El santo padre Francisco recibió este viernes 29 enero 2016 por la mañana en el Palacio Apostólico Vaticano, a los participantes de la Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe. (Texto completo ofrecido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede) ZENIT.
Queridos hermanos y hermanas, tenemos este encuentro como conclusión de los trabajos de vuestra Sesión Plenaria. Les saludo cordialmente y saludo al cardenal prefecto por sus amables palabras.
Nos encontramos en el Año Santo de la Misericordia. Espero que en este Jubileo todos los miembros de la Iglesia renueven su fe en Jesucristo que es el rostro de la misericordia del Padre, el camino que une a Dios y al hombre. Por lo tanto misericordia es el arquitrabe que sostiene la vida de la Iglesia: de hecho la primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo.
¿Cómo no desear entonces que todo el pueblo cristiano –pastores y fieles– descubran y pongan en el centro, durante el Jubileo, las obras de misericordia corporales y espirituales? Y cuando en el ocaso de la vida, se nos preguntará si hemos dado de comer al hambriento y de beber al sediento, también se nos preguntará si hemos ayudado a las personas a salir de sus dudas, si nos hemos comprometido a recibir a los pecadores, advirtiéndolos o corrigiéndolos, si hemos sido capaces de luchar contra la ignorancia, especialmente la relativa a la fe cristiana y a la vida buena. Esta atención a las obras de misericordia es importante: no son una devoción. Es la concretización de cómo los cristianos deben llevar adelante el espíritu de misericordia. Un vez, en estos años, recibí un movimiento importante en el Aula Pablo VI, estaba llena. Y toqué el tema de las obras de misericordia. Me paré e hice una pregunta: “¿Quién de vosotros se acuerdan bien de cuáles son las obras de misericordia espirituales y corporales? Quien se acuerde que levante la mano”. No eran más de 20 en un aula de 7 mil. Tenemos que volver a enseñar esto a los fieles, que es tan importante.
En la fe y en la caridad existe una relación de conocimiento y unificadora con el misterio del Amor, que es el mismo Dios. Y si bien Dios queda un misterio en sí mismo, la misericordia efectiva de Dios se ha vuelto en Jesús, misericordia afectiva, siendo que Él se hizo hombre para la salvación de los hombres. La tarea confiada a vuestro dicasterio encuentra aquí su más profundo fundamento y su justificación adecuada.
La fe cristiana, de hecho, no solo es conocimiento para conservar en la memoria, sino verdad que hay que vivir en el amor. Por lo tanto, junto con la doctrina de la fe, también hay que custodiar la integridad de las costumbres, sobre todo en los ámbitos más sensibles de la vida. La adhesión de fe a la persona de Cristo implica tanto el acto de la razón como la respuesta moral a su don. En este sentido, doy las gracias por todo el esfuerzo y la responsabilidad con que son tratados los casos de abuso de menores por parte del clero.
El cuidado de la integridad de la fe y de las costumbres es una tarea delicada. Para cumplir bien esa misión es importante un compromiso colegial. Vuestra Congregación valoriza mucho la contribución de los consultores y de los comisarios, a quienes deseo agradecerles el trabajo precioso y humilde. Y les animo a proseguir en la praxis de tratar los temas en el congreso semanal y los más importantes en las sesiones ordinarias o plenarias. Hace falta promover, en todos los niveles de la vida eclesial, una correcta sinodalidad. En este sentido el año pasado habéis organizado una reunión con los representantes de las Comisiones doctrinales de las Conferencias Episcopales de Europa, para abordar colegialmente algunos retos doctrinales y pastorales.
De esta manera se contribuye a suscitar en los fieles un nuevo impulso misionero y una mayor apertura a la dimensión trascendente de la vida, sin la cual Europa corre el riesgo de perder el espíritu humanista que, no obstante, ama y defiende. Les invito también a seguir y a intensificar las colaboraciones con tales órganos consultivos que ayudan a las Conferencias Episcopales y con cada uno de los obispos en su solicitud por la sana doctrina en un tiempo de cambios rápidos y de problemáticas de creciente complejidad.
Otra aportación significativa a la renovación de la vida eclesial es el estudio sobre la complementariedad entre los dones jerárquicos y carismáticos. Según la lógica de la unidad en la legítima diferencia -lógica que caracteriza toda auténtica forma de comunión en el Pueblo de Dios-, dones jerárquicos y carismáticos están llamados a colaborar en sinergia por el bien de la Iglesia y del mundo. El testimonio de esta complementariedad es hoy muy urgente y representa una expresión elocuente de aquella ordenada pluriformidad que caracteriza a cada tejido eclesial, como reflejo de la armoniosa comunión que vive en el corazón de Dios Uno y Trino. La relación entre dones jerárquicos y carismáticos, de hecho lleva a su raíz Trinitaria, en la relación entre el Logos divino encarnado y el Espíritu Santo, que es siempre don del Padre y del Hijo.
Justamente, si esa raíz es reconocida y aceptada con humildad, permite que la Iglesia se renueve en cada tiempo como ‘un pueblo que deriva su unidad de la unidad de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’, de acuerdo con la expresión de san Cipriano (De oratione dominica, 23). Unidad y pluriformidad son el sello de una Iglesia que, movida por el Espíritu, sabe encaminarse con un paso seguro y fiel hacia las metas que el Señor Resucitado le indica en el curso de la historia.
Aquí se puede ver cómo la dinámica sinodal, si se entiende correctamente, nace de la comunión y conduce hacia una comunión, cada vez más efectiva, profunda y dilatada, al servicio de la vida y de la misión del Pueblo de Dios. Queridos hermanos y hermanas, les aseguro que les recordaré en las oraciones y confío en las que harán por mi. El Señor les bendiga y la Virgen les proteja.
El obispo de San Cristóbal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, invita a prepararse para la visita del Papa a México. (ZENIT. 29 enero 2016)
Francisco: Iglesia pobre, con y para los pobres
VER
Algunas personas se molestan cuando el Papa Francisco y otros miembros de la Iglesia hablamos de la situación de pobreza y exclusión en que viven millones de personas; cuando se denuncia el sistema económico actual, idolátrico del dinero; cuando se invita a los seguidores de Jesús a asumir la opción prioritaria que Él hizo por los pobres. Un tiempo se les calificó de comunistas, teólogos de una liberación marxista, incitadores de una guerra violenta entre clases sociales, poco fieles a la misión de la Iglesia.
En una reunión eclesial latinoamericana muy importante en que participé en julio del año pasado, cuando se propuso como objetivo ser una Iglesia pobre para los pobres, siguiendo el sueño del papa Francisco, algunos protestaron, pidiendo que se matizara la frase, que eso a algunos los escandalizaría, que no volviéramos a otros tiempos de confrontación interna por estos temas… Afortunadamente la propuesta se aceptó, al menos en los planes y papeles, pues no es fácil asumirla con todas sus consecuencias. El mismo Papa ha encontrado serias resistencias en esto, pues a muchos les cuestiona y les molesta su insistencia y su propio estilo de vida, austero y sencillo.
PENSAR
Al respecto, el Papa Francisco ha sido muy explícito:
“El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre. La pobreza está en el centro del Evangelio. ¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!
Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.
Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio. Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Sin la opción preferencial por los más pobres, el anuncio del Evangelio corre el riesgo de ser incomprendido. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por los pobres.
Todas las personas, verdaderamente todas, son importantes a los ojos de Dios. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque a los dos los hizo el Señor. El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Nunca los dejemos solos.
Estamos llamados a descubrir a Cristo en los pobres, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.
Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente en los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes.
Hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha. Jesús nos advierte: el amor a los demás —extranjeros, enfermos, encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno.
Tenemos que aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre. Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual”.
ACTUAR
Para que la visita del Papa empiece a dar frutos, revisemos nuestros criterios y nuestras actitudes ante los pobres, que están en todas partes.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo cuarto del Tiempo Ordinario C.
¿NO NECESITAMOS PROFETAS?
«Un gran profeta ha surgido entre nosotros». Así gritaban en las aldeas de Galilea, sorprendidos por las palabras y los gestos de Jesús. Sin embargo, no es esto lo que sucede en Nazaret cuando se presenta ante sus vecinos como ungido como Profeta de los pobres.
Jesús observa primero su admiración y luego su rechazo. No se sorprende. Les recuerda un conocido refrán: «Os aseguro que ningún profeta es bien acogido en su tierra». Luego, cuando lo expulsan fuera del pueblo e intentan acabar con él, Jesús los abandona. El narrador dice que «se abrió paso entre ellos y se fue alejando». Nazaret se quedó sin el Profeta Jesús.
Jesús es y actúa como profeta. No es un sacerdote del templo ni un maestro de la ley. Su vida se enmarca en la tradición profética de Israel. A diferencia de los reyes y sacerdotes, el profeta no es nombrado ni ungido por nadie. Su autoridad proviene de Dios, empeñado en alentar y guiar con su Espíritu a su pueblo querido cuando los dirigentes políticos y religiosos no saben hacerlo. No es casual que los cristianos confiesen a Dios encarnado en un profeta.
Los rasgos del profeta son inconfundibles. En medio de una sociedad injusta donde los poderosos buscan su bienestar silenciando el sufrimiento de los que lloran, el profeta se atreve a leer y a vivir la realidad desde la compasión de Dios por los últimos. Su vida entera se convierte en «presencia alternativa» que critica las injusticias y llama a la conversión y el cambio.
Por otra parte, cuando la misma religión se acomoda a un orden de cosas injusto y sus intereses ya no responden a los de Dios, el profeta sacude la indiferencia y el autoengaño, critica la ilusión de eternidad y absoluto que amenaza a toda religión y recuerda a todos que solo Dios salva. Su presencia introduce una esperanza nueva pues invita a pensar el futuro desde la libertad y el amor de Dios.
Una Iglesia que ignora la dimensión profética de Jesús y de sus seguidores, corre el riesgo de quedarse sin profetas.
Nos preocupa mucho la escasez de sacerdotes y pedimos vocaciones para el servicio presbiteral. ¿Por qué no pedimos que Dios suscite profetas? ¿No los necesitamos? ¿No sentimos necesidad de suscitar el espíritu profético en nuestras comunidades?
Una Iglesia sin profetas, ¿no corre el riesgo de caminar sorda a las llamadas de Dios a la conversión y el cambio?
Un cristianismo sin espíritu profético, ¿no tiene el peligro de quedar controlado por el orden, la tradición o el miedo a la novedad de Dios?
José Antonio Pagola
4 Tiempo ordinario – C (Lucas 4,21-30)
Evangelio del 31/ene/2016
Reflexión a las lecturas del domingo cuarto del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR
Domingo 4º del T. Ordinario C
Es impresionante el desenlace del Evangelio de hoy: allí, en Nazaret, en su pueblo, donde se había criado, quieren acabar con Jesús... “Pero Él se abrió paso entre ellos, y se alejaba”.
¿Qué había sucedido? Que se complicó la cosa en la sinagoga. Allí dejamos a Cristo el domingo pasado. Allí llegó con fama de sabiduría y de milagros. Y, cuando el sábado, comenta la lectura de la Ley y los Profetas, les dice claramente que Él es el Mesías, el que tenía que venir: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.
En un primer momento, “todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia, que salían de sus labios”. Pero después, comienzan a pensar y a decir: “¿No es éste el hijo de José?”
Así sintetiza S. Lucas las impresiones de la gente de Nazaret. San Mateo y San Marcos son más explícitos, y concluyen diciendo que “no pudo hacer allí muchos milagros a causa de su falta de fe” (Mt 13, 58. Mc 6,5-6).
Pero Jesús les dice que no se extraña de esta reacción porque “ningún profeta es bien mirado en su tierra”. Y les pone dos ejemplos de la historia, en la que se manifiesta su cerrazón de mente y de corazón: Elías, cuando fue enviado a auxiliar a una viuda pagana de Sarepta, en el territorio de Sidón, y Eliseo, que curó de lepra a Naamán, el sirio.
Me interesa subrayar que en Nazaret se manifiesta, en toda su crudeza, lo que yo llamo EL DRAMA DE LA ENCARNACIÓN. Éste consiste en que Dios, para hablar al hombre, para relacionarse con él, para salvarle…, ha querido valerse de la fragilidad de lo humano: hombres y mujeres, que hablan y actúan en su nombre. Y lo que se ofrece como camino de vida y salvación, puede resultar ineficaz y contraproducente. ¡Podemos quedarnos en lo humano!
Así sucede en Cristo: su Humanidad revela su Divinidad, su infinita grandeza, pero también la oculta. Por eso, muchos pudieron rechazarle e, incluso, llevarle a la Cruz. ¡Es lo que sucede en Nazaret!
Pero, mis queridos amigos, eso ha sucedido y sucederá siempre también en la vida de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, por su analogía con el Misterio de la Encarnación. El Vaticano II, en efecto, nos ha enseñado que “así como la naturaleza humana asumida, está al servicio del Verbo divino como órgano vivo de salvación, a Él indisolublemente unido, de la misma manera el organismo social de la Iglesia, está al servicio del Espíritu de Cristo, que le da vida para que el Cuerpo crezca”(L. G. 8).
Por tanto, nos encontramos siempre en la alternativa de los de Nazaret: o aceptamos el designio de Dios, que ha querido valerse de la fragilidad de lo humano como medio de salvación, o, como aquellos, nos quedamos sin nada. O, incluso, podemos llegar a encontrarnos entre los adversario de Cristo y de la Iglesia. Y no olvidemos que, entonces, “Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 4º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escucharemos ahora la vocación del profeta Jeremías, que es constituido profeta de los gentiles, y es perseguido por su propio pueblo. De este modo, prefigura a Jesucristo, “el gran Profeta”, entregado por nosotros.
SALMO
Recitando este salmo, después de escuchar la vocación del profeta Jeremías, meditamos en el dolor y el sufrimiento que entraña la vocación profética. En medio de todo, el elegido se refugia en Dios, que le ha enviado.
SEGUNDA LECTURA
“Quedan la fe, la esperanza y el amor; la más grande es el amor”. Pero ¿qué es el amor? ¿Cómo es el amor cristiano? Escuchemos con atención las palabras de S. Pablo.
TERCERA LECTURA
En estos domingos recordamos los comienzos de la predicación de Jesús según S. Lucas. Hoy seguiremos escuchando lo que sucede en la sinagoga de Nazaret.
Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión experimentamos cómo el Señor viene en persona a nosotros, como alimento y fuerza, a través de la fragilidad de lo humano, escondido en el pan consagrado que es su Cuerpo. Por eso, unos lo acogen con alegría, otros se quedan en la indiferencia, el abandono, o, incluso, lo rechazan.
Dichosos nosotros invitados a recibirle.
Carta pastoral del obispo Don Bernardo Álvarez Afonso con motivo de la Campaña Contra el Hambre de la organización Manos Unidas a celebrear en Febrero de 2016
PLÁNTALE CARA AL HAMBRE: "SIEMBRA"
Queridos diocesanos:
Con el Año de la Misericordia, el Papa Francisco pide "que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales... Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza… Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio" (El rostro de la misericordia, 15).
Esta exhortación del Papa encaja perfectamente con el trabajo de MANOS UNIDAS, una organización católica española nacida hace más de cincuenta años para ayuda al desarrollo en los países del Tercer Mundo.
Tanto las obras de misericordia corporales (dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos); como algunas espirituales (enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, consolar al triste, perdonar las ofensas), constituyen el contenido básico de la actividad de MANOS UNIDAS.
Bajo la consigna de la promoción integral de las personas que se encuentran situación de pobreza y marginación, y siguiendo los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, MANOS UNIDAS sale al paso de la dramática situación de precariedad y sufrimiento que afecta a más de la mitad de la población mundial.
A lo largo 56 años ininterrumpidos, ha venido realizando la "campaña contra el hambre" para sensibilizar a la población española y recaudar fondos para los proyectos de desarrollo en los campos de la alimentación, la salud, la educación, la promoción de la mujer, la vivienda, el cuidado de la maternidad, etc. Las "manos unidas" de millones de colaboradores, han hecho posible una fructífera labor en las zonas más pobres de la tierra. La seriedad en la programación, el seguimiento y la ejecución de los proyectos, junto con la transparencia en las cuentas, es lo que hace que MANOS UNIDAS cuente con una amplia confianza de la población y que obtuviera en 2010 el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.
Sin duda, MANOS UNIDAS, hace de mediación para que los españoles, "abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y nos sintamos provocados a escuchar su grito de auxilio" (Papa Francisco).
MANOS UNIDAS trabaja todo el año, pero es especialmente en febrero cuando la "campaña contra el hambre" adquiere su mayor visibilidad. En efecto, el segundo viernes de febrero (este año el día 12) tiene lugar el "Día del Ayuno Voluntario". Se nos invita a comer lo mínimo y a privarnos libremente de todo lo que podamos y así –por un día- experimentar la necesidad de uno o varios bienes a los que estamos acostumbrados. Es un gesto de solidaridad con los que "pasan hambre" y, al mismo tiempo, lo que ahorramos lo ofrecemos para la "campaña contra el hambre".
También, ese segundo fin de semana de febrero, tiene lugar en las misas de todas las iglesias y capillas la colecta para los proyectos de MANOS UNIDAS. Asimismo, a lo largo de varios meses, en los colegios públicos y privados, tiene lugar la campaña de sensibilización de los más jóvenes y los alumnos van haciendo sus aportaciones para la "campaña contra el hambre". Trabajo encomiable de los profesores que merece nuestro mayor reconocimiento y gratitud.
El lema de este año, "Plántale cara al hambre: SIEMBRA", hace referencia a algo tan cercano a la experiencia común como el hecho de "la siembra". En el campo de la agricultura, para conseguir los frutos deseados, se empieza por sembrar. Pues, algo así hay que hacer para erradicar el hambre y la miseria de millones de personas en todo el mundo. Hay que sembrar.
¿Sembrar qué? Todos conocemos el refrán: "El que siembra vientos, recoge tempestades". Es un aviso para que pongamos cuidado, pues si sembramos una mala semilla, el fruto obtenido será malo. También, si no sembramos nada no podemos esperar obtener frutos.
El Papa Francisco, con su encíclica Laudato si', sobre el cuidado de la naturaleza, nos recuerda que en nuestro planeta todo está conectado y que la desnutrición crónica que sufren 800 millones de personas tiene mucho que ver con un tipo de desarrollo contaminante y derrochador.
¿Cómo es posible que entre el 30 y el 40 por ciento de los alimentos que se producen en todo el mundo vayan a la basura? ¿Cuánto gastamos en cosas superfluas que apenas utilizamos?
Sembrar, para obtener buenos frutos en la erradicación del hambre en el mundo, comienza por mirar cada uno en que tendríamos que cambiar nuestra forma de vivir. El Papa nos urge a vivir una ecología integral, capaz de acabar con la pobreza y la exclusión, una ecología en la que no se descarte a nadie, que promueva el cuidado de la naturaleza como casa y bien común de todos.
Es evidente que, si sembramos los vientos del consumismo, materialismo e indiferencia religiosa, egoísmo, armas, contaminación, derroche de los recursos naturales, etc., el resultado no pude ser otro que las tempestades de la desigualdad, la pobreza, el terrorismo y las guerras, la emigración forzosa, el cambio climático, en definitiva miseria y sufrimiento de una gran parte de la humanidad. Como dice, también, otro refrán, "de aquellos polvos, vienes estos lodos".
