Reflexión a las lecturas de la fiesta de Santa María Madre de Dios ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel PérezPiñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".
Santa María, Madre de Dios
Hoy todo se centra en el Año Nuevo…
Sin embargo, además de eso, son muchas las cosas que llaman nuestra atención. Veamos:
El Nacimiento del Señor es una fiesta muy grande y “no cabe” en un solo día. Por eso, lo hemos venido celebrando toda la semana hasta llegar a este día. Hoy es la Octava de la Navidad. Con la de Pascua, son las únicas octavas de la Liturgia renovada por el Vaticano II.
Y “a los ocho días, tocaba circuncidar al Niño. Y le pusieron por nombre Jesús”, que quiere decir: “Yahvé salva” o “Salvador”. Así lo había anunciado el ángel a María y a José.
Aunque la Santísima Virgen está presente en toda la Navidad, los cristianos, desde los primeros siglos, han dedicado el día octavo a honrar a la Virgen María, con el título de Madre de Dios. Es la fiesta más importante de la Virgen.
No significa, por supuesto, que la Virgen sea una “diosa”, que sea tan grande como Dios, que exista antes que Él… Se trata de que el Niño que se forma en su seno y da a luz, es el Hijo de Dios hecho hombre.
Este es el título más grande e importante que podemos dar a la Virgen. Y, en torno a su Maternidad divina, se sitúan y se entienden todos los privilegios y gracias singulares que Dios le otorga y que están expresados en estas cuatro verdades de fe: la Maternidad Divina, que celebramos hoy, la Concepción Inmaculada, la Virginidad perfecta y perpetua, y la Asunción en cuerpo y alma al Cielo.
En la segunda lectura de hoy, S. Pablo nos ayuda a situar a la Virgen en el proyecto y en la realización de la obra de la salvación de Dios Padre sobre toda la humanidad. Por eso, dice que envió a su Hijo, nacido de una mujer, “para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. Ella es, por tanto, “el puente” por donde llegó a nosotros el Salvador. Y su cooperación singular a la obra de la salvación, hace que sea también Madre de la Iglesia, y Madre espiritual de todos y cada uno de los cristianos.
De este modo, Ella ocupa, al mismo tiempo, el lugar más alto y más próximo a nosotros: El más alto, como Madre de Dios; el más próximo como Madre nuestra.
Eso hace que los cristianos nos acojamos siempre a su intercesión y que tratemos de amarla, imitarla, conocerla más y más…
Hoy comienza un Nuevo Año. ¡Cuántos interrogantes! Año de crisis y, por tanto, de especial esfuerzo y trabajo; año también de ilusiones y de esperanzas. Y lo comenzamos poniendo nuestra confianza en la intercesión y la protección de la Madre de Dios. Implorando de ella, sobre todo, el don de la paz.
En efecto, el primero de enero, desde hace mucho tiempo, es para la Iglesia, la Jornada Mundial de la Paz.
Se ha dicho que la paz del corazón es el fundamento de toda paz verdadera, y que es el don más grande que podemos recibir de Dios en esta vida.
Que la Virgen, Madre de Dios, interceda con bondad por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
¡FELIZ AÑO NUEVO!
SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El texto del Antiguo Testamento que ahora escucharemos, era la fórmula de bendición que los sacerdotes de Israel recitaban sobre el pueblo, como final de los actos de culto. Para nosotros puede significar una plegaria de año nuevo.
SALMO
Unámonos a la oración del salmo, pidiendo la bendición del Señor, con el deseo ardiente de que todos los pueblos de la tierra le conozcan, le amen, y le alaben.
SEGUNDA LECTURA
Escuchemos con atención la segunda lectura. En ella se nos presenta a la Virgen María como Madre del Hijo de Dios, que nos trae la salvación.
TERCERA LECTURA
Los pastores encuentran a María, a José y al Niño acostado en el pesebre. A los ocho días, le ponen el nombre de Jesús que significa: Yahvé salva, Salvador. Que Él nos conceda salvación abundante a todos, en el año que comenzamos.
Acojamos ahora su Palabra con el canto gozoso del aleluya.
COMUNIÓN
Enla Comuniónvamos a recibir el Cuerpo de Cristo, que se formó en el seno bendito de la Virgen María.
Ojalá que, durante todo el año que comenzamos, sepamos alimentarnos bien y con frecuencia de este Pan.
Desde la Vicaría de la diócesis de Tenerife nos han enviado el subsidio para la celebración de la Eucaristía de la Jornada de ayuno y orqción 2015.
Viernes, 22 de enero de 2016
Jornada de ayuno y oración al poner en marcha el Plan Pastoral Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo de la Conferencia Episcopal Española (2016-2020)
SUBSIDIO PARA LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
Nota.- Este día se celebra la memoria obligatoria de san Vicente, diácono y mártir. En aquellos lugares en los que dicha celebración no tenga carácter de solemnidad o fiesta, se podrá celebrar, por su utilidad pastoral, la Misa por la Nueva Evangelización, aprobada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 18 de junio de 2012.
RITOS INICIALES
ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 104, 3-4a. 5
Gloriaos de su santo nombre, que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder; recordad las maravillas que hizo.
MONICIÓN DE ENTRADA
Hermanos: cercana ya la fiesta de la Conversión del apóstol san Pablo, el gran evangelizador, y en el contexto del octavario de oración por la unidad de los cristianos, toda la Iglesia en España estamos convocados a una jornada de ayuno y oración para pedir a Dios su ayuda y disponernos a colaborar con todas las fuerzas en la gran tarea misionera.
Con el ayuno pretendemos discernir qué es lo esencial en nuestra vida; ayunamos para pensar ante Dios las cuestiones cotidianas, para purificar las propias convicciones y para convertirnos; es decir, renovamos nuestro encuentro personal con Jesucristo.
Además, el ayuno acompañado de la oración nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre sino de cada una de las palabras que salen de la boca de Dios.
Con esta jornada especial inauguramos el plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española que los Obispos han aprobado para los próximos cinco años y que tiene por título: Iglesia en misión al servicio de nuestro pueblo.
Dicho plan tiene su origen en la llamada de los últimos papas a renovar el espíritu misionero de la Iglesia y, de manera especial, en la invitación del Papa Francisco que propone inaugurar «una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría» (EG 1).
Aunque hoy es un día de ayuno y oración, no podemos dejar de alimentamos del pan de la Palabra y de la Eucaristía: es Cristo mismo que nos llama a anunciar la Buena Noticia en nuestro mundo.
ORACIÓN COLECTA
DIOS nuestro, que por el poder del Espíritu Santo enviaste a tu Verbo para evangelizar a los pobres, haz que nosotros, teniendo los ojos fijos en él, vivamos siempre con caridad auténtica, como mensajeros y testigos de su Evangelio en todo el mundo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Eclo 34, 9-17 Los ojos del Señor están fijos en los que lo aman
O bien:
Sir 42, 17-23 La gloria del Señor se refleja en todas sus obras
SALMO RESPONSORIAL
Sal 21, 26-27ab. 28ab y 30c y 31a. 31b-32 (R. 23a)
R. Contaré tu fama a mis hermanos.
SEGUNDA LECTURA
Ef 4, 23-32 Renovaos en la mente y en el espíritu
O bien:
Col 3, 12-17 Vestíos del amor, que es el ceñidor de la unidad consumada
EVANGELIO
Lc 4, 14-22a El Espíritu del Señor está sobre mí
ORACIÓN UNIVERSAL
Hermanos: porque creemos que la Palabra de Dios nos impulsa a ir al mundo entero y proclamar la Buena Nueva, pidamos su gracia a Dios Padre Misericordioso para colaborar con todas nuestras fuerzas en la gran tarea misionera en favor de todos los hombres.
1. Oremos por la Conferencia Episcopal Española, que en su 50 aniversario va a reflexionar sobre las exigencias actuales de la evangelización de la Iglesia en España: para que el Señor les infunda valentía y les ilumine con su luz. Roguemos al Señor.
2. Oremos por la comunión y la corresponsabilidad de todos al servicio de la evangelización: para que todas las comunidades cristianas y todos los evangelizadores irradien con sus vidas en el mundo la alegría de Cristo. Roguemos al Señor.
3. Oremos por cuantos transmiten la Palabra de Dios: sacerdotes, padres de familia, catequistas, misioneros, educadores y profesores cristianos. Para que revisen el modo de anunciar la Palabra en España y ofrezcan propuestas adecuadas para su mejor escucha de modo que se fortalezca nuestra fe y nos haga más disponibles a cumplir la voluntad de Dios. Roguemos al Señor.
4. Oremos por la revitalización del domingo como día del Señor y de la celebración del Misterio cristiano: para que el Señor nos enseñe a promover una participación de los fieles cristianos en las celebraciones litúrgicas más auténtica, fructuosa y activa. Roguemos al Señor.
5. Oremos por la caridad de nuestra Iglesia: para que se reavive en nuestras comunidades la misericordia que descubre las necesidades de los más pobres, se renueve el espíritu de la acción caritativa y se vaya transformando la sociedad según el plan de Dios, a través de nuestro compromiso personal, social y político. Roguemos al Señor.
Acoge, Padre misericordioso, las oraciones de tu Iglesia que quiere salir en misión a servir al Pueblo que tú has convocado; que con tu gracia comience una nueva etapa en nuestras vidas marcadas por la alegría de evangelizar.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
LITURGIA EUCARÍSTICA
PROCESIÓN DE OFRENDAS
Sería conveniente que los fieles manifiesten especialmente en esta celebración su participación en la Eucaristía acercando con solemnidad al altar el pan y el vino, realizando una procesión más expresiva que de ordinario. El ayuno del pan cotidiano subraya que el verdadero alimento del cristiano es el pan de la Eucaristía, que es Cristo mismo.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
E rogamos, Señor, que santifiques estos dones y acojas, en tu bondad, nuestra humilde ofrenda para que nuestros cuerpos lleguen a ser un sacrificio vivo, santo y agradable a ti y nos concedas servirte, no como el hombre viejo, sino en novedad de vida, según tu Espíritu.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN cf. Lc 4, 18-19
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para evangelizar, para proclamar el año de gracia del Señor y el día de la redención.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
ENOVADOS con el alimento precioso del Cuerpo y de la Sangre de tu Hijo, te rogamos, Señor, que transformes nuestro corazón y nos concedas un espíritu nuevo, para que caminemos fielmente en novedad de vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
RITO DE CONCLUSIÓN
ORACIÓN SOBRE EL PUEBLO
VUELVE tu mirada, Señor, hacia el pueblo que implora tu misericordia, para que todos aquellos que han puesto en ti su confianza puedan difundir por todas partes los dones de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (ZENIT)
Domingo segundo de Navidad - Ciclo C
Textos: Eclo. 24, 1-4.12-16; Ef 1, 3-6.15-18; Jn 1, 1-18
Idea principal: Nuestro Dios es un Dios Palabra que nos habla en Jesús.
Síntesis del mensaje: toda la liturgia de hoy está permeada de una palabra maravillosa: palabra. Palabra que descendió de los cielos cuando un profundo silencio y la noche envolvía todo (antífona de entrada). Palabra que puso su tienda aquí abajo y se encarnó en Cristo (1ª lectura y evangelio). Palabra que es Dios, es Vida, es Luz. Palabra que, acercándose a nosotros, nos elige para ser santos e inmaculados en su presencia (2ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, nuestro Dios es un Dios que nos habla. Los hombres y mujeres siempre han deseado que los dioses les dirigieran una palabra. El salmo hace notar que los ídolos de los paganos “tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen, tienen nariz y no huelen, tienen manos y no tocan, tienen pies y no andan, no tiene voz su garganta” (Sal 115, 5-7). En cambio, el profeta Baruc proclama la suerte de Israel que tiene un Dios que se comunica con sus fieles: “Felices somos, Israel, pues lo que agrada al Señor se nos ha revelado” (Bar 4, 4). Dios nos ha hablado por etapas. Primero, por medio de la naturaleza, en la obra maravillosa de la creación. Después, nos habló por medio de los profetas. Y finalmente, nos ha hablado por medio de su Hijo (cf. Heb 1, 1-4). Y nos habla porque quiere entrar en comunicación con nosotros, sus criaturas y sus hijos predilectos, y participarnos su amor y sus sueños. Dios no es un Dios mudo. Dios se ha hecho Palabra y pide unos oídos interiores para escucharla, un corazón para interiorizarla y rumiarla, como hizo María, y una voluntad para poner en práctica lo que esa Palabra me pide, me sugiere o me exige por mi bien.
En segundo lugar, Jesús es la Palabra eterna de Dios, que se ha hecho sonido para que le prestáramos atención y se ha hecho imagen para que lo viéramos entre nosotros. Jesús es la revelación de Dios Amor al hombre. Pero es también la revelación de Dios sobre el hombre mismo. Mirándole a Él aprenderemos qué somos y a qué dignidad estamos llamados: “A ser santos e irreprochables a sus ojos” (2ª lectura). Esta Palabra que es Jesús se nos ofrece, no se nos impone. Por eso algunos no lo recibieron, le cerraron las puertas de su casa cuando vino a este mundo. “No había mesón para Él”. Ignorar a la Palabra de Dios hecha carne no nos hace más inteligentes y libres, sino más ciegos y esclavos, más inhumanos. Y caeremos en lo que dijo el Papa Francisco en su viaje a Estados Unidos: en la cultura de la exclusión, del descarte, de la destrucción…y privaremos a nuestros hermanos de las tres T que el Papa mencionó: techo, trabajo, tierra. Esta Palabra encarnada “sigue golpeando nuestras puertas, nuestra vida. No lo hace mágicamente, no lo hace con artilugios, con carteles luminosos o fuegos artificiales. Jesús sigue golpeando nuestra puerta en el rostro humano, en el rostro del vecino, en el rostro del que está a nuestros lado” (Papa Francisco a los sin techo en la parroquia de san Patricio, Washington, 24 de septiembre 2015). Pero cuando escuchamos esta Palabra hay familias unidas en torno a esa Palabra, diálogo, inclusión, paz y reconciliación duradera, auténtica libertad, respeto del hermano –pobre, anciano, joven, niño- y del ambiente.
Finalmente, ¿qué tengo que hacer con esa Palabra? Esa Palabra que es Jesús, la tengo que interiorizar en mi corazón, dejarme plasmar por ella y comunicarla en mi medio ambiente. Primero, interiorizarla en la meditación diaria y contemplación de esa Palabra que es viva y eficaz; hasta que yo sea eco de esa Palabra. Segundo, dejarme plasmar por ella para que ella guíe mis pasos, ilumine mis pensamientos y enardezca y purifique mis afectos. Y finalmente, comunicarla por doquier con valentía y entusiasmo, pues todos tienen que escuchar esa Palabra que es Vida, y acabe con todos los fautores de muerte; Palabra que es Luz, e ilumine a quienes andan en tinieblas; Palabra que se encarnó para decirnos cómo comportarnos como hombres en nuestras relaciones con los demás. Los que reciban esta Palabra serán llamados hijos de Dios y se comportarán como hijos de Dios, santos e inmaculados en su Presencia. Todos necesitamos la luz de esa Palabra para no errar en el camino y responder con la verdad a todas esa ideologías que hoy pululan contrarias a la Ley de Dios y a la Ley Natural. Todos necesitamos el aliento de esa Palabra para no decaer el ánimo. Todos necesitamos el fuego de esa Palabra que queme nuestras impurezas y deshaga nuestros hielos de soberbia.
Para reflexionar: ¿Diariamente me encuentro con Dios y su Palabra, meditando la Sagrada Escritura? ¿Qué me dice a mí esa Palabra de Dios? ¿Por qué todavía esa Palabra no ha calado profundamente en mi ser, hasta el punto de encarnarse en mis pensamientos, afectos y voluntad? Y si me he encontrado con Dios Palabra, ¿trato de llevar esa Palabra a mi hogar, a mi trabajo, a mi facultad, a mi parroquia, a mis amistades? ¿Doy testimonio del poder eficaz de la Palabra en mi propia vida?
Para rezar:
Quiero, Señor, hacer de tu Palabra un camino para mi vida.
Quiero encontrarte en ella, Señor, Dios mío.
Quiero ser discípulo tuyo y ponerme a tu escucha cada día.
Abre mis ojos y mis oídos, Señor, a tu Palabra.
Fortaléceme con la fuerza de tu Palabra;
conviérteme con la Luz de tu Palabra;
límpiame con la pureza que Tu Palabra trae a mi interior;
condúceme con la sabiduría de Tu Palabra;
enséñame con la Verdad de Tu Palabra;
consuélame con la alegría de Tu Palabra;
vivifícame con la Vida Nueva de Tu Palabra;
sostenme con la firmeza de Roca de Tu Palabra.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
La medalla del Jubileo de la Misericordia: con el padre que recibe al hijo pródigo. (ZENIT)
El padre tiene una mano masculina y otra femenina, porque que el perdón es del Padre, pero pasa a través del ministerio de la Iglesia
La medalla oficial del Jubileo Extraordinario de la Misericordia 2015-2016 ha sido presentada este martes en el Vaticano.
La medalla --de acuerdo al modelo indicado por la Sala de Prensa de la Santa Sede-- tiene el escudo del papa Francisco coronado con la frase: Iubilaeum Extraordinarium Misericordiae 2015, y debajo el nombre de la artista que la ideó.
En la cara posterior figura un particular del cuadro de Rembrandt sobre “El regreso del hijo pródigo”, conservado en el Museo del Hermitage, en San Petroburgo y que se inspira en la parábola evangélica del padre misericordioso.
Un particular curioso es que las manos del Padre, a diferencia del cuadro de Rembrandt, son una masculina y otra femenina, para significar que el perdón es del Padre, pero pasa a través del ministerio de la Iglesia. Le rodea la frase gravada: 'In aeternum misericordia eius', tomada del salmo 135.
Desde el 4 de enero próximo estará disponible en la Ciudad del Vaticano, en la sede de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (Apsa), así como en la Librería Editora Vaticana.
La medalla ha sido comisionada por el Vaticano a la 'Zecca dello Stato Italiano' para que acuñe cien ejemplares de oro, 3 mil de plata, y otras 3 mil de bronce. Se suman doscientos trípticos que contienen a la medalla.
Ha sido ideada por la artista Mariangela Crisciotti, nacida en Roma en 1982, de la famosa Scuola dell'Arte della Medaglia. Ella ha ganado varios premios y realizado modelos para diversas medallas, entre ellas para Benedicto XVI y para el Papa Francisco.
En la fiesta de la Sagrada Familia, el papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo después de escuchar un tradicional villancico italiano: ( 27 de dic | ZENIT.org )
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Que bien cantan estos chicos, ¿eh? Son buenos.
En el clima de alegría que es propio de la Navidad, celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia. Vuelvo a pensar en el gran encuentro de Filadelfia, en septiembre pasado; en las muchas familias encontradas en los viajes apostólicos, y en las de todo el mundo. Quisiera saludarlas a todas con afecto y reconocimiento, especialmente en este tiempo nuestro, en el que la familia está sometida a incomprensiones y dificultades de varios tipos que la debilitan.
El Evangelio de hoy invita a las familias a acoger la luz de esperanza que proviene de la casa de Nazaret, en la cual se ha desarrollado en la alegría la infancia de Jesús, el cual --dice san Lucas-- “crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres”. El núcleo familiar de Jesús, María y José es para todo creyente, y en especial para las familias, una auténtica escuela del Evangelio. Aquí admiramos el cumplimiento del plan divino de hacer de la familia una especial comunidad de vida y de amor. Aquí aprendemos que todo núcleo familiar cristiano está llamado a ser “iglesia doméstica”, para hacer resplandecer las virtudes evangélicas y llegar a ser fermento de bien en la sociedad. Los rasgos típicos de la Sagrada Familia son: recogimiento y oración, mutua comprensión y respeto, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad.
Del ejemplo y del testimonio de la Sagrada Familia, cada familia puede extraer indicaciones preciosas para el estilo y las opciones de vida, y puede sacar fuerza y sabiduría para el camino de cada día. La Virgen y san José enseñan a acoger a los hijos como don de Dios, a generarlos y educarlos cooperando de forma maravillosa con la obra del Creador y donando al mundo, en cada niño, una sonrisa nueva. Es en la familia unida donde los hijos alcanzan la madurez de su existencia, su personalidad, viviendo la experiencia significativa y eficaz del amor gratuito, de la ternura, del respeto recíproco, de la comprensión mutua, del perdón y de la alegría.
Quisiera detenerme sobre todo en la alegría. La verdadera alegría que se experimenta en la familia no es algo casual y fortuito. Es una alegría que es fruto de la armonía profunda entre las personas, que hace gustar la belleza de estar juntos, de sostenernos mutuamente en el camino de la vida. Pero en la base de la alegría está la presencia de Dios, su amor acogedor, misericordioso y paciente hacia todos. Si no se abre la puerta de la familia a la presencia de Dios y a su amor, la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos y se apaga la alegría. Sin embargo, la familia que vive la alegría de la vida, la alegría de la fe, la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad.
Que Jesús, María y José bendigan y protejan a todas las familias del mundo, para que en ellas reinen la serenidad y la alegría, la justicia y la paz, que Cristo naciendo ha traído como don para la humanidad.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, Francisco recordó el sufrimiento de numerosos emigrantes cubanos:
Queridos hermanos y hermanas,
Mi pensamiento se dirige en este momento a los numerosos emigrantes cubanos que se encuentran en dificultades en Centroamérica, muchos de los cuales son víctimas del tráfico de seres humanos. Invito a los países de la región a renovar, con generosidad, todos los esfuerzos necesarios para encontrar una solución oportuna a este drama humanitario.
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:
Un cordial saludo va ahora a las familias presentes en la plaza. ¡A todas! Gracias por vuestro testimonio. Que el Señor os acompañe con su gracia y os sostenga en vuestro camino cotidiano.
Os saludo a todos vosotros, peregrinos provenientes de todas las partes del mundo. En especial a los jóvenes de la diócesis de Bérgamo que han recibido la Confirmación.
También agradezco a todos los chicos y niños que han cantado tan bien y seguirán haciéndolo... Una canción de Navidad en honor de las familias.
El Obispo de Roma terminó su intervención diciendo:
A todos os deseo un feliz domingo. Os agradezco una vez más vuestras felicitaciones y vuestras oraciones. Y por favor, continuad rezando por mí ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
El Santo Padre pide que en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón. | 27 de dic | ZENIT.org |
Las Lecturas bíblicas que hemos escuchado nos presentan la imagen de dos familias que hacen su peregrinación hacia la casa de Dios. Elcaná y Ana llevan a su hijo Samuel al templo de Siló y lo consagran al Señor (cf. 1 S 1,20- 22,24-28). Del mismo modo, José y María, junto con Jesús, se ponen en marcha hacia Jerusalén para la fiesta de Pascua (cf. Lc 2,41-52).
Podemos ver a menudo a los peregrinos que acuden a los santuarios y lugares entrañables para la piedad popular. En estos días, muchos han puesto en camino para llegar a la Puerta Santa abierta en todas las catedrales del mundo y también en tantos santuarios. Pero lo más hermoso que hoy pone de relieve la Palabra de Dios es que la peregrinación la hace toda la familia. Papá, mamá y los hijos, van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante que se ofrece también a nuestras familias. Es más, podemos decir que la vida de la familia es un conjunto de pequeñas y grandes peregrinaciones.
Por ejemplo, cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones, y esta es una peregrinación, la peregrinación de la educación a la oración. Y también nos hace bien saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente han rezado cantando con las palabras del Salmo: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (122,1-2).
Qué importante es para nuestras familias peregrinar juntos, caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el tiempo de oración. ¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los padres para con sus hijos? Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, --como hicieron Elcaná y Ana, José y María-- para que sea él su protección y su apoyo en los distintos momentos del día. Qué importante es para la familia encontrarse también en un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia desempeña en la peregrinación de todos los días.
Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su «aventura», probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. También forman parte de la peregrinación de la familia estos momentos que, con el Señor, se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo, de demostrar el amor y la obediencia.
Que en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado de esta peregrinación en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. Pobres de nosotros, si Dios no nos perdonase. En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante los errores que se puedan cometer.
No perdamos la confianza en la familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Os encomiendo a vosotras, queridas familias, esta peregrinación doméstica de todos los días, esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca.
En la fiesta de san Esteban, el primer mártir de la Iglesia, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo: (ZENIT)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la fiesta de san Esteban. El recuerdo del primer mártir sigue inmediatamente a la solemnidad de la Navidad. Ayer hemos contemplado el amor misericordioso de Dios, que se ha hecho carne por nosotros; hoy vemos la respuesta coherente del discípulo de Jesús, que da su vida. Ayer ha nacido en la tierra el Salvador; hoy nace para el cielo su testigo fiel. Ayer, como hoy, aparecen las tinieblas del rechazo de la vida, pero brilla más fuerte aún la luz del amor, que vence el odio e inaugura un mundo nuevo.
Hay un aspecto particular en el relato de hoy de los Hechos de los Apóstoles, que acerca a san Esteban al Señor. Es su perdón antes de morir lapidado. Jesús, clavado en la cruz, había dicho: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”; de modo semejante, Esteban “poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: ‘Señor, no les tengas en cuenta este pecado’”. Por tanto, Esteban es mártir, que significa testigo, porque hace como Jesús; en efecto, es un verdadero testigo el que se comporta come Él: el que reza, el que ama, el que da, pero, sobre todo, el que perdona, porque el perdón, como dice la misma palabra, es la expresión más alta del don.
Pero --podríamos preguntarnos-- ¿para qué sirve perdonar? ¿Es solo una buena acción o conlleva resultados? Encontramos una respuesta precisamente en el martirio de Esteban. Entre aquellos por los cuales él imploró el perdón había un joven llamado Saulo; este perseguía a la Iglesia y trataba de destruirla. Poco después Saulo se convirtió en Pablo, el gran santo, el Apóstol de los gentiles. Había recibido el perdón de Esteban. Podemos decir que Pablo nace de la gracia de Dios y del perdón de Esteban.
También nosotros nacemos del perdón de Dios. Y no solo en el Bautismo, sino cada vez que somos perdonados nuestro corazón renace, es regenerado. Cada paso hacia adelante en la vida de la fe lleva impreso al inicio el signo de la misericordia divina. Porque solo cuando somos amados podemos amar a nuestra vez. Recordémoslo, nos harán bien: si queremos avanzar en la fe, ante todo es necesario recibir el perdón de Dios; encontrar al Padre, que está dispuesto a perdonar todo y siempre, y que precisamente perdonando sana el corazón y reaviva el amor. Jamás debemos cansarnos de pedir el perdón divino, porque solo cuando somos perdonados, cuando nos sentimos perdonados, aprendemos a perdonar.
Pero perdonar no es una cosa fácil, es siempre muy difícil. ¿Cómo podemos imitar a Jesús? ¿Por dónde comenzar para disculpar las pequeñas o grandes ofensas que sufrimos cada día? Ante todo por la oración, como ha hecho Esteban. Se comienza por el propio corazón: podemos afrontar con la oración el resentimiento que experimentamos, encomendando a quien nos ha hecho el mal a la misericordia de Dios: ‘Señor, te pido por él, te pido por ella’.
Después se descubre que esta lucha interior para perdonar purifica del mal y que la oración y el amor nos liberan de las cadenas interiores del rencor. ¡Es tan feo vivir en el rencor! Cada día tenemos la ocasión para entrenarnos a perdonar, para vivir esto gesto tan alto que acerca al hombre a Dios. Como nuestro Padre celestial, nos convertimos, también nosotros en misericordiosos, porque a través del perdón vencemos el mal con el bien, transformamos el odio en amor y así hacemos que el mundo sea más limpio.
Que la Virgen María, a quien encomendamos a aquellos --y por desgracia son muchísimos-- que como san Esteban padecen persecuciones en nombre de la fe, nuestros mártires de hoy, oriente nuestra oración para recibir y donar el perdón. Recibir y donar el perdón.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Obispo de Roma:
Queridos hermanos y hermanas,
Os saludo a todos los peregrinos, procedentes de Italia y de varios países. Renuevo a todos mi deseo de que la contemplación del Niño Jesús, junto a María y José, pueda suscitar una actitud de misericordia y de amor recíproco en las familias, en las comunidades parroquiales y religiosas, en los movimientos y en las asociaciones, en todos los fieles y en las personas de buena voluntad.
En estas semanas he recibido muchos mensajes con felicitaciones desde Roma y desde otras partes. No me es posible responder a cada uno. Por lo tanto, expreso hoy a todos mi vivo agradecimiento, especialmente por el regalo de la oración.
El papa Francisco terminó su intervención diciendo:
Feliz fiesta de san Esteban. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
Homilía del papa Francisco en la misa de Noche Buena. 24 de dic | ZENIT.org
En esta noche brilla una «luz grande» (Is 9,1); sobre nosotros resplandece la luz del nacimiento de Jesús. Qué actuales y ciertas son las palabras del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9,2). Nuestro corazón estaba ya lleno de alegría mientras esperaba este momento; ahora, ese sentimiento se ha incrementado hasta rebosar, porque la promesa se ha cumplido, por fin se ha realizado. El gozo y la alegría nos aseguran que el mensaje contenido en el misterio de esta noche viene verdaderamente de Dios. No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es arrojada fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del corazón.
Hoy ha nacido el Hijo de Dios: todo cambia. El Salvador del mundo viene a compartir nuestra naturaleza humana, no estamos ya solos ni abandonados. La Virgen nos ofrece a su Hijo como principio de vida nueva. La luz verdadera viene a iluminar nuestra existencia, recluida con frecuencia bajo la sombra del pecado. Hoy descubrimos nuevamente quiénes somos. En esta noche se nos muestra claro el camino a seguir para alcanzar la meta. Ahora tiene que cesar el miedo y el temor, porque la luz nos señala el camino hacia Belén. No podemos quedarnos inermes. No es justo que estemos parados. Tenemos que ir y ver a nuestro Salvador recostado en el pesebre. Este es el motivo del gozo y la alegría: este Niño «ha nacido para nosotros», «se nos ha dado», como anuncia Isaías (cf. 9,5). Al pueblo que desde hace dos mil años recorre todos los caminos del mundo, para que todos los hombres compartan esta alegría, se le confía la misión de dar a conocer al «Príncipe de la paz» y ser entre las naciones su instrumento eficaz.
Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios. Desde aquí, comienza para los hombres de corazón sencillo el camino de la verdadera liberación y del rescate perpetuo. De este Niño, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre, brota para todos nosotros sus discípulos, como enseña el apóstol Pablo, el compromiso de «renunciar a la impiedad» y a las riquezas del mundo, para vivir una vida «sobria, justa y piadosa» (Tt 2,12).
En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración.
Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios. Y que, ante Él, brote de nuestros corazones la invocación: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8).
Texto completo del mensaje del Santo Padre para la Navidad 2015: (ZENIT)
Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad.
Cristo nos ha nacido, exultemos en el día de nuestra salvación.
Abramos nuestros corazones para recibir la gracia de este día, que es Él mismo: Jesús es el «día» luminoso que surgió en el horizonte de la humanidad. El día de la misericordia, en el cual Dios Padre ha revelado a la humanidad su inmensa ternura. Día de luz que disipa las tinieblas del miedo y de la angustia. Día de paz, en el que es posible encontrarse, dialogar, sobre todo, reconciliarse. Día de alegría: una «gran alegría» para los pequeños y los humildes, para todo el pueblo (cf. Lc 2,10).
En este día, ha nacido de la Virgen María Jesús, el Salvador. El pesebre nos muestra la «señal» que Dios nos ha dado: «un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Como los pastores de Belén, también nosotros vamos a ver esta señal, este acontecimiento que cada año se renueva en la Iglesia. La Navidad es un acontecimiento que se renueva en cada familia, en cada parroquia, en cada comunidad que acoge el amor de Dios encarnado en Jesucristo. Como María, la Iglesia muestra a todos la «señal» de Dios: el niño que ella ha llevado en su seno y ha dado a luz, pero que es el Hijo del Altísimo, porque «proviene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Por eso es el Salvador, porque es el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo (cf. Jn 1,29). Junto a los pastores, postrémonos ante el Cordero, adoremos la Bondad de Dios hecha carne, y dejemos que las lágrimas del arrepentimiento llenen nuestros ojos y laven nuestro corazón.
Sólo él, sólo él nos puede salvar. Sólo la misericordia de Dios puede liberar a la humanidad de tantas formas de mal, a veces monstruosas, que el egoísmo genera en ella. La gracia de Dios puede convertir los corazones y abrir nuevas perspectivas para realidades humanamente insuperables.
Donde nace Dios, nace la esperanza. Él trae la esperanza. Donde nace Dios, nace la paz. Y donde nace la paz, no hay lugar para el odio ni para la guerra. Sin embargo, precisamente allí donde el Hijo de Dios vino al mundo, continúan las tensiones y las violencias y la paz queda como un don que se debe pedir y construir. Que los israelíes y palestinos puedan retomar el diálogo directo y alcanzar un entendimiento que permita a los dos pueblos convivir en armonía, superando un conflicto que les enfrenta desde hace tanto tiempo, con graves consecuencias para toda la región.
Pidamos al Señor que el acuerdo alcanzado en el seno de las Naciones Unidas logre cuanto antes acallar el fragor de las armas en Siria y remediar la gravísima situación humanitaria de la población extenuada. Es igualmente urgente que el acuerdo sobre Libia encuentre el apoyo de todos, para que se superen las graves divisiones y violencias que afligen el país. Que toda la Comunidad internacional ponga su atención de manera unánime en que cesen las atrocidades que, tanto en estos países como también en Irak, Yemen y en el África subsahariana, causan todavía numerosas víctimas, provocan enormes sufrimientos y no respetan ni siquiera el patrimonio histórico y cultural de pueblos enteros. Quiero recordar también a cuantos han sido golpeados por los atroces actos terroristas, particularmente en las recientes masacres sucedidas en los cielos de Egipto, en Beirut, París, Bamako y Túnez. Que el Niño Jesús les dé consuelo y fuerza a nuestros hermanos, perseguidos por causa de su fe en distintas partes del mundo. Son nuestros mártires de hoy.
Pidamos Paz y concordia para las queridas poblaciones de la República Democrática del Congo, de Burundi y del Sudán del Sur para que, mediante el diálogo, se refuerce el compromiso común en vista de la edificación de sociedades civiles animadas por un sincero espíritu de reconciliación y de comprensión recíproca.
Que la Navidad lleve la verdadera paz también a Ucrania, ofrezca alivio a quienes padecen las consecuencias del conflicto e inspire la voluntad de llevar a término los acuerdos tomados, para restablecer la concordia en todo el país.
Que la alegría de este día ilumine los esfuerzos del pueblo colombiano para que, animado por la esperanza, continúe buscando con tesón la anhelada paz.
Donde nace Dios, nace la esperanza ̧ y donde nace la esperanza, las personas encuentran la dignidad. Sin embargo, todavía hoy muchos hombres y mujeres son privados de su dignidad humana y, como el Niño Jesús, sufren el frío, la pobreza y el rechazo de los hombres. Que hoy llegue nuestra cercanía a los más indefensos, sobre todo a los niños soldado, a las mujeres que padecen violencia, a las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico.
Que no falte nuestro consuelo a cuantos huyen de la miseria y de la guerra, viajando en condiciones muchas veces inhumanas y con serio peligro de su vida. Que sean recompensados con abundantes bendiciones todos aquellos, personas privadas o Estados, que trabajan con generosidad para socorrer y acoger a los numerosos emigrantes y refugiados, ayudándoles a construir un futuro digno para ellos y para sus seres queridos, y a integrarse dentro de las sociedades que los reciben.
Que en este día de fiesta, el Señor vuelva a dar esperanza a cuantos no tienen trabajo, que son muchos, y sostenga el compromiso de quienes tienen responsabilidad públicas en el campo político y económico para que se empeñen en buscar el bien común y tutelar la dignidad toda vida humana.
Donde nace Dios, florece la misericordia. Este es el don más precioso que Dios nos da, particularmente en este año jubilar, en el que estamos llamados a descubrir la ternura que nuestro Padre celestial tiene con cada uno de nosotros. Que el Señor conceda, especialmente a los presos, la experiencia de su amor misericordioso que sana las heridas y vence el mal.
Y de este modo, hoy todos juntos exultemos en el día de nuestra salvación. Contemplando el portal de Belén, fijemos la mirada en los brazos de Jesús que nos muestran el abrazo misericordioso de Dios, mientras escuchamos el gemido del Niño que nos susurra: «Por mis hermanos y compañeros voy a decir: “La paz contigo”» (Sal 121 [122], 8).
Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. 'La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia'. 24 de dic | ZENIT.org
Navidad y familia van muy unidas
Van muy unidas. La fiesta de Navidad reúne a toda la familia. La fiesta de Navidad es una fiesta de familia. El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha hecho miembro de la familia humana y de una familia doméstica. Jesucristo ha santificado la familia.
La familia humana tiene como referencia la comunidad trinitaria. Jesucristo nos ha revelado que Dios es familia, son tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven felizmente en el hogar trinitario, el cielo. Y a ese hogar –dulce hogar- convocan a cada persona que viene a este mundo. El Hijo de Dios, segunda persona de Dios, Jesucristo, ha venido a este mundo para llevarnos a esta relación de amor, dándonos su Espíritu Santo. Nuestro destino es entrar en comunión con las personas divinas, ya en este mundo y para toda la eternidad. Más aún, lo que nos constituye en personas es precisamente esta relación. Se trata de vivirla conscientemente y disfrutarla.
Y un icono viviente de esa comunidad trinitaria es la santa Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José. La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia humana, con un padre, una madre y un hijo. Y han vivido de su trabajo, en el hogar familiar donde se ejercitan las virtudes domésticas por los lazos del amor de unos con otros. Bien es verdad que la santa Familia de Nazaret es una familia muy singular, pero es modelo para todas las familias por el servicio mutuo, la convivencia, el amor e incluso el cariño y la ternura de unos con otros.
La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. El aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa. Esa complementariedad puede verse truncada por la falta de uno de ellos, y la familia más amplia –abuelos, tíos- puede suplirla.
La unión complementaria de los esposos los convierte en administradores de la vida. Del abrazo amoroso de los esposos, proceden los hijos. Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso, que no puede sustituirse nunca por la pipeta de laboratorio (fecundación in vitro). Precisamente porque la persona se constituye por la relación –así nos lo muestran las personas divinas-, el hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres, y nunca como fruto de un aquelarre químico de laboratorio. Hay muchos que piensan en el derecho a tener un hijo, como si el hijo fuera un objeto, mientras que el hijo es siempre un don, un don de Dios, fruto de la relación amorosa de los esposos, que se abren generosamente a la vida. Todo tipo de fecundación artificial (inseminación artificial y anónima, fecundación in vitro homóloga o heteróloga) rompe esa armonía de la creación por la que los hijos vienen al mundo como personas, fruto de una relación personal de amor entre los esposos.
Los esposos y padres se prolongan en los hijos y, a su vez, son fruto de los abuelos que tienen hoy una importancia enorme en el equilibrio de la sociedad contemporánea. Los niños y jóvenes son el futuro, los abuelos son la memoria del pasado. Todos juntos forman la riqueza de la familia.
Domingo 27 diciembre, en la Misa de 12 de la Catedral, Misa de las familias, donde haremos un homenaje a los que cumplen 25 y 50 años de casados. Venid con todos los hijos, los nietos y los abuelos. Es la fiesta de la Sagrada Familia y queremos darle gracias a Dios por nuestras familias.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro. 'Dios se acerca a nuestras vidas y a nuestra historia, y nos hace experimentar el Amor que nos tiene, el Amor que nos salva'. 24 de dic | ZENIT.org
La Navidad revela la misericordia que vence la indiferencia
¡Qué fuerza y belleza tiene la celebración de la Navidad! La entrada de Dios en la historia de los hombres nos presenta un nuevo camino para estar en esta tierra y para hacerla habitable para todos. La Navidad revela la misericordia que vence la indiferencia. Este es el progreso que aportamos los discípulos de Cristo. ¿Qué significado tiene para un cristiano la palabra progresar? Ciertamente no es lo que, en muchos momentos, pensamos nosotros o nos hacen pensar otros. Para un discípulo del Señor, el progreso hay que entenderlo contemplando lo que sucede en Belén de Judá cuando Dios se hace Hombre para regalarnos su vida y entregarnos su salvación. Mirando donde tiene lugar el nacimiento de Jesús, progreso significa abajarse para avanzar, entrar por el mismo camino de Dios, que es el de la humildad, donde lo que se resalta y aparece a primera vista es el «amor mismo de Dios». Un amor a todos, para todos y de todos. Es Dios que se hace Hombre para acercarse a todos los hombres. Es ese camino del amor que va en una dirección no acostumbrada: cuanto más subes, más disminuyes; cuando más amas, más pequeño te haces. El Maestro de este camino es Jesucristo, que «siendo Dios no tuvo a menos hacerse Hombre y pasar por uno de tantos».
