente a una pregunta que me hicieron yo dije: “no, no es una encíclica ‘verde’, es una encíclica social”. Porque dentro del entorno social, de la vida social de los hombres, no podemos separar el cuidado del ambiente. Más aun, el cuidado del ambiente es una actitud social, que nos socializa en un sentido o en otro -cada cual le puede poner el valor que quiere- y por otro lado, nos hace recibir – me gusta la expresión italiana cuando hablan del ambiente- del “Creato”, de aquello que nos fue dado como don, o sea, el ambiente.

Por otro lado, ¿por qué esta invitación que me pareció una idea -de la Academia de monseñor Sánchez Sorondo- muy fecunda, de invitar a los alcaldes, a los síndicos de las grandes ciudades y no tan grandes, pero invitarlos aquí para hablar de esto? Porque una de las cosas que más se nota cuando el ambiente, la Creación, no es cuidada es el crecimiento desmesurado de las ciudades. Es un fenómeno mundial, es como que las cabezas, las grandes ciudades, se hacen grandes pero cada vez con cordones de pobreza y de miseria más grandes, donde la gente sufre los efectos de un descuido del ambiente. En este sentido, está involucrado el fenómeno migratorio. ¿Por qué la gente viene a las grandes ciudades, a los cordones de las grandes ciudades, las villas miseria, las chabolas, las favelas? ¿Por qué arma eso? Simplemente porque ya el mundo rural para ellos no les da oportunidades. Y un punto que está en la encíclica, y con mucho respeto, pero se debe denunciar, es la idolatría de la tecnocracia. La tecnocracia lleva despojar de trabajo, crea desocupación, los fenómenos desocupatorios son muy grandes y necesitan ir migrando, buscando nuevos horizontes. El gran número de desocupados alerta. No tengo las estadísticas- pero en algunos países de Europa, sobre todo en los jóvenes, la desocupación juvenil, de los 25 años hacia abajo, pasa del 40 por ciento y en algunos llega al 50 por ciento. Entre 40, 47 –estoy pensando en otro país- 50 – estoy pensando en otras estadísticas serias dadas por los jefes de gobierno, los jefes de Estado directamente. Y eso proyectado hacia el futuro nos hace ver un fantasma, o sea, una juventud desocupada que hoy ¿qué horizonte y qué futuro puede ofrecer?, ¿qué le queda a esa juventud? O las adicciones, o el aburrimiento, o el no saber qué hacer de su vida -una vida sin sentido, muy dura-, o el suicidio juvenil – las estadísticas de suicidio juvenil no son publicadas en su totalidad-, o buscar en otros horizontes, aún en proyectos guerrilleros, un ideal de vida.

Por otro lado, la salud está en juego. La cantidad de enfermedades “raras”, así se llaman que vienen de muchos elementos de fertilización de los campos - o vaya a saber, todavía no saben bien las causas-, pero de un exceso de tecnificación. Entre los problemas más grandes que están en juego es el oxígeno y el agua. Es decir, la desertificación de grandes zonas por la deforestación. Acá al lado mío está el cardenal arzobispo encargado de la Amazonia brasilera, él puede decir lo que significa una deforestación hoy día, en la Amazonia, que es el pulmón del mundo, Congo, Amazonia, grandes pulmones del mundo-. La deforestación en mi patria hace unos años – hace 8 o 9 años- me acuerdo que hubo del Gobierno Federal a una Provincia, hubo un juicio para detener una deforestación que afectaba a la población. ¿Qué sucede cuando todos estos fenómenos de tecnificación excesiva, de no cuidado del ambiente, además de los fenómenos naturales, inciden sobre la migración? El no haber trabajo, y después la trata de las personas. Cada vez es más común el trabajo en negro, un trabajo sin contrato, un trabajo arreglado debajo de la mesa. ¡Cómo ha crecido!. El trabajo en negro es muy grande, lo cual significa que una persona no gana lo suficiente para vivir. Eso puede provocar actitudes delictivas y todo lo que sucede en una gran ciudad por esas migraciones provocadas por la tecnificación. Sobre todo me refiero al agro o la trata de las personas en el trabajo minero, la esclavitud minera todavía es muy grande y es muy fuerte. Y lo que significa el uso de ciertos elementos de lavado de minerales – arsénico, cianuro- que inciden en enfermedades de la población. En eso hay una responsabilidad muy grande. O sea que todo rebota, todo vuelve. Es el efecto rebote contra la misma persona. Puede ser la trata de personas por el trabajo esclavo, la prostitución, que son fuentes de trabajo para poder sobrevivir hoy día.

Por eso me alegra que ustedes hayan reflexionado sobre estos fenómenos. Yo mencioné algunos, no más, que afectan a las grandes ciudades.

Finalmente, yo diría que sobre esto hay que interesar a las Naciones Unidas. Tengo mucha esperanza en la Cumbre de París, de noviembre, que se logre algún acuerdo fundamental y básico. Tengo mucha esperanza, pero sin embargo, las Naciones Unidas tienen que interesarse muy fuertemente sobre este fenómeno, sobre todo, en la trata de personas provocada por este fenómeno ambiental, la explotación de la gente. Recibí hace un par de meses a una delegación de mujeres de las Naciones Unidas encargadas de la explotación sexual de los niños en los países de guerra. O sea, los niños como objeto de explotación. Es otro fenómeno. Y las guerras son también elemento de desequilibrio del ambiente.

Quisiera terminar con una reflexión que no es mía, es del teólogo y filósofo Romano Guardini. Él habla de dos formas de incultura: la incultura que Dios nos entregó para que nosotros la transformáramos en cultura y nos dio el mandato de cuidar, y hacer crecer, y dominar la tierra; y la segunda incultura, cuando el hombre no respeta esa relación con la tierra, no la cuida – es muy claro en el relato bíblico que es una literatura de tipo místico allí-. Cuando no la cuida, el hombre se apodera de esa cultura y la empieza a sacar de cause. O sea, la incultura la saca de cause y se le va de las manos y forma una segunda forma de incultura: la energía atómica es buena, puede ayudar, pero hasta aquí, sino pensemos en Hiroshima y en Nagasaki, o sea ya se crea el desastre y la destrucción -por poner un ejemplo antiguo. Hoy día, en todas las formas de incultura, como las que ustedes han tratado, esa segunda forma de incultura es la que destruye al hombre. Un rabino del medioevo, más o menos de la época de Santo Tomás de Aquino – y quizás alguno de ustedes me lo escuchó- explicaba en un “midrash” el problema de la torre de Babel a sus feligreses en la sinagoga, y decía que construir la torre de Babel llevó mucho tiempo, y llevó mucho trabajo, sobre todo hacer los ladrillos -suponía armar el fango, buscar la paja, amasarla, cortarla, hacerla secar, después ponerla en el horno, cocinarla, o sea que un ladrillo era una joya, valía muchísimo- y lo iban subiendo, al ladrillo, para ir poniendo en la torre. Cuando se caía un ladrillo era un problema muy grave, y el culpable o el que descuidó el trabajo y lo dejó caer, era castigado. Cuando se caía un obrero de los que estaban construyendo no pasaba nada. Este es el drama de la segunda forma de incultura: el hombre como creador de incultura y no de cultura. El hombre creador de incultura porque no cuida el ambiente.

Y ¿por qué ésta convocatoria de la Academia Pontificia de las Ciencias a los síndicos, alcaldes, intendentes de las ciudades? Porque ésta conciencia si bien sale del centro hacia las periferias, el trabajo más serio y más profundo, se hace desde la periferia hacia el centro. Es decir, desde ustedes hacia la conciencia de la humanidad. La Santa Sede o tal país, o tal otro, podrán hacer un buen discurso en las Naciones Unidas pero si el trabajo no viene de las periferias hacia el centro, no tiene efecto. De ahí la responsabilidad de los síndicos, de los intendentes, de los alcaldes de las ciudades. Por eso les agradezco muchísimo que se hayan reunido como periferias sumamente serias de este problema. Cada uno de ustedes tiene dentro de su ciudad cosas como las que yo he dicho y que ustedes tienen que gobernar, solucionar, etcétera. Yo les agradezco la colaboración. Me dijo monseñor Sánchez Sorondo que muchos de ustedes han intervenido y que es muy rico todo esto. Les agradezco y pido al Señor que nos dé a todos la gracia de poder tomar conciencia de este problema de destrucción que nosotros mismos estamos llevando adelante al no cuidar la ecología humana, al no tener una conciencia ecológica como las que nos fue dada al principio para transformar la primera incultura en cultura, y frenar ahí, y no transformar esta cultura en incultura.

Muchísimas gracias".


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Viernes, 24 de julio de 2015

Reflexión a las lecturas del domingo diecisiete del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo 17º del T. Ordinario B

 

La multiplicación de los panes dejó una huella muy profunda en la comunidad primera. Aquella gente contempló cómo, de las manos de Cristo, fueron saliendo panes y peces, en cantidad suficiente, para alimentar toda aquella multitud. Y aún recogen doce cestos de sobras.

              A partir de este acontecimiento, se inicia el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que recoge S. Juan en el capítulo sexto de su Evangelio, que iremos leyendo durante cinco domingos.

              Es este un tiempo privilegiado para ir reflexionando, poco a poco, en distintos aspectos del misterio de la Eucaristía, sobre el que nunca meditaremos bastante.

              Me parece que sería bueno detenernos a contemplar este domingo, cómo para realizar aquel milagro, Jesús quiere contar con los cinco panes y dos peces de un muchacho. De igual manera, para alimentar a todo el mundo con el Pan de la Eucaristía, Jesús quiere contar también con nuestro pan y nuestro vino.

              Uno de los momentos de la Misa es el rito de las ofrendas, que podríamos llamar “el rito del compartir” lo que tenemos, como hacían los primeros cristianos. Y ¡no hay celebración de la Misa si no hay ofrendas!

              En los primeros siglos se llevaban al altar pan, vino y otros dones para el sacrificio de la Misa y para atender a los ministros de la Iglesia y a los pobres: el sacerdote separaba lo necesario para la Eucaristía, y el resto se dejaba para las otras finalidades. En nuestro tiempo, llevamos al altar pan y vino para el sacrificio y los demás dones suelen llevarse en dinero, que, a veces, va destinado a las grandes necesidades de la Iglesia: evangelización, culto y caridad.

              Pero las ofrendas tienen un sentido, una significación, que va mucho más allá de la cantidad que se pone en la bandeja. Y el que hace la colecta, no va sencillamente “a recoger perras para la Iglesia”, sino que realiza un verdadero ministerio al servicio del altar, del culto y del pueblo, con independencia de la finalidad concreta que se dé cada día a la colecta. ¡No podemos ir al altar con las manos vacías!

              Estas ofrendas deben ser, en primer lugar, expresión de nuestro agradecimiento a Dios, dador de todo bien, por los dones recibidos, signos de su providencia y de su amor.

              Nos sobrecoge el pensar que de todos esos dones nuestros, un poco de pan y de vino se van a convertir en el Cuerpo y Sangre de Cristo, para Vida del mundo.

              Los dones que llevamos al altar son también signo de nuestro ofrecimiento interior. Debemos llevar al altar no sólo el pan, el vino y el dinero, sino que debemos llevar toda nuestra vida: nuestras alegrías y nuestras penas, nuestro trabajo y nuestro descanso, nuestras ilusiones y proyectos, todo lo que somos y tenemos, para ofrecerlos al Padre junto con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, según aquella expresión de San Agustín: “El Cristo todo ofrece al Padre al Cristo todo”. Así toda nuestra vida adquiere un sentido nuevo, un valor nuevo, se convierte en ofrenda al Padre, Señor del Universo. Y ya sabemos que lo que ofrecemos a otro tiene que ser bueno. Por eso la Santa Misa tiene que hacernos mejores, tiene que ser una consagración de toda nuestra vida. Y por este camino se va a una verdadera consagración del Cosmos y de la Historia.

              También hoy dirige el Señor su mirada a esa enorme e incontable multitud de hombres y mujeres, víctimas del hambre y la miseria. Y también nos dice a nosotros como a los discípulos: “¿con qué compraremos panes para que coman éstos?” Ojalá que  seamos capaces de poner en sus manos nuestros cinco panes y dos peces. Entonces se realizará el milagro y toda la gente seguirá proclamando: "Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo".

                                                             ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 21:51  | Espiritualidad
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DOMINGO 17º DEL TIEMPO ORDINARIO B 

MONICIONES

 PRIMERA LECTURA

         Escuchemos en esta primera lectura, una historia del Antiguo Testamento, que nos sirve también de preparación al Evangelio. 

 

SEGUNDA LECTURA

         S. Pablo, desde la cárcel, hace una llamada apremiante a los efesios a vivir como auténticos cristianos, especialmente, por la práctica del amor. Acojamos con atención y con fe, este mensaje que se dirige hoy a nosotros, como Palabra de Dios. 

 

TERCERA LECTURA

         Este domingo  se interrumpe la lectura del Evangelio de S. Marcos y se inicia la lectura del capítulo sexto del Evangelio de S. Juan en el que Jesús se nos manifiesta como el Pan de Vida. Escuchemos ahora la narración de la multiplicación de los panes y los peces. 

 

COMUNIÓN

         El pan y el vino que hemos presentado al Señor se han convertido en su Cuerpo y en su Sangre.

         ¡Dichosos los que participamos del Pan de la Eucaristía!


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Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).  Brasil,21 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Domingo 17 del Tiempo Ordinario - 

Ciclo B - Textos: 2 Re 4, 42-44; Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15

Idea principal: “Dadles vosotros de comer”.

Síntesis del mensaje: Durante cinco domingos seguidos leeremos el capítulo 6 de san Juan, donde se nos narra el discurso-catequesis de Jesús sobre el Pan de vida. Juan es el teólogo de la Eucaristía. Podríamos resumir así las ideas de estos domingos: milagro de los panes (domingo 17); diálogo sobre el maná del desierto (domingo 18); qué significa creer en Jesús (domingo 19); qué significa comer a Jesús (domingo 20) y finalmente las reacciones de los oyentes y discípulos ante el discurso del Pan de vida (domingo 21). La vida cristiana tiene su centro en la Eucaristía. Sin la Eucaristía no podemos vivir. La Eucaristía exige y nos compromete a compartir también nuestros diversos panes con los hermanos: “Dadles vosotros de comer”. Sí, dar nuestro pan a la gente (1ª lectura). Y darlo con humildad, amabilidad, comprensión (2ª lectura). 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Jesús hoy nos da un ejemplo maravilloso para todos nosotros cristianos y no cristianos: ve la muchedumbre que le sigue, sientecompasión por ella porque la ve hambrienta y soluciona esta necesidad básica –el hambre-, símbolo de otra necesidad profunda, la necesidad de Dios, de su Palabra y de su amor. Ahora bien, Cristo quiere también nuestra colaboración y por eso dice: “Dadles vosotros de comer”. Es un gran desafío que requiere fe, confianza y generosidad de nuestra parte para compartir lo mucho o lo poco que tengamos. Gracias a que todos colaboraron Dios obró el gran milagro de la multiplicación de los panes y peces. Así fue también en el caso de Eliseo en la primera lectura de hoy. 

En segundo lugar, la Iglesia ha seguido el ejemplo de Jesús durante estos 21 siglos de historia, obedeciendo al imperativo “Dadles vosotros de comer”. La Iglesia ha repartido generosamente el pan de la compasión y de la ternura con los enfermos, ancianos, huérfanos. Ha sabido conjugar la evangelización con la beneficencia y el cuidado material de los más pobres, colaborando y completando lo que en principio pertenecería a los deberes de cada Estado. Testimonio de esta acción caritativa y de promoción humana y critiana son las diversas órdenes y congregaciones religiosas: Las Misioneras de la Caridad de la beata Madre Teresa de Calcuta; las Hermanitas de los Ancianos desamparados de santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars; los Hermanos Hospitalarios de san Juan de Dios; los servidores de los enfermos de san Camilo de Lelis; las siervas de María ministras de los enfermos de santa Soledad Torres Acosta; los Oratorianos de san Felipe Neri…y una corona de cristianos comprometidos, misioneros, voluntarios, religiosos y religiosas que trabajan desinteresadamente en el campo sanitario y educativos y “comparten su pan” con los que no tienen. Esta colaboración es a veces económica y otras, la donación de sí mismos, de su tiempo, de su trabajo. Y lo hacen no sólo con los países del Tercer Mundo, sino más cerca, en su propio ambiente, en que los ancianos o los enfermos o los pobres necesitan el “pan” de nuestra acogida, ternura y cercanía.

Finalmente, ese “Dadles vosotros de comer” implica, pues, compartir el pan material. Pero sobre todo es un símbolo muy expresivo de otros “panes” de los que también tiene hambre la humanidad: la cultura, pues muchos están sin escuela; trabajo digno y estable; vivienda para los que están en la calle durmiendo debajo de los puentes o en cualquier plaza; posibilidadesde vida especialmente para emigrantes que abandonan su país en búsqueda de un porvenir. Cristo no sólo da de comer o cura los enfermos y resucita muertos; también predica el Reino, perdona pecados, conduce a Dios. No quiere que se queden en el mero hecho del milagro material, sino que den el salto a la fe y al compromiso de la donación. Este discurso de san Juan capítulo 6 irá poco a poco llevando a los lectores a la comprensión más profunda del sacramento de la Eucaristía.

Para reflexionar: ¿Cuántos panes y peces tengo en mi morral? ¿Los comparto o me los como a solas en un rincón? ¿Qué pasaría si todos compartiéramos lo poco o lo mucho que tenemos? ¿Qué nos hubiera pasado si Cristo no comparte con nosotros su Eucaristía, su Santa Madre, su Palabra, su Cruz, sus sueños, sus alegrías y tristezas?

Para rezar: Señor, perdona mi egoísmo al no querer repartir mi pan con mis hermanos. Limpia mis ojos para ver las necesidades de mi prójimo. Ensancha mi corazón para que sienta compasión por él. Y sobre todo, dame manos que sepan compartir y repartir mi pan con los necesitados, consciente de que así sigo tu ejemplo y el de tantos santos. 

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo dicescisiete del Tiempo Ordinario - B

NUESTRO GRAN PECADO 

El episodio de la multiplicación de los panes gozó de gran popularidad entre los seguidores de Jesús. Todos los evangelistas lo recuerdan. Seguramente, les conmovía pensar que aquel hombre de Dios se había preocupado de alimentar a una muchedumbre que se había quedado sin lo necesario para comer    .

Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre de aquel gentío que ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita comer; hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las necesidades básicas del ser humano.

Felipe le hace ver que no tienen dinero. Entre los discípulos, todos son pobres: no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se necesita algo más que dinero.

Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes que nada, es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los hambrientos lo que tengan, aunque sólo sea «cinco panes  de cebada y un par de peces».

La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos imaginar. Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos comprar? ¿Quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre? ¿Hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿Se producirá algún día ese "milagro" de la solidaridad real entre todos?

Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de todos, y vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma los alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice la acción de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es nuestro gran pecado aunque casi nunca lo confesemos.

Al compartir el pan de la Eucaristía, los primeros cristianos se sentían alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban el gesto de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían hermanos. No habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús.

El pan de la Eucaristía nos alimenta para el amor y no para el egoísmo. Nos impulsa a ir creando una mayor comunicación y solidaridad, y no un mundo en el que nos desentendamos unos de otros.

 José Antonio Pagola

 


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Jueves, 23 de julio de 2015

Texto completo del ángelus del papa Francisco del domingo 19 de julio de 2015

«Queridos hermanos y hermanas. Buenos días.

¡Veo que son muy valientes con este calor de playa. Felicitaciones!

El Evangelio de hoy nos dice que los apóstoles después de la experiencia de la misión, están contentos pero cansados. Y Jesús lleno de comprensión quiere darles un poco de alivio. Entonces les lleva a aparte, un lugar apartado para que puedan reposarse un poco. “Muchos entretanto los vieron partir y entendieron... y los anticiparon”.

Y a este punto el evangelista nos ofrece una imagen de Jesús de particular intensidad, 'fotografiando' por así decir sus ojos y recogiendo los sentimientos de su corazón. Dice así el evangelista: “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato”.

Retomemos los tres verbos de este sugestivo fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Los podemos llamar los 'verbos del Pastor'.

El primero y el segundo están siempre asociados a la actitud de Jesús: de hecho su mirada no es la de un sociólogo o la de un fotoreporter, porque Él mira siempre “con los ojos de corazón”.

Estos dos verbos: 'ver' y 'tener compasión', configuran a Jesús como el Buen Pastor. También su compasión no es solo un sentimiento humano, pero es la conmoción del Mesías en la que se hizo carne la ternura de Dios. Y de esta compasión nace el deseo de Jesús de nutrir a la multitud con el pan de su palabra.

O sea, enseñar la palabra de Dios a la gente. Jesús ve; Jesús tiene compasión; Jesús enseña. ¡Que bello es esto!

Y he pedido al Señor que el espíritu de Jesús, el Buen Pastor, me guiase durante el viaje apostólico que realicé los días pasados en América Latina, que me permitió visitar Ecuador, Bolivia y Paraguay.

Agradezco a Dios con todo el corazón por este don. Agradezco a los pueblos de estos tres países, su cariñosa y calurosa acogida y por su entusiasmo.

Y renuevo mi agradecimiento a las autoridades de estos países por su acogida y colaboración. Con gran cariño agradezco a mis hermanos obispos, sacerdotes, a las personas consagradas y a todas las poblaciones por el calor humano con el que han participado.

Con estos hermanos y hermanas he alabado al Señor por las maravillas que ha obrado en el Pueblo de Dios en camino en aquellas tierras. Por la fe que ha animado y anima su vida y su cultura. Y lo hemos alabado también por las bellezas naturales con las cuales ha enriquecido a estos países.

El continente latinoamericano tiene grandes potencialidades humanas y espirituales, custodia los valores cristianos profundamente radicados, pero vive también graves problemas sociales y económicos.

Para contribuir a su solución, la Iglesia está empeñada en movilizar las fuerzas espirituales y morales de sus comunidades, colaborando con todas las componentes de la sociedad.

Ante los grandes desafíos que el anuncio del Evangelio tiene que enfrentar, he invitado a alcanzar de Cristo Señor, la gracia que salva y que da fuerzas al empeño del testimonio cristiano, a desarrollar la difusión de la palabra de Dios, para que la importante religiosidad de aquellas poblaciones pueda siempre ser testimonio fiel del Evangelio.

A la materna intercesión de la Virgen María, que toda América latina venera como patrona con el título de Nuestra Señora de Guadalupe, confío los frutos de este inolvidable viaje apostólico».

Después de rezar el ángelus el Papa dice las siguientes palabras.
 

«Queridos hermanos y hermanas.
Saludo a todos cordialmente, romanos y peregrinos. Saludo en particular a los jóvenes de la Diócesis Pamplona y Tudena, de España.

Saludo a las hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret reunidas en Roma con motivo del capítulo general; a la orquesta de Offanengo-Casalbuttano; a los coros de Vigo Cavedine (Trento); a los jóvenes voluntarios en el Convento di Arco di Trento, a los jóvenes de Meana Sardo y a aquellos que participan a la vacación organizada por el INPS de Pomezia; a los jóvenes de la Acción Católica de Mellaredo y Rivale (Padua).

Les deseo a todos un buen domingo, y no se olviden de rezar por mi. Y ¡'Buon pranzo e arrivederci!». 


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Mi?rcoles, 22 de julio de 2015

Vengan conmigo por Mons. Enrique Díaz Díaz. San Cristóbal de las Casas,17 de julio de 2015 (ZENIT.org)

XVI Domingo Ordinario

 

Jeremías 23, 1-6: “Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores”. Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”. Efesios 2, 13-18: “Cristo es nuestra paz: él ha hecho de los judíos y de los no judíos un solo pueblo”. Marcos 6, 30-34: “Andaban como ovejas sin pastor”.

La enfurecida muchedumbre estuvo apunto de lincharlo. “Prometió el camino y la escuela. Dijo que iba solucionar el problema del agua en el pueblo y ahora llevamos ya casi tres meses sin agua. Lo único que le ha preocupado es construir su casa, dar trabajo y seguridad a sus parientes y guardarse una bolsa grande de dinero”. Así hablan de “su presidente”, el que con porras y fiestas fue electo y que ahora detestan y casi quisieran matarlo. Al final deciden amarrarlo y retenerlo hasta que no se asegure el presupuesto para las obras más urgentes. Así lo retienen hasta tres días, mientras “autoridades superiores” buscan soluciones y nuevas promesas. Es la política de Chiapas y de muchas de sus autoridades. “Sólo busca su propio provecho y se olvidan de sus ciudadanos”. Parece una sentencia muy cercana a la de Jeremías: “Ustedes han rechazado y dispersado a mis ovejas y no las han cuidado”.

Los discípulos han experimentado lo que es ser pastor: “Colocar el corazón cerca de los que sufren”. Contentos y entusiasmados regresan de la misión. Fueron días de actividad, de predicación, de sanar enfermos, y ahora regresan eufóricos, queriendo continuar la misión. Hay tantas cosas que hacer que no se debe perder el tiempo. Una vez iniciado el trabajo apostólico se entra en una especie de torbellino que los lleva a buscar más y más actividad. Su alegría y entusiasmo son inmensos. Sin embargo, Jesús los llama y los invita a un momento de intimidad y cercanía, de descanso y compartir. Es muy importante el trabajo y la misión pero es más importante la persona. Se necesita retornar a las fuentes que dan energía; si no, terminará secándose, agotándose y será una campana hueca, que sigue resonando pero que no tiene vida. La disponibilidad para entregar la vida no anula el derecho y la obligación de cuidar que la propia fuente no se gaste en un activismo sin alma que, en vez de liberar las energías, las consume y las agota. Jesús propone el silencio, la compañía cercana, el diálogo. Estar en presencia de Jesús, la oración, el encuentro con Él, nos restituye fuerzas, nos alienta y restablece. ¡La oración no es tiempo perdido!

Muchos “pastores” se imaginan que a base de activismo resolverán los problemas y se olvidan de las personas. La cercanía y humanidad de Jesús nos hace reflexionar a quienes de alguna manera tenemos el oficio de pastor: sacerdotes, maestros, líderes, autoridades, padres de familia, responsables de grupos. Jesús no rehúye el trabajo, pero sabe que está en relación con personas y no con máquinas. Es triste mirar la forma como vivimos y convivimos: yuxtapuestos pero no relacionados; cada quien metido en su mundo. La televisión, el celular, la compu, todo es para relacionarse y todo acaba aislándonos. Nos hemos despersonalizado y no contamos como individuos. Una esposa reclamaba a su atormentado y frenético marido: “¿Qué te pasa? Está bien que te preocupes de las cosas, pero no son las cosas que nos hacen felices. Métete bien en la cabeza que tenemos necesidad de ti, no de las cosas. ¿Para qué las querríamos si tú no estás con nosotros?”. Damos demasiada importancia a las cosas y poco valor a las personas. Vivimos juntos pero en soledad. Admiro a esas personas capaces de establecer una relación muy personal con quienes están a su lado, de tomarlos en cuenta, de hacerlos sentir valiosos. Así lo hace Jesús. Nosotros siempre tenemos prisa, corremos sin saber a dónde y “no tenemos tiempo” para atender con calma a los otros.

Cristo, aunque habría querido estar a solas con sus discípulos, se compadece para atender a las multitudes que lo buscan como ovejas sin pastor. El Papa Francisco ha resaltado mucho esta misericordia de Jesús: no podemos ni debemos vivir con el corazón cerrado. Necesitamos abrir las ventanas, las de los sentidos y las del corazón, las de la mente y las del espíritu, las personales y las comunitarias, para darnos cuenta del dolor y el sufrimiento de los demás, para mirar que hay personas con hambre y maltrechas. Es la actitud fundamental de Jesús y de todo el que quiera ser discípulo suyo. Se requiere tener compasión y entrañas de misericordia. No levantar murallas para defenderse, aislarse y permanecer mirándose narcisistamente. Se comparte de verdad cuando se empieza a acoger y a compartir con el hermano. Hay riesgo en amar y en entregar la amistad, pero siempre es preferible salir lastimado por amar que acabar con el corazón entumecido y empedernido porque nunca se arriesgó en el amor. El amor siempre nos torna débiles y frágiles pero es cuando somos más fuertes en la vida. El pastor no se alimenta a sí mismo, sino da vida a las ovejas.

Hoy escuchemos las palabras de Jesús dirigidas también a nosotros: “Ven conmigo”. Hoy busquemos sentirnos envueltos en la mirada cariñosa de Jesús, llena de ternura y con sus brazos abiertos a pesar de nuestras miserias. Nos acepta como somos, como hemos llegado del camino, como nos ha dejado la vida: maltratados, heridos, desconfiados. Su amor y su compasión son capaces de rehacernos y de devolvernos dignidad. Será éste un día especial para sentir su protección y cuidados. También, en esta oración, junto con Jesús, será ocasión para mirar nuestras relaciones con los demás y nuestra capacidad para abrirnos y comprometernos con los demás. ¿Cómo y con quién comparto el regalo de la vida? ¿Con quiénes convivo y cómo me relaciono? ¿Hay alguien cercano a mí que se siente solo y no me he dado cuenta? ¿Tengo un corazón misericordioso? Hoy nos dejamos amar por Jesús y abrimos nuestro corazón a los hermanos.

Señor Jesús, mira con amor a los que vagamos como ovejas sin pastor, haznos sentir tus cuidados amoroso, y toca nuestra mente y nuestros ojos para que nos compadezcamos y abramos nuestro corazón a los hermanos. Amén


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Otra política es posible por  Felipe Arizmendi Esquivel obispo de San Cristóbal de Las Casas. San Cristóbal de las Casas,16 de julio de 2015 (ZENIT.org)


 

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Ante la proximidad de las elecciones en Chiapas para presidentes municipales y diputados locales, el próximo domingo 19 de julio, se han suscitado eventos preocupantes:

En Trinitaria, camiones de volteo y de carga impedían el paso de trailers y de otros vehículos que llevaban regalos a comunidades con el interés de obtener el voto para un partido, y los responsables inmediatos de esos repartos quemaron varios vehículos y golpearon a personas, para liberar el paso, hacer llegar sus obsequios a tiempo y, así, asegurar el triunfo. No intentan convencer con propuestas de gobierno, sino comprar con regalos la benevolencia de los ciudadanos. ¿Eso es política? ¿Eso es construcción de democracia?

En Tila y Petalcingo, dos partidos se pelean la hegemonía, no con argumentos y plataformas, sino con piedras, palos y armas. La obsesión por el poder ciega las mentes y endurece los corazones. Se han hecho peregrinaciones para pedir por la paz, pero los intereses de grupos y familias parecen no reparar en métodos para obtener su intento.

Varios candidatos se han acercado a dialogar conmigo. Platicamos sobre sus propuestas, les comparto mis puntos de vista y les planteo las necesidades más apremiantes que percibo en la comunidad. Todo muy bien hasta allí. Pero no faltan algunos de sus colaboradores que intentan sacarnos fotos, no por un recuerdo desinteresado, sino para usar esas imágenes como atractivos electorales. Siempre me he negado a ello, pero hay quienes no lo comprenden.

Algunos responsables de pequeñas ermitas, sin consentimiento del párroco, dirigen escritos a los candidatos para solicitarles alguna ayuda para la comunidad creyente, ofreciéndoles a cambio su voto. Y no faltan candidatos que por su cuenta llegan a ofrecerles algún apoyo, siempre con la intención no disimulada de lograr que voten por ellos. Incluso llegan a usar atrios y plazuelas para mítines partidistas, sin permiso nuestro. No se los daríamos.