A todos nos gustaría que desaparecieran estos males, realidades que en mayor o menor medida todos padecemos o acabaremos padeciendo. Pero, para ello hay que tener mucho cuidado con lo que se siembra.
"Plántale cara al hambre: Siembra", sí. Siembra amor y solidaridad, respeto por la vida y la dignidad de todas las personas, esfuerzo y trabajo responsable, educación integral, conocimiento de Dios, igualdad y justicia, diálogo y consenso, etc. y brotarán los frutos de la fraternidad, el desarrollo para todos, la paz y la concordia, la cooperación entre los pueblos, el servicio y la gratuidad, el cuidado de los más débiles, etc.
Sí. Siembra tu dinero, tu donativo generoso, en los proyectos de solidaridad de MANOS UNIDAS y cosecharás la promoción y el desarrollo de muchas personas que gracias a tu cooperación podrán salir de la miseria, superar sus precarias condiciones de vida y mirar al futuro con esperanza; personas que al mejorar su condiciones alimentarias, de salud, de educación, de vivienda, de comunicaciones, etc. se convertirán protagonistas de su propio desarrollo y el de sus países. ¿Puede haber una inversión más rentable?
Así, de modo invisible pero real, colaborando con MANOS UNIDAS cumpliremos el deseo del Papa Francisco para este Año de la Misericordia, en referencia a los que viven en la miseria:. "Que nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad".
† Bernardo Álvarez Afonso
Obispo Nivariense
Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. 28 enero 2016. Zenit
Muestra que Dios es misericordia y no división
“Muestra que Dios es misericordia y no división” es el título de la nueva carta semanal del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. A continuación publicamos el texto íntegro de la misma:
Cuando estábamos reunidos en un acto ecuménico en la catedral de la Almudena este lunes, 25 de enero, como clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos –unidad que es el gran deseo de Cristo, que todos los discípulos seamos uno–, vino a mi mente el día en que el Papa Francisco me entregó el palio, como signo de la responsabilidad que me daba como sucesor de Pedro al nombrarme arzobispo de Madrid. Y también cuando el nuncio del Papa me lo impuso en la catedral. La entrega y la imposición requerían de mí asumir que os tenía que acompañar como el Señor lo hace. Y quiero haceros llegar la respuesta que yo me daba y la petición que le hacía al Señor en la fiesta de la Conversión de san Pablo. Me preguntaba a mí mismo: ¿Qué simboliza el palio en esta responsabilidad de arzobispo en la Iglesia de Jesucristo? ¿Cuando me pusieron sobre los hombros el palio y cuando sigo poniéndolo en las celebraciones, qué me está recordando? Y me respondía: ese símbolo y gesto me tiene que hacer recordar toda mi vida que el pastor debe poner sobre sus hombros a los hombres y, muy especialmente, a quien más perdido esté y a quien más lo necesite por el motivo que fuere, para llevarle por el camino por el que llegue a su casa. Es el lenguaje que utilizó el Señor, para que llegue y esté en el redil. Los Padres de la Iglesia siempre vieron en esta imagen a toda la humanidad, a todo ser humano que se ha perdido y no encuentra el camino de su casa. Por el camino del amor, de la entrega de su vida hasta la muerte, el Buen Pastor que es Jesucristo nos lleva a su casa. Participar en esta tarea es la gran ocupación que debe tener el pastor. Ayudadme a realizarla.
Cuando me pongo el palio, siento que el Señor me hace esta pregunta: ¿Llevas también contigo a todos aquellos que me pertenecen, es decir, a todos los hombres? ¿Llevas a todos los que te he dado? ¿Los llevas a mí, a Jesucristo? De tal manera que el palio se convierte en un símbolo de amor al Buen Pastor y de amar al hombre como Él. Dios es misericordia, así nos lo revela Jesucristo con su propia vida. Recuerdo haber leído en uno de los sermones de san Juan de Ribera, arzobispo de Valencia, la explicación que daba a los cristianos de cómo y quién era Dios para los hombres. Decía así: «Habéis oído y dicho vosotros de Dios que es Todopoderoso, Omnipotente, Creador, etc., pero fijaos bien, cuando Dios ha querido decir a los hombres quién es y cómo tenemos que ser nosotros, nos ha revelado y se ha manifestado como Padre Misericordioso y nos ha mostrado en el Hijo su rostro verdadero, el de la Misericordia».
Es un deseo del Señor que se nos torna necesario para realizar la misión que Él entregó a su Iglesia. La misericordia engendra unidad, nos hace comprender mejor lo que Dios quiere de nosotros. Sin unidad, sin comunión plena, no hay un anuncio creíble del Evangelio para los hombres. Si nuestro corazón y nuestra mente están abiertos al Espíritu de comunión, Dios puede obrar milagros en su Iglesia, restaurando los vínculos de unidad en una situación histórica en la que tanta falta hace. Os pido que me ayudéis a llevar el palio. Convencidos de que la unidad la da Jesucristo, descubramos en este Año de la Misericordia lo que el decreto del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo pone de relieve cuando nos dice que, si los cristianos no nos conocemos mutuamente, no puede haber progreso en el camino de la comunión.
El Papa Francisco nos alienta a vivir con el rostro de la misericordia de Cristo. Y nos dice que si los cristianos realizamos, vivimos y pasamos por las cuatro estaciones necesarias para vivir en, por y con la misericordia de Jesucristo, como son no juzgar, no condenar, perdonar y dar, podremos restaurar la unidad y la comunión en la Iglesia y construiremos la cultura del encuentro. Pidamos al Señor su misericordia; pidamos vivirla con la intensidad y la fuerza que solamente Él puede dar; pidamos siempre que el Señor arranque de lo más profundo de nuestra vida un grito con el que le digamos: ¡Danos tu rostro de misericordia! ¡Elimina de nuestra vida todo aquello que divida, rompa y no haga posible el encuentro de los hombres!
Acojamos, cultivemos y anunciemos la misericordia, que es el amor mismo de Dios. Lo que el Señor nos pidió a los discípulos fue que viviésemos como mandamiento nuevo su amor entre nosotros. Un amor que va acompañado de gestos coherentes, que crea confianza, que hace posible que se abran los corazones, los ojos, los oídos, las manos. Que nos introduce en un diálogo de amor, de caridad, de misericordia, que provoca necesariamente el vivir en el diálogo de la verdad. Es cierto que la unidad y la comunión son esencia de nuestra identidad y, por tanto, de nuestro ser de cristianos. Esa esencia nos la entregó el Señor el día de nuestro Bautismo al darnos su misma Vida. Pero nos sucede como al apóstol, «que hacemos lo que no queremos y queremos lo que no hacemos». El tesoro precisamente es eso que puso el Señor en nosotros: «su amor, su misericordia, su unidad y la comunión»; pero la vasija que cada uno de nosotros somos, se rompe y hace que estropeemos lo que tan bellamente puso Él en nuestra vida, su Vida que es «misericordia y no división», es decir, «unidad y comunión».
¡Qué maravilloso es entrar en conversación y escucha de san Pablo! Según el apóstol, los discípulos de Cristo estamos llamados a la misericordia con el Hijo, y precisamente este es el motivo por el que se llama al Padre fiel o justo: «Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor Nuestro» (1 Cor 1, 9). Así, todos los creyentes somos compañeros de Cristo, en una misericordia que está en el presente y se desarrolla, en una misericordia que se realiza mediante la fe, en una comunión que se lleva a cabo en una misión de vida con Él. Precisamente el momento de esta unión es el Bautismo, en el que se con-muere con Cristo para con-resucitar con Él. Es una misericordia-comunión que se crea y recrea también en la Cena del Señor, en el Misterio de la Eucaristía.
Sin «espiritualidad de misericordia-comunión» no hay «evangelización» y tampoco hay verdadero ecumenismo. De tal manera que la misión nos está exigiendo la misericordia y la comunión. La comunión que se tiene en la fe con el Padre y el Hijo solo puede expresarse en la misericordia con los hermanos. Es necesario volver a leer y meditar Jn 14, 20-23: «Aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. […] Si uno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él y moraremos en él». Y también Jn 15, 4: «Permaneced en mí como yo en vosotros. Si un sarmiento no permanece en la vid, no puede dar fruto solo; así también vosotros, si no permanecéis en mí». Y de la misma manera Jn 17, 21: «Para que todos sean una sola cosa. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado». Descubrir y experimentar que Cristo está en nosotros, que damos fruto y servimos tanto en cuanto permanecemos en Él, y que la credibilidad en este mundo pasa por ser uno en Él, se convierte para nosotros en petición constante al Señor. La misericordia es tarea y es misión.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid
Audiencia general del miércoles 27 de enero de 2016. ZENIT
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la Sagrada Escritura, la misericordia de Dios está presente a lo largo de toda la historia del pueblo de Israel.
Con su misericordia, el Señor acompaña el camino de los patriarcas, les dona hijos a pesar de la condición de esterilidad, les conduce por caminos de gracia y de reconciliación, como muestra la historia de de José y sus hermanos (cfr Gen 37-50). Y pienso en tantos hermanos que están alejados en una familia y no se hablan. Pero este Año de la Misericordia es una buena ocasión para reencontrarse, abrazarse y perdonarse, ¡eh! Olvidar las cosas feas. Pero, como sabemos, en Egipto la vida para el pueblo se hizo dura. Y es precisamente cuando los israelitas van a sucumbir, que el Señor interviene y da la salvación.
Se lee en el Libro del Éxodo: “Pasó mucho tiempo y, mientras tanto, murió el rey de Egipto. Los israelitas, que gemían en la esclavitud, hicieron oír su clamor, y ese clamor llegó hasta Dios, desde el fondo de su esclavitud. Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Entonces dirigió su mirada hacia los israelitas y los tuvo en cuenta (2,23-25). La misericordia no puede permanecer indiferente frente al sufrimiento de los oprimidos, al grito de quien está sometido a la violencia, reducido a la esclavitud, condenado a muerte. Es una dolorosa realidad que aflige a todas las épocas, incluida la nuestra, y que hace sentir a menudo impotentes, tentados a endurecer el corazón y pensar en otra cosa. Dios sin embargo, no es indiferente (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2016, 1), no quita nunca la mirada del dolor humano. El Dios de misericordia responde y cuida de los pobres, de los que gritan su desesperación. Dios escucha e interviene para salvar, suscitando hombres capaces de sentir el gemido del sufrimiento y de trabajar a favor de los oprimidos.
Es así como comienza la historia de Moisés como mediador de liberación para el pueblo. Él se enfrenta al Faraón para convencerlo de que deje salir a Israel; y después guiará al pueblo a través del Mar Rojo y el desierto, hacia la libertad. Moisés, que la misericordia divina lo ha salvado de la muerte apenas nacido en las aguas del Nilo, se hace mediador de esa misma misericordia, permitiendo al pueblo nacer a la libertad salvado de las aguas del Mar Rojo. Y también nosotros en este Año de la Misericordia podemos hacer este trabajo de ser mediadores de misericordia con las obras de misericordia para acercarnos, para dar alivio, para hacer unidad. Tantas cosas buenas se pueden hacer.
La misericordia de Dios actúa siempre para salvar. Es todo lo contrario de las obras de aquellos que actúan siempre para matar: por ejemplo aquellos que hacen las guerras. El Señor, mediante su siervo Moisés, guía a Israel en el desierto como si fuera un hijo, lo educa en la fe y realiza la alianza con él, creando una relación de amor fuerte, como el del padre con el hijo y el del esposo con la esposa.
A tanto llega la misericordia divina. Dios propone una relación de amor particular, exclusiva, privilegiada. Cuando da instrucciones a Moisés a cerca de la alianza, dice: «Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada» (Ex 19,5-6).
Cierto, Dios posee ya toda la tierra porque lo ha creado; pero el pueblo se convierte para Él en una posesión diversa, especial: es su personal “reserva de oro y plata” como aquella que el rey David afirmaba haber donado para la construcción del Templo.
Por lo tanto, en esto nos convertimos para Dios acogiendo su alianza y dejándonos salvar por Él. La misericordia del Señor hace al hombre precioso, como una riqueza personal que le pertenece, que Él custodia y en la cual se complace.
Son estas las maravillas de la misericordia divina, que llega a pleno cumplimiento en el Señor Jesús, en esa “nueva y eterna alianza” consumada con su sangre, que con el perdón destruye nuestro pecado y nos hace definitivamente hijos de Dios (Cfr. 1 Jn 3,1), joyas preciosas en las manos del Padre bueno y misericordioso. Y si nosotros somos hijos de Dios, tenemos la posibilidad de tener esta herencia – aquella de la bondad y de la misericordia – en relación con los demás. Pidamos al Señ
or que en este Año de la Misericordia también nosotros hagamos cosas de misericordia; abramos nuestro corazón para llegar a todos con las obras de misericordia, la herencia misericordiosa que Dios Padre ha tenido con nosotros. Gracias.
(Texto traducido desde el audio por ZENIT )
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). ZENIT
Cuarto Domingo Tiempo Común Ciclo C
Textos: Jr 1, 4-5.17-19; 1 Co 12, 31-13,13; Lc 4, 21-30
Idea principal: Cristo y sus seguidores seremos signo de contradicción.
Síntesis del mensaje: Hoy es la continuación del Evangelio de la semana pasada. Un auténtico cristiano –llámese Papa, obispo, sacerdote, religiosa, laico- siempre será signo de contradicción, a ejemplo de Cristo, que no fue comprendido, que echó en cara la falta de fe de sus compatriotas, y por eso quisieron despeñarle (evangelio). Ante esto debemos reaccionar con la caridad de Cristo (2ª lectura), sin miedo y con la confianza en Dios, quien nos consagró desde el bautismo para ser profetas para las naciones y está a nuestro lado para salvarnos (1ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Cristo fue desde que nació signo de contradicción; así se lo dijo Simeón a María y a José cuando éstos lo presentaron en el templo (cf. Lc 2, 21-40). Tres veces fue Jesús a hablar a su pueblo, Nazaret. La primera le aplaudieron hasta el punto de echar humo las palmas de la mano, porque hablaba “como los ángeles”, era su paisano y no había más que hablar. La segunda le silbaron porque enmendó la página al profeta Isaías, el hijo del carpintero al profeta, ¡hasta ahí podemos llegar!, diciendo que el Mesías no es el Dios de las venganzas, sino el Dios de las bondades y del perdón. La tercera, fue la vencida: porque igualó delante de Dios a extranjeros, judíos y paganos, le empujaron por las calles del pueblo hasta las afueras, al despeñadero, un envite y…¿a quién se le ocurre igualar paganos, extranjeros y judíos, estos últimos que eran raza elegida por Dios? Definitivamente este Jesús de Nazaret está loco de atar. ¡Signo de contradicción! Porque predica otra Noticia distinta –las bienaventuranzas-, más interior y no tanto exterior y esclava de preceptos, y que no hacía resonar el eco del Antiguo Testamento…¡está desfigurando la religión de Israel! Porque iba a banquetes, era un comilón y bebedor. Porque se dejaba tocar por los pecadores, era un proscrito y un apestado. Porque se hacía acompañar por mujeres que le servían en sus necesidades, era un incumplidor de la ley de Moisés. Porque enseñaba en las calles y caminos sin tener su título y sin ser escriba sabihondo y sin llevar un libro debajo del brazo, era criticado. Porque dejaba que los niños se acercasen a Él, y los acariciaba y bendecía, estaba bajo la lupa de los fariseos y doctores de la ley. Porque era un peregrino itinerante que no tenía donde reclinar la cabeza, era considerado raro y estrafalario. ¡Signo de contradicción! «Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» Jn 1, 11). ¿Para quién Jesús es signo de contradicción y piedra de escándalo? Para los soberbios, para los que se resisten a creer, se convierte en “roca de escándalo” (cf. 1 P 2,8). Y es el mismo Señor quien advierte: “Bienaventurado el que no se escandalice de mí” (Mt 11,6).
En segundo lugar, también la Iglesia fue, es y será signo de contradicción. La predicación de la Iglesia, su misma presencia en medio del mundo, resulta incómoda cuando, haciéndose eco de la enseñanza de Cristo, pronuncia lo que no desea ser oído; cuando recuerda que el hombre no es Dios, que la ley dictada por los hombres no siempre coincide con la ley de Dios; cuando desafía los convencionalismos pacíficamente aceptados por nuestro egoísmo, nuestra comodidad y nuestra soberbia; cuando proclama la verdad del matrimonio uno, indisoluble, fecundo, hasta la muerte. La Iglesia es signo de contradicción cuando no comulga con las ideologías de moda. Como Jeremías (1ª lectura), y como Cristo, la Iglesia no debe dejarse amedrentar. Es Dios quien hace al profeta plaza fuerte, columna de hierro y muralla de bronce. La fuerza de la Iglesia no proviene del poder de las armas, o del dinero, o del prestigio mundano. La fuerza de la Iglesia proviene de su fidelidad al Señor. La resistencia de la Iglesia radica en la fuerza paradójica del amor; un amor que “disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites” (1 Cor 13,7). La auténtica prioridad para la Iglesia, ha escrito el Papa Benedicto XVI, es “el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo”. Con esa prioridad debemos trabajar todos, aceptando el desafío del rechazo, y dando, incansablemente, testimonio del amor de Dios.
Finalmente, los auténticos seguidores de Cristo, los profetas de Dios experimentarán también esta señal de contradicción. Esta es una constante que acompaña a los auténticos profetas, desde el Antiguo Testamento hasta los tiempos presentes. Los falsos profetas, los que dicen lo que la gente quiere oír y, sobre todo, lo que halaga el oído de los poderosos, prosperan. Pero los profetas verdaderos resultan incómodos y provocan una reacción en contra cuando en su predicación tocan temas candentes, poniendo el dedo en la llaga de alguna injusticia o situación de infidelidad. Si no, preguntemos a san Juan Bautista al denunciar el adulterio del rey Herodes. O al beato Óscar Romero, que se ganó el sobrenombre de “la voz de los sin voz”. Su defensa de los más desfavorecidos de El Salvador hizo que el Parlamento británico lo propusiera como candidato al Premio Nobel de la Paz en 1979. Desgraciadamente, sus continuas llamadas al diálogo, para que los ricos no se aferraran al poder, y los oprimidos no optaran por las armas, no surtieron efecto, a pesar de la popularidad que alcanzaron sus homilías dominicales. Obstinados en reprimir toda oposición, agentes del Estado terminaron por asesinar a monseñor Romero, el 23 de marzo de 1980, y continuaron violando los derechos humanos, provocando una guerra civil en El Salvador que duraría once años y causaría 70.000 muertos.
Para reflexionar: reflexionemos en estas palabras del Papa Francisco: “«Mantenemos la mirada fija en Jesús, porque la fe, que es nuestro «sí» a la relación filial con Dios, viene de Él, viene de Jesús. Es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es el Hijo, y nosotros somos hijos en Él. […] Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es “signo de contradicción”» (Homilía de S.S. Francisco, 18 de agosto de 2013).
Para rezar: Señor, dame valentía para poder ser signo de contradicción sin miedo, a ejemplo tuyo y de tantos hermanos y hermanas cristianos, que incluso dieron la vida por ti y el Evangelio.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
“Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13). Las obras de misericordia en el camino jubilar
Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2016
1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada
En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.
María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, María canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).
Vaticano, 4 de octubre de 2015 - Fiesta de San Francisco de Asis
Francisco
Celebración en la semana de oración pidiendo por la Unidad de los Cristianos 2016 publicada en folleto recibido en la parroquia con los materiales.