Es el camino que recorren María y José para hacer presente en este mundo a quien es el verdadero progreso y avance. María dice un «sí» que manifiesta una confianza absoluta en Dios; aunque no entienda, se deja guiar por la voluntad de Dios. José se baja y cree en Dios, y acepta llevar sobre sí la gran responsabilidad de su esposa a la espera del Salvador. Impulsados por el amor a Dios y a los hombres, los dos hacen posible que se revele a todos los hombres el camino del verdadero progreso, que es el camino que encontramos en la cueva de Belén, camino de humildad donde se resalta y alumbra con toda su fuerza el Amor de Dios. Un amor a todos los hombres, que viene para todos, que quiere hacer el regalo de su vida a todos sin excepción. Y lo realiza mostrando y resaltando que su amor tiene una connotación: es la misericordia. Abraza a todos y es capaz de vencer cualquier situación de indiferencia hacia personas, grupos e ideas; nunca entrega descartes, vino para encontrarse con todos los hombres y lo quiere seguir realizando a través de su Pueblo. ¡Qué camino más maravilloso! Tomar el camino del abajamiento, de la humildad, es hacer posible que toda la caridad de Dios, su amor misericordioso, esté en el camino de los hombres, en todos los caminos de los hombres.
La Iglesia tiene que celebrar la Navidad, la venida del Señor a este mundo. Y la Iglesia tiene que seguir preparando la segunda venida. Debe hacerlo como se hizo la primera: tiene que hacer visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Lo que hizo Dios mismo, que se abajó a los caminos por donde transitaban los hombres; esto es lo que contemplamos en la Navidad. Dios se acerca a nuestras vidas y a nuestra historia, y nos hace experimentar el Amor que nos tiene, el Amor que nos salva. Un Amor que nos hace volver a recuperar la dignidad que habíamos perdido y hace que regalemos, con su mismo Amor, esta dignidad a quienes nos encontremos en el camino de nuestra vida. Y ello nos lleva a recuperar la esperanza. Recuperar la dignidad y volver a tener esperanza, van unidos. Es la dignidad de reconocer que todos los hombres son hijos de Dios. Solamente el amor de Dios nos devuelve la dignidad: ni el dinero, ni unas ideas, ni unos proyectos por muy buenos que sean. El Amor de Dios nos enseña que no podemos ser indiferentes a ninguna situación que viva el ser humano, que no podemos dejar de lado todo aquello que, en estos momentos, a mí no me estorba, pero daña en cualquier parte del mundo la dignidad y la esperanza del ser humano. Si tenemos el Amor de Dios, vencemos la indiferencia. Acoger la Navidad es saber vivir con y desde Dios, que ha llegado y nos ha dicho el rostro que tiene el hombre.
La celebración de la Navidad tiene que engendrar en nosotros esa alegría que no es mero entusiasmo, sino algo mucho más profundo, algo que nos haga incluso pensar o decir: ¿esto es real? Es la alegría de los pastores de Belén y de los Magos en el encuentro con el Señor. Este encuentro les dejó tal huella en lo más profundo de su corazón, les produjo tal paz y consuelo espiritual, les hizo vibrar de tal modo su corazón, que cambiaron sus vidas; percibieron cómo Dios se nos regala; cómo no está lejos, sino que se pone al lado de los hombres; cómo no es inaccesible; cómo ha disipado toda ambigüedad haciéndose niño; cómo se ha hecho prójimo restableciendo la imagen del hombre; cómo nos llama a hacerlo presente, mostrando su gloria y haciéndonos ver que hay otro camino para los hombres que viene de Dios: la misericordia. Como les pasó a los Magos y a los pastores, dejemos que esto haga mella en nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente. Los pastores pudieron escuchar: «Gloria a Dios en cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» y aquello les puso en camino: «Vayamos, pues, a Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado. Fueron y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (cf. Lc 2, 14-15). Los Magos, que representan a todos los hombres, fueron guiados por la estrella, «entraron en la casa, vieron al niño con María su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo los cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra...se retiraron a su tierra por otro camino» (cf. Mt 2, 11-12). Unos vieron la gloria de Dios y otros fueron por otro camino.
Os invito a contemplar un cuadro inolvidable de la Navidad. En él están tres personas: Jesús, María y José. Cada una de ellas nos da el mismo horizonte para vivir: «La Navidad revela la misericordia que vence la indiferencia». Contemplad y mirad:
1. A Jesús: por Él, el eterno Dios ha descendido en el hoy efímero del mundo, arrastrando nuestro hoy pasajero al hoy perenne de Dios. ¡Qué maravilla, Dios es tan grande que puede hacerse pequeño! ¡Dios es tan poderoso que puede renunciar a su esplendor divino y puede descender al establo para que podamos encontrar su bondad que nos toca, su sabiduría que nos comunica belleza, su grandeza en nosotros! Dios a nuestro lado, Dios de nuestra parte, Dios con todos los hombres.
2. A María: que nos enseña a acoger siempre a Dios. Ella nos enseña a decir «sí» a Dios, nos regala su «hágase en mí según tu palabra». Ella es portadora de alegría y esperanza para los hombres, acogiendo a Dios en su corazón, convencida de que la luz de Cristo es la que disipa las tinieblas y las oscuridades en este mundo.
3. A José: es el hombre que, en una adhesión absoluta a Dios, con una fe inquebrantable, deseando vivir desde las razones de Dios, sabe que cuidar la presencia de Dios entre los hombres nos permite amar de verdad. Él sabía que el misterio del Amor nos saca de la pobreza y nos hace entrar en la riqueza que Dios da; abrió la puerta de su corazón para servir la entrada y la presencia de Dios entre los hombres.
¡Feliz Navidad! Con gran afecto, os bendice:
+ Carlos, arzobispo de Madrid
Reflexión a las lecturas de la Fiesta de la Sagrada Familia C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez PIÑERO BAJO EL EPÍGRAFE "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo de la Sagrada Familia
Es un misterio sobre el que nunca reflexionaremos bastante: El Hijo de Dios vive en familia la mayor parte de su vida.
En Navidad lo contemplamos así a cada paso: en Belén, en el destierro de Egipto y, sobre todo, en Nazaret.
Con todo, dedicamos un día de Navidad a celebrar la Fiesta de la Sagrada Familia.
La Navidad se celebra en familia y conscientes de que pertenecemos a la gran familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia.
La Jornada de hoy centra nuestra atención en la familia y en la vida.
A mí me gusta siempre hablar del “secreto del Hogar de Nazaret”.
¡Y es la presencia del Señor allí! Porque Jesús no sólo estaba físicamente presente, sino también, en el corazón de la Virgen María y de S. José.
Me parece que es esta una gran lección para nuestras familias en el ambiente en que vivimos. Y también para la Iglesia: ¡Jesús en el corazón de cada uno!
Y en el matrimonio cristiano esta presencia viene garantizada por un sacramento. En la introducción que hace el sacerdote al consentimiento matrimonial, dice: “… Cristo bendice copiosamente vuestro amor conyugal. Y Él, que os consagró un día con el santo Bautismo, os enriquece hoy y os da fuerza con un sacramento peculiar para que os guardéis mutua y perpetua fidelidad y podáis cumplir las demás obligaciones del Matrimonio”.
¡Cristo bendice, enriquece y da fuerza! ¿Qué más se puede pedir?
“Nuestra capacidad viene de Dios”, decía S. Pablo (2Co 3,5). Y esto lo podemos aplicar al matrimonio.
Como aprendemos siempre en la Palabra de Dios, el éxito en la vida depende de Dios. Y Él lo quiere dar a todos.
En una ocasión, hace ya mucho tiempo, oí que un matrimonio contraído en el Nuevo Testamento, de suyo, no puede fracasar.
¡Es normal que sea así! Se cuenta con la ayuda poderosa de Dios, que se comunica por el sacramento. Por todo ello, dice el salmo: “Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos” (127, 1-2).
Hoy es un día apropiado para recordar y renovar el “Credo de la Familia y de la Vida”. Recordarlo y renovarlo, especialmente, cuando desciende el número de matrimonios por la Iglesia y nos invade un cierto pesimismo ante la realidad misma del matrimonio cristiano en el futuro.
Y siempre me sorprende constatar cómo el Señor no libera a la Sagrada Familia de ningún problema. ¡Sólo les acompaña y les ayuda! Lo contemplamos en el Evangelio de hoy, cuando se pierde el Niño y sus padres lo andan buscando tres días, y lo encuentran después en el templo, escuchando y haciendo preguntas a los maestros de Israel.
La familia es fuente y guardiana de la vida. Que sepamos guardarla y respetarla desde su concepción hasta su término natural.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!
DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera lectura es una página del Antiguo Testamento, y nos presenta el nacimiento de Samuel de madre estéril, y su ofrenda y donación al templo, al servicio del Señor, cuando era todavía muy pequeño. Es un signo de gratitud por el cumplimiento de su promesa. Escuchemos.
SEGUNDA LECTURA
S. Juan nos habla de nuestra condición de hijos de Dios en virtud de la cual formamos parte de otra gran familia, la familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia. Escuchemos con atención y con fe.
TERCERA LECTURA
El Evangelio que vamos a escuchar constituye una especie de resumen de toda la existencia de Jesús y su familia, centrada en el cumplimiento de la voluntad del Padre.
Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, el Hijo de María, concebido por obra del Espíritu Santo, y a quien llamaban el hijo del carpintero. Que Él nos ayude a ser en medio de nuestras familias y en medio de la Iglesia, constructores de paz, concordia, alegría.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo de la Sagrada Familia C.
¿QUÉ FAMILIA?
Hoy es el Día de la familia cristiana. Una fiesta establecida recientemente para que los cristianos celebremos y ahondemos en lo que puede ser un proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús.
No basta defender de manera abstracta el valor de la familia. Tampoco es suficiente imaginar la vida familiar según el modelo de la familia de Nazaret, idealizada desde nuestra concepción de la familia tradicional. Seguir a Jesús puede exigir a veces cuestionar y transformar esquemas y costumbres muy arraigados en nosotros.
La familia no es para Jesús algo absoluto e intocable. Más aún. Lo decisivo no es la familia de sangre, sino esa gran familia que hemos de ir construyendo los humanos escuchando el deseo del único Padre de todos. Incluso sus padres lo tendrán que aprender, no sin problemas y conflictos.
Según el relato de Lucas, los padres de Jesús lo buscan acongojados, al descubrir que los ha abandonado sin preocuparse de ellos. ¿Cómo puede actuar así? Su madre se lo reprocha en cuanto lo encuentra: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Jesús los sorprende con una respuesta inesperada: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?».
Sus padres «no le comprendieron». Solo ahondando en sus palabras y en su comportamiento de cara a su familia, descubrirán progresivamente que, para Jesús, lo primero es la familia humana: una sociedad más fraterna, justa y solidaria, tal como la quiere Dios.
No podemos celebrar responsablemente la fiesta de hoy sin escuchar el reto de nuestra fe.
José Antonio Pagola
Reflexión a las lecturas de la solemnidad de la Natividad del Señor ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
La Natividad del Señor
¡Por el camino del Adviento hemos llegado a la Navidad!
Nos disponemos pues a celebrar el Nacimiento de Jesús y sus primeras manifesta-ciones hasta llegar a su Bautismo, cuando va a iniciar su Vida Pública. ¡Es el Tiempo de Navidad! Recordamos y celebramos, por tanto, casi toda la vida del Señor.
Y no celebramos estos acontecimientos como si se tratara sólo del recuerdo de algo que sucedió hace mucho tiempo; porque el Misterio de la Liturgia de la Iglesia, del Año Litúrgico, hace que estos acontecimientos se hagan, de algún modo, presentes, de manera que podamos ponernos en contacto con ellos y llenarnos de la gracia de la salvación (Const. Liturgia, 102). Es lo que se llama el “hoy” de la Liturgia.
Esto es muy importante ¡Cambia por completo el sentido de la celebración!
El Papa S. León Magno (S. V), en una homilía de Navidad, decía: “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador. Alegrémonos…” (Hom. Nav. I).
Y en la Misa de Medianoche, por poner sólo otro ejemplo, repetimos, en el salmo responsorial: “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”.
Y lo tomamos tan en serio, que nos felicitamos unos a otros por la “suerte” que hemos tenido al haber encontrado a Jesucristo en nuestro camino, por haber sido acogidos por la Iglesia, que es Madre y Maestra, y por poder celebrar la llegada de la salvación.
¡Cuántas gracias debemos dar a Dios Padre, que nos concede, un año más, celebrar estas fiestas tan grandes y tan hermosas!
Éstas son fiestas de mucha alegría, como comentaba el Domingo 3º de Adviento. Alegría que radica en el corazón, y que es desbordante en manifestaciones externas, ya tradicionales. Alegría, que debe ser mucho mayor, que si nos hubiera tocado la lotería...
Es tan importante y real todo esto, que la Navidad nos exige un profundo cambio de vida, y debe marcar un antes y un después en cada cristiano. Es lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura de la Misa de Medianoche: “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar ya, desde ahora, una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”.
Por ello, nadie puede decir, por ningún motivo: “Se me estropeó la Navidad.” O también: “¿En estas circunstancias, cómo puedo celebrar la Navidad?” “¿Cómo vamos a felicitar la Navidad a un enfermo?”, me decía alguien, en una ocasión.
La Navidad nos encuentra cada año en una situación distinta. Y desde ahí, desde ese “lugar concreto”, tenemos que salir al encuentro del Señor que llega, que quiere llegar a cada uno de nosotros, sin ninguna excepción. Esto se realiza, especialmente, en la Eucaristía de la Navidad, en la que el Señor viene a cada uno en la Comunión. Es lo más parecido al Portal de Belén y al mismo Cielo.
Ya San León Magno, en la homilía que antes comentaba, decía: “Nadie tiene que sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo”.
En resumen, como los pastores, “vayamos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor”, para que podamos volver al encuentro de los hermanos, también como los pastores, dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que hemos visto y oído (Cfr. Lc 2, 15-20).
¡FELIZ NAVIDAD!
MISA DE MEDIANOCHE DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El profeta anuncia el gozo inexpresable de la salvación, semejante al del labrador, que recoge una cosecha abundante y a la del guerrero, que reparte un rico botín. La victoria sobre el enemigo es obra de un Niño Rey, dado por Dios a los hombres. Escuchemos.
SALMO
El salmo que vamos a proclamar como respuesta a la Palabra de Dios, expresa la alegría de la llegada del Salvador en esta noche santa. Proclame-mos ahora todos esa gran alegría, cantando: “Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”.
SEGUNDA LECTURA
El apóstol extrae del acontecimiento de la Venida del Señor, unas consecuencias prácticas fundamentales para la vida de los cristianos. Parecen expresamente inspiradas para el hombre de hoy. Escuchemos con atención.
TERCERA LECTURA
Con una gran solemnidad S. Lucas nos guía hasta un pesebre de las afueras de Belén, donde nace Jesús, el Señor de la historia y del mundo entero. Los pobres y los sencillos, los pastores, son los primeros en llegar. ¡El cielo se une con la tierra! ¡Dios está en medio de nosotros!
Cantemos el aleluya al Señor Jesús, nacido para nuestra salvación.
OFRENDAS
Como los pastores fueron a Belén llevando sus dones, llevemos ahora nosotros al altar, con generosidad y alegría, nuestra ofrendas parala Eucaristía.
COMUNIÓN
En la Comunión, recibimos al mismo Señor Jesucristo que se encarnó en la Virgen María y nació en Belén, para nuestra salvación. Después de haber recibido el sacramento dela Penitenciaen las celebraciones del Adviento, recibimos ahora la Comunión. Ésta es la mejor manera de celebrar la Navidad. Jesucristo viene a nosotros como vino un día a María, como nació un día en Belén. ¡Cada vez que un hombre recibe el Cuerpo del Señor es Navidad!
Reflexión de José Antonio Pagola en la Navidad de 2015
LA NOSTALGIA DE LA NAVIDAD
La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos hacerla mejor.
No es solo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.
La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos.
Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La nostalgia no nos deja vivir encadenados solo a este mundo.
Es fácil vivir ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino último.
Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en nosotros.
A pesar del tono frívolo y superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.
José Antonio Pagola
Navidad – C (Juan 1,1-18)
Evangelio del 25/dic/2015
por Coordinador Grupos de Jesús
En su tradicional encuentro en ocasión de las fiestas navideñas, el papa Francisco pide que sea la misericordia la que guíe nuestros pasos, la que inspire nuestras reformas, la que ilumine nuestras decisiones. 21 de Diciembre. ZENIT
Texto completo del discurso del Santo Padre a la Curia Romana.
Queridos hermanos y hermanas
Me complace expresaros los mejores deseos de Feliz Navidad y de próspero año nuevo, que hago extensivo también a todos los colaboradores, los Representantes Pontificios y de modo particular a aquellos que, durante el año pasado, han concluido su servicio al alcanzar los límites de edad. Recordamos también a las personas que han sido llamadas a la presencia de Dios. Para todos vosotros y vuestros familiares, mi saludo y mi gratitud.
En mi primer encuentro con vosotros, en 2013, quise poner de relieve dos aspectos importantes e inseparables del trabajo de la Curia: la profesionalidad y el servicio, indicando a San José como modelo a imitar. El año pasado, en cambio, para prepararnos al sacramento de la Reconciliación, afrontamos algunas tentaciones, males —el «catálogo de los males curiales»— que podrían afectar a todo cristiano, curia, comunidad, congregación, parroquia y movimiento eclesial. Males que exigen prevención, vigilancia, cuidado y en algunos casos, por desgracia, intervenciones dolorosas y prolongadas.
Algunos de esos males se han manifestado a lo largo de este año, provocando mucho dolor a todo el cuerpo e hiriendo a muchas almas.
Es necesario afirmar que esto ha sido —y lo será siempre— objeto de sincera reflexión y decisivas medidas. La reforma seguirá adelante con determinación, lucidez y resolución, porque Ecclesia semper reformanda.
Sin embargo, los males y hasta los escándalos no podrán ocultar la eficiencia de los servicios que la Curia Romana, con esfuerzo, responsabilidad, diligencia y dedicación, ofrece al Papa y a toda la Iglesia, y esto es un verdadero consuelo. San Ignacio enseñaba que «es propio del mal espíritu morder (con escrúpulos), entristecer y poner obstáculos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante; y propio del buen espíritu es dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos los impedimentos, para que siga adelante en el bien obrar».1
Sería una gran injusticia no manifestar un profundo agradecimiento y un necesario aliento a todas las personas íntegras y honestas que trabajan con dedicación, devoción, fidelidad y profesionalidad, ofreciendo a la Iglesia y al Sucesor de Pedro el consuelo de su solidaridad y obediencia, como también su generosa oración.
Es más, las resistencias, las fatigas y las caídas de las personas y de los ministros representan también lecciones y ocasiones de crecimiento y nunca de abatimiento. Son oportunidades para volver a lo esencial, que significa tener en cuenta la conciencia que tenemos de nosotros mismos, de Dios, del prójimo, del sensus Ecclesiae y del sensus fidei.
Quisiera hablaros hoy de este volver a lo esencial, cuando estamos iniciando la peregrinación del Año Santo de la Misericordia, abierto por la Iglesia hace pocos días, y que representa para ella y para todos nosotros una fuerte llamada a la gratitud, a laconversión, a la renovación, a la penitencia y a la reconciliación.
En realidad, la Navidad es la fiesta de la infinita Misericordia de Dios, como dice san Agustín de Hipona: «¿Pudo haber mayor misericordia para los desdichados que la que hizo bajar del cielo al creador del cielo y revistió de un cuerpo terreno al creador de la tierra? Esa misericordia hizo igual a nosotros por la mortalidad al que desde la eternidad permanece igual al Padre; otorgó forma de siervo al señor del mundo, de modo que el pan mismo sintió hambre, la saciedad sed, la fortaleza se volvió débil, la salud fue herida y la vida murió. Y todo ello para saciar nuestra hambre, regar nuestra sequedad, consolar nuestra debilidad, extinguir la iniquidad e inflamar la caridad».2
Por tanto, en el contexto de este Año de la Misericordia y de la preparación para la Navidad, ya tan inminente, deseo presentaros un subsidio práctico para poder vivir fructuosamente este tiempo de gracia. No se trata de un exhaustivo “catálogo de las virtudes necesarias” para quien presta servicio en la Curia y para todos aquellos que quieren hacer fértil su consagración o su servicio a la Iglesia.
Invito a los responsables de los Dicasterios y a los superiores a profundizarlo, a enriquecerlo y completarlo. Es una lista que inicia desde el análisis acróstico de la palabra «misericordia», para que esta sea nuestra guía y nuestro faro.
1. Misionariedad y pastoralidad. La misionariedad es lo que hace y muestra a la curia fértil y fecunda; es prueba de la eficacia, la capacidad y la autenticidad de nuestro obrar. La fe es un don, pero la medida de nuestra fe se demuestra también por nuestra aptitud para comunicarla.3 Todo bautizado es misionero de la Buena Noticia ante todo con su vida, su trabajo y con su gozoso y convencido testimonio. La pastoralidad sana es una virtud indispensable de modo especial para cada sacerdote. Es la búsqueda cotidiana de seguir al Buen Pastor que cuida de sus ovejas y da su vida para salvar la vida de los demás. Es la medida de nuestra actividad curial y sacerdotal. Sin estas dos alas nunca podremos volar ni tampoco alcanzar la bienaventuranza del «siervo fiel» (Mt25,14-30).
2. Idoneidad y sagacidad. La idoneidad necesita el esfuerzo personal de adquirir los requisitos necesarios y exigidos para realizar del mejor modo las propias tareas y actividades, con la inteligencia y la intuición. Esta es contraria a las recomendaciones y los sobornos. La sagacidad es la prontitud de mente para comprender y para afrontar las situaciones con sabiduría y creatividad. Idoneidad y sagacidad representan además la respuesta humana a la gracia divina, cuando cada uno de nosotros sigue aquel famoso dicho: «Hacer todo como si Dios no existiese y, después, dejar todo a Dios como si yo no existiese». Es la actitud del discípulo que se dirige al Señor todos los días con estas palabras de la bellísima Oración Universal atribuida al papa Clemente XI: «Guíame con tu sabiduría, sostenme con tu justicia, consuélame con tu clemencia, protégeme con tu poder. Te ofrezco, Dios mío, mis pensamientos para pensar en ti, mis palabras para hablar de ti, mis obras para actuar según tu voluntad, mis sufrimientos para padecerlos por ti».4
3. Espiritualidad y humanidad. La espiritualidad es la columna vertebral de cualquier servicio en la Iglesia y en la vida cristiana. Esta alimenta todo nuestro obrar, lo corrige y lo protege de la fragilidad humana y de las tentaciones cotidianas. La humanidad es aquello que encarna la autenticidad de nuestra fe. Quien renuncia a su humanidad, renuncia a todo. La humanidad nos hace diferentes de las máquinas y los robots, que no sienten y no se conmueven. Cuando nos resulta difícil llorar seriamente o reír apasionadamente, entonces ha iniciado nuestro deterioro y nuestro proceso de transformación de «hombres» a algo diferente. La humanidad es saber mostrar ternura, familiaridad y cortesía con todos (cf. Flp 4,5). Espiritualidad y humanidad, aun siendo cualidades innatas, son sin embargo potencialidades que se han de desarrollar integralmente, alcanzar continuamente y demostrar cotidianamente.
4. Ejemplaridad y fidelidad. El beato Pablo VI recordó a la Curia «su vocación a la ejemplaridad».5 Ejemplaridad para evitar los escándalos que hieren las almas y amenazan la credibilidad de nuestro testimonio. Fidelidad a nuestra consagración, a nuestra vocación, recordando siempre las palabras de Cristo: «El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto» (Lc 16,10) y «quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos, ¡pero ay del hombre por el que viene el escándalo!» (Mt 18,6-7).
5. Racionalidad y amabilidad: la racionalidad sirve para evitar los excesos emotivos, y la amabilidad para evitar los excesos de la burocracia, las programaciones y las planificaciones. Son dotes necesarias para el equilibrio de la personalidad: «El enemigo mira mucho si un alma es ancha o delicada de conciencia, y si es delicada procura afinarla más, pero ya extremosamente, para turbarla más y arruinarla».6 Todo exceso es indicio de algún desequilibrio.
6. Inocuidad y determinación. La inocuidad, que nos hace cautos en el juicio, capaces de abstenernos de acciones impulsivas y apresuradas, es la capacidad de sacar lo mejor de nosotros mismos, de los demás y de las situaciones, actuando con atención y comprensión. Es hacer a los demás lo que queremos que ellos hagan con nosotros (cf. Mt 7,12; Lc 6,31). La determinación es la capacidad de actuar con voluntad decidida, visión clara y obediencia a Dios, y sólo por la suprema ley de la salus animarum (cf. CICcan. 1725).
7. Caridad y verdad. Dos virtudes inseparables de la existencia cristiana: «realizar la verdad en la caridad y vivir la caridad en la verdad» (cf. Ef 4,15).7 Hasta el punto en que la caridad sin la verdad se convierte en la ideología del bonachón destructivo, y la verdad sin la caridad, en el afán ciego de judicializarlo todo.
8. Honestidad y madurez. La honestidad es la rectitud, la coherencia y el actuar con sinceridad absoluta con nosotros mismos y con Dios. La persona honesta no actúa con rectitud solamente bajo la mirada del vigilante o del superior; no tiene miedo de ser sorprendido porque nunca engaña a quien confía en él. El honesto no es prepotente con las personas ni con las cosas que le han sido confiadas para administrarlas, como hace el «siervo malvado» (Mt 24,48). La honestidad es la base sobre la que se apoyan todas las demás cualidades. La madurez es el esfuerzo para alcanzar una armonía entre nuestras capacidades físicas, psíquicas y espirituales. Es la meta y el resultado de un proceso de desarrollo que no termina nunca y que no depende de la edad que tengamos.
9. Respeto y humildad. El respeto es una cualidad de las almas nobles y delicadas, de las personas que tratan siempre de demostrar la justa consideración a los demás, a la propia misión, a los superiores y a los subordinados, a los legajos, a los documentos, al secreto y a la discreción; es la capacidad de saber escuchar atentamente y hablar educadamente. La humildad, en cambio, es la virtud de los santos y de las personas llenas de Dios, que cuanto más crecen en importancia, más aumenta en ellas la conciencia de su nulidad y de no poder hacer nada sin la gracia de Dios (cf. Jn 15,8).
10. Dadivosidad y atención. Seremos mucho más dadivosos de alma y más generosos en dar, cuanta más confianza tengamos en Dios y en su providencia, conscientes de que cuanto más damos, más recibimos. En realidad, sería inútil abrir todas las puertas santas de todas las basílicas del mundo si la puerta de nuestro corazón permanece cerrada al amor, si nuestras manos no son capaces de dar, si nuestras casas se cierran a la hospitalidad y nuestras iglesias a la acogida. La atención consiste en cuidar los detalles y ofrecer lo mejor de nosotros mismos, y también en no bajar nunca la guardia sobre nuestros vicios y carencias. Así rezaba san Vicente de Paúl: «Señor, ayúdame a darme cuenta de inmediato de quienes tengo a mi lado, de quienes están preocupados y desorientados, de quienes sufren sin demostrarlo, de quienes se sienten aislados sin quererlo».
11. Impavidez y prontitud. Ser impávido significa no dejarse intimidar por las dificultades, como Daniel en el foso de los leones o David frente a Goliat; significa actuar con audacia y determinación; sin tibieza «como un buen soldado» (cf. 2 Tm 2,3-4); significa ser capaz de dar el primer paso sin titubeos, como Abraham y como María. La prontitud, en cambio, consiste en saber actuar con libertad y agilidad, sin apegarse a las efímeras cosas materiales. Dice el salmo: «Aunque crezcan vuestras riquezas, no les deis el corazón» (Sal 61,11). Estar listos quiere decir estar siempre en marcha, sin sobrecargarse acumulando cosas inútiles y encerrándose en los propios proyectos, y sin dejarse dominar por la ambición.
12. Atendibilidad y sobriedad. El atendible es quien sabe mantener los compromisos con seriedad y fiabilidad cuando se cumplen, pero sobre todo cuando se encuentra solo; es aquel que irradia a su alrededor una sensación de tranquilidad, porque nunca traiciona la confianza que se ha puesto en él. La sobriedad —la última virtud de esta lista, aunque no por importancia— es la capacidad de renunciar a lo superfluo y resistir a la lógica consumista dominante. La sobriedad es prudencia, sencillez, esencialidad, equilibrio y moderación. La sobriedad es mirar el mundo con los ojos de Dios y con la mirada de los pobres y desde la parte de los pobres. La sobriedad es un estilo de vida8 que indica el primado del otro como principio jerárquico, y expresa la existencia como la atención y servicio a los demás. Quien es sobrio es una persona coherente y esencial en todo, porque sabe reducir, recuperar, reciclar, reparar y vivir con un sentido de la proporción.
Queridos hermanos
La misericordia no es un sentimiento pasajero, sino la síntesis de la Buena Noticia; es la opción de los que quieren tener los sentimientos del Corazón de Jesús,9 de quien quiere seriamente seguir al Señor, que nos pide: «Sed misericordiosos como vuestro Padre» (Mt 5,48; Lc 6,36). El Padre Hermes Ronchi dice: «Misericordia: escándalo para la justicia, locura para la inteligencia, consuelo para nosotros, los deudores. La deuda de existir, la deuda de ser amados, sólo se paga con la misericordia».
Así pues, que sea la misericordia la que guíe nuestros pasos, la que inspire nuestras reformas, la que ilumine nuestras decisiones. Que sea el soporte maestro de nuestro trabajo. Que sea la que nos enseñe cuándo hemos de ir adelante y cuándo debemos dar un paso atrás. Que sea la que nos haga ver la pequeñez de nuestros actos en el gran plan de salvación de Dios y en la majestuosidad y el misterio de su obra.
Para ayudarnos a entender esto, dejémonos asombrar por la bella oración, comúnmente atribuida al beato Oscar Arnulfo Romero, pero que fue pronunciada por primera vez por el Cardenal John Dearden:
De vez en cuando, dar un paso atrás nos ayuda
a tomar una perspectiva mejor.
El Reino no sólo está más allá de nuestros esfuerzos,
sino incluso más allá de nuestra visión.
Durante nuestra vida, sólo realizamos una minúscula parte
de esa magnífica empresa que es la obra de Dios.
Nada de lo que hacemos está acabado,
lo que significa que el Reino está siempre ante nosotros.
Ninguna declaración dice todo lo que podría decirse.
Ninguna oración puede expresar plenamente nuestra fe.
Ninguna confesión trae la perfección, ninguna visita pastoral trae la integridad.
Ningún programa realiza la misión de la Iglesia.
En ningún esquema de metas y objetivos se incluye todo.
Esto es lo que intentamos hacer:
plantamos semillas que un día crecerán;
regamos semillas ya plantadas,
sabiendo que son promesa de futuro.
Sentamos bases que necesitarán un mayor desarrollo.
Los efectos de la levadura que proporcionamos
van más allá de nuestras posibilidades.
No podemos hacerlo todo y, al darnos cuenta de ello, sentimos una cierta liberación.
Ella nos capacita a hacer algo, y a hacerlo muy bien.
Puede que sea incompleto, pero es un principio,
un paso en el camino,
una ocasión para que entre la gracia del Señor y haga el resto.
Es posible que no veamos nunca los resultados finales,
pero esa es la diferencia entre el jefe de obras y el albañil.
Somos albañiles, no jefes de obra, ministros, no el Mesías.
Somos profetas de un futuro que no es nuestro.
Comentario a la Liturgia Dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). ZENIT
Nochebuena Ciclo C
Textos: Is 62, 1-5; At 13, 16-17.22-25; Mt 1, 1-25
Idea principal: En la Nochebuena Dios, movido por su misericordia, celebra con nosotros el Nacimiento de su Hijo a quien Él ha mandado a la tierra para salvarnos. Entramos en la genealogía divina y salvífica.
Síntesis del mensaje: Seguimos en el año jubilar de la misericordia. La Nochebuena es un desborde de la misericordia de Dios para con todos nosotros, pecadores, necesitados de redención. La lista genealógica de Mateo (evangelio) tiene una intención clara: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David, por parte de José (2ª lectura). Pero también tiene una intención más profunda: El Mesías esperado se ha encarnado plenamente en la historia humana y está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel, compuesto de santos y pecadores, a quienes Él ha venido a salvar. Y todo, movido por su infinita misericordia.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Cristo pertenece a nuestra familia humana a la que vino a salvar. Ahí está el evangelio de hoy que narra la genealogía de Jesús. Decía el cardenal vietnamita Van Thuan que recordar a los antepasados tiene un gran valor en su cultura; por eso, conservan con piedad y devoción el libro de la generación familiar encima del altar que existe en cada hogar. Gracias a esa genealogía podemos darnos cuenta de que pertenecemos a una historia que es mayor que nosotros. Y así podemos entender mejor el sentido de nuestra historia con mayor certeza de la verdad. En esa genealogía leída en esta noche no todos son santos y ejemplares. Misterioso designio divino de la misericordia divina. Junto a David, se enumeran otros reyes. Aparte de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Después del destierro, apenas hay nadie que se salve por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María. Aparecen en la lista cinco mujeres: las cuatro primeras no son como para estar orgullosos de ellas. Rut es buena y religiosa, pero es extranjera, lo que para los israelitas es un inconveniente grave. Raab es una prostituta, aunque de buen corazón. Tamar, una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia. Betsabé, una adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de Jesús. Jesús, en su misericordia, se ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, nada de angélica o ideal. ¿No es esto misericordia?
En segundo lugar, en esa genealogía e historia de salvación y misericordia entró María. Mujer escogida por Dios desde toda la eternidad para ser la Madre de su Hijo eterno. Mujer a quien Dios puso a su lado a José, como esposo y padre adoptivo de Jesús, a quien daría el nombre y su estatuto jurídico y su seguridad. Mujer que respondió desde su humildad a este plan de salvación dando su “sí”, por obediencia a Dios y por amor misericordioso a la humanidad. Mujer que mantuvo su “sí sostenido” durante toda su vida en medio de las dificultades que tuvo que experimentar. Mujer que ratificó su “sí”, a los pies de su Hijo en la cruz, uniéndose místicamente al sacrificio redentor de Cristo para salvarnos y reconciliarnos con el Padre celestial. El nombre de María en esta genealogía de Cristo limpia toda la lista de hombres y mujeres que no estuvieron a la altura del plan de Dios.
Finalmente, en esa historia y genealogía entramos cada uno de nosotros por la misericordia de Dios. Por una parte, somos pecadores. Por otra parte, hemos sido redimidos por Cristo. Si en este momento experimentamos el pecado en nuestra vida, aprovechemos la Navidad para acercarnos a Dios en el sacramento de la confesión. Si, por el contrario, estamos viviendo en amistad con Dios, miremos a los demás con ojos nuevos, sin menospreciar a nadie. Todos formamos parte de la genealogía salvífica y divina. Es el momento de llenarnos de misericordia. La sociedad nos puede parecer corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas, llenas de defectos. Pero Jesús viene precisamente a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos; a salvar a los pecadores, y no a canonizar a los buenos. La salvación es para todos. Jesús no renegó de su árbol genealógico porque en él hubiera personas pecadoras. Nosotros no debemos renegar de la generación en que nos ha tocado vivir. En esta Navidad deberíamos crecer en esta visión misericordiosa de las personas, a quienes Cristo ha ofrecido también la salvación. Misericordia en la que el Papa Francisco tanto insiste hoy.
Para reflexionar: En este libro genealógico de la salvación, ¿quiero dejar borrones de pecado o haces de luz y color? En esta lista genealógica, ¿mi nombre puede estar perfectamente junto al nombre de María, José y Jesús, y no desentonaría? ¿O saldría de esa lista un grito: “asesino, adúltero, mentiroso, estafador, corrupto…”?
Para rezar: Señor, gracias por agregarme en la lista genealógica de la salvación, junto a los nombres de Jesús, María y José. Quiero que mi nombre resuene entre los santos del cielo. Perdona mis pecados y los pecados de mis hermanos. Señor, en este año del jubileo de la misericordia, llena mi corazón de misericordia para con todos, para que sea portador de tu ternura y bondad.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
El papa Francisco ha rezado, el domingo 20 de diciembre de 2015, la oración del ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico, con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. En este IV domingo de Adviento, estaban presentes los niños de los Centros Oratorios Romanos --que celebran hoy su Jubileo-- para la bendición de los 'Niños Jesús', las figuritas que pondrán en los belenes de sus familias, escuelas y parroquias. ( ZENIT.org)
Queridos hermanos y hermanas,
El Evangelio de este domingo de Adviento subraya la figura de María. La vemos cuando, justo después de haber concebido en la fe al Hijo de Dios, afronta el largo viaje de Nazaret de Galilea a los montes de Judea, para ir a visitar a su prima Isabel. El ángel Gabriel le había revelado que su pariente ya anciana, que no tenía hijos, estaba en el sexto mes de embarazo (cfr Lc 1,26.36). Por eso, la Virgen, que lleva en sí un don y un misterio aún más grande, va a ver a Isabel y se queda tres meses con ella. En el encuentro entre las dos mujeres, imaginad, una anciana y una joven, es la joven, María, la que saluda primero: El Evangelio dice así: “Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel”. Y después de ese saludo, Isabel se asombra, no os olvidéis esta palabra, el asombro, y resuena en sus palabras: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (v. 43). Y se abrazan, se besan, felices estas dos mujeres, la anciana y la joven. Las dos embarazadas.
Para celebrar bien la Navidad, estamos llamados a detenernos en los “lugares” del asombro. ¿Y cuáles son los lugares del asombro en la vida cotidiana? Hay tres.
El primer lugar es el otro, en quien reconocer un hermano, porque desde que sucedió el Nacimiento de Jesús, cada rostro lleva marcada la semejanza del Hijo de Dios. Sobre todo cuando es el rostro del pobre, porque como pobre Dios entró en el mundo y los pobres, en primer lugar, dejó que se acercaran.
Otro lugar del asombro es un lugar en el que, si miramos con fe, sentimos asombro, es la historia. Segundo. Tantas veces creemos verla por el lado justo, y sin embargo corremos el riesgo de leerla al revés. Sucede cuando nos parece determinada por la economía de mercado, regulada por las finanzas y los negocios, dominada por los poderosos de turno. El Dios de la Navidad es sin embargo un Dios que “cambia las cartas”, le gusta hacerlo ¿eh?, como canta María en el Magnificat, es el Señor el que derriba a los poderosos del trono y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y a los ricos despide vacíos (cfr Lc 1,52-53). Este es el segundo asombro, el asombro de la historia.
Un tercer lugar de asombro es la Iglesia: mirarla con el asombro de la fe significa no limitarse a considerarla solamente como institución religiosa que es, sino sentirla como Madre que, aún entre manchas y arrugas, tenemos tantas, deja ver las características de la Esposa amada y purificada por Cristo Señor. Una Iglesia que sabe reconocerse en muchos signos de amor fiel que Dios continuamente le envía. Una Iglesia por la cual el Señor Jesús no será nunca una posesión que defender con celo, los que hacen esto están equivocados. Pero siempre el Señor Jesús será Aquel que viene a su encuentro y que sabe esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza del mundo. La Iglesia que llama al Señor, ‘ven Señor Jesús’. La Iglesia Madre que siempre tiene las puertas abiertas, y las brazos abiertos para acoger a todos. Es más, la Iglesia Madre, sale de las propias puertas para buscar, con sonrisa de Madre, a todos los alejados y llevarles a la misericordia de Dios. Este es el asombro de la Navidad. En Navidad Dios se nos dona todo donando a su Hijo, el Único, que es toda su alegría. Y solo con el corazón de María, la humilde y pobre hija de Sion, convertida en Madre del hijo del Altísimo, es posible exultar y alegrarse por el gran don de Dios y por su imprevisible sorpresa.