Hay un partido formado básicamente por protestantes, que obtuvo su registro en las pasadas elecciones federales, con muy buenas intenciones, pero que pareciera fincar su fortaleza en que muchos pastores presionen a sus fieles a votar por sus candidatos. Esto no está permitido por la ley de asociaciones religiosas y culto público. Los ministros de culto no podemos ni debemos hacer propaganda a favor ni en contra de candidatos y partidos, pues la fe no está atada a un partido.

PENSAR

El Papa Francisco escribió: “¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una apertura a la trascendencia, podría formarse una nueva mentalidad política y económica, que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social” (EG 205).

E hizo suya la afirmación del episcopado norteamericano: “El ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral” (EG 220).

ACTUAR

Es posible hacer otra política, con candidatos que no busquen el poder con regalos y violencia, sino con una actitud permanente de servir, aunque no salgan victoriosos en esta contienda electoral; con ciudadanos responsables, participativos y críticos al votar, y con nuestra oración.


Publicado por verdenaranja @ 23:10  | Hablan los obispos
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Martes, 21 de julio de 2015

Texto completo del discurso del Papa a los jóvenes en Costanera. Ciudad del Vaticano,13 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Queridos jóvenes, buenas tardes:

Después de haber leído el Evangelio, Orlando se acercó a saludarme y me dijo te pido que reces por la libertad de cada uno de nosotros, de todos. Es la bendición que pidió Orlando para cada uno de nosotros. Es la bendición que pedimos ahora todos juntos. La libertad, porque la libertad es un regalo que nos da Dios, pero hay que saber recibirlo, hay que saber tener el corazón libre, porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón. Y no dejan que el corazón sea libre. La explotación, la falta de medios para sobrevivir, la drogadicción, la tristeza, todas esas cosas nos quitan la libertad. Así que todos juntos, agradeciéndole a Orlando que haya pedido esta bendición, tener un corazón libre, un corazón que pueda decir lo que piensa, que pueda decir lo que siente y que pueda hacer lo que piensa y lo que siente. Ese es un corazón libre. Y eso es lo que vamos a pedir todos juntos. Esa bendición que Orlando pidió para todos.

Repitan conmigo.

Señor Jesús, dame un corazón libre, que no sea esclavo de todas las trampas del mundo, que no sea esclavo de la comodidad, del engaño, que no sea esclavo de la buena vida, que no sea esclavo de los vicios, que no sea esclavo de una falsa libertad que es hacer lo que me gusta en cada momento.

Gracias Orlando por hacernos caer en la cuenta de que tenemos que pedir un corazón libre, pídanlo todos los días.

Y hemos escuchado dos testimonios. El de Liz y el de Manuel. Liz nos enseña una cosa, así como Orlando nos enseñó a rezar para tener un corazón libre, Liz con su vida nos enseña que no hay que ser como Poncio Pilato, lavarse las manos. Liz podía haber tranquilamente puesto a su mamá en un asilo, a su abuela en otro asilo y vivir su vida de joven divirtiéndose, estudiando lo que quería y Liz dijo no. La abuela, la mamá. Y Liz se convirtió en sierva, en servidora, y si quieren más fuerte todavía, en sirvienta de la mamá y de la abuela, y lo hizo con cariño.

Hasta tal punto, decía ella, que hasta se cambiaron los roles, y ella terminó siendo la mamá de su mamá, en el modo en cómo la cuidaba, su mamá con esa enfermedad tan cruel que confunde las cosas. Y ella quemó su vida hasta ahora, los 25 años, sirviendo a su mamá y a su abuela. ¿Sola? No, Liz no estaba sola. Ella dijo dos cosas que nos tienen que ayudar. Habló de un ángel, de una tía, que fue como un ángel. Y habló del encuentro con los amigos los fines de semana, con la comunidad juvenil de evangelización, con el grupo juvenil que alimentaba su fe. Y esos dos ángeles, esa tía que la custodiaba y ese grupo juvenil le daban más fuerza para seguir adelante. Y eso se llama solidaridad. ¿Cómo se llama? Cuando nos hacemos cargo del problema de otro. Y ella encontró allí un remanso para su corazón, cansado, pero hay algo que se nos escapa. Ella no dijo, ‘bueno, hago esto y nada más’. Estudió y es enfermera. Y haciendo todo eso, la ayuda, la solidaridad que recibió de ustedes, del grupo de ustedes, que recibió de esta tía que era como un ángel, la ayudó a seguir adelante. Y hoy a los 25 años, tiene la gracia que Orlando nos hacía pedir. Tiene un corazón libre.

Liz cumple el cuarto mandamiento, honrarás a tu padre y a tu madre. Liz muestra su vida, la quema en el servicio a su madre. Es un grado altísimo de solidaridad. Es un grado de amor. Un testimonio. Padre, ¿entonces se puede amar? Ahí tienen a alguien que nos enseña a amar.

Primero libertad, corazón libre. Entonces, todos juntos, primero corazón libre. Segundo, solidaridad para acompañar. Solidaridad. Eso es lo que nos enseña este segundo testimonio.

Y a Manuel no le regalaron la vida. Manuel no es un nene bien. No es un nene, no fue un nene, no es un chico, no es un muchacho a quien la vida le fue fácil. Dijo palabras duras. Fui explotado. Fui maltratado. A riesgo de caer en las adiciones. Estuve solo. Explotación, maltrato y soledad. Y en vez de salir a hacer maldades, en vez de salir a robar, se fue a trabajar. En vez de salir a vengarse de la vida, miró adelante.  

Manuel usó un frase linda. Pude salir adelante porque en las situaciones que yo estaba era difícil hablar de futuro. ¿Cuántos jóvenes, ustedes hoy, tienen la posibilidad de estudiar, de sentarse a la mesa con la familia todos los días, tienen la posibilidad de que no le falte lo esencia? ¿Cuántos de ustedes tienen eso? Todos juntos, los que tiene eso, digan ‘Gracias Señor’. Gracias porque acá tuvimos un testimonio de un muchacho que desde chico supo lo que era el dolor, la tristeza, que fue explotado, maltratado, que no tenía que comer y que estaba solo. Señor, salva a esos chicos y chicas que están en esa situación. Y para nosotros Señor, gracias, gracias Señor. Todos. Gracias Señor.

Libertad de corazón, ¿se acuerdan? Libertad de corazón, lo que nos decía Orlando. Servicio, solidaridad, lo que nos decía Liz. Esperanza, trabajo, luchar por la vida. Salir adelante, lo que nos decía Manuel. Como ven la vida no es fácil para muchos jóvenes y esto quiero que lo entiendan, quiero que se lo metan en la cabeza. Si a mí la vida me es relativamente fácil, hay otros chicos y chicas que no les es relativamente fácil. Más aún que la desesperación los empuja a la delincuencia, los empuja al delito, los empuja a colaborar con la corrupción. A esos chicos, a esas chicas les tenemos que decir que nosotros les estamos cerca, que queremos darles una mano, que queremos ayudarles con solidaridad, con amor, con esperanza.

Hubo dos frases que dijeron los dos que hablaron. Liz y Manuel. Dos frases son lindas, escúchenlas. Liz dijo que empezó a conocer a Jesús, conocer a Jesús. Y eso es abrir la puerta a la esperanza. Y Manuel dijo ‘conocí a Dios, mi fortaleza’. Conocer a Dios es fortaleza. Conocer a Dios, acercarse a Jesús es esperanza y fortaleza.

Y eso es lo que necesitamos de los jóvenes hoy. Jóvenes con esperanza y jóvenes con fortaleza. No queremos jóvenes debiluchos, jóvenes que están ahí no más, ni sí ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes, jóvenes con esperanza y con fortaleza. ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios. Porque tienen un corazón libre. Corazón libre, repitan. Solidaridad. Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios mi fortaleza. Un joven que vive así, ¿tiene la cara aburrida? ¿Tiene el corazón triste? Ese es el camino.

Pero para eso hace falta sacrificio. Hace falta andar contracorriente. Las bienaventuranzas que leímos hace un rato son el plan de Jesús para nosotros. El plan, ese plan contracorriente. Jesús les dice: ‘felices los que tienen alma de pobre’, no dice felices los ricos, los que acumulan plata. No, los que tienen el alma de pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo que es un pobre. Jesús no dice felices los que la pasan bien, sino que dice felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demás. Y así yo les recomiendo que lean después en casa las bienaventuranzas, que están en el capítulo quinto de San Mateo. ¿En qué capítulo están? ¿De qué evangelio? Léanla y medítenla que le va a hacer bien.

Yo te agradezco Liz, que andas por aquí supongo, estás allá, te agradezco Manuel ¿por dónde andas metido? Y te agradezco Orlando.

Corazón libre es lo que les deseo. Y me tengo que ir. El otro día, el otro día, un cura en broma me dijo: ‘sí, usted siga aconsejando a los jóvenes que hagan lío, siga, siga, pero después los líos que hacen los jóvenes los tenemos que arreglar nosotros’. Hagan lío, pero también ayuden a arreglar y a organizar el lío que hacen. ¿Eh? Las dos cosas. Hagan lío y organícenlo bien.   Un lío que nos dé un corazón libre, un lío que nos dé solidaridad, un lío que nos dé esperanza, un lío que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios, a quien conocí, es mi fortaleza. Ese es el lío que hagan.

Como sabía las preguntas porque me las habían pasado antes, había escrito un discurso para ustedes, para dárselo. Pero los discurso son aburridos, así que se los dejo al señor obispo, encargado de la juventud para que lo publique.

Y ahora, antes de irme, les pido, primero que sigan rezando por mí. Segundo que sigan haciendo lío. Tercero, que ayuden a organizar el lío que hacen para que no destruya nada. Y todos juntos ahora en silencio vamos a elevar el corazón a Dios cada uno.

Señor Jesús, cada uno desde su corazón, en voz baja, repita las palabras. Señor Jesús te doy gracias por estar aquí, te doy gracias porque me diste hermanos como Liz, Manuel y Orlando. Te doy gracias porque nos diste muchos hermanos que son como ellos, que te encontraron Jesús, que te conocen Jesús, que saben que vos sos, su Dios, sos su fortaleza. Jesús te pido por los chicos y chicas que no saben que vos sos su fortaleza y que tienen miedo de vivir, miedo de ser felices, tienen miedo de soñar. Jesús, enséñanos a soñar. A soñar cosas grandes, cosas lindas, cosas que aunque parezcan cotidianas son cosas que engrandecen el corazón. Señor Jesús, danos fortaleza, danos un corazón libre. Danos esperanza, danos amor. Y enséñanos a servir. Amén.

Ahora les voy a dar la bendición y les pido por favor, que recen por mí y que recen por tantos chicos y chicas que no tienen la gracia que tienen ustedes de haber conocido a Jesús que les da esperanza, les da un corazón libre y los hace fuertes.

Que los bendiga Dios Todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.



Texto transcrito por ZENIT 


Publicado por verdenaranja @ 21:40  | Habla el Papa
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El papa Francisco celebró este domingo la Santa Misa en el campo de gran Ñu Guazú, una base aérea militar en Asunción. Texto completo de la homilía. Ciudad del Vaticano,12 de julio de 2015 (ZENIT.org)

«El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto», así dice el Salmo (84,13). Esto estamos invitados a celebrar, esa misteriosa comunión entre Dios y su Pueblo, entre Dios y nosotros. La lluvia es signo de su presencia en la tierra trabajada por nuestras manos. Una comunión que siempre da fruto, que siempre da vida. Esta confianza brota de la fe, saber que contamos con su gracia, que siempre transformará y regará nuestra tierra.

Una confianza que se aprende, que se educa. Una confianza que se va gestando en el seno de una comunidad, en la vida de una familia. Una confianza que se vuelve testimonio en los rostros de tantos que nos estimulan a seguir a Jesús, a ser discípulos de Aquel que no decepciona jamás. El discípulo se siente invitado a confiar, se siente invitado por Jesús a ser amigo, a compartir su suerte, a compartir su vida. «A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos porque les di a conocer todo lo que sabía de mi Padre» (Jn 15,15). Los discípulos son aquellos que aprenden a vivir en la confianza de la amistad de Jesús.

Y el Evangelio nos habla de este discipulado. Nos presenta la cédula de identidad del cristiano. Su carta de presentación, su credencial.

Jesús llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras y precisas. Los desafía con una serie de actitudes, comportamientos que deben tener. Y no son pocas las veces que nos pueden parecer exageradas o absurdas; actitudes que sería más fácil leerlas simbólicamente o «espiritualmente». Pero Jesús es bien claro. No les dice: «Hagan como que» o «hagan lo que puedan».

Recordemos juntos esas recomendaciones: «No lleven para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero... permanezcan en la casa donde les den alojamiento» (cf. Mc 6,8-11). Parecería algo imposible.

Podríamos concentrarnos en las palabras: «pan», «dinero», «alforja», «bastón», «sandalias», «túnica». Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave, que podría pasar desapercibida frente a la contundencia de las que acabo de enumerar. Una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: hospitalidad. Jesús como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: «Permanezcan donde les den alojamiento». Los envía a aprender una de las características fundamentales de la comunidad creyente. Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar. Jesús, no los envía como poderosos, como dueños, jefes, cargados de leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es simplemente transformar el corazón, el suyo y ayudar a transformar el de los demás. Aprender a vivir de otra manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar.

Son dos las lógicas que están en juego, dos maneras de afrontar la vida y de afrontar la misión.

Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuantas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos los dice muy claramente: en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar.

La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia como la quería Jesús es la casa de la hospitalidad. Cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido. Para eso, hay que tener las puertas abiertas. Sobre todo las puertas del corazón.

Hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso (cf. Mt 25,34-37) con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido, y a veces por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo es.

Tantas veces nos olvidamos que hay un mal que precede a nuestros pecados, que viene antes. Hay una raíz que causa tanto pero tanto daño, y que destruye silenciosamente tantas vidas. Hay un mal, que poco a poco, va haciendo nido en nuestro corazón y «comiendo» nuestra vitalidad: la soledad. Soledad que puede tener muchas causas, muchos motivos. Cuánto destruye la vida y cuánto mal nos hace. Nos va apartando de los demás, de Dios, de la comunidad. Nos va encerrando en nosotros mismos. De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta madre, no sea principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender la fraternidad con los demás. Es la fraternidad acogedora el mejor testimonio que Dios es Padre, porque «de esto sabrán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Jn 13,35).

De esta manera Jesús, nos abre a una nueva lógica. Un horizonte lleno de vida, de belleza, de verdad, de plenitud.

Dios nunca cierra horizontes, Dios nunca es pasivo a la vida, nunca es pasivo al sufrimiento de sus hijos. Dios nunca se deja ganar en generosidad. Por eso nos envía a su Hijo, lo dona, lo entrega, lo comparte; para que aprendamos el camino de la fraternidad, el camino del don. Es definitivamente un nuevo horizonte, es una nueva Palabra para tantas situaciones de exclusión, disgregación, encierro, aislamiento. Es una Palabra que rompe el silencio de la soledad.

Y cuando estemos cansados o se nos haga pesada la tarea de evangelizar es bueno recordar que la vida que Jesús nos propone, responde a necesidades más hondas de la persona, porque todos hemos sido creados para la amistad con Jesús y para el amor fraterno (cf. Evangelii gaudium 265).

Hay algo que es cierto, no podemos obligar a nadie a recibirnos, a hospedarnos; es cierto y es parte de nuestra pobreza y de nuestra libertad. Pero también es cierto que nadie puede obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro Pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos y abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente la vida de los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir. Qué lindo es imaginarnos nuestras parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no con las puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con Dios, como lugares de hospitalidad y de acogida.

La Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar, como María, que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó.

Alojar como la tierra que no domina la semilla, sino que la recibe, la nutre y la germina.

Así queremos ser los cristianos, así queremos vivir la fe en este suelo paraguayo, como María, alojando la vida de Dios en nuestros hermanos con la confianza, con la certeza que: «El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto». Que así sea. 

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

© Copyright - Libreria Editrice Vaticana


Publicado por verdenaranja @ 21:37  | Habla el Papa
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Texto completo del discurso del Santo Padre en Bañado Norte. Ciudad del Vaticano,12 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Con gran alegría he querido visitarlos esta mañana. No podía estar en Paraguay sin estar con ustedes, sin estar en su tierra.

Nos encontramos aquí en esta Parroquia llamada Sagrada Familia y les confieso que desde que comencé a pensar en esta visita, desde que comencé a caminar desde  Roma hacia acá, venía pensando en la Sagrada Familia. Y cuando pensaba en ustedes me recordaba a la Sagrada Familia. Ver sus rostros, sus hijos, sus abuelos. Escuchar sus historias y todo lo que han realizado para estar aquí, todo lo que pelean para una vida digna, un techo. Todo lo que hacen para superar la inclemencia del tiempo, las inundaciones de estas últimas semanas, me trae al recuerdo, todo esto, a la pequeña familia de Belén. Una lucha que no les ha robado la sonrisa, la alegría, la esperanza. Una pelea que no les ha sacado la solidaridad, por el contrario, la ha estimulado, la ha hecho crecer.

Me quiero detener con José y María en Belén. Ellos tuvieron que dejar su lugar, los suyos, sus amigos. Tuvieron que dejar lo propio e ir a otra tierra. Una tierra en la que no conocían a nadie, no tenían casa, no tenían familia. En ese momento, esa joven pareja tuvo a Jesús. En ese contexto, en una cueva preparada, esa joven pareja nos regaló a Jesús. Estaban solos, en tierra extraña, ellos tres. De repente, comenzaron a aparecer, gente, pastores. Personas igual que ellos que tuvieron que dejar lo propio en función de conseguir mejores oportunidades familiares. Vivían en función de las inclemencias del tiempo y de «otro tipo».

Cuando se enteraron del nacimiento de Jesús, se acercaron, se hicieron prójimos, se hicieron vecinos. Se volvieron de pronto la familia de María y José. La familia de Jesús.

Eso es lo que sucede cuando aparece Jesús en nuestra vida. Eso es lo que despierta la fe. La fe nos hace prójimos, nos hace próximos a la vida de los demás. La fe despierta nuestro compromiso, nuestra solidaridad. Una virtud humana y cristiana que ustedes tienen, que muchos muchos, tienen y que tenemos que aprender.  El nacimiento de Jesús, despierta nuestra vida. Una fe que no se hace solidaridad, es una fe muerta o una fe mentirosa. Yo soy muy católica, muy católico, voy a misa todos los domingo. Pero dígame, señor, señora, ¿qué pasa en los Bañados? No, no. No sé. Sé que hay gente ahí pero no sé. Por más misa de los domingo, si no tienes el corazón solidario, si no sabes lo que pasa en tu pueblo, tu fe es muy débil, o está enferma o está muerta. Es una fe sin Cristo,la fe sin solidaridad, una fe sin Dios, una fe sin hermanos. Entonces, viene ese dicho que espero recordarlo bien, pero que pinta este problema de una fe sin solidaridad, “Un Dios sin pueblo, un pueblo sin hermanos, un pueblo sin Jesús”. Esa es la fe sin solidaridad y Dios se metió en medio del pueblo, que Él eligió, para acompañarlo y le mandó su Hijo a ese pueblo para salvarlo, para ayudarlo. Dios se hizo solidario con ese pueblo y Jesús no tuvo ningún problema de bajar, humillarse, abajarse hasta morir por cada uno de nosotros, por esa solidaridad hermana, por esa solidaridad que nace del amor que tenía su Padre y del amor que tenía Él por cada uno de nosotros. Acuérdense cuando una fe no es solidaria, o está enferma o está muerta. 

El primero en ser solidario fue el Señor, que eligió vivir entre nosotros, que eligió vivir en medio nuestro. Yo vengo aquí como esos pastores que fueron a Belén. Me quiero hacer prójimo. Quiero bendecir su fe, quiero bendecir sus manos, quiero bendecir su comunidad. Vine a dar gracias con ustedes, porque la fe se ha hecho esperanza y es esperanza que estimula el amor. La fe que despierta Jesús es una fe con capacidad de soñar futuro y de luchar por eso en el presente. Precisamente por eso los quiero estimular a seguir siendo misioneros, a seguir contagiando esa fe por estas calles, por estos pasillos. Esta fe que nos hace solidarios entre nosotros, con nuestro hermano mayor Jesús, y nuestra madre la Virgen. Haciéndose próximos especialmente de los más jóvenes y de los ancianos. Soporte de las jóvenes familias, y de todos aquellos que estén pasando por momentos de dificultad.

Quizá el mensaje más fuerte que ustedes puedan dar hacia fuera, es esa fe solidaria. El diablo quiere que se peleen entre ustedes, porque así dividen y les derrota y les roba la fe. Solidaridad de hermanos para defender la fe, solidaridad de hermanos para defender la fe. Y además que esa fe solidaria sea mensaje para toda la ciudad.

Quiero rezar por sus familias y rezar a la Sagrada Familia, para que su modelo, su testimonio siga siendo luz en el camino, estímulo en los momentos difíciles y que nos dé la gracia de un regalo, lo pedimos juntos, todos, que la Sagrada Familia nos regale ‘pastores’, nos regale curas, obispos, capaces de acompañar, de sostener y estimular la vida de sus familias. Capaces de hacer crecer esa fe solidaria...

Los invito a rezarles juntos y les pido que no se olviden de rezar por mí. Recemos juntos una oración a nuestro padre, que nos hace hermanos, nos mandó a nuestro hermano, su Hijo Jesús y nos dio una Madre que nos acompañara.


Publicado por verdenaranja @ 21:34  | Habla el Papa
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El papa Francisco se reunió el sábado 12 de julio por la tarde con una amplia representación de la sociedad civil paraguaya en un encuentro celebrado en el estadio León Condou del colegio San José, en Asunción. Ciudad del Vaticano,12 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Queridos amigos, buenas tardes:

Yo escribí esto en base a las preguntas que me llegaron, que no son todas las que hicieron ustedes, así que lo que falta lo iré completando en la medida que voy hablando. De tal manera que, en la medida que yo pueda,  logre dar mi opinión sobre las reflexiones de ustedes. 

Y estoy contento de estar con ustedes, representantes de la sociedad civil, para compartir esos sueños, ilusiones, en un futuro mejor y problemas. Agradezco a Mons. Adalberto Martínez Flores, Secretario de la Conferencia Episcopal del Paraguay, esas palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos. Y agradezco a las seis personas que han hablado, cada una de ellas presentando un aspecto de su reflexión.

Verlos a todos, cada uno proveniente de un sector, de una organización, de esta sociedad paraguaya, con sus alegrías, preocupaciones, luchas y búsquedas, me lleva a hacer una acción de gracias a Dios. O sea, parece que Paraguay no está muerto, gracias a Dios. Porque un pueblo que vive, un pueblo que no mantiene viva sus preocupaciones, un pueblo que vive en la inercia de la aceptación pasiva, es un pueblo muerto. Por el contrario, veo en ustedes la savia de una vida que corre y que quiere germinar. Y eso siempre Dios lo bendice. Dios siempre está a favor de todo lo que ayude a levantar, mejorar, la vida de sus hijos. Hay cosas que están mal, sí. Hay situaciones injustas, sí. Pero verlos y sentirlos me ayuda a renovar la esperanza en el Señor que sigue actuando en medio de su gente. Ustedes vienen desde distintas miradas, distintas situaciones y búsquedas, todos juntos forman la cultura paraguaya. Todos son necesarios en la búsqueda del bien común. «En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas iniquidades y cada vez más las personas son descartables» (Laudato si’ 158) verlos a ustedes aquí es un regalo. Es un regalo porque en las personas que han hablado vi la voluntad por el bien de la patria. 

1. Con relación a la primera pregunta, me gustó escuchar en boca de un joven la preocupación por hacer que la sociedad sea un ámbito de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos. La juventud es tiempo de grandes ideales. A mí me viene decir muchas veces que me da tristeza ver un joven jubilado. Qué importante es que ustedes los jóvenes – y ¡vaya que hay jóvenes acá en Paraguay!–, que ustedes los jóvenes vayan intuyendo que la verdadera felicidad pasa por la lucha de un país fraterno. Y es bueno que ustedes los jóvenes vean que felicidad y placer no son sinónimos. Una cosa es la felicidad y el gozo… y otra cosa es un placer pasajero. La felicidad construye, es sólida, edifica. La felicidad exige compromiso y entrega. Son muy valiosos para andar por la vida como anestesiados. Paraguay tiene abundante población joven y es una gran riqueza. Por eso, pienso que lo primero que se ha de hacer es evitar que esa fuerza se apague, que esa luz que hay en sus corazones desaparezca, y contrarrestar la creciente mentalidad que considera inútil y absurdo aspirar a cosas que valen la pena: “No, que no te metás, no, eso no se arregla más”. Esa mentalidad, en cambio, que pretende ir más adelante es considerada como absurda. A jugársela por algo, a jugársela por alguien. Esa es la vocación de la juventud y no tengan miedo de dejar todo en la cancha. Jueguen limpio, jueguen con todo. No tengan miedo de entregar lo mejor de sí. No busquen el arreglo previo para evitar el cansancio, la lucha. No coiméen al réferi. 

Eso sí, esta lucha no lo hagan solos. Busquen charlar, aprovechen a escuchar la vida, las historias, los cuentos de sus mayores y de sus abuelos, que hay sabiduría allí. Pierdan mucho tiempo en escuchar todo lo bueno que tienen para enseñarles. Ellos son los custodios de ese patrimonio espiritual de fe y valores que definen a un pueblo y alumbran el camino. Encuentren también consuelo en la fuerza de la oración, en Jesús. En su presencia cotidiana y constante. Él no defrauda. Jesús invita a través de la memoria de su pueblo. Es el secreto para que su corazón – el de ustedes– se mantenga siempre alegre en la búsqueda de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos. Esto puede ser un peligro: “Sí, sí, yo quiero fraternidad, justicia, paz, dignidad”, pero puede convertirse en un nominalismo: ¡pura palabra! ¡No! La fraternidad, la justicia, la paz y la dignidad son concretas, sino no sirven. ¡Son de todos los días! ¡Se hacen todos los días! Entonces, yo te pregunto a vos, joven: “¿Cómo esos ideales los amasás, día a día, en lo concreto? Aunque te equivoques, ¿te corregís y volvés a andar?”. Pero lo concreto. 

Yo les confieso que a veces a mí me da un poquito de alergia, o para no decirlo así en términos tan finos, un poquito de “moquillo”, el escuchar discursos grandilocuentes con todas estas palabras y, cuando uno conoce la persona que habla, dice: “Qué mentiroso que sos”. Por eso, palabras solas no sirven. Si vos decís una palabra comprometéte con esa palabra, amasá día a día, día a día. ¡Sacrificáte por eso! ¡Comprometéte! 

Me gustó la poesía de Carlos Miguel Giménez, que Mons. Adalberto ha citado. Creo que resume muy bien lo que he querido decirles: «[Sueño] un paraíso sin guerra entre hermanos, rico en hombres sanos de alma y corazón… y un Dios que bendice su nueva ascensión». Sí, es un sueño. Y hay dos garantías: que el sueño se despierte y sea realidad de todos los días, y que Dios sea reconocido como la garantía de la dignidad nuestra como hombres. 

2. La segunda pregunta se refirió al diálogo como medio para forjar un proyecto de nación que incluya a todos. El diálogo no es fácil. También está el “diálogo-teatro”, es decir, representemos al diálogo, juguemos al diálogo, y después hablamos entre nosotros dos, entre nosotros dos, y aquello quedó borrado. El diálogo es sobre la mesa, claro . Si vos, en el diálogo, no decís realmente lo que sentís, lo que pensás, y no te comprometés a escuchar al otro, ir ajustando lo que vas pensando vos y conversando, el diálogo no sirve, es una pinturita. Ahora, también es verdad que el diálogo no es fácil, hay que superar muchas las dificultades y, a veces, parece que nosotros nos empecinamos en hacer las cosas más difíciles todavía. Para que haya diálogo es necesaria una base fundamental, una identidad. Cierto, por ejemplo, yo pienso en el diálogo nuestro, el diálogo interreligioso, donde representantes de las diversas religiones hablamos. Nos reunimos, a veces, para hablar… y los puntos de vista, pero cada uno habla desde su identidad: “Yo soy budista, yo soy evangélico, yo soy ortodoxo, yo soy católico”. Cada uno dice, pero su identidad. No negocia su identidad. O sea, para que haya diálogo es necesaria esa base fundamental. ¿Y cuál es la identidad en un país? –estamos hablando del diálogo social acá–. El amor a la patria. La patria primero, después mi negocio. ¡La patria primero! Esa es la identidad. Entonces, yo, desde esa identidad, voy a dialogar. Si yo voy a dialogar sin esa identidad el diálogo no sirve. Además, el diálogo presupone y nos exige buscar esa cultura del encuentro. Es decir, un encuentro que sabe reconocer que la diversidad no solo es buena, es necesaria. La uniformidad nos anula, nos hace autómatas. La riqueza de la vida está en la diversidad. Por lo que el punto de partida no puede ser: “Voy a dialogar pero aquel está equivocado”. No, no, no podemos presumir que el otro está equivocado. Yo voy con lo mío y voy a escuchar qué dice el otro, en qué me enriquece el otro, en qué el otro me hace caer en la cuenta que yo estoy equivocado, y en qué cosas le puedo dar yo al otro. Es un ida y vuelta, ida y vuelta, pero con el corazón abierto. Con presunciones de que el otro está equivocado, mejor irse a casa y no intentar un diálogo, ¿no es cierto? El diálogo es para el bien común, y el bien común se busca, desde nuestra diferencias, dándole posibilidad siempre a nuevas alternativas. Es decir, busca algo nuevo. Siempre, cuando hay verdadero diálogo, se termina –permítanme la palabra pero la digo noblemente– en un acuerdo nuevo, donde todos nos pusimos de acuerdo en algo. ¿Hay diferencias? Quedan a un costado, en la reserva. Pero en ese punto en que nos pusimos de acuerdo o en esos puntos en que nos pusimos de acuerdo, nos comprometemos y los defendemos. Es un paso adelante. Esa es la cultura del encuentro. Dialogar no es negociar. Negociar es procurar sacar la propia tajada. A ver cómo saco la mía. No, no dialogues, no pierdas tiempo. Si vas con esa intención no pierdas tiempo. Es buscar el bien común para todos. Discutir juntos, pensar una mejor solución para todos. Muchas veces esta cultura del encuentro se ve envuelta en el conflicto. Es decir.. Vimos un ballet precioso recién. Todo estaba coordinado y una orquesta que era una verdadera sinfonía de acordes. Todo estaba perfecto. Todo andaba bien. Pero en el diálogo no siempre es así, no todo es un ballet perfecto o una orquesta coordinada. En el diálogo se da el conflicto. Y es lógico y esperable. Porque si yo pienso de una manera y vos de otra, y vamos andando, se va a crear un conflicto. ¡No le tenemos que temer! No tenemos que ignorar el conflicto. Por el contrario, somos invitados a asumir el conflicto. Si no asumimos el conflicto – “No, es un dolor de cabeza, que vaya con su idea a su casa, yo me quedo con la mía”- no podemos dialogar nunca. Esto significa: «Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en un eslabón de un nuevo proceso» (Evangelii gaudium 227). Vamos a dialogar, hay conflicto, lo asumo, lo resuelvo y es un eslabón de un nuevo proceso. Es un principio que nos tiene que ayudar mucho. «La unidad es superior al conflicto» (ibíd. 228) El conflicto existe: hay que asumirlo, hay que procurar resolverlo hasta donde se pueda, pero con miras a lograr una unidad que no es uniformidad, sino que es unidad en la diversidad. Una unidad que no rompe las diferencias, sino que las vive en comunión por medio de la solidaridad y la comprensión. Al tratar de entender las razones del otro, al tratar de escuchar su experiencia, sus anhelos, podemos ver que en gran parte son aspiraciones comunes. Y esta es la base del encuentro: todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre, de un Padre celestial, y cada uno con su cultura, su lengua, sus tradiciones, tiene mucho que aportar a la comunidad. Ahora, “¿yo estoy dispuesto a recibir eso?”. Si estoy dispuesto a recibir, y a dialogar con eso, entonces sí me siento a dialogar; si no estoy dispuesto, mejor no perder el tiempo. Las verdaderas culturas nunca están cerradas en sí mismas –mueren, si se cierran en sí mismas mueren–, sino que están llamadas a encontrarse con otras culturas y crear nuevas realidades. Cuando estudiamos historia encontramos culturas milenarias que ya no están más. Han muerto. Por muchas razones. Pero una de ellas es haberse cerrado en sí mismas. Sin este presupuesto esencial, sin esta base de hermandad será muy difícil arribar al diálogo. Si alguien considera que hay personas, culturas, situaciones de segunda, tercera o de cuarta... algo, seguro, saldrá mal, porque simplemente carece de lo mínimo, que es el reconocimiento de la dignidad del otro. Que no hay persona de primera, de segunda, de tercera, de cuarta: son de la misma línea. 