Desarrollo de la celebración
Destinados a proclamar las grandezas de Dios (cf. 1 Pedro 2, 9)
C: Celebrante principal
A: Asamblea
L: Lector
I. Introducción
Himno de entrada
Los celebrantes entran llevando una Biblia, una vela encendida y un tazón de sal.
Palabras de bienvenida
C: Queridos amigos en Cristo, al reunirnos para esta celebración de oración y unidad, damos gracias a Dios por nuestra dignidad de cristianos y nuestra vocación, que se describen en las palabras de san Pedro: «son raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su posesión, destinado a proclamar las grandezas de quien los llamó de las tinieblas a su luz maravillosa». Este año oramos con los cristianos de Letonia, que han preparado esta celebración con el deseo de que crezcamos en la comunión con nuestro Señor Jesucristo y con todos nuestros hermanos y hermanas que buscan la unidad (cfr. 1 Pedro 2, 9).
II. Oraciones al Espíritu Santo
C: Espíritu Santo, don del Padre por medio de su Hijo Jesucristo, mora en nosotros, abre nuestros corazones y ayúdanos a escuchar tu voz.
A: Espíritu Santo, ven sobre nosotros.
C: Espíritu Santo, amor divino, fuente de unidad y de santidad, muéstranos el amor del Padre.
A: Espíritu Santo, ven sobre nosotros.
C: Espíritu Santo, fuego de amor, purifícanos, echando todas las divisiones de nuestros corazones, de nuestras comunidades y del mundo entero, haciéndonos uno en el nombre de Jesús.
A: Espíritu Santo, ven sobre nosotros.
C: Espíritu Santo, fortalece nuestra fe en Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, que cargó en la cruz con nuestros pecados de división y nos ha llevado a la comunión en su resurrección.
A: Espíritu Santo, ven sobre nosotros.
C: Padre, Hijo y Espíritu Santo moren en nosotros para que nos transformemos en una comunión de amor y santidad. Hágannos uno en ustedes, que viven y reinan por los siglos de los siglos.
A: Amén.
Canto de alabanza
III. Oraciones de reconciliación
C: Dios nos invita a la reconciliación y a la santidad. Convirtamos nuestras mentes, nuestros corazones y nuestros cuerpos para poder recibir la gracia de la reconciliación en el camino hacia la santidad.
Silencio
C: Señor, tú nos has creado a tu imagen. Ten piedad de nosotros cuando no respetamos la naturaleza y el mundo que nos has dado. Kyrie eleison.
A: Kyrie eleison.
C: Jesús, nos invitas a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Ten piedad de nosotros cuando no alcanzamos a ser santos, cuando no somos personas coherentes y no respetamos la dignidad y los derechos humanos. Christe eleison.
A: Christe eleison.
C: Señor de la vida, de la paz y la justicia, ten piedad de nosotros cuando nos hacemos transmisores de la cultura de la muerte, de la guerra y de la injusticia, y fallamos a la hora de construir una civilización del amor. Kyrie eleison.
A: Kyrie eleison.
C: Dios misericordioso, llénanos de tu gracia y santidad. Haznos apóstoles del amor dondequiera que vayamos. Esto te pedimos por Cristo, nuestro Señor.
A: Amén.
IV. Proclamación de la Palabra de Dios
L: La Palabra de Dios que vamos a oír es una explosión de amor en nuestras vidas. ¡Oigan y vivirán!
A: Te damos gracias, Señor.
Isaías 55, 1-3
L: ¡Oigan y vivirán!
A: Te damos gracias, Señor.
Salmo 145, 8-9, 15-16, 17-18
L: Bendeciré tu nombre por siempre jamás.
A: Bendeciré tu nombre por siempre jamás.
L: El Señor es clemente y compasivo, paciente y grande en amor. El Señor es bueno con todos, su amor llega a todas sus obras.
A: Bendeciré tu nombre por siempre jamás.
L: Todos te miran con esperanza y tú les das la comida a su tiempo. Abres generosamente tu mano y sacias a todo ser viviente.
A: Bendeciré tu nombre por siempre jamás.
L: El Señor es justo en todos sus actos, actúa con amor en todas sus obras. El Señor está cerca de cuantos lo invocan, de cuantos lo invocan sinceramente.
A: Bendeciré tu nombre por siempre jamás.
1 Pedro 2, 9-10
L: ¡Oigan y vivirán!
A: Te damos gracias, Señor.
Mateo 5, 1- 16
L: ¡Oigan y vivirán!
A: Te damos gracias, Señor.
Homilía
V. Un gesto de compromiso de ser sal y luz
El celebrante seguidamente exhorta a la asamblea en los siguientes términos:
C: Hemos escuchado las Escrituras que honramos y atesoramos,y juntos hemos sido alimentados en la única mesa de la Palabra.Llevaremos esta Palabra santa al mundo con nosotros,ya que estamos unidos en la misma misión,la de ser Sal de este Mundo y Luz del Mundo,y de proclamar las grandezas del Señor.
Como signo de esta misión que todos compartimos, invitamos a los que deseen a que se acerquen y que prueben un poco de esta sal y a que enciendan su vela a la única llama del cirio. Invitamos a los que así lo hagan a que mantengan sus velas encendidas hasta el final de la celebración.
VI. Oraciones de esperanza
C: Como hijos de Dios, conscientes de nuestra dignidad y de nuestra misión, elevemos nuestras súplicas al Señor y afirmemos nuestro deseo de ser el pueblo santo de Dios.
Silencio
C: Padre que nos amas, transforma nuestros corazones, nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra sociedad.
A: Haz que todo tu pueblo sea santo y uno en Cristo.
C: Agua de Vida, calma la sed que existe en nuestra sociedad, la sed de dignidad, de amor, de comunión y de santidad.
A: Haz que todo tu pueblo sea santo y uno en Cristo.
C: Espíritu Santo, Espíritu de alegría y de paz, sana las divisiones causadas por nuestro mal uso del dinero y del poder y reconcílianos por encima de nuestras diferentes culturas y lenguas. Únenos como hijos de Dios.
A: Haz que todo tu pueblo sea santo y uno en Cristo.
C: Trinidad de amor, llámanos de las tinieblas a tu luz maravillosa.
A: Haz que todo tu pueblo sea santo y uno en Cristo.
C: Señor Jesucristo, nos hacemos uno contigo en el bautismo y por eso unimos nuestras oraciones a la tuya con las palabras que nos has enseñado.
A: Padre nuestro…
VII. Compartiendo la paz
C: Jesús dice:Son la sal de este mundo.Son la luz del mundo.Así debe alumbrar la luz de ustedes delante de los demás,para que viendo el bien que hacen alaben a su Padre celestial.Sean sal de este mundo.Sean luz del mundo.
La paz del Señor esté siempre con ustedes.
A: Y con tu espíritu.
C: Dense unos a otros una señal de paz.
VIII. Bendición y despedida
C: Felices los de espíritu sencillo.Felices los que están tristes.Felices los humildes.Felices los misericordiosos.Felices los que tienen limpia la conciencia.Felices los que trabajan en favor de la paz.Felices los que sufren persecución.Bendecidos sean ustedes por Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
A: Amén.
C: Pueden ir en la paz de Cristo.
A: Amén.
Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. 22 enero 2016 . ZENIT
"Que todos sean uno”.
Por estas fechas cada año intensificamos la oración por la unidad de los cristianos, del 18 al 25 de enero, en el Octavario de oración por la unidad de los cristianos, para concluir en la fiesta de la conversión de san Pablo (25 enero). Y lo hacemos simultáneamente todos los cristianos de todas las comunidades expandidas por toda la tierra: católicos, ortodoxos, protestantes, luteranos, anglicanos, evangélicos… todos lo que confesamos que Jesús es el Señor, el Hijo eterno del Padre hecho hombre para salvar al género humano. Todos hemos sido bautizados recibiendo esta misma fe y hemos adquirido el compromiso de “proclamar las grandezas del Señor” (1Pe 2,9) en nuestra vida, en nuestra historia.
Es una herida dolorosa en el corazón de la Iglesia, nuestra madre. Jesús fundó una sola Iglesia, la comunidad de los redimidos por su sangre, en la cual entramos por el bautismo. Una sola familia, animada por el Espíritu Santo, para que sea testigo de las maravillas de Dios en medio de los hombres. Pero a lo largo de la historia se han producido heridas graves, que todavía no están sanadas totalmente. Aquella primera herida del año 1050, cuando se partieron Oriente y Occidente, cada uno por su lado. De aquella ruptura surgieron los ortodoxos, con sus patriarcados orientales, que han dado a la única Iglesia multitud de santos. Y aquella otra herida mayor todavía de 1520, en la que Lutero rompió con Roma para intentar vivir más evangélicamente, dando origen a tantas confesiones protestantes. Son heridas que a todos nos duelen.
La Iglesia continúa siendo una, tal como la fundó nuestro Señor Jesucristo. Pero sus hijos están divididos en distintas confesiones. El octavario de oración por la unidad de los cristianos nos pone delante de los ojos esta necesidad primaria de la Iglesia: “que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, para que el mundo crea” (cf Jn 17,21). Es una obligación de todo cristiano (católico, ortodoxo, protestante) orar por la unidad de los cristianos y trabajar en su ambiente por esta unidad tan deseada. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, nos recordó el concilio Vaticano II. Y sobre esta base se han dado pasos de gigante en estos últimos 50 años. El respeto por cada una de las tradiciones cristianas, el aprecio y la colaboración en campos comunes, la misión común de dar a conocer a Jesucristo como el único salvador de todos los hombres, han dado como resultado encuentros, estudios compartidos y acciones concretas de acercamiento que nunca se habían dado. El camino hacia la unidad es, por tanto, un camino lleno de esperanza y de logros alcanzados. Pero faltan todavía pasos para llegar a la comunión plena de todos.
Un punto que nos une fuertemente en estos últimos tiempos es la persecución, que ha producido muchos mártires cristianos, el “ecumenismo de la sangre”. El Papa Francisco ha insistido en este tema. Algunos han hecho esta reflexión: «Hay alguien que “sabe” que, pese a las diferencias, somos uno. Y es el que nos persigue. El que persigue hoy día a los cristianos, el que nos unge con el martirio, sabe que los cristianos son discípulos de Cristo: ¡que son uno, que son hermanos! No le interesa si son evangélicos, ortodoxos, luteranos, católicos, apostólicos… ¡no le interesa! Son cristianos. Y esa sangre se junta. Hoy estamos viviendo, queridos hermanos, el “ecumenismo de la sangre”. Esto nos tiene que animar a hacer lo que estamos haciendo hoy: orar, hablar entre nosotros, acortar distancias, hermanarnos cada vez más», y orar todos por la paz en el mundo, ofreciendo por nuestra parte el perdón cristiano y la misericordia a todos, también a quienes nos persiguen y calumnian.
Es momento de apiñarnos en torno al Sucesor de Pedro. Él ha recibido del Señor la preciosa misión de reunirnos a todos en la unidad y de confirmar a todos los hermanos en la fe. Quienes intentan separarnos de esta unidad con el Papa, atentan gravemente contra la unidad de la Iglesia, porque donde esta Pedro allí está la Iglesia. Oramos por la unidad de los cristianos, oramos por el Papa, oramos por todos los cristianos que son perseguidos por causa de su fe. Trabajemos todos por esta unidad.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
Reflexión a las lecturas del domingo tercero del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 3º del T. Ordinario C
Salíamos hace todavía poco tiempo de la Navidad, centrando nuestros ojos en Jesucristo, que comenzaba su Vida Pública. Hoy podríamos decir que el Evangelio nos presenta el comienzo de la Vida Pública de Jesús según San Lucas, el evangelista de este año. Después del Prólogo de su Evangelio, en el que nos presenta el método, la forma, que ha empleado en la composición del texto, nos traslada al capítulo cuarto y dice: “En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos le alababan”. Luego nos narra lo que sucede en la sinagoga de Nazaret. De esta forma, el evangelista subraya el anuncio de la Palabra de Dios, como tarea prioritaria en el ministerio del Señor. En efecto, Jesús es “el Maestro”, es la Palabra encarnada, es el Hijo de Dios, que nos revela el Misterio del Padre, acerca de sí mismo, del mundo y del hombre.
Ya la primera lectura, nos presenta cómo el pueblo de Israel, liberado del destierro, reorganiza su vida cultual en torno a la Palabra de Dios, y la conmoción que se origina al escuchar la lectura del libro santo. Al mismo tiempo, se subraya la atención de aquella gente sencilla que escucha: “Todo el pueblo estaba atento a la Ley” Algo parecido sucedería cuando Jesús va a Nazaret: “Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él”.
Este es, por tanto, un domingo muy apropiado para examinar nuestra actitud ante la Palabra de Dios; para ver cómo la acogemos, cómo la leemos y la escuchamos y cómo la transmitimos a los demás.
El Vaticano II nos enseña: “Cuando alguien lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él (Cristo) quien habla” (S. C. 7). Hay, pues, una presencia de Dios en su Palabra. Es una presencia que los teólogos llaman “casi sacramental”.
Acoger la Palabra de Dios es, por tanto, acoger al Señor. Proclamamos hoy en el Salmo: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”. Y si esto es así, la escucha y la lectura de la Palabra de Dios adquiere una connotación muy especial, sagrada.
Podríamos preguntarnos hoy muchas cosas: ¿Cómo escucho yo a Dios? ¿Cómo respondo a su Palabra? ¿Se centra mi vida en hacer la voluntad del Padre, que su Palabra nos ofrece constantemente? ¿Y la transmitimos? ¿Cómo?
Ya sabemos que una buena noticia está llamada a propagarse por sí misma, pero además, hemos recibido el mandato de anunciar la Palabra de Dios (Mt 18, 19-29) por toda la tierra, que se hace personal y propio, al recibir los sacramentos de Iniciación Cristiana, especialmente, la Confirmación.
Nuestra conciencia de estar llamados a formar un solo Cuerpo, como nos recuerda la segunda lectura, nos urge más aún a llevarla a los demás.
Se ha dicho que el mayor bien que podemos hacer a una persona es darle a conocer a Jesucristo, llevarle a Él. Pues ¡miremos a ver!
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 3º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La proclamación de la Palabra de Dios es el mensaje de este domingo.
Escuchamos ahora cómo el pueblo de Israel después del destierro, reorganiza su vida religiosa en torno a la Palabra de Dios. El pueblo escucha con mucha atención. Escuchemos ahora nosotros.
SEGUNDA LECTURA
La unión que se establece, por el Bautismo, entre Jesucristo y los cristianos y de éstos entre sí, es tan íntima y profunda, que S. Pablo la compara a la que existe entre los miembros de un mismo cuerpo, donde cada miembro ocupa un lugar y desarrolla una función necesaria para el conjunto del organismo.
TERCERA LECTURA
Después del prólogo de su Evangelio, San Lucas nos presenta a Jesucristo, enseñando en las sinagogas, con especial referencia a lo que sucede en la de Nazaret.
Pero antes de escuchar el Evangelio, aclamemos a Cristo, que proclama la Buena Noticia, con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre para anunciar la Buena Noticia de la salvación.
Que Él avive en nosotros el deseo de conocer su doctrina y de llevarla a los demás.
Reflexión de José Antonio Pagola a las lecturas del domingo segundo del Tiempo Ordinario C.
EN LA MISMA DIRECCIÓN
Antes de comenzar a narrar la actividad de Jesús, Lucas quiere dejar muy claro a sus lectores cuál es la pasión que impulsa al Profeta de Galilea y cuál es la meta de toda su actuación. Los cristianos han de saber en qué dirección empuja a Jesús el Espíritu de Dios, pues seguirlo es precisamente caminar en su misma dirección.
Lucas describe con todo detalle lo que hace Jesús en la sinagoga de su pueblo: se pone de pie, recibe el libro sagrado, busca él mismo un pasaje de Isaías, lee el texto, cierra el libro, lo devuelve y se sienta. Todos han de escuchar con atención las palabras escogidas por Jesús pues exponen la tarea a la que se siente enviado por Dios.
Sorprendentemente, el texto no habla de organizar una religión más perfecta o de implantar un culto más digno, sino de comunicar liberación, esperanza, luz y gracia a los más pobres y desgraciados. Esto es lo que lee. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Al terminar, les dice: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
El Espíritu de Dios está en Jesús enviándolo a los pobres, orientando toda su vida hacia los más necesitados, oprimidos y humillados. En esta dirección hemos de trabajar sus seguidores. Esta es la orientación que Dios, encarnado en Jesús, quiere imprimir a la historia humana. Los últimos han de ser los primeros en conocer esa vida más digna, liberada y dichosa que Dios quiere ya desde ahora para todos sus hijos e hijas.
No lo hemos de olvidar. La «opción por los pobres» no es un invento de unos teólogos del siglo veinte, ni una moda puesta en circulación después del Vaticano II. Es la opción del Espíritu de Dios que anima la vida entera de Jesús, y que sus seguidores hemos de introducir en la historia humana. Lo decía Pablo VI: es un deber de la Iglesia «ayudar a que nazca la liberación… y hacer que sea total».
No es posible vivir y anunciar a Jesucristo si no es desde la defensa de los últimos y la solidaridad con los excluidos. Si lo que hacemos y proclamamos desde la Iglesia de Jesús no es captado como algo bueno y liberador por los que más sufren, ¿qué evangelio estamos predicando? ¿A qué Jesús estamos siguiendo? ¿Qué espiritualidad estamos promoviendo? Dicho de manera clara: ¿qué impresión tenemos en la iglesia actual? ¿Estamos caminando en la misma dirección que Jesús?
José Antonio Pagola
3 Tiempo ordinario – C (Lucas 1,1-4; 4,14-21)
Evangelio del 24/ene/2016
por Coordinador Grupos de Jesús
Texto completo de la catequesis del Santo Padre durante la audiencia general del 20 de Enero de 2016. (ZENIT).
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado el texto bíblico que este año guía la reflexión en la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que va del 18 al 25 de enero. Este pasaje de la primera carta de san Pedro ha sido elegido por un grupo ecuménico de Letonia, encargado por el Consejo Ecuménico de las Iglesias y el Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos.
En el centro de la catedral luterana de Riga hay una fuente bautismal que se remonta al siglo XII, al tiempo en el que Letonia fue evangelizada por san Mainardo.
Esa fuente es un signo elocuente de un origen de fe reconocido por todos los cristianos de Letonia, católicos, luteranos y ortodoxos. Tal origen es nuestro común Bautismo. El Concilio Vaticano II afirma que “el bautismo constituye el vínculo sacramental de la unidad existente entre todos los que por medios de él han sido regenerados” (Unitatis redintegratio, 22). La Primera Carta de Pedro está dirigida a la primera generación de cristianos para hacerles conscientes del don recibido con el bautismo y de las exigencias que esto implica. También nosotros, en esta Semana de oración, estamos invitados a redescubrir todo esto, y a hacerlo juntos, yendo más allá de nuestras divisiones.