Nos ayude ella a percibir el asombro, estos tres asombros: el otro, la historia y la Iglesia. Así, para el Nacimiento de Jesús, el don de los dones, el regalo inmerecido que nos lleva a la salvación, nos hará también sentir a nosotros este gran asombro en el encuentro con Jesús. Pero no podemos tener este asombro, no podemos encontrar a Jesús, si no lo encontramos en los otros, en la historia y en la Iglesia.
Después de la oración del ángelus, el Papa ha añadido:
Queridos hermanos y hermanas,
también hoy quiero dirigir un pensamiento a la amada Siria, expresando vivo aprecio por el acuerdo alcanzado por la Comunidad Internacional. Animo a todos a proseguir con generoso impulso el camino hacia el cese de las violencias y una solución negociada que lleve a la paz. Pienso también en la vecina Libia, donde el reciente acuerdo asumido entre las partes para un Gobierno de unidad nacional invita a la esperanza por el futuro.
Deseo también sostener el compromiso de colaboración al que están llamadas Costa Rica y Nicaragua. Deseo que un renovado espíritu de fraternidad refuerce ulteriormente el diálogo y la cooperación recíproca, como también entre los países de la región. Mi pensamiento va en este momento a la querida población de la India, golpeada reciente por un gran aluvión. Rezamos por estos hermanos y hermanas, que sufren a causa de tal calamidad, y encomendamos las almas de los difuntos a la misericordia de Dios. Un Ave María la Virgen. ‘Dios te salve María…’
Saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos procedentes de varios países para participar en este encuentro de oración. Hoy el primer saludo está reservado a los niños de Roma, pero estos niños saben hacer ruido ¿eh? Han venido para la tradicional bendición de los “Niños Jesús”, organizado por los Centros Oratorios Romanos. Queridos niños, escuchad bien, cuando recéis delante de vuestro pesebre, acordaros también de mí, como yo me acuerdo de vosotros. ¡Os doy las gracias, y feliz Navidad!
Saludo a las familias de la comunidad “Hijos en el Cielo” y las que están unidas, en la esperanza y el dolor, al hospital Niño Jesús. Queridos padres, os aseguro mi cercanía espiritual y os animo a continuar vuestro camino de fe y de fraternidad.
Saludo a la coral polifónica de Racconigi, el grupo de oración “Los chicos del Papa” - gracias por vuestro apoyo - y los fieles de Parma.
Os deseo a todos un buen domingo y una Navidad de esperanza, de amor y de paz. No os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
Tercera Predicación de Adviento 2015, del padre Raniero Cantalamessa a la Curia romana y al Santo Padre. (Zenit)
María en el misterio de Cristo y de la Iglesia
1. La mariología de la Lumen Gentium
El objeto de esta última meditación de Adviento es el capítulo VIII de la Lumen gentium titulado “La Beata Virgen María, en el misterio de Cristo y de la Iglesia”. Escuchemos de nuevo lo que el Concilio dice al respecto:
“La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia” [1].
Junto al título de Madre de Dios y de los creyentes, la otra categoría fundamental que el Concilio usa para ilustrar el rol de María, es la de modelo, o de figura de la Iglesia:
“La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo” [2].
La novedad más grande del trato conciliar sobre la Virgen consiste, como se sabe, precisamente en el lugar en el que se inserta, y es eso en la constitución sobre la Iglesia. Con eso el Concilio - no sin sufrimientos y laceraciones- realizaba una profunda renovación de la mariología, respecto a la de los últimos siglos [3]. El discurso de María ya no es en sí mismo, como si ella ocupara una posición intermedia entre Cristo y la Iglesia, sino reconducido, como había sido en la época de los Padres, en el ámbito de esta última. María es vista, como decía san Agustín, como miembro más excelente de la Iglesia, pero un miembro de ella, no fuera, o encima:
“Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente pero, al fin, miembro de un cuerpo entero. Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros” [4].
Las dos realidades se iluminan la una a la otra. Si de hecho el discurso sobre la Iglesia ilumina sobre quién es María, el discurso sobre María ilumina sobre qué es la Iglesia y eso es “cuerpo de Cristo” y, como tal, “casi una prolongación de la encarnación del Verbo”. Lo subraya san Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris Mater: “El Concilio Vaticano II, presentando a María en el misterio de Cristo, encuentra también, de este modo, el camino para profundizar en el conocimiento del misterio de la Iglesia” [5].
Otra novedad de la mariología del Concilio es la insistencia sobre la fe de María [6], un tema, también este, retomado y desarrollado por Juan Pablo II que lo hizo el tema principal de su encíclica mariana “Redemptoris Mater” [7]. Es una vuelta a la mariología de los Padres que, más que sobre los privilegios de la Virgen, señalaba la fe, como aportación personal de María el misterio de la salvación. también aquí se nota la influencia de san Agustín.
“La misma bienaventurada María concibió creyendo a quien alumbró creyendo … Tras estas palabras del ángel, ella, llena de fe y habiendo concebido a Cristo antes en su mente que en su seno, dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”[8].
2. María Madre de los creyentes desde una perspectiva ecuménica
Lo que quisiera hacer es poner de relieve la importancia ecuménica de esta mariología del Concilio, es decir, cómo podría contribuir - y está contribuyendo- a acercar a católicos y protestantes sobre este delicado terreno y controvertido que es la devoción a la Virgen. Aclaro sobre todo el principio que está en la base de la reflexión que sigue. Si María se coloca fundamentalmente de la parte de la Iglesia, consigue que las categorías y las afirmaciones bíblicas de las que partir para alumbrar sobre ella son más bien las relativas a las personas humanas que constituyen la Iglesia, aplicadas a ella “a mayor razón”, en vez de las relativas a las personas divinas, aplicadas a ella “por reducción”.
Para comprender, por ejemplo, en la forma correcta, el delicado concepto de la mediación de María en la obra de la salvación, es más útil partir de la mediación de las criaturas, o desde abajo, como es la de Abrahán, de los apóstoles, de los sacramentos o de la Iglesia misma, que no de las mediación divino-humana de Cristo. La distancia más grande, de hecho, no es la que existe entre María y el resto de la Iglesia, sino es la que existe entre María y la Iglesia de una parte, y Cristo y la Trinidad de la otra, es decir, entre la criatura y el Creador.
Ahora sacamos la conclusión de todo esto. Si Abrahán, por lo que ha hecho, ha merecido en la Biblia el nombre de “padre de todos nosotros”, es decir de todos los creyentes “ (cf Rm 4, 16; Lc 16,24)), se entiende mejor porque la Iglesia no duda en llamar a María “Madre de todos nosotros”, madre de todos los creyentes. De la comparación entre Abrahán y María podemos recabar una luz aún mejor, que tiene que ver no solo con el simple título, sino también con su contenido o significado.
¿Madre de los creyentes es un sencillo título de honor o algo más? Aquí se ve la posibilidad de un discurso ecuménico sobre María. Calvino interpreta el texto donde Dios dice a Abrahán: “por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra” (Gn 12, 3), en el sentido de que che “Abrahán no será solo ejemplo y patrón, sino causa de bendición” [9]. Un conocido exegeta protestante escribe, en el mismo sentido:
“Se ha cuestionado si las palabras del Génesis 12, 3 [“por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”] pretenden afirmar solamente que Abrahán se convertirá en una especie de fórmula para bendecir, y que la bendición de la que él goza pasará en proverbio [...]. Se debe volver a la interpretación tradicional que entiende esa palabra de Dios “como una orden dada a la historia” (B. Jacob). A Abrahán se le reserva, en el plano salvífico de Dios, el rol de mediador de la bendición para todas las generaciones de la tierra” [10].
Todo esto nos ayuda a entender lo que la tradición, a partir de san Ireneo, dice de María: es decir, que ella no es solo un ejemplo de bendición y de salvación, sino, de una forma dependiente únicamente de la gracia y de la voluntad de Dios, también causa de salvación. “Como Eva, escribe san Ireneo, desobedeciendo, se convierte en causa de muerte para sí y para todo el género humano, así María…, obedeciendo, se convierte en causa de salvación para sí y para todo el género humano” [11]. Las palabras de María: “Todas las generaciones me llamarán beata” (Lc 1, 48) son para considerar, también, “¡una orden dada por Dios a la historia!”
Es un hecho alentador descubrir que los mismos iniciadores de la Reforma han reconocido a María el título y la prerrogativa de Madre, también en el sentido de Madre nuestra y madre de la salvación. En una predicación para la misa de Navidad, Lutero decía: “Esta es la consolación y la desbordante bondad de Dios: que el hombre, en cuando que cree, pueda gloriarse de un bien tan precioso, que María sea su verdadera madre, Cristo su hermano, Dios su Padre… Si crees así, te sientas verdaderamente en el vientre de la Virgen María y eres su querido niño”[12]. Zwingli, en un sermón del 1524, llama a María “la pura Virgen María, madre de nuestra salvación” y dice que nunca ha “pensado y mucho menos enseñado o dicho en público nada malo, vergonzoso, indigno o malo”[13].
¿Cómo es posible que hayamos llegado a la situación actual de tanto desagrado por parte de los hermanos protestantes hacia María, al punto que en algunos ambientes se considera casi un deber disminuir a María, atacar en este punto a los católicos, pasar de largo todo lo que la escritura dice sobre ella?
No es este el lugar para hacer una revisión histórica, quiero solamente decir cuál camino me parece la salida de esta triste situación sobre María. Tal camino pasa por un sincero reconocimiento por parte de nosotros los católicos por el hecho de que muchas veces, en los últimos siglos, hemos contribuido a volver a María inaceptable a los hermanos protestantes, honrándola a veces de manera exagerada y desconsiderada, y sobre todo no colocando tal devoción dentro de un cuadro bíblico bien claro que dejara ver su rol subordinado respecto a la Palabra de Dios, al Espíritu Santo y al mismo Jesús. La mariología en los últimos siglos se había vuelto una fábrica continua de nuevos títulos, nuevas devociones, muchas veces en polémica con los protestantes usando a veces a María -¡nuestra madre común!- como un arma contra ellos.
Ante esta tendencia el Concilio Vaticano II ha oportunamente reaccionado. El ha recomendado a los fieles “sea en las palabras que en los hechos evitar diligentemente cualquier cosa que pueda inducir a error a los hermanos separados o cualquier otra persona, sobre la verdadera doctrina de la Iglesia”, y ha recordado a los mismos fieles que “la verdadera devoción no consiste ni en un estéril o pasajero sentimentalismo, ni en una cierta vana credulidad” [14].
Por parte de los protestantes creo que haya que tomar acto de la influencia negativa que tuvo en sus actitudes hacia María, no solamente la polémica anticatólica, sino también el racionalismo. María no es una idea, sino una persona concreta, una mujer y como tal no es fácilmente teorizable o reducible a un principio abstracto. Ella es el símbolo mismo de la simplicidad de Dios. Por esto ella no podía, en un clima dominado por un exasperado racionalismo, no ser eliminada del horizonte teológico.
Una mujer luterana, fallecida hace algunos años, Madre Basilea Schlink, ha fundado en el interior de la Iglesia luterana, una comunidad llamada “Las hermanas de María”, ahora difundida en varios países del mundo. En un libro suyo, después de recordar diversos textos de Lutero sobre la Virgen escribe:
“Cuando se leen las palabras de Lutero, que hasta el final de su vida ha honrado a María, ha santificado sus fiestas y cantado cada día el Magníficat, se siente como nos hemos alejado, en general, de la actitud justa hacia Ella... Vemos como nosotros los evangélicos nos dejamos sumergir por el racionalismo... El racionalismo que admite solamente lo que se puede entender con la razón, difundiéndose ha echado afuera de las Iglesias evangélicas las fiestas de María y todo lo que a Ella se refiere, y ha hecho perder el sentido de cada referencia bíblica sobre María: y a esta herencia la sufrimos aún hoy. Si Lutero, con esta frase: 'Después de Cristo Ella es en toda la cristiandad la joya más preciosa, nunca suficientemente alabada' nos inculca esta alabanza, yo por mi parte tengo que confesar que estoy entre quienes por largos años de la propia vida no lo han hecho, eludiendo así también lo que dice la Escritura: 'De ahora en adelante me llamarán beata' (Lc 1,48). Yo no me había puesto entre estas generaciones” [15] .
Todas estas premisas nos permiten cultivar en el corazón la esperanza de que, un día no lejano, católicos y protestantes podamos no estar más divididos, sino unidos por María, en una común veneración, diversa quizás en las formas, pero concorde en reconocer en ella a la Madre de Dios y a la Madre de los creyentes. Yo he tenido la alegría de constatar personalmente algunos síntomas de este cambio en acto. En más de una ocasión he podido hablar de María en un auditorio protestante, notando entre los presentes no solamente acogida, sino al menos en un caso, una verdadera conmoción, como cuando uno encuentra algo querido y una sanación de la memoria.
4. María madre e hija de la misericordia de Dios
Dejemos ahora el discurso ecuménico y tratemos de ver si también el Año de la Misericordia nos ayuda a descubrir algo nuevo de la Madre de Dios. María es invocada en la antigua oración de la Salve Regina', como 'Mater misericordiae', Madre de la misericordia; en la misma oración a ella se dirige la invocación: 'illos tuos misericordes oculos ad nos converte'; 'dirige a nosotros esos tus ojos de misericordiosos'. En la misa de apertura del Año Jubilar en la plaza de San Pedro, del 8 de diciembre pasado, al lado del altar estaba expuesta una antigua imagen de la Madre de Dios, venerada en un santuario de los greco-católicos de Jaroslav, en Polonia, conocida como la 'Puerta de la Misericordia'.
María es madre y puerta de misericordia en un doble sentido. Ha sido la puerta a través de la cual la misericordia de Dios, con Jesús, ha entrado en el mundo, y es ahora la puerta hacia la cual nosotros entramos en la misericordia de Dios y nos presentamos al 'trono de misericordia' que es la Trinidad.
Todo esto es verdadero, pero es solamente un aspecto de la relación entre María y la misericordia de Dios. Ella de hecho no es solamente el canal y mediadora de la misericordia de Dios; es también el objeto y la primera destinataria. No es solamente aquella que obtiene misericordia, sino también aquella que ha obtenido, primero y más que todos, misericordia.
Misericordia es sinónimo de gracia. Solamente en la Trinidad el amor es naturaleza y no es gracia; es amor pero no misericordia. Que el Padre ame al Hijo, no es gracia o concesión; es en cierto sentido, necesidad; el Padre tiene necesidad de amar para existir como Padre. Que el Hijo ame al Padre, no es concesión o gracia; es necesidad intrínseca, aunque sea libérrima; Él tiene necesidad de ser amado y de amar para ser Hijo. Es cuando Es cuando Dios crea al mundo y allí a las criaturas libres que su amor se vuelve don gratuito e inmerecido, o sea gracia y misericordia. Esto antes aún del pecado. El pecado hará solamente que la misericordia de Dios, como don, se vuelva perdón.
El título “llena de gracia” es por lo tanto sinónimo de “llena de misericordia”. María misma, además lo proclama en el Magníficat: “Ha mirado -dice- la humildad de su sierva”, “se ha acordado de su misericordia”; “su misericordia se extiende de generación en generación”. María se siente beneficiada por la misericordia, el testimonio privilegiado de ella. En ella la misericordia de Dios no actuó como perdón de los pecados, sino como preservación del pecado.
Dios ha hecho con ella, decía santa Teresita del Niño Jesús, lo que haría un buen médico en tiempo de epidemia. Él va de casa en casa a curar a quienes contrajeron la enfermedad; pero si hay una persona a quien quiere particularmente, como la esposa o la madre, hará de manera, si puede, de evitarle incluso el contagio. Y así ha hecho Dios, preservando a María del pecado original por los méritos de la pasión del Hijo.
Hablando de la humanidad de Jesús, san Agustín dice: “¿Por qué motivo la humanidad de Jesús mereció ser asumida por el Verbo eterno del Padre en la unidad de su persona?”. ¿Cuál era su obra buena anterior a esto? ¿Qué había hecho antes de este momento, qué había creído, o pedido, para ser elevada a tal inefable dignidad? Y añadía además: “Busca el mérito, busca la justicia, reflexiona, y mira si encuentras algo que no sea gracia” [16].
Estas palabras arrojan una luz singular también sobre la persona de María. De ella se debe decir, con más razón: ¿Qué había hecho María para merecer el privilegio de dar al Verbo su humanidad? ¿Qué había creído, pedido, esperado o sufrido, para venir al mundo santa e inmaculada? ¡Busca, también aquí, el mérito, busca la justicia, busca todo lo que quieras y mira si encuentras en ella, al inicio, otra cosa que gracia, o sea misericordia!
También san Pablo no cesará, durante toda su vida, de considerarse como un fruto y un trofeo de la misericordia de Dios. Se define “uno que ha obtenido la misericordia del Señor” (1 Cor 7, 25). No se limita a formular la doctrina de la misericordia, sino que se convierte en un testigo viviente: “Yo era un blasfemador, un perseguidor y un violento. Pero conmigo ha sido usada la misericordia” (1 Tim 1, 12).
María y el Apóstol nos enseñan que el mejor modo de predicar la misericordia es dar testimonio de la misericordia que Dios ha tenido con nosotros. Sentirnos también nosotros frutos de la misericordia de Dios en Cristo Jesús, vivos solamente gracias a ella.
Un día Jesús sanó a un pobrecillo poseído por un espíritu inmundo. Este quería seguirlo y unirse al grupo de los discípulos; Jesús no se lo permitió pero le dijo: “Ve a tu casa, ve a los tuyos, cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti” (Mc 5,19 s.).
María que en el Magníficat glorifica y agradece a Dios por su misericordia hacia ella, nos invita a hacer lo mismo en este Año de la Misericordia. Nos invita a hacer resonar cada día su cántico en la Iglesia, como el coro que repite un canto detrás de la solista. Por lo tanto, me permito de invitarles a proclamar juntos, de pie, como oración final en el lugar de la antífona mariana, el cántico a la misericordia de Dios que es el Magníficat. “Mi alma glorifica al Señor...”.
Santo Padre, venerables padres, hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad y Feliz Año de la Misericordia!
[1] LG, 61.
[2] LG, 63
[3] Sobre los hechos del esquema mariológico en las discusiones conciliares cf. la citada Storia del Concilio Vaticano II, a cargo de G. Alberigo, II, pp. 520-522; III, pp. 446-449; IV, pp.74 ss.
[4] S. Agostín, Discurso 72,7 (Miscellanea Agostiniana, I, Roma 1930, p.163).
[5] S. Juan Pablo II, Enc. “Redemptoris Mater”, 5.
[6] Cf. LG, 58.
[7] S. Juan Pablo II, RM, 5: “En las presentes reflexiones me refiero especialmente a aquella 'peregrinación de la fe', en la cual la bienaventurada Virgen avanzó’, teniendo fielmente su unión con Cristo”.
[8] S. Agustín, Discursos, 215, 4 (PL, 38, 1074).
[9] Calvino, Le livre de la Genèse, I, Ginevra 1961, p. 195.
[10] G. von Rad, Das erste Buch Moses, Genesis, Göttingen9 1972 (trd. Ital. Genesi, Brescia 1978, p. 204).
[1] 1S. Ireneo, Adv. Haer. III, 22,4.
[12] Lutero, Kirchenpostille (ed. Weimar, 10,1, p. 73).
[13] H. Zwingli, Predigt von der reinen Gottgebärerin Maria (in Zwingli, Hauptschriften, der Prediger, I, Zurigo 1940, p. 159).
[14] LG, 67.
[15] Mutter Basilea Schlink, Maria, der Weg der Mutter des Herrn, Darmstadt 19824 (ed. Ital. Milano, Ancora, 1983, pp.102-103).
[16] S. Agustín, La predestinazione dei santi, 15,30 (PL 44,981); Discorsi 185,3 (PL 38,999).
Texto completo de la catequesis del Santo Padre en la audiencia general del miércoles 16 de diciembre de 2015: (ZENIT.org)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
El domingo pasado se abrió la Puerta Santa de la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán, y se abrió una Puerta de la Misericordia en la catedral de cada diócesis del mundo, también en los santuarios y en las iglesias que los obispos han dicho de hacerlo. El Jubileo es en todo el mundo no solamente en Roma.
He deseado que este signo de la Puerta Santa estuviera presente en cada Iglesia particular, para que el Jubileo de la Misericordia pueda ser una experiencia compartida por cada persona. El Año Santo, de esta forma, ha comenzado en toda la Iglesia y se celebra en cada diócesis como en Roma. También la primera Puerta Santa se abrió precisamente en el corazón de África, y Roma es aquel signo visible de la comunión universal. Que esta comunión eclesial sea cada vez más intensa, para que la Iglesia sea en el mundo el signo vivo del amor y de la misericordia del Padre. Que la Iglesia sea signo vivo de amor y misericordia.
También la fecha del 8 de diciembre ha querido subrayar esta exigencia, vinculando, a 50 años de distancia, el inicio del Jubileo con la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. En efecto, el Concilio ha contemplado y presentado la Iglesia a la luz del misterio, del misterio de la comunión. Extendida en todo el mundo y articulada en tantas Iglesias particulares, es siempre y solo la única Iglesia de Jesucristo, la que ha querido y por la que se ha ofrecido a sí mismo. La Iglesia “una” que vive de la comunión misma de Dios.
Este misterio de comunión, que hace de la Iglesia signo del amor del Padre, crece y madura en nuestro corazón, cuando el amor, que reconocemos en la Cruz de Cristo y en el cual nos sumergimos, nos hace amar como nosotros mismos somos amados por Él. Se trata de un amor sin fin, que tiene el rostro del perdón y de la misericordia.
Pero el perdón y la misericordia no deben permanecer como palabras bonitas, sino realizarse en la vida cotidiana. Amar y perdonar son el signo concreto y visible de que la fe ha transformado nuestros corazones y nos permite expresar en nosotros la vida misma de Dios. Amar y perdonar como Dios ama y perdona. Este es un programa de vida que no puede conocer interrupciones o excepciones, sino que nos empuja a ir más allá sin cansarnos nunca, con la certeza de ser sostenidos por la presencia paterna de Dios.
Este gran signo de la vida cristiana se transforma después en muchos otros signos que son característicos del Jubileo. Pienso en cuántos atravesarán una de las Puertas Santas, que en este Año son verdaderas Puertas de la Misericordia, Puertas de la Misericordia. La Puerta indica a Jesús mismo que ha dicho: “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento”. Atravesar la Puerta Santa es el signo de nuestra confianza en el Señor Jesús que no ha venido para juzgar, sino para salvar (cfr Jn 12,47). Estad atentos ¡eh!, que no haya alguno más despierto o demasiado astuto que os diga que se tiene que pagar, no, la salvación no se paga, la salvación no se compra, la Puerta es Jesús y Jesús es gratis. Y la Puerta, Él mismo, hemos escuchado, que habla de aquellos que dejan entrar no como se debe y simplemente dice que son ladrones, estad atentos, la salvación es gratis.
Atravesar la Puerta Santa es signo de una verdadera conversión de nuestro corazón. Cuando atravesamos aquella Puerta es bueno recordar que debemos tener abierta también la puerta de nuestro corazón. Estoy delante de la Puerta Santa y pido al Señor ‘ayúdame a abrir la puerta de mi corazón’. No tendría mucha eficacia el Año Santo si la puerta de nuestro corazón no dejará pasar a Cristo que nos empuja a andar hacia los otros, para llevarlo a Él y a su amor. Por lo tanto, como la Puerta Santa permanece abierta, porque es el signo de la acogida que Dios mismo nos reserva, así también nuestra puerta, aquella del corazón, esté siempre abierta para no excluir a ninguno. Ni siquiera aquel o aquella que me molestan. Ninguno.
Un signo importante del Jubileo es también la confesión. Acercarse al Sacramento con el cual somos reconciliados con Dios equivale a tener experiencia directa de su misericordia. Es encontrar el Padre que perdona. Dios perdona todo. Dios nos comprende, también en nuestras limitaciones, nos comprende también en nuestras contradicciones. No solo, Él con su amor nos dice que cuando reconocemos nuestros pecados nos es todavía más cercano y nos anima a mirar hacia adelante. Dice más, que cuando reconocemos nuestros pecados, pedimos perdón, hay fiesta en el Cielo, Jesús hace fiesta y esta es su misericordia. No os desanimeis. Adelante, adelante con esto.
Cuántas veces me han dicho: ‘Padre, no consigo perdonar’, el vecino, el colega de trabajo, la vecina, la suegra, la cuñada... Todos hemos escuchado eso: ‘No consigo perdonar’. Pero ¿cómo se puede pedir a Dios que nos perdone, si después nosotros no somos capaces del perdón? Perdonar es una cosa grande, no es fácil perdonar, porque nuestro corazón es pobre y con sus fuerzas no lo puede hacer. Pero si nos abrimos a acoger la misericordia de Dios para nosotros, a su vez somos capaces de perdón. Y tantas veces he escuchado decir: ‘Pero a esa persona yo no podía verla, la odiaba, un día me he acercado al Señor, he pedido perdón por mis pecados, y también he perdonado a esa persona’. Estas cosas de todos los días, y tenemos cerca de nosotros esta posibilidad.
Por lo tanto, ¡ánimo! Vivamos el Jubileo iniciando con estos signos que llevan consigo una gran fuerza de amor. El Señor nos acompañará para conducirnos a tener experiencia de otros signos importantes para nuestra vida. ¡Ánimo y hacia adelante!
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo cuarto de Adviento C
RASGOS DE MARÍA
La visita de María a Isabel le permite al evangelista Lucas poner en contacto al Bautista y a Jesús antes incluso de haber nacido. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente. Las dos mujeres ocupan toda la escena.
María que ha llegado aprisa desde Nazaret se convierte en la figura central. Todo gira en torno a ella y a su Hijo. Su imagen brilla con unos rasgos más genuinos que muchos otros que le han sido añadidos posteriormente a partir de advocaciones y títulos más alejados del clima de los evangelios.
María, «la madre de mi Señor». Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo. Es cierto: para los seguidores de Jesús, María es, antes que nada, la Madre de nuestro Señor. Este es el punto de partida de toda su grandeza. Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. «Bendecida por Dios entre todas las mujeres», ella nos ofrece a Jesús, «fruto bendito de su vientre».
María, la creyente. Isabel la declara dichosa porque «ha creído». María es grande no simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente.
María, la evangelizadora. María ofrece a todos la salvación de Dios que ha acogido en su propio Hijo. Esa es su gran misión y su servicio. Según el relato, María evangeliza no solo con sus gestos y palabras, sino porque allá a donde va lleva consigo la persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto evangelizador.
María, portadora de alegría. El saludo de María contagia la alegría que brota de su Hijo Jesús. Ella ha sido la primera en escuchar la invitación de Dios: «Alégrate… el Señor está contigo». Ahora, desde una actitud de servicio y de ayuda a quienes la necesitan, María irradia la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor modelo de una evangelización gozosa.
José Antonio Pagola
4 Adviento – C (Lucas 1,39-45)
Reflexión a las lecturas del cuarto domingo de Adviento C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 4º de Adviento C
¡Estamos a las puertas de la Navidad!
Por el camino del Adviento hemos sido acompañados por algunos personajes de la Historia Santa, que nos han ayudado en nuestra preparación, y que se convierten en “los iconos” de este Tiempo: los profetas, particularmente, Isaías, el profeta de la esperanza, Juan el Bautista, y la Virgen María, especial-mente, en su Concepción Inmaculada.
El cuarto domingo centramos nuestra atención, cada año, en la Materni-dad divina de María.
Qué bien celebraríamos la Navidad de la mano de la Virgen, tratando de hacer nuestros sus pensamientos y sentimientos inefables, y su modo peculiar de vivir los distintos acontecimientos que recordamos y celebramos.
El Evangelio de hoy nos presenta la escena magnífica de la Visitación de María a su prima Isabel: “Por aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel”.
¡Qué provechoso sería contemplar a la Virgen de camino, llevando a Cristo en su seno! “¡Ah, qué procesión del Corpus la que se inició aquel día!”
En ella llegan a su cumplimiento las promesas de la Historia de la Salvación. Ella centra y encierra los anhelos, las ilusiones y las esperanzas de todos los hombres, sedientos de salvación… De todos los pueblos, de todos los tiempos. Ella es, en efecto, “la Madre del Enmanuel”. Por medio de ella Dios mismo ha acampado entre nosotros. Ella es “la Madre de Jesús”, que significa “Yahvé salva”, porque el Señor viene como Salvador.
En la Montaña su prima Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama la grandeza de la Virgen Madre convertida en “La Mujer”, la nueva Eva, que nos trae al Salvador diciéndole: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
Y ella es también “la Madre del Mesías”. Por eso añade Isabel: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Esta representa a todo aquel que celebra la Navidad con alegría desbordante, porque está experimentando la salvación que ha llegado: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre.” Y representa también a todos los que, en estas fechas, se esfuerzan por llevar a los hermanos la Buena Noticia de la Navidad.
Isabel nos presenta a María como el prototipo de aquel que ha recibido el don de la fe y experimenta, en la Navidad, la dicha de creer: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Mis queridos amigos: ¡Llega el Señor! ¡Él es el Rey de la gloria! Dichosos los que están preparados para salir a su encuentro.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!
Reflexión a las lecturas del cuarto domingo de Adviento C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 4º de Adviento C
¡Estamos a las puertas de la Navidad!
Por el camino del Adviento hemos sido acompañados por algunos personajes de la Historia Santa, que nos han ayudado en nuestra preparación, y que se convierten en “los iconos” de este Tiempo: los profetas, particularmente, Isaías, el profeta de la esperanza, Juan el Bautista, y la Virgen María, especial-mente, en su Concepción Inmaculada.
El cuarto domingo centramos nuestra atención, cada año, en la Materni-dad divina de María.
Qué bien celebraríamos la Navidad de la mano de la Virgen, tratando de hacer nuestros sus pensamientos y sentimientos inefables, y su modo peculiar de vivir los distintos acontecimientos que recordamos y celebramos.
El Evangelio de hoy nos presenta la escena magnífica de la Visitación de María a su prima Isabel: “Por aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel”.
¡Qué provechoso sería contemplar a la Virgen de camino, llevando a Cristo en su seno! “¡Ah, qué procesión del Corpus la que se inició aquel día!”
En ella llegan a su cumplimiento las promesas de la Historia de la Salvación. Ella centra y encierra los anhelos, las ilusiones y las esperanzas de todos los hombres, sedientos de salvación… De todos los pueblos, de todos los tiempos. Ella es, en efecto, “la Madre del Enmanuel”. Por medio de ella Dios mismo ha acampado entre nosotros. Ella es “la Madre de Jesús”, que significa “Yahvé salva”, porque el Señor viene como Salvador.
En la Montaña su prima Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama la grandeza de la Virgen Madre convertida en “La Mujer”, la nueva Eva, que nos trae al Salvador diciéndole: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
Y ella es también “la Madre del Mesías”. Por eso añade Isabel: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Esta representa a todo aquel que celebra la Navidad con alegría desbordante, porque está experimentando la salvación que ha llegado: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre.” Y representa también a todos los que, en estas fechas, se esfuerzan por llevar a los hermanos la Buena Noticia de la Navidad.
Isabel nos presenta a María como el prototipo de aquel que ha recibido el don de la fe y experimenta, en la Navidad, la dicha de creer: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Mis queridos amigos: ¡Llega el Señor! ¡Él es el Rey de la gloria! Dichosos los que están preparados para salir a su encuentro.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!
Reflexión a las lecturas del cuarto domingo de Adviento C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 4º de Adviento C
¡Estamos a las puertas de la Navidad!
Por el camino del Adviento hemos sido acompañados por algunos personajes de la Historia Santa, que nos han ayudado en nuestra preparación, y que se convierten en “los iconos” de este Tiempo: los profetas, particularmente, Isaías, el profeta de la esperanza, Juan el Bautista, y la Virgen María, especial-mente, en su Concepción Inmaculada.
El cuarto domingo centramos nuestra atención, cada año, en la Materni-dad divina de María.
Qué bien celebraríamos la Navidad de la mano de la Virgen, tratando de hacer nuestros sus pensamientos y sentimientos inefables, y su modo peculiar de vivir los distintos acontecimientos que recordamos y celebramos.
El Evangelio de hoy nos presenta la escena magnífica de la Visitación de María a su prima Isabel: “Por aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel”.
¡Qué provechoso sería contemplar a la Virgen de camino, llevando a Cristo en su seno! “¡Ah, qué procesión del Corpus la que se inició aquel día!”
En ella llegan a su cumplimiento las promesas de la Historia de la Salvación. Ella centra y encierra los anhelos, las ilusiones y las esperanzas de todos los hombres, sedientos de salvación… De todos los pueblos, de todos los tiempos. Ella es, en efecto, “la Madre del Enmanuel”. Por medio de ella Dios mismo ha acampado entre nosotros. Ella es “la Madre de Jesús”, que significa “Yahvé salva”, porque el Señor viene como Salvador.
En la Montaña su prima Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama la grandeza de la Virgen Madre convertida en “La Mujer”, la nueva Eva, que nos trae al Salvador diciéndole: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
Y ella es también “la Madre del Mesías”. Por eso añade Isabel: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Esta representa a todo aquel que celebra la Navidad con alegría desbordante, porque está experimentando la salvación que ha llegado: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre.” Y representa también a todos los que, en estas fechas, se esfuerzan por llevar a los hermanos la Buena Noticia de la Navidad.
Isabel nos presenta a María como el prototipo de aquel que ha recibido el don de la fe y experimenta, en la Navidad, la dicha de creer: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Mis queridos amigos: ¡Llega el Señor! ¡Él es el Rey de la gloria! Dichosos los que están preparados para salir a su encuentro.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!
Reflexión a las lecturas del cuarto domingo de Adviento C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 4º de Adviento C
¡Estamos a las puertas de la Navidad!
Por el camino del Adviento hemos sido acompañados por algunos personajes de la Historia Santa, que nos han ayudado en nuestra preparación, y que se convierten en “los iconos” de este Tiempo: los profetas, particularmente, Isaías, el profeta de la esperanza, Juan el Bautista, y la Virgen María, especial-mente, en su Concepción Inmaculada.
El cuarto domingo centramos nuestra atención, cada año, en la Materni-dad divina de María.
Qué bien celebraríamos la Navidad de la mano de la Virgen, tratando de hacer nuestros sus pensamientos y sentimientos inefables, y su modo peculiar de vivir los distintos acontecimientos que recordamos y celebramos.
El Evangelio de hoy nos presenta la escena magnífica de la Visitación de María a su prima Isabel: “Por aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel”.
¡Qué provechoso sería contemplar a la Virgen de camino, llevando a Cristo en su seno! “¡Ah, qué procesión del Corpus la que se inició aquel día!”
En ella llegan a su cumplimiento las promesas de la Historia de la Salvación. Ella centra y encierra los anhelos, las ilusiones y las esperanzas de todos los hombres, sedientos de salvación… De todos los pueblos, de todos los tiempos. Ella es, en efecto, “la Madre del Enmanuel”. Por medio de ella Dios mismo ha acampado entre nosotros. Ella es “la Madre de Jesús”, que significa “Yahvé salva”, porque el Señor viene como Salvador.
En la Montaña su prima Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama la grandeza de la Virgen Madre convertida en “La Mujer”, la nueva Eva, que nos trae al Salvador diciéndole: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
Y ella es también “la Madre del Mesías”. Por eso añade Isabel: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Esta representa a todo aquel que celebra la Navidad con alegría desbordante, porque está experimentando la salvación que ha llegado: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre.” Y representa también a todos los que, en estas fechas, se esfuerzan por llevar a los hermanos la Buena Noticia de la Navidad.
Isabel nos presenta a María como el prototipo de aquel que ha recibido el don de la fe y experimenta, en la Navidad, la dicha de creer: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Mis queridos amigos: ¡Llega el Señor! ¡Él es el Rey de la gloria! Dichosos los que están preparados para salir a su encuentro.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!
Reflexión a las lecturas del cuarto domingo de Adviento C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 4º de Adviento C
¡Estamos a las puertas de la Navidad!
Por el camino del Adviento hemos sido acompañados por algunos personajes de la Historia Santa, que nos han ayudado en nuestra preparación, y que se convierten en “los iconos” de este Tiempo: los profetas, particularmente, Isaías, el profeta de la esperanza, Juan el Bautista, y la Virgen María, especial-mente, en su Concepción Inmaculada.
El cuarto domingo centramos nuestra atención, cada año, en la Materni-dad divina de María.
Qué bien celebraríamos la Navidad de la mano de la Virgen, tratando de hacer nuestros sus pensamientos y sentimientos inefables, y su modo peculiar de vivir los distintos acontecimientos que recordamos y celebramos.
El Evangelio de hoy nos presenta la escena magnífica de la Visitación de María a su prima Isabel: “Por aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel”.
¡Qué provechoso sería contemplar a la Virgen de camino, llevando a Cristo en su seno! “¡Ah, qué procesión del Corpus la que se inició aquel día!”
En ella llegan a su cumplimiento las promesas de la Historia de la Salvación. Ella centra y encierra los anhelos, las ilusiones y las esperanzas de todos los hombres, sedientos de salvación… De todos los pueblos, de todos los tiempos. Ella es, en efecto, “la Madre del Enmanuel”. Por medio de ella Dios mismo ha acampado entre nosotros. Ella es “la Madre de Jesús”, que significa “Yahvé salva”, porque el Señor viene como Salvador.
En la Montaña su prima Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama la grandeza de la Virgen Madre convertida en “La Mujer”, la nueva Eva, que nos trae al Salvador diciéndole: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
Y ella es también “la Madre del Mesías”. Por eso añade Isabel: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Esta representa a todo aquel que celebra la Navidad con alegría desbordante, porque está experimentando la salvación que ha llegado: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre.” Y representa también a todos los que, en estas fechas, se esfuerzan por llevar a los hermanos la Buena Noticia de la Navidad.
Isabel nos presenta a María como el prototipo de aquel que ha recibido el don de la fe y experimenta, en la Navidad, la dicha de creer: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Mis queridos amigos: ¡Llega el Señor! ¡Él es el Rey de la gloria! Dichosos los que están preparados para salir a su encuentro.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!
Reflexión a las lecturas del cuarto domingo de Adviento C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 4º de Adviento C
¡Estamos a las puertas de la Navidad!
Por el camino del Adviento hemos sido acompañados por algunos personajes de la Historia Santa, que nos han ayudado en nuestra preparación, y que se convierten en “los iconos” de este Tiempo: los profetas, particularmente, Isaías, el profeta de la esperanza, Juan el Bautista, y la Virgen María, especial-mente, en su Concepción Inmaculada.
El cuarto domingo centramos nuestra atención, cada año, en la Materni-dad divina de María.
Qué bien celebraríamos la Navidad de la mano de la Virgen, tratando de hacer nuestros sus pensamientos y sentimientos inefables, y su modo peculiar de vivir los distintos acontecimientos que recordamos y celebramos.
El Evangelio de hoy nos presenta la escena magnífica de la Visitación de María a su prima Isabel: “Por aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel”.
¡Qué provechoso sería contemplar a la Virgen de camino, llevando a Cristo en su seno! “¡Ah, qué procesión del Corpus la que se inició aquel día!”
En ella llegan a su cumplimiento las promesas de la Historia de la Salvación. Ella centra y encierra los anhelos, las ilusiones y las esperanzas de todos los hombres, sedientos de salvación… De todos los pueblos, de todos los tiempos. Ella es, en efecto, “la Madre del Enmanuel”. Por medio de ella Dios mismo ha acampado entre nosotros. Ella es “la Madre de Jesús”, que significa “Yahvé salva”, porque el Señor viene como Salvador.