3. Y esto me da pie para responder a la inquietud manifestada en la tercera pregunta: acoger el clamor de los pobres para construir una sociedad más inclusiva. Es curioso: el egoísta se excluye. Nosotros queremos incluir. Acuérdense de la parábola del hijo pródigo, ese hijo que le pidió la herencia al padre, se llevó toda la plata, la malgastó en la buena vida y, al cabo de un largo tiempo que había perdido todo –porque le dolía el estómago de hambre–, se acordó de su padre. Y su padre lo esperaba. Es la figura de Dios, que siempre nos espera. Y, cuando lo ve venir, lo abraza y hace fiesta. En cambio, el otro hijo, el que había estado en la casa, se enoja y se autoexcluye: “Yo con esta gente no me junto, yo me porté bien, yo tengo una gran cultura, estudié en tal o tal universidad, tengo esta familia y esta alcurnia. Así que con éstos no me mezclo”. No excluir a nadie, pero no autoexcluirse, porque todos necesitamos de todos. También un aspecto fundamental para promover a los pobres está en el modo en que los vemos. No sirve una mirada ideológica, que termina usando a los pobres al servicio de otros intereses políticos y personales (cf. Evangelii gaudium 199). Las ideologías terminan mal, no sirven. Las ideologías tienen una relación o incompleta o enferma o mala con el pueblo. Las ideologías no asumen al pueblo. Por eso, fíjense en el siglo pasado. ¿En qué terminaron las ideologías? En dictaduras, siempre, siempre. Piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo. O como decía aquel agudo crítico de la ideología, cuando le dijeron: “Sí, pero esta gente tiene buena voluntad y quiere hacer cosas por el pueblo”. –“Sí, sí, sí, todo por el pueblo, pero nada con el pueblo”. Estas son las ideologías.  Para buscar efectivamente su bien, lo primero es tener una verdadera preocupación por su persona –estoy hablando de los pobres-, valorarlos en su bondad propia. Pero, una valoración real exige estar dispuestos a aprender de los pobres, aprender de ellos. Los pobres tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en bondad, en sacrificio, en solidaridad. Los cristianos, además, tenemos además un motivo mayor para amar y servir a los pobres, porque en ellos tenemos el rostro, vemos el rostro y la carne de Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Los pobres son la carne de Cristo. A mí me gusta preguntarle a alguien, cuando confieso gente –ahora no tengo tantas oportunidades para confesar como tenía en mi diócesis anterior-, pero me gusta preguntarle: “¿Y usted ayuda a la gente?” –“Sí, sí, doy limosna”. –“Ah, y dígame, cuando da limosna, ¿le toca la mano al que da limosna o tira la moneda y hace así?”. Son actitudes. “Cuando usted da esa limosna, ¿lo mira a los ojos o mira para otro lado?”. Eso es despreciar al pobre. Son los pobres. Pensemos bien. Es uno como yo y, si está pasando un mal momento por miles razones –económicas, políticas, sociales o personales-, yo podría estar en ese lugar y podría estar deseando que alguien me ayude. Y además de desear que alguien me ayude, si estoy en ese lugar, tengo el derecho de ser respetado. Respetar al pobre. No usarlo como objeto para lavar nuestras culpas. Aprender de los pobres, con lo que dije, con las cosas que tienen, con los valores que tienen. Y los cristianos tenemos ese motivo, que son la carne de Jesús.

Ciertamente, es muy necesario para un país el crecimiento económico y la creación de riqueza, y que esta llegue a todos los ciudadanos sin que nadie quede excluido. Y eso es necesario. La creación de esta riqueza debe estar siempre en función del bien común, de todos, y no de unos pocos. Y en esto hay que ser muy claros. «La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro» (Evangelii gaudium 55). Las personas cuya vocación es ayudar al desarrollo económico tienen la tarea de velar para que éste siempre tenga rostro humano. El desarrollo económico tiene que tener rostro humano. ¡No, a la economía sin rostro! Y en sus manos está la posibilidad de ofrecer un trabajo a muchas personas y dar así una esperanza a tantas familias. Traer el pan a casa, ofrecer a los hijos un techo, ofrecer salud y educación, son aspectos esenciales de la dignidad humana, y los empresarios, los políticos, los economistas, deben dejarse interpelar por ellos. Les pido que no cedan a un modelo económico idolátrico que necesita sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y de la rentabilidad. En la economía, en la empresa, en la política, lo primero siempre es la persona y el habitat donde vive.

Con justa razón, Paraguay es conocido en el mundo por haber sido la tierra donde comenzaron las Reducciones, una de las experiencias de evangelización y organización social más interesantes de la historia. En ellas, el Evangelio fue alma y vida de comunidades donde no había hambre, no había desocupación ni analfabetismo ni opresión. Esta experiencia histórica nos enseña que una sociedad más humana también hoy es posible. Ustedes la vivieron en sus raíces acá. ¡Es posible! Cuando hay amor al hombre, y voluntad de servirlo, es posible crear las condiciones para que todos tengan acceso a los bienes necesarios, sin que nadie sea descartado. Buscar en cada caso las soluciones por el diálogo. 

En la cuarta pregunta, he respondido con esto de una economía toda en función de la persona y no en función del dinero. La señora, la empresaria, hablaba de la poca efectividad de ciertos caminos. Y mencionaba uno que yo había mencionado en la Evangelii gaudium, que es el populismo irresponsable, ¿no es cierto? Y parece que no dan efecto, ¿no? Y hay tantas teorías, ¿no? ¿Cómo hacerlo? Creo que con esto que digo de una economía con rostro humano está la inspiración para responder a esa pregunta.

En la quinta pregunta creo que la respuesta está dada a lo largo de lo que dije cuando hablé de las culturas. O sea, hay una cultura ilustrada, que es cultura y es buena y hay que respetarla, ¿cierto? Hoy, por ejemplo, en una parte del ballet, se tocó música de una cultura ilustrada y buena. Pero hay otra cultura, que tiene el mismo valor, que es la cultura de los pueblos, de los pueblos originarios, de las diversas etnias. Una cultura que me atrevería a llamarla –pero en el buen sentido– una cultura popular. Los pueblos tienen su cultura y hacen su cultura. Es importante ese trabajo por la cultura en el sentido más amplio de la palabra. No es cultura solamente haber estudiado o poder gozar de un concierto, o leer un libro interesante, sino también es cultura mil cosas. Hablaban del tejido de Ñandutí. Por ejemplo, eso es cultura. Y es cultura nacida del pueblo. Por poner un ejemplo, ¿cierto? Y hay dos cosas que, antes de terminar, quisiera referirme. Y en esto, como hay políticos aquí presentes, –incluso está el Presidente de la República–, lo digo fraternalmente, ¿no? Alguien me dijo: “Mire, “fulano de tal” está secuestrado por el ejército, ¡haga algo!”. Yo no digo si es verdad, si no es verdad, si es justo, si no es justo, pero uno de los métodos que tenían las ideologías dictatoriales del siglo pasado, a las que me referí hace un rato, era apartar a la gente, o con el exilio o con la prisión o, en el caso de los campos de exterminio, nazis o estalinistas, la apartaban con la muerte, ¿no? Para que haya una verdadera cultura en un pueblo, una cultura política y del bien común, rápido juicios claros, juicios nítidos. Y no sirve otro tipo de estratagema. La justicia nítida, clara. Eso nos va a ayudar a todos. Yo no sé si acá existe eso o no, lo digo con todo respeto. Me lo dijeron cuando entraba. Me lo dijeron acá. Y que pidiera por no sé quién. No oí bien el apellido. Y después está otra cosa que también por honestidad quiero decir: un método que no da libertad a las personas para asumir responsablemente su tarea de construcción de la sociedad, y es el chantaje. El chantaje siempre es corrupción: “Si vos hacés esto, te vamos a hacer esto, con lo cual te destruimos”. La corrupción es la polilla, es la gangrena de un pueblo. Por ejemplo, ningún político puede cumplir su rol, su trabajo, si está chantajeado por actitudes de corrupción: “Dame esto, dame este poder, dame esto o, si no, yo te voy a hacer esto o aquello”. Eso que se da en todos los pueblos del mundo, porque eso se da, si un pueblo quiere mantener su dignidad, tiene que desterrarlo. Estoy hablando de algo universal.

Y termino. Para mí es una gran alegría ver la cantidad y variedad de asociaciones que están comprometidas en la construcción de un Paraguay cada vez mejor y próspero, pero, si no dialogan, no sirve para nada. Si chantajean, no sirve para nada. Esta multitud de grupos y personas son como una sinfonía, cada uno con su peculiaridad y su riqueza propia, pero buscando la armonía final, la armonía, y eso es lo que cuenta. Y no le tengan miedo al conflicto, pero háblenlo y busquen caminos de solución.

Amen a su patria, a sus conciudadanos y, sobre todo, amen a los más pobres. Así serán ante el mundo un testimonio de que otro modelo de desarrollo es posible. Estoy convencido, por la propia historia de ustedes, de que tienen la fuerza más grande que existe: su humanidad, su fe, su amor. Ese ser del pueblo paraguayo que lo distingue tan ricamente entre las naciones del mundo.

Y pido a la Virgen de Caacupé, nuestra Madre, que los cuide, que los proteja, que los aliente en sus esfuerzos. Que Dios los bendiga y recen por mí. Gracias.

Después del canto:

Un consejo, como despedida, antes de la bendición: Lo peor que les puede pasar a cada uno de ustedes cuando salgan de aquí es pensar: “Qué bien lo que le dijo el Papa a fulano, a sultano, a aquél otro”. Si alguno de ustedes acepta pensar así –porque el pensamiento suele venir, a mí también me viene a veces–, pero hay que rechazarlo: “¿El Papa a quién le dijo eso?” –“A mí”. Cada uno, quien sea: “A mí”. Y los invito a rezar a nuestro Padre común, todos juntos, cada uno en su lengua:

Padre nuestro...

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Texto completo del Santo Padre en las vísperas en la Catedral de Asunción.  El Santo Padre concluyó su segunda jornada en Paraguay rezando las vísperas en la Catedral de Asunción, acompañado por los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas y miembros de movimientos católicos.Ciudad del Vaticano,12 de julio de 2015 (ZENIT.org)

 

Qué lindo es rezar todos juntos las vísperas. ¿Cómo no soñar con una iglesia que refleje y repita la armonía de las voces y del canto en la vida cotidiana? Y lo hacemos en esta Catedral, que tantas veces ha tenido que comenzar de nuevo; esta catedral es signo de la Iglesia y de cada uno de nosotros: a veces las tempestades de afuera y de adentro nos obligan a tirar lo construido y empezar de nuevo, pero siempre con la esperanza puesta en Dios; y si miramos este edificio, sin duda no los ha defraudado a los paraguayos. Porque Dios nunca defrauda.Y por eso le alabamos agradecidos.

La oración litúrgica, su estructura y modo pausado, quiere expresar a la Iglesia toda, esposa de Cristo, que intenta configurarse con su Señor. Cada uno de nosotros en nuestra oración queremos ir pareciéndonos más a Jesús.

La oración hace emerger aquello que vamos viviendo o deberíamos vivir en la vida cotidiana, al menos la oración que no quiere ser alienante o solo preciosista. La oración nos da impulso para poner en acción o revisarnos en aquello que rezábamos en los salmos: somos nosotros las manos del Dios «que alza de la basura al pobre» (Sal 112,7) y somos nosotros los que trabajamos para que la tristeza de la esterilidad se convierta en la alegría del campo fértil. Nosotros que cantamos que «vale mucho a los ojos del Señor la vida de los fieles», somos los que luchamos, peleamos, defendemos la valía de toda vida humana, desde la concepción hasta que los años son muchos y las fuerzas pocas. La oración es reflejo del amor que sentimos por Dios, por los otros, por el mundo creado; el mandamiento del amor es la mejor configuración con Jesús del discípulo misionero. Estar apegados a Jesús da profundidad a la vocación cristiana, que interesada en el «hacer» de Jesús –que es mucho más que actividades– busca asemejarse a Él en todo lo realizado. La belleza de la comunidad eclesial nace de la adhesión de cada uno de sus miembros a la persona de Jesús, formando un «conjunto vocacional» en la riqueza de la diversidad armónica.

Las antífonas de los cánticos evangélicos de este fin de semana nos recuerdan el envío de Jesús a los doce. Siempre es bueno crecer en esa conciencia de trabajo apostólico en comunión. Es hermoso verlos colaborando pastoralmente, siempre desde la naturaleza y función eclesial de cada una de las vocaciones y carismas. Quiero exhortarlos a todos ustedes, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y seminaristas, obispos, a comprometerse en esta colaboración eclesial, especialmente en torno a los planes de pastoral de las diócesis y la misión continental, cooperando con toda su disponibilidad al bien común. Si la división entre nosotros provoca la esterilidad (cf. Evangelii gaudium 98-101), no cabe duda que de la comunión y la armonía nacen la fecundidad, porque son profundamente consonantes con el Espíritu Santo.        

Todos tenemos limitaciones, y ninguno puede reproducir en su totalidad a Jesucristo, y si bien cada vocación se configura principalmente con algunos rasgos de la vida y la obra de Jesús, hay algunos comunes e irrenunciables. Recién hemos alabado al Señor porque «no hizo alarde de su categoría de Dios» (Flp 2,6) y esa es una característica de toda vocación cristiana: no hizo alarde de su categoría de Dios. El llamado por Dios no se pavonea, no anda tras reconocimientos ni aplausos pasatistas, no siente que subió de categoría ni trata a los demás como si estuviera en un peldaño más alto.

La supremacía de Cristo es claramente descrita en la liturgia de la Carta a los Hebreos; nosotros acabamos de leer casi el final de esa carta: «Hacernos perfectos como el gran pastor de las ovejas» (Hb 13,20), y esto supone asumir que todo consagrado se configura con Aquel que en su vida terrena, «entre ruegos y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas» alcanzó la perfección cuando aprendió, sufriendo, qué significaba obedecer; y eso también es parte del llamado.

Terminemos de rezar nuestras vísperas; el campanario de esta Catedral fue rehecho varias veces; el sonido de las campanas antecede y acompaña en muchas oportunidades nuestra oración litúrgica: hechos de nuevo por Dios cada vez que rezamos, firmes como un campanario, gozosos de repicar las maravillas de Dios, compartamos el Magnificat y lo dejemos al Señor hacer, que Él haga a través de nuestra vida consagrada, grandes cosas en el Paraguay.


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Texto completo de la homilía del Papa en Caacupé. Ciudad del Vaticano,11 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Estar aquí con ustedes es sentirme en casa, a los pies de nuestra Madre la Virgen de los Milagros de Caacupé. En un santuario los hijos nos encontramos con nuestra Madre y entre nosotros recordamos que somos hermanos. Es un lugar de fiesta, de encuentro, de familia. Venimos a presentar nuestras necesidades, venimos a agradecer, a pedir perdón y a volver a empezar. Cuántos bautismos, cuántas vocaciones sacerdotales y religiosas, cuántos noviazgos y matrimonios nacieron a los pies de nuestra Madre. Cuántas lágrimas y despedidas. Venimos siempre con nuestra vida, porque acá se está en casa y lo mejor es saber que hay alguien que nos espera.

Como tantas otras veces, hemos venido porque queremos renovar nuestras ganas de vivir la alegría del Evangelio.

Cómo no reconocer que este santuario es parte vital del pueblo paraguayo, de ustedes. Así lo sienten, así lo rezan, así lo cantan: «En tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Y estamos hoy como el Pueblo de Dios, a los pies de nuestra Madre a darle nuestro amor y fe.

En el Evangelio acabamos de escuchar el anuncio del Ángel a María que le dice: «Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo». Alégrate, María, alégrate. Frente a este saludo, ella, quedó desconcertada y se preguntaba qué quería decir. No entendía mucho lo que estaba sucediendo. Pero supo que venía de Dios y dijo «sí». María es la madre del «sí». Sí, al sueño de Dios, sí al proyecto de Dios, sí a la voluntad de Dios.

Un «sí» que, como sabemos, no fue nada fácil de vivir. Un «sí» que no la llenó de privilegios o diferencias, sino que, como le dirá Simeón en su profecía: «A ti una espada te atravesará el corazón» (Lc 2,35). Y ¡vaya que se lo atravesó! Por eso la queremos tanto y encontramos en ella una verdadera Madre que nos ayuda a mantener viva la fe y la esperanza en medio de situaciones complicadas. Siguiendo la profecía de Simeón nos hará bien repasar brevemente tres momentos difíciles en la vida de María.

1. El nacimiento de Jesús. «No había un lugar para ellos» (Lc 2,7). No tenían una casa, una habitación para recibir a su hijo. No había espacio para que pudiera dar a luz. Tampoco familia cercana, estaban solos. El único lugar disponible era una cueva de animales. Y en su memoria seguramente resonaban las palabras del Ángel: »Alégrate María, el Señor está contigo». Y ella podía haberse preguntado: ¿Dónde está ahora?

2. La huida a Egipto. Tuvieron que irse, exiliarse. Allí no solo no tenían un espacio, ni familia, sino que incluso sus vidas corrían peligro. Tuvieron que marcharse e ir a tierra extranjera. Fueron migrantes perseguidos por la codicia y la avaricia del emperador. Y allí podría haberse preguntado: ¿Dónde está lo que me dijo el Ángel?

3. La muerte en la cruz. No debe existir situación más difícil para una madre que acompañar la muerte de un hijo. Son momentos desgarradores. Ahí vemos a María, al pie de la cruz, como toda madre, firme, sin abandonar, acompañando a su Hijo hasta el extremo de la muerte y muerte de cruz. Y allí también podía haberse preguntado ¿dónde está lo que me dijo el Ángel? Y luego conteniendo y sosteniendo a los discípulos.

Contemplamos su vida, y nos sentimos comprendidos, entendidos. Podemos sentarnos a rezar y usar un lenguaje común frente a un sinfín de situaciones que vivimos a diario. Nos podemos identificar en muchas situaciones de su vida. Contarle de nuestras realidades porque ella las comprende.

Ella es mujer de fe, es la Madre de la Iglesia, ella creyó. Su vida, es testimonio de que Dios no defrauda, que Dios no abandona a su Pueblo, aunque existan momentos o situaciones que parecen que Él no está. Ella fue la primera discípula que acompañó a su Hijo y sostuvo la esperanza de los apóstoles en los momentos difíciles. Estaban cerrados con no sé cuántas llaves, de miedo, en el Cenáculo. Fue la mujer que estuvo atenta y supo decir –cuando parecía que la fiesta y la alegría se terminaba–: «no tienen vino» (Jn 2,3). Fue la mujer que supo ir y estar con su prima «unos tres meses» (Lc 1,56) para que no estuviera sola en su parto. Esa es nuestra madre, así de buena, así de generosa, así de acompañadora en nuestra vida.

Todo esto lo sabemos por el Evangelio, pero también sabemos que, en esta tierra, es la Madre que ha estado a nuestro lado en tantas situaciones difíciles. Este Santuario, guarda, atesora, la memoria de un pueblo que sabe que María es Madre y ha estado y está al lado de sus hijos.

Ha estado y está en nuestros hospitales, en nuestras escuelas, en nuestras casas. Ha estado y está en nuestros trabajos y en nuestros caminos. Ha estado y está en las mesas de cada hogar. Ha estado y está en la formación de la Patria, haciéndonos Nación. Siempre con una presencia discreta y silenciosa. En la mirada de una imagen, estampita o medalla. Bajo el signo de un rosario, sabemos que no vamos solos, que ella nos acompaña.

¿Por qué? Porque María quiso estar en medio de su Pueblo, con sus hijos, con su familia. Siguiendo siempre a Jesús, desde la muchedumbre. No quiso, como buena madre abandonar a los suyos, sino por el contrario, siempre se metió en donde un hijo pudiera estar necesitando de ella. Tan solo, porque es Madre.

Una Madre que aprendió a escuchar y a vivir en medio de tantas dificultades de aquel: «No temas, el Señor está contigo» (cf. Lc 1,30). Una madre que continúa diciéndonos: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Es su invitación constante y continúa: «Hagan lo que Él les diga». No tiene un programa propio, no viene a decirnos nada nuevo, más bien, le gusta estar callada, tan solo su fe acompaña nuestra fe.

Ustedes lo saben, han hecho experiencia de esto que estamos compartiendo. Todos ustedes, todos los paraguayos tienen la memoria viva de un Pueblo que ha hecho carne estas palabras del Evangelio. Y quisiera referirme de modo especial a ustedes mujeres y madres paraguayas, que con gran valor y abnegación, han sabido levantar un País derrotado, hundido, sumergido por una guerra inícua. Ustedes tienen la memoria, la genética de aquellas que reconstruyeron la vida, la fe, la dignidad de su Pueblo. Como María, han vivido situaciones muy pero muy difíciles, que desde una lógica común sería contraria a toda fe. Ustedes al contrario, al igual que María, impulsadas y sostenidas por la Virgen, siguieron creyentes, inclusive «esperando contra toda esperanza» (Rm 4,18). Cuando todo parecía derrumbarse, junto a María se decían: No temamos, el Señor está con nosotras, está con nuestro Pueblo, con nuestras familias, hagamos lo que Él nos diga. Y allí encontraron ayer y encuentran hoy la fuerza para no dejar que esta tierra se desmadre. Dios bendiga ese tesón, Dios bendiga y aliente la fe de ustedes, Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América.

Como Pueblo, hemos venido a nuestra casa, a la casa de la Patria paraguaya, a escuchar una vez más, esas palabras que tanto bien nos hacen: «Alégrate, el Señor está contigo». Es un llamado a no perder la memoria, a no perder las raíces, los muchos testimonios que han recibido de pueblo creyente y jugado por sus luchas. Una fe que se ha hecho vida, una vida que se ha hecho esperanza y una esperanza que los lleva a primerear en la caridad. Sí, al igual que Jesús, primereen en el amor. Sean ustedes los portadores de esta fe, de esta vida, de esta esperanza. Ustedes paraguayos sean forjadores de este hoy y mañana.

Volviendo a mirar la imagen de María los invito a decir juntos: «en tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Todos juntos. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

  

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Discurso, dado a conocer por la Santa Sede, que el Santo Padre ha preparado en la visita al Hospital General Pediátrico “Niños de Acosta Ñu”. Madrid,11 de julio de 2015 (ZENIT.org)

"Señor Director
Queridos niños
Miembros del personal
Amigos todos

Gracias por el recibimiento tan cálido con el que me han recibido. Gracias por este tiempo que me permiten estar con ustedes.

Queridos niños, quiero hacerles una pregunta, a ver si me ayudan. Me han dicho que son muy inteligentes, por eso me animo. ¿Jesús se enojó alguna vez?, ¿se acuerdan cuándo?. Sé que es una pregunta difícil, así que los voy a ayudar. Fue cuando no dejaron que los niños se acercaran a Él. Es la única vez en todo el evangelio de Marcos que usó esta expresión (10,13-15) Algo parecido a nuestra expresión: se llenó de bronca. ¿Alguna vez se enojaron? Bueno, de esa misma manera se puso Jesús, cuando no lo dejaron estar cerca de los niños, cerca de ustedes. Le vino mucha rabia. Los niños están dentro de los predilectos de Jesús. No es que no quiera a los grandes, pero se sentía feliz cuando podía estar con ellos. Disfrutaba mucho de su amistad y compañía. Pero no solo, quería tenerlos cerca, sino que aún más. Los ponía como ejemplo. Le dijo a los discípulos que si «no se hacen como niños, no podrán entrar en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3)

Los niños estaban alejados, los grandes no los dejaban acercarse, pero Jesús, los llamó, los abrazó y los puso en el medio para que todos aprendieramos a ser como ellos. Hoy nos diría lo mismo a nosotros. Nos mira y dice, aprendan de ellos.

Debemos aprender de ustedes, de su confianza, alegría, ternura. De su capacidad de lucha, de su fortaleza. De su incomparable capacidad de aguante. Son unos luchadores. Y cuanto uno tiene semejantes «guerreros» adelante, se siente orgulloso. ¿Verdad mamás? ¿Verdad padres y abuelos? Verlos a ustedes, nos da fuerza, nos da ánimo para tener confianza, para seguir adelante.

Mamás, papás, abuelos sé que no es nada fácil estar acá. Hay momentos de mucho dolor, incertidumbre. Hay momentos de una angustia fuerte que oprime el corazón y hay momentos de gran alegría. Los dos sentimientos conviven, están en nosotros. Pero no hay mejor remedio que la ternura de ustedes, que su cercanía. Y me alegra saber que entre ustedes familias, se ayudan, estimulan, «palanquean» para salir adelante y atravesar este momento.

Cuentan con el apoyo de los médicos, los enfermeros y de todo el personal de esta casa. Gracias por esta vocación de servicio, de ayudar no solo a curar sino a acompañar el dolor de sus hermanos.

No nos olvidemos, Jesús está cerca de sus hijos. Está bien cerca, en el corazón. No duden en pedirle, no duden en hablar con Él, en compartir sus preguntas, dolores. Él esta siempre, pero siempre, y no los dejará caer.

Y de algo estamos seguros y una vez más lo confirmo. Donde hay un hijo está la madre. Donde está Jesús está María, la Virgen de Caacupe. Pidamosle a ella, que los proteja con su manto, que interceda por ustedes y por su familias.

Y no se olviden, de rezar por mí. Estoy seguro que sus oraciones, llegan al cielo". 

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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Viernes, 17 de julio de 2015

Reflexión a las lecturas del domingo dieciséis del Tiempo Ordinario - B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo 16º del T. Ordinario B

 

      Vuelven los apóstoles de la misión contando a Jesús todo lo que habían hecho y enseñado. El domingo pasado contemplábamos como los mandaba, de dos en dos, con una serie de recomendaciones.

            Estar con Jesucristo, ser enviado por Él y volver a Él. ¡He ahí las características que constituyen la vida del apóstol!

            Hay cristianos que, cuando van a realizar una tarea apostólica de modo individual o en grupo, comienzan ante el Sagrario de la parroquia y, después que la han realizado, vuelven de nuevo a él.

            Jesús se lleva a los Doce en barca a un sitio “tranquilo y apartado” a descansar un poco. ¡Se los lleva de vacaciones!

            ¡Qué importante es ir de vacaciones con el Señor!

            Yo digo a veces que en la vida espiritual no puede haber vacaciones. Porque ésta no consiste en el cumplimiento de unos deberes religiosos, sino que comporta el cuidado de una vida nueva, con todas sus necesidades y exigencias.

            Cuando S. Juan Bosco hablaba a los jóvenes que atendía en el colegio, de las vacaciones, les decía que son la “vendimia del diablo”. ¡Que no sea así para nosotros! Que en las vacaciones, los que podamos tenerlas, haya espacio para cuidar de la vida de Dios en nosotros.

            Hay cristianos, muchos cristianos que lo hacen así. Y ¿quién no recuerda las “actividades de verano” que organizan colegios e  instituciones de la Iglesia, para que tantos pueden “descansar un poco”?

            Jesús veía que había gente que andaba como “ovejas sin pastor”. Y, al embarcar con sus discípulos, los reconocieron, se les adelantaron y cuando llegaron al lugar elegido y desembarcaron, se encontraros con una multitud en busca de Jesús.

            Y dice el Evangelio que a Cristo le dio lástima de ellos; “y se puso a enseñarles con calma”. ¡Le estropearon las vacaciones al Señor!

            Pero su reacción no fue de enfado o nerviosismo; no les dice: “¿No saben que tengo que descansar?” Nosotros diríamos: “¿No saben que estoy de vacaciones? Vengan otro día…”

            No podemos olvidar que las vacaciones no constituyen un valor absoluto. Hay muchas personas que, en el tiempo de vacaciones, tienen que trabajar mucho, especialmente y, en algunas ocasiones, las madres. O tienen que resolver unas necesidades urgentes, o tienen que cuidar un familiar o amigo enfermo o que necesita ayuda. ¡Y tantas cosas más…!

            Pero para eso, hace falta tener un corazón bueno y sensible como el de Jesucristo que “sintió lástima” de aquella gente…

            Frente a aquellos malos pastores del Antiguo Testamento, que dispersan a las ovejas y no las guardan, Jesús es el Pastor bueno que anuncia el profeta (1ª lectura). Un descendiente de David que se llamará “el Señor nuestra justicia”.

            Él es el verdadero Pastor del Nuevo Testamento. Y Él cuenta con nosotros, miembros de su Cuerpo, para que le ayudemos, con palabras y obras, a continuar siendo el Pastor bueno de su pueblo.

 

                                                           ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!  ¡BUEN VERANO!


Publicado por verdenaranja @ 14:00  | Espiritualidad
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 DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO B     

MONICIONES 

  

PRIMERA LECTURA        

Ante la situación de desconcierto y abandono en la que se encuentra el pueblo de Israel, el profeta mira hacia el futuro y anuncia un pastor fiel y capaz de guiarlo. Para nosotros, los cristianos, como veremos luego en el Evangelio, ese pastor es Jesucristo, el Señor.

  

SALMO

         Cantemos ahora, en el salmo, a Dios, nuestro Pastor, que nos acompaña, nos guía y nos conduce hacia la vida.

  

SEGUNDA LECTURA

         En la carta a los cristianos de Éfeso, que comenzábamos a leer el domingo pasado, S. Pablo continúa hoy exponiéndonos el proyecto divino de salvación: todos los hombres, judíos y gentiles, se unen en Cristo, que ha sellado con su sangre nuestra paz.

 

TERCERA LECTURA

         El Evangelio nos narra la vuelta de los apóstoles de la misión a la que habían sido enviado por el Señor y su compasión por la multitud, a la que comienza a enseñar con calma.

         Aclamemos ahora a Cristo, buen Pastor, con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

En la Comunión nos unimos a Cristo, el Pastor bueno, que nos invita a descansar con Él. Pidámosle por todos los que pueden disfrutar de un tiempo de vacaciones y por los que no pueden hacerlo, sobre todo, por causa de la crisis y el desempleo, o porque  tienen que ayudar a hermanos que sufren


Publicado por verdenaranja @ 13:57  | Liturgia
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Comentario a la liturgia dominical por el Padre Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). Brasil,14 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Domingo 16 del Tiempo Ordinario - Ciclo B  

Textos: Jr 23, 1-6; Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34

 

Idea principal: ¿Cómo debe ser el pastor?

Síntesis del mensaje: El domingo 4 de Pascua se nos presentaba Jesús como el Buen Pastor, con mayúscula. Hoy la liturgia nos presenta los buenos y los malos pastores. Aquellas personas puestas al cuidado de los demás, social o eclesiásticamente deben tener unas cualidades. De lo contrario, las personas a su cuidado se desorientan, como ovejas sin pastor, y pueden perderse.