En primer lugar, compartir el bautismo significa que todos somos pecadores y necesitamos ser salvados, redimidos, liberados del mal. Y este es el aspecto negativo, que la primera carta de Pedro llama “tinieblas” cuando dice: “[Dios] os ha llamado fuera de las tinieblas para conduciros en su luz maravillosa”. Esta es la experiencia de la muerte, que Cristo ha hecho propia, y que está simbolizada en el bautismo del estar sumergidos en el agua, y a la cual sigue el resurgir, símbolo de la resurrección a la nueva vida en Cristo. Cuando nosotros cristianos decimos que compartimos un solo bautismo, afirmamos que todos nosotros –católicos, protestantes y ortodoxos– compartimos la experiencia de ser llamados de las tinieblas feroces y alienantes al encuentro con el Dios vivo, pleno de misericordia. De hecho, todos lamentablemente tenemos experiencia del egoísmo, que genera división, cerrazón, desprecio.
Partir de nuevo del bautismo quiere decir encontrar de nuevo la fuente de la misericordia, fuente de esperanza para todos, porque nadie está excluido de la misericordia de Dios. Nadie está excluido de la misericordia de Dios. El compartir esta gracia crea un vínculo indisoluble entre nosotros cristianos, de tal forma que, en virtud del bautismo, podemos considerarnos todos realmente hermanos. Somos realmente pueblo santo de Dios, aunque si, a causa de nuestros pecados, no somos aún un pueblo plenamente unido. La misericordia de Dios, que actúa en el bautismo, es más fuerte de nuestras divisiones, es más fuerte. En la medida en la que acogemos la gracia de la misericordia, nos hacemos cada vez más plenamente pueblo de Dios, y nos hacemos también capaces de anunciar a todos sus obras maravillosas, precisamente a partir de un simple y fraterno testimonio de unidad. Nosotros cristianos podemos anunciar a todos la fuerza del Evangelio comprometiéndonos a compartir las obras de misericordia corporales y espirituales. Este es un testimonio concreto de unidad entre nosotros cristianos: protestantes, ortodoxos y católicos.
En conclusión, queridos hermanos y hermanas, todos nosotros cristianos, por la gracia del bautismo, hemos obtenido misericordia de Dios y hemos sido acogidos en su pueblo. Todos, católicos, ortodoxos y protestantes, formamos un sacerdocio real y una nación santa. Esto significa que tenemos una misión común, que es el de transmitir la misericordia recibida a los otros, empezando por los más pobres y abandonados. Durante esta Semana de oración, recemos para que todos nosotros, discípulos de Cristo, encontremos el modo de colaborar juntos para llevar la misericordia del Padre en cada lugar de la tierra. Gracias.
(Traducido desde el audio por ZENIT)
El papa Francisco visitó este domingo 17 de enero de 2016, en medio de fuertes medidas de seguridad, la sinagoga de Roma. Es el tercer pontífice que lo hace después de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Uno de los anfitriones le indicó al Papa que, según la ley judía, un acto que se repite tres veces pasa a ser habitual. (Zenit)
«Queridos hermanos y hermanas, estoy contento de estar hoy juntos en este Templo Mayor. Agradezco las corteses palabras del Dr. Di Segni, de la Dra. Dureghello y del abogado Gattena, y a todos los presentes por el caluroso recibimiento. Todà rabbà. ¡Gracias!
En mi primer visita a esta sinagoga como obispo de Roma, deseo expresar a los presentes –haciéndolo extensivo a todas las comunidades judías– el saludo fraterno de paz de esta Iglesia y de toda la Iglesia católica.
Nuestras relaciones me importan mucho. Ya en Buenos Aires iba con cierta frecuencia a las sinagogas para encontrar a las comunidades allí reunidas, para seguir de cerca las fiestas y conmemoraciones judías y dar gracias al Señor, que nos da la vida y que nos acompaña en el camino de la historia.
A lo largo del tiempo se ha creado una relación espiritual que ha favorecido el nacimiento de auténticas relaciones de amistad y también ha inspirado un empeño común.
En el diálogo interreligioso es fundamental que nos encontremos como hermanos y hermanas delante de nuestro Creador y a Él rindamos alabanza, que nos respetemos y apreciemos mutuamente y tratemos de colaborar.
En el diálogo judío-cristiano hay una relación única y peculiar, en virtud de las raíces judías del cristianismo: judíos y cristianos tienen que sentirse por lo tanto hermanos, unidos por el mismo Dios y por un rico patrimonio espiritual común (cfr Declaración Nostra aetate, 4), en el cual basarse y seguir construyendo el futuro.
Con esta visita mía, sigo las huellas de mis predecesores. El papa Juan Pablo II vino aquí hace 30 años, el 13 de abril de 1986; y el papa Benedicto XVI estuvo con vosotros hace seis años. Juan Pablo II en aquella ocasión acuñó la hermosa expresión ‘hermanos mayores’ y de hecho vosotros sois nuestros hermanos y nuestras hermanas mayores en la fe.
Todos pertenecemos a una única familia, la familia de Dios, quien nos acompaña y nos protege como su pueblo.
Juntos, como judíos y como católicos, estamos llamados a asumir nuestras responsabilidades en favor de esta ciudad, aportando nuestra contribución, sobre todo espiritual, y favoreciendo la solución de los distintos problemas actuales.
Deseo que crezca cada vez más la cercanía, el recíproco conocimiento y la estima entre nuestras dos comunidades de fe. Por esto es significativo que haya venido hoy 17 de enero, cuando la Conferencia Episcopal Italiana celebra el “Día del diálogo entre católicos y judíos”.
Hemos celebrado hace poco el 50 aniversario de la declaración Nostra Aetate, del Concilio Vaticano II, que volvió posible el diálogo sistemático entre la Iglesia católica y el judaísmo.
El 28 de octubre pasado, en la Plaza de San Pedro, tuve la oportunidad de saludar también a muchos representantes judíos, y me expresé así: “Hay que agradecer especialmente a Dios, por la verdadera y propia transformación que tuvieron las relaciones entre cristianos y judíos en estos cincuenta años. Indiferencia y oposición se han cambiado en colaboración y benevolencia. De enemigos y extraños nos hemos vuelto amigos y hermanos.
El Concilio, con la Declaración Nostra Aetate, ha trazado el camino del ‘sí’ al descubrimiento de las raíces judías del cristianismo; ‘no’ a cualquier tipo de antisemitismo, y condena a toda injuria, discriminación y persecución que se derivan”.
Nostra Aetate ha definido teológicamente por primera vez, de manera explícita, las relaciones entre la Iglesia católica y el judaísmo.
Claramente, ella no ha resuelto todas las cuestiones teológicas sobre el tema, pero ha dado hecho referencia dando coraje, y un importantísimo estímulo para posteriores y necesarias reflexiones. Sobre esto, el 10 de diciembre de 2015, la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo ha publicado un nuevo documento que enfrente los temas teológicos que han emergido en las últimas décadas que pasaron desde la promulgación de Nostra Aetate.
De hecho, la dimensión teológica del diálogo judío-católico merece ser cada vez más profundizado y deseo animar a todos quienes se han empeñado en este diálogo para que sigan en tal sentido, con discernimiento y perseverancia.
Justamente desde el punto de vista teológico, aparece claramente la indivisible relación que une a cristianos y judíos. Los cristianos para entenderse a sí mismos, no pueden dejar de hacer referencia a las raíces judías, y la Iglesia si bien profesa la salvación a través de la fe en Cristo, reconoce la irrevocabilidad de la Antigua Alianza y el amor constante y fiel de Dios por Israel.
Junto a los temas teológicos, no debemos perder de vista los grandes desafíos que el mundo de hoy enfrenta. La de una ecología integral es ahora prioritaria, y en cuanto cristianos y judíos tenemos que ofrecer a la humanidad entera el mensaje de la Biblia sobre el cuidado de la creación.
Conflictos, guerras, violencia e injusticias abren heridas profundas en la humanidad y nos llaman a reforzar el compromiso por la paz y la justicia.
La violencia del hombre sobre el hombre está en contradicción con toda religión digna de este nombre, y en particular con las tres grandes religiones monoteístas”. La vida es sagrada en cuanto un don de Dios. El quinto mandamiento del decálogo dice ‘No asesinar’ (Es 20,13). Dios es el Dios de la vida y quiere siempre promoverla y defenderla; y nosotros creados a su imagen y semejanza debemos hacer lo mismo.
Cada ser humano en cuanto creatura de Dios es nuestro hermano, independientemente de su origen o de su pertenencia religiosa. Cada persona tiene que ser vista con benevolencia, como hace Dios, que pone su mano misericordiosa a todos, independientemente de su fe o proveniencia, y que atiende a todos los que tienen más necesidad de Él: los pobres, los marginados, los indefensos.
Allí donde la vida está en peligro estamos llamados a protegerla aún más. Ni la violencia ni la muerte tendrán nunca la última palabra delante de Dios, que es el Dios del amor y de la vida.
Nosotros tenemos que rezarle con insistencia para que nos ayude a practicar en Europa y en Tierra Santa, en Oriente Medio, en África y en cada parte del mundo la lógica de la paz, de la reconciliación, del perdón y de la vida.
El pueblo judío durante su historia ha tenido que sufrir la violencia, la persecución, hasta el exterminio de los hebreos europeos durante la Shoah. Seis millones de personas solamente porque pertenecían al pueblo judío, han sido víctimas de la más inhumana barbarie, perpetrada en una ideología que quería sustituir el hombre a Dios.
El 16 de octubre de 1943, más de mil hombres, mujeres y niños de la comunidad judía de Roma, fueron deportados a Auschwitz.
Hoy deseo recordarlos de manera particular: sus sufrimientos, sus angustias, sus lágrimas no tienen que ser nunca olvidadas. Y el pasado nos debe servir de lección para el presente y para el futuro.
La Shoah nos enseña que es necesaria siempre la máxima vigilancia, para poder intervenir tempestivamente en defensa de la dignidad humana y de la paz. Quiero expresar mi cercanía a cada testigo de la Shoah que aún vive, y dirijo mi saludo particular a quienes de ellos están hoy aquí presentes.
Queridos hermanos mayores, tenemos que estar verdaderamente agradecidos por todo lo que ha sido posible realizar en los últimos cincuenta años, porque entre nosotros han crecido y se han profundizado la comprensión recíproca, la mutua confianza y la amistad.
Recemos junto al Señor, para que conduzca nuestro camino hacia un futuro bueno, mejor. Dios tiene para nosotros proyectos de salvación, como dice el profeta Jeremías: ‘Yo conozco los proyectos que he hecho para vosotros -oráculo del Señor-, proyectos de paz y no de desventura, para conceder un futuro lleno de esperanza” (Ger 29,11).
Que el Señor nos bendiga y nos proteja, Haga resplandecer su rostro sobre nosotros y nos done su gracia. Dirija a nosotros su rostro y nos conceda la paz (cfr Nm 6,24-26). ¡Shalom alechem! ».
El papa Francisco, el domingo 17 de Enero de 2016, se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico para rezar el ángelus con los fieles congregados en la plaza de San Pedro. (ZENIT)
Estas son las palabras del Santo Padre antes de la oración mariana.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo presenta el evento prodigioso sucedido en Caná, un pueblo de Galilea, durante la fiesta de una boda en la que también participaron María y Jesús, con sus primeros discípulos (cfr Jn 2,1-11). La Madre dice al Hijo que falta el vino y Jesús, después de responder que todavía no ha llegado su hora, sin embargo acoge su petición y dona a los novios el vino más bueno de toda la fiesta. El evangelista subraya que aquí “Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él” (v. 11).
Los milagros, por tanto, son signos extraordinarios que acompañan la predicación de la Buena Noticia y tienen el fin de suscitar o reforzar la fe en Jesús. En el milagro realizado en Caná, podemos ver un acto de benevolencia por parte de Jesús hacia los novios, un signo de la bendición de Dios a su matrimonio. El amor entre el hombre y la mujer es por tanto un buen camino para vivir el Evangelio, es decir, para emprender el camino con alegría sobre el recorrido de la santidad.
Pero el milagro de Caná no tiene que ver solo con los esposos. Cada persona humana está llamada a encontrar al Señor como Esposo de su vida. La fe cristiana es un don que recibimos con el Bautismo y que nos permite encontrar a Dios. La fe atraviesa tiempos de alegría y de dolor, de luz y de oscuridad, como en cada auténtica experiencia de amor. El pasaje de las bodas de Caná nos invita a redescubrir que Jesús no se presenta a nosotros como un juez preparado para condenar nuestras culpas, ni como un comandante que nos impone seguir ciegamente sus órdenes; se manifiesta como Salvador de la humanidad, como hermano, como nuestro hermano mayor, hijo del Padre, se presenta como Aquel que responde a las esperanzas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros.
Entonces podemos preguntarnos: ¿realmente conozco al Señor así? ¿Lo siento cercano a mí, a mi vida? ¿Le estoy respondiendo en la amplitud de ese amor esponsal que Él me manifiesta cada día y a cada ser humano? Se trata de darse cuenta que Jesús nos busca y nos invita a hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón. Y en este camino de fe con Él no estamos solos: hemos recibido el don de la Sangre de Cristo. Las grandes ánforas de piedra que Jesús llena de agua para convertirlas en vino (v. 7) son signo del paso de la antigua a la nueva alianza: en el lugar del agua usada para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús, derramada de forma sacramental en la Eucaristía y de la forma más dura en la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que derivan del Misterio pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos permiten saborear la misericordia infinita de Dios.
La Virgen María, modelo de meditación de las palabras y de los gestos del Señor, nos ayude a redescubrir con fe la belleza y la riqueza de la Eucaristía y de los otros Sacramentos, que hacen presente el amor fiel de Dios por nosotros. Podemos así enamorarnos cada vez más del Señor Jesús, nuestro Esposo, e ir a su encuentro con las lámparas encendidas de nuestra fe alegre, convirtiéndonos así en sus testigos en el mundo.
Después del ángelus,
Queridos hermanos y hermanas,
hoy se celebra la Jornada Mundial del Inmigrante y del Refugiado que, en el contexto del Año Santo de la Misericordia, se celebra también como Jubileo de los inmigrantes. Me complace, por lo tanto, saludar con gran afecto a las comunidades éticas aquí presentes, todos vosotros, procedentes de varias regiones de Italia, especialmente del Lazio. Queridos inmigrantes y refugiados, cada uno de vosotros lleva consigo una historia, una cultura, valores preciosos; y a menudo lamentablemente también experiencias de miseria, de opresión, de miedo. Vuestra presencia aquí en esta plaza es signo de esperanza en Dios. No dejéis que os roben esta esperanza y la alegría de vivir, que surgen de la experiencia de la divina misericordia, también gracias a las personas que os acogen y os ayudan. El paso de la Puerta Santa y la misa que dentro de poco viviréis, os llenen el corazón de paz. En esta misa, yo quisiera dar las gracias, también vosotros, dad las gracias conmigo, a los detenidos de la cárcel de Opera, por el regalo de las hostias realizadas por ellos mismos y que se utilizarán en esta celebración. Les saludamos con un aplauso desde aquí, todos juntos.
Saludo con afecto a todos vosotros, peregrinos venidos de Italia y de otros países: en particular a la Asociación cultura Napredak, de Sarajevo; los estudiantes españoles de Badajoz y Palma de Mallorca; y los jóvenes de Osteria Grande (Bolonia).
Y ahora os invito a todos a dirigir a Dios una oración por las víctimas de los atentados sucedidos en los días pasados en Indonesia y Burkina Faso. El Señor los acoja en su casa, y sostenga el compromiso de la comunidad internacional para construir la paz. Rezamos a la Virgen: Dios te Salve María….
Os deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. ‘Jesús ha venido para restaurar lo que el pecado había roto y hace posible ese sueño del corazón humano’
Jesús fue de boda. Con su madre, con los apóstoles. A Caná de Galilea. Fue a compartir la alegría de los novios y a darles lo que ellos no tenían. En una boda hay convivencia, hay compartir, hay encuentro con los amigos que hace tiempo no vemos. Una boda es una circunstancia gozosa por muchos motivos. Y allí estaba Jesús. Allí estaba María. Compartiendo la alegría de aquellos novios, que empezaban su vida en común.
Y estando allí, se agotó el vino, símbolo de la alegría que los novios compartían. María se dio cuenta y acudió a Jesús y a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”. Y Jesús convirtió el agua en vino, y renació la alegría en aquella fiesta. Todos quedaron maravillados por el vino abundante que Jesús trajo, y mejor que el primero, de manera que no se agotó en toda la fiesta.
Este fue el primer milagro de Jesús. Es significativo que fuera en el contexto de una boda, para significar que él ha venido a desposarse con la humanidad, para llegar al corazón de cada persona en esa dimensión más honda, la dimensión esponsal, y llenarla de sentido. De esta manera, Jesús ha santificado el matrimonio, cuyas raíces están en la misma creación: “hombre y mujer los creó… y los bendijo Dios: creced y multiplicaos” (Gn 1,26-28), elevando el matrimonio a la categoría de sacramento, esto es, de signo de la unión de Cristo con la Iglesia, su esposa. “Este es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia” (Ef 5,32), nos enseña san Pablo.
El matrimonio es el fundamento de la familia, según el plan de Dios. Un hombre y una mujer, unidos en el amor bendecido por Dios, abiertos generosamente a la vida hasta que la muerte los separe. Este es el deseo natural, puesto en el corazón de cada hombre, de cada mujer, que sólo puede ser satisfecho plenamente por Jesucristo, sólo puede ser entendido con su luz y sólo puede ser alcanzado con su gracia. El hombre, la mujer quiere ser querido/a para siempre. Pero no son capaces de ello con sus solas fuerzas. De manera que el proyecto de Dios parece irrealizable. Jesús ha venido para hacerlo posible.
Jesús ha venido para restaurar lo que el pecado había roto y hace posible ese sueño del corazón humano. ¿Cómo? Ha instituido el sacramento del matrimonio por el que los esposos son consagrados por la acción del Espíritu Santo para darse plenamente durante toda la vida el uno al otro, en una entrega de amor. En este camino, todos los días hay que aprender y todos los días hay que estrenar el amor verdadero.
¿Y cuando se acaba el amor? Parece que todo termina y que la única solución sea volverse cada uno por su camino. Pero no. Cabe el recurso de decírselo a María, de dirigirse a Jesús: “No tienen vino”. Si Jesús está presente, él puede sacar vino de donde sea, con tal que la felicidad no se acabe nunca, como hizo en la boda de Caná. Si ese amor primero se ha enfriado, puede reavivarse con la petición humilde a Jesús, que ha venido para llenar el corazón humano en todos los sentidos, también en esta dimensión esponsal.
En nuestros días se hace quizá más necesario este recurso: la petición humilde cada día por parte de los esposos de que no falte el vino de la alegría en el hogar, el vino del amor que Jesucristo entregó a cada uno de los esposos el día de su boda. Una petición que hace la Iglesia en nuestros días por todos los que viven en matrimonio. Es posible la fidelidad para toda la vida, es posible un amor que no se acaba nunca, es posible la felicidad en el matrimonio que Dios ha inventado y Cristo ha santificado. Hay que pedirlo con fe humildemente cada día. Este es el milagro que Jesús está dispuesto a multiplicar en nuestro tiempo, de manera que no falte el vino bueno de un amor renovado en todos y cada uno de los hogares.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
Reflexión a las lecturas del segundo domingo del Tiemmpo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 2º del T. Ordinario C
Podríamos decir que, el de hoy, es el Evangelio de la Virgen y de las bodas.
La intención mariana del texto es evidente. En un primer momento, María, la Virgen, ocupa el centro de la escena: “En aquel tiempo había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda”.