En la Montaña su prima Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama la grandeza de la Virgen Madre convertida en “La Mujer”, la nueva Eva, que nos trae al Salvador diciéndole: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
Y ella es también “la Madre del Mesías”. Por eso añade Isabel: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
Esta representa a todo aquel que celebra la Navidad con alegría desbordante, porque está experimentando la salvación que ha llegado: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de alegría en mi vientre.” Y representa también a todos los que, en estas fechas, se esfuerzan por llevar a los hermanos la Buena Noticia de la Navidad.
Isabel nos presenta a María como el prototipo de aquel que ha recibido el don de la fe y experimenta, en la Navidad, la dicha de creer: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Mis queridos amigos: ¡Llega el Señor! ¡Él es el Rey de la gloria! Dichosos los que están preparados para salir a su encuentro.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡FELIZ NAVIDAD!
DOMINGO 4º DE ADVIENTO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Ocho siglos antes de que sucediera, el profeta anuncia el lugar del nacimiento de Jesucristo: Belén, donde había nacido el rey David. Él es el descendiente de David por antonomasia, el Mesías.
Escuchemos con atención y con fe.
SALMO
Unámonos a las palabras del salmo. Ya, cercana la Navidad, pidamos al Señor que venga a restaurarnos y a salvarnos.
SEGUNDA LECTURA
En la lectura que vamos a escuchar, se nos revelan las disposiciones del corazón de Cristo cuando entró en el mundo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas por los pecados, pero me has preparado un cuerpo. Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”.
TERCERA LECTURA
Dispongámonos a escuchar ahora el anuncio gozoso del Evangelio, que centra nuestra atención en la Mujer elegida para ser la Madre del Señor.
Aclamemos a Jesucristo que viene de María la Virgen, con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, que un día se hizo hombre en la Virgen María. Pidámosle, por su intercesión, que nos ayude a celebrar las fiestas que se acercan con auténtico espíritu cristiano.
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). ZENIT.org
IV domingo de Adviento
Textos: Mi 5, 1-4; Heb 10, 5-10; Lc 1, 39-45
Idea principal: La visita de María a su prima Isabel es un gesto de caridad y misericordia.
Síntesis del mensaje: Hemos comenzado el año de la misericordia, convocado por el Papa Francisco. Y precisamente en este año meditaremos cada domingo el evangelio de san Lucas, el evangelio de la misericordia. Hoy tenemos el ejemplo de caridad misericordiosa de María. Ain Karim es el lugar de la misericordia de María para con su prima Isabel, embarazada, que necesitaba los cuidados y la ternura de María.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el viaje de María a Ain Karim tiene resonancia bíblicas: el traslado entre danzas y alegría del Arca de la Alianza en tiempos de David: ¡presencia de Dios lleno de misericordia con su pueblo elegido! El Arca de la Alianza es ahora la Madre del Mesías: ¡Dios continua derramando su misericordia ahora a través de María! El encuentro de las dos mujeres creyentes está lleno de simbolismo misericordioso: María lleva en su seno al Mesías, el Dios de la ternura y misericordia, y también Isabel va a ser madre del Precursor. Las dos están llenas de alegría, las dos han aceptado el plan de Dios sobre sus vidas y le entonan sus alabanzas, cantando la misericordia divina. El encuentro entre estas dos mujeres sencillas, representantes del Antiguo y del Nuevo Testamento, es también el encuentro entre el Mesías, lleno de misericordia, y su precursor. Es más, entre Dios misericordioso y la humanidad pecadora. Encuentro cargado todo de gran misericordia. De Dios con la humanidad, simbolizada en esas dos mujeres, María e Isabel.
En segundo lugar, veamos los gestos de misericordia de María en este evangelio de la Visitación a su prima Isabel. ¿Quién debe sembrar en nosotros esa misericordia? El Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo; amor hecho ternura, detalles, bondad, caridad, servicio. María sale con prisa de Nazaret movida por el Espíritu Santo para ayudar a su prima, pues la caridad misericordiosa madruga. María entra en la casa de su prima impulsada por el Espíritu Santo y la saluda y abraza deseándole la paz, “Shalom”, pues la caridad misericordiosa siempre desea la paz a todos. Será el Espíritu Santo quien hace saltar de gozo a Juan que estaba en el seno de su madre Isabel al enterarse del fruto que María llevaba en su vientre, Jesús lleno de misericordia. Será el Espíritu Santo quien hará exclamar a Isabel: “Bendita tú entre las mujeres”, pues la caridad misericordiosa siempre sabe reconocer las bendiciones de Dios para con sus hijos, sin dejarse llevar por la envidia. María canta el Magnificat, porque reconoce con humildad la misericordia de Dios para con Ella. Y María se queda con Isabel tres meses porque la misericordia es generosa y se da hasta el final sin medida alguna.
Finalmente, este año tiene que ser un año permeado de misericordia. Estas son las palabras del Papa Francisco: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros” (Misericordiae Vultus, n. 5). Y más adelante en la misma bula de proclamación del año santo dice esto: “Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (n. 12). Al igual que María manifestó su misericordia con Isabel con gestos, así también nosotros en nuestro día a día, en casa, en el trabajo, en el colegio y universidad, en la calle, en el comercio, en la parroquia, entre los amigos y vecinos, y también para con aquellos con los que no simpatizamos naturalmente. Gestos de perdón, ternura, bondad, comprensión, consuelo, servicio, atención, ayuda. Sigue el Papa: “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo” (n. 15)
Para reflexionar: ¿mi corazón esta lleno de misericordia para con todos mis hermanos? ¿Cómo vivo las 14 obras de misericordia que la Iglesia me ha enseñado en el catecismo, n. 2447? Ahí están resumidas: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al necesitado, vestir al desnudo, visitar al enfermo, socorrer a los presos, enterrar a los muertos (materiales). Enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que está en error, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás y rogar a Dios por vivos y difuntos (espirituales).
Para rezar: Hoy con más fervor, si cabe, recemos la Salve que aprendimos desde niños, oración que rezuma misericordia: “Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!”.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Texto completo del Ángelus del papa Francisco del domingo 13 de diciembre de 2015. ZENIT.org
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el evangelio de hoy hay una pregunta realizada bien tres veces: “¿Qué debemos hacer?”. La dirigen a Juan el Bautista tres categorías de personas: una, la multitud en general; segundo, los publicanos, o sea los exactores de los impuestos; y tercero algunos soldados.
A cada uno de estos grupos el profeta les pregunta qué deben hacer para obtener la conversión que él está predicando. A la pregunta de la multitud Juan responde que compartan los bienes de primera necesidad: Al primer grupo, a la multitud, le dice que compartan los bienes de primera necesidad. Y les dice así: “Quien tiene dos túnicas, dé una a quien no tiene, y quien tiene para comer, haga lo mismo”.
Después, al segundo grupo, al de los exactores de los impuestos les dice que no exijan nada más que la suma debida; ¿Qué quiere decir esto? No pedir sobornos. Es claro.
Y al tercer grupo, a los soldados les pide no extorsionar a nadie y de acontentarse con su salario.
Son las respuestas, tres respuestas para un idéntico camino de conversión que se manifiesta en empeños concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su prédica: el camino del amor que actúa en favor del prójimo.
De estas advertencias de Juan Bautista entendemos cuales eran las tendencias generales de quien en aquella época tenía el poder, bajo las formas más diversas. Las cosas no han cambiado tanto ¿eh?
Entretanto ninguna categoría de personas está excluida de recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni siquiera los publicanos considerados pecadores por definición.
Ni siquiera ellos están excluidos de la salvación. Dios no excluye a nadie de la posibilidad de salvarse. Él está, se puede usar esta palabra, 'ansioso' de usar misericordia hacia todos y acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y del perdón.
A esta pregunta: ¿Qué debemos hacer?, la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite con las palabras de Juan, que es necesario convertirse, es necesario cambiar dirección de marcha y tomar el camino de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana.
¡Conviértanse!, es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a descubrir nuevamente una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor siente la alegría.
El profeta Sofonías nos dice “Alégrate hija de Sion”, dirigido a Jerusalén; y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos filipenses: “Estén siempre alegres en el Señor”.
Hoy es necesario tener coraje para hablar con alegría, es necesario sobretodo fe. El mundo está asechado por tantos problemas, el futuro está gravado de incógnitas y temores. Y entretanto el cristiano es una persona alegre y su alegría no es algo superficial y efímera, sino profunda y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza de que “el Señor está cerca”. Está cerca con su ternura, con su misericordia, con su amor y perdón.
La Virgen María nos ayude a reforzar nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, que siempre quiere habitar en medio de sus hijos. Y nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa».
El Papa reza la oración del ángelus bendice a los presentes y después dice las siguientes palabras:
«La conferencia del clima en París ha terminado con un acuerdo que muchos han definido de histórico. Su actuación pedirá un empeño conjunto y una generosa dedicación por parte de cada uno.
Deseo que sea dada una atención a las poblaciones más vulnerables, exhorto a toda la comunidad internacional de seguir en el camino tomado en el signo de una solidaridad que se vuelva siempre más operativa.
El próximo 15 de diciembre en Nairobi iniciará la Conferencia Ministerial de la Organización Internacional del Comercio. Me dirijo a los países que participarán, para que las decisiones que serán tomadas tengan en cuenta las necesidades de las personas más vulnerables.
Como las legítimas aspiraciones de los países menos desarrollados y del bien común de toda la familia humana.
En todas las catedrales del mundo se abren las 'Puertas Santas', de manera que el Jubileo de la Misericordia pueda ser vivido plenamente en las Iglesias particulares. Deseo que este momento fuerte estimule a tantos a volverse instrumentos de la ternura de Dios. Como expresión de las obras de misericordia se abren también las 'Puertas de la Misericordia' en los lugares de malestar y marginación.
A este propósito saludo a los detenidos en las cárceles de todo el mundo, especialmente a los de la cárcel de Padua que hoy se unen a nosotros espiritualmente en este momento para rezar, y les agradezco el regalo del concreto.
Saludo a todos aquí, los peregrinos que han venido de Roma, de Italia y desde tantas partes del mundo. En particular saludo a los que vienen de Varsovia y Madrid.
Un pensamiento especial va a la Fundación Dispensario Santa Marta en el Vaticano: a los progenitores con sus niños, a los voluntarios y a las monjas Hijas de la Caridad; gracias por vuestro testimonio de solidaridad y acogida.
Y saludo también a los miembros del Movimiento de los Focolares junto a amigos de algunas comunidades islámicas. Vayan adelante, vayan adelante con coraje en vuestro recorrido de diálogo y fraternidad. Porque todos somos hijos de Dios.
Y a todos les deseo que tengan un buen domingo, y un buen almuerzo. Y no se olviden por favor, de rezar por mí. '¡Arrivederci!'».
(Texto traducido y controlado con el vídeo por ZENIT)
Texto completo de la homilía del papa Francisco en la misa de apertura de la puerta santa en la basílica de San Juan de Letráncel 13 de Diciembre de 2015. ZENIT.org
«Queridos hermanos y hermanas,
La invitación que el profeta dirige a la antigua ciudad de Jerusalén, hoy se dirige hacia toda la Iglesia y a cada uno de nosotros: “¡Alégrense... exulten!”. El motivo de la alegría está expresado con palabras que infunden esperanza y permiten mirar al futuro con serenidad. El Señor ha anulado todas las condenas y ha decidido vivir en medio de nosotros.
Este tercer domingo de Adviento nos lleva a mirar hacia la Navidad que ya está cerca. No podemos dejarnos tomar por el cansancio; no es consentida ninguna forma de tristeza, aunque tengamos motivo por las muchas preocupaciones y las múltiples formas de violencia que hieren a esta nuestra humanidad.
La venida del Señor, en cambio, tiene que llenar nuestro corazón de alegría. El profeta, que lleva escrito en su mismo nombre -Sofonías- el contenido de su anuncio, abre nuestro corazón a la confianza: “Dios protege” a su pueblo.
En un contexto histórico de grandes abusos y violencias, realizados sobre todo por hombres de poder, Dios hace saber que Él mismo reinará en su pueblo, que no lo dejará nunca más bajo la arrogancia de sus gobernantes, y que lo liberará de toda angustia. Hoy nos es pedido que “no dejemos caer los brazos” a causa de las dudas, de la impaciencia y del sufrimiento.
El apóstol Pablo retoma con fuerza la enseñanza del profeta Sofonía y lo reitera: “El Señor está cerca”. Por ésto tenemos que alegrarnos siempre, y con nuestra afabilidad dar a todos testimonio de la cercanía y del cuidado que Dios tiene hacia cada persona.
Hemos abierto la Puerta Santa, aquí y en todas las catedrales del mundo. También este simple signo es una invitación a la alegría. Inicia el tiempo del gran perdón. Es el Jubileo de la Misericordia.
Dios no ama las rigideces, Él es padre, es tierno, lo hace con ternura de padre. Seamos también nosotros como las multitudes que interrogaban a Juan: “¿Qué debemos hacer?”.
La respuesta del Bautista no se hace esperar. Él invita a actuar con justicia y a mirar las necesidades de quienes se encuentran en necesidad. Lo que Juan exige a sus interlocutores, de todos modos es lo que encuentra respaldo en la Ley. A nosotros en cambio se nos pide un empeño más radical. Delante de la Puerta Santa que estamos llamados a pasar, se nos pide ser instrumentos de misericordia, conscientes de que seremos juzgados sobre ésto.
Quien ha sido bautizado sabe que tiene un empeño más grande. La fe de Cristo lleva a un camino que dura toda la vida: el de ser misericordiosos como el Padre. La alegría de cruzar la Puerta de la Misericordia se acompaña al empeño de recibir y dar testimonio de un amor que va más allá de la justicia, un amor que no conoce confines. Es de este amor infinito que somos responsables, a pesar de nuestras contradicciones.
Recemos por nosotros y para todos quienes cruzarán la Puerta de la Misericordia, porque podemos entender y recibir el infinito amor de nuestro Padre celeste, que transforma y reforma la vida.
(Texto traducido por ZENIT)
Contra la corrupción: Mons. Enrique Díaz Díaz
III domingo de Adviento
Sofonías 3, 14-18: “El Señor se alegrará en ti”
Salmo 12: “El Señor es mi Dios y salvador”
Filipenses 4, 4-7: “Alégrense siempre en el Señor”
San Lucas 3, 10-18: “¿Qué debemos hacer?”
No hay tema más conocido, más señalado y más presente en nuestras discusiones que la corrupción. Antes decíamos que en nuestro país pero ahora, como si se abriera una gran cloaca, aparece por todas partes. Es triste porque hay quienes la toman como una forma de vivir y como si ya no se pudiera hacer nada. Se critica pero se convive con ella. Como si contemplara esta situación agobiante de nuestro planeta, Juan el Bautista se nos hace presente con sus propuestas dolorosas pero necesarias. Ya hace ocho días lo escuchábamos anunciando la cercanía del Reino y proclamando conversión. Retomaba las palabras del profeta Isaías con mensajes simbólicos, pidiéndonos enderezar el camino y hacerlo recto para poder ver la salvación de Dios. Hasta ahí todos estamos de acuerdo, el problema comienza cuando señala acciones muy concretas. Todo se suscita porque un grupo de personas se acerca para pedir el bautismo y los manda con cajas destempladas: “Raza de víboras, den frutos de conversión y no se ufanen diciendo que son hijos de Abraham”. Pero esto lejos de desanimar a otros de sus oyentes, se atreven a preguntarle antes de recibir el bautismo: “¿Qué debemos hacer?”. Pregunta valiente y corazón dispuesto que muestra un verdadero interés en cambiar y en enderezar los senderos. San Juan Bautista retomando los mismos mensajes que habían proclamado los profetas empieza a enseñarnos lo que verdaderamente hay que cambiar no sólo para evitar la corrupción sino para aceptar este reino que ya se acerca.
La conversión siempre pasa por el hermano. Juan nos lo señala: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida que haga lo mismo”. Gracias a Dios en este tiempo de Navidad aún se suscitan sentimientos de compartir y de mirar al hermano. Pero el Bautista va mucho más lejos, no se trata de un mero dar de lo que nos sobra o asistir a un intercambio de regalos. Ni siquiera, el llevar un regalito o una despensa para acallar la conciencia. Se trata de ir a la raíz de la injusticia y de la corrupción. ¿Por qué hemos llegado a estas situaciones extremas de pobreza, de injusticia y de inequidad? Porque la codicia se ha adueñado de los corazones, porque al ritmo del dinero danzan muchas personas e intereses, porque hemos traicionado y abandonado a Dios. Cuando se traiciona a los pobres, cuando se deja morir de hambre a los migrantes, cuando se da la espalda a la viuda, cuando no se atiende al hermano, se traiciona a Dios. La propuesta de Juan es radical, no nos dice que ofrezcamos un poco, dice que compartamos lo nuestro con el hermano. Es volver a nuestros orígenes, nacimos ambos de Dios, somos hermanos y tenemos los mismos derechos.
Hay corrupción que se disfraza de justicia. Hay ladrones de cuello blanco. Para ellos (¿para nosotros?), también tiene una palabra Juan: “No cobren más de los establecido”. Ya los profetas habían hablado fuerte contra los comerciantes y contra los cobradores de impuestos. No se condena el comercio ni el cobro de impuestos, lo que se condena es el deseo de enriquecerse a costa de los pobres traficando con su libertad, vendiéndoles incluso los peores productos y robándoles su dignidad. Los impuestos nunca deberían pesar sobre los que menos tienen para sostener lujos y avances de unos cuantos. San Juan recoge toda una tradición de la profecía y habla claramente cómo se debe preparar el camino del Mesías. Las estructuras de un sistema neoliberal hacen pasar por justos, tratados y mercados que han olvidado a pueblos y personas y los han sometido a un régimen muy cercano a la esclavitud. La desigualdad es el desafío más importante que enfrenta el país. La pobreza sigue siendo el principal problema que vulnera a la mayoría de los mexicanos y mexicanas. No es que no haya dinero ni recursos, es que están mal distribuidos y se le ha dado más valor al capital que a las personas. Se teme arriesgar los valores y el dinero, pero no se teme poner en grave riesgo la salud, la educación y la vida de los más pobres. A nivel personal pero también a nivel institucional, hoy también para nosotros el Bautista tiene una palabra.
La corrupción sólo se puede combatir con la verdad: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”. Nuevamente Juan se hace eco de los profetas. De la administración de la justicia dependen los bienes e incluso la vida de muchas personas. Pero los profetas advierten que es una de las cosas que peor funcionan. Es frecuente la denuncia de soborno que lleva a absolver al culpable y a condenar al inocente. Esta codicia lleva al perjurio, al desinterés por las causas de los pobres e incluso a explotarlos con la ley en la mano. Son claros los profetas en decir que la manipulación de la ley lleva a excluir a los débiles de la comunidad jurídica, robar a los pobres toda reivindicación justa, a esclavizar a los ignorantes y a las viudas y a apropiarse de los bienes del huérfano. Muy pocas palabras tendríamos que cambiar para hacer actuales las palabras de los profetas y hoy san Juan nos invita también a nosotros, a cambiar y a descubrir lo que hay en nuestro corazón.
¿Cómo acabar con la corrupción? La respuesta la tenemos en el mismo camino del Adviento que nos señala Juan. Al dar las respuestas a sus oyentes, nos señala senderos y verdades que debemos escuchar, asumir y aplicar cada uno de nosotros. Son indicadores muy concretos de nuestra conversión y de nuestro acercamiento al Señor. Son la forma verdadera de preparar el camino del Señor: retomar la fraternidad, buscar la verdad y la justicia, construir un mundo de paz. ¿Cómo podemos hacer nuestros los caminos que propone san Juan?
“Padre de misericordia, mira a tu pueblo que espera con fe el nacimiento de tu Hijo, y concédele celebrar el gran misterio de nuestra salvación con un corazón nuevo y una inmensa alegría”. Amén
Oración personal para todos los días publicada por la Diócesis de Tenerife con motivo del Año de la Misericordia proclamado por el Papa Francisco desde el 8 de Diciembre de 2015 hasta el 20 de Noviwembre de 2016, solenmidad de Cristo Rey.
ORACIÓN PERSONAL PARA TODOS LOS DÍAS
Creo en ti, Señor, pero ayúdame a creer con firmeza;
espero en ti, Señor, pero ayúdame a esperar sin desconfianza;
te amo, Señor, pero ayúdame a demostrarte que te quiero;
estoy arrepentido, pero ayúdame a no volver a ofenderte.
Te adoro, Señor, porque eres mi creador
y te anhelo porque eres mi fin;
te alabo, porque no te cansas de hacerme el bien,
y me refugio en ti, porque eres mi protector.
Que tu sabiduría, Señor, me dirija
y tu justicia me reprima ante el mal;
que tu misericordia me consuele y tu poder me defienda.
Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, ayúdame a pensar en ti;
te ofrezco mi palabras, ayúdame a hablar de ti;
te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir tu voluntad;
te ofrezco mis penas, ayúdame a sufrir por ti.
Concédeme que todo aquello que quieres tú, Señor, lo quiera yo,
precisamente porque lo quieres tú,
como tú lo quieras y durante el tiempo que lo quieras.
Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento,
que fortalezcas mi voluntad,
que purifiques mi corazón y santifiques mi espíritu.
Hazme llorar, Señor, mis pecados, rechazar las tentaciones,
vencer mis inclinaciones al mal y cultivar las virtudes.
Dame tu gracia, Señor, para amarte y olvidarme de mí,
para buscar el bien de mi prójimo y despegarme de lo mundano.
Dame tu gracia para ser obediente a quienes me presiden,
comprensivo con los que están a mi cargo,
solícito con mis amigos y generoso con mis enemigos.
Ayúdame, Señor, a superar con mortificación la sensualidad,
con generosidad la avaricia, con amabilidad la ira,
con fervor la tibieza, con humildad la soberbia
y con caridad la envidia.
Que sepa yo tener prudencia, Señor, al aconsejar,
acierto en mis decisiones, valor en los peligros,
paciencia en las dificultades y sencillez en los éxitos.
Concédeme, Señor, atención al orar, sobriedad al comer,
responsabilidad en mi trabajo y firmeza en mis propósitos.
Ayúdame a conservar la pureza de alma,
a ser modesto en mis actitudes,
ejemplar en mi trato con el prójimo
y verdaderamente cristiano en mi conducta.
Concédeme tu ayuda para estar atento a dominar mis instintos,
a fomentar en mí tu vida de gracia,
a cumplir tus mandamientos y a obtener mi salvación.
Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno,
la grandeza de lo divino, la firmeza de tu fidelidad,
la brevedad de esta vida y la eternidad de la futura.
Amén
(Adaptada de una oración de San Clemente XI)
Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo
de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad
solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro luego de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia
la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia
sobre todo son el perdón y la misericordia:
haz que, en si mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti,
su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros
fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión
por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado,
amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo,
llevar la Buena Nueva a los pobres
proclamar la libertad a los oprimidos
y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de la María, Madre de la Misericordia
A ti que vives y reinas con el padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos
Amén
Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. 'Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas'. ZENIT.org
AÑO DE LA MISERICORDIA
A partir del 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, el papa Francisco nos convoca al Año jubilar de la Misericordia. En nuestra diócesis de Córdoba tenemos la apertura de la Puerta santa este domingo 13 de diciembre, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Será un año de gran perdonanza para toda la humanidad, no sólo para la Iglesia.
La misericordia es un atributo divino, como es reconocido en todas las religiones reveladas. Pero en Jesucristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. La medida de la misericordia de Dios nos la da el amor de Cristo, que ha cambiado el rumbo de la historia de la humanidad. No se trata sólo de amar, sino de amar sin medida y de amar hasta perdonar a los enemigos, de amar hasta transformar el corazón endurecido del hombre. Un amor así es capaz de ablandar hasta las piedras.
La imagen más frecuente y expresiva es la del padre del hijo pródigo. Cuando el hijo vuelve a casa despojado de todo, se encuentra con el amor de un padre que le perdona y le llena de todos sus dones: le devuelve la dignidad de hijo, le hace partícipe de sus bienes, le viste con traje de fiesta y organiza un banquete para expresar su enorme alegría por el hijo que ha retornado. Y junto a esa imagen, la de Cristo crucificado, “ballesta de amor” (como dice san Juan de Ávila), que desde su corazón traspasado hiere con herida de amor a quien se le acerca.
Nuestro mundo contemporáneo necesita la misericordia. El Año de la misericordia supondrá un bien para toda la humanidad. Guerras, tensiones, persecución religiosa, terrorismo, desorden internacional, alteración del medio ambiente, marginación y pobreza extrema por tantos lugares de la tierra. Este profundo desequilibro mundial, fruto del pecado de los hombres, necesita una sobredosis de amor, necesita el perdón que restaura. Necesitamos mirar a Cristo, el único salvador de todos los hombres, y acoger su amor, que rompe todas las barreras y nos hace hermanos, cumpliendo toda justicia.
Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas. El Corazón de Cristo ejerce su atractivo sobre los demás corazones por el simple hecho de amar con amor totipotente. Por otra parte, el amor acumulado en el Corazón de Cristo es capaz de compensar los muchos desamores de toda persona humana para con Dios y de los humanos entre sí. El Año de la misericordia nos traerá permanentemente la memoria de este amor, capaz de transformar el mundo.
Las obras de misericordia nos hacen misericordiosos, y Jesús nos enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Se trata, por tanto, de ponernos a la tarea de ejercer las obras de misericordia, porque este ejercicio abre nuestro corazón para alcanzar la misericordia que deseamos. Las obras de misericordia son siete corporales y siete espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y los difuntos
Junto a las obras de misericordia, acudir al sacramento del perdón, fuente continua de misericordia. Los sacerdotes estén más disponibles para administrar este sacramento, los fieles se acerquen con más frecuencia a este sacramento con corazón arrepentido y propósito de la enmienda. Y complemento del perdón recibido en el sacramento, están las indulgencias, abundantes en este Año de la misericordia, pues la Iglesia madre quiere ayudarnos a restaurar la imagen de Dios en nosotros distorsionada por nuestros pecados.
Año de la misericordia. Año de gracias abundantes. Acerquémonos todos a recibir esta misericordia para poder repartirla en nuestro entorno.
A todos, mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas, Mons. Arizmendi Esquivel. San Cristóbal de las Casas, 11 de dic ZENIT.org
Francisco: justicia con misericordia
VER
Por todos lados se escuchan reclamos, denuncias, inconformidades, exigencias de justicia, juicios y condenas contra los otros, contra el sistema y los gobiernos. Todo mundo reclama sus derechos. Es explicable y justificable que así sea, pues hay muchas cosas torcidas y corruptas. ¿Se oye hablar de misericordia? Para nada. Proponer perdonar, dar otra oportunidad, ser misericordiosos con los demás, también con los enemigos, parece una traición a la causa que congrega mítines, marchas y manifestaciones de toda índole.
En el año 1994, a raíz del levantamiento zapatista en Chiapas, se formó una comisión de obispos, con la encomienda de ayudar a encontrar caminos de paz y reconciliación, de justicia y de atención a los justos reclamos de los indígenas. En una Misa que nos tocó acompañar en Tila, cuando todo eran reclamos, gritos, pancartas y consignas, el presidente de nuestra comisión preguntó en su homilía: ¿Es posible que pueda hablar de perdón? Lo recuerdo como si fuera ayer. Es decir, le parecía que sonaría a algo fuera de lugar, en esa circunstancia, donde sólo se escuchaban exigencias de justicia, hablar de misericordia y de perdón. Lo mismo parecería en un matrimonio en conflicto, en una lucha gremial, en reuniones de análisis de la realidad. ¿Misericordia? ¿Cuál misericordia, si el sistema y los gobiernos no la tienen, sino que explotan y oprimen a quien se deja? Eso de misericordia parecería más bien cobardía, traición al pueblo, declinar en las justas luchas, cooptación con el sistema.
PENSAR
El Papa Francisco, siguiendo la más pura tradición bíblica y patrística, nos ha convocado a un Año Santo, un Año Jubilar, con ocasión de los cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, al que ha llamado Año de la Misericordia. Su objetivo es disfrutar la misericordia que Dios Padre nos tiene, que nos ha demostrado a plenitud en Cristo, y nosotros por nuestra parte ser misericordiosos como el Padre.
En este contexto, nos habla de la necesidad de combinar la justicia, que nunca se puede menospreciar, con la misericordia: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia, no obstante, necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa.
Es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (MV 10). “¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices” (MV 9).
ACTUAR
El Papa nos dice en concreto qué podemos hacer: “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” (MV 15).
Segunda predicación de adviento del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. 11 de dic | ZENIT.org
La llamada universal de los cristianos a la santidad
Hemos entrado, hace poco días, en el 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II y en el año jubilar de la misericordia. El vínculo entre el tema de la misericordia y el concilio Vaticano II no es ciertamente arbitrario ni secundario. En el discurso de apertura, el 11 de octubre de 1962, san Juan XXIII señaló la misericordia como la novedad y el estilo del concilio: “Siempre la Iglesia –escribía– se opuso a los errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad”. En cierto sentido, a medio siglo de distancia, el año de la misericordia celebra la fidelidad de la Iglesia a aquella promesa.
Hay quien se pregunta si insistiendo demasiado sobre la misericordia de Dios no se olvida otro atributo de él, igualmente importante, es decir su justicia. Pero la justicia de Dios, no solo no contradice su misericordia si no qué consiste exactamente en ella. Dios es amor, por esto hace justicia a sí mismo –es decir se muestra por lo que es – cuando hace misericordia. Siglos antes que Lutero san Agustín había escrito: “La justicia de Dios es aquella por la cual nos hace justos mediante su gracia, así como la ‘salvación del Señor’ salus Domini) (Sal 3,9) es aquella por la cual nos hace salvos”.
Esto no es el solo sentido de la expresión “justicia de Dios”, pero es ciertamente lo más importante. Habrá un día otra justicia de Dios, aquella que consiste en dar a cada uno lo suyo según sus propios méritos (cf. Rom 2, 5-10); pero no es de esta que el Apóstol habla cuando dice “Ahora se ha manifestado la justicia de Dios” (Rom 3, 21). La primera es un evento futuro, esta es un acontecimiento presente. Es el mismo Apóstol quien explica en este sentido la expresión “Justicia de Dios “; escribe: “Mas cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino, según su propia misericordia, nos salvó por el baño del nuevo nacimiento” (Tit 3,4-5).
1. “Sean santos porque yo, vuestro Dios soy santo”
El tema de esta segunda meditación de Adviento es el capítulo V de la Lumen Gentium, que lleva por título: “La vocación universal a la santidad en la Iglesia”. En las historias del Concilio este capítulo es recordado solo, digamos, por una cuestión de redacción. Los numerosos padres conciliares miembros de órdenes religiosas pidieron con insistencia que se tratara a parte la presencia de los religiosos en la Iglesia, como se había hecho con los laicos. De esta manera aquello que había sido un capítulo único sobre la santidad de todos los miembros de la Iglesia, se dividió en dos capítulos, de los cuales el segundo (VI de la LG), dedicado específicamente a los religiosos .
El llamado a la santidad está formulado desde el inicio con estas palabras:
“Todos en la Iglesia, sea que pertenezcan a la Jerarquía, sea que sean dirigidos por ella, están llamados a la santidad, de acuerdo a cuanto dijo el apóstol: 'Ésta es de hecho la voluntad de Dios, vuestra santificación (1 Ts 4,3)” .
Este llamado a la santidad es el cumplimiento más necesario y más urgente del Concilio. Sin esto, todas las demás realizaciones son imposibles o inútiles. Esto en cambio es lo que corre el riesgo de ser más descuidado, desde el momento que a exigirlo y reclamarlo es solamente Dios y la conciencia y no en cambio presiones o intereses de grupos humanos particulares de la Iglesia. A veces se tiene la impresión que en ciertos ambientes y en ciertas familias religiosas, después del Concilio, se haya puesto más empeño en el “hacer santos” que en “hacerse santos”, o sea más esfuerzo para elevar a los altares a los propios fundadores o hermanos, que imitar sus ejemplos de virtud.
La primera cosa que es necesario hacer cuando se habla de santidad, es liberar a esta palabra del temor y del miedo que infunde, a causa de ciertas representaciones erróneas que tenemos de ella. La santidad puede comportar fenómenos y pruebas extraordinarias, pero no se identifica con estas cosas. Si todos están llamados a la santidad es porque la misma entendida correctamente está al alcance de todos, hace parte de la normalidad de la vida cristiana. Los santos son como flores: no existen solamente las que se ponen en el altar. ¡Cuántos de éstos florecen y mueren escondidos, después de haber perfumado silenciosamente el aire a su entorno! ¡Cuántos de estas flores escondidas florecieron y florecen continuamente en la Iglesia!
El motivo de fondo de la santidad es claro desde el inicio y es que Dios es santo: “Sean santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lev 19, 2). La santidad es la síntesis, en la Biblia, de todas las atribuciones de Dios. Isaías llama a Dios “el Santo de Israel”, o sea aquel que Israel ha conocido como Santo. “Santo, santo, santo”, Qadosh, qadosh, qadosh, es el grito que acompaña la manifestación de Dios en el momento de su llamada (Is 6, 3). María refleja fielmente esta idea del Dios de los profetas y de los salmos cuando exclama en el Magníficat: “Santo es su nombre”.
Por lo que se refiere al concepto de santidad, el término bíblico qadosh sugiere la idea de separación, de diversidad. Dios es santo porque es el totalmente otro respecto a todo lo que el hombre puede pensar, decir o hacer. Es lo absoluto, en el sentido etimológico de ab-solutus, suelto de todo el resto y aparte. Es lo trascendente en el sentido que está arriba de todas nuestras categorías. Todo esto en sentido moral, antes que metafísico; se refiere al actuar de Dios más que a su ser. En la Escritura están definidos “santos” sobre todo los juicios de Dios, su obras y sus vías .
Santo no es entretanto un concepto principalmente negativo, que indica separación, ausencia de mal y de mezcla en Dios; es un concepto sumamente positivo. Indica “pura plenitud”. En nosotros, la “plenitud” nunca coincide totalmente con la “pureza”. Una cosa contradice la otra. Nuestra pureza se obtiene siempre purificándose y quitando el mal de nuestras acciones (Is 1, 16). En Dios no; pureza y plenitud coexisten y constituyen juntos la suma simplicidad de Dios. La Biblia expresa a la perfección esta idea de santidad cuando dice que a Dios “nada puede serle añadido ni nada quitado” (Sir 42, 21). Dado que es suma pureza, nada tiene que quitársele ; en cuanto es la suma plenitud, nada se le puede añadir.
Cuando se intenta ver cómo el hombre entra en la esfera de la santidad de Dios y lo que significa ser santo, en el Antiguo Testamento aparece enseguida que prevalece la idea ritual. Los trámites de la santidad de Dios son objetos, lugares, ritos, prescripciones. Enteras partes del Éxodo y del Levítico son tituladas “códigos de santidad” o “ley de santidad”. La santidad está encerrada en un código de leyes. Esta santidad es tal que es profanada si uno se acerca al altar con una deformación física o después de haber tocado un animal inmundo: “Santifíquense y sean santos...; no se contaminen con alguno de éstos animales” (Lv 11, 44; 21, 23).
Se leen voces en los diversos profetas y en los salmos. A la pregunta: ¿Quién subirá al monte del Señor, quién estará en su lugar santo?”, o “¿Quién de nosotros puede habitar en un fuego devorador?, se responde con indicaciones de naturaleza moral y espiritual: “Quien tiene manos inocente y corazón puro”, y “quien camina en la justicia y habla con lealtad” (cf. Sal 24, 3; Is 33, 14 s.).
Son voces sublimes pero que se quedan bastante aisladas. Aún en el tiempo de Jesús, entre los fariseos y en Qumran, prevalece la idea de que la santidad y la justicia consisten en la pureza ritual y en la observancia de ciertos preceptos, en particular el del sábado, aunque en teoría, nadie se olvida que el primero y el más grande de los mandamientos es el del amor de Dios y del prójimo.
2. La novedad de Cristo
Pasando ahora al Nuevo Testamento, vemos que la definición de “nación santa” se extiende rápidamente a los cristianos. Para Pablo los bautizados son “santos por vocación” o “llamados a ser santos” . Él llama habitualmente a los bautizados con el término “los santos”. Los creyentes son “elegidos para ser santos e inmaculados ante su presencia en la caridad (Ef 1, 4)”.
Pero bajo la aparente identidad de terminología asistimos a cambios profundos. Santidad no es más un hecho ritual o legal, sino moral o más aún, ontológico. No reside en las manos sino en el corazón; no se decide afuera, sino adentro del hombre y se resume en la caridad. “No lo es lo que entra en la boca del hombre que lo vuelve impuro; es lo que sale de la boca, esto vuelve impuro al hombre”. (Mt 15, 11).
Los mediadores de la santidad de Dios no son más lugares (el Templo de Jerusalén o el Monte Gerizim), ritos, objetos y leyes, sino una persona, Jesucristo. Ser santo no consiste tanto en estar separado de esto o de aquello, sino a estar unidos a Jesucristo. En Jesucristo se encuentra la santidad misma de Dios que nos llega personalmente, no un su lejano eco. “¡Tu eres el Santo de Dios!”: dos veces resuena esta exclamación dirigida a Jesús en los evangelios (Jn 6, 69; Lc 4, 34). El Apocalipsis llama a Cristo simplemente “el Santo” y la liturgia le hace eco exclamando en el Gloria: “Tu solus Sanctus”, solamente tú eres el Santo.
De dos maneras diversas nosotros entramos con la santidad de Cristo y esa se comunica con nosotros: por apropiación y por imitación. De éstos el más importante es el primero que se obtiene en la fe y mediante los sacramentos. La santidad es antes que todo un don, gracia y obra de toda la Trinidad. Porque, según la afirmación del Apóstol, nosotros pertenecemos a Cristo más que a nosotros mismos (cf.1 Cor 6, 19-20), como consecuencia inversa, la santidad de Cristo nos pertenece más que nuestra misma santidad. “Lo que es de Cristo -escribe el teólogo bizantino Nicolás Cabasilas- es más nuestro de aquello que tenemos de nosotros” . Es éste el vuelo o el golpe de audacia que deberíamos realizar en nuestra vida espiritual. Esto es un paso que no se hace muy a menudo en el noviciado sino más tarde, cuando se han probado todos los otros caminos y se ha visto que no llevan muy lejos.
Pablo nos enseña cómo se hace este “golpe de audacia”, cuando declara solemnemente de no querer ser encontrado con una justicia suya, o santidad que derive de la observancia de la ley, sino únicamente con aquella de deriva de la fe en Cristo (cf. Fil 3, 5-10). Cristo, dice, se ha vuelto para nosotros “justicia, santificación y redención” (1 Cor 1,30). “Para nosotros”: por lo tanto podemos reclamar su santidad como nuestra para todos los efectos. Un golpe de audacia es también el que hace san Bernardo cuando grita: “Yo, lo que me falta me lo apropio (¡literalmente, lo usurpo!) del costado de Cristo” . “Usurpar” la santidad de Cristo, “secuestrar el reino de los cielos”. Este es un golpe de audacia que es necesario repetir con frecuencia en la vida, especialmente en el momento de la comunión eucarística.
Decir que nosotros participamos de la santidad de Cristo, es como decir que participamos del Espíritu Santo que viene de él. Ser o vivir “en Cristo Jesús” equivale para san Pablo, a ser o vivir “en el Espíritu Santo”. “De esto -escribe también san Juan- se conoce que nosotros permanecemos en él y él en nosotros: él nos ha hecho don de su Espíritu” (1 Jn 4,13). Cristo se queda en nosotros y nosotros permanecemos en Cristo, gracias al Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo por lo tanto quien nos santifica. No el Espíritu Santo en general, sino el Espíritu Santo que estaba en Jesús de Nazaret, que santificó su humanidad, que se recogió en él como en un vaso de alabastro y que, desde su cruz en pentecostés, él difundió en su Iglesia. Por esto, la santidad que está en nosotros no es una segunda y diversa santidad, sino la misma santidad de Cristo. Nosotros somos verdaderamente “santificados en Cristo Jesús” (l Cor 1,2). Como en el bautismo, el cuerpo del hombre está sumergido y lavado en el agua, así su alma está, por así decir, bautizada en la santidad de Cristo: “Han sido lavados y están santificados, han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”, dice el apóstol refiriéndose al bautismo (1 Cor 6,11).