 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Jeremías denuncia fuertemente, por el bien de Dios, a los malos pastores y líderes religiosos de su pueblo (1ª lectura). A ellos no les interesa realmente el pueblo; más aún, dispersan el rebaño, los explotan y poco se preocupan de él. A veces es la gente la que se queja de los malos pastores. Esta vez es Dios mismo quien se queja de ellos. Pero los profetas nunca denunciaron sin la esperanza de un anuncio. El anuncio de Jeremías es la venida del Buen Pastor, lleno de justicia y compasión por su gente. ¿Quién fue ese Buen Pastor, sino Jesús?

En segundo lugar, no es fácil apacentar, guiar, cuidar y defender nuestras ovejas. Unas están enfermas y cansadas. Otras son rebeldes y ariscas. También hay ovejas que se han tragado el veneno que los falsos pastores les ofrecieron y están casi muertas: el veneno de la teología de la prosperidad, el veneno del consumismo, el veneno del liberalismo sin freno, el veneno de tantas ideologías que están ahogándonos, el veneno de tantos paraísos psicodélicos, el veneno de la corrupción. No sólo las ovejas pueden estar en situación de riesgo; también los mismos pastores: están cansados, dejaron de rezar o rezan poco, tienen también el peligro de escuchar otros silbidos sibilinos y engañosos. ¿Qué hacer? Lo que hizo Jesús y que se nos narra en el evangelio de hoy. Para con las ovejas: ver, sentir compasión y ponerse a predicar y a enseñar. Ver cómo está cada oveja. Sentir un infinito amor por ellas. Curarlas. Alimentarlas con el pan de la Palabra. Y para los pastores Cristo recomienda descanso, es decir, retiro espiritual para rezar y reponer fuerzas.

Finalmente, es bueno hoy preguntarnos cómo estamos viviendo nuestra vocación de “pastor”, pues todos tenemos esta misión en cierto sentido. Pastores son los padres de familia para con sus hijos; ¿qué alimentos les dan: cariño, diálogo, consejo, ejemplo? Pastores, como nos recuerda el Antiguo Testamento, también son los gobernantes, que gobernaban al pueblo en representación de Dios…pero, ¿tienen conciencia de esto algunos de nuestros gobernantes que esquilman las ovejas, las explotan y humillan, buscando sólo el lucro? Pastores son también los maestros y profesores con sus alumnos y discípulos; ¿a qué pastos les conducen: a la verdad científica, filosófica y teológica? Pastores son también los responsables de los diversos movimientos eclesiales para con sus hermanos; ¿a dónde los quieren dirigir: a su propio “ghetto” cerrado y fanático o un discernimiento profético de las necesidades más urgentes de la Iglesia? Pastores son los sacerdotes al servicio de sus parroquias; ¿cómo tratamos las ovejas que son de Cristo y que Él nos encomendó: paternalismo o paternidad, autoritarismo o autoridad, respetando los talentos y ayudándolos a ponerlos al servicio de la parroquia? Pastores son los obispos en sus diócesis. Pastor es el Papa al servicio de la Iglesia universal. A todos el Papa Francisco nos pide cuidarnos de “la cultura y la globalización de la indiferencia”, que no ve las necesidades de tantas ovejas que están perdiéndose y desorientadas y heridas y con hambre. Y a los pastores de la Iglesia –obispos y sacerdotes- nos pide huir del carrerismo y el afán de lucro en el servicio que prestamos a nuestra gente, como pastores.

Para reflexionar: ¿Hoy Cristo me tendría que reprender o felicitar sobre mi misión de pastoreo? ¿Siento compasión al ver tantas ovejas sin pastor? ¿Qué hago por esas ovejas?

 

Para rezar: nos servirá el salmo 23:

El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo
.

Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
 

 

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]

 


Publicado por verdenaranja @ 13:50  | Espiritualidad
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Texto completo del discurso del Papa a las autoridades civiles de Paraguay. Madrid,11 de julio de 2015 (ZENIT.org)

"Señor Presidente
Autoridades de la República
Miembros del Cuerpo diplomático
Señoras y señores:

Saludo cordialmente a Vuestra Excelencia, Señor Presidente de la República, y le agradezco las deferentes palabras de bienvenida y de afecto que me ha dirigido, en nombre también del gobierno, de las altas magistraturas del Estado y del querido pueblo paraguayo. Saludo también a los distinguidos miembros del Cuerpo diplomático y, a través de ellos, hago llegar mis sentimientos de respeto y aprecio a sus respectivos países.

Un «gracias» especial para todas las personas e instituciones que han colaborado con esfuerzo y dedicación en la preparación de este viaje y a que me sienta en casa. Y no es difícil sentirse en casa en esta tierra tan acogedora. Paraguay es conocido como el corazón de América, y no sólo por la posición geográfica, sino también por el calor de la hospitalidad y cercanía de sus gentes.

Ya desde sus primeros pasos como nación independiente, y hasta épocas muy recientes, la historia de Paraguay ha conocido el sufrimiento terrible de la guerra, del enfrentamiento fratricida, de la falta de libertad y de la conculcación de los derechos humanos. ¡Cuánto dolor y cuánta muerte! Pero es admirable el tesón y el espíritu de superación del pueblo paraguayo para rehacerse ante tanta adversidad y seguir esforzándose por construir una Nación próspera y en paz. Aquí –en el jardín de este palacio que ha sido testigo de la historia paraguaya: desde cuando sólo era ribera del río y lo usaban los guaraníes, hasta los últimos acontecimientos contemporáneos– quiero rendir tributo a esos miles de paraguayos sencillos, cuyos nombres no aparecerán escritos en los libros de historia, pero que han sido y seguirán siendo verdaderos protagonistas de su pueblo. Y quiero reconocer con emoción y admiración el papel desempeñado por la mujer paraguaya en esos momentos tan dramáticos de la historia, de modo especial, esa guerra inicua que llegó a destruir casi la fraternidad de nuestro pueblo. Sobre sus hombros de madres, esposas y viudas, han llevado el peso más grande, han sabido sacar adelante a sus familias y a su País, infundiendo en las nuevas generaciones la esperanza en un mañana mejor. Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América.

Un pueblo que olvida su pasado, su historia, sus raíces, no tiene futuro, es un pueblo seco. La memoria, asentada firmemente sobre la justicia, alejada de sentimientos de venganza y de odio, transforma el pasado en fuente de inspiración para construir un futuro de convivencia y armonía, haciéndonos conscientes de la tragedia y la sinrazón de la guerra. ¡Nunca más guerras entre hermanos! ¡Construyamos siempre la paz! También una paz del día a día, una paz de la vida cotidiana, en la que todos participamos evitando gestos arrogantes, palabras hirientes, actitudes prepotentes, y fomentando en cambio la comprensión, el diálogo y la colaboración.

Desde hace algunos años, Paraguay se está comprometiendo en la construcción de un proyecto democrático sólido y estable. Es justo reconocer con satisfacción lo mucho que se ha avanzado en este camino gracias al esfuerzo de todos, aun en medio de grandes dificultades e incertidumbres. Los animo a que sigan trabajando con todas sus fuerzas para consolidar las estructuras e instituciones democráticas que den respuesta a las justas aspiraciones de los ciudadanos. La forma de gobierno adoptada en su constitución: «democracia representativa, participativa y pluralista», basada en la promoción y respeto de los derechos humanos nos aleja de la tentación de la democracia formal que Aparecida definía como la que se «contentaba con estar fundada en la limpieza de los procesos electorales» (cf. Aparecida 74). Esa es una democracia formal.

En todos los ámbitos de la sociedad, pero especialmente en la actividad pública, se ha de potenciar el diálogo como medio privilegiado para favorecer el bien común, sobre la base de la cultura del encuentro, del respeto y del reconocimiento de las legítimas diferencias y opiniones de los demás. No hay que detenerse en lo conflictivo, la unidad siempre es superior al conflicto; es un ejercicio interesante decantar en el amor a la patria, en el amor al pueblo, toda perspectiva que nace de las convicciones de una opción partidaria o ideológica. Y en ese mismo amor tiene que ser el impulso para crecer cada día más en gestiones transparentes y que luchan impetuosamente contra la corrupción. Sé que existe una firme voluntad para desterrar hoy la corrupción.

Queridos amigos, en la voluntad de servicio y de trabajo por el bien común, los pobres y necesitados han de ocupar un lugar prioritario. Se están haciendo muchos esfuerzos para que Paraguay progrese por la senda del crecimiento económico. Se han dado pasos importantes en el campo de la educación y la sanidad. Que no cese el esfuerzo de todos los actores sociales, hasta que no haya más niños sin acceso a la educación, familias sin hogar, obreros sin trabajo digno, campesinos sin tierras que cultivar y tantas personas obligadas a emigrar hacia un futuro incierto; que no haya más víctimas de la violencia, la corrupción o el narcotráfico. Un desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más débiles y desafortunados, no es verdadero desarrollo. La medida del modelo económico ha de ser la dignidad integral de la persona, especialmente la persona más vulnerable e indefensa.

Señor Presidente, queridos amigos. En nombre también de mis hermanos Obispos del Paraguay, deseo asegurarles el compromiso y la colaboración de la Iglesia católica en el afán común por construir una sociedad justa e inclusiva, en la que se pueda convivir en paz y armonía. Porque todos, también los pastores de la Iglesia, estamos llamados a preocuparnos por la construcción de un mundo mejor (cf. Evangelii gaudium, 183). Nos mueve a ello la certeza de nuestra fe en Dios, que quiso hacerse hombre y, viviendo entre nosotros, compartir nuestra suerte. Cristo nos abre el camino de la misericordia, que asentado sobre la justicia, va más allá, y alumbra la caridad, para que nadie se quede al margen de esta gran familia que es el Paraguay, al que aman y quieren servir.

Con la inmensa alegría de encontrarme en esta tierra consagrada a la Virgen de Caacupé, y quiero recordar también especialmente a mis hermanos paraguayos de Buenos Aires, de mi anterior diócesis, ellos tienen la parroquia de la Virgen de los Milagros de Caacupé, imploro la bendición del Señor sobre todos ustedes, sobre sus familias y sobre todo el querido pueblo paraguayo. Que Paraguay sea fecundo, como lo indica la flor de la pasiflora en el manto de la Virgen y como esa cinta con los colores paraguayos que tiene la imagen, así se abrace a la Madre de Caacupé. Muchas gracias". 

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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Publicado por verdenaranja @ 13:45  | Habla el Papa
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Texto completo del discurso del Santo Padre en la cárcel de Palmasola en Santa Cruz de la Sierra. Ciudad del Vaticano,10 de julio de 2015 (ZENIT.org)

 

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

No podía dejar Bolivia sin venir a verles, sin dejar de compartir la fe y la esperanza que nace del amor entregado en la cruz. Gracias por recibirme. Sé que se han preparado y rezado por mí. Muchas gracias.

En las palabras de Mons. Jesús Juárez y en el testimonio (por el aire se vuela el solideo y el Papa dice: mientras no se me vuele la cabeza no hay problema) de quienes han intervenido, he podido comprobar cómo el dolor no es capaz de apagar la esperanza en lo más profundo del corazón, y que la vida sigue brotando con fuerza en circunstancias adversas.

¿Quién está ante ustedes? Podrían preguntarse. Me gustaría responderles la pregunta con una certeza de mi vida, con una certeza que me ha marcado para siempre. El que está ante ustedes es un hombre perdonado. Un hombre que fue y es salvado de sus muchos pecados. Y así es como me presento. No tengo mucho más para darles u ofrecerles, pero lo que tengo y lo que amo, sí quiero dárselos, sí quiero compartirlo: es Jesús, Jesucristo, la misericordia del Padre.

Él vino a mostrarnos, a hacer visible el amor que Dios tiene por nosotros. Por vos, por vos, por vos, por vos,  por mí. Un amor activo, real. Un amor que tomó en serio la realidad de los suyos. Un amor que sana, perdona, levanta, cura. Un amor que se acerca y devuelve dignidad. Una dignidad que la podemos perder de muchas maneras y formas. Pero Jesús es un empecinado de esto: dio su vida por esto, por devolvernos la identidad perdida, para revestirnos con toda su fuerza de dignidad.

Me viene a la memoria, una experiencia que nos puede ayudar, Pedro y Pablo, discípulos de Jesús también estuvieron presos. También fueron privados de libertad. En esa circunstancia hubo algo que los sostuvo, algo que nos los dejó caer en la desesperación, en la oscuridad que puede brotar del sin sentido. Fue la oración.  Fue orar. Oración personal y Comunitaria. Ellos rezaron y por ellos rezaban. Dos movimientos, dos acciones que generan entre sí una red que sostiene la vida y la esperanza. Nos sostiene de la desesperanza y nos estimula a seguir caminando. Una red que va sosteniendo la vida, la de ustedes y la de sus familias.

Vos hablabas de tu madre. La oración de las madres, la oración  de las esposas, la oración de los hijos, eso es una red, y la de ustedes, que va llevando adelante la vida.

Porque cuando Jesús entra en la vida, uno no queda detenido en su pasado sino que comienza a mirar el presente de otra manera, con otra esperanza. Uno comienza a mirar con otros ojos su propia persona, su propia realidad. No queda anclado en lo que sucedió, sino que es capaz de llorar y encontrar ahí la fuerza para volver a empezar. Y si en algún momento estamos tristes, estamos mal, bajoneados, les invito a mirar el rostro de Jesús crucificado. En su mirada, todos podemos encontrar espacio. Todos podemos poner junto a Él nuestras heridas, nuestros dolores, así como también nuestros errores, nuestros pecados. Tantas cosas en las que nos podemos haber equivocado. En las llagas de Jesús, encuentran lugar nuestras llagas. Todos estamos llagados de una u otra manera. Llevar nuestras llagas a las llagas de Jesús, ¿para qué? Para ser curadas, lavadas, transformadas, resucitadas. El murió por vos, por mí, para darnos su mano y levantarnos. Charlen, charlen con los curas que vienen, charlen, charlen con los hermanos y hermanas que vienen, charlen, charlen con todo aquel que viene a hablarles de Jesús. Jesús quiere levantarnos siempre.

Esta certeza nos moviliza a trabajar por nuestra dignidad. Reclusión no es lo mismo que exclusión, que quede claro, porque la reclusión forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad. Son muchos los elementos que juegan en su contra en este lugar –lo sé bien y vos mencionaste con mucha realidad–: el hacinamiento, la lentitud de la justicia, la falta de terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación, la violencia, la carencia de facilidades de estudios universitario, lo cual hace necesaria una rápida y eficaz alianza interinstitucional para encontrar respuestas.

Sin embargo, mientras se lucha por eso no podemos dar todo por perdido. Hay cosas que hoy ya podemos hacer.

Aquí, en este Centro de Rehabilitación, la convivencia depende en parte de ustedes. El sufrimiento y la privación pueden volver nuestro corazón egoísta y dar lugar a enfrentamientos, pero también tenemos la capacidad de convertirlo en ocasión de auténtica fraternidad. Ayúdense entre ustedes. No tengan miedo a ayudarse entre ustedes. El demonio busca la pelea, la rivalidad, la división, los bandos. No le haga el juego. Luchen por salir adelante.

Me gustaría pedirles que lleven mi saludo a sus familias, algunos están aquí. ¡Es tan importante su presencia y su ayuda! Los abuelos, el padre, la madre, los hermanos, la pareja, los hijos. Nos recuerdan que merece la pena vivir y luchar por un mundo mejor.

Por último, una palabra de aliento a todos los que trabajan en este Centro: a sus dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todo el personal. Cumplen un servicio público fundamental. Tienen una importante tarea en este proceso de reinserción. Tarea de levantar y no rebajar; de dignificar y no humillar; de animar y no afligir. Este proceso que pide dejar una lógica de buenos y malos para pasar a una lógica centrada en ayudar a la persona. Y esta lógica de ayudar a las personas los va a salvar a ustedes de todo tipo de corrupción y mejorará condiciones para todos. Ya que un proceso así vivido nos dignifica, anima y levanta a todos.

Antes de darles la bendición me gustaría que rezáramos un rato en silencio, en silencio desde su corazón. Cada uno como sepa hacerlo...

Por favor, les pido que sigan rezando por mí, porque también yo tengo mis errores y debo hacer penitencia. Muchas gracias. Y que Dios Nuestro Padre, mire en nuestro corazón, Dios Nuestro Padre que nos quiere, nos dé su fuerza, su paciencia, su ternura de Padre, nos bendiga. Y no se olviden de rezar por mí.


Publicado por verdenaranja @ 13:42  | Habla el Papa
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Texto completo del discurso del Papa a los sacerdotes, religiosos y seminaristas de Bolivia en el Coliseo Don Bosco. Santa Cruz de la Sierra. Madrid,10 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes:

Me alegra tener este encuentro con ustedes, para compartir la alegría que llena el corazón y la vida entera de los discípulos misioneros de Jesús. Así lo han manifestado las palabras de saludo de Mons. Roberto Bordi, y los testimonios del Padre Miguel, de la hermana Gabriela, y del seminarista Damián. Muchas gracias por compartir la propia experiencia vocacional.

Y en el relato del Evangelio hemos escuchado también la experiencia de otro Bartimeo, que se unió al grupo de los seguidores de Jesús. Fue un discípulo de última hora. Era el último viaje que el Señor hacía de Jericó a Jerusalén, adonde iba a ser entregado. Ciego y mendigo, Bartimeo estaba al borde del camino, más exclusión imposible, marginado, y cuando se enteró del paso de Jesús, comenzó a gritar, se hizo sentir, como esa buena hermanita que con la batería se hacía sentir y decía: '¡Aquí estoy!' Te felicito, tocas bien.

En torno a Jesús iban los apóstoles, los discípulos, las mujeres que lo seguían habitualmente, con quienes recorrió durante su vida los caminos de Palestina para anunciar el Reino de Dios. Y una gran muchedumbre. Si traducimos esto forzando el lenguaje, en torno a Jesús iban los obispos, los curas, las monjas, los seminaristas, los laicos comprometidos, todos los que lo seguían, escuchando a Jesús, y el pueblo fiel de Dios.

Dos realidades aparecen con fuerza, se nos imponen. Por un lado, el grito, el grito de un mendigo, y por otro, las distintas reacciones de los discípulos. Pensemos las distintas reacciones de los obispos, los curas, las monjas, los seminaristas... a los gritos que vamos sintiendo o no sintiendo. Parece como que el evangelista nos quisiera mostrar, cuál es el tipo de eco que encuentra el grito de Bartimeo en la vida de la gente, y en la vida de los seguidores de Jesús. Cómo reaccionan frente al dolor de aquél que está al borde del camino, que nadie le hace caso, no más le dan una limosna, de aquél que está sentado sobre su dolor, que no entra en ese círculo que está siguiendo al Señor.

Son tres las respuestas frente a los gritos del ciego, y hoy también estas tres respuestas tienen actualidad. Podríamos decirlo con las palabras del propio Evangelio: Pasar, Cállate, Ánimo, levántate.

1. Pasar, pasar de largo y algunos porque ya no escuchan. Estaban con Jesús, miraban a Jesús, querían oír a Jesús, no escuchaban. Pasar es el eco de la indiferencia, de pasar al lado de los problemas y que éstos no nos toquen. No es mi problema. No los escuchamos, no los reconocemos. Sordera. Es la tentación de naturalizar el dolor, de acostumbrarse a la injusticia, y sí, hay gente así: yo estoy acá con Dios, con mi vida consagrada, elegido por Jesús para el ministerio y sí, es natural que haya enfermos, que haya pobres, que haya gente que sufre, entonces ya es tan natural que no me llama la atención un grito, un pedido de auxilio. Acostumbrarse y nos decimos: es normal, siempre fue así, ‘mientras a mí no me toque’, pero eso entre paréntesis. Es el eco que nace en un corazón blindado, en un corazón cerrado, que ha perdido la capacidad de asombro y por lo tanto, la posibilidad de cambio. ¿Cuántos seguidores de Jesús corremos este peligro de perder nuestra capacidad de asombro, incluso con el Señor? Ese estupor del primer encuentro como que se va degradando, y eso le puede pasar a cualquiera, le pasó al primer Papa: ¿adónde vamos a ir Señor si tú tienes palabras de vida eterna? y después lo traicionan, lo niega, el estupor se le degradó. Es todo un proceso de acostumbramiento. Corazón blindado. Se trata de un corazón, que se ha acostumbrado a pasar sin dejarse tocar; una existencia que, pasando de aquí para allá, no logra enraizarse en la vida de su pueblo, simplemente porque está en esa “elite” que sigue al Señor.

Podríamos también llamarlo, es la espiritualidad del zapping. Pasa y pasa, pasa y pasa, pero nada queda. Son quienes van atrás de la última novedad, del último best seller pero no logran tener contacto, no logran relacionarse, no logran involucrarse incluso con el Señor al que están siguiendo porque la sordera avanza ¿eh? Ustedes me podrán decir: «Pero esa gente estaba siguiendo al Maestro, estaba atento a la palabra del Maestro. Lo estaban escuchando a él». Creo que eso es de lo más desafiante de la espiritualidad cristiana. Como el evangelista Juan nos recuerda, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? (1 Jn 4, 20b). Ellos creían que escuchaban al Maestro pero también traducían, y las palabras del Maestro pasaban por el alambique de su corazón blindado. Dividir esta unidad, entre escuchar a Dios y escuchar al hermano, es una de las grandes tentaciones que nos acompañan a lo largo de todo el camino de los que seguimos a Jesús. Y tenemos que ser conscientes de esto. De la misma forma que escuchamos a nuestro Padre es como escuchamos al pueblo fiel de Dios. Si no lo hacemos con los mismos oídos, con la misma capacidad de escuchar, con el mismo corazón, algo se quebró.

Pasar sin escuchar el dolor de nuestra gente, sin enraizarnos en sus vidas, en su tierra, es como escuchar la Palabra de Dios sin dejar que eche raíces en nuestro interior y sea fecunda. Una planta, una historia sin raíces, es una vida seca.

2. Segunda palabra: Cállate. Es la segunda actitud frente al grito de Bartimeo. Cállate, no molestes, no disturbes, que estamos haciendo oración comunitaria, que estamos en una espiritualidad de profunda elevación, no molestes, no disturbes. A diferencia de la actitud anterior, esta escucha, esta reconoce, toma contacto con el grito del otro. Sabe que está y reacciona de una forma muy simple, reprendiendo. Son los obispos, los curas, los monjes, los Papas del dedo así. En Argentina decimos de las maestras del dedo así, 'ésta es como la maestra del tiempo de Irigoyen, que estudiaban la disciplina muy dura'. Y pobre pueblo fiel de Dios, cuántas veces es retado, por el mal humor o por la situación personal de un seguidor o una seguidora de Jesús. Es la actitud de quienes frente al pueblo de Dios, están continuamente reprendiendo, rezongando, mandándolo callar. Dale una caricia, por favor, escúchalo, decíle que Jesús lo quiere: 'Eso no se puede hacer, señora, saque al chico de la iglesia que está llorando y yo estoy predicando'. Como si el llanto de un chico no fuera una sublime predicación.

Es el drama de la conciencia aislada, de aquellos discípulos y discípulas que piensan que la vida de Jesús es solo para los que se creen aptos. En el fondo hay un profundo desprecio al Santo Pueblo Fiel de Dios: 'Este ciego qué tiene que meterse, que se quede ahí'. Parecería lícito que encuentren espacio solamente los «autorizados», una «casta de diferentes» que poco a poco se separa, se diferencia de su pueblo. Han hecho de la identidad una cuestión de superioridad.

Esa identidad, que es pertenencia, se hace superior. Ya no son pastores, sino capataces. '¡Eh! Yo llegué hasta acá, ponéte en tu sitio'. Escuchan pero no oyen, ven pero no miran. Me permito un anécdota que viví hace como... Año 75, en tu diócesis, en tu arquidiócesis. Yo le había hecho una promesa al Señor del Milagro de ir todos los años a Salta en peregrinación para El Milagro si mandaba 40 novicios. Mandó 41. Y bueno, después de una concelebración --porque ahí es como en todo gran santuario, misa tras misa, confesiones y no paras-- yo salía hablando con un cura que habitaba conmigo, había venido conmigo, y se acerca una señora, ya a la salida, con unos santitos, una señora muy sencilla, no sé, sería de Salta o habrá venido de no sé dónde, que a veces tardan días en llegar a la capital para la fiesta de El Milagro. 'Padre, me lo bendice', le dice al cura que me acompañaba. -'Señora, ¿usted estuvo en misa?' -'Sí, padrecito'. Bueno, ahí la bendición de Dios, la presencia de Dios bendice todo, todo, las…' -'Sí, padrecito. Sí, padrecito' -'Y después la bendición final bendice todo'. -'Sí, padrecito. Sí, padrecito'. En ese momento sale otro cura amigo de este, pero que no se habían visto. Entonces: '¡Oh! vos acá'. Se da vuelta y la señora que no sé cómo se llamaba, digamos, la señora ‘sí padrecito’ me mira y me dice: 'Padre, me lo bendice usted'. Los que siempre le ponen barreras al pueblo de Dios, lo separan. Escuchan, pero no oyen. Le echan un sermón. Ven pero no miran. La necesidad de diferenciarse les ha bloqueado el corazón. La necesidad, consiente o inconsciente, de decirse: 'Yo no soy como él, no soy como ellos', los ha apartado no solo del grito de su gente, ni de su llanto, sino especialmente de los motivos de la alegría. Reír con los que ríen, llorar con los que lloran, he ahí, parte del misterio del corazón sacerdotal y del corazón consagrado. A veces hay castas que nosotros con esta actitud vamos haciendo y nos separamos. En Ecuador, me permití decirle a los curas que por favor, también estaban las monjas, que por favor pidieran todos los días la gracia de la memoria, de no olvidarse, de no olvidarse de dónde te sacaron, te sacaron de detrás del rebaño, no te olvides nunca, no te la creo, no niegues tus raíces, no niegues esa cultura que aprendiste de tu gente porque ahora tienes una cultura más sofisticada, más importante. Hay sacerdotes que les da vergüenza hablar su lengua originaria y entonces se olvidan de su quechua, de su aymara, de su guaraní. 'Porque no, no, ahora, hablo en fino'. La gracia de no perder la memoria del pueblo fiel y es una gracia, ¿eh? El Libro del Deuteronomio, cuántas veces Dios le dice a su Pueblo: 'No te olvides, no te olvides, no te olvides'. Y Pablo a su discípulo predilecto, que él mismo consagró obispo, Timoteo, le dice: 'Y acordáte de tu madre y de tu abuela, ¿eh?' O sea...

3. La tercera palabra: Ánimo, levántate. Y este es el tercer eco. Un eco que no nace directamente del grito de Bartimeo, sino de la reacción de la gente que mira cómo Jesús actuó ante el clamor del ciego mendicante. Es decir, aquellos que no le daban lugar al reclamo de él, no le daban paso o alguno que lo hacía callar. Claro, cuando ve que Jesús reacciona así, cambia. Levántate, te llama.

Es un grito que se transforma en Palabra, en invitación, en cambio, en propuesta de novedad frente a nuestras formas de reaccionar ante el Santo Pueblo Fiel de Dios.

A diferencia de los otros, que pasaban, el Evangelio dice que Jesús se detuvo y preguntó qué pasa, ¿quién toca la batería? Se detiene frente al clamor de una persona. Sale del anonimato de la muchedumbre para identificarlo y de esa forma se compromete con él. Se enraíza en su vida. Y lejos de mandarlo callar, le pregunta: Decíme, ¿qué puedo hacer por vos? No necesita diferenciarse, no necesita separarse, no le echa un sermón, no lo clasifica y le pregunta si está autorizado o no para hablar. Tan solo le pregunta, lo identifica queriendo ser parte de la vida de ese hombre, queriendo asumir su misma suerte. Así le restituye paulatinamente la dignidad que tenía perdida, al borde del camino y ciego. Lo incluye. Y lejos de verlo desde fuera, se anima a identificarse con los problemas y así manifestar la fuerza transformadora de la misericordia. No existe una compasión. Una compasión, no una lástima. No existe una compasión que no se detenga. Si no te detenés, no padecés con, no tenés la divina compasión. No existe una compasión que no escuche. No existe una compasión que no se solidarice con el otro. La compasión no es zapping, no es silenciar el dolor, por el contrario, es la lógica propia del amor, el padecer con. Es la lógica que no se centra en el miedo sino en la libertad que nace de amar y pone el bien del otro por sobre todas las cosas. Es la lógica que nace de no tener miedo de acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más que para estar a su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración.

Y esta es la lógica del discipulado, esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros y en nosotros. De esto somos testigos. Un día Jesús nos vio al borde del camino, sentados sobre nuestros dolores, sobre nuestras miserias, sobre nuestras indiferencias. Cada uno conoce su historia antigua. No acalló nuestros gritos, por el contrario se detuvo, se acercó y nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Y gracias a tantos testigos, que nos dijeron: «ánimo, levántate», paulatinamente fuimos tocando ese amor misericordioso, ese amor transformador, que nos permitió ver la luz. No somos testigos de una ideología, no somos testigos de una receta, o de una manera de hacer teología. No somos testigos de eso. Somos testigos del amor sanador y misericordioso de Jesús. Somos testigos de su actuar en la vida de nuestras comunidades.

Y esta es la pedagogía del Maestro, esta es la pedagogía de Dios con su Pueblo. Pasar de la indiferencia del zapping al «ánimo, levántate, el Maestro te llama» (Mc 10,49). No porque seamos especiales, no porque seamos mejores, no porque seamos los funcionarios de Dios, sino tan solo porque somos testigos agradecidos de la misericordia que nos transforma. 

Y cuando se vive así, hay gozo y alegría, y podemos adherirnos al testimonio de la hermana, que en su vida hizo suyo el consejo de san Agustín: «Canta y camina». Esa alegría que viene del testigo de la misericordia que transforma. No estamos solos en este camino. Nos ayudamos con el ejemplo y la oración los unos a los otros. Tenemos a nuestro alrededor una nube de testigos (cf. Hb 12,1). Recordemos a la beata Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, que dedicó su vida al anuncio del Reino de Dios en la atención a los ancianos, con la «olla del pobre» para quienes no tenían qué comer, abriendo asilos para niños huérfanos, hospitales para heridos de la guerra, e incluso creando un sindicato femenino para la promoción de la mujer. Recordemos también a la venerable Virginia Blanco Tardío, entregada totalmente a la evangelización y al cuidado de las personas pobres y enfermas. Ellas y tantos otros anónimos, del montón, de los que seguimos a Jesús, son estímulo para nuestro camino. ¡Esa nube de testigos! Vayamos adelante con la ayuda de Dios y colaboración de todos. El Señor se vale de nosotros para que su luz llegue a todos los rincones de la tierra. Y adelante, canta y camina. Y, mientras cantan y caminan, por favor, recen por mí, que lo necesito. Gracias". 

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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Texto completo del discurso del Santo Padre en la clausura, en Bolivia, del II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares. Ciudad del Vaticano,10 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Buenas tardes a todos.

Hace algunos meses nos reunimos en Roma y tengo presente ese primer encuentro nuestro. Durante este tiempo los he llevado en mi corazón y en mis oraciones. Me alegra verlos de nuevo aquí, debatiendo los mejores caminos para superar las graves situaciones de injusticia que sufren los excluidos en todo el mundo. Gracias Señor Presidente Evo Morales por acompañar tan decididamente este Encuentro.

Aquella vez en Roma sentí algo muy lindo: fraternidad, garra, entrega, sed de justicia. Hoy, en Santa Cruz de la Sierra, vuelvo a sentir lo mismo. Gracias por eso. También he sabido por medio del Pontificio Consejo Justicia y Paz que preside el Cardenal Turkson, que son muchos en la Iglesia los que se sienten más cercanos a los movimientos populares. ¡Me alegra tanto! Ver la Iglesia con las puertas abiertas a todos Ustedes, que se involucre, acompañe y logre sistematizar en cada diócesis, en cada Comisión de Justicia y Paz, una colaboración real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Los invito a todos, Obispos, sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones sociales de las periferias urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro.