Es probable que los novios fueran familiares, o muy allegados a María. Da la impresión de que estaba al tanto de todo lo que sucedía y, por eso, se dio cuenta de que les faltaba vino. Y ¿cómo se podía resolver aquella dificultad tan importante? ¿Dónde conseguir ahora vino?
María tiene conocimiento del “misterio de Jesús”: de su poder y de su bondad. Sólo ella conoce “el secreto”. Y lo pone todo en sus manos: “No les queda vino…” “Haced lo que Él os diga…”.
El relato concluye con una síntesis del evangelista que dice: “Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en Él”. “Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos”.
Es, por tanto, una gran manifestación de Jesucristo la que se produce en estas bodas. Por eso forma parte de la Solemnidad de la Epifanía del Señor, como comentábamos el otro día.
Además, es éste un texto importante a la hora de reflexionar sobre la Virgen, especialmente, sobre su función intercesora, e, incluso, puede servirnos de ocasión para revisar nuestra relación con María, cuando está comenzando un nuevo año.
Y decíamos también que es el Evangelio de las bodas, por la frecuencia con que se usa este texto en dichas celebraciones, y por todo el misterio que encierra.
La Liturgia del Matrimonio dice que Jesús “santificó con su presencia las bodas de Caná”. Y cuando hablamos con los novios, solemos recurrir a este texto, a la hora de tratar de la presencia del Señor en el matrimonio cristiano. Hablamos, incluso, de la necesidad y de la importancia de “invitar a Jesucristo” a la boda y de tomar conciencia de que la presencia y la acción de Cristo en el matrimonio cristiano, viene garantizada por un sacramento.
Por tanto, en medio de una boda, ocasión de alegría, ilusiones y esperanzas, realiza Jesús su primer milagro. Él es el novio (Mt 9,15); el que viene a desposarse con la humanidad y así, a elevar al hombre a una relación esponsal con Dios.
La abundancia de vino prefigura los dones mesiánicos, que trae al mundo.
De dones para la edificación de la comunidad, trata hoy la segunda lectura.
La primera anuncia los tiempos del Mesías con la imagen de unas bodas de Dios con su pueblo…
Leí una vez que la Navidad es una “fiesta de nupcias con Dios”. Y es verdad.
Ojalá que este acontecimiento, que nos presenta el Evangelio de hoy, haga que también nosotros, como los discípulos, contemplemos la gloria de Cristo y crezca nuestra fe en Él, ahora que comienza el Tiempo Ordinario.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 2º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchamos ahora un mensaje de alegría y de esperanza. El pueblo de Israel, maltratado con frecuencia por guerras y desgracias y, sobre todo, por el destierro de Babilonia, entrará en una situación nueva de dicha y de paz, porque el Señor le ama como un esposo bueno y fiel ama a su esposa.
SEGUNDA LECTURA
Durante todos estos domingos, hasta que comience la Cuaresma, escucharemos, como segunda lectura, algunos fragmentos de las Cartas de S. Pablo a los cristianos de Corinto.
Hoy nos habla el apóstol de la diversidad de dones que concede el Señor, para el buen funcionamiento de la comunidad cristiana.
TERCERA LECTURA
El primer milagro de Jesús tiene lugar en medio de la alegría de una fiesta de bodas. Escuchemos la narración que nos hace el evangelista S. Juan.
Pero antes, aclamemos a Cristo, el Esposo de la Iglesia, con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, el Esposo de la Iglesia.
Démosle gracias por su amor y su misericordia, y pidámosle que nos ayude a progresar en la contemplación de su persona y de sus signos, para que nosotros, como los discípulos del Evangelio de hoy, contemplemos su gloria y crezca nuestra fe en Él.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo segundo del Tiempo Ordinario C.
LENGUAJE DE GESTOS
El evangelista Juan no dice que Jesús hizo «milagros» o «prodigios». Él los llama «signos» porque son gestos que apuntan hacia algo más profundo de lo que pueden ver nuestros ojos. En concreto, los signos que Jesús realiza, orientan hacia su persona y nos descubren su fuerza salvadora.
Lo sucedido en Caná de Galilea es el comienzo de todos los signos. El prototipo de los que Jesús irá llevando a cabo a lo largo de su vida. En esa «transformación del agua en vino» se nos propone la clave para captar el tipo de transformación salvadora que opera Jesús y el que, en su nombre, han de ofrecer sus seguidores.
Todo ocurre en el marco de una boda, la fiesta humana por excelencia, el símbolo más expresivo del amor, la mejor imagen de la tradición bíblica para evocar la comunión definitiva de Dios con el ser humano. La salvación de Jesucristo ha de ser vivida y ofrecida por sus seguidores como una fiesta que da plenitud a las fiestas humanas cuando estas quedan vacías, «sin vino» y sin capacidad de llenar nuestro deseo de felicidad total.
El relato sugiere algo más. El agua solo puede ser saboreada como vino cuando, siguiendo las palabras de Jesús, es «sacada» de seis grandes tinajas de piedra, utilizadas por los judíos para sus purificaciones. La religión de la ley escrita en tablas de piedra está exhausta; no hay agua capaz de purificar al ser humano. Esa religión ha de ser liberada por el amor y la vida que comunica Jesús.
No se puede evangelizar de cualquier manera. Para comunicar la fuerza transformadora de Jesús no bastan las palabras, son necesarios los gestos. Evangelizar no es solo hablar, predicar o enseñar; menos aún, juzgar, amenazar o condenar. Es necesario actualizar, con fidelidad creativa, los signos que Jesús hacía para introducir la alegría de Dios haciendo más dichosa la vida dura de aquellos campesinos.
A muchos contemporáneos la palabra de la Iglesia los deja indiferentes. Nuestras celebraciones los aburren. Necesitan conocer más signos cercanos y amistosos por parte de la Iglesia para descubrir en los cristianos la capacidad de Jesús para aliviar el sufrimiento y la dureza de la vida.
¿Quién querrá escuchar hoy lo que ya no se presenta como noticia gozosa, especialmente si se hace invocando el evangelio con tono autoritario y amenazador? Jesucristo es esperado por muchos como una fuerza y un estímulo para existir, y un camino para vivir de manera más sensata y gozosa. Si solo conocen una «religión aguada» y no pueden saborear algo de la alegría festiva que Jesús contagiaba, muchos seguirán alejándose.
José Antonio Pagola
2 Tiempo ordinario – C (Juan 2,1-11)
Evangelio del 17/ene/2016
por Coordinador Grupos de Jesús
Texto completo de la catequesis del Santo Padre durante la audiencia general de este miércoles, 13 de eneroDE 2016. ZENIT
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy comenzamos las catequesis sobre la misericordia según la perspectiva bíblica, para aprender la misericordia escuchando eso que Dios mismo nos enseña con su palabra. Empezamos por el Antiguo Testamento, que nos prepara y nos conduce a la revelación llena de Jesucristo, en quien lo lleva a cabo y se revela la misericordia del Padre. En la Sagrada Escritura, el Señor es presentado como “Dios misericordioso”. Este es su nombre, a través del cual Él nos revela, por así decir, su rostro y su corazón. Él mismo, como narra el Libro del Éxodo, revelándose a Moisés se autodefine así: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia” . También en otros textos encontramos esta fórmula, con alguna variante, pero siempre la insistencia se pone en la misericordia y sobre el amor de Dios que no se cansa nunca de perdonar. Vemos juntas, una por una, estas palabras de la Sagrada Escritura que nos hablan de Dios.
El Señor es “misericordioso”: esta palabra evoca una actitud de ternura como la de una madre en lo relacionado con el hijo. De hecho, el término hebreo usado por la Biblia hace pensar en las entrañas o también al vientre materno. Por eso, la imagen que sugiere es la de un Dios que se conmueve y se enternece por nosotros como una madre cuando toma en brazos a su niño, deseosa solo de amar, proteger, ayudar, preparada para donar todo, también a sí misma. Esa es la imagen que sugiere este término. Un amor, por tanto, que se puede definir en buen sentido como “visceral”.
Después está escrito que el Señor es “bondadoso”, en el sentido que hace gracia, tiene compasión y, en su grandeza, se inclina sobre quien es débil y pobre, siempre listo para acoger, comprender, perdonar. Es como el padre de la parábola del Evangelio de Lucas: un padre que no se cierra en el resentimiento por el abandono del hijo menor, sino al contrario, continúa a esperarlo, lo ha generado, y después corre a su encuentro y lo abraza, no lo deja ni siquiera terminar su confesión, como si le cubriera la boca, qué grande es el amor y la alegría por haberlo reencontrado; y después va también a llamar al hijo mayor, que está indignado y no quiere hacer fiesta, el hijo que ha permanecido siempre en la casa, pero viviendo como un siervo más que como un hijo. Y también sobre él el padre se inclina, lo invita a entrar, trata de abrir su corazón al amor, para que ninguno quede excluido de la fiesta de la misericordia. La misericordia es una fiesta.
De este Dios misericordioso se dice también que es “lento a la ira”, literalmente, “largo de respiración”, es decir, con la respiración amplio de la paciencia y de la capacidad de soportar. Dios sabe esperar, sus tiempos no son aquellos impacientes de los hombres; Es como un sabio agricultor que sabe esperar, da tiempo a la buena semilla para que crezca, a pesar de la cizaña.
Y por último, el Señor se proclama “grande en el amor y en la fidelidad”. ¡Qué hermosa es esta definición de Dios! Aquí está todo porque Dios es grande y poderoso. Pero esta grandeza y poder se despliegan en el amarnos, nosotros así de pequeños, así de incapaces. La palabra “amor”, aquí utilizada, indica el afecto, la gracia, la bondad. No es un amor de telenovela. Es el amor que da el primer paso, que no depende de los méritos humanos sino de una inmensa gratuidad. Es la solicitud divina que nada la puede detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado, vencer el mal y perdonarlo.
Una “fidelidad” sin límites: he aquí la última palabra de la revelación de Dios a Moisés. La fidelidad de Dios nunca falla, porque el Señor es el Custodio que, como dice el Salmo, no se duerme sino que nos vigila continuamente para llevarnos a la vida:
«El no dejará que resbale tu pie, dice el Salmo,
¡tu guardián no duerme!
No, no duerme ni dormita
el guardián de Israel.
[...]
El Señor te protegerá de todo mal
y cuidará tu vida.
Él te protegerá en la partida y el regreso,
ahora y para siempre».
Y este Dios misericordioso es fiel en su misericordia. Y Pablo dice algo bello: si tú, delante a Él, no eres fiel, Él permanecerá fiel porque no puede renegarse a sí mismo, la fidelidad en la misericordia es el ser de Dios. Y por esto Dios es totalmente y siempre fiable. Una presencia sólida y estable. Es esta la certeza de nuestra fe. Y entonces, en este Jubileo de la Misericordia, confiemos totalmente en Él, y experimentemos la alegría de ser amados por este “Dios misericordioso y bondadoso, lento a la ira y grande en el amor y en la fidelidad”.
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). ZENIT.org
Segundo domingo de tiempo común Ciclo C
Textos: Is 62, 1-5; 1 Co 12, 4-11; Jn 2, 1-11
Idea principal: El vino nuevo traído por Cristo a nuestro mundo y a cada hogar, por mediación de María.
Síntesis del mensaje: A unos meses de la conclusión del Sínodo sobre la familia, Dios nos sorprende en este domingo con el evangelio de las Bodas de Caná. Sabemos que es uno de los “signos” de san Juan que nos revelan un profundo significado. Este evangelio trae mucha cristología, mariología y mesianismo. Difícil y codificado. Intentemos descodificar. Tanto Isaías en la primera lectura como san Juan en el evangelio insisten en ese signo: Dios nos ama con un amor comparable al del esposo para con la esposa. Cristo aparece como el Novio o el Esposo, el Vino nuevo que Dios ha preparado para los últimos tiempos. Ha llegado la hora del Esposo que cumple las promesas del Antiguo Testamento.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Jesús ocupa el centro del relato de las bodas. El “vino” que Jesús trae es excepcional, abundante (más de quinientos litros) y superior al agua incolora, inodora e insípida de las tinajas de “piedra” del judaísmo; alusión a la ley, escrita en tablas de piedra. Cristo no trae un sistema doctrinal, sino la manifestación de su misterio. Por eso elige unas bodas. La alianza mesiánica fue anunciada por los profetas bajo el simbolismo de unas bodas (cf. Os 2,16-25; Jr 2,1s; 3,1-6; Ez 16; Is 54,4-8). El vino era una característica sobresaliente de los tiempos y bienes mesiánicos. Si el agua de los judíos purificaba los cuerpos; el vino de Cristo purificará las almas, porque lo convertirá después en su Sangre bendita. El cuarto evangelio da inicio a la actividad de Jesús con la alegría de las bodas mesiánicas. El esposo es Jesús y la esposa, la pequeña comunidad que se le une por la fe. La gloria que los discípulos contemplan en Jesús es su manifestación como el nuevo esposo mesiánico. Y la presencia de María ahí representa al Antiguo Testamento y a la humanidad entera. Constata la falta de algo que era esencial en los tiempos mesiánicos: la abundancia y exquisitez del vino. Así lo afirma después el organizador de la fiesta. Y Ella, con amor misericordioso y materno, intercede por nosotros delante de su Hijo. Y consigue el milagro, adelantando la Hora de su Hijo y también su propia hora como madre de la humanidad redimida. Al llamarla de “Mujer”, Jesús está afirmando que los lazos de la familia de Dios son más fuertes que los de la sangre. Jesús actúa porque se lo pide su madre, ¡cuánto más cuando haya llegado su Hora!
En segundo lugar, las bodas de Caná son la primera boda cristiana que nos consta, leyendo los evangelios, donde Jesús en persona entró y compartió el vino de su bendición, elevando esa unión natural matrimonial a sacramento, fuente de gracia divina y reflejo del amor que Él tiene por la Iglesia. Sin Cristo en el matrimonio, y en la vida, nos faltará el vino del amor, de la alegría y del sentido pleno de la existencia; y nuestro vino humano se avinagrará fácilmente. Con Cristo, tendremos siempre el vino de primera cualidad que nunca se agriará. Vino que alegrará un hogar y la convivencia matrimonial. Vino que compartiremos con los hijos, parientes y amigos, con manifestaciones de interés, de ternura, generosidad, consejo. Vino que con el paso de los años –si continua Jesús en el centro de la familia- tendrá un buqué especial que regocijará los ojos, el olfato y el paladar, y nos ayudará a vencer las dificultades normales de la convivencia. Basta sentarnos y saborear una copa de ese vino nuevo traído por Cristo para que las penas se aminoren, la sonrisa florezca en los labios y los abrazos se estrechen una vez más. Por eso, el signo milagroso de Caná expresa el “sí” de Cristo al amor, a la fiesta, a la alegría de todos los matrimonios y familias.
Finalmente, y cuando nos falte el vino, ¿qué hacer? ¿Cuál es el vino que nos falta en nuestro mundo? ¿El vino de la paz, el de la ternura en tantas familias; el vino de la fe, de la esperanza y del amor en tantos corazones; el vino de la verdad en tantas mentes...? Cuando faltan estos vinos, la vida se "avinagra". Surgen las peleas, las separaciones, los divorcios, los intereses partidistas, los chanchullos económicos, las frivolidades vacuas, la mentira como herramienta de comunicación, el relativismo moral, la violencia y el terror. ¿Qué hacer? Invocar a María; Ella es la omnipotencia suplicante, como dirá san Bernardo. María vio la carencia en la boda, la hizo suya solidariamente, y se puso manos a la obra. No se quedó en relatar lo que sucede y lamentarse por lo que falta o va mal. Darse cuenta del "vino" que nos falta, arrimar el hombro en lo que de nosotros depende, teniendo en la Palabra de Jesús nuestra fuerza y nuestra luz. Esto fue Caná. Esta fue María. Termina el Evangelio diciendo que "los discípulos creyeron en El" (Jn 2,11). El final es que habiendo vino, hubo fiesta, y los discípulos viendo el signo, el milagro, creyeron en Jesús. Necesitamos milagros de "vino"; el mundo necesita ver que los vinagres del absurdo se transforman en vino bueno y generoso, el del amor y la esperanza, el que germina en fe. Hay un brindis pendiente siempre. Que sea con vino como el de María en Caná.
Para reflexionar: ¿cómo está la tinaja de mi corazón: vacía, medio llena o llena hasta el borde? ¿Tiene vino de alegría y entusiasmo, o agua incolora, inodora e insípida? ¿Qué cosas me avinagran el vino que Cristo me dio en mi casamiento, el día de mi ordenación sacerdotal, el día de mi consagración religiosa? ¿Suelo invocar a María Santísima para que interceda por mí delante de su Hijo Jesús?
Para rezar: María di a tu Hijo que se nos está acabando el vino de la alegría, del amor, de la fe y de la confianza. Dile a tu Hijo que hay muchas familias sólo con agua o peor, con vino avinagrado; que se apiade de ellas. Gracias, María, por tu intercesión. Sácanos de apuro, como lo hiciste en Caná.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
En la solemnidad de la Epifanía del Señor, el papa Francisco rezó este miércoles la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro .ZENIT.org
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy, el relato de los Magos, llegados desde Oriente a Belén para adorar al Mesías, confiere a la fiesta de la Epifanía un aire de universalidad. Y éste es el aliento de la Iglesia, que desea que todos los pueblos de la tierra puedan encontrar a Jesús, y experimentar su amor misericordioso. Es este el deseo de la Iglesia: encontrar la misericordia de Jesús, su amor.
Cristo acaba de nacer, aún no sabe hablar y todas las gentes --representadas por los Magos-- ya pueden encontrarlo, reconocerlo, adorarlo. Dicen los Magos: “Vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”. Y Herodes oyó esto apenas los Magos llegaron a Jerusalén. Estos Magos eran hombres prestigiosos, de regiones lejanas y culturas diversas, y se habían encaminado hacia la tierra de Israel para adorar al rey que había nacido. Desde siempre la Iglesia ha visto en ellos la imagen de la entera humanidad, y con la celebración de hoy, de la fiesta de la Epifanía, casi quiere guiar respetuosamente a todo hombre y a toda mujer de este mundo hacia el Niño que ha nacido para la salvación de todos.
En la noche de Navidad Jesús se ha manifestado a los pastores, hombres humildes y despreciados, algunos dicen que eran bandidos; fueron ellos los primeros que llevaron un poco de calor en aquella fría gruta de Belén. Ahora llegan los Magos de tierras lejanas, también ellos atraídos misteriosamente por aquel Niño. Los pastores y los Magos son muy diferentes entre sí; pero una cosa los une: el cielo. Los pastores de Belén se precipitaron inmediatamente a ver a Jesús, no porque fueran especialmente buenos, sino porque velaban de noche y, levantando los ojos al cielo, vieron un signo, escucharon su mensaje y lo siguieron. De la misma manera los Magos: escrutaban los cielos, vieron una nueva estrella, interpretaron el signo y se pusieron en camino, desde lejos. Los pastores y los Magos nos enseñan que para encontrar a Jesús es necesario saber levantar la mirada hacia el cielo, no estar replegados sobre sí mismos, en el propio egoísmo, sino tener el corazón y la mente abiertos al horizonte de Dios, que siempre nos sorprende, saber acoger sus mensajes y responder con prontitud y generosidad.