Al lado de este medio fundamental de la fe y de los sacramentos, tienen que encontrar lugar también la imitación, las obras, el esfuerzo personal. No como medio separado o diverso, sino como el único medio adecuado de manifestar la fe, traduciéndola en actos. La oposición fe-obras, es un falso problema, tenido en pie más que todo por la polémica histórica. Las buenas obras sin la fe no son obras 'buenas' y la fe sin las obras buenas no es verdadera fe. Basta que por “obras buenas” no se entiendan principalmente (como lamentablemente sucedía al tiempo de Lutero) indulgencias, peregrinaciones a pie y prácticas, sino la observancia de los mandamientos, en particular el del amor fraterno. Jesús dice que en el juicio final algunos serán excluidos del Reino por no haber vestido al desnudo y dado de comer al hambriento. No somos por lo tanto justificados por nuestras obras buenas, pero no nos salvamos sin nuestras obras buenas. Podemos reasumir así la doctrina del Concilio de Trento.
Sucede como en la vida física. El niño no puede hacer absolutamente nada para ser concebido en el seno de la madre; necesita del amor de dos padres (¡al menos así ha sido hasta ahora!). Pero una vez que ha nacido, debe poner a trabajar sus pulmones para respirar, mamar la leche; es decir, debe ponerse a trabajar porque si no la vida que ha recibido muero. La frase de Santiago: “La fe, sin la obra está muerta” (cf. St. 3, 26) se de entender en sentido presente: la fe sin las obras muere.
En el Nuevo Testamento dos verbos se alternan a propósito de la santidad, uno en indicativo y otro en imperativo: “Sois santos”, “Sed santos”. Los cristianos son santificados y santificandos. Cuando Pablo escribe: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación”, es claro que pretende precisamente esta santidad que es fruto de compromiso personal. Añade, como para explicar en qué consiste la santificación de la que está hablando: “que se abstengan del pecado carnal, que cada uno sepa usar de su cuerpo con santidad y respeto” (cf. 1 Ts 4, 3-9).
Nuestro texto de la Lumen Gentium subraya claramente estos dos aspectos, uno objetivo y otro subjetivo, de la santidad, basados respectivamente sobre la fe y las obras. Dice:
“Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron” .
Porque, según Lutero, la Edad Media se había desviado cada vez más en el acentuar el lado de Cristo como modelo, él acentuó el otro lado, afirmando que él es don y que este don toca a la fe aceptarlo”. Hoy estamos todos de acuerdo de que no se deben contraponer las dos cosas, sino mantenerlas unidas. Cristo es sobre todo don para recibir mediante la fe, pero es también modelo a imitar en la vida. Lo inculca el mismo Evangelio: “Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 15); “Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón” (Mt 11, 29).
3. Santos o fracasados
Esto, el nuevo ideal de santidad del Nuevo Testamento. Un punto permanece inmóvil, e incluso se profundiza, en el paso del Antiguo al Nuevo Testamento y es la motivación de fondo de la llamada a la santidad, el “porqué” es necesario ser santos: porque Dios es santo. “A imagen del Santo que os ha llamado, sed santos vosotros también”. Los discípulos de Cristo deben amar a los enemigos, “porque él hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). La santidad no es por tanto una imposición, una carga que se nos pone en los hombros, sino un privilegio, un don, un gran honor. Una obligación, sí, pero que deriva de nuestra dignidad de los hijos de Dios. Se aplica a esto, en sentido pleno, el dicho francés “noblesse oblige”.
La santidad se exige desde el ser mismo de la criatura humana; no tiene que ver con los accidentes, sino con su misma esencia. Él debe ser santo para realizar su identidad profunda que es ser “a imagen y semejanza de Dios”. Para la Escritura, el hombre no es principalmente, como para la filosofía griega, lo que está determinado a ser desde su nacimiento (physis), y es decir un “animal racional”, como cuando lo que está llamado a convertirse, con el ejercicio de su libertad, en la obediencia a Dios. No es tanto naturaleza, como vocación.
Por lo tanto, si estamos “llamados a ser santos”, si somos “santos por vocación”, entonces es claro que seremos personas verdaderas, logradas, en la medida en la que seremos santos. De lo contrario, seremos fracasados. Lo contrario de santo no es pecador, ¡sino fracasado! Se pueda fallar en la vida de muchas formas, pero son fracasos relativos que no comprometen lo esencial; aquí se fracasa radicalmente, en lo que uno es, no solo en lo que uno hace. Tenía razón Madre Teresa cuando una periodista le preguntó a quemarropa qué se sentía al ser aclamada santa por todo el mundo, respondió: “La santidad no es un lujo, es una necesidad”.
El filósofo Pascal ha formulado el principio de los tres órdenes o niveles de grandeza: el orden de los cuerpos o de la materia, el orden de la inteligencia y el orden de la santidad. Una distancia casi infinita separa el orden de la inteligencia de las cosas materiales, pero una distancia “infinitamente más infinita” separa el orden de la santidad del de la inteligencia. Los genes no necesitan de las grandezas materiales; estas no pueden quitar ni añadir nada. Del mismo modo, los santos no necesitan las grandezas intelectuales; su grandeza se coloca en un plano diferente. “Estos son vistos por Dios y los ángeles, no por los cuerpos y las mentes curiosas; a ellos les basta Dios” .
Este principio permite valorar de la forma justa las cosas y las personas que nos rodean. La mayoría de la gente permanece quieta en el primer nivel y ni siquiera sospecha de la existencia de un plano superior. Son los que pasan la vida preocupados solo por acumular riquezas, cultivar la belleza física, o hacer crecer el propio poder. Otros creen que el valor supremo y el vértice de la grandeza sea el de la inteligencia. Tratan de convertirse en celebridades en el campo de las letras, del arte, del pensamiento. Solo pocos saben que existe un tercer nivel de grandeza, la santidad.
Esta grandeza es superior porque es eterna, porque es tal a los ojos de Dios que es la verdadera medida de la grandeza y también porque realiza lo que hay de más noble en el ser humano, es decir, su libertad. No depende de nosotros ser fuertes o débiles, guapos o menos guapos, ricos o pobres, inteligentes o menos inteligentes; depende sin embargo de nosotros ser honestos o deshonestos, buenos o malos, santos o pecadores. Tenía razón el músico Gounod, un genio, cuando decía que “una gota de santidad vale más que un océano de genio”.
La buena noticia, acerca de la santidad, es que no estamos obligados a elegir entre uno de estos tres géneros de grandeza. Se puede ser santos en cada uno de ellos. Ha habido santos, y hay santos, entre los ricos y entre los pobres, entre los fuertes y entre los débiles entre los genios y las personas sin cultura. Nadie está excluido de esta grandeza del tercer nivel.
4. Retomar camino hacia la santidad
Nuestro tender a la santidad se parece al camino del pueblo elegido en el desierto. Es también un camino hecho de continuas paradas y comienzos de nuevo. De vez en cuando el pueblo se paraba y montaba las tiendas; o porque estaba cansado, o porque había encontrado el agua y la comida, o simplemente porque es cansado caminar siempre. Pero aquí llega, de repente, la orden del Señor a Moisés de levantar las tiendas y retomar el camino: “Levántate, sal de aquí, tú y tu pueblo, hacia la tierra prometida” (Es 33:1; 17:1).
En la vida de la Iglesia, estas invitaciones a retomar el camino se escuchan sobre todo en el inicio de los tiempos fuertes del año litúrgico o en ocasiones particulares como es el Jubileo de la Misericordia divina. Para cada uno de nosotros, tomados individualmente, el tiempo de levantar las tiendas y retomar el camino hacia la santidad, es cuando percibimos en la intimidad la misteriosa llamada que viene de la gracia.
Al inicio, hay como un momento de pausa. Uno se detienen en la vorágine de las propias preocupaciones, toma, como se dice, las distancias de todo para mirar su vida casi desde fuera y desde lo alto, sub specie aeternitatis. Surgen entonces las grandes preguntas: “¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Qué estoy haciendo con mi vida?”
A pesar de que era un monje, san Bernardo tuvo una vida muy movida: concilios de presidir, obispos y abades que reconciliar, cruzadas que predicar. De vez en cuando, dice su biógrafo, él se paraba y, casi entrando en diálogo consigo mismo, se preguntaba: “Bernardo, ¿a qué has venido?” (Bernarde, ad quid venisti? .
¿Para qué has dejado el mundo y has entrado en el monasterio? Nosotros podemos imitarlo; pronunciar nuestro nombre (también esto sirve) y preguntarnos: ¿Por qué eres cristiano? ¿Por qué eres religioso, sacerdote u obispo? ¿Estás haciendo aquello para lo que estás en el mundo?
En el Nuevo Testamento está descrita un tipo de conversión que podremos definir la conversión-despertar, o la conversión de la tibieza. En el Apocalipsis se leen siete cartas escritas a los ángeles (según algunos exégetas a los obispos) de otro tantas iglesias en Asia Menor. En la carta al ángel de Éfeso, él comienza con el reconocer lo que es el destinatario ha hecho bien: “Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia… Sé que tienes constancia y que has sufrido mucho por mi Nombre sin desfallecer”. Después pasa a enumerar lo que, sin embargo, le disgusta: “hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo”. Y aquí, en este punto, resuena como una trompeta en el sueño, el grito del Resucitado: Metanòeson, es decir, ¡conviértete! ¡sacúdete! ¡despiértate! (Ap 2, l ss.).
Esta es la primera de las siete cartas. Mucho más severa es la última, la dirigida al ángel de la Iglesia de Laodicea: “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Conviértete y vuelve a ser celante y ferviente: Zeleue oun kai metanòeson! (Ap 3,15ss.). También esta, como todas las otras, termina con esa misteriosa advertencia: “El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 3,22).
San Agustín nos da una sugerencia: comenzar a despertar en nosotros un deseo de santidad: “Toda la vida del buen cristiano -escribe- consiste en un santo deseo [es decir, en un deseo de santidad]: Tota vita christiani boni, sanctum desiderium est”6. Jesús ha dicho: “Beatos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt 5, 6). La justicia bíblica, se sabe, es la santidad. Nos vamos por tanto con una pregunta sobre la que meditar en este tiempo de Adviento: “¿Yo tengo hambre y sed de santidad, o me estoy resignando a la mediocridad?”
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del miércoles 9 de diciembre de 2015. ZENIT.org
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Ayer abrí aquí, en la Basílica de San Pedro, la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia, después de haberla abierta ya en la catedral de Bangui, en Centroáfrica. Hoy quisiera reflexionar con vosotros el significado de este Año Santo, respondiendo a la pregunta: ¿por qué un Jubileo de la Misericordia? ¿Qué significa esto?
La Iglesia necesita este momento extraordinario. No digo que es bueno para la Iglesia este momento extraordinario. No no. La Iglesia necesita este momento extraordinario. En nuestra época de profundos cambios, la Iglesia está llamada a ofrecer su contribución peculiar, haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios.
Y el Jubileo es un tiempo favorable para todos nosotros, porque contemplando la Divina Misericordia, que supera todo límite humano y resplandece sobre la oscuridad del pecado, podemos convertirnos en testigos más convincentes y eficaces.
Dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia, significa poner la atención en el contenido esencial del Evangelio: Jesús, la Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran misterio del Amor trinitario de Dios. Celebrar el Jubileo de la Misericordia equivale a poner de nuevo en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades, lo específico de la fe cristiana. Es decir, Jesucristo, el Dios misericordioso.
Un Año Santo, por tanto, para vivir la misericordia. Sí, queridos hermanos y hermanas, este Año Santo se nos ha ofrecido para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia junto a nosotros y su cercanía sobre todo en los momentos de mayor necesidad.
Este Jubileo, de hecho, es un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “lo que a Dios le gusta más”. Y, ¿qué es lo que “a Dios le gusta más”? Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, para que puedan a su vez perdonar a sus hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo.
Esto es lo que más le gusta a Dios. San Ambrosio en un libro de teología que escribió sobre Adán, toma la historia de la creación del mundo y dice que Dios, cada día después de haber hecho una cosa, la luna, el sol, los animales… La Biblia dice que Dios vio que era bueno. Pero cuando ha hecho al hombre y a la mujer, la Biblia dice que y vio que esto era muy bueno. Y san Ambrosio se pregunta ‘¿pero por qué dice dice muy bueno? ¿por qué está tan contento Dios después de la creación del hombre y la mujer?’. Porque finalmente tenía a alguno para perdonar. Es bonito, ¿eh? La alegría de Dios es perdonar. El ser de Dios es misericordia. Por eso en este año debemos abrir el corazón para que esta amor, esta alegría de Dios nos llene a todos de esta misericordia.
El Jubileo será un “tiempo favorable” para la Iglesia si aprendemos a elegir “lo que a Dios le gusta más”, sin ceder a la tentación de pensar que hay otra cosa que es más importante o prioritario. Nada es más importante que elegir “lo que a Dios le gusta más”, es decir, su misericordia, su amor, su ternura, su abrazo, sus caricias.
También la necesaria obra de renovación de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia es un medio que debe conducirnos a hacer la experiencia viva y vivificante de la misericordia de Dios que, sola, puede garantizar a la Iglesia ser esa ciudad puesta sobre un monte que no puede permanecer escondida (cfr Mt 5,14). Solamente brilla una Iglesia misericordiosa. Si tuviéramos, aunque fuera solo por un momento, que olvidar que la misericordia es “lo que a Dios le gusta más”, cualquier esfuerzo nuestro sería en vano, porque nos haríamos esclavos de nuestras instituciones y de nuestras estructuras, por muy renovadas que puedan ser. Pero siempre seremos esclavos.
“Sentir fuerte en nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que como Buen Pastor ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos” (Homilía en las Primeras Víspera del Domingo de la Divina Misericordia, 11 de abril de 2015): este es el objetivo que la Iglesia se pone en este Año Santo.
Así reforzaremos en nosotros la certeza de que la misericordia puede contribuir realmente en la edificación de un mundo más humano. Especialmente en estos nuestros tiempos, en los que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida humana, el reclamo a la misericordia se hace más urgente, y esto en cada lugar: en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia.
Ciertamente, alguno podría objetar: “Pero, padre, la Iglesia, en este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo contemplar la misericordia de Dios, ¡pero hay muchas necesidades urgentes!”. Es verdad, hay mucho que hacer, y yo soy el primero que no se cansa de recordarlo. Pero es necesario tener en cuenta, en la raíz de la falta de la misericordia, está siempre el amor propio.
En el mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, de placeres y honores unidos al querer acumular riquezas, mientras que en el vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y mundanidad. Todas estas cosas son contrarias a la misericordia. Los lemas del amor propio, que hacen extranjera a la misericordia en el mundo, son tantos que a menudo no somos ni siquiera capaces de reconocerles como límites y como pecado. Es por esto que es necesario reconocerse pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina. ‘Señor yo soy un pecador, Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia’. Y esta es una oración bellísima, es una oración fácil para decir todos los días. ‘Señor yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia’.
Queridos hermanos y hermanas, deseo que este Año Santo, cada uno de nosotros experimente la misericordia de Dios, para ser testigos de “lo que a Él le gusta más”. ¿Es de ingenuos creer que esto pueda cambiar el mundo? Sí, humanamente hablado es de locos, pero “la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres“ (1 Cor 1, 25). Gracias.
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). ZENIT.org
Domingo 3 de Adviento
Ciclo C - Textos: Sof 3, 14-18; Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18
Idea principal: La alegría a la que Dios nos invita exige unas consecuencias morales bien concretas sobre todo en el campo de la caridad y justicia.
Síntesis del mensaje: Hoy, domingo 3 de Adviento, es el domingo de gaudete (“Regocijaos”), pues así inicia la estrofa de la misa de hoy, tomada de la carta de san Pablo a los Filipenses 4, 4. En medio de nuestro camino de austeridad y penitencia, hacemos un alto, como el domingo 3 de laetare (“Alegraos”) en la Cuaresma, por la cercanía de la venida del Señor. Alegría, sí, pero con un programa muy exigente en el campo de la actuación moral y social.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, nuestro mundo de hoy, mirándolo con mirada superficial, no está como alegrarnos. Basta leer la exhortación del Papa Francisco “Evangelii gaudium” y su encíclica “Laudato si”. Resumiendo los mil problemas que nuestra sociedad afronta: Economía de la exclusión, idolatría del dinero, inequidad que genera violencia, acedia egoísta, pesimismo estéril, mundanidad espiritual, guerras, contaminación y cambio climático, pérdida de la biodiversidad, deterioro y degradación social, inequidad planetaria, corrupción, injusticias, etc. Y otras lacras que nos entristecen: la aprobación de leyes terribles que atentan contra la ley de Dios y contra la dignidad de la persona humana: la ley del aborto y la eutanasia, la aprobación del matrimonio del mismo sexo, la ideología del género y demás “avances” de esta dictadura del relativismo, permisivismo, hedonismo. Entonces, ¿cómo es que Dios nos invita a alegrarnos?
En segundo lugar, también nosotros preguntamos como los que escuchaban a Juan Bautista en el evangelio de hoy: ¿qué debemos hacer? La alegría a la que Dios nos invita no es una alegría desangelada y etérea. No. Exige compromiso moral y social. No podemos llegar a la Navidad de cualquier modo, con nuestras mañas y costumbres desviadas e impropias de un seguidor de Cristo. San Juan Bautista pidió en ese tiempo: caridad y repartición de bienes y riquezas con los necesitados, justicia conmutativa, distributiva y social, y honradez por encima de todo. ¿Le habrán entendido? ¿Le habrán hecho caso? Y hoy, ¿qué nos diría el Bautista? ¿Qué diría a los que pagan los impuestos, a los que escamoten los impuestos y los que engordan con los impuestos? No sé si a estas alturas uno tiene que decir que pagar impuestos al Estado es de justicia distributiva y quehacer de conciencia cristiana porque eso es contribuir a las cargas comunes para el bien común. Los impuestos, para ser justos, tienen que ser proporcionales al capital de cada uno. Los bienes salidos de los bolsillos ciudadanos tienen que regresar en bienes sociales para los mismos ciudadanos: educación escolar, servicios médicos y puestos de trabajo. ¡Cuántas veces nuestros impuestos van a parar a parlamentarios ausentes o a escándalos festivaleros de autonomías o a despilfarros para programas de televisión, cenas pantagruélicas en barco por París, a aviones privados de líderes políticos para hacer sus viajes de negocios o de placer, que todo tiene que ser dicho.
Finalmente, desde la moral social y cristiana hay que decir lo siguiente: el ciudadano está hoy en su derecho ético de torear a los impuestos con las mejores manoletinas que sepa, pero sin pasarse de “el precio justo” y sin olvidar, eso siempre, -siguiendo el lenguaje taurino- que el morlaco administrativo puede, de una embestida trapera, enviarle a los tendidos de sangre y sol. Es justa la ley que mira el bien común, porque, si mira al bien de particulares, es injusta y, si injusta, mala y, si mala, no obliga. Este evangelio de hoy nos va a todos: a ti, a mí y a Dios. Y así las demás cosas de la policía y orden público: detenciones, sí, pero torturas, nunca; justicia, sí, pero a base de hechos comprobados y no de sospechas fundadas; cárcel, sí, o sea privación de libertad, pero no de trato humano. Y después, cumplida la condena, y hay garantías de enmienda, libertad y a la calle. Si hay que ir a la huelga, que sea lo que tiene que ser, laboral, y no política, sin piquetes ni informativos, que serían coactivos, intimidantes, dictatoriales y a sueldo. Sólo si hacemos esto, tendremos la alegría profunda del corazón a la que nos invita Dios en este domingo, porque se acerca el auténtico Libertador de esas lacras morales y sociales.
Para reflexionar: ¿Cómo trato a mis hermanos pobres y necesitados? ¿Cómo estoy viviendo mis deberes como ciudadano? ¿Tengo la conciencia tranquila a este respecto? ¿Dónde radica mi alegría, cuál es su fuente?
Para rezar: Con el salmo 42, quiero rezar:
Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan
hasta tu monte santo, hasta tu morada.
Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Reflexión a las lecturas del domingo tercero de Adviento C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 3º de Adviento C
“¿Entonces, qué hacemos?”
Esta pregunta, que le hace la gente a Juan el Bautista, nos puede servir hoy a nosotros, en este tiempo de preparación para la Navidad.
El domingo pasado contemplábamos a Juan, que nos invitaba a preparar los caminos del Señor porque Jesucristo viene a salvar a su pueblo, a cada uno de nosotros.
Aquello era muy interesante, pero no concretaba mucho, teníamos que hacerlo nosotros.
La celebración de la Concepción Inmaculada de la Virgen nos ayudaba a concretar un poco más. La oración de la Misa decía: “Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen María, preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo, la preservaste de todo pecado…”
Y proclamábamos: ¡exenta de pecado y llena de gracia! Pues así, decíamos, tenemos que prepararnos nosotros para la Navidad.
Pero el Evangelio de hoy lo precisa todavía más, porque la gente va a Juan y le pregunta: “¿Entonces, qué hacemos?” Y los publicanos y los militares, lo mismo.
A la gente le pide que comparta su ropa y su comida; y a los publicanos y a los militares, el recto ejercicio de su deber.
Me parece que es fácil traducirlo a nuestra propia vida, a nuestra propia situación.
Y el evangelista continúa diciendo: “Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia”.
¡Hoy es la Iglesia la que la anuncia!
De ahí la alegría de este domingo, que, desde antiguo, se llama “Gaudete”. Es el mensaje de la segunda lectura: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”. “El Señor está cerca”.
En la oración de la Misa de este domingo, le decimos al Señor: “Concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante”.
¡Es el gozo de la salvación que llega!
Y no vale cualquier tipo de alegría; hace falta ¡la alegría desbordante! ¡A veces es la alegría la que se nos hace difícil!
Esta es la misma salvación que anuncia el profeta Sofonías en la primera lectura: “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén”.
Es muy grande la salvación que nos trae el Señor: Liberación del pecado y del mal y sobreabundancia de bienes, hasta el punto de hacernos hijos de Dios.
¿No son éstos motivos de la máxima alegría?
Por todo ello, proclamamos en el salmo: “Gritad jubilosos: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”.
BUEN ADVIENTO! ¡FELIZ DOMINGO!
DOMINGO 3º DE ADVIENTO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El profeta nos invita ahora a la alegría al contemplar, en esperanza, la llegada de la salvación. La alegría, la fiesta y el gozo deben ser las características del cristiano y no la tristeza y el desánimo, especialmente, en el Tiempo de Navidad.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo nos invita también a la alegría, porque la Venida del Señor que esperamos, está cerca. Mientras llega ese día venturoso, hay que permanecer libres de toda preocupación y ansiedad, que amargan el gozo y perturban la paz.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio es Juan el Bautista, el que anuncia la Buena Noticia de la Venida del Señor y la gente que acude a recibir el bautismo, le pregunta: ¿qué tenemos que hacer? Escuchemos con atención.
Pero, ante todo, cantemos al Señor que viene.
COMUNIÓN
En la Comunión experimentamos la alegría inmensa de la presencia del Señor entre nosotros. Es un anticipo de la Navidad y de la Vuelta Gloriosa del Señor.
Pidámosle de corazón que estas fiestas que se acercan sean para nosotros fiestas de gozo y salvación.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo tercero de Adviento C
REPARTIR CON EL QUE NO TIENE
La palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos cómo concretar nuestra respuesta.
El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.
Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Así de simple y claro.
¿Qué podemos decir ante estas palabras quienes vivimos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de comida?
Y ¿qué podemos decir los cristianos ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar a abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia más viva de esa insensibilidad y esclavitud que nos mantiene sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?
Mientras nosotros seguimos preocupados, y con razón, de muchos aspectos del momento actual del cristianismo, no nos damos cuenta de que vivimos «cautivos de una religión burguesa». El cristianismo, tal como nosotros lo vivimos, no parece tener fuerza para transformar la sociedad del bienestar. Al contrario, es esta la que está desvirtuando lo mejor de la religión de Jesús, vaciando nuestro seguimiento a Cristo de valores tan genuinos como la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la justicia.
Por eso, hemos valorar y agradecer mucho más el esfuerzo de tantas personas que se rebelan contra este «cautiverio», comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano.
José Antonio Pagola
3 Adviento – C (Lucas 3,10-18)
Evangelio del 13/dic/2015
Comentario a la liturgia dominical - Solemnidad de la Inmaculada Concepción por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). Brasilia, 08 de diciembre de 2015 (ZENIT.org)
Ciclo C
Textos: Gn 3, 9-15.20; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38
Idea principal: María Inmaculada es un monumento a la misericordia de Dios.
Síntesis del mensaje: Hoy iniciamos el año de la misericordia, convocado por el Papa Francisco. Así lo dice el Papa: “Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza” (Bula, Misericordiae Vultus, n. 3).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, las tres personas divinas derramaron su misericordia sobre esta mujer, de la estirpe humana. Primero, Dios Padre al querer asociarla al misterio de la Encarnación y hacerla Madre de su propio Hijo, escoge una mujer a quien, desde el origen de su existencia, adornó de una santidad esplendorosa. Segundo, Dios Hijo, al elegir a su propia Madre, debía mostrar para ella el amor del mejor de los hijos, de un hijo que quiere hacer a su madre todo el bien posible, admitiéndola a la participación de sus tesoros y de sus riquezas; por eso desde el primer instante de la concepción la adornó con la más alta pureza y santidad, no borrando una mancha ya contraída sino preservándola de todo pecado. Y tercero, Dios Espíritu Santo, por su parte, para formar en María al Verbo Encarnado y así elevarla a la dignidad de Esposa suya, requería una creatura que siempre hubiera sido perfectamente santa; no bastando para ello los dones correspondientes a los demás hombres, desde toda la eternidad se decidió llevar a cabo este privilegio que enriquecía a María con todas las gracias inimaginables y la elevaría a una santidad muy superior a la de todos los ángeles y santos juntos: “Toda hermosa eres, María, no hay mancha en ti”, canta la Iglesia.
En segundo lugar, ¿qué hizo María delante de este plan maravilloso y misericordioso de Dios? María no puso obstáculos a Dios. Al contrario, se puso a disposición de Él, desde la humildad, y dio el consentimiento de su fe al anuncio de su vocación. Aquí María demostró también su gran misericordia para con el género humano. Y así aparece como la primicia de la salvación, como la estrella de la mañana que anuncia a Cristo, "sol de justicia" (Cf. Mal 3,20), como la primera creatura surgida del poder redentor de Cristo, como aquella que ha sido redimida de modo eminente y misericordioso por Dios en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano. El plan del Padre que quería enviar a su Hijo a la humanidad exigía, para la mujer destinada a llevarlo en su seno, una perfecta santidad que fuese reflejo de la santidad divina. Ella que no conoció el pecado, está en el centro de esta enemistad entre el demonio y la estirpe humana redimida por Jesucristo, la estirpe de los hijos de Dios. Ella aparece en medio de esta singular batalla como la aurora que anuncia la victoria definitiva de la luz sobre la obscuridad. Ella va al frente de ese grande peregrinar de la Iglesia hacia la casa del Padre. En medio de las tempestades que por todas partes nos apremian, ella, Madre llena de misericordia, no abandona a los hombres que peregrinan en el claro oscuro de la fe. Ella es signo de segura esperanza y ardiente caridad.
Finalmente, ¿a qué nos invita esa solemnidad de la Inmaculada Concepción a nosotros? San Pablo nos responde en la segunda lectura de hoy, escrita a los efesios: el Padre nos ha elegido desde la eternidad en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. Esto requiere de nosotros una lucha ascética, que dura toda nuestra vida, contra el pecado. Sabemos que el pecado original, aunque es cancelado por el bautismo, normalmente deja en el interior del hombre un desorden que tiene que ser superado, deja una propensión hacia el pecado, que tiene que ser vencida con la gracia y con el esfuerzo humano (Cf. Conc. Trid. Decretum De iustificatione cap. 10). El hombre se da cuenta de que en su interior, por ser creatura herida por el pecado, se combaten dos fuerzas antagónicas: el bien y el mal. No todo aquello que nace espontáneamente en el interior del hombre, es bueno por sí mismo. Se requiere un sano y serio discernimiento de los propios pensamientos e intenciones para elegir, a la luz de Dios y de su palabra, aquello que es bueno y santo. En consecuencia, la vida humana y cristiana se revela como una "lucha" contra el mal (Cf. Gaudium et spes 13,15). Una lucha en la que Dios está de parte del hombre y en la que el hombre debe elegir libremente la parte de Dios. El cristiano, pues, tiene la misión de entablar este combate contra el pecado en sí mismo, pero al mismo tiempo debe luchar para que los demás no caigan en el pecado. Debe luchar para que la buena noticia de la salvación en Jesucristo, llegue a todos los hombres. El cristiano, así, se encuentra con María, en el centro de esa enemistad entre el demonio y la estirpe humana y su responsabilidad no es pequeña en la historia de la salvación. Con su vida y con su muerte debe dar testimonio de que la salvación está presente en Cristo Jesús, camino, verdad y vida, y que el amor de Dios es más fuerte que todo pecado. Somos colaboradores de la misericordia de Dios, luchando contra el pecado en nuestra vida y en la vida de nuestros hermanos.
Para reflexionar: ¿lucho contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas? ¿Vigilo atentamente para rechazar las tentaciones que me ofrece el mundo: el placer desordenado, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones? ¿Tengo misericordia del mundo ante las amenazas del maligno hoy: a manipulación genética, la corrupción del lenguaje que llega a ser ya guerra semántica, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores?
Para rezar: Meditemos en estos versos:
Mirad hoy, resplandeciente,
a la Reina celestial.
Mirad cómo tiembla el mal
y se esconde la serpiente.
Vestida de sol ardiente,
la luna por pedestal
y, cual corona nupcial,
doce estrellas en la frente.
Es la Sierva y la Señora,
la Virgen profetizada,
del Sol naciente la Aurora.
Viene de gracia colmada,
pues su Hijo, en buena hora,
quiso hacerla Inmaculada.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
El santo padre Francisco ha ido esta tarde a la Plaza de España en Roma, donde está la columna con una estatua de la Inmaculada Concepción, para el tradicional homenaje a María cada 8 de diciembre, frente a la embajada ante la Santa Sede de dicho país. Varios miles de personas han acudido para acompañar al Pontífice en esta ocasión. Roma, 08 de diciembre de 2015 (ZENIT.org)
El Papa ha rezado una oración que ha compuesto para este evento y que reproducimos a continuación.
«Virgen María, en este día de fiesta con motivo de tu Inmaculada Concepción, vengo a presentarte el homenaje de fe y de amor del pueblo santo de Dios que vive en esta ciudad y diócesis.
Vengo en nombre de las familias, con sus alegrías y fatigas, de los niños y de los jóvenes, abiertos a la vida; de los ancianos, cargados de años de experiencia; en modo particular vengo a ti de parte de los enfermos, de los encarcelados, de quien siente más duro el camino.
Como Pastor vengo también en nombre de todos que han llegado desde tierras lejanas buscando paz y trabajo. Bajo tu manto hay lugar para todos, porque tú eres la Madre de la Misericordia. Tu corazón está lleno de ternura hacia todos tus hijos: la ternura de Dios, que de ti ha tomado carne y se ha vuelto nuestro hermano Jesús, Salvador de cada hombre y de cada mujer.
Al mirarte, Madre nuestra Inmaculada, reconocemos la victoria de la Divina Misericordia sobre el pecado y sobre todas sus consecuencias; y se enciende nuevamente en nosotros la esperanza en una vida mejor, libre de esclavitud, de rencores y miedos.
Hoy aquí en el corazón de Roma, escuchamos tu voz de Madre que llama a todos a ponerse en camino hacia aquella Puerta, que representa a Cristo. Tú nos dices a todos: 'Venid, acercaros con confianza; entrad y recibid el don de la misericordia; no tengáis miedo, no tengáis vergüenza: el Padre nos espera con los brazos abiertos para darnos su perdón y recibirnos en su casa. Vengan todos al manantial de la paz y de la alegría'.
Te agradecemos, Madre Inmaculada, porque en este camino de reconciliación tú no nos dejas caminar solos, sino que nos acompañas, estás cerca de nosotros y nos apoyas en todas las dificultades. Que tú seas bendita, ahora y siempre, amén”.
Concluida la oración, dedicó los último minutos de su visita, tras un breve saludo a las autoridades, a los pobres y enfermos. Fue saludando a los que estaban en primera fila, algunos en silla de ruedas y otros de pie, jóvenes y ancianos, con gran calma y deteniéndose particularmente siempre con el afecto que le caracteriza.
Desde allí se ha dirigido directamente a basílica de Santa María la Mayor, donde rezará en privado ante la imagen que representa a la Virgen María bajo la advocación de “Salus Populi Romani”. El Santo Padre ha ido diversas veces durante su pontificado a esta basílica mariana, la más antigua de la Iglesia. Por primera vez, al día siguiente de ser elegido sucesor de Pedro. También lo hace antes y después de cada viaje internacional.
Texto completo de las palabras del papa Francisco para introducir la oración mariana del ángelus el 08 de Diciembre de 2015. Ciudad del Vaticano, 08 de diciembre de 2015 (ZENIT.org)
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La fiesta de hoy de la Inmaculada nos hace contemplar a la Virgen, que por privilegio singular fue preservada del pecado original desde el momento de su concepción. Incluso viviendo en el mundo marcado por el pecado, no fue tocada: es nuestra hermana en el sufrimiento, pero no en el mal y en el pecado.
Es más, el mal en ella fue vencido antes incluso de tocarla, porque Dios la ha colmado de gracia (cfr Lc 1, 28). La Inmaculada Concepción significa que María es la primera salvada por la infinita misericordia del Padre, como primicia de la salvación que Dios quiere donar a cada hombre y mujer, en Cristo. Por esto la Inmaculada se ha convertido en símbolo sublime de la misericordia divina que ha vencido al pecado. Y nosotros, hoy, en el inicio del Jubileo de la Misericordia, queremos mirar a esta imagen con amor confiado y contemplarla en todo su esplendor, imitando su fe.
En la Concepción Inmaculada de María somos invitados a reconocer la aurora del mundo nuevo, transformado por la obra salvífica del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La aurora de la nueva creación realizada por la Divina misericordia. Por esto, la Virgen María, nunca contagiada por el pecado y siempre colmada de Dios, es madre de una humanidad nueva.
Celebrar esta fiesta implica dos cosas: acoger plenamente a Dios y su gracia misericordiosa en nuestra vida; convertirnos a su vez en artífices de misericordia mediante un auténtico camino evangélico. La fiesta de la Inmaculada se convierte en fiesta en todos nosotros si, con nuestros “sí” cotidianos, conseguimos vencer nuestro egoísmo y hacer más feliz la vida de nuestros hermanos, donarles esperanza, secando algunas lágrimas y donando un poco de alegría.
Imitando a María, somos llamados a convertirnos en portadores de Cristo y testigos de su amor, mirando sobre todo a los que son los privilegiados a los ojos de Jesús. Son aquellos que Él mismo nos ha indicado: “Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver" (Mt 25, 35-36).
La fiesta de hoy de la Inmaculada Concepción tiene un mensaje específico para comunicarnos: nos recuerda que en nuestra vida todo es don, todo es misericordia. La Virgen Santa, primicia de los salvados, modelo de la Iglesia, esposa santa e inmaculada, amada por el Señor, nos ayude a redescubrir cada vez más la misericordia divina como distintivo del cristiano. No se puede entender un verdadero cristiano que no sea misericordioso, como no se puede entender a Dios sin su misericordia. Esta es la palabra-síntesis del Evangelio: misericordia. Es la característica fundamental del rostro de Cristo: ese rostro que nosotros reconocemos en los distintos aspectos de su existencia: cuando va a encontrar a todos, cuando sana a los enfermos, cuando se sienta a la mesa con los pecadores, y sobre todo cuando, clavado en la cruz, perdona; allí vemos el rostro de la misericordia divina.
Por intercesión de María Inmaculada, la misericordia se apodere de nuestros corazones y transforme toda nuestra vida".
Después de la oración del ángelus el Santo Padre ha añadido:
"Queridos hermanos y hermanas, saludo a todos con afecto, especialmente a las familias, a los grupos parroquiales y a las asociaciones.
Un pensamiento especial va a los socios de la Acción Católica Italiana que hoy renuevan la adhesión a la Asociación: a ellos deseo un buen camino de formación y de servicio siempre animado por la oración.
Esta tarde iré a la plaza de España para rezar a los pies del monumento de la Inmaculada. Y después a Santa María Mayor. Pido que se unan espiritualmente a mí en esta peregrinación, que es un acto de devoción filial a María, Madre de Misericordia. A Ella encomendaré la Iglesia y toda la humanidad, y de forma particular la ciudad de Roma.
Hoy al inicio también ha atravesado la Puerta de la Misericordia el papa Benedicto, enviamos desde aquí todos un saludo al papa Benedicto. (Aplausos).
Deseo a todos una hermosa fiesta y un Año Santo rico de frutos, con la guía y la intercesión de nuestra Madre. Un Año Santo lleno de misericordia, para vosotros y de vosotros para los otros. Por favor, pidan al Señor también por mí que lo necesito tanto.
Buen almuerzo y hasta pronto".
(Traducido y transcrito desde el audio por ZENIT)
Por gentileza de Carlos Peinó Agrelo. Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
EL ALMA DE TODO APOSTOLADO
Todo lo que vas a leer está tomado de las «Notas y Escritos Manuscritos», sin fecha, de Manuel Aparici. Muchos de ellos están incompletos. Por otro lado decirte que no todos están transcritos íntegramente, pero lo trascrito si lo está en su literalidad.
I. MÁXIMAS «Un Centro no muere cuando ha encontrado un joven que quiera morir por él».
«Cuando lleves en tu corazón a todos lo jóvenes de tu Parroquia el Señor te dará brazos para llegar hasta ellos».
«Un pecado en un dirigente es una sombra de pecado en todos los dirigentes».
«El que no llora por las almas que se pierden no es apóstol».
«Hay que sembrar a Cristo en la calle con la propia sangre».
III. EXALTACIÓN DE LA MISIÓN APOSTÓLICA SACRIFICIOS Y ALEGRÍAS DEL APOSTOLADO
1. ¿Qué es apostolado?
a) Sólo hay uno: el de los Apóstoles y sus sucesores, los demás son participados.
b) Pero el de los Obispos y sus coadjutores, clérigos y seglares, es semejante al de Cristo: «Así como el Padre me envió, yo también os envío a vosotros».
2. Luego si contemplamosla Misión de Cristo, podremos conocer mejor la nuestra y los sacrificios y alegrías que van unidos a ella.
Misión de Cristo.
El Padre envía a su Hijo «resplandor de su gloria y como sello de su sustancia» (Hebreos) unido hipostáticamente a la naturaleza formada por el Espíritu Santo en las entrañas virginales de María.
Se envía para su gloria, que es el único fin posible de toda acción ad-extra de Dios.
IV. ¿QUÉ ES SER APÓSTOL?
Vivir en Él y para el Amor Divino.
¿Cómo se forma un apóstol?: A mí el último de los fieles se me ha dado esta gracia de anunciar a todas las gentes las riquezas imposibles de rastrear de Jesucristo.
Conociendo: las riquezas de Jesucristo.
Por el estudio y la oración ligadas a la obra.
Tenéis que conocer y saborear lo que Cristo Nuestro Señor ama a los jóvenes.
Porque toda vuestra misión es darles a conocer ese amor.
¿Cómo lo conoceréis? Ahondando.
No formar apóstoles como si fueran alféreces provisionales.
VI. IMPOSICIÓN DE INSIGNIAS
No más imposición de insignias, que son sólo cruz por fuera; no más reuniones apostólicas en las que se llama locura y escándalo a la cruz; no más apostolado sin sangre de sacrificio.
VII. LA CONTRADICION Y LA CRUZ DEL FRACASO
EN EL APOSTOLADO
La abnegación. Ley de la santidad y la santidad alma de todo apostolado.