Dios permite que hoy nos veamos otra vez. La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo y quisiera yo también volver a unir mi voz a la de Ustedes: las famosas “tres t” tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena, vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra.

1. Empecemos reconociendo que necesitamos un cambio. Quiero aclarar, para que no haya malos entendidos, que hablo de los problemas comunes de todos los latinoamericanos y, en general también, de toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy ningún Estado puede resolver por sí mismo. Hecha esta aclaración, propongo que nos hagamos estas preguntas:

- ¿Reconocemos en serio que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad?

- ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando estallan tantas guerras sin sentido y la violencia fratricida se adueña hasta de nuestros barrios? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando el suelo, el agua, el aire y todos los seres de la creación están bajo permanente amenaza?

Entonces, si reconocemos esto, digámoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio.

Ustedes –en sus cartas y en nuestros encuentros– me han relatado las múltiples exclusiones e injusticias que sufren en cada actividad laboral, en cada barrio, en cada territorio. Son tantas y tan diversas como tantas y diversas sus formas de enfrentarlas. Hay, sin embargo, un hilo invisible que une cada una de esas exclusiones, ¿podemos reconocerlo? Porque no se trata de cuestiones aisladas. Me pregunto si somos capaces de reconocer que estas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global. ¿Reconocemos que este sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza?

Si es así, insisto, digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los Pueblos... Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra como decía San Francisco.

Queremos un cambio en nuestras vidas, en nuestros barrios, en el pago chico, en nuestra realidad más cercana; también un cambio que toque al mundo entero porque hoy la interdependencia planetaria requiere respuestas globales a los problemas locales. La globalización de la esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir esta globalización de la exclusión y la indiferencia.                    

Quisiera hoy reflexionar con Ustedes sobre el cambio que queremos y necesitamos. Saben que escribí recientemente sobre los problemas del cambio climático. Pero, esta vez, quiero hablar de un cambio en el otro sentido. Un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio – podríamos decir– redentor. Porque lo necesitamos. Sé que Ustedes buscan un cambio y no sólo ustedes: en los distintos encuentros, en los distintos viajes he comprobado que existe una espera, una fuerte búsqueda, un anhelo de cambio en todos los Pueblos del mundo. Incluso dentro de esa minoría cada vez más reducida que cree beneficiarse con este sistema reina la insatisfacción y especialmente la tristeza. Muchos esperan un cambio que los libere de esa tristeza individualista que esclaviza.

El tiempo, hermanos, hermanas, el tiempo parece que se estuviera agotando; no alcanzó el pelearnos entre nosotros, sino que hasta nos ensañamos con nuestra casa. Hoy la comunidad científica acepta lo que hace ya desde hace mucho tiempo denuncian los humildes: se están produciendo daños tal vez irreversibles en el ecosistema. Se está castigando a la tierra, a los pueblos y las personas de un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción, se huele el tufo de eso que, uno de los primeros teólogos de la Iglesia, Basilio de Cesarea llamaba «el estiércol del diablo». La ambición desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es el estiércol del diablo. El servicio para el bien común queda relegado. Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común. La hermana y madre tierra. No quiero extenderme describiendo los efectos malignos de esta sutil dictadura: ustedes los conocen. Tampoco basta con señalar las causas estructurales del drama social y ambiental contemporáneo. Sufrimos cierto exceso de diagnóstico que a veces nos lleva a un pesimism_ocharlatán o a regodearnos en lo negativo. Al ver la crónica negra de cada día, creemos que no hay nada que se puede hacer salvo cuidarse a uno mismo y al pequeño círculo de la familia y los afectos.

¿Qué puedo hacer yo, cartonero, catadora, pepenador, recicladora frente a tantos problemas si apenas gano para comer? ¿Qué puedo hacer yo artesano, vendedor ambulante, transportista, trabajador excluido si ni siquiera tengo derechos laborales? ¿Qué puedo hacer yo, campesina, indígena, pescador que apenas puedo resistir el avasallamiento de las grandes corporaciones? ¿Qué puedo hacer yo desde mi villa, mi chabola, mi población, mi rancherío cuando soy diariamente discriminado y marginado? ¿Qué puede hacer ese estudiante, ese joven, ese militante, ese misionero que patea las barriadas y los parajes con el corazón lleno de sueños pero casi sin ninguna solución para mis problemas? ¡Pueden hacer mucho! Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» (trabajo, techo, tierra) y también, en su participación protagónica en los grandes procesos de cambio, nacionales, regionales y mundiales. ¡No se achiquen!

2. Ustedes son sembradores de cambio. Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: «proceso de cambio». El cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual opción política o porque se instauró tal o cual estructura social. Sabemos dolorosamente que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón. Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios. Cada uno de nosotros no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo: pueblos que luchan por una significación, por un destino, por vivir con dignidad, por «vivir bien», dignamente, en ese sentido.

Ustedes, desde los movimientos populares, asumen las labores de siempre motivados por el amor fraterno que se revela contra la injusticia social. Cuando miramos el rostro de los que sufren,el rostro del campesino amenazado, del trabajador excluido, del indígena oprimido, de la familia sin techo, del migrante perseguido, del joven desocupado, del niño explotado, de la madre que perdió a su hijo en un tiroteo porque el barrio fue copado por el narcotráfico, del padre que perdió a su hija porque fue sometida a la esclavitud; cuando recordamos esos «rostros y esos nombres» se nos estremecen las entrañas frente a tanto dolor y nos co_nMovemos todos. Porque «hemos visto y oído», no la fría estadística sino las heridas de la humanidad doliente, nuestras heridas, nuestra carne. Eso es muy distinto a la teorización abstracta o la indignación elegante. Eso nos conmueve, nos mueve y buscamos al otro para movernos juntos. Esa emoción hecha acción comunitaria no se comprende únicamente con la razón: tiene un plus de sentido que sólo los pueblos entienden y que da su mística particular a los verdaderos movimientos populares.

Ustedes viven cada día, empapados, en el nudo de la tormenta humana. Me han hablado de sus causas, me han hecho parte de sus luchas, ya desde Buenos Aires, y yo se los agradezco. Ustedes, queridos hermanos, trabajan muchas veces en lo pequeño, en lo cercano, en la realidad injusta que se les impuso y a la que no se resignan, oponiendo una resistencia activa al sistema idolátrico que excluye, degrada y mata. Los he visto trabajar incansablemente por la tierra y la agricultura campesina, por sus territorios y comunidades, por la dignificación de la economía popular, por la integración urbana de sus villas y asentamientos, por la autoconstrucción de viviendas y el desarrollo de infraestructura barrial, y en tantas actividades comunitarias que tienden a la reafirmación de algo tan elemental e innegablemente necesario como el derecho a «las tres T»: tierra, techo y trabajo. Ese arraigo al barrio, a la tierra, al territorio, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus heroísmos cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas, necesitamos instaurar esa cultura del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman; nadie ama un concepto, nadie ama una idea. Se aman las personas. La entrega, la verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y ancianos, pueblos y comunidades... rostros y nombres que llenan el corazón. De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo.

Veo con alegría que ustedes trabajan en lo cercano, cuidando los brotes; pero, a la vez, con una perspectiva más amplia, protegiendo la arboleda. Trabajan en una perspectiva que no sólo aborda la realidad sectorial que cada uno de ustedes representa y a la que felizmente está arraigado, sino que también buscan resolver de raíz los problemas generales de pobreza, desigualdad y exclusión.

Los felicito por eso. Es imprescindible que, junto a la reivindicación de sus legítimos derechos, los Pueblos y sus organizaciones sociales construyan una alternativa humana a la globalización excluyente. Ustedes son sembradores del cambio. Que Dios les dé coraje, les dé alegría, les dé perseverancia y pasión para seguir sembrando. Tengan la certeza que tarde o temprano vamos de ver los frutos. A los dirigentes les pido: sean creativos y nunca pierdan el arraigo a lo cercano, porque el padre de la mentira sabe usurpar palabras nobles, promover modas intelectuales y adoptar poses ideológicas, pero si ustedes construyen sobre bases sólidas, sobre las necesidades reales y la experiencia viva de sus hermanos, de los campesinos e indígenas, de los trabajadores excluidos y las familias marginadas, seguramente no se van a equivocar.

La Iglesia no puede ni debe estar ajena a este proceso en el anuncio del Evangelio. Muchos sacerdotes y agentes pastorales cumplen una enorme tarea acompañando y promoviendo a los excluidos en todo el mundo, junto a cooperativas, impulsando emprendimientos, construyendo viviendas, trabajando abnegadamente en los campos de la salud, el deporte y la educación. Estoy convencido que la colaboración respetuosa con los movimientos populares puede potenciar estos esfuerzos y fortalecer los procesos de cambio.                    

Tengamos siempre en el corazón a la Virgen María, una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio, una madre sin techo que supo transformar una cueva de animales en la casa de Jesús con unos pañales y una montaña de ternura. María es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Rezo a la Virgen, tan venerada por el pueblo boliviana, rezo a la Virgen María, para que permita que este Encuentro nuestro sea fermento de cambio.

3. El cura habla largo parece ¿no? Por último quisiera que pensemos juntos algunas tareas importantes para este momento histórico, porque queremos un cambio positivo para el bien de todos nuestros hermanos y hermanas, eso lo sabemos. Queremos un cambio que se enriquezca con el trabajo mancomunado de los gobiernos, los movimientos populares y otras fuerzas sociales, eso también lo sabemos. Pero no es tan fácil definir el contenido del cambio, podría decirse, el programa social que refleje este proyecto de fraternidad y justicia que esperamos. En ese sentido, no esperen de este Papa una receta. Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretación de la realidad social ni la propuesta de soluciones a los problemas contemporáneos. Me atrevería a decir que no existe una receta. La historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan buscando su propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazón.

Quisiera, sin embargo, proponer tres grandes tareas que requieren el decisivo aporte del conjunto de los movimientos populares:    

3.1. La primera tarea es poner la economía al servicio de los Pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos NO a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la Madre Tierra.

La economía no debería ser un mecanismo de acumulación sino la adecuada administración de la casa común. Eso implica cuidar celosamente la casa y distribuir adecuadamente los bienes entre todos. Su objeto no es únicamente asegurar la comida o un “decoroso sustento”. Ni siquiera, aunque ya sería un gran paso, garantizar el acceso a «las tres T» por las que ustedes luchan. Una economía verdaderamente comunitaria, podría decir, una economía de inspiración cristiana, debe garantizar a los pueblos dignidad «prosperidad sin exceptuar bien alguno». Esta última frase la dijo el papa Juan XXIII hace 50 años.  Jesús dice en el Evangelio aquel que dé espontáneamente un vaso de agua al que tiene sed, le será tenido en cuenta en el reino de los cielos. Así que…

Esto implica «las tres T» pero también acceso a la educación, la salud, la inovación, las manifestaciones artísticas y culturales, la comunicación, el deporte y la recreación. Una economía justa debe crear las condiciones para que cada persona pueda gozar de una infancia sin carencias, desarrollar sus talentos durante la juventud, trabajar con plenos derechos durante los años de actividad y acceder a una digna jubilación en la ancianidad. Es una economía donde el ser humano en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en el ser social. Ustedes, y también otros pueblos, resumen este anhelo de una manera simple y bella: «vivir bien». Que no es lo mismo que pasarla bien.

Esta economía no es sólo deseable y necesaria sino también posible. No es una utopía ni una fantasía. Es una perspectiva extremadamente realista. Podemos lograrlo. Los recursos disponibles en el mundo, fruto del trabajo intergeneracional de los pueblos y los dones de la creación, son más que suficientes para el desarrollo integral de «todos los hombres y todo el hombre». El problema, en cambio, es otro. Existe un sistema con otros objetivos. Un sistema que a pesar de acelerar irresponsablemente los ritmos de la producción, a pesar de implementar métodos en la industria y la agricultura que dañan la Madre Tierra en aras de la «productividad», sigue negándoles a miles de millones de hermanos los más elementales derechos económicos, sociales y culturales. Ese sistema atenta contra el proyecto de Jesús. Contra la buena noticia que trajo Jesús.

La distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada. La propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de los pueblos. Y estas necesidades no se limitan al consumo. No basta con dejar caer algunas gotas cuando lo pobres agitan esa copa que nunca derrama por si sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras. Nunca podrán sustituir la verdadera inclusión: ésa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario.

En este camino, los movimientos populares tienen un rol esencial, no sólo exigiendo y reclamando, sino fundamentalmente creando. Ustedes son poetas sociales: creadores de trabajo, constructores de viviendas, productores de alimentos, sobre todo para los descartados por el mercado mundial.

He conocido de cerca distintas experiencias donde los trabajadores unidos en cooperativas y otras formas de organización comunitaria lograron crear trabajo donde sólo había sobras de la economía idolátrica. Las empresas recuperadas, las ferias francas y las cooperativas de cartoneros son ejemplos de esa economía popular que surge de la exclusión y, de a poquito, con esfuerzo y paciencia, adopta formas solidarias que la dignifican. ¡Qué distinto es eso a que los descartados por el mercado formal sean explotados como esclavos!    

Los gobiernos que asumen como propia la tarea de poner la economía al servicio de los pueblos deben promover el fortalecimiento, mejoramiento, coordinación y expansión de estas formas de economía popular y producción comunitaria. Esto implica mejorar los procesos de trabajo, proveer infraestructura adecuada y garantizar plenos derechos a los trabajadores de este sector alternativo. Cuando Estado y organizaciones sociales asumen juntos la misión de «las tres T» se activan los principios de solidaridad y subsidiariedad que permiten edificar el bien común en una democracia plena y participativa.

3.2. La segunda tarea es unir nuestros Pueblos en el camino de la paz y la justicia.

Los pueblos del mundo quieren ser artífices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y tradiciones religiosas sean respetados. Ningún poder fáctico o constituido tiene derecho a privar a los países pobres del pleno ejercicio de su soberanía y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia porque «la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en los derechos de los pueblos particularmente el derecho a la independencia».

Los pueblos de Latinoamérica parieron dolorosamente su independencia política y, desde entonces llevan casi dos siglos de una historia dramática y llena de contradicciones intentando conquistar una independencia plena.

En estos últimos años, después de tantos desencuentros, muchos países latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Los gobiernos de la Región aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberanía, la de cada país y la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros Padres de antaño, llaman la «Patria Grande». Les pido a ustedes, hermanos y hermanas de los movimientos populares, que cuiden y acrecienten esa unidad. Mantener la unidad frente a todo intento de división es necesario para que la región crezca en paz y justicia.

A pesar de estos avances, todavía subsisten factores que atentan contra este desarrollo humano equitativo y coartan la soberanía de los países de la «Patria Grande» y otras latitudes del planeta. El nuevo colonialismo adopta distintas fachadas. A veces, es el poder anónimo del ídolo dinero: corporaciones, prestamistas, algunos tratados denominados «de libres comercio» y la imposición de medidas de «austeridad» que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres. Los obispos latinoamericanos lo denunciamos con total claridad en el documento de Aparecida cuando se afirma que «las instituciones financieras y las empresas transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economías locales, sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez más impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus poblaciones». En otras ocasiones, bajo el noble ropaje de la lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo –graves males de nuestros tiempos que requieren una acción internacional coordinada– vemos que se impone a los Estados medidas que poco tienen que ver con la resolución de esas problemáticas y muchas veces empeora las cosas.    

Del mismo modo, la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico. Como dicen los Obispos de África, muchas veces se pretende convertir a los países pobres en «piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco».

Hay que reconocer que ninguno de los graves problemas de la humanidad se puede resolver sin interacción entre los Estados y los pueblos a nivel internacional. Todo acto de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en el todo en términos económicos, ecológicos, sociales y culturales. Hasta el crimen y la violencia se han globalizado. Por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad común. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra interdependencia. Es decir, nuestra sana interdependencia. Pero interacción no es sinónimo de imposición, no es subordinación de unos en función de los intereses de otros. El colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas y todos los males que vienen de la mano... precisamente porque al poner la periferia en función del centro les niega el derecho a un desarrollo integral. Y eso, hermanos, es inequidad y la inequidad genera violencia que no habrá recursos policiales, militares o de inteligencia capaces de detener.                  

Digamos NO a las viejas y nuevas formas de colonialismo. Digamos SÍ al encuentro entre pueblos y culturas. Felices los que trabajan por la paz.

Aquí quiero detenerme en un tema importante. Porque alguno podrá decir, con derecho, que «cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia». Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM y también quiero decirlo. Al igual que san Juan Pablo II pido que la Iglesia «se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos». Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América.

Y junto a este pedido de perdón, y para ser justos, también quiero que recordemos sacerdotes, obispos, que se opusieron fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la cruz. Hubo pecado, hubo pecado y abunda, pero no pedimos perdón, y por eso pedimos perdón. Pero allí también donde hubo pecado, donde hubo abundante pecado, sobreabundó la gracia, a través de esos hombres que defendieron la justicia de los pueblos originarios.

Les pido también a todos, creyentes y no creyentes, que se acuerden de tantos Obispos, sacerdotes y laicos que predicaron y predican y siguen predicando la buena noticia de Jesús con coraje y mansedumbre, respeto y en paz; dije obispos, sacerdotes y laicos, no me quiero olvidar de las monjitas que anónimanente patean nuestros barrios pobres, llevando un mensaje de paz y de justicia, que en su paso por esta vida dejaron conmovedoras obras de promoción humana y de amor, muchas veces junto a los pueblos indígenas o acompañando a los propios movimientos populares incluso hasta el martirio. La Iglesia, sus hijos e hijas, son una parte de la identidad de los pueblos en Latinoamérica. Identidad que tanto aquí como en otros países algunos poderes se empeñan en borrar, tal vez porque nuestra fe es revolucionaria, porque nuestra fe desafía la tiranía del idolo dinero. Hoy vemos con espanto como en Medio Oriente y otros lugares del mundo se persigue, se tortura, se asesina a muchos hermanos nuestros por su fe en Jesús. Eso también debemos denunciarlo: dentro de esta tercera guerra mundial en cuotas que vivimos, hay una especie de genocidio en marcha que debe cesar.    

A los hermanos y hermanas del movimiento indígena latinoamericano, déjenme trasmitirle mi más hondo cariño y felicitarlos por buscar la conjunción de sus pueblos y culturas, eso que yo llamo poliedro, una forma de convivencia donde las partes conservan su identidad construyendo juntas la unidad, una pluralidad que no atenta, sino que fortalece la unidad. Su búsqueda de esa interculturalidad que combina la reafirmación de los derechos de los pueblos originarios con el respeto a la integridad territorial de los Estados nos enriquece y nos fortalece a todos.

3.3. La tercera tarea, tal vez la más importante que debemosasumir hoy, es defender la Madre Tierra.

La casa común de todos nosotros está siendo saqueada, devastada, vejada impunemente. La cobardía en su defensa es un grave pecado. Vemos con decepción creciente como se suceden una tras otra cumbres internacionales sin ningún resultado importante. Existe un claro, definitivo e impostergable imperativo ético de actuar que no se está cumpliendo. No se puede permitir que ciertos intereses –que son globales pero no universales– se impongan, sometan a los Estados y organismos internacionales, y continúen destruyendo la creación. Los Pueblos y sus movimientos están llamados a clamar, a movilizare, a exigir –pacífica pero tenazmente– la adopción urgente de medidas apropiadas. Yo les pido, en nombre de Dios, que defiendan a la Madre Tierra. Sobre éste tema me expresado debidamente en la Carta Encíclica Laudato si’. (...)

4. Para finalizar, quisiera decirles nuevamente: el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los Pueblos; en su capacidad de organizar y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio. Los acompaño. Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la Madre Tierra. Soy sinciero cuando les digo, rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie: esa fuerza es la esperanza, y una cosa importante la esperanza que no defrauda, gracias.

Y, por favor, les pido que recen por mí.Y si alguno de ustedes no puede rezar, yo lo respeto pido que me piense bien, que me mande buena onda.

                


Publicado por verdenaranja @ 13:32  | Habla el Papa
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Texto completo de la homilía de Francisco en la plaza del Cristo Redentor de Santa Cruz, en donde tiene lugar la apertura del V Congreso Eucarístico nacional.    Ciudad del Vaticano,09 de julio de 2015 (ZENIT.org)    

Hemos venido desde distintos lugares, regiones, poblados, para celebrar la presencia viva de Dios entre nosotros. Salimos hace horas de nuestras casas y comunidades para poder estar juntos, como Pueblo Santo de Dios. La cruz y la imagen de la misión nos traen el recuerdo de todas las comunidades que han nacido en el nombre de Jesús en estas tierras, de las cuales nosotros somos sus herederos.

En el Evangelio que acabamos de escuchar se nos describía una situación bastante similar a la que estamos viviendo ahora. Al igual que esas cuatro mil personas, estamos nosotros queriendo escuchar la Palabra de Jesús y recibir su vida. Ellos ayer y nosotros hoy junto al Maestro, Pan de vida.

En estos días, pude ver a muchas madres cargando a sus hijos en las espaldas. Como lo hacen aquí tantas de ustedes. Llevando sobre sí la vida, el futuro de su gente. Llevando sus motivos de alegría, sus esperanzas. Llevando la bendición de la tierra en los frutos. Llevando el trabajo realizado por sus manos. Manos que han labrado el presente y tejerán las ilusiones del mañana. Pero también cargando sobre sus hombros, desilusiones, tristezas y amarguras, la injusticia que parece no detenerse y las cicatrices de una justicia no realizada. Cargando sobre sí, el gozo y el dolor de una tierra. Ustedes llevan sobre sí la memoria de su pueblo. Porque los pueblos tienen memoria, una memoria que pasa de generación en generación, los pueblos tienen una memoria en camino.

Y no son pocas las veces que experimentamos el cansancio de este camino. No son pocas las veces que faltan las fuerzas para mantener viva la esperanza. Cuántas veces vivimos situaciones que pretenden anestesiarnos la memoria y así se debilita la esperanza y se van perdiendo los motivos de alegría. Y comienza a ganarnos una tristeza que se vuelve individualista, que nos hace perder la memoria de pueblo amado, de pueblo elegido. Y esa pérdida nos disgrega, hace que nos cerremos a los demás, especialmente a los más pobres.

A nosotros nos puede suceder lo que a los discípulos de ayer, cuando vieron la cantidad de gente que estaba ahí. Le piden a Jesús que los despida, mándalos a la casa, ya que es imposible alimentar a tanta gente. Frente a tantas situaciones de hambre en el mundo podemos decir: «Perdón, No nos dan los números, no nos cierran las cuentas». Es imposible enfrentar estas situaciones, entonces la desesperación termina ganándonos el corazón.

En un corazón desesperado es muy fácil que gane espacio la lógica que pretende imponerse en el mundo, en todo el mundo,  de nuestros días. Una lógica que busca transformar todo en objeto de cambio, de consumo, todo negociable. Una lógica que pretende dejar espacio a muy pocos, descartando a todos aquellos que no «producen», que no se los considera aptos o dignos porque aparentemente «no nos dan los números». Jesús una vez más vuelve a hablarnos y nos dice: No es necesario excluirlos, no es necesario que se vayan, denles ustedes de comer.

Es una invitación que resuena con fuerza para nosotros hoy: «No es necesario excluir a nadie, que nadie se vaya, basta de descartes, denles ustedes de comer». Jesús nos lo sigue diciendo en esta plaza. Sí, basta de descartes, denles ustedes de comer. La mirada de Jesús no acepta una lógica, una mirada que siempre «corta el hilo» por el más débil, por el más necesitado. Tomando «la posta» Él mismo nos da el ejemplo, nos muestra el camino. Una actitud en tres palabras, toma un poco de pan y unos peces, los bendice, los parte y entrega para que los discípulos lo compartan con los demás. Ese es el camino del milagro. Ciertamente no es magia o idolatría. Jesús, por medio de estas tres acciones logra transformar una lógica del descarte, en una lógica de comunión, en una lógica de comunidad. Quisiera subrayar brevemente cada una de estas acciones.

Toma. El punto de partida, es tomar muy en serio la vida de los suyos. Los mira a los ojos y en ellos conoce su vivir, su sentir. Ve en esas miradas lo que late y lo que ha dejado de latir en la memoria y en el corazón de su pueblo. Lo considera y lo valora. Valoriza todo lo bueno que pueden aportar, todo lo bueno desde donde se puede construir. Pero no habla de los objetos, o de los bienes culturales, o de las ideas; sino habla de las personas. La riqueza más plena de una sociedad se mide en la vida de su gente, se mide en los ancianos que logran transmitir su sabiduría y la memoria de su pueblo a los más pequeños. Jesús nunca se saltea la dignidad de nadie, por más apariencia de no tener nada para aportar o compartir. Toma todo, como viene.

Bendice. Jesús toma sobre sí, y bendice al Padre que está en los cielos. Sabe que estos dones son un regalo de Dios. Por eso, no los trata como «cualquier cosa» ya que toda esa vida, es fruto del amor misericordioso. Él lo reconoce. Va más allá de la simple apariencia, y en este gesto de bendecir, de alabar, pide a su Padre el don del Espíritu Santo. El bendecir tiene esa doble mirada, por un lado agradecer y por otro el poder transformar. Es reconocer que la vida, siempre es un don, un regalo que puesto en las manos de Dios, adquiere una fuerza de multiplicación. Nuestro Padre no nos quita nada, todo lo multiplica.

Entrega. En Jesús, no existe un tomar que no sea una bendición, y no existe una bendición que no sea entrega. La bendición siempre es misión, tiene un destino, compartir, el condividir de lo que se ha recibido, ya que sólo en la entrega, en el com-partir es cuando las personas encontramos la fuente de la alegría y la experiencia de la salvación. Una entrega que quiere reconstruir la memoria de pueblo Santo, de pueblo invitado, a ser y a llevar la alegría de la salvación. Las manos que Jesús levanta para bendecir al Dios del cielo son las mismas que distribuyen el pan a la multitud que tiene hambre. Podemos imaginarnos, podemos imaginar ahora cómo iban pasando de mano en mano los panes y los peces hasta llegar a los más alejados. Jesús, logra generar una corriente entre los suyos, todos iban compartiendo lo propio, convirtiéndolo en don para los demás y así fue como comieron hasta saciarse, increíblemente sobró: lo recogieron en siete canastas. Una memoria tomada, una memoria bendecida y una memoria entregada siempre sacia a un pueblo.

La Eucaristía es «Pan partido para la vida del mundo», como dice el lema del V Congreso eucarístico que hoy inauguramos y que tendrá lugar en Tarija. Es Sacramento de comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento y nos da la certeza de que lo que tenemos, lo que somos, si es tomado, si es bendecido y si es entregado, con el poder de Dios, con el poder de su amor, se convierte en pan de vida para los demás.

La Iglesia celebra la eucaristía, celebra la memoria del Señor, el sacrificio del Señor porque la Iglesia es comunidad memoriosa. Por eso fiel al mandato del Señor, dice una y otra vez: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19) Actualiza, hace real, generación tras generación, en los distintos rincones de nuestra tierra, el misterio del Pan de Vida. Nos lo hace presente y nos lo entrega. Jesús quiere que participemos de su vida y a través nuestro se vaya multiplicando en nuestra sociedad. No somos personas aisladas, separadas, sino el Pueblo de la memoria actualizada y siempre entregada. Una vida memoriosa necesita de los demás, del intercambio, del encuentro, de una solidaridad real que sea capaz de entrar en la lógica del tomar, bendecir y entregar; en la lógica del amor.

María, que al igual que muchas de ustedes llevó sobre sí la memoria de su pueblo, la vida de su Hijo, y experimentó en sí misma la grandeza de Dios, proclamando con júbilo que Él «colma de bienes a los hambrientos» (Lc 1,53), sea hoy nuestro ejemplo para confiar en la bondad del Señor, que hace obras grandes con poca cosa, con la humildad de sus siervos.

            

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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Publicado por verdenaranja @ 13:26  | Habla el Papa
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Palabras del Papa Francisco a las autoridades civiles de Bolivia. Roma,09 de julio de 2015 (ZENIT.org)

"Señor Presidente, Excelencias, Señoras y señores:

Me alegro de este encuentro con ustedes, autoridades políticas y civiles de Bolivia, miembros del Cuerpo diplomático y personas relevantes del mundo de la cultura y del voluntariado. Agradezco a Mons. Edmundo Abastoflor, Arzobispo de la Paz, su amable bienvenida. Les ruego me permitan cooperar, alentando con algunas palabras, la tarea que cada uno de ustedes ya realiza.

Cada uno a su manera, todos los aquí presentes compartimos la vocación de trabajar por el bien común. Ya hace 50 años, el Concilio Vaticano II definía el bien común como «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente de la propia perfección»; gracias por aspirar –desde su rol y misión– para que las personas y la sociedad se desarrollen, alcancen su perfección. Estoy seguro de sus búsquedas de lo bello, lo verdadero, lo bueno en este afán por el bien común. Que este esfuerzo ayude siempre a crecer en un mayor respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral, a la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia distributiva. (cf. Laudato si’ 157).

En el trayecto hacia la catedral he podido admirarme de las cumbres del Hayna Potosí y del Illimani, de ese «cerro joven» y de aquel que indica «el lugar por donde sale el sol». También he visto cómo de manera artesanal muchas casas y barrios se confunden con las laderas y me he maravillado de algunas obras de su arquitectura. El ambiente natural y el ambiente social, político y económico están íntimamente relacionados. Nos urge poner las bases de una ecología integral, que incorpore claramente todas las dimensiones humanas en la resolución de las graves cuestiones socioambientales de nuestros días... si no los glaciares de esos montes seguirán retrocediendo... y la lógica de la recepción, la conciencia del mundo que queremos dejar a los que nos sucedan, su orientación general, su sentido, sus valores también se derretirán como esos hielos (cf. Laudato si’ 159-160).

Como todo está relacionado, nos necesitamos unos a otros. Si la política se deja dominar por la especulación financiera o la economía se rige únicamente por el paradigma tecnocrático y utilitarista de la máxima producción, no podrán ni siquiera comprender, y menos aún resolver, los grandes problemas que afectan a la humanidad. Es necesaria también la cultura, de la que forma parte no solo el desarrollo de la capacidad intelectual del ser humano en las ciencias y de la capacidad de generar belleza en las artes, sino también las tradiciones populares locales, con su particular sensibilidad al medio de donde han surgido y al que dan sentido. Se requiere de igual forma una educación ética y moral, que cultive actitudes de solidaridad y corresponsabilidad entre las personas. Debemos reconocer el papel específico de las religiones en el desarrollo de la cultura y los beneficios que pueden aportar a la sociedad. Los cristianos, en particular, como discípulos de la Buena Noticia, son portadores de un mensaje de salvación que tiene en sí mismo la capacidad de ennoblecer a las personas, de inspirar grandes ideales capaces de impulsar líneas de acción que vayan más allá del interés individual, posibilitando la capacidad de renuncia en favor de los demás, la sobriedad y las demás virtudes que nos contienen y nos unen.

Nos habituamos tan fácilmente al ambiente de inequidad que nos rodea, que nos volvemos insensibles a sus manifestaciones. Y así confundimos sin darnos cuenta el «bien común» con el «bien- estar», sobre todo cuando somos nosotros quienes lo disfrutamos. El bienestar que se refiere solo a la abundancia material tiende a ser egoísta, a defender los intereses de parte, a no pensar en los demás, y a dejarse llevar por la tentación del consumismo. Así entendido, el bienestar, en vez de ayudar, incuba posibles conflictos y disgregación social; instalado como la perspectiva dominante, genera el mal de la corrupción que cuánto desalienta y tanto mal hace. El bien común, en cambio, es algo más que la suma de intereses individuales; es un pasar de lo que «es mejor para mí» a lo que «es mejor para todos», e incluye todo aquello que da cohesión a un pueblo: metas comunes, valores compartidos, ideales que ayudan a levantar la mirada, más allá de los horizontes particulares.