Los Magos, dice el Evangelio, al ver “la estrella se llenaron de alegría”. También para nosotros hay una gran consolación al ver la estrella, o sea en el sentirnos guiados y no abandonados a nuestro destino. Y la estrella es el Evangelio, la Palabra del Señor, como dice el Salmo: “Tu palabra es una lámpara para mis pasos, y una luz en mi camino”. Esta luz nos guía hacia Cristo. En efecto, los Magos, siguiendo la estrella llegaron al lugar donde se encontraba Jesús. Y allí “encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje”. La experiencia de los Magos nos exhorta a no conformarnos con la mediocridad, a no “ir tirando”, sino a buscar el sentido de las cosas, a escrutar con pasión el gran misterio de la vida. Y nos enseña a no escandalizarnos de la pequeñez y de la pobreza, sino a reconocer la majestad en la humildad, y saber arrodillarnos frente a ella.
Que la Virgen María, que acogió a los Magos en Belén, nos ayude a levantar la mirada de nosotros mismos, a dejarnos guiar por la estrella del Evangelio para encontrar a Jesús, y a saber abajarnos para adorarlo. Así podremos llevar a los demás un rayo de su luz, y compartir con ellos la alegría del camino.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, Francisco recordó a los fieles de Oriente que celebran este jueves el Nacimiento del Señor:
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy expresamos nuestra cercanía espiritual a los hermanos y a las hermanas del Oriente cristiano, católicos y ortodoxos, muchos de los cuales celebran mañana el Nacimiento del Señor. A ellos llegue nuestro deseo de paz y de bien. ¡También un gran aplauso como saludo!
Además, se refirió a la Jornada Mundial de la Infancia Misionera:
Recordemos también que la Epifanía es la Jornada Mundial de la Infancia Misionera. Es la fiesta de los niños que, con sus oraciones y sus sacrificios, ayudan a sus coetáneos más necesitados haciéndose misioneros y testigos de fraternidad y de solidaridad.
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:
Dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, peregrinos, familias, grupos parroquiales y asociaciones, procedentes de Italia y de diferentes países. En particular saludo a los fieles de Acerra, Modena y Terlizzi; la Escuela de arte sacra de Florencia; los jóvenes del Campamento internacional del Lions Club.
Un saludo especial a cuantos dan vida al desfile histórico folclórico, dedicado este año al territorio de Valle dell’Amaseno. También deseo recordar el cortejo de los Magos que se desarrolla en numerosas ciudades de Polonia con una considerable participación de familias y asociaciones; como también el pesebre viviente realizado en el Campidoglio por la UNITALSI y los Frailes Menores involucrando a personas con discapacidad.
El Obispo de Roma terminó su intervención diciendo:
A todos deseo una feliz fiesta. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
En la solemnidad de la Epifanía del Señor, el papa Francisco ha celebrado este miércoles, a las 10 horas, la Santa Misa en la basílica de San Pedro. ZENIT.org
Las palabras que el profeta Isaías dirige a la ciudad santa de Jerusalén nos invitan a salir; a salir de nuestras clausuras, a salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz que ilumina nuestras vidas: «¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (60,1). «Tu luz» es la gloria del Señor. La Iglesia no puede pretender brillar con luz propia. No puede. San Ambrosio nos lo recuerda con una hermosa expresión, aplicando a la Iglesia la imagen de la luna, y dice así: «La Iglesia es verdaderamente como la luna: […] no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”» (Hexameron, IV, 8, 32). Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar por él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos. Por eso, los santos Padres veían a la Iglesia como el «mysterium lunae».
Necesitamos de esta luz que viene de lo alto para responder con coherencia a la vocación que hemos recibido. Anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión. Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo; para la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su propia naturaleza, es decir: dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. Este es su servicio. No hay otro camino. La misión es su vocación. Que resplandezca la luz de Cristo es su servicio. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero --en este sentido--, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre.
Los Magos, que aparecen en el Evangelio de Mateo, son una prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en todas partes, porque son un don del Creador que llama a todos para que lo reconozcan como Padre bueno y fiel. Los Magos representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios. Delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño, toda la humanidad encuentra su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de que se reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en cada uno. Este es el servico de la Iglesia con la luz que refleja: poner de manifiesto el deseo de Dios que que anida en cada uno. Como los Magos, también hoy muchas personas viven con el «corazón inquieto», haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras. Es la inquietud del Espíritu Santo que se mueve en los corazones. También ellos están en busca de la estrella que muestre el camino hacia Belén.
¡Cuántas estrellas hay en el cielo! Y, sin embargo, los Magos han seguido una distinta, nueva, mucho más brillante para ellos. Durante mucho tiempo, habían escrutado el gran libro del cielo buscando una respuesta a sus preguntas --tenían el corazón inquieto-- y al final la luz apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo olvidar los intereses cotidianos, y se pusieron de prisa en camino. Prestaron atención a la voz que dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz --es la voz del Espíritu Santo que trabaja en todas las personas--; y ella los guió hasta que en una pobre casa de Belén encontraron al Rey de los Judíos.
Todo esto encierra una enseñanza para nosotros. Hoy será bueno que nos repitamos la pregunta de los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su voluntad. Estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre. Sigamos la luz que Dios nos da. Pequeñita. El himno del breviario nos dice poéticamente que los Magos «lumen requirunt lumine», aquella pequeña luz. La luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad. Y, una vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor. Reconozcamos que la verdadera sabiduría se esconde en el rostro de este Niño. Y es aquí, en la sencillez de Belén, donde encuentra su síntesis la vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí a todas las personas y guía a los pueblos por el camino de la paz.
En la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de Enero 2016, el papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. ZENIT.org
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este domingo después de la Epifanía celebramos el Bautismo de Jesús, y hacemos memoria grata de nuestro Bautismo. En este contexto, esta mañana bauticé a 26 recién nacidos. ¡Recemos por ellos!
El Evangelio nos presenta a Jesús, en las aguas del río Jordán, al centro de una maravillosa revelación divina. Escribe san Lucas: “Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mie ntras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”. De este modo Jesús es consagrado y manifestado por el Padre como el Mesías salvador y liberador.
En este evento --testificado por los cuatro Evangelios-- tuvo lugar el pasaje del bautismo de Juan Bautista --basado en el símbolo del agua-- al Bautismo de Jesús “en el Espíritu Santo y en el fuego”. De hecho, el Espíritu Santo en el Bautismo cristiano es el artífice principal: es Él que quema y destruye el pecado original, restituyendo al bautizado la belleza de la gracia divina; es Él que nos libera del dominio de las tinieblas, es decir, del pecado y nos traslada al reino de la luz, es decir, del amor, de la verdad y de la paz. Este es el reino de la luz. ¡Pensemos a la dignidad que nos eleva el Bautismo! “Mirad qué amor tan singular nos ha tenido el Padre que no solo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”, y lo somos realmente, exclama el apóstol Juan. Tal estupenda realidad de ser hijos de Dios comporta la responsabilidad de seguir a Jesús, el Siervo obediente, y reproducir en nosotros mismos sus rasgos, es decir: mansedumbre, humildad, ternura. Y esto no es fácil, especialmente si entorno a nosotros hay tanta intolerancia, soberbia, dureza. ¡Pero con la fuerza que nos llega del Espíritu Santo es posible!
El Espíritu Santo, recibido por primera vez el día de nuestro Bautismo, nos abre el corazón a la verdad, a toda la verdad. El Espíritu empuja nuestra vida hacia el camino laborioso pero gozoso de la caridad y de la solidaridad hacia nuestros hermanos. El Espíritu nos dona la ternura del perdón divino y nos impregna con la fuerza invencible de la misericordia del Padre. No olvidemos que el Espíritu Santo es una presencia viva y vivificante en quien lo recibe, reza con nosotros y nos llena de alegría espiritual.
Hoy, fiesta del Bautismo de Jesús, pensemos en el nuestro, en el día de nuestro Bautismo; todos nosotros hemos sido bautizados, agradezcamos este don. Y os hago una pregunta: ¿Quién conoce la fecha de su Bautismo? Seguramente, no todos. Por eso, os invito a ir a buscar la fecha preguntando por ejemplo a vuestros padres, a vuestros abuelos, a vuestros padrinos, o yendo a la parroquia. Es muy importante conocerla porque es una fecha para festejar: es la fecha de nuestro renacimiento como hijos de Dios. Por eso, la tarea para esta semana: ir a buscar la fecha de mi Bautismo. Festejar este día significa reafirmar nuestra adhesión a Jesús, con el compromiso de vivir como cristianos, miembros de la Iglesia y de una humanidad nueva, en la cual todos somos hermanos.
La Virgen María, primera discípula de su Hijo Jesús, nos ayude a vivir con alegría y fervor apostólico nuestro Bautismo, recibiendo cada día el don del Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:
Os saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos llegados desde Italia y desde diferentes países.
Saludo en particular a los estudiantes del Instituto Bachiller Diego Sánchez de Talavera La Real, España; al coro de los Alpinos de Martinengo con sus familiares; al grupo de adolescentes de San Bernardo en Lodi.
Como decía, en esta fiesta del Bautismo de Jesús, según la tradición he bautizado a numerosos niños. Ahora querría hacer llegar una especial bendición a todos los niños que han sido bautizados recientemente, pero también a los jóvenes y adultos que han recibido desde hace poco los Sacramentos de la iniciación cristiana o que se están preparando para ellos. ¡La gracia de Cristo os acompañe siempre!
Francisco terminó su intervención diciendo:
Os deseo a todos un feliz domingo. No os olvidéis de la tarea para casa: buscar la fecha del Bautismo. Y por favor, no os olvidéis también de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). ZENIT.org
Fiesta del Bautismo del Señor. Ciclo C.
Textos: Is 40, 1-5.9-11; Tito 2, 11-14; 3, 4-7; Lc 3, 15-16.21-22z
Idea principal: el bautismo –nacimiento en el Espíritu- es el segundo regalo de la misericordia divina, después de nuestro nacimiento en la carne.
Síntesis del mensaje: Con el bautismo Dios nos hace sus hijos adoptivos, nos da a su Hijo Jesús como hermano, convierte nuestra alma en templo del Espíritu Santo donde habitará para formar en nosotros la imagen de Cristo Jesús, nos capacita para ser miembros activos y comprometidos de la Iglesia santa y misionera, y nos da en herencia la vida eterna. Ante tamaño regalo, sólo nos queda: agradecer y corresponder a Dios con una vida santa y recta.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Jesús no tenía necesidad del bautismo para sí mismo, porque no tenía pecado. Sin embargo, sí tuvo necesidad del bautismo para significar su misión: vino a cargar sobre sí nuestros pecados, a morir al pecado en nuestro lugar, para resurgir a una vida nueva: vida que ahora está a nuestra disposición. Juan prevé que el que viene detrás de él administrará un bautismo mucho más eficaz que el suyo: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. El bautismo de Jesús será eficaz. El bautismo de Juan es un signo: sirve para indicar el bautismo de Jesús, y Jesús lo recibe como signo de su propia misión, que consiste en morir y resucitar por nosotros, a fin de poder administrarnos el bautismo en el Espíritu Santo. Por eso, en el evangelio de Lucas que hemos leído hoy se produce la manifestación del Espíritu Santo. Abriéndose el cielo, baja sobre Jesús el Espíritu Santo, con una apariencia corpórea, como una paloma.
En segundo lugar, el Padre celestial quería estar también presente en ese momento sublime: “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”. Con estas palabras, el Padre glorifica y eleva a su Hijo. La humillación de Jesús de ponerse en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan es una humillación que produce una glorificación, porque el Padre celestial confirma la misión salvadora y redentora de Cristo. De este modo, tenemos aquí todo el misterio pascual de Jesús, anunciado con el rito del bautismo de Juan: bajar y sumergirse en el agua, purificar esas aguas con su divinidad para que tengan la propiedad de lavar nuestros pecados y de sepultarlos, y después resurgir para comenzar una vida nueva de resucitado. Por eso el bautismo es purificación, lavado, regeneración, iluminación, destrucción del pecado y el comienzo de una vida nueva en Cristo Jesús.
Finalmente, será san Pablo en la segunda lectura de hoy a Tito quien nos recuerda nuestro bautismo, la dignidad con la que somos revestidos y las consecuencias morales a que nos compromete el don del bautismo en nuestra vida. Pablo lo llama “el baño del segundo nacimiento…renovación por el Espíritu Santo”. Regalo éste salido del corazón misericordioso de Dios. Don gratuito, no basado en las obras buenas realizadas previamente por nosotros. Gracia divina para dedicarnos “a las buenas obras” y “renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa”.
Para reflexionar: ¿Agradezco con frecuencia el don del bautismo? ¿Cómo festejo el día grandioso de mi santo bautismo? Si soy padre o madre de familia, ¿bautizo cuanto antes a mis hijos? ¿Pongo nombres de santos a mis hijos? Quien me ve, ¿puede deducir por mi conducta justa, santa y recta que soy bautizado, seguidor de Cristo?
Para rezar: Gracias, Señor, por el don del bautismo, por haberme hecho hijo adoptivo tuyo, hermano de Cristo, templo del Espíritu Santo y miembro comprometido de tu Iglesia. Que nunca manche el vestido de mi dignidad cristiana. Que nunca permita que me apaguen la luz de mi fe recibida en el bautismo. Que sea fiel a las promesas de mi bautismo, que renové en mi confirmación. Amén.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Reflexión a las lecturas de la fiesta del Bautismo del Señor C oferecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Fiesta del Bautismo del Señor C
Con ocasión del Bautismo de Jesús se produce una gran manifestación. Por eso este acontecimiento pertenece a la Liturgia de la Epifanía como recordaba-mos el otro día.
El Evangelio de hoy nos dice que “en un bautismo general Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.
Es, por tanto, una manifestación de la Santísima Trinidad. El himno de Vísperas dice: “Y así Juan, al mismo tiempo, vio a Dios en personas tres, voz y paloma en los cielos y al Verbo eterno a sus pies”.
De este modo se hace realidad lo que escuchamos en la primera lectura: “Se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos…” En efecto, en la Navidad se experimenta, de un modo especial, lo que leemos en el Evangelio de S. Juan: “Hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14).
Juan el Bautista nos habla en el Evangelio de aquel que nos “bautizará con Espíritu Santo y fuego”: el fuego que purifica y el agua que, además de purificar, da vida. El prefacio de la Misa dice: “En el Bautismo de Cristo en el Jordán has realizado signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo Bautismo…” que es purificación del pecado y vida de Dios en nosotros.
Cuando alguien es bautizado, el Espíritu Santo infunde en su interior una participación creada del “Ser de Dios”, de la naturaleza divina, por lo cual nos llamamos y somos hijos de Dios (1 Jn 3, 1). San Pablo dirá que “somos miembros de la familia de Dios” (Ef 2, 19).
Precisamente, los santos Padres resumen todo el Misterio de la Navidad diciendo que “El Hijo de Dios se hizo hombre para hacer al hombre hijo de Dios”.
Hoy es un día apropiado para reflexionar sobre el Bautismo, para celebrar el Bautismo, para renovar nuestro Bautismo y para tratar de la problemática del Bautismo de niños.
Si renovamos nuestro Bautismo, actualizamos nuestra adhesión a Cristo, haciendo realidad lo que nos enseña la segunda lectura: “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya, desde ahora, una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos…”
De esta forma, salimos de la Navidad con los ojos fijos en Jesucristo, que comienza su Vida Pública y con el corazón purificado, renovado y decidido a avanzar cada vez más en su seguimiento.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Entre los desterrados de Babilonia irrumpe la buena noticia de su liberación, que les llena de confianza y de alegría. En Jesús de Nazaret, hecho uno de nosotros, se revela la gloria de Dios y los hombres contemplan su salvación. Escuchemos con atención.
SALMO RESPONSORIAL
El salmo es una invitación a cantar las maravillas del Señor en la Creación, en la liberación del destierro, en la llegada del Mesías. Hagámoslo así en el salmo responsorial.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo nos recuerda que con Cristo ha venido la salvación. No es obra humana sino del poder y de la misericordia de Dios. Y hemos de obrar en consecuencia. Escuchemos.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos presenta el Misterio que celebramos hoy: Jesús es bautizado por Juan en el Jordán. Él es el autor del nuevo Bautismo, el Bautismo cristiano, que hemos recibido.
Acojamos ahora al Señor con el canto del Aleluya.
COMUNION
El Bautismo de Jesucristo prefigura el nuevo Bautismo, que todos nosotros hemos recibido: el Bautismo que nos da la vida nueva de Cristo Resucitado. La Eucaristía es el alimento más importante, imprescindible, que hace posible que conservemos y acrecentemos la vida de Dios en nosotros.
Con ocasión de la visita del santo padre Francisco a México, el obispo de San Cristóbal de las Casas, Mons. Arizmendi ha propuesto a sus fieles meditar algunos de sus mensajes. Y escoger algunas de estas frases y pedir al Espíritu Santo que nos ayude a poner en práctica lo que Dios dice por medio del Sucesor de Pedro. Extendemos la iniciativa a nuestros lectores. (ZENIT)
CIEN FRASES DEL PAPA FRANCISCO
Con ocasión de su visita, es conveniente meditar algunos de sus mensajes.
Escoge algunas de estas frases y pide al Espíritu Santo que te ayude
a poner en práctica lo que Dios te dice por medio del Sucesor de Pedro.
I LA MISERICORDIA DIVINA
II. MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE
III. OTRO SISTEMA ES POSIBLE
IV. UNIDAD Y PLURALIDAD
V. RENOVACION ECLESIAL
VI. UNA IGLESIA POBRE, CON Y PARA LOS POBRES
VII. CUIDADO DE LA HERMANA Y MADRE TIERRA
VIII. PUEBLOS ORIGINARIOS Y MIGRANTES
IX. LA FAMILIA
X. JOVENES
XI. ¡NO NOS DEJEMOS ROBAR LA ESPERANZA!
''Vence la indiferencia y conquista la paz'', es el título del Mensaje del Santo Padre para la celebración de la XLIX Jornada Mundial de la Paz que se celebra el 1 de enero de 2016. (ZENIT)
1. Dios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona.
Al comienzo del nuevo año, quisiera acompañar con esta profunda convicción los mejores deseos de abundantes bendiciones y de paz, en el signo de la esperanza, para el futuro de cada hombre y cada mujer, de cada familia, pueblo y nación del mundo, así como para los Jefes de Estado y de Gobierno y de los Responsables de las religiones. Por tanto, no perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos. Sí, la paz es don de Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica.
Custodiar las razones de la esperanza
2. Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una ''tercera guerra mundial en fases''. Pero algunos acontecimientos de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva del nuevo año, a renovar la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia. Los acontecimientos a los que me refiero representan la capacidad de la humanidad de actuar con solidariedad, más allá de los intereses individualistas, de la apatía y de la indiferencia ante las situaciones críticas.
Quisiera recordar entre dichos acontecimientos el esfuerzo realizado para favorecer el encuentro de los líderes mundiales en el ámbito de la COP 21, con la finalidad de buscar nuevas vías para afrontar los cambios climáticos y proteger el bienestar de la Tierra, nuestra casa común. Esto nos remite a dos eventos precedentes de carácter global: La Conferencia Mundial de Addis Abeba para recoger fondos con el objetivo de un desarrollo sostenible del mundo, y la adopción por parte de las Naciones Unidas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, con el objetivo de asegurar para ese año una existencia más digna para todos, sobre todo para las poblaciones pobres del planeta.