Cruz
Del aparente despegue de los suyos.
Deja a los muertos que entierren a los muertos.
De la austeridad y la pobreza.
Las raposas tienen madriguera y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza.
Del despego a los propios criterios.
El que vuelva los ojos atrás...
Del despego de la satisfacción de las necesidades materiales.
Descanso, hambre, sed, etc.
De la persecución de los hipócritas.
Sabemos que eres veraz. Moisés manda apedrear. ¿Es lícito pagar tributos?
De la separación de los suyos.
Mulier non novi illum. Del abandono:
De los discípulos y amigos.
Del Padre: "Deus, Deus meus, tu quid dereliquisti me? Obispo, Párroco, Consiliario, Superiores.
VIII APOSTOLADO DE DIEZ AÑOS
Una actuación de apostolado de diez años en una obra juvenil en el encargado de presidirla debía de imprimir un sello en su alma.
La Jerarquíale señaló un fin y unas normas generales de actuación.
El fin: la restauración del Reino de Cristo.
Los medios: la adhesión ala Jerarquíapor la fe, la esperanza y la caridad.
Por ser obra de jóvenes, la actuación debía de encaminarse al mañana. Toda actuación que se ha de lograr en el mañana supone la concepción de un Ideal a cuya consecución se ordena esa actuación.
Por desarrollarse en el plano nacional tenía que estudiar las posibilidades en orden al reino de Cristo de la juventud de esa nación en el mañana, o sea, el Ideal colectivo o nacional de esa juventud.
¿Qué es un Ideal? La concepción de un bien difícil de conseguir, pero posible, claramente percibido por la inteligencia y fuertemente amado por la voluntad, a cuya consecución se sacrifica todo, hasta la propia vida.
El perseguir un bien supone que es superior al propio bien. Por eso el único Ideal que se podía proponer a la Juventudde Acción Católica de España era salvar al mundo, pues salvar a España no aparecía a sus ojos como difícil, puesto que era lo que cada día estaban haciendo, pues cada joven que ganaban era una victoria parcial que les certificaba de la posibilidad y facilidad relativa de la Empresa; y tampoco era, salvar a España, superior al propio bien, ya que esta España cristiana la poseían en esperanza y en deseo. El Ideal es siempre superior al «yo», si no lo fuera no se sacrificaría el «yo». Luego necesariamente el Ideal de una Cristiandad española 25 que mira al mañana habría de ser hacer posible la consecución del Bien Supremo a algo superior a España: el Supremo Bien es el reino de Cristo; lo superior a España, el mundo.
¿Qué restaba? Pulsar el corazón para ver si esa juventud estaba dispuesta a sacrificar la vida por el Ideal, y que ese Ideal fuera bendecido por Dios.
El Ideal fue bendecido por un Cardenal Primado de España, un Cardenal Pro-Nuncio Apostólico de S.S. en España, el Cardenal Secretario de S.S., Eugenio Pacelli y luego Papa Pío XII, el General dela Compañíade Jesús, el General de los Dominicos, el Cardenal Primado dela Argentinay finalmente el Papa Pío XI.
El corazón de los Jóvenes de Acción Católica Española.
A principios de 1936 al joven Presidente, que de rodillas había recibido la bendición del Papa parala Empresa, le llamaban visionario y loco porque creía en la capacidad de la juventud española ayudada de la gracia de Dios.
En 1941, 7.000 mártires y 2.000 vocaciones, jóvenes que lo sacrificaban todo, hasta la vida, decían que el loco y el visionario no era aquel joven Presidente, sino los que habían dudado del poder de la gracia obrando en el alma de la juventud española. (Esto dijo el limo. Sr. Don Hernán Cortés, Vicario General de Zaragoza y ex-Consiliario del Consejo Superior dela Juventudde Acción Católica Española, cuando aquel joven ofrendó su insignia ala Virgendel Pilar).
Carlos Peinó Agrelo
Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
Por gentileza de Carlos Peinó Agrelo. Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización del VENERABLE Manuel Aparici, que murió santamente dando Cursillos de Cristiandad, Colaborador en la redacción de su Positio super virtutibus , ex-Vice Postulador de la Causa, etc.
TODOS SOMOS JUVENTUD
La Revista SÍ, cuyo Director Fundador es Mons. Jaime Capó Bosch, en su número de Noviembre-Diciembre 2015, de San Juan, Puerto Rico, ofrece un reconfortante artículo que quiero compartir contigo, sin ningún comentario por mi parte.
«La Juventud es algo más que una etapa de la vida. Los jóvenes envejecen pero la juventud es dinamismo, esperanza, es el presente que promete futuro. Porque fueron juventud dinamizaron unas generaciones. Por Ley de vida nos cansamos y del trípode “piedad, estudio y acción” se reduce a la piedad vivida con nostalgia de ayer. Con mucho esfuerzo, instancia, consejo hoy hay esperanza y el Movimiento de Cursillos recobra en su totalidad: piedad, estudio y acción.
»Acertadamente han cambiado: somos jóvenes por todos somos juventud. El cursillo último de 33 jóvenes varones hizo abrir los ojos a los nostálgicos "del tiempo de siempre", y el cursillo de las muchachas con las 49 candidatas hizo levantar la cabeza a los que el tiempo, y quizá fracasos apostólicos, recordaban con nostalgia un ayer lejano.
»Una JUVENTUD compacta (varones y muchachas) hicieron posible que un equipo entregado, ilusionado y joven hiciera vibrar las COMUNIDADES.
»La clausura demostró la validez de lo que los iniciadores de los Cursillos en el mundo decían: Cursillo que se cierra, camino que se abre". Quiero dejar constancia de que en esta foto [foto que no te adjunto], Dios señala y avala que se abran nuevos caminos. Pronto desvelaré lo que es mensaje urgente del Señor.
»La muchedumbre compartiendo y escuchando a la juventud llenaba la sala de Clausuras como hacía mucho tiempo "era deseado", y atendían los mayores con atención reverente el mensaje mismo que ellos habían oído que suena distinto en boca de los que entran en la vida».
Por otro lado, en su contraportada, Jesús con los brazos abiertos, donde se lee:
Conociste la verdad
Del que te ofrece su luz
Es el hermano Jesús
Que te brinda su amistad
En Cursillos de Cristiandad
Él siempre cuenta contigo
Tienes que ser su testigo
En tu lindo caminar
Nunca vuelvas a fallar
Porque Jesús es tu amigo
Mensaje del Santo Padre por la 53° Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Ciudad del Vaticano, 07 de diciembre de 2015. (ZENIT.org)
"El dinamismo eclesial de la vocación es un antídoto contra el veneno de la indiferencia y el individualismo"
«Queridos hermanos y hermanas: Cómo desearía que, a lo largo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, todos los bautizados pudieran experimentar el gozo de pertenecer a la Iglesia. Ojalá puedan redescubrir que la vocación cristiana, así como las vocaciones particulares, nacen en el seno del Pueblo de Dios y son dones de la divina misericordia. La Iglesia es la casa de la misericordia y la «tierra» donde la vocación germina, crece y da fruto.
Por eso, invito a todos los fieles, con ocasión de esta 53a Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, a contemplar la comunidad apostólica y a agradecer la mediación de la comunidad en su propio camino vocacional.
En la Bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia recordaba las palabras de san Beda el Venerable referentes a la vocación de san Mateo: misereando atque eligendo (Misericordiae vultus, 8).
La acción misericordiosa del Señor perdona nuestros pecados y nos abre a la vida nueva que se concreta en la llamada al seguimiento y a la misión. Toda vocación en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva de Jesús. Conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda y se implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo misionero.
El beato Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, describió los pasos del proceso evangelizador. Uno de ellos es la adhesión a la comunidad cristiana (cf. n. 23), esa comunidad de la cual el discípulo del Señor ha recibido el testimonio de la fe y el anuncio explícito de la misericordia del Señor.
Esta incorporación comunitaria incluye toda la riqueza de la vida eclesial, especialmente los Sacramentos. La Iglesia no es sólo el lugar donde se cree, sino también verdadero objeto de nuestra fe; por eso decimos en el Credo: «Creo en la Iglesia».
La llamada de Dios se realiza por medio de la mediación comunitaria. Dios nos llama a pertenecer a la Iglesia y, después de madurar en su seno, nos concede una vocación específica. El camino vocacional se hace al lado de otros hermanos y hermanas que el Señor nos regala: es una con-vocación.
El dinamismo eclesial de la vocación es un antídoto contra el veneno de la indiferencia y el individualismo. Establece esa comunión en la cual la indiferencia ha sido vencida por el amor, porque nos exige salir de nosotros mismos, poniendo nuestra vida al servicio del designio de Dios y asumiendo la situación histórica de su pueblo santo.
En esta jornada, dedicada a la oración por las vocaciones, deseo invitar a todos los fieles a asumir su responsabilidad en el cuidado y el discernimiento vocacional. Cuando los apóstoles buscaban uno que ocupase el puesto de Judas Iscariote, san Pedro convocó a ciento veinte hermanos (Hch. 1,15); para elegir a los Siete, convocaron el pleno de los discípulos (Hch. 6,2). San Pablo da a Tito criterios específicos para seleccionar a los presbíteros (Tt 1,5-9). También hoy la comunidad cristiana está siempre presente en el surgimiento, formación y perseverancia de las vocaciones (cfr. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 107).
La vocación nace en la Iglesia. Desde el nacimiento de una vocación es necesario un adecuado «sentido» de Iglesia. Nadie es llamado exclusivamente para una región, ni para un grupo o movimiento eclesial, sino al servicio de la Iglesia y del mundo. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos (ibíd., 130).
Respondiendo a la llamada de Dios, el joven ve cómo se amplía el horizonte eclesial, puede considerar los diferentes carismas y vocaciones y alcanzar así un discernimiento más objetivo. La comunidad se convierte de este modo en el hogar y la familia en la que nace la vocación. El candidato contempla agradecido esta mediación comunitaria como un elemento irrenunciable para su futuro. Aprende a conocer y a amar a otros hermanos y hermanas que recorren diversos caminos; y estos vínculos fortalecen en todos la comunión.
La vocación crece en la Iglesia. Durante el proceso formativo, los candidatos a las distintas vocaciones necesitan conocer mejor la comunidad eclesial, superando las percepciones limitadas que todos tenemos al principio.
Para ello, es oportuno realizar experiencias apostólicas junto a otros miembros de la comunidad, por ejemplo: comunicar el mensaje evangélico junto a un buen catequista; experimentar la evangelización de las periferias con una comunidad religiosa; descubrir y apreciar el tesoro de la contemplación compartiendo la vida de clausura; conocer mejor la misión ad gentes por el contacto con los misioneros; profundizar en la experiencia de la pastoral en la parroquia y en la diócesis con los sacerdotes diocesanos. Para quienes ya están en formación, la comunidad cristiana permanece siempre como el ámbito educativo fundamental, ante la cual experimentan gratitud.
La vocación está sostenida por la Iglesia. Después del compromiso definitivo, el camino vocacional en la Iglesia no termina, continúa en la disponibilidad para el servicio, en la perseverancia y en la formación permanente. Quien ha consagrado su vida al Señor está dispuesto a servir a la Iglesia donde esta le necesite.
La misión de Pablo y Bernabé es un ejemplo de esta disponibilidad eclesial. Enviados por el Espíritu Santo desde la comunidad de Antioquía a una misión (Hch 13,1-4), volvieron a la comunidad y compartieron lo que el Señor había realizado por medio de ellos (Hch 14,27). Los misioneros están acompañados y sostenidos por la comunidad cristiana, que continúa siendo para ellos un referente vital, como la patria visible que da seguridad a quienes peregrinan hacia la vida eterna.
Entre los agentes pastorales tienen una importancia especial los sacerdotes. A través de su ministerio se hace presente la palabra de Jesús que ha declarado: Yo soy la puerta de las ovejas... Yo soy el buen pastor (Jn 10, 7.11). El cuidado pastoral de las vocaciones es una parte fundamental de su ministerio pastoral. Los sacerdotes acompañan a quienes están en buscan de la propia vocación y a los que ya han entregado su vida al servicio de Dios y de la comunidad.
Todos los fieles están llamados a tomar conciencia del dinamismo eclesial de la vocación, para que las comunidades de fe lleguen a ser, a ejemplo de la Virgen María, seno materno que acoge el don del Espíritu Santo (cf Lc 1,35-38). La maternidad de la Iglesia se expresa a través de la oración perseverante por las vocaciones, de su acción educativa y del acompañamiento que brinda a quienes perciben la llamada de Dios.
También lo hace a través de una cuidadosa selección de los candidatos al ministerio ordenado y a la vida consagrada. Finalmente es madre de las vocaciones al sostener continuamente a aquellos que han consagrado su vida al servicio de los demás.
Pidamos al Señor que conceda a quienes han emprendido un camino vocacional una profunda adhesión a la Iglesia; y que el Espíritu Santo refuerce en los Pastores y en todos los fieles la comunión eclesial, el discernimiento y la paternidad y maternidad espirituales:
Padre de misericordia, que has entregado a tu Hijo por nuestra salvación y nos sostienes continuamente con los dones de tu Espíritu, concédenos comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo de consagrarse a Ti y a la evangelización.
Sostenlas en el empeño de proponer a los jóvenes una adecuada catequesis vocacional y caminos de especial consagración. Dales sabiduría para el necesario discernimiento de las vocaciones de modo que en todo brille la grandeza de tu amor misericordioso. Que María, Madre y educadora de Jesús, interceda por cada una de las comunidades cristianas, para que, hechas fecundas por el Espíritu Santo, sean fuente de auténticas vocaciones al servicio del pueblo santo de Dios.
Vaticano, 29 de noviembre de 2015, Primer Domingo de Adviento».
El domingo, 06 de diciembre de 2015 , el papa Francisco rezó el Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.Ciudad del Vaticano, 06 de diciembre de 2015 (ZENIT.org)
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este segundo domingo de Adviento, la liturgia nos pone a la escuela de Juan el Bautista, que predicaba “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Y nosotros quizá nos preguntemos: '¿Por qué nos tendríamos que convertir? La conversión es para el que de ateo se vuelve creyente, de pecador se hace justo. Pero nosotros no la necesitamos. Nosotros somos ya cristianos'. Podemos preguntarnos esto. Por tanto, 'estamos bien'. Y eso no es verdad. Pensando de este modo, no nos damos cuenta de que es precisamente por esta presunción --que somos cristianos, todos buenos, que estamos en lo correcto-- precisamente por esta presunción, es por lo que nos debemos convertir: de la suposición de que, en fin de cuentas, va bien así y no necesitamos conversión alguna.
Pero preguntémonos: ¿es cierto que en las diversas situaciones y circunstancias de la vida, tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Jesús? ¿Es verdad que sentimos como siente Jesús? Por ejemplo, cuando sufrimos algún mal o alguna afrenta ¿podemos reaccionar sin animosidad y perdonar de corazón a los que nos piden perdón? Que difícil es perdonar, ¿eh? ¡Que difícil! ‘Me la vas a pagar: esta palabra viene de dentro, ¿eh? Cuando estamos llamados a compartir alegrías y tristezas, ¿sabemos llorar sinceramente con el que llora y alegrarnos con el que se alegra? Cuando debemos expresar nuestra fe, ¿sabemos hacerlo con valentía y sencillez, sin avergonzarnos del Evangelio? Y así podemos plantearnos tantas preguntas. No estamos bien. Siempre debemos convertirnos, tener los sentimientos que tenía Jesús.
La voz del Bautista grita aún en los desiertos de hoy de la humanidad, que son --¿cuáles son los desiertos de hoy?-- son las mentes cerradas y los corazones duros, y nos provoca para que nos preguntemos si efectivamente estamos recorriendo el camino correcto, viviendo una vida según el Evangelio. Hoy, como entonces, él nos amonesta con las palabras del profeta Isaías: “¡Preparad el camino del Señor!”. Es una invitación apremiante a abrir el corazón y recibir la salvación que Dios nos ofrece incesantemente, casi con testarudez, porque nos quiere a todos libres de la esclavitud del pecado. Pero el texto del profeta dilata esa voz, preanunciando que “todos los hombres verán la Salvación de Dios”. Y la salvación es ofrecida a todo hombre, y a todo pueblo, sin excluir a nadie, a cada uno de nosotros: ninguno de nosotros puede decir: ‘Yo soy santo, yo soy perfecto, yo ya estoy salvado’. No. Siempre debemos aceptar este ofrecimiento de la salvación, y por eso el Año de la Misericordia: para avanzar más en ese camino de la salvación, ese camino que nos ha enseñado Jesús. Dios quiere que todos los hombres sean salvados por medio de Jesucristo, el único mediador.
Por lo tanto, cada uno de nosotros está llamado a hacer conocer a Jesús a cuantos no lo conocen aún: pero eso no es hacer proselitismo. No. Es abrir una puerta. “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!”, declaraba san Pablo. Si a nosotros el Señor Jesús nos ha cambiado la vida, y nos la cambia cada vez que acudimos a Él, ¿cómo no sentir la pasión de hacerlo conocer a cuantos encontramos en el trabajo, en la escuela, en la comunidad, en el hospital, en los lugares de reunión? Si miramos a nuestro alrededor, encontramos a personas que estarían dispuestas a comenzar o a volver a comenzar un camino de fe, si encontraran a cristianos enamorados de Jesús. ¿No deberíamos y no podríamos ser nosotros esos cristianos? Os dejo la pregunta: ¿De verdad estoy enamorado de Jesús? ¿Estoy convencido de que Jesús me ofrece y me da la salvación? Y, si estoy enamorado, ¡tengo que hacerlo conocer! Pero debemos ser valientes: allanar las montañas del orgullo y de la rivalidad, rellenar los abismos excavados por la indiferencia y la apatía, enderezar los senderos de nuestras perezas y de nuestros acomodamientos.
Que nos ayude la Virgen María --que es Madre y sabe cómo hacerlo-- a derribar las barreras y los obstáculos que impiden nuestra conversión, es decir, nuestro camino hacia el encuentro con el Señor. ¡Él solo! ¡Solo Jesús puede dar cumplimiento a todas las esperanzas del hombre!
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Papa se refirió a la XXI Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático que se está llevando a cabo en París:
Queridos hermanos y hermanas,
Sigo con gran atención los trabajos de la Conferencia sobre el clima en curso en París, y me vuelve a la mente una pregunta que hice en la encíclica Laudato si' “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?” Por el bien de la casa común, de todos nosotros y de las futuras generaciones, en París todo el esfuerzo debería estar dirigido a mitigar los impactos de los cambios climáticos y, al mismo tiempo, a contrastar la pobreza y hacer florecer la dignidad humana. Las dos elecciones van unidas. Parar los cambios climáticos y contrastar la pobreza para que florezca la dignidad humana. Recemos para que el Espíritu Santo ilumine a todos los que están llamados a tomar decisiones tan importantes y les dé la valentía de tener siempre como criterio de elección el bien mayor para la familia humana.
Además, el Pontífice recordó el quincuagésimo aniversario de la eliminación de las sentencias mutuas de excomunión de 1054:
Mañana se conmemora el quincuagésimo aniversario de un acontecimiento memorable entre católicos y ortodoxos. El 7 de diciembre de 1965, en la vigilia de la conclusión del Concilio Vaticano II, con una declaración común del papa Pablo VI y del patriarca ecuménico Atenágoras, se eliminaban de la memoria las sentencias de excomunión intercambiadas entre la Iglesia de Roma y la de Constantinopla en 1054. Es realmente providencial que este gesto histórico de reconciliación, que ha creado las condiciones para un nuevo diálogo entre ortodoxos y católicos en el amor y la verdad, sea recordado precisamente en el inicio del Jubileo de la Misericordia. No hay un auténtico camino hacia la unidad sin una petición de perdón a Dios y entre nosotros, por el pecado de la división. Recordemos en nuestras oraciones al querido patriarca ecuménico Bartolomé y a los demás jefes de las Iglesias ortodoxas, y pidamos al Señor que las relaciones entre católicos y ortodoxos estén inspiradas siempre por el amor fraterno.
Sobre la ceremonia de beatificación de los mártires de la diócesis de Chimbote, el Santo Padre señaló:
Ayer, en Chimbote (Perú), fueron proclamados beatos Michael Tomaszek y Zbigniew Strzałkowski, franciscanos conventuales, y Alessandro Dordi, sacerdote fidei donum, asesinados por odio a la fe en 1991. Que la fidelidad de estos mártires en el seguimiento de Jesús nos dé la fuerza a todos nosotros, pero especialmente a los cristianos perseguidos en diferentes partes del mundo, para testimoniar con valentía el Evangelio.
A continuación, llegó el turno de los saludos que realiza tradicionalmente el Obispo de Roma:
Saludos a todos los peregrinos, llegados de Italia y de diferentes países. ¡Hay muchas banderas! ¿eh? En particular, al coro litúrgico de Milherós de Poiares y a los fieles de Casal de Cambra, Portugal. Saludo a los participantes en el Congreso del Movimiento de Compromiso Educativo de Acción Católica, a los fieles de Biella, Milán, Cusano Milanino, Neptuno, Rocca di Papa y Foggia; a los confirmandos de Roncone y los confirmando de Settimello, a la Banda de Calangianus y al Coro de Taio.
Francisco concluyó su intervención diciendo:
Os deseo a todos un buen domingo y una buena preparación para el inicio del Año de la Misericordia. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
Reflexión a las lecturas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
La Inmaculada Concepción
En medio del Tiempo de Adviento, cuánto nos ayuda esta solemnidad de la Virgen. Parece como si estuviera pensada, expresamente, para nuestra preparación para la Navidad. Por eso me parece que sería bueno encuadrar nuestra contemplación de este misterio de la Virgen, en el Tiempo de Adviento. En efecto, la solemnidad que celebramos nos ayuda a comprender mejor la necesidad de un Salvador, nos indica cómo prepararnos para su Venida en la Navidad y para su Vuelta Gloriosa, y nos dice, incluso, cómo tiene que ser toda nuestra vida cristiana.
En la 1ª Lectura contemplamos cómo el hombre rompe con Dios, pierde su condición de hijo, y aparece el sufrimiento, el mal y la muerte. ¡Es el pecado original!
De esta forma, se mete en un callejón sin salida: ha podido alejarse de Dios, pero ahora, por sí mismo, no puede volver a Él. Tendrá que venir Dios mismo a salvarle.
¡Se necesita un Salvador! Y no sólo lo necesitaron nuestros primeros padres, sino todo hombre y toda mujer. A todos nos llegan las consecuencias de un pecado que no cometimos. Y la misma sociedad experimenta, de algún modo, “el misterio del mal”, las consecuencias del pecado, y la necesidad de un libertador.
¿Y qué es celebrar la Navidad sino saltar de gozo, al contemplar al Salvador que llega? De este modo, comprendemos mejor la necesidad de prepararnos bien para esta gran festividad que se acerca. ¿Y cómo hacerlo? ¿De qué mejor manera que como Dios mismo preparó a la Virgen María desde el momento mismo de su Concepción? En efecto, cuando el alma de la Virgen se va a unir a su cuerpo en el seno de su madre, Dios interviene y la preserva del pecado original y la llena de gracia. Por eso hablamos de Concepción Inmaculada, es decir, sin mancha. En el Evangelio de hoy escuchamos cómo el ángel la saluda como la llena de gracia. Así, nosotros, en nuestra preparación para la Navidad, tenemos que esforzarnos por liberarnos de todo pecado y crecer en santidad.
Hoy contemplamos, por tanto, a María, toda limpia, toda hermosa. Y la Iglesia en este día proclama: "Todo es hermoso en ti, Virgen María, ni siquiera tienes la mancha del pecado original".
Y cuando los poetas se han acercado a este misterio de María, se han quedado sin palabras: "Bien lo sé yo, musa mía, el gran himno de María no lo rima ni lo canta miel de humana poesía ni voz de humana garganta”. Y también: “Sol del más hermoso día, Vaso de Dios puro y fiel. ¡Por ti pasó Dios, María! Cuán pura el Señor te haría, para hacerte digna de Él”. (Gabriel y Galán).
Por último, descubrimos aquí cómo tiene que ser toda nuestra vida: un esfuerzo constante por vencer el pecado y crecer en santidad, como nos recuerda la segunda lectura de hoy.
De este modo, podremos proclamar siempre con el salmo responsorial: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
MONICIONES
Con un lenguaje característico, propio del Libro del Génesis, se nos presenta, en esta lectura, la caída en el pecado de nuestros primeros padres y el anuncio de nuestra liberación. Es el pecado original del que fue preservada, en su Concepción,la Inmaculada VirgenMaría.
SALMO
La acción salvadora de Dios, expresada en la Concepción sin pecado de María, provoca en nuestra asamblea un canto agradecido y triunfal al Dios que hace maravillas. Su misericordia y fidelidad son eternas.
SEGUNDA LECTURA
La grandeza dela Virgen Maríahemos de contemplarla dentro de todo el proyecto grandioso, que Dios establece, desde toda la eternidad, y del que nos habla ahora S. Pablo.
TERCERA LECTURA
En el momento dela Anunciaciónel ángel saluda a María como llena de gracia.La Maternidaddivina de la Virgen, que aquí se anuncia, es la razón de todas las gracias singulares que adornan el cuerpo y el alma dela Santísima VirgenMaría.
Aclamemos ahora al Señor de pie, con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
Al acercarnos a comulgar miremos a la Virgen María: su alma es limpísima, exenta de pecado y llena de la plenitud de la gracia.
Pidámosle al Señor que nos ayude a parecernos cada día más a ella, que es nuestra Madre, y a recibir siempre al Señor en la Comunión, como ella lo recibió.
Viene la Palabra por monseñor Enrique Díaz Díaz. San Cristóbal de las Casas, 04 de diciembre de 2015 (ZENIT.org)
II domingo de Adviento
Baruc 5, 1-9: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”
Salmo 125: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”
Filipenses 1, 4-6. 8-11: “Llenos de frutos de justicia”
San Lucas 3, 1-6: “Hagan rectos sus senderos”
Esas amenazas las había escuchado muchas veces y le preocupaban, pero a su esposo no parecían afectarle o quizás disimulaba. Él siempre decía que lo más importante era la verdad. Cuando aparecían las estadísticas y en especial aquellas noticias: “México es uno de los países más peligrosos del mundo para los periodistas; las amenazas y los asesinatos a manos del crimen organizado, o de las autoridades corruptas, son cosa de todos los días. Este clima de miedo, junto con la impunidad que prevalece, genera autocensura, perjudicial para la libertad de información” y se daban cifras concretas, él sólo sonreía y decía: “Alguien tiene que hablar y alguno escuchará”. Ahora, frente al cadáver de su esposo, ella está convencida que su muerte no fue “un accidente”, como dicen los informes oficiales, ella está convencida que “lo han silenciado”. Han asesinado a un periodista más pero ¿se puede silenciar la verdad?
Dios muestra siempre su misericordia y sale en búsqueda del ser humano. El pasaje que hoy nos presenta San Lucas tiene un alto contenido teológico. Abre el relato de la predicación de Juan, y de la llegada de la Palabra, situándola tanto en la historia del mundo pagano como en la historia del pueblo de Israel. Y aunque todos los datos que enmarcan este comienzo son verificables, él está más interesado en hacer resaltar todo el símbolo que representan: por una parte el poder civil estructurado a modo de pirámide; y por otra el poder religioso representado por dos personajes emparentados entre sí, Caifás, sacerdote en activo, títere de Anás que había sido destituido. Poder político y religión judía no son capaces de dar respuesta a los anhelos del pueblo pobre y humilde. En un punto de la historia, marcado por estos dos poderes, en tiempos del emperador Tiberio, Dios envía su mensaje a Juan, hijo de Zacarías. Y se resaltan las contradicciones y llamadas de atención: Juan, hijo de aquel que había sido mudo, recibe ahora la Palabra; el hijo de la mujer que había sido estéril, ahora tiene la misión de presentar la vida. Y junto a la solemnidad y precisión del comienzo, llama la atención la imprecisión respecto al lugar: “en el desierto”. La llegada de Jesús no es pura casualidad en la historia, ni está al margen de la historia concreta de los hombres. Está encarnada, llega silenciosa, callada, en algún lugar muy concreto. La Palabra sale en búsqueda de quien quiera escucharla. En el principio está la Palabra.
Quizás hoy se quiera silenciar la Palabra. Nuevas contradicciones: vivimos en un mundo de gran comunicación, estamos cada día mejor informados, y sin embargo cada día escuchamos menos y tenemos menos posibilidades de comunicarnos. Quedamos aislados y somos menos capaces de entablar relaciones de amor y amistad. El poder y un mundo materialista han substituido al Dios de la vida y el hombre se encuentra vacío y aunque quiere balbucear y comunicarse, no encuentra nada en su corazón porque no ha escuchado la Palabra. También para el hombre de hoy llega la Palabra, también para quienes se sienten abrumados y cargando penosamente su silencio, hay razones de esperanza. En la primera lectura el profeta Baruc escribe a un pueblo que está desterrado y disperso y le dirige palabras de esperanza. El deseo de Dios es que cambie sus vestidos de luto y aflicción y se vista de esplendor, que vuelva a reunirse, camine seguro y con alegría. A tal punto espera este nuevo retorno que le ofrece un nuevo nombre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”, que al mismo tiempo es una meta y un camino para alcanzar la transformación. La amenazante guerra que parecía distante y se ha hecho presente en medio de nosotros, grita a nuestro corazón y a nuestras conciencias. No podemos permanecer impasibles. Construir la paz también es tarea nuestra. Sin una verdadera paz donde se enderecen los caminos no podrá haber justicia, no se puede llegar a Dios si no se establecen nuevas relaciones entre los hermanos, si no se tienden puentes entre los que se han dividido y si no reconocen los derechos de quienes han sido marginados. La gloria de Dios se manifiesta en la armonía de los hombres y la Palabra que hoy llega a nosotros nos ofrece esa posibilidad de reconstruir relaciones y encontrar esta paz en la justicia.
El tiempo de Adviento es tiempo de la Palabra, tiempo de escucha. Para ello tendremos también nosotros que vivir nuestro desierto, nuestro silencio y nuestra soledad. Necesitamos espacios para escuchar la Palabra que hoy llega a nosotros y solamente después podremos pronunciarla, vivirla y transformar nuestros ambientes. El camino del Adviento requiere allanar los senderos, enderezar los caminos torcidos y rellenar los profundos huecos que se han formado en nuestras vidas al margen de Dios. Para que la causa de la paz se abra camino en la mente y en el corazón de todos los hombres y, de modo especial, en el de aquellos que están llamados a servir a sus ciudadanos, es preciso que esté apoyada en firmes convicciones morales, en la serenidad de los ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la búsqueda constante del bien común nacional, regional y mundial. Solamente abriendo el corazón podremos hacer fructificar la Palabra. Pero la Palabra no debe quedar estéril, sino penetrar y transformar. El criterio para saber que ha llegado la Palabra es que nos abra a cada persona, sobre todo a los más pobres para que puedan ponerse de pie y caminar con dignidad, para que puedan participar del banquete mismo de la vida.
La Palabra que escucha en su corazón el Bautista, exige una conversión. Sólo así alcanzaremos la verdadera paz que se nos ofrece en Baruc. La consecución de la paz requiere la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños, requiere además la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud.
¿Qué estamos haciendo para escuchar la Palabra? ¿Cómo estamos construyendo esa nueva paz? ¿Escucharemos el mensaje o silenciaremos la Palabra?
Padre Bueno, que nos has enviado a tu Hijo Jesucristo como Palabra de vida, abre nuestros oídos y nuestros corazones, para que, escuchándolo y siguiéndolo, transformemos nuestro mundo en una comunidad, “Paz en la justicia y gloria en la Piedad”. Amén.
Primera predicación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap a la Curia Romana. Ciudad del Vaticano, 04 de diciembre de 2015 (ZENIT.org)
“Siendo Cristo la luz de las gentes...”
Una relectura cristológica de la Lumen Gentium
1. Una eclesiología cristológica
La feliz ocasión del quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II me sugirió la idea de dedicar las tres meditaciones de Adviento a una revisión del acontecimiento conciliar, en sus principales contenidos. En concreto, me gustaría hacer una reflexión sobre cada uno de los principales documentos del Concilio, que son las cuatro constituciones sobre la Iglesia (Lumen Gentium), sobre la Liturgia (Sacrosanctum Concilium), sobre la Palabra de Dios (Dei Verbum) y sobre la Iglesia en el mundo (Gaudium et Spes).
Lo que me dio la valentía de enfrentar, en tan poco tiempo, temas tan vastos y debatidos fue un hallazgo. Del Concilio se ha escrito y hablado sin fin, pero casi siempre sobre sus implicaciones doctrinales y pastorales; pocas veces sobre sus contenidos estrictamente espirituales. Yo quisiera, sin embargo, centrarme exclusivamente en ellos, tratando de ver lo que aún tiene que decirnos el Concilio en cuanto textos de espiritualidad, útiles para la edificación de la fe.
Comenzaremos dedicando las tres meditaciones de Adviento a la Lumen Gentium, reservando el resto para la próxima Cuaresma, si Dios quiere. Los tres temas de la constitución sobre los que quisiera reflexionar son la Iglesia cuerpo y esposa de Cristo, la llamada universal a la santidad y la doctrina sobre la Santísima Virgen.
La inspiración para esta primera meditación sobre la Iglesia me surgió al releer, por casualidad, el principio de la constitución en el texto latino. Este dice: “Lumen gentium cum sit Christus...”, “Siendo Cristo la luz de los pueblos...”. Debo decir que, en mi confusión, yo nunca había prestado atención a las enormes implicaciones de este comienzo. El hecho de haber tomado como título de la Constitución solo la primera parte de la frase me hizo pensar (y creo que no solo a mí) que el título “la luz de las naciones” se refería a la Iglesia, mientras que, como vemos, se refiere a Cristo. Es el título con el cual el anciano Simeón saludó al niño Mesías llevado al templo por María y José: “Luz para los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 32).
En esa frase inicial está la clave para interpretar toda la eclesiología del Vaticano II. Se trata de una eclesiología cristológica, y por lo tanto espiritual y mística, antes que social e institucional.
Es necesario poner en primer plano la dimensión cristológica de la eclesiología del Concilio con vistas a una evangelización más eficaz. No se acepta, de hecho, a Cristo por amor a la Iglesia, sino que se acepta a la Iglesia por amor a Cristo. Incluso una Iglesia desfigurada por el pecado de muchos de sus representantes.
Debo decir inmediatamente que, desde luego, no soy yo el primero en destacar la dimensión esencialmente cristológica de la eclesiología del Concilio Vaticano II. Releyendo los numerosos escritos del entonces cardenal Ratzinger sobre la Iglesia, me di cuenta de como él trató de mantener viva insistentemente esta dimensión de la doctrina sobre la Iglesia en la Lumen Gentium. La misma referencia a las implicaciones doctrinales de la frase inicial: “Lumen gentium cum sit Christus ...”, “siendo Cristo la luz de de los pueblos”, ya está en sus escritos, seguida de la afirmación: “Si uno quiere comprender rectamente el Vaticano II, debe siempre comenzar de nuevo por esta frase inicial”[1].
Debemos precisar de inmediato, para evitar malos entendidos, que esta visión espiritual e interior de la Iglesia nunca ha sido negada por nadie; pero, como siempre sucede en los asuntos humanos, lo nuevo amenaza con eclipsar a lo antiguo, lo actual hace perder de vista a lo eterno y lo urgente prima sobre lo importante. Así sucedió que las ideas de comunión eclesial y pueblo de Dios se desarrollaron a veces solo en sentido horizontal y sociológico, es decir, en un contexto de oposición entre koinonía y jerarquía, insistiendo más sobre la comunión de los miembros de la Iglesia entre ellos, que en la comunión de todos los miembros con Cristo.
Esto era quizás una prioridad del momento y un paso adelante; como tal san Juan Pablo II lo acoge y valoriza en su carta apostólica Novo Millenio Ineunte [2]. Pero cincuenta años después del final del Concilio, es quizás útil buscar de restablecer el equilibrio entre esta visión de la Iglesia condicionada por los debate del momento, y la visión espiritual y mística del Nuevo Testamento y de los Padres de la Iglesia. La pregunta fundamental no es “qué es la Iglesia”, sino “quién es la Iglesia” [3] y es de esta pregunta que querría dejarme guiar en la presente meditación.
La Iglesia cuerpo y esposa de Cristo
El alma y el contenido cristológico de la Lumen Gentium (LG) emergen sobretodo en el capítulo I, allí en donde se presenta a la Iglesia como esposa de Cristo y cuerpo de Cristo. Escuchemos algunas frases:
“La Iglesia llamada 'Jerusalén celeste' es 'madre nuestra' (Gal 4,26; cfr. Ap 12,17), es descrita como la Inmaculada esposa del Cordero inmaculado (cfr. Ap 19,7; 21,2 e 9; 22,17), esposa de Cristo que ‘ha amado... y por esa se ha dado a sí mismo, para santificarla (Ef 5,26), que se ha asociado con pacto indisoluble e incesantemente “nutre y cura” (Ef 5,29), y que después de haberla purificada la quiere junto a sí y sujetada en el amor y en la fidelidad. (cfr. Ef 5,24)” (LG, 6).
Ésto por el título de esposa, y por el de “cuerpo de Cristo” se dice:
“El Hijo de Dios, uniendo a sí la naturaleza humana y venciendo la muerte con su muerte y resurrección ha redimido al hombre y lo ha transformado en una nueva criatura. (cfr. Gal 6,15; 2 Cor 5,17). Comunicando de hecho su Espíritu constituye místicamente como su cuerpo a sus hermanos, que recoge de todas las gentes (…) Participando realmente del cuerpo del Señor en en la fracción del pan eucarístico, hemos sido elevados a la comunión con él y entre nosotros: “Porque hay un solo pan, todos nosotros no formamos sino un solo cuerpo, participando todos nosotros a un mismo pan”. (1 Cor 10,17). (LG 7).
Ha sido, también aquí mérito del entonces cardenal Ratzinger, haber puesto luz a la relación intrínseca entre estas dos imágenes de la Iglesia: ¡la Iglesia es cuerpo de Cristo porque es esposa de Cristo! En otras palabras, en el origen de la imagen paulina de la Iglesia, como cuerpo de Cristo no está la metáfora estoica de la concordia de las partes en el cuerpo humano (si bien a veces él utiliza también esta idea, como en Rom 12,4 ss, o en Cor 12, 12 ss), sino que está la idea conyugal de la única carne que el hombre y la mujer forman uniéndose en matrimonio (Ef 5, 29-32) y aún más la idea eucaristica del único cuerpo que forman quienes comen el mismo pan: “Porque hay un solo pan, nosotros somos, aunque muchos, un solo cuerpo; todos de hecho participamos de aquel único pan” (1 Cor 10, 17) [4].
Apenas es necesario recordar que ésto ha sido el corazón de la concepción agustiniana de la Iglesia, al punto de dar a veces la impresión de identificar puramente el cuerpo de Cristo que es la Iglesia con el cuerpo de Cristo que es la eucaristía [5].
Esta, sabemos es también la visión que mayormente acerca a la eclesiología católica a la eclesiología eucarística de la Iglesia ortodoxa. Sin la Iglesia y sin la eucaristía Cristo no tendría “cuerpo” en el mundo.
3. De la Iglesia al alma
Un principio muchas veces repetido y aplicado por los Padres de la Iglesia es: “Ecclesia vel anima”, o sea la Iglesia o también el alma [6]. El sentido es: lo que generalmente se dice de la Iglesia, hechas las debidas distinciones, se aplica en particular a cada persona en la Iglesia. De san Ambrosio es la afirmación: “La Iglesia es bella en las almas” [7].
Queriendo mantener el empeño declarado de estas meditadiciones, de recoger los aspectos más directamente “edificantes” de la eclesiología conciliar, nos preguntamos: ¿Qué puede significar para la vida espiritual del cristiano vivir y realizar esta idea de Iglesia, cuerpo de Cristo y esposa de Cristo?