Los diferentes agentes sociales tienen la responsabilidad de contribuir a la construcción de la unidad y el desarrollo de la sociedad. La libertad siempre es el mejor ámbito para que los pensadores, las asociaciones ciudadanas, los medios de comunicación desarrollen su función, con pasión y creatividad, al servicio del bien común. También los cristianos, llamados a ser fermento en el pueblo, aportan su propio mensaje a la sociedad. La luz del Evangelio de Cristo no es propiedad de la Iglesia; ella es su servidora, para que llegue hasta los extremos del mundo. La fe es una luz que no encandila, que no obnubila, sino que alumbra y guía con respeto la conciencia y la historia de cada persona y de cada convivencia humana. El cristianismo ha tenido un papel importante en la formación de la identidad del pueblo boliviano. La libertad religiosa –como es acuñada habitualmente esa expresión en el fuero civil– es quien también nos recuerda que la fe no puede reducirse al ámbito puramente subjetivo. Será nuestro desafío alentar y favorecer que germinen la espiritualidad y el compromiso cristiano en obras sociales.

Entre los diversos actores sociales, quisiera destacar la familia, amenazada en todas partes por la violencia doméstica, el alcoholismo, el machismo, la drogadicción, la falta de trabajo, la inseguridad ciudadana, el abandono de los ancianos, los niños de la calle y recibiendo pseudo-soluciones desde perspectivas que evidencian una clara colonización ideológica... Son tantos los problemas sociales que resuelve la familia en silencio, que no promoverla es dejar desamparados a los más desprotegidos.

Una nación que busca el bien común no se puede cerrar en sí misma; las redes de relaciones afianzan a las sociedades. El problema de la inmigración en nuestros días nos lo demuestra. El desarrollo de la diplomacia con los países del entorno, que evite los conflictos entre pueblos hermanos y contribuya al diálogo franco y abierto de los problemas, es hoy indispensable. Hay que construir puentes en vez de levantar muros. Todos los temas, por más espinosos que sean, tienen soluciones compartidas, razonables, equitativas y duraderas. Y, en todo caso, nunca han de ser motivo de agresividad, rencor o enemistad que agravan más la situación y hacen más difícil su resolución.

Bolivia transita un momento histórico: la política, el mundo de la cultura, las religiones son parte de este hermoso desafío de la unidad. En esta tierra donde la explotación, la avaricia y múltiples egoísmos y perspectivas sectarias han dado sombra a su historia, hoy puede ser el tiempo de la integración. Hoy Bolivia puede «crear nuevas síntesis culturales». ¡Qué hermosos son los países que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindos cuando están llenos de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro! (cf. Evangelii gaudium 210). Bolivia, en la integración y en su búsqueda de la unidad, está llamada a ser «esa multiforme armonía que atrae» (Evangelii gaudium 117).

Muchas gracias por su atención. Pido al Señor que Bolivia, «esta tierra inocente y hermosa» siga progresando cada vez más para que sea esa «patria feliz donde el hombre vive el bien de la dicha y la paz». Que la Virgen santa los cuide y el Señor los bendiga abundantemente. No olviden rezar por mí, pues lo necesito". 


Publicado por verdenaranja @ 13:20  | Habla el Papa
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Texto completo del discurso en el aeropuerto de El Alto, en la ceremonia de bienvenida. Francisco pone la visita a Bolivia bajo el amparo de la Santísima Virgen de Copacabanadel Papa en el aeropuerto internacional El Alto. Madrid, 09 de julio de 2015 (ZENIT.org)

"Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Hermanos en el Episcopado,
Queridos hermanas y hermanos, buenas tardes:

Al iniciar esta visita pastoral, quiero dirigir mi saludo a todos los hombres y mujeres de Bolivia con los mejores deseos de paz y prosperidad. Agradezco al Señor Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia la cálida acogida y fraternal acogida que me ha dispensado y sus amables palabras de bienvenida. Doy las gracias también a los señores Ministros y Autoridades del Estado, de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, que han tenido la bondad de venir a recibirme. A mis hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y fieles cristianos, a toda la Iglesia que peregrina en Bolivia, quiero expresarle mis sentimientos de fraterna comunión en el Señor. Llevo en el corazón especialmente a los hijos de esta tierra que por múltiples razones no están aquí y han tenido que buscar «otra tierra» que los cobije; otro lugar donde esta madre los haga fecundos y posibilite la vida.

Me alegro de estar en esta país de singular belleza, bendecido por Dios en sus diversas zonas: el altiplano, los valles, las tierras amazónicas, los desiertos, los incomparables lagos; el preámbulo de su Constitución lo ha acuñado de modo poético: «En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra amazonia, nuestro chaco, nuestro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores», y esto me recuerda que «el mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza» (Laudato si’ 12). Pero sobre todo, es una tierra bendecida en sus gentes, con su variada realidad cultural y étnica, que constituye una gran riqueza y un llamado permanente al respeto mutuo, al diálogo: pueblos originarios milenarios y pueblos originarios contemporáneos; cuánta alegría nos da saber que el castellano traído a estas tierras hoy convive con 36 idiomas originarios, amalgamándose –como lo hacen en las flores nacionales de kantuta y patujú el rojo y el amarillo– para dar belleza y unidad en lo diverso. En esta tierra y en este pueblo, arraigó con fuerza el anuncio del Evangelio, que a lo largo de los años ha ido iluminando la convivencia, contribuyendo al desarrollo del pueblo y fomentando la cultura.

Como huésped y peregrino, vengo para confirmar la fe de los creyentes en Cristo resucitado, para que cuantos creemos en Él, mientras peregrinamos en esta vida, seamos testigos de su amor, fermento de un mundo mejor, y colaboremos en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.

Bolivia está dando pasos importantes para incluir a amplios sectores en la vida económica, social y política del País; cuenta con una Constitución que reconoce los derechos de los individuos, de las minorías, del medio ambiente, y con unas instituciones sensibles a estas realidades. Todo esto requiere un espíritu de colaboración ciudadana, de diálogo y participación de los individuos y los actores sociales en las cuestiones que interesan a todos. El progreso integral de un pueblo incluye el crecimiento en valores de las personas y la convergencia en ideales comunes que consigan aunar voluntades, sin excluir ni rechazar a nadie. Si el crecimiento es solo material, siempre se corre el riesgo de volver a crear nuevas diferencias, de que la abundancia de unos se construya sobre la escasez de otros. Por eso, además de la transparencia institucional, la cohesión social requiere un esfuerzo en la educación de los ciudadanos.

En estos días me gustaría alentar la vocación de los discípulos de Cristo a comunicar la alegría del Evangelio, a ser sal de la tierra y luz del mundo. La voz de los Pastores, que tiene que ser profética, habla a la sociedad en nombre de la Iglesia madre, porque la Iglesia es madre, y la habla desde la opción preferencial y evangélica por los últimos, por los descartados, por los excluidos. Esa es la opción preferencial de la Iglesia. La caridad fraterna, expresión viva del mandamiento nuevo de Jesús, se expresa en programas, obras e instituciones que buscan la promoción integral de la persona, así como el cuidado y la protección de los más vulnerables. No se puede creer en Dios Padre sin ver un hermano en cada persona y no se puede seguir a Jesús sin entregar la vida por los que Él murió en la cruz.

En una época en la que tantas veces se tiende a olvidar o tergiversar los valores fundamentales, la familia merece una especial atención por parte de los responsables del bien común porque es la célula básica de la sociedad, que aporta lazos sólidos de unión sobre los que se basa la convivencia humana y, con la generación y educación de sus hijos, asegura el futuro y la renovación de la sociedad.

La Iglesia también siente una preocupación especial por los jóvenes que, comprometidos con su fe y con grandes ideales, son una promesa de futuro, «vigías que anuncian la luz del alba y la nueva primavera del Evangelio», decía Juan Pablo II. Cuidar a los niños, hacer que la juventud se comprometa en nobles ideales, es garantía de futuro para una sociedad. Y la Iglesia quiere una sociedad que encuentra su reaseguro cuando valora, admira y custodia también a sus mayores, que son los que nos traen la sabiduría de los pueblos. Custodiar a los que hoy son descartados por tantos intereses que ponen al centro de la vida económica al dios dinero. Y son descartados los niños y los jóvenes, que son el futuro de un país, y los ancianos, que son la memoria del pueblo. Por eso hay que cuidarlos, hay que protegerlos, son nuestro futuro. La Iglesia hace opción por ir generando con este cuidado una «cultura memoriosa» que le garantiza a los ancianos no solo la calidad de vida en sus últimos años sino la calidez, como bien lo expresa la constitución de ustedes.

Señor Presidente, queridas hermanas y hermanos, gracias por estar aquí. Estos días nos permitirán tener diversos momentos de encuentro, diálogo y celebración de la fe. Lo hago alegre y contento de estar en esta Patria que se dice a sí misma pacifista, patria de paz, y que promueve la cultura de la paz y el derecho a la paz.

Pongo esta visita bajo el amparo de la Santísima Virgen de Copacabana, Reina de Bolivia, y a Ella pido que proteja a todos sus hijos. Muchas gracias y que el Señor los bendiga. Jallalla Bolivia".

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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Publicado por verdenaranja @ 13:17  | Habla el Papa
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Texto completo del discurso improvisado de Francisco en su encuentro con el clero, religiosos, religiosas y seminaristas en el Santuario nacional mariano “El QuincheSanto Padre en El Quinche. Ciudad del Vaticano,08 de julio de 2015 (ZENIT.org)

 Buenos días hermanos y hermanas:

En estos días, 48 horas que estuve en contacto con ustedes, noté que había algo raro, perdón, algo raro en el pueblo ecuatoriano. Todos los lugares donde voy, siempre el recibimiento es alegre, contento, cordial, religioso, piadoso. Había en la piedad, en el modo, por ejemplo en pedir la bendición desde el más viejo hasta la guagua. Lo primero que aprende es hacer así.

Había algo distinto. Yo también tuve la tentación como el obispo  de Sucumbíos y pregunar ¿cuál es la receta de este pueblo? Y, daba vueltas en la cabeza y rezaba. Le pregunté a Jesús varias veces en la oración. ¿Qué tiene este pueblo de distinto? Y esta mañana orando se me impuso, aquella consagración al Sagrado Corazón. Pienso que se lo debo decir como un mensaje de Jesús. Toda esta riqueza que tienen ustedes, la riqueza espiritual de piedad, de profundidad, vienen de haber tenido la valentía, aunque fueran momentos muy difíciles, de consagrar la nación al corazón de Cristo, ese corazón divino y humano que nos quiere tanto. Y yo lo noto un poco con eso, divino y humano seguro que son pecadores, yo también, pero el Señor perdona todo. Y custodien eso y después, pocos años después la consagración al corazón de María. No olviden esa consagración es un hito en la historia del pueblo de Ecuador. Y de esa consagración siento como que le viene esa gracia que tienen ustedes, esa piedad, esa cosa que los hace distintos.

Hoy tengo que hablarle a los sacerdotes, a los seminaristas, religiosos, religiosas y decidles algo.

Tengo un discurso preparado. Pero no tengo ganas de leer. Así que se lo doy al presidente de la Conferencia de religiosos para que lo haga público después.

Y pensaba en la Virgen, pensaba en María, dos palabras de María. Ya me está fallando la memoria, pero no sé si dijo alguna otra. Hágase en mí. Bueno sí, pidió explicaciones de por qué la elegían a ella al ángel, ahí. Hágase en mí. Y otra palabra, hagan lo que Él les diga.

María, no protagonizó nada. Discipuleó toda su vida. La primera disculpa de su hijo. Y tenía conciencia de que todo lo que ella había traído era pura gratuidad de Dios. Conciencia de gratuidad. Por eso, hágase, hagan, que se manifieste la gratuidad de Dios. Religiosas, religiosos, sacerdotes, seminaristas, todos los días. Vuelvan, hagan ese camino de retorno hacia la gratuidad con que Dios los eligió. Ustedes no pagaron entrada para entrar al seminario, para entrar a la vida religiosa. No se lo merecieron. Si algún, religioso, sacerdote, seminarista o monja que hay aquí cree que se lo mereció que levante la mano. Todo gratuito. Y toda la vida de un religioso, de una religiosa, de un sacerdote, de un seminarista que va por ese camino y ya que estamos digamos, y de los obispos, tiene que ir por el camino de la gratuidad, volver todos los días Señor, hoy hice esto, me salió bien esto, tuve esta dificultad, ‘todo esto pero todo viene de vos’. Todo es gratis. Esa gratuidad, somos objeto de gratuidad de Dios. Si olvidamos esto lentamente nos vamos haciendo importantes. Mira vos a este, que obras que está haciendo. O mira vos a este lo hicieron obispo de tal lugar, qué importante. O a este lo hicieron monseñor. O a este... Y ahí lentamente nos vamos apartando de esto que es la base de lo que María nunca se apartó. La gratuidad de Dios. Un consejo de hermano: todos los días, a la noche quizá es lo mejor, antes de irse a dormir, una mirada a Jesús y decirle, ‘todo me lo diste gratis’. Y volverse a situar. Entonces cuando me cambian de destino y cuando hay una dificultad, no pataleo porque todo es gratis. No merezco nada, eso hizo María.

San Juan Pablo II en la Redemptoris Mater, les recomiendo que la lean, sí agárrenla, léanla, es verdad, el Papa san Juan Pablo II tenía un estilo de pensamiento circular, profesor y era un hombre de Dios. Así que hay que leerla varias veces para sacarle todo el jugo que tiene. Y dice, que quizá María, no recuerdo bien la frase, quiero citar el hecho. En el momento de la Cruz de su fidelidad, hubiera tenido ganas de decir ‘¿y este me dijeron que iba a ser Rey? Me engañaron’  Ni se permitió,  porque era la mujer que sabía que todo lo había recibido gratuitamente. Consejo de hermano y de padre, todas las noches resitúense en la gratuidad. Y digan hágase, gracias porque todo me lo diste vos.

Una segunda cosa que les quisiera decir es que cuiden la salud pero sobre todo cuiden de no caer en una enfermedad. Una enfermedad que es medio peligrosa, o del todo peligrosa para  los que el Señor nos llamó gratuitamente para seguirlo o a servirlo.

No caigan en el alzheimer espiritual, no pierdan la memoria, sobre todo, la memoria de dónde me sacaron. La escena esa del profeta Samuel cuando es enviado a ungir al rey de Israel. Va a Belén a la casa de un señor que se llama Jesé, que tiene siete u ocho hijos. Y Dios le dice que entre esos hijos va a estar el rey. Claro los ve y dice ‘debe ser este’, es mayor, alto, grande, apuesto, parecía valiente. Dios le dice: ‘no, no es ese’. La mirada de Dios es a la de los hombres. Y así les hace pasar a todos los hijos  y Dios le dice ‘no, no es’. Y no sabe qué hacer el profeta. Y le pregunta al padre, ¿no tienes otro? Y le dice, sí está el más chico ahí cuidando las cabras, con las ovejas. ‘Mándalo llamar’. Y viene un mocosito, tendría 17 o 18 años. Y Dios le dice ‘ese es’. Le sacaron de atrás del rebaño.

Y otro profeta cuando Dios le dice que haga ciertas cosas al profeta, ‘quién soy si a mí me sacaron de atrás del rebaño’. No se olviden de donde les sacaron, no renieguen las raíces.

San Pablo se ve que intuía este peligro de perder la memoria, y a su hijo más querido, el obispo Timoteo a quien él ordenó, les da consejos pastorales pero hay uno que toca el corazón. No te olvides de la fe que tenía su abuela y tu madre, es decir, no te olvides de dónde te sacaron, no te olvides de tus raíces, no te sientas promovido.

La gratuidad es una gracia que no puede convivir con la promoción. Y cuando un sacerdote, un seminarista, un religioso, una religiosa, entra en carrera, no digo mal, carrera humana, empieza a enfermarse de alzheimer espiritual. Y empieza a perder la memoria de dónde me sacaron. Dos principios para ustedes sacerdotes, consagrados y consagradas. Todos los días renueven el sentimiento de que todo es gratis. El sentimiento de gratuidad en la elección de cada uno.

Ninguno la merecimos. Y pidan la gracia de no perder la memoria, de no sentirse más importante. Es muy triste cuando uno ve a un sacerdote o a un consagrado o una consagrada que en su casa hablaba el dialecto, o hablaba otra lengua, una de esas nobles lenguas antiguas que tienen los pueblos de Ecuador, cuántas tienen. Y es muy triste cuando se olvidan de la lengua. Es muy triste cuando no la quieren hablar, eso significa que se olvidaron de dónde lo sacaron. No se olviden de eso. Pidan esa gracia

Eso son los dos principios que quisiera marcar. Y esos dos principios si los viven todos los días, es una trabajo de todos los días, todas las noches recordar esos dos principios y pedir la gracia, esos dos principios si lo viven, lo van a hacer vivir con dos actitudes.

Primero el servicio. Dios me eligió, me sacó, ¿para qué? Para servir y el servicio que me es pecualiar a mí, no perdemos el tiempo, que tengo mis cosas, que tengo esto, que no, que ya cierro el despacho. Sí, tendría que ir a bendecir las casas pero estoy cansado. Hoy pasan una telenovela linda por televisión, para las monjitas.

Y entonces servicio, servir, servir y no hacer otra cosa. Y servir cuando estamos cansados. Y servir cuando la gente nos harta.

Me decía un viejo cura, que fue toda la vida profesor, en colegios y universidades, enseñaba literatura. Un genio. Cuando se jubiló le pidió al provincial que le mandara a un barrio pobre, un barrio de esos que se forman con gente de fuera, que emigran buscando trabajo, gente muy sencilla.  Y este religioso estaba una vez por semana iba a su comunidad y hablaba, era muy inteligente. En la comunidad, era una comunidad de facultad de teología. Hablaba con los otros curas de teología al mismo nivel, y un día le dice a uno: ‘ustedes que son, ¿quién da Tratado de Iglesia aquí? Y un profesor. Te faltan dos tesis ¿cuál? El santo pueblo fiel de Dios es esencialmente olímpico, hace lo que quiere, y ontológicamente hartante. Y eso tiene mucha sabiduría, porque quien va por el camino del servir tiene que dejarse hartar sin perder la paciencia porque está al servicio. Ningún momento le pertenece. Estoy para servir, servir en lo que debo hacer, servir delante del Sagrario pidiendo por el pueblo, pidiendo por mi trabajo. Servicio, mezclado con lo de gratuidad y entonces aquello de Jesús, lo que recibiste gratis, dalo gratis.

Por favor, por favor, no cobren la gracia. Por favor.

Que nuestra pastoral sea gratuita. Y es tan feo cuando uno va perdiendo este sentido de gratuidad, se transforma, sí hace cosas buenas pero ha perdido eso.

Y la segunda actitud que se ve en un consagrado, una consagrada, un sacerdote que vive esta gratuidad y esta memoria, estos dos principios, gratuidad y memoria, es el gozo y la alegría.

Y es un regalo de Jesús ese. Es un regalo que nos da si se lo pedimos y si no nos olvidamos de esas dos columnas de nuestras vida sacerdotal o religiosa, que son el sentido de gratuidad, renovado todos los días y no perder la memoria de donde nos sacaron.

Yo les deseo esto. ‘Sí, padre usted nos habló que quizá de la receta de nuestro pueblo era, somos así por el sagrado corazón’. Sí es verdad eso. Yo les propongo otra receta que está en la misma línea de gratuidad de Jesús. Sentido de la gratuidad. Él se hizo nada, se abajó. Se humilló. Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Pura gratuidad sentido de la memoria. Y hacemos memoria de las maravillas que hizo el Señor en nuestra vida.

Que el Señor les conceda esta gracia a todos. Nos las conceda a todos los que estamos aquí y que siga, iba a decir permeando, bendiciendo a este pueblo ecuatoriano, a quien ustedes tienen que servir, y son llamados a servir, os siga bendiciendo con esa peculiaridad que yo noté desde el principio al llegar acá.

Que Jesús los bendiga y la Virgen los cuide.

Transcripción hecha por ZENIT



Publicado por verdenaranja @ 13:13  | Habla el Papa
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Mi?rcoles, 15 de julio de 2015

Discurso del Santo Padre en el encuentro con el mundo de la escuela y de la universidad en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador. Ciudad del Vaticano,08 de julio de 2015 (ZENIT.org)

 

Hermanos en el Episcopado,

Señor Rector,

Distinguidas autoridades, queridos profesores y alumnos, amigos y amigas:

Siento una gran alegría por estar esta tarde con ustedes en esta Pontificia Universidad del Ecuador, que desde hace casi setenta años, realiza y actualiza la fructífera misión educadora de la Iglesia al servicio de los hombres y mujeres de esta Nación. Agradezco las amables palabras con las que me han recibido y me han transmitido las inquietudes y las esperanzas que brotan en ustedes ante el reto, personal y social, de la educación. Pero veo que hay algunos nubarrones ahí en el horizonte, espero que no venga la tormenta, no más una leve garúa.                     

En el Evangelio acabamos de escuchar cómo Jesús, el Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos, acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico en el modo de enseñar. De una forma que todos podían entender. Jesús, no buscaba, «doctorear». Por el contrario, quiere llegar al corazón del hombre, a su inteligencia, a su vida, para que ésta dé fruto.

La parábola del sembrador, nos habla de cultivar. Nos muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los tipos de fruto y la relación que entre estos se genera. Ya desde el Génesis, Dios le susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar.

No solo le da la vida, le da la tierra, la creación. No solo le da una pareja y un sinfín de posibilidades. Le hace también una invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra creadora y le dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, la tierra, el agua, el sol, te doy tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo. Es un regalo, un don, una oferta. No es algo adquirido, comprado. Nos precede y nos sucederá.

Es un don dado por Dios para que con Él podamos hacerlo nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo. Todo lo contrario. La creación, es un don para ser compartido. Es el espacio que Dios nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros. El mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo el nosotros con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con la tierra. Nuestra vida, siempre esconde esa invitación, una invitación más o menos consciente, que siempre permanece.

Pero notemos una peculiaridad. En el relato del Génesis, junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a partir de la otra. Una va de la mano de la otra. No cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva.

No sólo estamos invitados a ser parte de la obra creadora cultivándola, haciéndola crecer, desarrollándola, sino que estamos invitados también a cuidarla, protegerla, custodiarla. Hoy esta invitación se nos impone a la fuerza. Ya no como una mera recomendación, sino como una exigencia que nace «por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesta en la tierra. Hemos crecido pensado tan solo que debíamos “cultivar” que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados quizás a expoliarla... por eso entre los pobres más abandonados y maltratados, que hay hoy en día en el mundo está nuestra oprimida y desbastada tierra” (Laudato si’ 2).

Existe una relación entre nuestra vida y la de nuestra madre la tierra. Entre nuestra existencia y el don que Dios nos dio. «El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podemos afrontar adecuadamente la degradación humana y social si no prestamos atención a las causas que tiene que ver con la degradación humana y social» (Laudato si’ 48) Pero así como decimos se «degradan», de la misma manera podemos decir, «se sostienen y se pueden transfigurar». Es una relación que guarda una posibilidad, tanto de apertura, de transformación, de vida como de destrucción y de muerte.

Hay algo que es claro, no podemos seguir dándole la espalda a nuestra realidad, a nuestros hermanos, a nuestra madre la tierra. No nos es lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro alrededor como si determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con nuestra realidad. No nos es lícito, más aún, no es humano entrar en el juego de la cultura del descarte.

Una y otra vez, sigue con fuerza esa pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde está tu hermano?». Yo me pregunto si nuestra respuesta seguirá siendo: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9). Yo vivo en Roma. En invierno hace frío. Sucede muy cerquita del Vaticano, que aparezca un anciano en la mañana muerto de frío. No es noticia en ninguno de los diarios, en ninguna de las crónicas. Un  pobre que muere de frío y de hambre hoy no es noticia. Pero si las bolsas de las principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos, se arma el gran escándalo mundial. Yo me pregunto ¿dónde está tu hermano? Y les pido que se hagan otra vez cada uno esa preguntó. Y la hagan a la universidad. A vos, universidad católica, ¿dónde está tu hermano?  

En este contexto universitario sería bueno preguntarnos sobre nuestra educación de frente a esta tierra que clama al cielo.

Nuestros centros educativos son un semillero, una posibilidad, tierra fértil que debemos cuidar, estimular y proteger. Tierra fértil sedienta de vida.

Me pregunto con Ustedes educadores: ¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda? No desentenderse de lo que pasa alrededor. ¿Son capaces de estimularlo a eso? Para eso hay que sacarlos del aula. Su mente tiene que salir del aula. Su corazón tiene que salir del aula.  ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, interrogantes, cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano? El diálogo, esa palabra puente. Esa palabra que crea puente.

Hay una reflexión que nos involucra a todos, a las familias, a los centros educativos, a los docentes: cómo ayudamos a nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor status, dinero, prestigio social. No son sinónimos. Cómo ayudamos a identificar esta preparación como signo de mayor responsabilidad frente a los problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del ambiente.

Y con Ustedes, queridos jóvenes, presente y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío. Ustedes son semilla de transformación de esta sociedad, quisiera preguntarme: ¿saben que este tiempo de estudio, no es sólo un derecho, sino también un privilegio que tienen? ¿Cuántos amigos, conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en esta casa y por distintas circunstancias no lo han tenido? En qué medida nuestro estudio, nos ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos. Háganse estas preguntas, queridos jóvenes.

Las comunidades educativas tienen un papel fundamental, esencial en la construcción de la ciudadanía y de la cultura. Cuidado, no basta con realizar análisis, descripciones de la realidad; es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates que generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy. Es necesario ir a lo concreto.

Ante la globalización del paradigma tecnocrático que tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de valores, como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico» (Laudato si’ 105), hoy a ustedes, a mí, a todos, se nos pide que con urgencia nos animemos a pensar, a buscar, a discutir sobre nuestra situación actual. Y digo urgencia, que nos animemos a pensar sobre qué cultura, qué tipo de cultura queremos o pretendemos no solo para nosotros, sino para nuestros hijos, para nuestros nietos. Esta tierra, la hemos recibido como herencia, como un don, como un regalo. Qué bien nos hará preguntarnos: ¿Cómo la queremos dejar? ¿Qué orientación, qué sentido queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué luchamos y trabajamos? (cf. Laudato si’ 160). ¿Para qué estudiamos?

Las iniciativas individuales siempre son buenas y fundamentales, pero se nos pide dar un paso más: animarnos a mirar la realidad orgánicamente y no fragmentariamente; a hacernos preguntas que nos incluyen a todos, ya que todo «está relacionado entre sí» (Laudato si’ 138). No hay derecho a la exclusión.

Como Universidad, como centros educativos, como docentes y estudiantes, la vida los desafía a responder a estas dos preguntas: ¿Para qué nos necesita esta tierra? ¿Dónde está tu hermano?

Que el Espíritu Santo nos inspire y acompañe, pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos ofrece la fuerza y la luz que necesitamos. Es el mismo Espíritu, que el primer día de la creación aleteaba sobre las aguas queriendo transformar, queriendo dar vida. Es el mismo Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés. Es el mismo Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que encontremos caminos de vida nueva. Que sea Él nuestro maestro y compañero de camino.                

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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Homilía del Santo Padre en la celebración eucarística, dedicada al tema de la evangelización de los pueblos, en el Parque del Bicentenario de Quito. Ciudad del Vaticano,07 de julio de 2015 (ZENIT.org)

             

La palabra de Dios nos invita a vivir la unidad para que el mundo crea.

Me imagino ese susurro de Jesús en la última Cena como un grito en esta misa que celebramos en «El Parque del Bicentenario». Imaginémoslo juntos. El Bicentenario de aquel Grito de Independencia de Hispanoamérica. Ése fue un grito, nacido de la conciencia de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos y saqueados, «sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno» (Evangelii gaudium, 213).

Quisiera que hoy los dos gritos concorden bajo el hermoso desafío de la evangelización. No desde palabras altisonantes, ni con términos complicados, sino que nazca de «la alegría del Evangelio», que «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento» (Evangelii gaudium 1), de la conciencia aislada. Nosotros, aquí reunidos, todos juntos alrededor de la mesa con Jesús somos un grito, un clamor nacido de la convicción que su presencia nos impulsa a la unidad, «señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable» (Evangelii gaudium 14).

«Padre, que sean uno para que el mundo crea», así lo deseó mirando al cielo. A Jesús le brota este pedido en un contexto de envío: Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. En ese momento, el Señor está experimentando en carne propia lo peorcito de este mundo al que ama, aun así, con locura: intrigas, desconfianzas, traición, pero no esconde la cabeza, no se lamenta. También nosotros constatamos a diario que vivimos en un mundo lacerado por las guerras y la violencia. Sería superficial pensar que la división y el odio afectan sólo a las tensiones entre los países o los grupos sociales. En realidad, son manifestación de ese «difuso individualismo» que nos separa y nos enfrenta (cf. Evangelii gaudium, 99), de la herida del pecado en el corazón de las personas, cuyas consecuencias sufre también la sociedad y la creación entera. Precisamente, a este mundo desafiante, con sus egoísmos, Jesús nos envía, y nuestra respuesta no es hacernos los distraídos, argüir que no tenemos medios o que la realidad nos sobrepasa. Nuestra respuesta repite el clamor de Jesús y acepta la gracia y la tarea de la unidad.

A aquel grito de libertad prorrumpido hace poco más de 200 años no le faltó ni convicción ni fuerza, pero la historia nos cuenta que sólo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos, la falta de comprensión de otros procesos libertarios con características distintas pero no por eso antagónicas.

Y la evangelización puede ser vehículo de unidad de aspiraciones, sensibilidades, ilusiones y hasta de ciertas utopías. Claro que sí; eso creemos y gritamos. «Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos queremos insistir en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas”» (Evangelii gaudium 67). El anhelo de unidad supone la dulce y confortadora alegría de evangelizar, la convicción de tener un inmenso bien que comunicar, y que comunicándolo, se arraiga; y cualquier persona que haya vivido esta experiencia adquiere más sensibilidad para las necesidades de los demás (cf. Evangelii gaudium 9). De ahí, la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles, evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración. Hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas. «Confiarse al otro es algo artesanal, la paz es algo artesanal» (Evangelii gaudium 244), es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Y esto a costa de los más pobres, de los más excluidos, de los más indefensos, de los que no pierdan su dignidad pese a que se la golpean todos los días.             Esta unidad es ya una acción misionera «para que el mundo crea». La evangelización no consiste en hacer proselitismo, el proselitismo es una caricatura de la evangelización, sino en atraer con nuestro testimonio a los alejados, en acercarse humildemente a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, acercarse a los que se sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros, acercarnos a los que son temerosos o a los indiferentes para decirles: «El Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor» (Evangelii gaudium 113). Porque nuestro Dios nos respeta hasta en nuestras bajezas y en nuestro pecado.

Este llamamiento del Señor, con qué humildad y con qué respeto lo describe en el texto de la Apocalipsis. Estoy a la puerta y llamo, si quieres abrir, no fuerza, no hacer saltar la cerradura, simplemente toca el timbre, golpea suavemente y espera. Ese es nuestro Dios.

 La misión de la Iglesia, como sacramento de la salvación, condice con su identidad como Pueblo en camino, con vocación de incorporar en su marcha a todas las naciones de la tierra. Cuanto más intensa es la comunión entre nosotros, tanto más se ve favorecida la misión (cf. Juan Pablo II, Pastores gregis, 22). Poner a la Iglesia en estado de misión nos pide recrear la comunión pues no se trata ya de una acción sólo hacia afuera... nos misionamos también hacia adentro y misionamos hacia afuera manifestándonos como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera» (Aparecida 370).