El año 2015 ha sido también especial para la Iglesia, al haberse celebrado el 50 aniversario de la publicación de dos documentos del Concilio Vaticano II que expresan de modo muy elocuente el sentido de solidaridad de la Iglesia con el mundo. El papa Juan XXIII, al inicio del Concilio, quiso abrir de par en par las ventanas de la Iglesia para que fuese más abierta la comunicación entre ella y el mundo. Los dos documentos, Nostra aetate y Gaudium et spes, son expresiones emblemáticas de la nueva relación de diálogo, solidaridad y acompañamiento que la Iglesia pretendía introducir en la humanidad. En la Declaración Nostra aetate, la Iglesia ha sido llamada a abrirse al diálogo con las expresiones religiosas no cristianas. En la Constitución pastoral Gaudium et spes, desde el momento que ''los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo'', la Iglesia deseaba instaurar un diálogo con la familia humana sobre los problemas del mundo, como signo de solidaridad y de respetuoso afecto.
En esta misma perspectiva, con el Jubileo de la Misericordia, deseo invitar a la Iglesia a rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y compasivo, capaz de anunciar y testimoniar la misericordia, de ''perdonar y de dar'', de abrirse ''a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea'', sin caer ''en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye''.
Hay muchas razones para creer en la capacidad de la humanidad que actúa conjuntamente en solidaridad, en el reconocimiento de la propia interconexión e interdependencia, preocupándose por los miembros más frágiles y la protección del bien común. Esta actitud de corresponsabilidad solidaria está en la raíz de la vocación fundamental a la fraternidad y a la vida común. La dignidad y las relaciones interpersonales nos constituyen como seres humanos, queridos por Dios a su imagen y semejanza. Como creaturas dotadas de inalienable dignidad, nosotros existimos en relación con nuestros hermanos y hermanas, ante los que tenemos una responsabilidad y con los cuales actuamos en solidariedad. Fuera de esta relación, seríamos menos humanos. Precisamente por eso, la indiferencia representa una amenaza para la familia humana. Cuando nos encaminamos por un nuevo año, deseo invitar a todos a reconocer este hecho, para vencer la indiferencia y conquistar la paz.
Algunas formas de indiferencia
3. Es cierto que la actitud del indiferente, de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se evade para no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una tipología humana bastante difundida y presente en cada época de la historia. Pero en nuestros días, esta tipología ha superado decididamente el ámbito individual para asumir una dimensión global y producir el fenómeno de la ''globalización de la indiferencia''.
La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista. El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener sólo derechos. Contra esta autocomprensión errónea de la persona, Benedicto XVI recordaba que ni el hombre ni su desarrollo son capaces de darse su significado último por sí mismo; y, precedentemente, Pablo VI había afirmado que ''no hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre a lo Absoluto, en el reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la vida humana''.
La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo. Desgraciadamente, debemos constatar que el aumento de las informaciones, propias de nuestro tiempo, no significa de por sí un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por una apertura de las conciencias en sentido solidario. Más aún, esto puede comportar una cierta saturación que anestesia y, en cierta medida, relativiza la gravedad de los problemas. ''Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una ''educación'' que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones—, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes''.
La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana. Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete. ''Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien''.
Al vivir en una casa común, no podemos dejar de interrogarnos sobre su estado de salud, como he intentado hacer en la Laudato si’. La contaminación de las aguas y del aire, la explotación indiscriminada de los bosques, la destrucción del ambiente, son a menudo fruto de la indiferencia del hombre respecto a los demás, porque todo está relacionado. Como también el comportamiento del hombre con los animales influye sobre sus relaciones con los demás, por no hablar de quien se permite hacer en otra parte aquello que no osa hacer en su propia casa.
En estos y en otros casos, la indiferencia provoca sobre todo cerrazón y distanciamiento, y termina de este modo contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación.
La paz amenazada por la indiferencia globalizada
4. La indiferencia ante Dios supera la esfera íntima y espiritual de cada persona y alcanza a la esfera pública y social. Como afirmaba Benedicto XVI, ''existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra''. En efecto, ''sin una apertura a la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultándole difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la paz''. El olvido y la negación de Dios, que llevan al hombre a no reconocer alguna norma por encima de sí y a tomar solamente a sí mismo como norma, han producido crueldad y violencia sin medida.
En el plano individual y comunitario, la indiferencia ante el prójimo, hija de la indiferencia ante Dios, asume el aspecto de inercia y despreocupación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad.
En este sentido la indiferencia, y la despreocupación que se deriva, constituyen una grave falta al deber que tiene cada persona de contribuir, en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la sociedad, al bien común, de modo particular a la paz, que es uno de los bienes más preciosos de la humanidad.
Cuando afecta al plano institucional, la indiferencia respecto al otro, a su dignidad, a sus derechos fundamentales y a su libertad, unida a una cultura orientada a la ganancia y al hedonismo, favorece, y a veces justifica, actuaciones y políticas que terminan por constituir amenazas a la paz. Dicha actitud de indiferencia puede llegar también a justificar algunas políticas económicas deplorables, premonitoras de injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el bienestar propio o el de la nación. En efecto, no es raro que los proyectos económicos y políticos de los hombres tengan como objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros. Cuando las poblaciones se ven privadas de sus derechos elementares, como el alimento, el agua, la asistencia sanitaria o el trabajo, se sienten tentadas a tomárselos por la fuerza.
Además, la indiferencia respecto al ambiente natural, favoreciendo la deforestación, la contaminación y las catástrofes naturales que desarraigan comunidades enteras de su ambiente de vida, forzándolas a la precariedad y a la inseguridad, crea nuevas pobrezas, nuevas situaciones de injusticia de consecuencias a menudo nefastas en términos de seguridad y de paz social.¿Cuántas guerras ha habido y cuántas se combatirán aún a causa de la falta de recursos o para satisfacer a la insaciable demanda de recursos naturales?
De la indiferencia a la misericordia: la conversión del corazón
5. Hace un año, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz ''no más esclavos, sino hermanos'', me referí al primer icono bíblico de la fraternidad humana, la de Caín y Abel , y lo hice para llamar la atención sobre el modo en que fue traicionada esta primera fraternidad. Caín y Abel son hermanos. Provienen los dos del mismo vientre, son iguales en dignidad, y creados a imagen y semejanza de Dios; pero su fraternidad creacional se rompe. ''Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia cometiendo el primer fratricidio''. El fratricidio se convierte en paradigma de la traición, y el rechazo por parte de Caín a la fraternidad de Abel es la primera ruptura de las relaciones de hermandad, solidaridad y respeto mutuo.
Dios interviene entonces para llamar al hombre a la responsabilidad ante su semejante, como hizo con Adán y Eva, los primeros padres, cuando rompieron la comunión con el Creador. ''El Señor dijo a Caín: ''Dónde está Abel, tu hermano? Respondió Caín: ''No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?''. El Señor le replicó: ¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo''.
Caín dice que no sabe lo que le ha sucedido a su hermano, dice que no es su guardián. No se siente responsable de su vida, de su suerte. No se siente implicado. Es indiferente ante su hermano, a pesar de que ambos estén unidos por el mismo origen. ¡Qué tristeza! ¡Qué drama fraterno, familiar, humano! Esta es la primera manifestación de la indiferencia entre hermanos. En cambio, Dios no es indiferente: la sangre de Abel tiene gran valor ante sus ojos y pide a Caín que rinda cuentas de ella. Por tanto, Dios se revela desde el inicio de la humanidad como Aquel que se interesa por la suerte del hombre. Cuando más tarde los hijos de Israel están bajo la esclavitud en Egipto, Dios interviene nuevamente. Dice a Moisés: ''He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a liberarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel''. Es importante destacar los verbos que describen la intervención de Dios: Él ve, oye, conoce, baja, libera. Dios no es indiferente. Está atento y actúa.
Del mismo modo, Dios, en su Hijo Jesús, ha bajado entre los hombres, se ha encarnado y se ha mostrado solidario con la humanidad en todo, menos en el pecado. Jesús se identificaba con la humanidad: ''el primogénito entre muchos hermanos'' . Él no se limitaba a enseñar a la muchedumbre, sino que se preocupaba de ella, especialmente cuando la veía hambrienta o desocupada . Su mirada no estaba dirigida solamente a los hombres, sino también a los peces del mar, a las aves del cielo, a las plantas y a los árboles, pequeños y grandes: abrazaba a toda la creación. Ciertamente, él ve, pero no se limita a esto, puesto que toca a las personas, habla con ellas, actúa en su favor y hace el bien a quien se encuentra en necesidad. No sólo, sino que se deja conmover y llora . Y actúa para poner fin al sufrimiento, a la tristeza, a la miseria y a la muerte.
Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre. En la parábola del buen samaritano denuncia la omisión de ayuda frente a la urgente necesidad de los semejantes: ''lo vio y pasó de largo'' . De la misma manera, mediante este ejemplo, invita a sus oyentes, y en particular a sus discípulos, a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos de este mundo para aliviarlos, ante las heridas de los demás para curarlas, con los medios que tengan, comenzando por el propio tiempo, a pesar de tantas ocupaciones. En efecto, la indiferencia busca a menudo pretextos: el cumplimiento de los preceptos rituales, la cantidad de cosas que hay que hacer, los antagonismos que nos alejan los unos de los otros, los prejuicios de todo tipo que nos impiden hacernos prójimo.
La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo del rostro de Dios en sus creaturas— esté en juego. Jesús nos advierte: el amor a los demás —los extranjeros, los enfermos, los encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno. No es de extrañar que el apóstol Pablo invite a los cristianos de Roma a alegrarse con los que se alegran y a llorar con los que lloran, o que aconseje a los de Corinto organizar colectas como signo de solidaridad con los miembros de la Iglesia que sufren. Y san Juan escribe: ''Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?''.
Por eso ''es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia''.
También nosotros estamos llamados a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean nuestro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nuestras relaciones de los unos con los otros. Esto pide la conversión del corazón: que la gracia de Dios transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, capaz de abrirse a los otros con auténtica solidariedad. Esta es mucho más que un ''sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas''. La solidaridad ''es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos'', porque la compasión surge de la fraternidad.
Así entendida, la solidaridad constituye la actitud moral y social que mejor responde a la toma de conciencia de las heridas de nuestro tiempo y de la innegable interdependencia que aumenta cada vez más, especialmente en un mundo globalizado, entre la vida de la persona y de su comunidad en un determinado lugar, así como la de los demás hombres y mujeres del resto del mundo.
Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia
La solidaridad como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas.
En primer lugar me dirijo a las familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos.
Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia. Dirigiéndose a los responsables de las instituciones que tienen responsabilidades educativas, Benedicto XVI afirmaba: ''Que todo ambiente educativo sea un lugar de apertura al otro y a lo transcendente; lugar de diálogo, de cohesión y de escucha, en el que el joven se sienta valorado en sus propias potencialidades y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos. Que enseñe a gustar la alegría que brota de vivir día a día la caridad y la compasión por el prójimo, y de participar activamente en la construcción de una sociedad más humana y fraterna''.
Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación, especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y de comunicación está cada vez más extendido. Su cometido es sobre todo el de ponerse al servicio de la verdad y no de intereses particulares. En efecto, los medios de comunicación ''no sólo informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios y, por tanto, pueden dar una aportación notable a la educación de los jóvenes. Es importante tener presente que los lazos entre educación y comunicación son muy estrechos: en efecto, la educación se produce mediante la comunicación, que influye positiva o negativamente en la formación de la persona''. Quienes se ocupan de la cultura y los medios deberían también vigilar para que el modo en el que se obtienen y se difunden las informaciones sea siempre jurídicamente y moralmente lícito.
La paz: fruto de una cultura de solidariedad, misericordia y compasión
7.Conscientes de la amenaza de la globalización de la indiferencia, no podemos dejar de reconocer que, en el escenario descrito anteriormente, se dan también numerosas iniciativas y acciones positivas que testimonian la compasión, la misericordia y la solidaridad de las que el hombre es capaz.
Quisiera recordar algunos ejemplos de actuaciones loables, que demuestran cómo cada uno puede vencer la indiferencia si no aparta la mirada de su prójimo, y que constituyen buenas prácticas en el camino hacia una sociedad más humana.
Hay muchas organizaciones no gubernativas y asociaciones caritativas dentro de la Iglesia, y fuera de ella, cuyos miembros, con ocasión de epidemias, calamidades o conflictos armados, afrontan fatigas y peligros para cuidar a los heridos y enfermos, como también para enterrar a los difuntos. Junto a ellos, deseo mencionar a las personas y a las asociaciones que ayudan a los emigrantes que atraviesan desiertos y surcan los mares en busca de mejores condiciones de vida. Estas acciones son obras de misericordia, corporales y espirituales, sobre las que seremos juzgados al término de nuestra vida.
Me dirijo también a los periodistas y fotógrafos que informan a la opinión pública sobre las situaciones difíciles que interpelan las conciencias, y a los que se baten en defensa de los derechos humanos, sobre todo de las minorías étnicas y religiosas, de los pueblos indígenas, de las mujeres y de los niños, así como de todos aquellos que viven en condiciones de mayor vulnerabilidad. Entre ellos hay también muchos sacerdotes y misioneros que, como buenos pastores, permanecen junto a sus fieles y los sostienen a pesar de los peligros y dificultades, de modo particular durante los conflictos armados.
Además, numerosas familias, en medio de tantas dificultades laborales y sociales, se esfuerzan concretamente en educar a sus hijos ''contracorriente'', con tantos sacrificios, en los valores de la solidaridad, la compasión y la fraternidad. Muchas familias abren sus corazones y sus casas a quien tiene necesidad, como los refugiados y los emigrantes. Deseo agradecer particularmente a todas las personas, las familias, las parroquias, las comunidades religiosas, los monasterios y los santuarios, que han respondido rápidamente a mi llamamiento a acoger una familia de refugiados.
Por último, deseo mencionar a los jóvenes que se unen para realizar proyectos de solidaridad, y a todos aquellos que abren sus manos para ayudar al prójimo necesitado en sus ciudades, en su país o en otras regiones del mundo. Quiero agradecer y animar a todos aquellos que se trabajan en acciones de este tipo, aunque no se les dé publicidad: su hambre y sed de justicia será saciada, su misericordia hará que encuentren misericordia y, como trabajadores de la paz, serán llamados hijos de Dios .
La paz en el signo del Jubileo de la Misericordia
8.En el espíritu del Jubileo de la Misericordia, cada uno está llamado a reconocer cómo se manifiesta la indiferencia en la propia vida, y a adoptar un compromiso concreto para contribuir a mejorar la realidad donde vive, a partir de la propia familia, de su vecindario o el ambiente de trabajo.
Los Estados están llamados también a hacer gestos concretos, actos de valentía para con las personas más frágiles de su sociedad, como los encarcelados, los emigrantes, los desempleados y los enfermos.
Por lo que se refiere a los detenidos, en muchos casos es urgente que se adopten medidas concretas para mejorar las condiciones de vida en las cárceles, con una atención especial para quienes están detenidos en espera de juicio, teniendo en cuenta la finalidad reeducativa de la sanción penal y evaluando la posibilidad de introducir en las legislaciones nacionales penas alternativas a la prisión. En este contexto, deseo renovar el llamamiento a las autoridades estatales para abolir la pena de muerte allí donde está todavía en vigor, y considerar la posibilidad de una amnistía.
Respecto a los emigrantes, quisiera dirigir una invitación a repensar las legislaciones sobre los emigrantes, para que estén inspiradas en la voluntad de acogida, en el respeto de los recíprocos deberes y responsabilidades, y puedan facilitar la integración de los emigrantes. En esta perspectiva, se debería prestar una atención especial a las condiciones de residencia de los emigrantes, recordando que la clandestinidad corre el riesgo de arrastrarles a la criminalidad.
Deseo, además, en este Año jubilar, formular un llamamiento urgente a los responsables de los Estados para hacer gestos concretos en favor de nuestros hermanos y hermanas que sufren por la falta de trabajo, tierra y techo. Pienso en la creación de puestos de trabajo digno para afrontar la herida social de la desocupación, que afecta a un gran número de familias y de jóvenes y tiene consecuencias gravísimas sobre toda la sociedad. La falta de trabajo incide gravemente en el sentido de dignidad y en la esperanza, y puede ser compensada sólo parcialmente por los subsidios, si bien necesarios, destinados a los desempleados y a sus familias. Una atención especial debería ser dedicada a las mujeres —desgraciadamente todavía discriminadas en el campo del trabajo— y a algunas categorías de trabajadores, cuyas condiciones son precarias o peligrosas y cuyas retribuciones no son adecuadas a la importancia de su misión social.
Por último, quisiera invitar a realizar acciones eficaces para mejorar las condiciones de vida de los enfermos, garantizando a todos el acceso a los tratamientos médicos y a los medicamentos indispensables para la vida, incluida la posibilidad de atención domiciliaria.
Los responsables de los Estados, dirigiendo la mirada más allá de las propias fronteras, también están llamados e invitados a renovar sus relaciones con otros pueblos, permitiendo a todos una efectiva participación e inclusión en la vida de la comunidad internacional, para que se llegue a la fraternidad también dentro de la familia de las naciones.
En esta perspectiva, deseo dirigir un triple llamamiento para que se evite arrastrar a otros pueblos a conflictos o guerras que destruyen no sólo las riquezas materiales, culturales y sociales, sino también —y por mucho tiempo— la integridad moral y espiritual; para abolir o gestionar de manera sostenible la deuda internacional de los Estados más pobres; para la adoptar políticas de cooperación que, más que doblegarse a las dictaduras de algunas ideologías, sean respetuosas de los valores de las poblaciones locales y que, en cualquier caso, no perjudiquen el derecho fundamental e inalienable de los niños por nacer.
Confío estas reflexiones, junto con los mejores deseos para el nuevo año, a la intercesión de María Santísima, Madre atenta a las necesidades de la humanidad, para que nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el cumplimento de nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromiso cotidiano en favor de un mundo fraterno y solidario''.
El santo padre Francisco rezó este domingo, 3 de Enero de 2016, la oración del Ángelus ante una la plaza de San Pedro repleta de fieles y peregrinos que le recibieron con fuertes aplausos y vivas. El Papa les dirigió las siguientes palabras: (ZENIT)
"Queridos hermanos y hermanas, que tengan un buen domingo
La liturgia de hoy, segundo domingo después de Navidad nos presenta el prólogo del Evangelio de San Juan, en el cual se proclama que “el Verbo --o sea la palabra creadora de Dios-- se hizo carne y vino a habitar en medio de nosotros”.
Esa Palabra, que vive en el cielo, o sea en la dimensión de Dios, ha venido sobre la tierra para que nosotros la escucháramos y pudiéramos conocer y tocar con la mano el amor del Padre. El Verbo de Dios es su Hijo Unigénito, hecho hombre, lleno de amor y de fidelidad. Es el mismo Jesús.
El evangelista no esconde lo dramático de la Encarnación, subrayando que al don del amor de Dios se contrapone la no acogida por parte de los hombres.
La Palabra es la luz, y a pesar de ello --así dice-- los hombres han preferido las tinieblas. La Palabra vino entre los suyos pero ellos no la han recibido. Le han cerrado la puerta en la cara al Hijo de Dios. Es el misterio del mal que insidia nuestra vida y que nos solicita a la vigilancia y atención para que no prevalezca.
El libro del Génesis dice una linda frase que nos hace entender ésto. Dice que el mal 'está escondido delante de nuestra puerta'. Ay de nosotros si lo dejamos entrar, sería él entonces a cerrar nuestra puerta a los demás. Estamos en cambio llamados a abrir enteramente la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para volvernos así sus hijos.