Si la Iglesia en su acepción más íntima y verdadera es el cuerpo místico de Cristo, yo realizo en mi a la Iglesia, soy un “ser eclesial” [8], en la medida que permito a Cristo hacer de mi su cuerpo, no solo en teoría, sino también en la práctica. Lo que cuenta entonces no es el lugar que uno ocupa en la Iglesia, sino el lugar que Cristo ocupa en su corazón.
Objetivamente esto se realiza a través de los sacramentos, sobre todo en dos de éstos: el bautismo y la eucaristía. El bautismo lo hemos recibido una sola vez, la eucaristía en cambio la recibimos cada día. De aquí la importancia de recibirla de manera que ella pueda realizar la tarea de hacernos Iglesia. La frase famosa dicha por De Lubac “La eucaristía hace a la Iglesia” no se aplica solamente a nivel comunitario, sino también a nivel personal: la eucaristía hace de cada uno de nosotros el cuerpo de Cristo, o sea la Iglesia. También aquí querría servirme de algunas palabras profundas del entonces cardenal Ratzinger:
“Comunión significa que la barrera aparentemente insuperable de mi yo viene quebrada (…) significa por lo tanto fusión de las existencias. Como en la alimentación el cuerpo puede asimilar una sustancia extránea y así vivir, así mi yo es 'asimilado' al mismo Jesus, hecho similar a él en un intercambio que rompe siempre más las líneas de separación” [9].
Dos existencias, la mía y la de Cristo, se vuelven una sola, “sin confusión y sin división”, no hipostáticamente como en la Encarnación, sino místicamente y realmente. De dos “yo” resulta uno solo: no mi pequeño yo de criatura, sino el de Cristo, al punto que cada uno de nosotros después de haber recibido la eucaristía, puede osar decir con Pablo: “No soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí”. (Gal 2,20). En la eucaristía, escribe el Cabasilas,
“Cristo se derrama en nosotros y con nosotros se funde, pero cambiándonos y transformándonos en sí como una gota de agua puesta en un infinito océano de ungüento perfumado” [10].
La imagen de la Iglesia cuerpo de Cristo está intrínsecamente relacionada, se decía, con aquella de la Iglesia esposa de Cristo y también esto nos puede ayudar mucho a vivir en profundidad, mistagógicamente, la eucaristía.
La carta a los Efesios, dice que el matrimonio humano es un símbolo de la unión entre Cristo y la Iglesia: “Por esto el hombre dejará a su padre y su madre y se unirá a su mujer y los dos formarán una sola carne. Este misterio es grande; lo digo en referencia a Cristo y a la Iglesia”. (EF 5,31-33). Ahora, según san Pablo, la consecuencia inmediata del matrimonio es que el cuerpo del marido pasa a ser de la mujer y viceversa, el cuerpo de la mujer se vuelve del marido (Cfr.1 Cor 7,4).
Aplicado a la Eucaristía esto significa que la carne incorruptible y dadora de vida del Verbo encarnado se vuelve “mía”, pero también mi carne, mi humanidad, se vuelve de Cristo, es hecha propia por él. En la Eucaristía nosotros recibimos la sangre de Cristo, ¡pero también Cristo “recibe” nuestro cuerpo y nuestra sangre! Jesús, escribe san Hilario de Poitiers, asume la carne de quien asume la suya [11]. Él nos dice a nosotros: “toma, este es mi cuerpo”, pero también nosotros podemos decirle: “Toma este es mi cuerpo”.
En la colección de poesías eucarísticas que lleva por título “Canto del Dios Escondido”, el futuro papa Karol Wojtyla llama a este sujeto nuevo, cuya vida ha sido hecha propia por Cristo, “el yo eucarístico”.
“Se obrará entonces el milagro
de la transformación:
y así, serás el mi
-yo eucarístico” [12].
No hay nada de mi vida que no pertenezca a Cristo. Nadie puede decir: “¡Ah, Jesús no sabe lo que es estar casado, ser mujer, haber perdido un hijo, estar enfermo, ser anciano, ser persona de color!”. Si lo sabes tú también lo sabe él, gracias a ti y en ti. Lo que Cristo no ha podido vivir “según la carne” habiendo sido su existencia terrena como la de cada hombre, limitada a algunas experiencias, lo vive y lo “experimenta” ahora como resucitado “según el Espíritu”, gracias a la comunión de la misa. Vive en la mujer el ser mujer, en el anciano el ser anciano, en el enfermo la condición de enfermo. Todo lo que le “faltaba” a la plena “encarnación” del Verbo se “cumple” en la eucaristía. Había entendido el motivo profundo de esto la beata Isabel de la Trinidad cuando escribía: “La esposa pertenece al esposo. El mío me ha tomado. Quiere que sea para él una humanidad adjunta” [13].
Es como si Jesús nos dijera: “¡Yo tengo hambre de ti, quiero vivir de ti, por ello tengo que vivir cada pensamiento tuyo, cada afecto tuyo, tengo que vivir de tu carne, de tu sangre, de tu cansancio cotidiano, debe alimentarme como tu te alimentas de mi!”. ¡Que interminable motivo de estupor y de consolación al pensar que nuestra humanidad se vuelve la humanidad de Cristo! ¡Pero también que responsabilidad deriva de todo esto! Si mis ojos se han vuelto los ojos de Cristo, mi boca la de Cristo, tengo motivos para no permitir a mi mirada que se pierda en imágenes lascivas, a mi lengua para que no hable contra el hermano, a mi cuerpo para que sirva como instrumento de pecado. “¿Tomaré por lo tanto los miembros de Cristo -dice el apóstol- y los haré miembros de una prostituta?”. (1Cor 6,15). Estas palabras interpelan a cada bautizado. ¿Y que no decir de los consagrados, ministros de Dios, que deberían ser “modelos de la grey” (1Pt 5,3)? Hay que estremecerse delante del pensamiento de la masacre que se hace del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
El encuentro personal con Jesús
Hasta aquí he hablado de la relación objetiva, o sacramental, de muestro volvernos Iglesia, o sea el cuerpo de Cristo. Hay también una dimensión subjetiva y existencial. Esta consiste en lo que el papa Francisco en la Evangelii Gaudium define “un encuentro personal con Jesús de Nazaret”.
Escuchemos sus palabras.
“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a que renueve hoy mismo su encuentro personal con Jesucristo, o al menos, tome la decisión de dejarse encontrar por Él, de buscarlo cada día sin descanso. No hay motivo por el cual alguien pueda pensar que esta invitación no es para él”. (EG. nr.3)
Aquí tenemos que dar un paso hacia adelante, también respecto a la eclesiología del Concilio. En el lenguaje católico, “el encuentro personal con Jesús” no ha sido un concepto muy familiar. En lugar de un encuentro “personal” se prefería la idea de un encuentro eclesial, que se realiza, o sea, mediante los sacramentos de la Iglesia. La expresión tenía a nuestros oídos de católicos, ecos vagamente protestantes.
Está claro que aquello que se propone no es un encuentro personal con Cristo que sustituya el sacramental, sino hacer que el encuentro sacramental sea también un encuentro libremente decidido o reiterado, no puramente nominal, jurídico o habitual. Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, la adhesión personal a Cristo es el único modo de entrar a formar parte de ella desde el punto de vista existencial.
Para entender que quiere decir realizar un encuentro personal con Jesús, es necesario dar una mirada, aunque sea sumaria, a la historia. ¿Cómo se volvía miembro de la Iglesia en los tres primeros siglos? Con todas las diferencias de individuo a individuo y de lugar a lugar, esto sucedía después de una larga iniciación, el catecumenado, y era el fruto de una decisión personal, además peligrosa por la posibilidad del martirio.
Las cosas cambiaron cuando el cristianismo pasó a ser, primero religión tolerada y después, en breve tiempo, religión favorita, cuando no incluso impuesta. En esta situación, el acento no fue puesto más en el momento y en el modo con el cual una persona se vuelve cristiana, o sea en el venir a la fe, sino sobre las exigencias morales de la misma fe, sobre el cambio de las costumbres; en otras palabras, sobre la moral.
La situación, a pesar de todo, era menos grave de lo que pudiera parecernos a nosotros hoy, porque, a pesar de todas las incoherencias que conocemos, la familia, la escuela, la cultura y poco a poco también la sociedad ayudaban, casi espontáneamente a absorber la fe. Sin tomar en cuenta que desde el inicio de la nueva situación habían nacido formas de vida como el monacato, y después varias órdenes religiosas, en las cuales el bautismo era vivido en toda su radicalidad y la vida cristiana era fruto de una decisión personal, muchas veces heroica.
Esta situación llamada de “cristiandad” ha cambiado radicalmente. De aquí la urgencia de una evangelización que tome en cuenta la actual situación. Se trata en práctica de crear para los hombres de hoy ocasiones que les permitan tomar, en el nuevo contexto, aquella decisión personal libre y madura que los cristianos tomaban al inicio cuando recibían el bautismo y que les transformaba en cristianos reales y no solo nominales.
El ritual de la “Iniciación Cristiana de los Adultos” de 1972 propone una especie de camino catecumenal para el bautismo de los adultos. En algunos países con religión mixta, donde muchas personas piden el bautismo cuando llegan a adultos, este instrumento se ha revelado de gran eficacia. ¿Pero qué hacer con la masa de los cristianos ya bautizados que viven como cristianos de nombre y no de hecho, completamente extraños a la Iglesia y a la vida sacramental?
Una respuesta a este problema son la gran cantidad de movimientos eclesiales, asociaciones laicales y comunidades parroquiales renovadas, aparecidas después del Concilio. La contribución común de todas estas realidades, incluso en la gran variedad de estilos y consistencia numérica, es que esas son el contexto y el instrumento que permite a tantas personas adultas el tomar una decisión personal hacia Cristo, el tomar en serio su bautismo, y volverse sujetos activos de la Iglesia.
Pero no me detengo en estos aspectos pastorales del problema. Lo que quiero subrayar, al concluir esta meditación, es una vez más el aspecto espiritual y existencial que nos corresponde individualmente. ¿Qué significa encontrar y hacerse encontrar por Jesús? Significa pronunciar la frase “¡Jesús es el Señor!”, como la pronunciaban Pablo y los primeros cristianos, decidiendo, con esta para siempre, toda la propia vida.
Después de esto Jesús no es más un personaje, sino una persona; no alguien del que se habla, sino alguien a quien y con quien se puede hablar, porque resucitado y vivo; no solamente una memoria, aunque litúrgicamente viva y operante, sino una presencia. Quiere decir también no tomar ninguna decisión de alguna importancia sin antes haberla sometido a él en la oración.
He dicho al inicio que no se acepta Cristo por amor a la Iglesia, sino que se acepta a la Iglesia por amor de Cristo. Busquemos por lo tanto amar a Cristo y hacerlo amar, y habremos dado nuestro mejor servicio a la Iglesia. Si la Iglesia es la esposa de Cristo, como cada esposa, ella genera nuevos hijos uniéndose por amor a su Esposo. La fecundidad de la Iglesia depende de su amor por Cristo. El mas bonito servicio que cada uno de nosotros puede hacer a la Iglesia es de amar a Jesús y crecer en la intimidad para con él.
[1]
[1] J. Ratzinger, L’ecclesiologia del Vaticano II, in Chiesa, ecumenismo e politica, Edizioni Paoline, Cinisello Balsamo, 1987, pp. 9-16).
[2]
[2] Cf. S. Giovanni Paolo II, “Novo millennio ineunte”, 42. 45.
[3]
[3] Cf. H. U. von Balthasar, Sponsa Verbi, Saggi teologici,II, Morcelliana, Brescia 1972, pp. 139 ss. (ed. tedesca Sponsa Verbi, Johannes Verlag, Einsiedeln 1961).
[4]
[4] Joseph Ratzinger, Origine e natura della Chiesa, in La Chiesa. Una comunità sempre in cammino, Ed. Paoline, Cinisello Balsamo, 1991, pp. 9-31).
[5]
[5] Cf. H. de Lubac, in Corpus Mysticum. L’Eucharistie et l’Eglise au Moyen Age, Aubier, Paris 1949 (trad.ital. Corpus Mysticum. L’eucaristia e la chiesa nel Medioevo, Jaka Book, Milano 1996).
[6]
[6] Cf. Origene, In cant. cant. III (GCS 33, p. 185 e 190); S. Ambrogio, Exp. Ps. CXVIII, 6,18 (CSEL 62, p. 117).
[7]
[7] De mysteriis VII, 39 ; cf. H. de Lubac, Exégèse mediévale, I, 2, Paris, Aubier, 1959, p.650.
[8]
[8] Cf. J. Zizioulas, L’être ecclésial, Labor et fides, Genève 1981 (trad. Ital. Ed. Qiqajon, Comunità di Bose 2007).
[9]
[9] J. Ratzinger, Origine e natura della Chiesa, cit.
[10]
[10] Ni. Cabasilas, Vita in Cristo, IV,3 (PG 150, 593).
[11]
[11] S. Ilario di Poitiers, De Trinitate, 8, 16 (PL 10, 248): “Eius tantum in se adsumptam habens carnem, qui suam sumpserit”.
[12]
[12] K. Wojtyla, Tutte le opere letterarie, Bompiani. Milano 2000, p. 75.
[13]
[13] B. Elisabetta della Trinità, Lettera 261, alla mamma (in Opere, Roma 1967, p. 457).
Domingo 2º de Adviento C
En nuestro camino haciala Navidad, se presenta este domingo, en medio de nuestra asamblea, la figura de Juan el Bautista. ¡Con qué relieve, con qué veneración, lo hace el evangelista S. Lucas!
La Iglesia acoge hoy la voz y la misión del Bautista, porque ella, toda entera, tiene que prepararse para la Navidad; y, además, tiene ahora el encargo de preparar al Señor, como hizo Juan, “un pueblo bien dispuesto” para celebrar la Navidad y para su Venida Gloriosa.
El Evangelio de este domingo nos dice: “Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados...” Y, además, que se cumple lo anunciado por el profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos… Y todos verán la salvación de Dios”.
El planteamiento que se nos hace es muy sencillo: Dios quiere que cada cristiano, que todo su pueblo santo, goce de la salvación que nos trae y nos ofrece cada año la Navidad. Y cada uno tiene que preguntarse seriamente: ¿Qué es lo que obstaculiza, qué es lo que impide, que llegue a mí este año la gracia de la Navidad?
Siguiendo el texto, podríamos preguntarnos, en concreto: ¿Cuáles son en mi vida, los valles, las deficiencias, que tengo que rellenar? ¿Cuáles, los montes y colinas que tengo que allanar? ¿Qué es lo torcido que tengo que enderezar y lo escabroso que tengo que igualar?
¿Quién no ve aquí la necesidad de una labor espiritual, de un esfuerzo serio y decidido para conseguirlo? ¿Quién no ve aquí la necesidad del Adviento?
Y todo esto se llama conversión. El Adviento, lo sabemos, es tiempo de conversión. Y ésta consiste en pasar del pecado a la gracia; o de la gracia a más gracia, a mejor gracia. En definitiva, hacia la santidad a la que nos llama el Señor.
Precisamente, en la segunda lectura, S. Pablo quiere que los cristianos lleguemos al “Día de Cristo”, su Segunda Venida, “santos e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios”.
¿Quién no descubre aquí la necesidad del sacramento de la Penitencia? ¿No debería terminar el Adviento con la recepción, humilde y confiada, de este sacramento?
La primera lectura es un bello cántico, una invitación a la alegría, que se hace a la Iglesia, la nueva Jerusalén, al contemplar a sus hijos que vuelven a ella.
Y es que la preparación y la celebración de la Navidad no es, como decíamos, algo sólo de tipo individual, sino también, de tipo comunitario y misionero. Tiene que ser la Navidad de una “Iglesia en salida misionera”, que anuncia a todos la llegada de la salvación, que no puede dejar a nadie indiferente.
Ojalá que lo hagamos así. Entonces, en el Tiempo de Navidad, proclamaremos, gozosos, con el salmo responsorial de este domingo: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.
¡BUEN ADVIENTO! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 2º DE ADVIENTO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Con un lenguaje lleno de colorido y poesía, anuncia el profeta que el Señor trazará por sí mismo la ruta de su pueblo que retornará del destierro de Babilonia lleno de alegría y esperanza. Escuchemos con atención.
SALMO
El salmo canta el retorno del pueblo de Israel del destierro de Babilonia. También nosotros, como pueblo liberado por la Sangre de Cristo, podemos unirnos a la alegría de aquel pueblo y proclamar también la dicha de nuestra propia liberación.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo siente gran aprecio por los cristianos de Filipos, como se expresa en esta Carta. Él ruega por ellos para que se mantengan limpios e irreprochables para el Día de Cristo, la Venida Gloriosa del Señor que esperamos.
TERCERA LECTURA
S. Lucas nos presenta hoy, con toda solemnidad, la inauguración del ministerio de Juan el Bautista, que viene a preparar el camino del Señor predicando un bautismo de conversión.
Pero antes de escuchar el Evangelio cantemos, de pie, el aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos el Cuerpo entregado y la Sangre derramada para el perdón de los pecados.
Pidámosle al Señor que nos ayude a preparar en nuestros corazones, el camino de Cristo que viene, especialmente, con la recepción frecuente del sacramento de la Penitencia, que Él ha instituido para el perdón y la santificación de su pueblo.
Palabras que el Papa Francisco ha dirigido a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, recibidos en audiencia el 3 de diciembre de 2015 a última hora de la mañana.
Alle ore 12.15 di oggi nella Sala Clementina del Palazzo Apostolico, il Santo Padre Francesco ha ricevuto in Udienza i partecipanti alla Plenaria della Congregazione per l’Evangelizzazione dei Popoli.
Pubblichiamo di seguito il discorso che il Papa ha rivolto ai presenti all’udienza:
Discorso del Santo Padre
Signori Cardinali,
Cari fratelli Vescovi e Sacerdoti,
Cari fratelli e sorelle,
Vi accolgo in occasione della vostra Assemblea Plenaria, nella quale avete fatto il punto sulla missio ad gentes, oltre che offerto preziose indicazioni per il futuro. Sono di ritorno – come ha detto il card. Filoni - dal mio primo viaggio apostolico in Africa, dove ho toccato con mano il dinamismo spirituale e pastorale di tante giovani Chiese di quel Continente, come pure le gravi difficoltà in cui vive buona parte della popolazione. Ho potuto constatare che, laddove ci sono necessità, c’è quasi sempre una presenza della Chiesa pronta a curare le ferite dei più bisognosi, nei quali riconosce il corpo piagato e crocifisso del Signore Gesù. Quante opere di carità, di promozione umana! Quanti anonimi buoni samaritani lavorano ogni giorno nelle missioni!
Evangelizzatrice per natura, la Chiesa inizia sempre evangelizzando sé stessa. Discepola del Signore Gesù, si pone in ascolto della sua Parola, da cui trae le ragioni della speranza che non delude, perché fondata sulla grazia dello Spirito Santo (cfr Rm 5,5). Solo così è capace di custodire freschezza e slancio apostolico. Il Decreto conciliare Ad gentes e l’Enciclica Redemptoris missio, a cui avete ispirato questa Plenaria, dicono che «è dalla missione del Figlio e dalla missione dello Spirito Santo che la Chiesa, secondo il piano di Dio Padre, deriva la propria origine» (Ad gentes, 2). La missione non risponde in primo luogo ad iniziative umane; protagonista è lo Spirito Santo, suo è il progetto (cfr Redemptoris missio, 21). E la Chiesa è serva della missione. Non è la Chiesa che fa la missione, ma è la missione che fa la Chiesa. Perciò, la missione non è lo strumento, ma il punto di partenza e il fine.
Nei mesi scorsi il vostro Dicastero ha realizzato un’indagine sulla vitalità delle giovani Chiese, per capire come rendere più efficace l’opera della missio ad gentes, considerata anche l’ambiguità cui è esposta a volte oggi l’esperienza di fede. Il mondo secolarizzato, infatti, anche quando è accogliente verso i valori evangelici dell’amore, della giustizia, della pace e della sobrietà, non mostra uguale disponibilità verso la persona di Gesù: non lo ritiene né Messia, né Figlio di Dio. Al più lo considera un uomo illuminato. Separa, dunque, il messaggio dal Messaggero, il dono dal Donatore. In questa situazione di scollamento, la missio ad gentes funge da motore e da orizzonte della fede. E’ vitale che nel presente momento «la Chiesa esca ad annunciare il Vangelo a tutti, in tutti i luoghi, in tutte le occasioni, senza indugio, senza repulsioni e senza paura» (Esort. ap. Evangelii gaudium, 23). La missione, infatti, è una forza capace di trasformare la Chiesa al proprio interno prima ancora che la vita dei popoli e delle culture. Ogni parrocchia faccia proprio, dunque, lo stile della missio ad gentes. In tal modo, lo Spirito Santo trasformerà i fedeli abitudinari in discepoli, i discepoli disaffezionati in missionari, tirandoli fuori dalle paure e dalle chiusure e proiettandoli in ogni direzione, sino ai confini del mondo (cfr At 1,8). L’approccio kerigmatico alla fede, così familiare tra le giovani Chiese, abbia spazio pure tra quelle di antica tradizione.
Paolo e Barnaba non avevano il Dicastero missionario alle spalle. Eppure, hanno annunciato la Parola, hanno dato vita a diverse comunità e versato il sangue per il Vangelo. Con il tempo sono cresciute le complessità, e la necessità di uno speciale raccordo tra le Chiese di recente fondazione e la Chiesa universale. Per questo, quattro secoli fa, Papa Gregorio XV istituì la Congregazione De Propaganda Fide, che dal 1967 assunse il nome di Congregazione per l’Evangelizzazione dei Popoli. E’ evidente che in questa fase della storia «non serve una semplice amministrazione [della realtà esistente]. Costituiamoci in tutte le regioni della terra in uno stato permanente di missione» (Esort. ap. Evangelii gaudium, 25): è un paradigma. San Giovanni Paolo II ne specificò la modalità, affermando: «Ogni rinnovamento nella Chiesa deve avere la missione come suo scopo per non cadere preda di una specie di introversione ecclesiale» (Esort. ap. post-sinod. Ecclesia in Oceania, 19). “Andare” è insito nel Battesimo, e i suoi confini sono quelli del mondo. Perciò continuate ad impegnarvi affinché lo spirito della missio ad gentes animi il cammino della Chiesa, ed essa sappia sempre ascoltare il grido dei poveri e dei lontani, incontrare tutti e annunciare la gioia del Vangelo.
Vi ringrazio per il vostro lavoro di animazione e cooperazione missionaria, con cui ricordate a tutte le Chiese che, se costrette nei propri orizzonti, corrono il pericolo di atrofizzarsi e spegnersi. La Chiesa vive e cresce “in uscita”, prendendo l’iniziativa e facendosi prossimo. Perciò voi incoraggiate le Comunità ad essere generose anche nei momenti di crisi vocazionale. «La Missione, infatti, rinnova la Chiesa, rinvigorisce la fede e l’identità cristiana, dà nuovo entusiasmo e motivazioni» (Redemptoris missio, 2).
Nei tanti sentieri della missio ad gentes è già visibile l’alba del nuovo giorno, come dimostra il fatto che le giovani Chiese sanno dare, non solo ricevere. I primi frutti sono la loro disponibilità a concedere propri sacerdoti a Chiese sorelle della medesima nazione, dello stesso Continente, o a servire Chiese bisognose di altre regioni del mondo. La cooperazione non è più soltanto lungo l’asse nord-sud. C’è anche un movimento inverso di restituzione del bene ricevuto dai primi missionari. Sono anche questi i segni di una raggiunta maturità.
Fratelli e sorelle, preghiamo e lavoriamo perché la Chiesa sia sempre più secondo il modello degli Atti degli Apostoli. Lasciamoci sospingere dalla forza del Vangelo e dello Spirito Santo; usciamo dai nostri recinti, emigriamo dai territori in cui a volte siamo tentati di chiuderci. Così saremo in grado di camminare e seminare oltre, più in là. Maria Santissima, Madre di Dio, san Francesco Saverio, oggi, e santa Teresa di Gesù Bambino, patroni delle missioni, illuminino i nostri passi nel servizio al Vangelo del Signore Gesù. Vi accompagno con la mia Benedizione e per favore vi chiedo di pregare per me. Grazie.
Catequesis del papa Francisco en la audiencia general del miércoles 2 de noviembre de 2015. (ZENIT.org)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los días pasados he realizado mi primer viaje apostólico en África. ¡Que bella es África! Doy gracias al Señor por este su gran don, que me permitió visitar tres países: primero Kenia, después Uganda y al final la República Centroafricana. Expreso nuevamente mi reconocimiento a las autoridades civiles y a los obispos de estas naciones por haberme recibido y les agradezco a todos aquellos que de tantas maneras han colaborado. ¡Gracias de corazón!
Kenia es un país que representa bien los desafíos globales de nuestra época: tutelar la creación reformando el modelo de desarrollo para que sea equitativo, inclusivo y sostenible. Todo esto se encuentra en Nairobi, la ciudad más grande de África oriental en donde conviven riqueza y miseria, pero esto es un escándalo. Y no solamente en África, sino también aquí por todas partes. La convivencia entre riqueza y pobreza es un escándalo, es una vergüenza para la humanidad.
En Nairobi tiene su sede la Oficina de las Naciones Unidas sobre el Ambiente, que he visitado. En Kenia tuve un encuentro con las autoridades y diplomáticos, y también a los habitantes de un barrio popular; tuve otro encuentro con los líderes de las diversas confesiones cristianas y de otras religiones, con los sacerdotes y consagrados, y he tenido también un encuentro con los jóvenes, ¡muchos jóvenes!
En cada ocasión les he animado para que aprecien las grandes riquezas de aquel país: riqueza natural y espiritual, constituida por los recursos de la tierra, por las nuevas generaciones y por los valores del pueblo. En este contexto así dramáticamente actual tuve la alegría de llevar la palabra de esperanza de Jesús Resucitado: “Sean firmes en la fe, no tengan miedo”. Este era el lema de la visita. Una palabra que es vivida cada día por tantas personas humildes y simples, con noble dignidad; una palabra de la que dieron testimonio de manera trágica y heroica los jóvenes de la Universidad de Garisa, asesinados el 2 de abril pasado porque eran cristianos. Su sangre es semilla de paz y de fraternidad para Kenia, África y el mundo entero.
En Uganda mi visita fue en el signo de los mártires de aquel país, 50 años después de su histórica canonización, realizada por el beato Pablo VI. Por este motivo el lema era: “Serán mis testigos” (Act. 1,8). Un lema que presupone las palabras inmediatamente anteriores: “Tendrán la fuerza del Espíritu Santo” porque es el espíritu el que anima el corazón y las manos de los discípulos misioneros. Y toda la visita en Uganda se ha realizado en el fervor del testimonio animado por el Espíritu Santo. Testimonio en sentido explícito es el servicio de los catequistas, a quienes les he agradecido y animado por su empeño, que muchas veces incluye también a sus familias. Testimonio es el de la caridad que he tocado con la mano en la Casa de Nalukolongo, y que ve empeñadas a tantas comunidades y asociaciones al servicio de los más pobres, discapacitados, enfermos.
Testimonio es el de los jóvenes que a pesar de las dificultades custodian el don de la esperanza e intentan vivir de acuerdo con el evangelio y no según el mundo, yendo así contracorriente. Testimonio son los sacerdotes, los consagrados y consagradas que renuevan día a día su 'sí' total a Cristo y se dedican con alegría al servicio del pueblo santo de Dios. Y hay un tercer grupo de testimonios, pero hablaré después.
Todo este multiforme testimonio, animado por el mismo Espíritu Santo, es levadura para toda la sociedad, como lo demuestra la eficaz obra realizada en Uganda en la lucha al SIDA y en la recepción de los refugiados.
La tercera etapa del viaje fue en la República Centroafricana, en el corazón geográfico del continente. Esta visita fue en realidad mi primera intención, porque aquel país esta intentando salir de un período muy difícil, de conflictos violentos y hay tanto sufrimiento en la población. Por este motivo quise justamente allí, en Bangui, una semana antes, abrir la primera Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia, en un país que sufre tanto, como signo de fe y de esperanza para aquel pueblo, y simbólicamente para todas las poblaciones africanas más necesitadas de rescate y confort.
La invitación de Jesús a los discípulos: “Crucemos a la otra orilla” (LC 8,22) era el lema para Centroafricana. “Cruzar a la otra orilla”, desde el punto de vista civil significa dejar atrás la guerra, las divisiones, las miserias, y elegir la paz, la reconciliación, el desarrollo. Pero esto presupone un 'cambio' que se realiza en las conciencias, en las actitudes y en las intenciones de las personas.
Y a este nivel es decisivo el aporte de las comunidades religiosas. Por lo tanto he encontrado a las comunidades evangélicas y a aquella musulmana, compartiendo la oración y el empeño por la paz.
Con los sacerdotes y los consagrados, pero también con los jóvenes hemos compartido la alegría de sentir que el Señor resucitado está con nosotros en la barca, y es Él quien la guía a la otra orilla.
Para finalizar, la última misa en el estadio de Bangui, en el día de la fiesta del apóstol Andrés, hemos renovado el empeño para seguir a Jesús, nuestra esperanza, nuestra paz, rostro de la divina misericordia.
Esta última misa maravillosa estaba llena de jóvenes, un estadio de jóvenes. Más de la mitad de la población de República Centroafricana son jóvenes, con menos de 18 años: ¡una promesa para ir hacia adelante!
Querría decir una palabra sobre los misioneros. Hombres y mujeres que han dejado la patria, todo... Siendo jóvenes fueron allí teniendo una vida con tanto trabajo, a veces durmiendo en el piso. En un determinado momento he encontrado en Bangui a una monja, era italiana. Se veía que era anciana.
- ¿Cuántos años tiene?, le pregunté.
- "81"
- No tantos, dos más que yo.
Esta monja estaba allí desde sus 23 o 24 años de edad: toda la vida. Y como ella tantas. Estaba con una niña. Y la niña en italiano le decía: 'nonna'. Y la monja me ha dicho: “Pero yo no soy de aquí, sino de un pueblo cercano, del Congo, y he venido en canoa con esta niña”. Así son los misioneros: llenos de coraje.
- ¿Y qué hace, hermana?
- “Soy enfermera, he estudiado un poco aquí y me he vuelto obstétrica y he hecho nacer a 3.280 niños”.
Así me ha dicho. Toda su vida para la vida de los otros. Y como esta monja , hay tantas, tantas: tantas monjas, tantos sacerdotes, tantos religiosos que queman su vida para anunciar a Jesucristo. Es bello ver ésto. Es bello.
Quisiera decir una palabra a los jóvenes. Pero hay pocos, porque la natalidad es un lujo, parece, en Europa la natalidad es cero, natalidad del uno por ciento. Y me dirijo a los jóvenes, piensen qué cosa haces de la propia vida. Piensen en esta monja y en tantas como ella que dieron la vida y en tantas que han muerto allá.
Se es misionero no para hacer proselitismo: me decía esta monja que las mujeres musulmanas van donde ellas porque saben que las monjas son enfermeras buenas que curan bien, y no le hacen la catequesis para convertirlas. Dan testimonio, y a quien quiere le enseñan el catecismo. Pero el testimonio es éste, la gran misionaridad heroica de la Iglesia. Anunciar a Jesucristo con la propia vida. Me dirigo a los jóvenes: piensen qué quieres hacer tú de la propia vida. Es el momento de pensar y pedir al Señor que te haga sentir su voluntad. Pero sin excluir, por favor, esta posibilidad de volverse misionero, para llevar el amor, la humanidad, la fe a otros países. No para hacer proselitismo, no. Ésto lo hacen otros para buscar otra cosa. La fe se predica antes con el testimonio y después con la palabra. Lentamente.
Alabemos juntos al Señor por esta peregrinación en tierra africana, y dejémonos guiar por sus palabras claves: “Sean firmes en la fe, no tengan miedo”; “Serán mis testigos”; “Crucemos a la otra orilla”.
Los servicios de la CEP + OMP que esperan las iglesias jóvenes ha sido realizada por Su Exc. Mons. Giampiero Gloder, presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica
XIX Plenary – CEP 2015
November 30 – December 3, 2015
Tema: Ecclesial Awareness and Missio ad gentes: The Service of the Congregation for the Evangelization of Peoples at 50 Years since the Conciliar Document Ad Gentes.
III Ponenza
Services that Young Churches expect from the C.E.P. and from the Pontifical Mission Societies
By His Excellency Most Rev. Giampiero Gloder
The topic that has been assigned to me for this Conference, “Services of the Congregation for the Evangelization of the Peoples expected by Young Churches”, is an invitation to reflect on certain aspects of the services offered by the Congregation, according to what has been expressed in the “Pastor Bonus”, so as to foment and improve them.
My discussion will be very simple and intends above all to gather the comments and suggestions that have emerged from the questionnaire sent to a certain number of Bishops, in order to bring out ideas and feedback that may help our Dicastery continue its task in an increasingly efficient way.
In “Evangelii gaudium”, Pope Francis invited the whole Church to conversion and to an openness towards a permanent self-reform in order to be truly and completely faithful to Jesus Christ and His mission (cfr. n. 6), and he pointed out the necessity that everything in the Church be “suitably channeled for the evangelization of today’s world rather than for her self-preservation” (n. 27). I believe that both the Congregation and the young Churches should enter into this perspective, with an attitude open to seeking the truth and to conversion, in order to become more luminous heralds of the message of the Gospel to all mankind.
The title of this Conference contains two correlated subjects: the Congregation for the Evangelization of Peoples (CEP) and the young Churches. The focus of interest is the service that the young Churches expect from the Dicastery. 262 responses were received, although many were left blank in the section reserved to our topic. This could be interpreted either to affirm that the services provided by the Congregation are valued, useful, and appropriate, or to indicate a certain difficulty in providing suggestions for activities and services important to our Churches. I hope that from the following study useful elements emerge to encourage, confirm, and improve the work of the Dicastery.
There is no need for an in-depth analysis of the goal and the guiding principles of the Congregation. However, it may be useful to briefly recall certain elements.
When Pope Gregory XV, in 1622, founded the Missionary Dicastery, two specific goals were established. The first was the need to spread the faith, following some very precise principles: the separation from colonialism, so that the missions would be able to carry out exclusively ecclesial and spiritual activities; the freedom of the missionaries from political interference; the adequate formation of both the missionaries and the native clergy, with the goal of establishing local hierarchies; the adaptation to the culture and the local customs. The second goal was that of increasing the unity of the Church throughout the whole world.
I would say that the Vatican II Decree “Ad gentes”, whose 50th anniversary we celebrate, maintains the same dual perspective of promoting evangelization on a variety of levels and of communion, even after more than three centuries of development. It affirms that, “the proper purpose of this missionary activity is evangelization, and the planting of the Church (Plantatio Ecclesiae) among those peoples and groups where it has not yet taken root. Thus from the seed which is the word of God, particular autochthonous churches should be sufficiently established and should grow up all over the world, endowed with their own maturity and vital forces. Under a hierarchy of their own, together with the faithful people, and adequately fitted out with requisites for living a full Christian life, they should make their contribution to the good of the whole Church” (n. 6). The Second Vatican Council makes it clear that all missionary activity flows from the very nature of the Church, called to evangelize; it fosters unity and is fruit of the collegial work of all the local Churches.
In the Constitution “Pastor bonus”, of Pope John Paul II, we find additional elements of further study on the activity of our Dicastery, which can help us reflect on its function and on its service to the young Churches. The starting point is the ministry that the Successor of the Apostle Peter carries out in the Church.
The petrine ministry, or, as Pope Francis likes to call it, the ministry of the Bishop of Rome, is at the service of unity and of ecclesial communion for the diffusion of the Gospel. The emphasis is placed not only on the nature and on the primatial function of this ministry but also—as Pope Francis often stresses—on its collegial nature, which leads to the constant search of ways in which the collegiality and the papal primacy can be exercised concretely so as to favor the development of the ecclesial Community.
The Roman Curia is an instrument of these dynamics between the papal primacy and collegiality; it is an instrument that helps the Bishop of Rome carry out his service, assuring “the exercise of legitimate autonomies, yet in the indispensable respect of the essential unity of discipline, as well as that of faith, for which Christ prayed on the very eve of his passion” (John Paul II, Address to the Sacred Collage of Cardinals, 30 august 1978). There is an important role of knowledge, of listening, and of collaboration that the Roman Curia plays in relation to the local Churches to help the Bishop of Rome in his mission as guarantor of unity and of ecclesial communion.
“Pastor bonus” strongly emphasizes how the Roman Curia helps the Bishop of Rome to promote the mission entrusted to the Church, which is evangelization, according to Jesus’ mandate, “Go, therefore, and make disciples of all nations” (Mt 28:19). Pope Francis has highlighted it as the dynamism of “going forth” that God wants to provoke in the believer (cfr Ap. Ex. Evangelii Gaudium, 20) and to which we are all called, by means of a constant pastoral conversion.
With regard to these evangelizing and missionary dynamics, no one in the Church is separated from the others. Rather, this task implies a single body formed by all of its members, working together as a unit and at the same time collegially, enriched by the legitimate diversities. Pope Francis often exhorts us to practice this Catholic capacity harmonizing without extinguishing the richness found in the Church, which is fruit of the action of the Holy Spirit.
The CEP has been entrusted the task of helping the Bishop of Rome direct and coordinate throughout the world the work of the evangelization of the peoples, except the areas within the competence of the Congregation for the Oriental Churches (PB, 85), as well as promoting missionary cooperation, so that it may be increasingly evident and effective that the whole Church, by virtue of its very nature, is missionary, and so that the entire people of God may become aware of its missionary commitment, cooperating through prayer, the living testimony of faith, and financial support.
I believe that it is necessary here to mention some facts that may help understand the work carried out by the Dicastery. The CEP is responsible for 35% of all the ecclesiastical circumscriptions in the world distributed throughout the various continents; they are a total of 1,111 circumscriptions. These circumscriptions grow at a rapid pace. In fact, in the span of only a few years, more than 100 local Churches have been established, which is a positive sign of the vigor of the evangelization.
We must take into consideration that—according to the data collected in 2013—the Bishops (including the emeriti), numbered 2,100, the diocesan priests 67,060, the priests belonging to a religious order 40,970, the non-ordained, male religious 21,814, the women religious 247,858, and the catechists 787,476.
If we take a look at the area of formation, we see that in 2014 the CEP was subsidizing 339 major seminaries and 401 minor seminaries, with a total of 64,016 major seminarians and 78,568 minor.
In the area of missionary cooperation, the Dicastery, through the Pontifical Mission Societies, follows many projects that support the Church and its worship, as well as numerous educational projects; according to the data collected in 2014, this includes 31,558 kindergarten schools, 58,029 elementary and middle schools, and 24,136 high schools. In the field of sanitary assistance, this includes 2,507 hospitals, 42,036 dispensaries, 1,065 leper hospitals, and many other projects for development and progression.
Included in this area of missionary cooperation and formational assistance is also the esteemed work of the Pontifical Urbaniana University, the only University that is exclusively missionary, with 1,200 students and 115 professors; in addition to offering extensive formation, it also encourages reflections made in the field of theological research, spirituality, and missionary activity. There are 76 Theological Institutes and 26 Philosophical Institutes affiliated to this University, as well as 3 Institutes of Canon Law and 1 Institute of Missiology that are aggregated to it.
Additionally, in Rome there are Pontifical Colleges for the instruction and formation of priests with 360 students, the Urban College with 154 seminarians, the “Mater Ecclesiae” College with 130 religious Sisters, and the Saint Joseph College for 24 professors.
These numbers are not ends in themselves, but demonstrate the vast reality that is ascribed to the Dicastery and that collaborates with it to achieve the goal of evangelization and ecclesial communion, while highlighting how essential it is that the relationship between the local Churches, the Dicastery, and the Pontifical Mission Societies be constantly improving.
Let us move on to the questionnaire that was sent. The third section, on the services offered by the Dicastery and the Pontifical Mission Societies, examined 8 specific areas, to which is added some other element. Let us address them together so that they may serve to stimulate further discussion, analysis, and suggestions.
1. The first area concerns the provision – appointment of the Bishops. It should be pointed out that from the 262 Bishops who responded to this questionnaire, only 151 replied to this question.
What are the positive elements that came to light in regard to this area?