Este sueño de Jesús es posible porque nos ha consagrado, por «ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad» (Jn 17,19). La vida espiritual del evangelizador nace de esta verdad tan honda, que no se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio; Jesús nos consagra para suscitar un encuentro personal con Él, que alimenta el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora (Cf. Evangelii gaudium 78).

La intimidad de Dios, para nosotros incomprensible, se nos revela con imágenes que nos hablan de comunión, comunicación, donación, amor. Por eso la unión que pide Jesús no es uniformidad sino la «multiforme armonía que atrae» (Evangelii gaudium 117). La inmensa riqueza de lo variado, de lo múltiple que alcanza la unidad cada vez que hacemos memoria de aquel Jueves Santo, nos aleja de la tentación de propuestas unicistas, más cercanas a dictaduras, ideologías o sectarismos. La propuesta de Jesús es concreta, es concreta, no es una idea. Andad y haced lo mismo, le dice aquel que le preguntó quién es el prójimo, después de haber contado la parábola del buen samaritano. Andad y haced lo mismo. Tampoco la propuesta de Jesús es un arreglo hecho a nuestra medida, en el que nosotros ponemos las condiciones, elegimos los integrantes y excluimos a los demás. Esta religiosidad de élite. Jesús reza para que formemos parte de una gran familia, en la que Dios es nuestro Padre y todos nosotros somos hermanos. Nadie es excluido. Y esto no se fundamenta en tener los mismos gustos, las mismas inquietudes, los mismos talentos. Somos hermanos porque, por amor, Dios nos ha creado y nos ha destinado, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos (cf. Ef 1,5). Somos hermanos porque «Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abba!, ¡Padre!» (Ga 4,6). Somos hermanos porque, justificados por la sangre de Cristo Jesús (cf. Rm 5,9), hemos pasado de la muerte a la vida haciéndonos «coherederos» de la promesa (cf. Ga 3,26-29; Rm 8, 17). Esa es la salvación que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia: formar parte del «nosotros» divino.

Nuestro grito, en este lugar que recuerda aquel primero de libertad, actualiza el de San Pablo: «¡Ay de mí si no evangelizo!» (1 Co 9,16). Es tan urgente y apremiante como el de aquellos deseos de independencia. Tiene una similar fascinación, el mismo fuego que atrae. Hermanos tengan los sentimientos de Jesús ¡Sean un testimonio de comunión fraterna que se vuelve resplandeciente!

Que lindo sería que todos puedan admirar cómo nos cuidamos unos a otros. Cómo mútuamente nos damos aliento y cómo nos acompañamos. El don de sí es el que establece la relación interpersonal que no se genera dando «cosas», sino dándose uno mismo. En cualquier donación se ofrece la propia persona. «Darse» significa dejar actuar en sí mismo toda la potencia del amor que es el Espíritu de Dios y así dar paso a su fuerza creadora.  Y darse aún en los momentos más difícil, como aquel Jueves Santo de Jesús, donde él sabía cómo se tejían las traiciones y las intrigas pero siguió y se dio, se dio a nosotros mismos con su proyecto de salvación. Donándose el hombre vuelve a encontrarse a sí mismo con su verdadera identidad de hijo de Dios, semejante al Padre y, como él, dador de vida, hermano de Jesús, del cual da testimonio. Eso es evangelizar, ésa es nuestra revolución –porque nuestra fe siempre es revolucionaria–, ése es nuestro más profundo y constante grito.

Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano

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Texto de la homilía del Santo Padre en el Parque Los Samanes. Ciudad del Vaticano,06 de julio de 2015 (ZENIT.org)

El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo portentoso que se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La preocupación de María, convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» y la referencia a «la hora» se comprenderá, en los relatos de la Pasión.

Está bien que sea así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar, acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen vino».

Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, fecundos y alegres. Demos un lugar a María, «la madre» como lo dice el evangelista. Hagamos con ella ahora el itinerario de Caná.

María está atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades de los novios.

No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace «ser hacia» los otros. Tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y criticar la mala preparación de la boda. Y como está atenta con su discreción se da cuenta de la falta de vino. El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no lo hay. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida. Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de vino puede ser el efecto de la falta de trabajo, enfermedades, situaciones problemáticas que nuestras familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre «reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o desatenciones. ¡María simplemente es madre!: Ahí está, atenta y solícita. Es lindo escuchar esto, María es madre. ¿Se animan a decirlo todos juntos conmigo? María es madre. Otra vez. María es madre. Otra vez. María es madre.

Pero María en ese momento que se percata que falta el vino acude con confianza a Jesús, esto significa que María reza, va a Jesús, reza. No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: «¿Qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su premura por las necesidades de los demás apresura la «hora» de Jesús. María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz. Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón, nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones son también preocupaciones de Dios.

Rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender lo que nos duele, nos agita o nos falta a nosotros mismos y ponernos en la piel de los otros, en sus zapatos. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente: vive bajo el mismo techo, comparte la vida y está necesitado.           

Y finalmente María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v. 5), dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás. Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos servidores por amor los unos de los otros. En el seno de la familia, nadie es descartado; todos valen lo mismo. Me acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron a cuál de sus cinco hijos, nosotros somos cinco hermanos, a cual de sus cinco hijos quería más. Ella dijo, como los dedos, si me pinchan este me duele lo mismo que si me pinchan este. Una madre quiere a sus hijos como son. Y en una familia los hermanos se quieren como son. Nadie es descartado. Allí en la familia «se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a allí se aprende también a pedir perdón cuando hacemos algún daño, cuando nos peleamos, porque en todas las familias hay peleas. El problema es después pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’, 213). La familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo cuidan ahí para que se cure. La primera escuela de los niños, el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a los ciudadanos. En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos, no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y que tanto aporta al bien común de todos.

La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios.

Y en la familia, de esto somos todos testigos, los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano... muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser». Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar, el vino nuevo, ese vino tan bueno que dice el mayordomo en las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado, nace de los peorcito, «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). En la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, como el agua de las tinajas, nos escandalice o espante, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda transformar en milagro. La familia hoy necesita de este milagro.

Y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, profundo y bello para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en esperanza, por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo. Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir, murmúrenselo cada uno en su corazón. Y susúrrenselo a los desesperados o desamorados. Tened paciencia, tened esperanza. Haced como María, rezar, actuar, abrir el corazón porque el mejor de los vinos va a venir. Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas.

Como María nos invita, hagamos «lo que él nos diga» y agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el gozo de ser familia., el gozo de vivir en familia.


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Texto completo del papa Francisco a su llegada a Ecuador, en el aeropuerto Mariscal Sucre, al inicio de su viaje a América Latina. Roma,05 de julio de 2015 (ZENIT.org)

"Distinguidas autoridades del gobierno, hermanos del episcopado, señoras y señores, amigos todos

Doy gracias a Dios por haberme permitido volver a América Latina y estar hoy aquí con ustedes, en esta hermosa tierra del Ecuador. Siento alegría y gratitud al ver la calurosa bienvenida que me brindan: es una muestra más del carácter acogedor que tan bien define a las gentes de esta noble Nación. 

Le agradezco, Señor Presidente, sus amables palabras que me ha dirigido su consonancia con mi pensamiento, me ha citado demasiadas veces, gracias. A las que correspondo con mis mejores deseos para el ejercicio de su misión para que pueda obtener el bien de su pueblo. 

Saludo cordialmente a las distinguidas autoridades del Gobierno, a mis hermanos obispos, a los fieles de la Iglesia en el país y a todos aquellos que me abren hoy las puertas de su corazón, de su hogar y de su Patria. A todos ustedes mi afecto y sincero reconocimiento. 

Visité Ecuador en distintas ocasiones por motivos pastorales; así también hoy, vengo como testigo de la misericordia de Dios y de la fe en Jesucristo. La misma fe que durante siglos ha modelado la identidad de este pueblo y dado tan buenos frutos, entre los que destacan figuras preclaras como Santa Mariana de Jesús, el santo hermano Miguel Febres, santa Narcisa de Jesús o la beata Mercedes de Jesús Molina, beatificada en Guayaquil hace treinta años durante la visita del Papa san Juan Pablo II. Ellos vivieron la fe con intensidad y entusiasmo, y practicando la misericordia contribuyeron, desde distintos ámbitos, a mejorar la sociedad ecuatoriana de su tiempo. 

En el presente, también nosotros podemos encontrar en el Evangelio las claves que nos permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones, para que los logros en progreso y desarrollo que se están consiguiendo se consoliden y garanticen un futuro mejor para todos, poniendo una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más vulnerables, que son la deuda que toda América Latina tiene.

Para esto, Señor Presidente, podrá contar siempre con el compromiso y la colaboración de la Iglesia. Para que el pueblo Ecuatoriano que se ha puesto de pié con dignidad.

Amigos todos, comienzo con ilusión y esperanza los días que tenemos por delante. En Ecuador está el punto más cercano al espacio exterior: es el Chimborazo, llamado por eso al lugar “más cercano al sol”, a la luna y las estrellas. 

Nosotros, los cristianos, identificamos a Jesucristo con el sol, y a la luna con la iglesia, la luna no tiene luz propia, y si la luna es escondida por el sol se vuelve oscura y el sol es Jesucristo. Y si la Iglesia se aleja de Jesucristo se vuelve oscura y no da testimonio. Que estos días se nos haga más evidente a todos la cercanía del sol que nace de lo alto, y que seamos reflejo de su luz, de su amor. 

Desde aquí quiero abrazar al Ecuador entero. Que desde la cima del Chimborazo, hasta las costas del Pacífico; desde la selva amazónica, hasta las Islas Galápagos, nunca pierdan la capacidad de dar gracias a Dios por lo que hizo y hace por ustedes, la capacidad de proteger lo pequeño y lo sencillo, de cuidar de sus niños y ancianos, que son la memoria de vuestro pueblo. De confiar en la juventud y de maravillarse por la nobleza de su gente y la belleza singular de su País, que según el presidente es el paraíso.

Que el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, a quienes Ecuador ha sido Consagrado, derramen sobre ustedes su gracia y bendición. Muchas gracias".


Publicado por verdenaranja @ 21:09  | Habla el Papa
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Texto del mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Turismo 2015, publicado por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes. El mensaje, fechado el 24 de junio de 2015, está firmado por el cardenal Antonio Maria Vegliò y por el obispo Joseph Kalathiparambil, respectivamente presidente y secretario de ese dicasterio.  Ciudad del Vaticano,04 de julio de 2015 (ZENIT.org)

''Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades''

''Fue en el 2012 cuando se superó la barrera simbólica de mil millones de llegadas turísticas internacionales. Y los números siguen creciendo, tanto que las previsiones estiman que en el 2030 se alcanzará el nuevo objetivo de dos mil millones. A estos datos se deben sumar las cifras aún más elevadas referidas al turismo local.
 
Para la Jornada Mundial del Turismo queremos centrarnos en las oportunidades y los desafíos planteados por estas estadísticas, y por ello hacemos nuestro el tema que propone la Organización Mundial del Turismo: ''Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades''.
 
Dicho crecimiento plantea un desafío a todos los sectores implicados en este fenómeno global: turistas, empresas, gobiernos y comunidades locales. Y, ciertamente, también a la Iglesia. Los mil millones de turistas deben ser necesariamente considerados sobre todo como mil millones de oportunidades.
 
El presente mensaje se hace público a los pocos días de la presentación de la encíclica Laudato si’ del papa Francisco, dedicada al cuidado de la casa común. Es un texto que debemos tomar en gran consideración, ya que ofrece importantes directrices a seguir en nuestra atención al mundo del turismo.
 
Estamos en una fase de transformaciones, en la que cambia el modo de desplazarse y, en consecuencia, también la experiencia del viaje. Quien se traslada a un país distinto del suyo, lo hace con el deseo, consciente o inconsciente, de despertar la parte más recóndita de sí a través del encuentro, el compartir y el intercambio. El turista busca cada vez más un contacto directo con lo diverso en su singularidad.
 
Se ha debilitado el concepto clásico de ''turista'' al tiempo que se ha fortalecido el de ''viajero'', es decir, aquél que no se limita a visitar un lugar, sino que, de alguna manera, se convierte en parte integrante del mismo. Ha nacido el ''ciudadano del mundo''. Ya no ver sino pertenecer, no curiosear sino vivir, ya no analizar sino unirse. No sin respeto por lo que y a quien se encuentra.
 
En la última encíclica, el papa Francisco nos invita a acercarnos a la naturaleza con ''apertura al estupor y a la maravilla'', hablando ''el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo'' . Ese es el acercamiento correcto que hay que adoptar ante los lugares y los pueblos visitados. Este es el camino para aprovechar las mil millones de oportunidades y hacerlas fructificar aún más.
 
Las empresas del sector son las primeras que deben implicarse en la realización del bien común. La responsabilidad de las compañías es grande, también en el ámbito turístico, y para poder aprovechar las mil millones de oportunidades es necesario que sean conscientes de ello. Objetivo final no debe ser tanto el lucro cuanto la oferta al viajero de caminos transitables que le lleven a esa experiencia que está buscando. Y las empresas deben hacer esto desde el respeto a las personas y al ambiente. Es importante no perder la conciencia de los rostros. Los turistas no pueden reducirse a una simple estadística o a una fuente de ingresos. Es necesario poner en práctica formas de negocio turístico estudiadas con y para las personas, invirtiendo en los individuos y en la sostenibilidad a fin de también ofrecer oportunidades laborales desde el respeto a la casa común.
 
Al mismo tiempo, los gobiernos deben garantizar el cumplimiento de las leyes y crear otras nuevas adecuadas para la protección de la dignidad de la persona, de la comunidad y del territorio. Es esencial una actitud decidida. Incluso en el ámbito turístico, las autoridades civiles de los distintos países deben pensar en estrategias compartidas para crear redes socioeconómicas globalizadas en favor de las comunidades locales y de los viajeros, para así poder aprovechar positivamente las mil millones de oportunidades que ofrece la interacción.
 
En este contexto, también las comunidades locales están llamados a abrir sus confines a la acogida de quien llega de otros lugares movido por una sed de conocimiento. Una oportunidad única para el enriquecimiento recíproco y el crecimiento común. Ofrecer hospitalidad permite hacer fructificar las potencialidades ambientales, sociales y culturales, crear nuevos puestos de trabajo, desarrollar la propia identidad y valorizar el territorio. Mil millones de oportunidades para el progreso, especialmente para los países en vías de desarrollo. Incrementar el turismo y, en particular, en sus formas más responsables permite encaminarse hacia el futuro firmes en la propia especificidad, historia y cultura. Generar ingresos y promover el patrimonio específico permite despertar esa sensación de orgullo y autoestima útiles para reforzar la dignidad de las comunidades de acogida, que deben estar siempre atentas a no traicionar el territorio, las tradiciones y la identidad en favor de los turistas.Es en las comunidades locales que ''se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos''.
 
Mil millones de turistas, si son adecuadamente acogidos, pueden convertirse en una importante fuente de bienestar y de desarrollo sostenible para todo el planeta. La globalización del turismo también conduce al nacimiento de un sentido cívico individual y colectivo. Cada viajero, adoptando un criterio más adecuado para recorrer el mundo, se convierte en parte activa en la protección de la Tierra. El esfuerzo de cada individuo multiplicado por mil millones se convierte en una gran revolución.
 
En el viaje también se esconde un deseo de autenticidad que se expresa en la inmediatez de las relaciones, en el dejarse involucrar por las comunidades visitadas. Nace la necesidad de alejarse del mundo virtual, capaz de crear distancias y conocimientos impersonales, y de redescubrir la autenticidad del encuentro con el otro. Y la economía del compartir puede tejer una red a través de la cual se acrecientan una humanidad y una fraternidad capaces de generar un intercambio equitativo de bienes y servicios.
 
El turismo representa mil millones de oportunidades también para la misión evangelizadora de la Iglesia. ''Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón''. Es importante, en primer lugar, que acompañe a los católicos con propuestas litúrgicas y formativas. Debe también iluminar a quien, en la experiencia del viaje, abre su corazón y se interroga, realizando así un verdadero primer anuncio del Evangelio. Es indispensable que la Iglesia salga y se haga cercana a los viajeros para ofrecer una respuesta adecuada e personalizada a su búsqueda interior; abriendo el corazón al otro, la Iglesia hace posible un encuentro más auténtico con Dios. Con este fin se debería profundizar en la acogida por parte de las comunidades parroquiales y en la formación religiosa de personal turístico.
 
Tarea de la Iglesia es también educar a vivir el tiempo libre. El Santo Padre nos recuerda que ''la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer'' .
 
No deberemos olvidar la convocatoria realizada por el papa Francisco a celebrar el Año Santo de la Misericordia. Debemos preguntarnos sobre cómo la pastoral del turismo y de las peregrinaciones puede ser un ámbito para ''experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza''. Signo peculiar de este tiempo jubilar será sin duda la peregrinación.
 
Fiel a su misión, y partiendo de la convicción que ''evangelizamos también cuando tratamos de afrontar los diversos desafíos que puedan presentarse'',4 la Iglesia colabora para hacer del turismo un medio para el desarrollo de los pueblos, especialmente de los más desfavorecidos, promoviendo proyectos simples pero eficaces. La Iglesia y las instituciones deben, sin embargo, estar siempre atentas para evitar que mil millones de oportunidades se transformen mil millones de riesgos, colaborando en la protección de la dignidad de la persona, de los derechos laborales, de la identidad cultural, del respeto del ambiente, etc.
 
Mil millones de oportunidades también para el ambiente. ''Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios'' . Entre el turismo y el medio ambiente existe una estrecha interdependencia. El sector turístico, aprovechando las riquezas naturales y culturales, puede promover su conservación o, paradójicamente, su destrucción. En esta relación, la encíclica Laudato si’ aparece como una buena compañera de viaje.
 
Muchas veces fingimos no ver el problema. ''Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo''. Actuando no como dueño sino como ''administrador responsable'', cada uno tiene sus propias obligaciones que se deben concretar en acciones precisas, que van desde una legislación específica y coordinada a simples gestos cotidianos, pasando por programas educativos apropiados y proyectos turísticos sostenibles y respetuosos. Todo tiene su importancia.6 Pero es necesario, y sin duda más importante, un cambio en los estilos de vida y en las actitudes. ''La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco''.
 
El sector turístico también puede ser una oportunidad, es más, mil millones de oportunidades para construir caminos de paz. El encuentro, el intercambio y el compartir favorecen la armonía y la concordia.
 
Mil millones de ocasiones para transformar el viaje en una experiencia existencial. Mil millones de posibilidades para ser artífices de un mundo mejor, conscientes de la riqueza que se encuentra en la maleta de cada viajero. Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades para convertirse en ''los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud''.
 
(Fuente VIS)

Texto  del discurso del Papa a la Renovación en el Espíritu. Ciudad del Vaticano,03 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes y bienvenidos.

También el agua sea bienvenida, porque la hizo el Señor. Aprecio tanto la respuesta que han dado a mi invitación que les hice en el mes de enero pasado para venir aquí en la plaza de San Pedro.

Gracias por esta entusiasta y calurosa respuesta. El año pasado en el estadio compartí con los presentes algunas reflexiones que me gustaría recordar hoy, porque siempre es importante recordar. La memoria. La identidad de movimiento carismático católico, de la cual nació la asociación Renovación en el Espíritu. Lo haré con las palabras del cardenal Leon joseph Suenens, gran protector de la Renovación carismática, así como lo describe en el segundo libro de sus memorias.

En primer lugar en este libro recuerda la extraordinaria figura de una mujer, que tanto hizo por el movimiento carismático. Era su colaboradora que tenía la confianza y afecto del papa Pablo VI. Me refiero a Veronica O'brien, que le pidió al cardenal que vaya a Estados Unidos para ver que es lo que estaba sucediendo, para ver con sus ojos lo que consideraba obra del Espíritu Santo.

Fue entonces que el cardenal Suenens conoció la renovación carismática que definió “un flujo de gracia”, y fue la persona clave para mantenerlo en la Iglesia.

El papa Pablo VI en la misa del lunes de Pentecostés de 1965 le agradeció con estas palabras: “En nombre del Señor le agradezco por haber llevado a la Renovación Carismática al corazón de la Iglesia”. No es una novedad de algunos años atrás. El movimiento carismático en la Iglesia tiene esta larga historia, y en la homilía de esa misma misa el cardenal dijo: “Pueda el movimiento carismático desaparecerse como tal y volverse en una gracia pentecostal para toda la Iglesia”. Para ser fiel a sus orígenes el río tiene que perderse en el océano, tiene que perderse en el océano.

Si el río se queda quieto se corrompe. Si la Renovación, esta corriente de gracia no termina en el océano de Dios, en el amor de Dios, trabaja para sí misma. Y esto no es de Jesucristo, esto es del maligno, del padre de la mentira.

La Renovación viene de Dios y va a Dios. El papa Pablo VI bendijo esto. El cardenal siguió indicando que el primer error que es necesario evitar es el de incluir a la Renovación carismática en la categoría de movimiento, porque no es un movimiento especial. Renovación no es un movimiento en el sentido sociológico común, no tiene fundadores, no es homogéneo e incluye a una gran variedad de realidades, es una corriente de gracia, un soplo renovado del Espíritu Santo a todos los miembros de la Iglesia, también para laicos, religiosos y obispos.

Es un desafío para todos nosotros. Uno no hace parte de la Renovación, mas bien la Renovación se vuelve parte de nosotros si recibimos la gracia que nos ofrece. El cardenal Suenens habla de la obra soberana del Espíritu que sin fundadores humanos suscitó esta corriente de gracia en 1967. Hombres y mujeres renovados que después de haber recibido la gracia del bautismo en el Espíritu, como fruto de esta gracia, han dado vida a asociaciones, comunidades de alianza, escuelas de formación, escuelas de evangelización, congregaciones religiosas, comunidades ecuménicas, comunidades para ayudar a los necesitados y los pobres.

Yo mismo he ido a la una comunidad coreana en mi viaje y también les visité en las Filipinas. Esta corriente de gracia tiene dos organismos internacionales reconocidos por la Santa Sede, que están a su servicio y al servicio de todas sus expresiones en el mundo, el Iccrs y la Fraternidad católica. Esta es un poco la historia, la raíz.

En el Estadio el año pasado, hablé de la unidad en la diversidad, he dado el ejemplo de la orquesta. En la Evangelii Gaudium, he hablado de la esfera y del poliedro. No basta hablar de unidad, no es una unidad cualquiera, no es una uniformidad. Dicho así se puede entender como la unidad de una esfera en donde todos los puntos son equidistantes del centro y no hay diferencias entre un punto y otro. El modelo es el poliedro que demuestra la confluencia de todas las partes que en este mantienen su originalidad. Estos son los carismas, en la unidad, pero en la propia diversidad. Unidad en la diversidad, la distinción es importante porque estamos hablando de la obra del Espíritu Santo, no de la nuestra. Unidad en la diversidad de expresión, de todas las realidades que el Espíritu Santo ha querido manifestar. También es necesario recordar que toda esta unidad es más que la parte y la parte no se puede atribuir ser el todo.

No se puede decir nosotros somos la corriente denominada Movimiento Carismático Católico, ustedes no. Esto no se puede decir, por favor hermanos esto no es así, no viene del Espíritu, porque el Espíritu Santo sopla donde quiere, cuando quiere, y como quiere. Unidad en la diversidad y en la verdad, que es el mismo Jesús.

¿Cuál es el signo común de quienes han renacido de esta corriente de gracia?, convertirse en hombres y mujeres nuevos, este es el bautismo en el Espíritu. Les pido que lean Juan 3, versículos 7,8 Jesús a Nicodemo.

Hay otro punto que es muy importante esclarecer en esta corriente de gracia, los que guían. Existe hermanos y hermanas, una gran tentación para el líder. Lo repito, prefiero el término servidor, sirven, y esta tentación para los servidores viene del demonio. Es la tentación de creerse indispensables, cualquiera sea el cargo. El demonio los lleva a querer ser quienes mandan, quienes están en el centro. Y así, así, paso a paso, se resbalan en el autoritarismo, en el personalismo, y no dejan vivir a las comunidades renovadas en el Espíritu. Estas tentaciones hacen que sea la eterna en la que ellos se consideran insustituibles, posición que siempre tiene alguna forma de poder o de dominio sobre los otros. Tengamos ésto claro. Lo único insustituible es el Espíritu Santo y Jesús es el único Señor. Les pregunto, ¿Quién es el único insustituible en la Iglesia?, es el Espíritu Santo. ¿Y quién es el único Señor? (el público responde: Jesús). Digamos que Jesús es el Señor, fuerte... (el público: Jesús es el Señor) No hay otros. En este sentido se registraron casos tristes, hay que poner un tiempo limitado a los encargos, que en realidad son servicios. Un servicio importante de los líderes laicos es hacer crecer y madurar espiritualmente y pastoralmente a quienes tomarán su cargo al terminar su servicio. Todos los servicios en la Iglesia es conveniente que tengan un vencimiento. No hay líderes vitalicios en la Iglesia, esto sucede en algunos países donde existe la dictadura. “Aprendan de mi que soy manso y humilde de Corazón”, dice Jesús.

Esta tentación del diablo hace pasar de servidor a patrón, uno se apropia de esa comunidad, de ese grupo. Esa tentación hace resbalar hacia la vanidad. Hay tanta gente, lo hemos escuchado, estos dos testimonios, el del matrimonio, el de Hugo. Cuantas tentaciones llevan a hacer sufrir a una comunidad y limitan hacer el bien, y se vuelven una organización, como si fueran una ONG. El poder nos lleva, disculpen si lo digo, cuantos líderes se hinchan como pavos, y el poder lleva a la vanidad. Uno se siente capaz de hacer cualquier cosa, se puede resbalar en los negocios, porque el diablo siempre entra por las billeteras, esta es la puerta de entrada. 

Otra cosa son los fundadores que han recibido del Espíritu Santo el carisma de fundación. Ellos por haberlo recibido tienen la obligación de cuidarlo, de hacerlo madurar, en sus comunidades, asociaciones. Los fundadores son por la vida, o sea quienes inspiran y dan la inspiración, pero dejan que las cosas vayan adelante. Conocí en Buenos Aires a un buen fundador, que a un cierto punto se volvió espontáneamente el asesor, y dejaba que los líderes fueran los otros. Esta corriente de gracia nos lleva hacia adelante, en un camino de Iglesia que en Italia ha dado mucho fruto. Les animo a ir hacia adelante, y pido vuestra importante contribución, en particular para compartir con todos en la Iglesia el bautismo que han recibido.

Si han vivido esta experiencia, compártanla en la Iglesia y este es el servicio más importante que se pueda dar a todos en la Iglesia. Ayudar al pueblo de Dios al encuentro personal con Jesucristo, que nos cambia en hombres y mujeres nuevos. En pequeños grupos humildes pero eficaces, porque es el Espíritu el que opera. No apuntar tanto a las grandes concentraciones que terminan allí, sino a las relaciones artesanales que derivan del testimonio cotidiano en la familia, en el trabajo, en la vida social, en la parroquia, con los grupos de oración, con todos, con todos.

Y aquí les pido que tomen la iniciativa para crear lazos de amistad y de confianza con los obispos, quienes tienen la responsabilidad pastoral de guiar al cuerpo de Cristo, incluido a la Renovación carismática. Comiencen a tomar las iniciativas necesarias para que todas las realidades carismáticas italianas nacidas de la corriente de gracia puedan vincularse con estas relaciones de confianza y de cooperación directamente con los obispos allí donde se encuentran.

Hay otro signo fuerte del Espíritu en la Renovación carismática: la búsqueda de la unidad del cuerpo de Cristo. Porque los carismáticos tienen una gracia especial para rezar y trabajar en favor de la unidad de los cristianos. Porque la corriente de gracia cruza a todas las Iglesias cristianas. La unidad de los cristianos es obra del Espíritu Santo, y tenemos que rezar juntos. El ecumenismo espiritual, el ecumenismo de la oración.

Pero padre, ¿yo puedo rezar con un evangélico, con un ortodoxo, con un luterano? ¡Debes, debes!, porque han recibido el mismo bautismo. Todos nosotros hemos recibido el mismo bautismo. Todos nosotros hemos recibido al mismo bautismo. Todos nosotros vamos en el camino de Jesús. Todos nosotros queremos a Jesús. Nosotros hemos hecho estas divisiones en la historia. Por tantos motivos, pero no buenos, pero ahora es el tiempo en el que el Espíritu nos hace pensar que estas divisiones no van, que estas divisiones son un anti-testimono, para ir juntos.

El ecumenismo espiritual, el ecumenismo de la oración, el ecumenismo del trabajo, de la caridad juntos, de la lectura de la Biblia juntos. Ir juntos hacia la unidad.

¿Pero padre, para esto tenemos que firmar un documento? ¡Déjate ir adelante con el Espíritu Santo!, reza, trabaja, ama, comparte y después el Espíritu hará el resto. Esta corriente de gracia cruza a todas las confesiones cristianas, a todas las que creen en Cristo. Unidad antes de todo en la oración. El trabajo por la unidad de los cristianos comienza con la oración. Rezar juntos. Unidad porque la sangre de los mártires de hoy nos hace uno.

Está el ecumenismo de la sangre. Sabemos que aquellos que odian a Jesucristo, cuando asesinan a un cristiano no le preguntan ¿Tú eres luterano, ortodoxo, evangélico, bautista, metodista? ¡Tú eres cristiano! Y le cortan la cabeza. Estos no confunden, saben que hay una raíz allí, que nos da la vida a todos y que es Jesucristo, y que está el Espíritu Santo que nos lleva a la unidad.

Quienes odian a Jesucristo, guiados por el maligno no se equivocan, saben. Por ello asesinan sin hacer preguntas. Y esto es algo que les confío. Quizás les conté esto, es una historia verdadera. En una ciudad de Alemania, en Hamburgo, había un párroco que estudiaba los documentos para llevar hacia adelante la causa de beatificación de un sacerdote asesinado, guillotinado por el nazismo, por haber hecho catecismo a los niños.

Y mientras estudiaba descubrió que después de él fue guillotinado, cinco minutos después, un pastor luterano por el mismo motivo, y la sangre de los dos se mezcló. Ambos fueron mártires, es el ecumenismo de la sangre. Si el enemigo nos une en la muerte, ¿quienes somos nosotros para dividirnos en la vida? Dejemos entrar al Espíritu para ir adelante todos juntos.

Pero hay diferencias. Dejémoslas de lado y caminemos con lo que tenemos en común, que es mucho, la Santísima Trinidad y el Bautismo, y vamos adelante con la fuerza del Espíritu Santo.

Pocos meses atrás, esos 23 egipcios coptos que fueron degollados en una playa de Libia, en ese momento decían el nombre de Jesús. Estos...
-pero no, no son católicos.
-Son cristianos, son hermanos, son nuestros mártires. Es el ecumenismo de la sangre. Hace cincuenta años el beato Pablo VI en la canonización de los jóvenes de Uganda hizo referencia que por el mismo motivo habían derramado su sangre sus hermanos catequistas anglicanos, que eran cristianos, y eran mártires. Disculpen y no se escandalicen, son nuestros mártires porque han dado la vida por Cristo, y esto es el ecumenismo de la sangre.

Rezar, la memoria de nuestros mártires comunes, unidad en el trabajo junto por los pobres y necesitados que necesitan también el bautismo en el Espíritu Santo, sería hermoso organizar seminarios de vida en el Espíritu junto a otras realidades carismáticas cristianas, con los hermanos y hermanas que viven por la calle. También ellos tienen el Espíritu por dentro que empuja para que alguien les abra la puerta desde fuera.