En el día de Navidad ya ha sido proclamado este solemne inicio del evangelio de Juan; hoy nos es propuesto nuevamente. Es la invitación de la santa Madre Iglesia a acoger esta Palabra de salvación, este misterio de luz. Si acogemos, si recibimos a Jesús, creceremos en la misericordia, aprendamos a ser misericordiosos como Él.
Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos realmente que el Evangelio se vuelva siempre más carne también en nuestra vida. Acercarse al Evangelio, meditarlo y encarnarlo en la vida cotidiana es la mejor manera para conocer a Jesús y llevarlo a los otros. Ésta es la vocación y la alegría de cada bautizado: indicar y donar Jesús a los otros, pero para hacerlo debemos conocerlo y tenerlo dentro de nosotros, como el Señor de nuestra vida.
Él nos defiende del mal, del demonio que siempre está agazapado delante de nuestra puerta porque quiere entrar.
Con un renovado impulso de abandono filial nos ponemos nuevamente bajo la protección de María: su dulce imagen de madre de Jesús y madre nuestra, estos días la contemplamos en el pesebre".
(El papa Francisco reza la oración del ángelus)
"Les dirijo un saludo cordial a los fieles de Roma, a las familias y asociaciones a los diversos grupos familiares, en particular al de Monzambano, a los que recibieron la Confirmación en Bonate di Soto y a los jóvenes de Maleo.
En este primer domingo del año renuevo los deseos de paz y de bien en el Señor. En los momentos alegres y en aquellos tristes, pongámonos bajo su protección, Él es nuestra esperanza. Y les recuerdo ese empeño que hemos tomado en el inicio del año, Jornada de la Paz: 'Vence la indiferencia y conquista la paz'. Con la gracia de Dios podremos ponerlo en práctica.
Y les recuerdo también ese consejo que muchas veces les he dado: todos los días leamos un párrafo del Evangelio, para conocerlo mejor a Jesús, para abrir enteramente nuestro corazón a Jesús y así lo podremos hacer conocer mejor a los otros. También llevar un pequeño evangelio en el bolsillo o en la cartera nos hará bien. No se olviden, cada día leamos un párrafo del Evangelio.
Y les deseo un buen domingo y que tengan un buen almuerzo. Y por favor no se olviden de rezar por mi. 'Arrivederci' ".
(Texto traducido y controlado con el audio por ZENIT)
El santo padre Francisco presidió este viernes 1° de enero por la mañana, la santa misa en la Basílica de San Pedro, con motivo de la solemnidad de María Madre de Dios. Una ceremonia en la que durante la homilía el Pontífice interrogó sobre qué era la plenitud de los tiempos. Y precisó que ésta no era dada por el dominio del Imperio romano, sino por la presencia en nuestra historia del mismo Dios en persona. (ZENIT)
Hemos escuchado las palabras del apóstol Pablo: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» ¿Qué significa el que Jesús nazca en la 'plenitud de los tiempos?'. Si nos fijamos únicamente en el momento histórico, podemos quedarnos pronto defraudados.
Roma dominaba con su potencia militar gran parte del mundo conocido. El emperador Augusto había llegado al poder después de haber combatido cinco guerras civiles. También Israel había sido conquistado por el Imperio Romano y el pueblo elegido carecía de libertad. Para los contemporáneos de Jesús, por tanto, ese no era en modo alguno el mejor momento. La plenitud de los tiempos no se define desde una perspectiva geopolítica.
Se necesita, pues, otra interpretación, que entienda la plenitud desde el punto de vista de Dios. Para la humanidad, la plenitud de los tiempos tiene lugar en el momento en el que Dios establece que ha llegado la hora de cumplir la promesa que había hecho.
Por tanto, no es la historia la que decide el nacimiento de Cristo; es más bien su venida en el mundo la que permite a la historia alcanzar su plenitud. Por esta razón, el nacimiento del Hijo de Dios señala el comienzo de una nueva era en la que se cumple la antigua promesa.
Como escribe el autor de la Carta a los Hebreos: 'En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa'.
La plenitud de los tiempos es, pues, la presencia en nuestra historia del mismo Dios en persona. Ahora podemos ver su gloria que resplandece en la pobreza de un establo, y ser animados y sostenidos por su Verbo que se ha hecho «pequeño» en un niño. Gracias a él, nuestro tiempo encuentra su plenitud. También nuestro tiempo personal encontrará su plenitud en el encuentro con Jesucristo, Dios hecho hombre.
Sin embargo, este misterio contrasta siempre con la dramática experiencia histórica. Cada día, aunque deseamos vernos sostenidos por los signos de la presencia de Dios, nos encontramos con signos opuestos, negativos, que nos hacen creer que está ausente.
La plenitud de los tiempos parece desmoronarse ante la multitud de formas de injusticia y de violencia que hieren cada día a la humanidad.
A veces nos preguntamos: ¿Cómo es posible que perdure la opresión del hombre contra el hombre, que la arrogancia del más fuerte continúe humillando al más débil, arrinconándolo en los márgenes más miserables de nuestro mundo? ¿Hasta cuándo la maldad humana seguirá sembrando la tierra de violencia y odio, que provocan tantas víctimas inocentes? ¿Cómo puede ser este un tiempo de plenitud, si ante nuestros ojos muchos hombres, mujeres y niños siguen huyendo de la guerra, del hambre, de la persecución, dispuestos a arriesgar su vida con tal de que se respeten sus derechos fundamentales? Un río de miseria, alimentado por el pecado, parece contradecir la plenitud de los tiempos realizada por Cristo.
Recuerdan ésto, queridos niños cantores, está era la tercera pregunta que me han hecho ayer, ¿cómo se explica esto? También los niños se dan cuenta de esto. Y, sin embargo, este río en crecida nada puede contra el océano de misericordia que inunda nuestro mundo. Todos estamos llamados a sumergirnos en este océano, a dejarnos regenerar para vencer la indiferencia que impide la solidaridad y salir de la falsa neutralidad que obstaculiza el compartir.
La gracia de Cristo, que lleva a su cumplimiento la esperanza de la salvación, nos empuja a cooperar con él en la construcción de un mundo más justo y fraterno, en el que todas las personas y todas las criaturas puedan vivir en paz, en la armonía de la creación originaria de Dios.
Al comienzo de un nuevo año, la Iglesia nos hace contemplar la Maternidad de María como símbolo de la paz. La promesa antigua se cumple en su persona. Ella ha creído en las palabras del ángel, ha concebido al Hijo, se ha convertido en la Madre del Señor.
A través de ella, a través de su 'sí', ha llegado la plenitud de los tiempos. El Evangelio que hemos escuchado dice: 'Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón'.
Ella se nos presenta como un vaso siempre rebosante de la memoria de Jesús, Sede de la Sabiduría, al que podemos acudir para saber interpretar coherentemente su enseñanza. Hoy nos ofrece la posibilidad de captar el sentido de los acontecimientos que nos afectan a nosotros personalmente, a nuestras familias, a nuestros países y al mundo entero. Donde no puede llegar la razón de los filósofos ni los acuerdos de la política, llega la fuerza de la fe que lleva la gracia del Evangelio de Cristo, y que siempre es capaz de abrir nuevos caminos a la razón y a los acuerdos.
Bienaventurada eres tú, María, porque has dado al mundo al Hijo de Dios; pero todavía más dichosa por haber creído en él. Llena de fe has concebido a Jesús antes en tu corazón que en tu seno, para hacerte Madre de todos los creyentes (cf. San Agustín, Sermón 215, 4).
Derrama Madre, sobre nosotros tu bendición en este día consagrado a ti; muéstranos el rostro de tu Hijo Jesús, que derrama sobre todo el mundo entero misericordia y paz. Amen”.
El papa Francisco con motivo de la oración del Ángelus que rezó el primero del año 2016, ante la multitud que le aguardaba en la plaza de San Pedro, recordó que el intercambio de saludos a inicio de año es un signo de esperanza de que el futuro será mejor, aunque sabemos que no cambiará todo. (ZENIT)
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz año!
Al inicio del año es hermoso intercambiarse las felicitaciones. Renovamos así, unos a otros, el deseo que aquello que nos espera sea un poco mejor. Es en fondo, un signo de la esperanza que nos anima y nos invita a creer en la vida. Pero sabemos que con el año nuevo no cambiará todo, y que tantos problemas de ayer permanecerán también mañana. Entonces quisiera dirigir un deseo sostenido de una esperanza real, que traigo de la Liturgia de hoy.
Son las palabras con las cuales el Señor mismo pide bendecir su pueblo: «El Señor haga resplandecer para ti su rostro. El Señor dirija a ti su rostro». También yo les deseo esto: que el Señor ponga su mirada sobre ustedes y que puedan alegrarse, sabiendo que cada día su rostro misericordioso, más brillante que el sol, resplandece sobre ustedes y ¡no se oculta nunca!
Descubrir el rostro de Dios hace nueva la vida. Porque es un Padre enamorado del hombre, que no se cansa nunca de recomenzar del inicio con nosotros para encontrarnos nuevamente. El Señor tiene una paciencia con nosotros, no se cansa nunca de recomenzar desde el inicio cada vez que nosotros caemos.
Entretanto no promete cambios mágicos, Él no usa la vara mágica. Ama cambiar la realidad desde dentro, con paciencia y amor; pide entrar en nuestra vida con delicadeza, como la lluvia en la tierra, para llevar fruto. Y siempre nos espera y nos mira con ternura. Cada mañana, al despertar, podemos decir: “Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí”. Hermosa oración que es una realidad.
La bendición bíblica continúa así: «El Señor te conceda paz». Hoy celebramos la Jornada Mundial de la Paz, que tiene por tema: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. La paz, que Dios Padre desea sembrar en el mundo, debe ser cultivada por nosotros. No sólo, debe ser también “conquistada”.
Esto implica una verdadera lucha, una lucha espiritual que tiene lugar en nuestro corazón. Porque enemiga de la paz no es sólo la guerra, sino también la indiferencia, que hace pensar sólo a sí mismos para crear muros, sospechas, miedos y cerrazones.
Estas cosas son enemigas de la paz. Tenemos, gracias a Dios, tantas informaciones; pero a veces estamos tan sumergidos de noticias que nos distraemos de la realidad, del hermano y de la hermana que necesitan de nosotros. Comencemos a abrir el corazón, despertando la atención hacia el prójimo, a quien es más cercano. Este es el camino para la conquista de la paz.
Nos ayude en esto la reina de la Paz, la Madre de Dios, de quien hoy celebramos la solemnidad. El Evangelio de hoy afirma que Ella «guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón». ¿De qué cosas se trata? Ciertamente de la alegría por el nacimiento de Jesús, pero también de las dificultades que había encontrado: había tenido que colocar a su Hijo en un pesebre porque «para ellos no había lugar en el alojamiento» y el futuro era muy incierto.
Las esperanzas y las preocupaciones, la gratuidad y los problemas: todo aquello que sucedía en la vida se transformaba, en el corazón de María, en oración, diálogo con Dios. He aquí el secreto de la Madre de Dios. Y ella hace así también con nosotros: guarda las alegrías y desata los nudos de nuestra vida, llevándolos al Señor.
Esta tarde iré a la Basílica de Santa María La Mayor para la apertura de la Puerta Santa. Encomendamos a la Madre el año nuevo, para que crezcan la paz y la misericordia.
Reflexión a las lecturas de la fiesta de la Epifanía del Señor ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel pérez PIÑERO bapo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
La Epifanía del Señor
¡Los regalos son hoy los protagonistas del día!
Los regalos son buenos en sí mismos; pero una preocupación excesiva o un poco descontrolada por ellos, puede mermar, e, incluso, anular, la celebración de esta solemnidad tan preciosa de la Epifanía del Señor, hasta dejarla casi en nada. Es lo que sucede con mucha frecuencia.
Epifanía significa “manifestación en lo alto”. Dios, que manifiesta con una estrella, el nacimiento de su Hijo a unos Magos de Oriente y, en ellos, a todos los pueblos de la tierra no pertenecientes a Israel, el pueblo elegido.
Pero, en realidad, la solemnidad de la Epifanía encierra tres acontecimientos o manifestaciones del Señor: La manifestación a los Magos de Oriente, de la que hablaremos ahora, la manifestación a Israel, con ocasión de su Bautismo y la manifestación, especialmente, a sus discípulos, en las Bodas de Caná.
La Manifestación a los Magos de Oriente centra hoy nuestra atención. Esta fiesta nos dice que Jesucristo ha venido para todos los hombres de todos los pueblos, judíos y gentiles… El regalo, centro de nuestra atención este día, nos puede ayudar a comprender el sentido de esta celebración: En la Natividad del Señor y en su Octava, celebramos que Dios Padre nos ha hecho un gran regalo, el mejor regalo. Nos ha querido tanto, que nos ha dado a su Hijo. Por eso, la Iglesia entera salta de gozo la noche de Navidad, proclamando: "Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado". Y también: “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. La Epifanía viene a subrayar con fuerza que ese “regalo” es para todos. Es lo que dice S. Pablo en la 2ª Lectura: “Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el evangelio".
Los judíos tenían “La Ley y los Profetas”. Por eso, cuando pregunta Herodes, exaltado, dónde tenía que nacer el Mesías, enseguida le dicen: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos, la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”.
¿Y los otros pueblos no pertenecientes a Israel?
Les manifiesta este acontecimiento, adaptándose a su mentalidad: Ellos creían que el nacimiento de los personajes importantes, venía acompañado de la aparición de un astro en el cielo. S. Mateo nos presenta la “revelación” a los Magos de Oriente de una manera muy bella.
En esta fiesta contemplamos cómo Cristo ha venido para todos, pero que no todos, ni mucho menos, le conocen y disfrutan de sus dones; que a todos no ha llegado “el regalo”, los tesoros de salvación de los que nos habla S. Pablo (Ef 1, 7-9). Y eso, según el mensaje de este día, no es justo, no está nada bien. No podemos acaparar el Don de Dios para nosotros solos, en una especie de “egoísmo religioso”.
Por eso, hoy es el día misionero, por excelencia, de la Navidad. Para recordar a todos los que no conocen a Jesucristo y a los que, habiéndole conocido, se han apartado o alejado de Él. Recordamos y celebramos este día, que pertenecemos a una Iglesia que es misionera, por su misma naturaleza, y a la que el Vaticano II llamó “Luz de las Gentes”.
Hoy también es un día apropiado para dar gracias a Dios, porque “la estrella” ha brillado también para cada uno de nosotros, y para pedirle que también nosotros, con nuestra palabra y nuestro testimonio de vida, seamos “estrella” que conduce a todos a la salvación, hasta que lleguemos a “contemplar cara a cara, la hermosura infinita de su gloria”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
MONICIONES
En la primera Lectura, Isaías profetiza el misterio de la manifestación de Cristo, como luz que ilumina a todos los pueblos.
SEGUNDA LECTURA
En la segunda Lectura, S. Pablo se presenta como portador de esta verdad: también los gentiles son destinatarios de la revelación y de los dones de Dios.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio se nos narra la venida de los Magos de Oriente. Aclamemos ahora a Jesucristo, manifestado hoy a todos los pueblos, con el canto del aleluya.
OFRENDAS
Nuestras ofrendas al Señor tienen hoy una significación especial. Seamos generosos como los Magos de Oriente. Ofrezcámosle no sólo nuestro dinero, sino también nuestra persona, nuestras cosas, lo que Él quiere de nosotros, toda nuestra vida.
COMUNIÓN
En la Comunión se nos da en comida el Señor, que se nos ha manifestado.
Pidámosle hoy por todos los que nunca han oído hablar de Él; por los que, habiéndole conocido, se han apartado o alejado. Por todos los cristianos necesitados siempre de un mayor conocimiento y amor del Señor.
Que Él nos ayude a ser, con nuestra palabra y nuestro testimonio de vida, como una estrella que lleve a todos a la salvación.
Reflexión a las lecturas del domingo segundo de Navidad C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 2º de Navidad
Este es “un domingo puente”, entre la Navidad y la Epifanía, que es la segunda parte del Tiempo de Navidad.
Este domingo no celebramos ningún acontecimiento concreto de la vida del Señor, sino que la Liturgia pretende ofrecernos alguna ayuda, para detenernos, en medio de estas fiestas, y contemplar más y más el Misterio de la Navidad; o para fijarnos en algún aspecto o acontecimiento concreto, que tenga para cada uno, una especial significación. Incluso, para reflexionar sobre la forma misma en que estamos celebrando la Navidad.
Las lecturas de la Palabra de Dios de este domingo son muy ricas en contenido y, al mismo tiempo, resumen, en pocas ideas, el acontecimiento que celebramos.
La primera nos presenta a la Sabiduría de Dios, que se identifica, en el Nuevo Testamento, con el Hijo de Dios, el Verbo Eterno del Padre.
En el Evangelio, S. Juan, como un águila, se adentra en el Misterio mismo de Dios, y nos describe al Verbo, a la Palabra Eterna del Padre, como si la estuviera viendo: “La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. “En la Palabra había vida”, etc. Y, luego, resume el Misterio asombroso de la Navidad, diciendo: “Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo Único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
¡El Hijo se hizo hombre y hemos contemplado su gloria! Dichosos nosotros si podemos salir de estas fiestas, diciendo: “¡Hemos contemplado su gloria!”
¿Y con qué finalidad? Es decir, ¿por qué y para qué se hace hombre el Hijo de Dios? Es San Pablo el que, en la segunda lectura, nos resume el objetivo de la Navidad: “Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la Redención, el perdón de los pecados…” "Él nos ha destinado en la persona de Cristo -por pura iniciativa suya- a ser sus hijos”.
¿Comprendemos todo lo que esto significa?
Ya los Santos Padres resumían todo el Misterio de la Navidad, diciendo: “El Hijo de Dios se hizo hombre para hacer al hombre hijo de Dios”.
Y no podemos caer en la tentación de pensar: “Eso es lo de siempre, lo que aprendimos de pequeños…”
San Ignacio nos advierte: “No el mucho saber es lo que harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas interiormente”.
¡Pues de eso se trata en este domingo segundo!
Por último, en un contraste lleno de paradojas y de ironía, el evangelista nos presenta la respuesta del hombre al Misterio de la Navidad: “La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”. “El mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios”.
¿Nos identificamos con alguno de estos cuatro grupos?
El salmo responsorial lo sintetiza todo, cuando nos invita a decir: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 2º DE NAVIDAD
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchemos ahora, un canto a la Sabiduría de Dios, presente en medio de su pueblo. Para los cristianos Jesucristo es la Sabiduría de Dios, hecha carne.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo nos habla, en la segunda lectura, del proyecto maravilloso de Dios sobre el hombre, por el cual, dándole a Jesucristo, le colma de dones, hasta el punto de hacerlo hijo suyo.
TERCERA LECTURA
Escucharemos ahora el Prólogo del Evangelio de S. Juan, que nos recuerda el acontecimiento inefable de la Navidad, y, al mismo tiempo, la respuesta del hombre de todos los tiempos, a este asombroso Misterio.
En la Comunión nos acercamos al Señor, la Palabra Eterna del Padre, de la que nos ha hablado S. Juan en su Evangelio.
Pidámosle que siempre le abramos nuestra casa, que siempre acojamos su luz. Que siempre le recibamos.
Su amor es grande e invencible. Démosle gracias y pidámosle.