The first key word is consultation; there is an appreciation for how consultation is carried out in the Episcopal process. In particular, many have pointed out that this consultation is discreet and reserved, respectful towards the subjects and the candidates. It is one of the signs of ecclesial communion, of collaboration, and of the trust that the Holy See places in the local Church.
The second key word is confidentiality; the importance that the Pontifical Secret and the proper discretion be kept has been stressed; this is another case that implicates an act of trust towards those who are consulted, but that requires and calls for a sense of responsibility with regard to the people concerned and to the Church itself .
Another encouraging element is the acceptance of the appointment, seen as an act of faith and obedience to the Will of God on behalf of the candidate and of the Christian Community. It is the concrete testimony of ecclesial awareness and of the openness to what the Church asks. The Dicastery helps the community live in this perspective of faith and of ecclesial service.
A final positive element that was emphasized is that of prayer; the prayer that accompanies the formative process is important and significant in the journey of faith of an ecclesial community. It is a way in which the People of God can contribute to and participate in this process, and it is an act of faith in the action of the Holy Spirit in the selection and appointment of a new Shepherd. This is an important aspect that reminds us of how the Church belongs to God and not to us.
The weak points, or problematic aspects, can also be summarized in four points.
The first is: “pressures”; in other words, it has been accentuated that, in various ecclesial areas, still exist certain mindsets and ways of doing that manifest a tendency to exercise certain pressures on the Episcopal appointments. Such pressures are dictated by tribal and ethnic affiliations, by regionalism, and by forms of nepotism. It is certainly not an expression of communion and ecclesial unity that there are even defamatory and slanderous campaigns towards priests, with the aim of destroying their Episcopal candidacy. The same can be said in pointing out that there are priests who act with pretension both in regard to themselves and to others as ideal and suitable candidates for the episcopate. The CEP is cautious of these aspects, but it is important to mature at a local level to overcome certain mechanisms.
While noting the seriousness with which many maintain confidentiality in the consultations, a certain percentage has noted that there are violations of the Pontifical Secret due to indiscretion and to rumors that are spread and that are often the cause of difficulties and embarrassment.
Another negative point is the slowness with which the Episcopal processes often advance due to the difficulty in identifying valid and reliable informers who know the candidate, and because the response to the request of such information is often received with much delay. In this way, there are Dioceses in which the coming of a new Bishop is prolonged for long periods of time, with negative consequences from a pastoral point of view.
The fourth element is the discernment. Sometimes a certain lack of comprehensive knowledge of the reality of a local Church is made manifest. The lack of candidates who are judged worthy of the episcopate and suited for the Episcopal See in question is noted. The sincerity and honesty of the subjects cannot always be taken for granted. It is necessary that on these aspects there be an always increasing collaboration.
What suggestions emerge from the questionnaire?
The first point that should be highlighted concerns the informers. It has been suggested that the number of those consulted be further increased, extending the consultation to the Superiors of the religious Congregations present in the territory, to those who are responsible for the various pastoral services, and to the catechists. It is then asked to give priority to the opinion of the local Bishops, who are aware of the current situation of the territory and with which the new Bishop will have to collaborate.
The second element that has been insisted on concerns the profile of the new Bishop, which implies an attentive evaluation of the criteria of selection. Fidelity, missionary zeal, a paternal spirit, the willingness to collaborate with the religious and consecrated, the sense of ecclesial communion, poverty, and simplicity are particularly emphasized.
The suggestions that have emerged are not numerous, given that from the 151 who have responded, only 58 have made proposals.
2. The second topic found in the questionnaire is the erection of new ecclesial circumscriptions.
This is also a delicate point important to the physiognomy of a local Church and of an ecclesial region. The Dicastery also carries out its service in this field.
The positive aspects are highlighted in three words: planning, distribution, and consultation.
It is noted that the erection of new ecclesial circumscriptions is studied and evaluated with attention, both at a local level and above all by the Dicastery, taking into account the various factors that justify its erection, such as the demographical growth of the local Church and the increase of vocations, the pastoral needs that emerge, the need for a more in-depth evangelization, the need for a pastoral work of greater proximity and closeness, and, lastly, the need to encourage a more widespread promotion of priestly and religious vocations.
The second point that has been brought up, although not by a high percentage of the responses, is that, normally, planning and careful study lead to the equitable distribution of the parishes and of the human and financial resources of the Diocese, so that the new circumscription can calmly keep developing and operate fruitfully.
Finally, it is pointed out that the consultation regarding the need to erect a new circumscription is quite broad on both a diocesan and national level. This makes it possible to act according to the real pastoral needs.
In the responses, the negative points have brought to light the different problems that must be faced in the process of creating a new circumscription and those that emerge successively.
First of all, the financing: despite the effort made to carry out an equal partition, new circumscriptions often find themselves in financial difficulties and with limited financial resources. This in regard to the situation that is created in the establishment of a new local Church, which is always a arduous task from a structural, human, and pastoral point of view. Therefore, it is good to always specify every detail with great precision.
At times, the creation of a new ecclesial reality can cause tensions, provoke divisions, awaken sentiments of tribalism and regionalism, or give rise to attitudes of protest and insubordination: these are elements that require patience and dialogue, and on which the good of the Church must always prevail.
Another negative point that has been noted is that at times, despite the efforts and the upright intention to maintain the focus on the pastoral aspects and on the good of the souls, the considerations of economic nature are those that often prevail and assume particular importance. In certain circumstances, there have been difficulties in obtaining land for the construction of new Cathedrals and facilities for the Curia, due to Government restrictions.
On this point regarding the erection of ecclesial circumscriptions, no suggestions were made to the Dicastery, and the number of responses on the positive and negative aspects was limited to around seventy.
3. The third point regarding the activity of the Congregation that is subject to reflection is that of the inter-diocesan Seminaries.
The number of responses given on this topic were also few in number, perhaps because it is a reality that does not exist in all areas.
A good number of responses have highlighted the importance of the positive relationship that the Dicastery maintains with the Episcopal Conference, and in particular with the Commission specific to the Clergy and the Seminaries, for the appointment of the Rector, in offering support in the progress of the Institution, and in encouraging visits to the Seminary as a form stimulation and accompaniment.
The regularity with which both ordinary and extraordinary subventions are granted and the aid provided by scholarships are both things that have also been judged positively. The leadership exercised by the Rector and the formers, fruit of their competence, is also appreciated. Generally, there is also a sound collaboration with the Religious Congregations for the formation of Seminarians.
Nonetheless, a certain percentage have pointed out that the subventions are at times insufficient so that the Seminaries suffer from the lack of funding. Some problems have also been indicated with regard to the formation of the educators and the scarce cultural preparation offered.
Some areas have also suffered a certain crisis of vocations to the priesthood and religious life, which has had an effect on both the number and the quality of the seminarians.
It has also been brought to our attention that the richness caused by the presence of a regional Seminary, such as a widening of one’s ecclesial horizons and the possibility of having a greater selection when searching for formers, is opposed by the risk of losing one’s own specific cultural identity.
The only suggestion that emerged in some of the responses is the possibility of promoting scholarships even for seminarians who do not study in Rome.
4. The fourth topic is the appointment and the role of the National Director of the Pontifical Mission Societies.
A positive aspect that has been expressed in more than half of the responses that were received is the constructive collaboration between the Pontifical Mission Societies and the Ecclesial Circumscriptions, sign of a growing missionary awareness. This collaboration is perceived as something important to the ecclesial community in order to render effective the centrality of the task of evangelization. The missionary dimension is essential for the whole Church, and the Pontifical Mission Societies are a precious instrument to help this dimension grow in the local Churches. It is emphasized that, in the selection of the Director, there is a proper consultation concerning the local reality, so that the appointment is positively evaluated. The Directors show themselves capable, willing, and transparent even in the management and the distribution of aid. A good percentage of responses confirm that the Director should be a true motivator who keeps alive the missionary awareness in the local community, by his presence in the territory with visits, encounters, and various activities of formation.
It seems significant to me that, on this point, no negative points were highlighted and no suggestions were made for the improvement of neither the selection nor the specific activity of the Director, sign that his role as it is now is seen in a positive way.
5. The fifth question concerns the Institutes of Consecrated Life, the Societies of Apostolic Life, and the various aspects of their presence and collaboration.
Looking at the positive aspects, the percentage of responses that have emphasized the effective, good, and trusting collaboration of the members of the Institutes of Consecrated Life and the Societies of Apostolic Life with the Dioceses, as well as their participation in the life of an ecclesial circumscription, was very high. They are very important to the life of the Church, especially with regard to the permanent formation of the various classes of pastoral agents, and to the vocational animation. Many have commented that in the different circumscriptions there should be either a Diocesan Office or a Commission to follow and promote this collaboration in the task of evangelization, in a more specific manner; in some cases there is a Vicar ad hoc.
The relations with the ecclesial circumscription are generally regulated by specific agreements. The importance of the subsidies offered by the Pontifical Mission Societies, necessary to their ministry, is also emphasized.
Among the negative aspects, although in a low percentage of the responses, the struggle —in some cases— for an effective and peaceful collaboration still emerges, in which a certain indifference is found towards the diocesan life and the problems of the local Church, due to an accentuated preoccupation for one's own structures and activities. It is the persistence of a certain individualism, which is manifested by the refusal to take part in the activities offered by the Diocese or to follow the pastoral guidance of the local Church. There are always a few cases in which the lack of agreement is noted, or the presence of an agreement in which the parties involved have not reached a definitive agreement.
Few were the suggestions —only 5 responses—that stressed the need for adequate conventions and the implementation of the local pastoral guidelines, as well as a greater discernment, rigor, and sincerity concerning vocations.
6. The sixth point considers the important topic of the ongoing formation of clergy and laity, academic updating for professors, and the granting of scholarships.
The majority have highlighted the positive collaboration of the Dicastery with regard to both the formation in the Seminaries, as well as at the university level, and its support in the academic updating of the catechists, the Clergy, the religious, and the laity. The importance of its collaboration in the spiritual formation, especially through the Spiritual Exercises, has also been emphasized.
Many have pointed out the importance of the scholarships grated by the Congregation for studies within or outside the country; these permit a more exhaustive formation and provide the needed support to the educational facilities that would otherwise not be possible.
In fifty percent of the responses, dark points have also been noted. Particularly in reference to the difficulty that various ecclesial circumscriptions encounter in obtaining the sufficient means to promote and maintain a decent level of ongoing formation, due to the situation of poverty in many of the Dioceses. Some circumscriptions have poorly qualified or not sufficiently prepared formers as a result of this situation.
Other negative aspects that have been identified include the limited knowledge of the Bible, which is also a challenge when facing other denominations, the frequent moving of the faithful, which does not allow continuity in their formation, and, in some cases, the insufficient number of personnel.
From the nine responses that contain suggestions, it has been asked the Congregation to increase the number of scholarships, distributing them more equally, revising the criteria used in assigning them, taking into account the age of the student, and giving priority to the ecclesial circumscriptions with a greater number of Catholics.
7. With regard to the Visits ad limina Apostolorum, important moments in the direct contact between the various Bishops and the Congregation, a good percentage of the responses have highlighted their regularity as a positive factor: they are scheduled once every five years. These are an expression of communion with the Holy Father and the Universal Church; they reinforce unity as well as collegiality in the Church’s journey.
In this sense, encounters with the Holy Father and with the various Dicasteries are always useful, as well as visits to the tombs of the Apostles and to the Basilicas; many have expressed particular appreciation for the meeting with the Superiors of the CEP.
The task of preparing and sending on time the quinquennial reports that describe the situation of the Diocese and that permit the local Churches to give account of their situation is an arduous commitment. Precisely for this reason, it is also an opportunity for spiritual renewal and for the strengthening of faith and apostolic zeal. They are moreover valuable and necessary for the Dicastery’s awareness of the actual situation in each circumscription.
A negative aspect that emerged from the responses received is related to the fact that the Holy Father does not meet with the Bishops individually, but in groups; at times, even the meetings with some of the Dicasteries are neither well organized nor fruitful; sometimes, not enough time is dedicated to the Bishop’s interventions.
As to the frequency, it was noted that in recent years the scheduling of the Visits has not been regular.
What suggestions have emerged? The percentage of those who have offered proposals in this area is also rather low.
In the first place, the convenience of a prior consultation between the Bishops of an area in preparation for the Visit ad limina, to present the general key issues in addition to those specific to the areas in question, has been pointed out.
Then, emphasis has been placed on further encouraging the dialogue and the fraternal spirit in the meeting with the Heads of the Dicasteries, so as to feel sustained and aided in seeing and facing eventual problems.
Some would like there to be a more prolonged personal meeting with the Holy Father.
8. The last specific topic included in the questionnaire considered the financial report that has to be sent to the competent Institutions.
Generally, this is judged as something done frequently and regularly, with the adequate transparency that transmits the actual financial situation of the ecclesial circumscription.
It is useful for the administration to have manuals for the procedure and the accounting management, as well as finding financial experts for a transparent administration of the patrimony of the Diocese.
A low percentage of responses have pointed out certain negative aspects such as the lack or the reduction of the subsidies, the delay or irregularity in consigning financial reports, and the decrease of the collections in the Dioceses.
It has been proposed among the suggestions, to make available to the various ecclesial circumscriptions a form to be used as a model for the drafting of a financial report. Another proposal made was that of decentralization, so that some of the duties of the Pontifical Mission Societies may be entrusted to the Dioceses.
In the responses there are also references made to other aspects such as the important role of the Apostolic Nunciatures, which perform their ministry efficiently, and the difficulty encountered in the continuation of the administration of certain facilities left by the missionaries.
An annual report on the pastoral situation of the Diocese has also been suggested, as well as the fostering of a greater financial cooperation between the Dioceses.
I wanted to offer an overall view of the assessments, the observations, the evaluations, and the expectations that have emerged from the local Churches themselves, from the young Churches, on some important areas in the work and the service of the Congregation for the Evangelizing of Peoples and of the Pontifical Mission Societies.
I have perceived a general appreciation for the collaboration that exists between the Congregation and the local communities, but it is important that further confirmation and encouragement, as well as observations, suggestions, and proposals, emerge from this Assembly, so that the task carried out by the Congregation may serve to make more effective the missionary impulse that should be beneficial to everyone without exception, and that must stimulate every dimension of the Church, as requested by Pope Francis in “Evangelii gaudium” (n. 48).
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). Brasilia, 01 de diciembre de 2015 (ZENIT.org)
Domingo 2 de Adviento Ciclo C
Textos: Ba 5, 1-9; Filp 1, 4-6.8-11; Lc 3, 1-6
CORONA DE ADVIENTO
Dado que alguien me preguntó sobre el sentido de la corona de Adviento, les doy este breve comentario.
Origen
La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la fe católica. La corona está formada por una gran variedad de símbolos:
La forma circular
El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.
Las ramas verdes
Verde es el color de esperanza y vida, y Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.
Las cuatro velas
Nos hace pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo.
Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al inicio de la santa misa o al hacer la oración en familia.
Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.
El listón rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.
Los domingos de Adviento la familia o la comunidad se reúne en torno a la corona de adviento. Luego, se lee la Biblia y alguna meditación. La corona se puede llevar al templo para ser bendecida por el sacerdote.
Y ahora resumamos las lecturas de este segundo domingo de Adviento.
Idea principal: ¡Preparemos el camino! Necesitamos la voz de un nuevo Isaías o de un nuevo Juan que nos recuerde lo que Dios quiere de nosotros en este Adviento: rellenar valles, rebajar montañas, enderezar lo torcido en nuestra vida para caminar y recibir dignamente a Cristo que viene en la Navidad.
Síntesis del mensaje: El domingo pasado Dios nos invitaba en la liturgia a estar despiertos sin dejarnos distraer por las preocupaciones de aquí abajo; ocuparnos, sí, preocuparnos, no. Hoy nuestro buen Dios nos estimula a caminar durante el Adviento al encuentro de Cristo, animosos, quitando de nuestro camino lo que nos estorbaría para llegar a Dios o para que Él se acerque a nosotros (evangelio), sin cara de luto y aflicción porque se acerca nuestra completa liberación (1ª lectura) y llevando una vida irreprochable y santa, dando frutos de caridad (2ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Juan nos recuerda la gran promesa del Antiguo Testamento: viene alguien importante, el gran libertador de la humanidad, Cristo. ¡Caminemos a su encuentro! En tiempo del profeta Isaías, cuando venía alguien importante con su cortejo, se cortaban malezas, se llenaba la hondonada, se aplanaba un obstáculo, se reparaba un puente o se acomodaba un vado. De ahí se inspira también Juan Bautista: está por llegar alguien que está por encima de todos, alguien a quien él denomina “el que ha de venir”, el esperado por la gente. Hay que trazar un camino en el desierto para que pueda llegar. Tres cosas fundamentales hay que arreglar en ese camino: primero, “todo valle será rellenado”. ¡Cuántos valles de depresión, desaliento y tristeza encontramos en nuestra vida que nos hunden y, por lo mismo, nos impiden llegar a Cristo! Segundo, “toda montaña será rebajada”. ¡Cuántos montañas de orgullo, soberbia y engreimiento también encontramos a la izquierda y derecha de nuestra vida que nos llevan a desterrar a Dios! Y tercero, “lo tortuoso, enderezado”. ¡Cuántos sendas tortuosas nos salen en nuestro caminar hacia Dios: la senda de la mentira, del egoísmo, de la corrupción, de la lujuria, de la violencia, de la moral sin escrúpulos, de la teología de la prosperidad! Esas tres acciones se llevan a cabo en el corazón de cada uno de nosotros.
En segundo lugar, pero, ¿qué pasa? El hombre complicó sus caminos con el pecado y se quedó atrapado adentro como en un laberinto. Inspirados en el mito antiguo, necesitamos el “hilo de Ariadna” para salir del laberinto donde se encuentra el Minotauro de tres cabezas –mundo, demonio y carne-, que nos quiere devorar los valores y la dignidad cristiana. Y no sólo salir, sino dar muerte al monstruo que nos incita al pecado, llámese orgullo, pereza, superchería, hipocresía, superficialidad, embriagueces de todo tipo: no sólo de vino o de drogas, sino de la propia belleza, de la propia inteligencia o de uno mismo que es la peor ebriedad. Ariadna le dio a Teseo una espada para matarlo, y así Teseo salió victorioso, incólume y salvo. Cristo nos dio la espada de su Palabra y así nos libra del terrible tributo a que el demonio nos estaba obligando: dar pábulo a nuestras pasiones ya sea del espíritu o de la carne. Y así, matado este Minotauro, podemos caminar expeditos y seguros al encuentro de Cristo, nuestro Salvador.
Finalmente, y para resumir, ahí está la consigna: “rellenar, rebajar, enderezar los caminos”. Sólo así al final del camino del Adviento, estaremos preparados para recibir a Cristo. Sólo así Cristo se parará al pie de nuestra alma y nos pedirá la llave de nuestro corazón para entrar y comer e intimar con nosotros y volcarnos su gracia, y celebrar la Navidad. Sólo así seremos veredas asequibles para que nuestros hermanos también lleguen a Cristo al final del Adviento, y no pozos o acantilados donde caigan. Sólo así también nosotros, parafraseando el evangelio de hoy, podemos decir: “En el año 2015 del reinado de emperadores, reyes y presidentes del mundo entero, bajo el pontificado del Papa Francisco, vino la Palabra de Dios que el Espíritu Santo nos hizo entender, para que preparemos el camino al Señor Jesús”.
Para reflexionar: ¿Qué sector de mi vida debo enderezar para hacer bien este camino hacia Cristo: mi mente, cerrada a algunas verdades de la fe católica; mi afectividad, que anda desajustada y loca; mi voluntad, floja y sin ganas?
Para rezar: Recemos esas canción:
1. Mientras recorres la vida
tú nunca solo estás;
contigo por el camino
Santa María va.
Ven con nosotros al caminar;
Santa María, ven.
Ven con nosotros al caminar;
Santa María, ven.
2. Aunque te digan algunos
que nada puede cambiar,
lucha por un mundo nuevo,
lucha por la verdad.
3. Si por el mundo los hombres
sin conocerse van,
no niegues nunca tu mano
al que contigo está.
4. Aunque parezcan tus pasos
inútil caminar,
tú vas haciendo caminos:
otros los seguirán.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Ponencia del Card. Peter K. A.TURKSON en XIX Plenary – CEP 2015 sobre el tema: “Conciencia eclesial y capacidad evangelizadora en las Iglesias jóvenes
XIX Plenary – CEP 2015
November 30 – December 3, 2015
Tema: Ecclesial Awareness and Missio ad gentes: The Service of the Congregation for the Evangelization of Peoples at 50 Years since the Conciliar Document Ad Gentes.
II Ponenza
Missionary Activities ad gentes in the Young Churches
Card. Peter K. A.TURKSON
Introduction
The Plenary Meeting of the Congregation for the Evangelization of Peoples offers us the occasion to reflect on the Service of the Congregation for the Evangelization of Peoples to the Young Churches, 50 Years after the Conciliar Document Ad Gentes(AG). The aim of this paper is to introduce the second part of the discussion on the Missionary Activities ad gentes. First, I will highlight the definition of the key components of our discussion - Mission ad gentes - in the Decree Ad gentes and other relevant documents of the Council. Second, I will present the evaluation of the Missionary activities of the Young Churches in the light of the responses to the questionnaire sent out to the Young Churches. Third, I will underline some contemporary challenges of the Young Churches in order to introduce the reflection on how the Congregation for the Evangelization of peoples can help to foster Evangelization in the Young Churches.
1. Vatican II: Mission ad gentes and Young Churches
One of the great achievements of Vatican II Council was the retrieval of the theological sense of mission as missio Dei. The Decree on the Mission Activity of the Church, Ad Gentes, defined mission as flowing from the dynamic of God’s love for the world manifested in the sending of the Son and the Holy Spirit. Hence missio Dei defines the nature of the Church: “The pilgrim Church is missionary by her very nature, since it is from the mission of the Son and the mission of the Holy Spirit that she draws her origin, in accordance with the decree of God the Father”(AG 2)
The missionary Church is called to be a living witness of the eternal novelty of God’s love. She is instituted to tell the world about God. The Council used the term "Missions" to designate “those particular undertakings by which the heralds of the Gospel, sent out by the Church and going forth into the whole world, carry out the task of preaching the Gospel and planting the Church among peoples or groups who do not yet believe in Christ”(AG 6).
The Council calls “Young Churches”, those Christian communities that are born through the missionary activity of “evangelization and implanting the Church among…peoples and groups where it has not yet taken root”(AG 6). They are also called “particular autochthonous churches”, “particular churches”, “local churches”.
It is expected that the “Young Churches” will grow gradually “as communities of faith, liturgy, and love”(AG 19). The should also be “equipped with…local priests, Religious, and lay men, and ..endowed with…institutions and ministries which are necessary for leading and expanding the life of the people of God under the guidance of their own bishop” (AG 19)
They should also have a mature, Christian laity committed to the service of justice and love in the society, that will help to root the gospel in the life and work of the people (AG 19; AG 21). They should develop means of communication, testimony of life in families which “become seedbeds of the lay apostolate and of vocations to the priesthood and the Religious life” (AG 19, AG 20). They should also carry out adequate catechesis. As for further development of the Young Churches, I would like to draw the attention of this Plenary to some areas of particular interest. Allow me to mention them briefly.
Inculturation: Vatican II Council also opened the way for the integration of different cultures in the expression of Christian faith. The word used is “adaptation”, however, it takes as model the “the economy of the Incarnation” which later gave birth to the concept of inculturation. Ad Gentes invites “Young particular churches” to “borrow from the customs and traditions of their people, from their wisdom and their learning, from their arts and disciplines, all those things which can contribute to the glory of their Creator, or enhance the grace of their Saviour, or dispose Christian life the way it should be” (AG 22, 4.8).
Theological research: For the purpose of adequate inculturation of the faith, Ad Gentes encouraged particular churches to development of theological research in each socio-cultural area (AG 22). Moreover, the Council called on theologians of the Young Churches to “submit to a new scrutiny the words and deeds which God has revealed, and which have been set down in Sacred Scripture and explained by the Fathers and by the Magisterium” (AG 22). Sound theological inquiry should help to develop sound catechesis and inculturated liturgy (AG 19).
Communion with the Universal Church: The Young, particular Churches are also expected to be in communion with the universal Church. Ad gentes insists on the obligations of the Universal Church towards the Young Churches. Emphasis is led on solidarity in providing material support: “Therefore, they are badly in need of the continued missionary activity of the whole Church to furnish them with those subsidies which serve for the growth of the local Church, and above all for the maturity of Christian life” (AG 19).
It is also expected that these churches will on a long term have sufficient vocations and be able in their turn to share with other churches: “It is very fitting that the young churches should participate as soon as possible in the universal missionary work of the Church, and send their own missionaries to proclaim the Gospel all over the world, even though they themselves are suffering from a shortage of clergy. For their communion with the universal Church will be somehow brought to perfection when they themselves take an active part in missionary zeal toward other nations”(AG 20).
Hierarchy: The role of each bishop in his diocese is expressed as well as the importance of episcopal conferences (AG 22; 31; 32).
Relationship with the society: The Council redefined the relationship of the Church with the world. The Council asked the Church to interpret the signs of the times. Salvation is no longer understood only in religious terms but also as social liberation and humanisation. Missio Dei is to take place in the world for the salvation of humankind, of which the Church is both sign and instrument. Thus, while stressing the importance of the missionary activities (Missiones Ecclesiae), Vatican II heightened an awareness of the positive value of the progress of the social order towards the promotion of the common good and the dignity proper to the human person. World history is positively interpreted as a history in which the Spirit of God guides the progress of the world (Gaudium et Spes 26, 7).
Relationship with other religions:
The Council, while maintaining the validity of the maxim “extra ecclesiam nulla salus” (cf LG 14), has deepened its meaning with a hope-arousing statement. Those, who through no fault of their own do not know the Gospel of Christ or his Church but who nevertheless seek God with a sincere heart and moved by grace, try in their actions to do his will as they know it through the dictates of their conscience - those too may achieve eternal salvation.
Although in ways known only to himself, God can lead to that faith without which it is impossible to please him (cf Heb 11:6), those who through no fault of their own are ignorant of the Gospel, the Church still has the obligation and also the sacred right to evangelize everyone without exception. (cf LG 16, CCC 846-848).
In this vein, the Catholic Church rejects nothing that is true and holy in these religions so as to recognize, preserve and promote the good things, spiritual and moral, as well as the socio-cultural values found among these men. Whatever good or truth is found amongst them, is looked upon by the Church as a preparation for the Gospel (praeparatio evangelica LG 16). Indeed, she regards with sincere reverence those ways of life and conduct and those precepts and teachings which, although differing in many aspects from the ones she holds and sets forth, nonetheless often reflect a ray of that Truth (Jesus Christ) which enlightens all people. Indeed, she proclaims and ever must proclaim Christ, "the way, the truth, and the life" (John 14:6), in whom all people may find the fullness of religious life and in whom God has reconciled all things to Himself. (NA 2)
2. Evaluation of the missionary activities ad gentes in the Young Churches: Data from Questionnaires
The openness of the Church through the Vatican Council produced and still continues to produce a lot of fruits. It opened the way for the renewal of missionary activities of the Church in different continents. A clear evidence is the numerical growth of the Young Churches. Thanks to the activities of the Young particular churches, supported by the Universal Church, through Propaganda Fide and the solicitude of missionary congregations from more developed Churches, the number of Catholics has grown in Africa, Asia and Oceania. The present statistics show that in the last 5 years only, in 230 churches, the number has increased with 72% while it remains stable in 5%. It is noted however, that there is a decrease in number in 23 %, the reasons for the decrease will be seen later among the factors that weaken or threaten faith in Young Churches.
It is also shown that Local Churches are organised/structured as Apostolic Prefectures, Apostolic Vicariates, Dioceses, Archdioceses, all headed by bishops. Majority of the Churches are in Africa with 507 Ecclesiastical Circumscriptions, while Asia has 478, America has 80 and Oceania 46 ( Cf. Doc. Elementi per la preparazione delle ponenze, p. 3 and p. 30-33). It would be good to follow the responses to the questionnaires and see that elements that factors that favour mission ad gentes, weaken or threaten it.
QII-1. Factors that Favour Evangelization in the Young Churches
QII-1.1: Elements that favor mission ad gentes
The responses to the questionnaire show that many Young Churches try to develop missionary structures that favor evangelization, such as Commissions (73% The number of the frequency of the term divided by the number of the responding dioceses): for mission, evangelization, catechesis, liturgy, ecumenism, biblical, education, etc.; Diocesan offices (52%): for missions, pastoral, caritas, laity, publications, etc. 87% underline the importance and presence of Councils: episcopal councils, presbyteral councils, parish councils, students’ councils, college of consultors: 13% note the role played by Movements like Lay associations, Basic Ecclesial Communities, Association of Catechists, Movement of pastoral agents, etc. Finally, 6% note the importance of the institution of the World Missionary Day, as well as activities for missionary animation.
QII-1.2 Activities that spark interest and attachment to Jesus Christ.
The responses indicate that the activity of the Church that attracts people mostly to Christ in the Young churches is Charity work (57%). This includes all services that promote human values and dignity: hospitals, clinics, service to migrants, assistance to victims of disaster, etc. This is followed by Catechesis (41%) and Liturgy (37%) with emphasis on Eucharistic celebrations, celebration of the sacraments, adoration of the blessed sacrament, group prayers, pilgrimages, processions, spiritual retreats, Marian devotions, liturgy of the hours (it is important to underline that many religious communities open their liturgy of the hours to lay people). Other activities include Education pastoral (32%) in Catholic and public schools, universities, formation of the laity, pastoral of the youth and children; Dialogue/Encounters (32%), like inter-religious dialogue, dialogue of cultures, social collaboration etc.
QII-1.3 Activities for guiding catechumens in view of baptism
Here, Catechesis comes first (53%), followed by Social works (38%); Liturgy (36%); Witnessing on the part of bishops, priests, religious men and women, laity (35%) and the Pastoral visits of bishops to the different pastoral zones and out stations (22%).
QII-1.4 Places where Evangelization activities take place
The most common place underlined is the Parish (88%). This is followed by Schools, at different levels, universities, pastoral of students, pastoral of the youth, formation centers (73%); Social centers, including health structures, old peoples’ homes, orphanages, center for refugees, caritas, prison ministry, etc (54%); the Media (27%) and Spiritual centers (18%).
QII-1.5 The Media at the service of Evangelization
The responses indicate the medium which is most available to the Young Churches is the Press, that is journals, bulletins, pastoral letters, etc. (81%). This is followed by the Radio (53%), which includes religious programs diffused in public radio stations or Diocesan radio, in connection with Radio Maria and Vatican Radio; Internet (41%): majority of the dioceses have websites; many have access to Twitter, Facebook, etc.; Libraries (18%).
QII-1.6 The concrete witnesses that Christian communities offer to the society in favor of evangelization.
The responses underline first the importance of the Witness of life (63%), especially, that of the first missionaries, priests, religious, lay peoples and catechists who bore and bear witness to fraternal love in Christ. The Sacrifice of Martyrs is also underlined (40%), especially, that of missionaries priests, catechists and lay people killed for the sake of their faith. Holiness of life is also underlined (32%) as well as the importance of Social works (17%).
QII-2 Factors that weaken evangelization in the Young Churches
QII-2.1 Internal factors that prevent evangelization
The first among the factors underlined is the prevalence of Traditional beliefs (46%), which were there before the advent of Christianity and continue to appeal to people especially in moments of difficulty. This is followed by developing Ideologies (31%), like Gender, materialism, colonialism and relativism. Others are, Socio-political situations (35%) like instability, immigration, discrimination, poverty, tribalism and illiteracy; the presence of sects, especial the neo-Pentecostal churches (31%), which proclaim the prosperity gospel; Religious Fundamentalism, especially from religions like Islam, Confucianism, Buddhism, Hinduism, etc.
QII-2.2 Factors that weaken interest in Evangelization
Ideology stands out as the first factor that weakens evangelization (50%). It is followed by Poor formation (44%) which includes clericalism, lack of ongoing formation, illiteracy, decrease of moral values etc.; Poverty, lack of economic means (38%); Division, tribal and ethnic, sectarianism, etc. (20%) and Violence, especially, persecution, oppression and discrimination against Christians (15%).
QII-2.3 Other weakening factors
Note that Discrimination comes up again with a greater percentage (66%) and englobes, interdiction of religious formation, absence of religious freedom and extremism. Other factors underlined in 2.3 are Religious indifference (55%); Vocation crisis (5%) and Marriage problems (1%).
QII-3 External Factors that favor Evangelization
QII-3.1 Factors that derive from the state
It is noted that the positive Political situation of a state favors evangelization, that is, where there is a favorable legislation, peace, tolerance, and good Church-State relationship (90%). Other factors are, Natural religious disposition of the people (37%) Culture: hospitality, dialogue, collaboration (30%); Agreements (Conventioni), social assistance, works, institutions etc (8%) and Education (9%).
QII-3.2 Factors that derive from the society
Generally, the first factor in this domain is the importance of International Organizations (44%) in collaboration with local NGOs. This is followed by Partnership and cooperation between dioceses (25%); Humanitarian works (30%), which includes the Churches advocacy and initiatives in the area of Justice and Peace and Integrity of creation, as well Protection of life; Christian Education (7%) and Ecumenism (4%).
QII-3.3 Factors that derive from Culture
The factor underlined here are: Hospitality (53%), especially towards people of different cultures; Tolerance (38%); Cultural diversity (32%); Popular religiosity (27%) and Respect of Authority (9%).
Other external factors (28 out of 262 answered) that favor evangelization are, the positive impact of the Charism of Pope Francis (46% 13 out 28), as well as Christian involvement in the search for peace in the society (4% 11 out of 28).
QII-4 Factors that Threaten Evangelization
QII-4.1 Factors that derive from the State
The first factor that stands out in this domain is State Legislation (57%): It is clear that unjust legislation against religious freedom, like the Sharia which prohibits conversion to another religion threaten the work of evangelization. Other factors include the type of Political regime (46%), Insecurity (16%), Corruption (11%) and Religious fundamentalism (12%).
QII-4.2 Factors that derive from the Society
The factors underlined here are Traditional religious beliefs (25%); Ethnicity: nationalism, tribalism, regionalism, clientelism, etc.(14%); Occultism: masonic cults, Rosicrucianism, Jihadists, Boko Haram, Isis (12%); Crisis: socio-political, economic (7%) and Moral laxity(7%).
Q 4.3: Factors that derive from Culture
The predominance of Customs and traditions is highly underlined (57%) : special reference is made to syncretism and “pagan practices”, polygamy and social inequality especially the place of women in the society. Equal to this first factor is the issue of Mentality of the people (57%) which includes in certain areas, neo-liberalism, secularism and globalization. Then comes the issue of lack of adequate formation (21%).
3. How to Help the Young Churches foster Evangelization
Having in mind the framework of the responses to the questionnaire, especially various internal and external factors, like strength, weakness, opportunities and threats, I would like to mention some areas in which the evangelizing capacity may well be enhanced, if some due assistance is given.
Formation of the laity
Vatican II talks of the training of the laity “to become conscious of the responsibility which they as members of Christ have for all men” (AG 21). A good number of the laity played and continue to play considerable roles in the missionary activities of the Church in the mission territories. While continuing this mission, the Church needs to help the intelligentsia in these societies to develop the courage to take up social and political responsibilities in the society in a way that is informed by the social doctrine of the Church. How can the young churches be helped to develop unions of the intelligentsia in their territories, especially in Africa ?
The Church should also support the laity in the effort to fight against ideologies that destroy the family. Attention should also be focused on the contribution of women in these churches. Women are victims of all forms of discrimination and exploitation, especially in cultures dominated by men. On the other hand, they are also victims of feminist movements and gender theories that propose a uniformed model of the woman, as well as the banalization of sexuality. How can women be helped to take their responsibility in these churches and in the society?
A true and balanced inculturation
Young Churches in Africa, Asia and Oceania are witnessing cultural revivalism. Unfortunately, this cultural revivalism is coated with a certain form of ethnocentrism, tribalism and regionalism. This makes people forget that every human being is created in God’s image and likeness. It makes people slow to open up to people from other areas and share the good news of our fraternity in Jesus Christ. This attitude affects the life of the Church in a very troubling way. In some areas priests and lay people go to the extent of rejecting a bishop appointed by the Holy Father, for the simple reason that he is not from their region or their clan. Some even justify this attitude by referring to the need for inculturation of the Church in the local churches. Seminaries and formation communities also face the problem of inter-cultural living. Some dioceses and congregations are slow in accepting people from certain cultural backgrounds because they are afraid of intercultural encounter. Unfortunately, some of these dioceses or congregations toe the line of some myths surrounding the history of relationship among different cultures in a given country. Some cultures could be tagged as domineering; others are tagged as immoral, or laissez-faire, etc.
The Young Churches should be helped to understand that inculturation is not just a celebration and preservation of local cultures but a true conversion to the living person of Christ"(Ecclesia in Africa, 57). Emphasis should be laid on a new phase of evangelization that would “aim at building up the Church as Family, avoiding all ethnocentrism and excessive particularism, trying instead to encourage reconciliation and true communion between different ethnic groups, favoring solidarity and the sharing of personnel and resources ( Ecclesia in Africa 63).
The challenge of Pentecostalism
These Young Churches are witnessing an assault of Pentecostalism, Neo-Pentecostals propose a Gospel of material prosperity, display of the pastor’s wealth, obligation to pay tithes, investment in the media as means of evangelization, hyper-emphasis on healing rituals. This Gospel of material prosperity appeals to entrepreneurs and young people alike, who see wealth and health, prestige and prosperity as obvious signs of divine favor. Many Catholics are brought to think that the Church should imitate the Pentecostal churches in order to be credible. How can the Young churches be helped to discern which evangelization activities correspond to the Gospel values?. As Vatican II Council stated, “The truth is that only in the mystery of the incarnate Word does the mystery of man take on light....Through Christ and in Christ, the riddles of sorrow and death grow meaningful. Apart from His Gospel, they overwhelm us”(Gaudium et Spes 22). Here lies a great challenge for mission ad gentes in these churches.
Sharing with the universal mission of the Church
The Young Churches respond more and more to the call of Ad Gentes to “participate…in the universal missionary work of the Church, and send their own missionaries to proclaim the Gospel all over the world (AG 20). African, Asian and Oceanian churches send out diocesan priests and religious men and women to churches that are in need of priests and missionary in their regions as well as in Europe and America. This poses the question of how they are prepared for mission ad extra. Some of the local churches already have formation programs for outgoing missionaries, but they are not sufficient. How can these Young churches be helped to adequately prepare their priests and religious for mission ad-extra? On the other hand, more reflection needs to be done with the welcoming churches on how these missionaries from the Young Churches are perceived and welcome. How can the welcoming churches help the incoming missionaries to adapt to the different cultural, social and ecclesial contexts of their appointment?
Migrant Church?
The phenomenon of migration that has recently taken a new planetary dimension reveals the growing instability in the developing countries. This instability caused by conflicts, persecution poverty, economic and natural disasters also affects the Missionary Activities of the Young Churches. Some of the dioceses, parishes, schools are destabilized. How can the Congregation for the Evangelization of peoples help to stabilize the situation of these societies so as to slow the migratory flux? On the other hand, how can the presence of these refugees in Europe bring the universal Church to rediscover her prophetic voice and question her fidelity to her identity as Church of Christ, Family of God ?
Conclusion
I have tried to give more flesh to highlight the challenges facing the Young Churches in Africa, Asia and Oceania in the light of their responses to the questionnaires on their Missionary activities ad gentes. It comes out clearly that the impressive numeric growth and the positive development and structuring of the missionary activities in these churches is accompanied with the development of instability in major parts of these territories. This brings to mind the expression of Saint Pope John Paul II: “The mission of Christ the Redeemer, which is entrusted to the Church, is still very far from completion. As the second millennium after Christ's coming draws to an end, an overall view of the human race shows that this mission is still only beginning and that we must commit ourselves wholeheartedly to its service” (Redemptoris Missio, 1). The Congregation for the Evangelization of Peoples has always accompanied the Young Churches in their mission of Evangelization. I hope that the questions raised here-in will help us to find how best to foster Evangelization in these Churches.