Terminó la lluvia, parece, terminó el calor. El Señor es bueno, nos dio primero el calor, después una buena ducha y está con nosotros. Dejemos que nos guíe el Espíritu Santo, esta corriente de gracia que busca siempre la unidad. Nadie es el patrón. Un solo Señor, ¿quién es? (el público: Jesús) Jesús es el Señor. Les recuerdo, que la renovación carismática es una gracia para toda la Iglesia. ¿De acuerdo? Si alguien no está de acuerdo que levante la mano. De acuerdo. La unidad en la diversidad del Espíritu, no cualquier unidad, la esfera y el poliedro, acuérdense bien de esto. La experiencia común del bautismo del Espíritu Santo es el vínculo fraterno y directo con el obispo diocesano, porque el todo es más que la parte. Después, unidad del cuerpo de Cristo, rezar junto con los otros cristianos, trabajar juntos con los otros cristianos por los pobres y necesitados, porque todos hemos tenido el mismo bautismo.

Organizar seminarios de vida en el Espíritu para los hermanos que viven por la calle y por los hermanos marginados por tantos sufrimientos de la vida. Me permito de recordar el testimonio de Hugo, el Señor lo ha llamado justamente porque el Espíritu Santo le hizo la alegría de seguir a Jesús. Organizar seminarios del Espíritu Santo para los que viven por la calle. Y después si el Señor nos da vida les espero a todos juntos en el Iccrs y en la Fraternidad católica que ya están organizando. A todos quienes quieran venir en el 2017. No es tan lejos. Aquí en la plaza de San Pedro para celebrar el jubileo de oro de esta corriente de gracia. Una oportunidad para la Iglesia como dijo el beato Pablo VI en la basílica de San Pedro en 1965. Nos reuniremos para dar gracias al Espíritu Santo por el don de esta corriente de gracia que es para la Iglesia y para el mundo. Y para celebrar las maravillas que el Espíritu Santo ha hecho durante estos 50 años cambiando la vida de millones de cristianos. Nuevamente gracias por haber respondido con alegría a mi invitación. Que Jesús les bendiga y la Virgen santa les proteja. Y no se olviden de rezar por mí, porque lo necesito. Gracias.

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)

 


Publicado por verdenaranja @ 20:55  | Habla el Papa
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Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. Madrid,01 de julio de 2015 (ZENIT.org)

Un verano para descubrir el origen de las emergencias

Siempre es tiempo de gracia y siempre es tiempo para escuchar la llamada que Nuestro Señor Jesucristo nos hace a los hombres para que entremos en este mundo con su mirada, con su amor, con su gracia, con la pasión que Él tenía para salvar a los hombres: “no he venido a condenar sino a salvar”. Dejemos que el Señor entre en esta historia. Él quiere hacerlo también a través de todos nosotros. No pongamos dificultades a la acción salvadora que el Señor quiere que se acerque a las vidas y a las situaciones de todos los seres humanos. Estamos viviendo las dificultades por las que atraviesan los hombres: luchas, guerras, descartes, enfrentamientos, agresiones. Iniciemos este tiempo de verano como si el Señor nos dijese: quiero estar con vosotros, dejadme entrar en vuestra vida y en vuestra historia. Él quiere llegar y hacerse visible y patente entre los hombres. ¿Qué significado tiene esto en nuestra vida? Se puede decir de muchas maneras: “presencia”, “llegada”, “venida”. ¿Comprendéis la fuerza que tiene para el hombre saber que Dios está aquí, que no se ha retirado del mundo, que no nos ha dejado solos y que viene a visitarnos de múltiples maneras? Dios quiere entrar en mi vida y desea dirigirse a mí. Tengamos la audacia y la valentía de acogerlo e invitemos a todos los hombres a recibirlo. Digamos a todos: ¡No tengáis miedo!

¿Qué aprendemos? Descubrir que el Señor ha llegado a este mundo y ha visitado a los hombres por la Encarnación en María es algo excepcional e importante. Es una llegada singular de Dios a la historia de los hombres. Y Él vendrá otra vez al final de los tiempos. El Señor desea venir siempre a través de nosotros, llama a las puertas de nuestro corazón y nos dice: ¿estás dispuesto a darme tu tiempo, tu corazón, tu carne, tu vida? El Señor, que ha venido a esta historia, quiere entrar en nuestro tiempo, desea entrar en la historia de los hombres, pero quiere hacerlo a través de nosotros: busca una morada viva que dé la noticia de que el origen de las enfermedades que padecemos los hombres, y que tienen el nombre de emergencias o de crisis, está en la incomunicación con Dios, en no dejarle entrar en la vida personal y colectiva de los hombres, en marginarlo, en no contar con Él, en asumir una manera de comportarnos que nada tiene que ver con el humanismo que nos ha revelado con su presencia. Urge que el Señor pueda venir a través de nosotros.

¿Qué compromiso tendríamos que asumir nosotros? Uno muy sencillo, pero muy hondo: “llevar la alegría a los demás”. “Llevar la esperanza a los hombres”, “transmitir la fe a todos los hombres”, “llevar el amor de Dios a todos los hombres”. No se trata de ofrecer regalos costosos, tampoco de hacer grandes revoluciones con nuestras fuerzas y estrategias. Utilicemos la misma estrategia de Dios. Hay que llevar el regalo de nosotros mismos, con la vida nueva que nos ha sido dada en Cristo: siendo hechura de Dios, imagen de Dios, asumiendo una manera de existir que es la que nos ha revelado Nuestro Señor Jesucristo en su paso por este mundo y en la que hemos sido engendrados por el Bautismo. Llevemos la alegría de haber conocido a Dios y de habernos conocido a nosotros mismos; llevemos la esperanza que nace de poner el corazón en los planes que son de Dios y en los sólidos fundamentos que se nos han revelado en Jesucristo; llevemos la fe que supone una adhesión inquebrantable a Dios en todos los proyectos que tiene sobre el hombre (especialmente en una manera de entenderse el hombre a sí mismo); llevemos el amor de Dios que no sabe de mirarse a sí mismo, sino a los otros, que sabe de entrega total de uno mismo, de servicio incondicional al otro como si fuera Dios mismo. Con nuestras palabras y nuestras obras anulemos todas las emergencias y crisis, entregando salidas nuevas que nacen de volver a la comunicación abierta y con todas las consecuencias con Dios en Jesucristo.

Recordemos siempre que Dios viene, que llega ahora, que no es un Dios desinteresado de nosotros y de nuestra historia. Es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, es el Dios que viene y que nunca deja de pensar en nosotros, que respeta nuestra libertad hasta el límite, hasta poder decirle no quiero saber nada de ti. ¡Cómo ha deseado Dios encontrarse con el ser humano! ¡Qué amor más grande ha manifestado viniendo a esta historia y haciéndose un hombre como nosotros! El deseo divino es encontrase con nosotros. Y el deseo del hombre ha de ser encontrarse con Dios y dejarse hacer por Él. Los humanos tenemos necesidad de este encuentro, pues Dios es el único que nos libera del mal y de la muerte, el único que quiere retirar de nuestra vida todo aquello que impide la felicidad del hombre. En definitiva, Él viene a salvarnos. Establecer la comunicación con Dios es todo un reto para los hombres en estos momentos de la Historia.

Tenemos anhelo de un mundo mejor. Hagámoslo con la oración y con las obras buenas, esas mismas que nos enseñó Jesucristo a hacer mientras estuvo con nosotros en esta historia. Propongamos como salida a nuestras emergencias y crisis la comunicación con Dios que nuestra cultura tiende a romper. ¿Cómo?

1) Captemos la presencia de Dios, su visita: sepamos saborear el silencio. La única manera de captar la presencia de Dios es saber detenernos en el silencio que nos habla de su presencia. En el silencio comprendemos mejor los acontecimientos de cada día, los gestos que Dios nos dirige directamente o a través de los demás y de los acontecimientos. En el silencio percibimos con claridad el amor de Dios. Y en ese silencio podríamos escribir mejor nuestro “diario interior” a través del cual podríamos plasmar las consecuencias y los compromisos a los que nos lleva el amor de Dios. Desde el silencio comprendemos mejor nuestra vida, y la entendemos como “visita”, la que nos hace Dios a nosotros. Tengamos tiempos de silencio y de encuentro con Dios, nuestras casas de ejercicios son medios para captar la presencia de Dios.

2) Vivamos en la comunicación con Dios, abiertos a su misterio, ensanchando horizontes de comprensión: abiertos a Él sin romper la comunicación con quien nos ama y nos da el amor que necesitamos para vivir. Abiertos a su presencia real en el misterio de la Eucaristía. Abiertos a la escucha de su Palabra, a dejarnos hacer por ella. Abiertos a su presencia real regalándonos su perdón a través del Sacramento de la Penitencia. Abiertos a Él, que es la manera de satisfacer la demanda que existe hoy de verdad. Hay muchas informaciones, muchas ideas, muchas interpretaciones, pero una gran necesidad de verdad. Ha sido Jesucristo el único que nos ha dicho que Él es la Verdad. Nuestros monasterios son lugares que debemos visitar para aprender a comunicarnos con Dios y vivir abiertos a su misterio.

3) Vivamos en esperanza, esa que nos impulsa a entender la vida y la historia como “kairós”, como ocasión propicia para nuestra salvación. En nuestra vida estamos siempre en constante espera. La esperanza marca el camino de la Humanidad y en nosotros tiene una certeza, la de que el Señor está con nosotros a lo largo de nuestra vida. Volvamos el corazón a Cristo, que nos ofrece su amor y su salvación. Entreguemos con obras este amor y esta salvación a los que viven a nuestro alrededor, a través de nuestros compromisos reales con las instituciones de caridad.

Con gran afecto os bendice:

+Carlos Arzobispo de Madrid


Publicado por verdenaranja @ 20:50  | Hablan los obispos
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Viernes, 03 de julio de 2015

Reflexión a las lecturas del domingo catorce del Tiempo Ordinario - B ofrecida por el scerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 14º del T. Ordinario B

 

¡Es el “drama de la Encarnación”!

Para hablarnos, para darnos sus dones, su salvación…, Dios ha querido tener necesidad de la fragilidad de lo humano, hasta llegar a hacerse un hombre como nosotros. Y así, en su pueblo de Nazaret, no le acogen como al Mesías, al que tenía que venir;  se quedan en lo humano. Por eso, “no pudo hacer allí ningún milagro”, porque les faltaba fe. Y Jesús “se extrañó de su falta de fe”, nos dice el Evangelio de hoy. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando. Pero sus paisanos de Nazaret se quedaron sin nada.

Y es que la condición humana de Jesús revela su condición divina. Es verdad. Pero también la oculta. A este hecho lo llamo yo el “Drama de la Encarnación”: se pueden rechazar los dones de Dios por la envoltura humana con que llegan a nosotros.

Aquella gente que escucha a Jesucristo en la sinagoga,  por un lado, “se asombra” y por otro “desconfía de Él”.  Y comienzan a pensar y a decir: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí?”.

            Estas cosas que para los otros pueblos constituían pruebas de su grandeza,  para los de Nazaret se convierten en obstáculos. Y se muestran incapaces de recapacitar y de abrirse a la fe. ¡Y no se trata sólo de las envidias y recelos de los pueblos pequeños! El problema es más profundo.

            Nosotros, como aquella gente, también podemos tropezar en lo mismo. Porque si este es el camino de la Revelación y el camino de la Iglesia, como veremos luego, siempre tendremos excusas para no creer.  Es todo tan frágil, tan sencillo, tan simple, tan humano, que hace falta, a cada paso, recordar “el misterio”.

Si la palabra de Dios viniera envuelta en un resplandor celestial, si en los sacramentos cambiaran de color los signos, si los profetas y enviados parecieran extraterrestres, si hubiera algún tipo de conversación telefónica, para poder preguntar alguna cosa…, Pero ¡nada de eso sucede! Y es todo tan simple, tan “normal”,  que, a veces,  no nos parece que se trate de algo divino. De ahí que resulte  imprescindible avivar nuestra fe  a cada paso.

Y si, encima, somos “testarudos y obstinados”, como dice la primera lectura, la cosa se agrava. Y si los propios enviados tenemos alguna “espina en la carne”, algún emisario de Satanás que “nos apalea”,  todavía peor. Es lo que sucede a S. Pablo (2ª Lect.).

Y todo esto que comentamos de Jesús, sucede también en la vida de la Iglesia. “El Drama de la Encarnación” está también presente en ella. ¡No hacen falta grandes análisis para comprobar su debilidad y su fragilidad! Y eso en todo: en sus instituciones, sus signos, sus recursos, su historia, las personas que pertenecemos a ella… Pero, a pesar de eso, nos advierte el Vaticano II: “Así como la naturaleza humana asumida sirve al Verbo divino de instrumento vivo de salvación, unido indisolublemente a Él, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su Cuerpo” (L. G. 8).

Nos enseña S. Pablo: “Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2Co 4, 7).

Y en la segunda lectura de hoy, el mismo Pablo nos presenta la “la regla de oro” que regula la existencia de este misterio: “La fuerza se realiza en la debilidad”.

 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR


Publicado por verdenaranja @ 19:15  | Espiritualidad
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DOMINGO 14º DEL TIEMPO ORDINARIO B

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

         La primera lectura nos prepara, como siempre, para el Evangelio. El antiguo pueblo de Dios se había convertido en “pueblo rebelde”. Y el Señor le envía un profeta. Le hagan caso o no, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. En el Evangelio será el mismo Jesucristo, nuestro Maestro y Señor, el que será rechazado en su propio pueblo de Nazaret. 

 

SEGUNDA LECTURA

         S. Pablo, en medio de tantas persecuciones y dificultades, comprende que en la obra de la evangelización, Dios es el que tiene el poder y la eficacia. Por eso, llega a esta conclusión: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. 

 

TERCERA LECTURA

         El Evangelio nos presenta a Jesús, de visita a su pueblo de Nazaret. Pero allí no pudo hacer ningún milagro porque les faltaba fe.

         Aclamémosle ahora con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

         En la Comunión recibimos a Jesús de Nazaret, el hijo de María, el hijo del carpintero, pero también nuestro Dios y Salvador. Pidámosle que nos ayude a reconocerle siempre presente en su Palabra, en la Eucaristía, en todo. Que seamos capaces de acoger sus dones, a pesar de que vengan envueltos en la  fragilidad de lo humano.


Publicado por verdenaranja @ 19:11  | Liturgia
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Jueves, 02 de julio de 2015

"Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades", es el título del mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Turismo 2015 (27 de septiembre) publicado hoy por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes.

El mensaje, fechado el 24 de junio, está firmado por el cardenal Antonio Maria Vegliò y por el obispo Joseph Kalathiparambil, respectivamente presidente y secretario de ese dicasterio.


Texto del mensaje
''Fue en el 2012 cuando se superó la barrera simbólica de mil millones de llegadas turísticas internacionales. Y los números siguen creciendo, tanto que las previsiones estiman que en el 2030 se alcanzará el nuevo objetivo de dos mil millones. A estos datos se deben sumar las cifras aún más elevadas referidas al turismo local.

Para la Jornada Mundial del Turismo queremos centrarnos en las oportunidades y los desafíos planteados por estas estadísticas, y por ello hacemos nuestro el tema que propone la Organización Mundial del Turismo: ''Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades''.

Dicho crecimiento plantea un desafío a todos los sectores implicados en este fenómeno global: turistas, empresas, gobiernos y comunidades locales. Y, ciertamente, también a la Iglesia. Los mil millones de turistas deben ser necesariamente considerados sobre todo como mil millones de oportunidades.

El presente mensaje se hace público a los pocos días de la presentación de la encíclica Laudato si' del papa Francisco, dedicada al cuidado de la casa común. Es un texto que debemos tomar en gran consideración, ya que ofrece importantes directrices a seguir en nuestra atención al mundo del turismo.

Estamos en una fase de transformaciones, en la que cambia el modo de desplazarse y, en consecuencia, también la experiencia del viaje. Quien se traslada a un país distinto del suyo, lo hace con el deseo, consciente o inconsciente, de despertar la parte más recóndita de sí a través del encuentro, el compartir y el intercambio. El turista busca cada vez más un contacto directo con lo diverso en su singularidad.

Se ha debilitado el concepto clásico de ''turista'' al tiempo que se ha fortalecido el de ''viajero'', es decir, aquél que no se limita a visitar un lugar, sino que, de alguna manera, se convierte en parte integrante del mismo. Ha nacido el ''ciudadano del mundo''. Ya no ver sino pertenecer, no curiosear sino vivir, ya no analizar sino unirse. No sin respeto por lo que y a quien se encuentra.

En la última encíclica, el papa Francisco nos invita a acercarnos a la naturaleza con ''apertura al estupor y a la maravilla'', hablando ''el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo'' . Ese es el acercamiento correcto que hay que adoptar ante los lugares y los pueblos visitados. Este es el camino para aprovechar las mil millones de oportunidades y hacerlas fructificar aún más.

Las empresas del sector son las primeras que deben implicarse en la realización del bien común. La responsabilidad de las compañías es grande, también en el ámbito turístico, y para poder aprovechar las mil millones de oportunidades es necesario que sean conscientes de ello. Objetivo final no debe ser tanto el lucro cuanto la oferta al viajero de caminos transitables que le lleven a esa experiencia que está buscando.

Y las empresas deben hacer esto desde el respeto a las personas y al ambiente. Es importante no perder la conciencia de los rostros. Los turistas no pueden reducirse a una simple estadística o a una fuente de ingresos. Es necesario poner en práctica formas de negocio turístico estudiadas con y para las personas, invirtiendo en los individuos y en la sostenibilidad a fin de también ofrecer oportunidades laborales desde el respeto a la casa común.

Al mismo tiempo, los gobiernos deben garantizar el cumplimiento de las leyes y crear otras nuevas adecuadas para la protección de la dignidad de la persona, de la comunidad y del territorio. Es esencial una actitud decidida. Incluso en el ámbito turístico, las autoridades civiles de los distintos países deben pensar en estrategias compartidas para crear redes socioeconómicas globalizadas en favor de las comunidades locales y de los viajeros, para así poder aprovechar positivamente las mil millones de oportunidades que ofrece la interacción.

En este contexto, también las comunidades locales están llamados a abrir sus confines a la acogida de quien llega de otros lugares movido por una sed de conocimiento. Una oportunidad única para el enriquecimiento recíproco y el crecimiento común. Ofrecer hospitalidad permite hacer fructificar las potencialidades ambientales, sociales y culturales, crear nuevos puestos de trabajo, desarrollar la propia identidad y valorizar el territorio. Mil millones de oportunidades para el progreso, especialmente para los países en vías de desarrollo. Incrementar el turismo y, en particular, en sus formas más responsables permite encaminarse hacia el futuro firmes en la propia especificidad, historia y cultura. Generar ingresos y promover el patrimonio específico permite despertar esa sensación de orgullo y autoestima útiles para reforzar la dignidad de las comunidades de acogida, que deben estar siempre atentas a no traicionar el territorio, las tradiciones y la identidad en favor de los turistas.Es en las comunidades locales que ''se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos''.

Mil millones de turistas, si son adecuadamente acogidos, pueden convertirse en una importante fuente de bienestar y de desarrollo sostenible para todo el planeta. La globalización del turismo también conduce al nacimiento de un sentido cívico individual y colectivo. Cada viajero, adoptando un criterio más adecuado para recorrer el mundo, se convierte en parte activa en la protección de la Tierra. El esfuerzo de cada individuo multiplicado por mil millones se convierte en una gran revolución.

En el viaje también se esconde un deseo de autenticidad que se expresa en la inmediatez de las relaciones, en el dejarse involucrar por las comunidades visitadas. Nace la necesidad de alejarse del mundo virtual, capaz de crear distancias y conocimientos impersonales, y de redescubrir la autenticidad del encuentro con el otro. Y la economía del compartir puede tejer una red a través de la cual se acrecientan una humanidad y una fraternidad capaces de generar un intercambio equitativo de bienes y servicios.

El turismo representa mil millones de oportunidades también para la misión evangelizadora de la Iglesia. ''Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón''. Es importante, en primer lugar, que acompañe a los católicos con propuestas litúrgicas y formativas. Debe también iluminar a quien, en la experiencia del viaje, abre su corazón y se interroga, realizando así un verdadero primer anuncio del Evangelio. Es indispensable que la Iglesia salga y se haga cercana a los viajeros para ofrecer una respuesta adecuada e personalizada a su búsqueda interior; abriendo el corazón al otro, la Iglesia hace posible un encuentro más auténtico con Dios. Con este fin se debería profundizar en la acogida por parte de las comunidades parroquiales y en la formación religiosa de personal turístico.

Tarea de la Iglesia es también educar a vivir el tiempo libre. El Santo Padre nos recuerda que ''la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer'' .

No deberemos olvidar la convocatoria realizada por el papa Francisco a celebrar el Año Santo de la Misericordia. Debemos preguntarnos sobre cómo la pastoral del turismo y de las peregrinaciones puede ser un ámbito para ''experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza''. Signo peculiar de este tiempo jubilar será sin duda la peregrinación.

Fiel a su misión, y partiendo de la convicción que ''evangelizamos también cuando tratamos de afrontar los diversos desafíos que puedan presentarse'',4 la Iglesia colabora para hacer del turismo un medio para el desarrollo de los pueblos, especialmente de los más desfavorecidos, promoviendo proyectos simples pero eficaces. La Iglesia y las instituciones deben, sin embargo, estar siempre atentas para evitar que mil millones de oportunidades se transformen mil millones de riesgos, colaborando en la protección de la dignidad de la persona, de los derechos laborales, de la identidad cultural, del respeto del ambiente, etc.

Mil millones de oportunidades también para el ambiente. ''Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios'' . Entre el turismo y el medio ambiente existe una estrecha interdependencia. El sector turístico, aprovechando las riquezas naturales y culturales, puede promover su conservación o, paradójicamente, su destrucción. En esta relación, la encíclica Laudato si? aparece como una buena compañera de viaje.
Muchas veces fingimos no ver el problema. ''Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo''. Actuando no como dueño sino como ''administrador responsable'', cada uno tiene sus propias obligaciones que se deben concretar en acciones precisas, que van desde una legislación específica y coordinada a simples gestos cotidianos, pasando por programas educativos apropiados y proyectos turísticos sostenibles y respetuosos. Todo tiene su importancia.6 Pero es necesario, y sin duda más importante, un cambio en los estilos de vida y en las actitudes. ''La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco''.

El sector turístico también puede ser una oportunidad, es más, mil millones de oportunidades para construir caminos de paz. El encuentro, el intercambio y el compartir favorecen la armonía y la concordia.
Mil millones de ocasiones para transformar el viaje en una experiencia existencial. Mil millones de posibilidades para ser artífices de un mundo mejor, conscientes de la riqueza que se encuentra en la maleta de cada viajero. Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades para convertirse en "los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud".+


Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). Brasil,30 de junio de 2015 (ZENIT.org)

Domingo 14 del Tiempo Ordinario - Ciclo B

Textos: Ez 2, 2-5; 2 Co 12, 7-10; Mc 6, 1-6

Idea principal: Testarudez e incredulidad ante el mensaje de Cristo.

Síntesis del mensaje: Las tres lecturas de este domingo nos presentan un panorama nada halagüeño y consolador: la incredulidad y la testarudez de tantos ante el mensaje de Cristo. ¿Dónde no experimentamos esto, sobre todo en esas tierras y naciones opulentas, materialistas, ahítas de sí mismas y cerradas a la trascendencia?

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, el pobre profeta Ezequiel (1ª lectura) experimentó esa testarudez y rechazo ante el mensaje de Dios que él debía predicar. Es enviado a los israelitas, a los rebeldes de Israel, tercos y obstinados. Rebeldes por su apostasía e idolatría y también por su oposición contra Nabucodonosor, hecha realidad en la actitud de Jeconías y Sedecías en la de sus súbditos contra el rey de Babilonia. Pero Ezequiel es fiel a su misión y transmite las palabras de Dios, especialmente palabras de juicio, que Dios le entrega en un rollo y que él ha de comer y asimilar para hacerlas propias. El resultado de estas palabras de juicio será para el pueblo de Israel, lamentaciones, gemidos y amenazas (Ez 2, 10), pero para el profeta será algo dulce como la miel (Ez 3, 3). Esto manifiesta el implícito contraste de la obediencia de Ezequiel a la voz divina con la rebeldía del pueblo de Israel. Ezequiel es un auténtico mártir en el doble sentido de la palabra: testimonio y víctima. Pero él se mantendrá firme en la hostilidad y en el aislamiento que experimenta.

En segundo lugar, en el evangelio el mismo Jesús sufrió también esa testarudez e incredulidad en su propia tierra (evangelio); esa soledad y hostilidad. ¡Qué humillación! Él mismo se extrañó porque no se lo esperaba ni lo merecía. Predica en la sinagoga, pero lo único que consigue es que sus paisanos se pregunten de dónde le vienen esa sabiduría y esos milagros que dicen que hace. ¡Felices deberían estar y festejar que un grande profeta haya salido de su pueblo! Pero no, no fue así. Sus paisanos sufren de miopía espiritual; no ven nada de la grandeza de Jesús, cegados por sus mezquinas preocupaciones diarias. Por eso, no realizó muchos milagros entre ellos, pues no son números de circo para sugestionar a los curiosos y hacer gritar a los exaltados. No los hizo, no porque no pudiera, ya que era omnipotente, sino porque ese pueblo no estaba dispuesto a recibir la fe que le ofrecía. Ese pueblo no aceptó a un Dios con ropaje humano: detrás de ese hijo del carpintero se escondía el Verbo de Dios y el Salvador de la humanidad. ¡Piedra de escándalo fue Jesús para esos hombres incrédulos! Desde aquel día, Jesús callará en su pueblo. Si alguno piensa que en la vida todo es aplausos y vítores, que lea de nuevo el evangelio de hoy, para desengañarse.

Finalmente, también nosotros experimentaremos esta testarudez. Pablo así lo experimentó (2ª lectura): azotes, cárcel, amenazas, persecuciones. ¡Cuántas humillaciones sufren los padres de familia por parte de sus hijos ingratos! ¡Cuántas humillaciones pueden sufrir los trabajadores de sus jefes! Y en las parroquias, cuánta testarudez e ínfulas de soberbia de algunos que están al frente de los grupos. Dios seguirá diciendo lo que a Ezequiel: sigue hablando, aunque no te hagan caso. Si no te hacen caso, será responsabilidad de ellos. Debemos cuidar y acrecentar nuestra propia fe, y a la vez no cejar en nuestro empeño de ayudar a los demás también a crecer en la suya, sin esperar necesariamente frutos a corto plazo.

Para reflexionar: ¿Qué experimento cuando sufro testarudez y hostilidad a mi alrededor, por predicar y dar testimonio de mi fe en Cristo Jesús? ¿Me desanimo o, por el contrario, me crezco y pido fuerzas a Dios?

Para rezar: Medita estas palabras: “Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme, y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que seas exaltado en tu final. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en las humillaciones, sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los que agradan a Dios, en el horno de la humillación. Confía en él, y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia, y no os desviéis, no sea que caigáis. Los que teméis al Señor, confiad en él, y no os faltará la recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes, gozo eterno y misericordia” (Eclesiástico 2, 1-22).

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Mi?rcoles, 01 de julio de 2015

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo catorce del Tiempo Ordinario - B.

NO DESPRECIAR AL PROFETA

 

El relato no deja de ser sorprendente. Jesús fue rechazado precisamente en su propio pueblo, entre aquellos que creían conocerlo mejor que nadie. Llega a Nazaret, acompañado de sus discípulos, y nadie sale a su encuentro, como sucede a veces en otros lugares. Tampoco lo presentan a los enfermos de la aldea para que los cure.

Su presencia solo despierta en ellos asombro. No saben quién le ha podido enseñar un mensaje tan lleno de sabiduría. Tampoco se explican de dónde proviene la fuerza curadora de sus manos. Lo único que saben es que Jesús es un trabajador nacido en una familia de su aldea. Todo lo demás «les resulta escandaloso».

Jesús se siente «despreciado»: los suyos no le aceptan como portador del mensaje y de la salvación de Dios. Se han hecho una idea de su vecino Jesús y se resisten a abrirse al misterio que se encierra en su persona. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente, conocen todos: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».

Al mismo tiempo, Jesús «se extraña de su falta de fe». Es la primera vez que experimenta un rechazo colectivo, no de los dirigentes religiosos, sino de todo su pueblo. No se esperaba esto de los suyos. Su incredulidad llega incluso a bloquear su capacidad de curar: «no pudo hacer allí ningún milagro, solo curó a algunos enfermos».

Marcos no narra este episodio para satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino para advertir a las comunidades cristianas que Jesús puede ser rechazado precisamente por quienes creen conocerlo mejor: los que se encierran en sus ideas preconcebidas sin abrirse ni a la novedad de su mensaje ni al misterio de su persona.

  • ¿Cómo estamos acogiendo a Jesús los que nos creemos «suyos»?
  • En medio de un mundo que se ha hecho adulto, ¿no es nuestra fe demasiado infantil y superficial?
  • ¿No vivimos demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje?
  • ¿No es extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora?
  • ¿No tenemos el riesgo de apagar su Espíritu y despreciar su Profecía?
  • Esta era la preocupación de Pablo de Tarso: «No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de Profecía. Revisadlo todo y quedaos solo con lo bueno» (1 Tes 5,19-21). ¿No necesitamos algo de esto los cristianos de nuestros días?

 

 José Antonio Pagola

 

14 Tiempo Ordinario – B (Marcos 6,1-6)

Evangelio del 05/07/15

Publicado el 29/ jun/ 2015

por Coordinador Grupos de Jesús


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Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en el programa radial Compartiendo el Evangelio (Decimotercer domingo durante el año, 28 de junio de 2015) (AICA)
 
Movilizarnos y comprometernos
 
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva". Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?". Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.  La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!". En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña. San Marcos 5, 21-43 (forma breve)
 


Estamos en el punto central de aquella afirmación: “Dios nos ha creado a todos para la existencia, para nuestra vida.” Por eso, Dios no creó al hombre para que cayera en la nada, para que sea simplemente “una emoción”, un paso y después nada. Tampoco Dios creó la muerte y no se goza en la destrucción de los vivos. La muerte ha entrado por la envidia del maligno, por el pecado del hombre.

Dios Padre envió a su Hijo para liberarnos del peso tremendo y casi absoluto del poder de la muerte. Con su crucifixión, muerte y resurrección, Cristo venció al pecado y venció a la misma muerte. Por lo tanto, es importante saber que Él abrió las puertas para  ir al cielo; abrió las puertas para que nos encontráramos en un abrazo con el Padre. Nos dio la inmortalidad, la divinidad, nos participó su amor, nos dio lo eterno, que ya comienza, aquí.

Es cierto que Cristo no nos quita los sufrimientos, los dolores; pero siempre Dios, en Cristo, da sentido al dolor, al sufrimiento, a la misma muerte. Por eso es fundamental que, si creemos que Cristo resucitó, tenemos que vivir como resucitados y no como derrotados; vivir como personas que están colmadas y llenas de esperanza.

Esta confianza -de lo absoluto y de lo eterno en nosotros- no nos tiene que hacer cruzar de brazos, sino todo lo contrario: nos tiene que movilizar y comprometer para que podamos transformar esta realidad, esta vida, esta sociedad, en una vida más digna, más plena, más crecida, más responsable, más sana. Tenemos que salir de tantas enfermedades que a veces aplastan y producen el deterioro de la vida humana.

En la Oración por la Patria rezamos “Argentina levántate y camina” y le pedimos a la Virgen que nos ayude a levantarnos y caminar para que nuestra patria sea realmente una patria de verdaderos hermanos, para que vivamos una vida más plena.

Se lo pedimos al Señor y a la Virgen, a través de estos dos grandes apóstoles, Pedro y Pablo, cuya fiesta celebramos el 29 de junio.

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús


Publicado por verdenaranja @ 22:52  | Hablan los obispos
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