Lunes, 29 de febrero de 2016

Segunda meditación de cuaresma del predicador de la Casa Pontificia

26 febrero 2016  

 (ZENIT – Ciudad del Vaticano) El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ha reflexionado esta mañana en la segunda predicación de cuaresma sobre la constitución dogmática “Dei Verbum”.

En primer lugar ha explicado que Dios, es un Dios que habla. “Dios se ha servido de la palabra para comunicarse con las criaturas humanas” asimismo ha indicado que “Dios no tiene boca ni respiración humana: su boca es el profeta, su respiración es el Espíritu Santo”. Ninguna voz humana — ha asegurado el predicador– alcanza al hombre en la profundidad en la que lo hace la palabra de Dios.

Pero, el discurso sobre la naturaleza del hablar de Dios cambia radicalmente en el momento en el que se lee en la Escritura la frase: “La palabra se hizo carne”. Y es que con la venida de Cristo, “Dios habla también con voz humana, audible con los oídos también del cuerpo”.

El padre Cantalamessa ha subrayado que “el hablar de Dios, sea el mediador por los profetas del Antiguo Testamento, sea el nuevo y directo de Cristo, después de haber sido transmitido oralmente, se ha puesto por escrito, y tenemos así las divinas Escrituras”.

Por otro lado, ha dado unas indicaciones sobre la Lectio Divina. Por fortuna, ha indicado el padre Cantalamessa, la Escritura nos propone, por sí misma, un método de lectura de la Biblia al alcance de todos. En la carta de Santiago ”leemos un famoso texto sobre la palabra de Dios. Del mismo obtenemos un esquema de la Lectio Divina que tiene tres etapas u operaciones sucesivas: acoger la palabra, meditar la palabra, poner en práctica la palabra. Y a continuación, ha meditado sobre cada una de estas etapas.

En la primera etapa debemos tener cuidado con dos peligros. De este modo ha indicado que “el primero es pararse en la primera etapa y transformar la lectura personal de la Palabra de Dios en una lectura impersonal”.  El otro peligro “es el fundamentalismo: tomar todo lo que se lee en la Biblia a la letra, sin mediación hermenéutica alguna”.

La segunda etapa sugerida por Santiago consiste en “fijar la mirada” en la palabra, en el estar largo tiempo delante del espejo, lo que quiere decir en la meditación o contemplación de la Palabra. El alma que se mira en el espejo de la Palabra “aprende a conocer ‘cómo es’, aprende a conocerse a sí misma, descubre su deformidad de la imagen de Dios y de la imagen de Cristo”, ha asegurado el padre Cantalamessa.

Y finalmente llegamos a la tercera fase del camino. Esta etapa, ha explicado el padre Cantalamessa, “consiste en practicar, en obedecer a la Palabra”. Asimismo, ha asegurado que “las palabras de Dios, bajo la acción actual del Espíritu, se vuelven expresión de la voluntad viviente de Dios hacia  mí, en un determinado momento”. Y ha precisado que “si escuchamos con atención, nos daremos cuenta con sorpresa que no hay un día en el que, en la liturgia, en la recitación de un salmo, o en otros momentos, no descubramos una palabra de la cual debemos decir: “¡Esto es para mí!, ¡esto es lo que hoy tengo que hacer!”.

 


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A la luz de su Misericordia por Enrique Díaz Díaz. (ZENIT)

III Domingo de Cuaresma

25 febrero 2016    

Éxodo 3, 1-8. 13-15: “‘Yo-soy’, me envía a ustedes”
Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”
I Corintios 10, 1-6. 10-12: “La vida del pueblo escogido, con Moisés, en el desierto, es una advertencia para nosotros”
San Lucas 13, 1-9: “Si no se convierten, perecerán de manera semejante”

Contemplemos las imágenes que nos propone el Evangelio: unos galileos asesinados y una higuera estéril… ¿Qué nos hacen pensar? ¿Cuál es la justicia de Dios? ¿Castiga o guarda silencio? Contemplemos las imágenes fuertes que nos presenta nuestro mundo: violencia, discriminación, corrupción, luchas por el poder… ¿Dónde se encuentra Dios? ¿Influye en nuestras vidas?

¿Qué imagen tenemos de Dios? ¿Cómo percibimos a Dios en nuestro diario caminar? Parecen ser las interrogantes que hoy nos propone la liturgia y que nos exigen cuestionarnos de verdad sobre la propia vida. Las preguntas que hacen los discípulos a Jesús son como eco de nuestras propias preguntas. Tanto cuando juzgamos a los demás como cuando nos juzgamos a nosotros mismos, dejamos al descubierto cuál es la imagen que tenemos de Dios y cómo percibimos a Dios en nuestras vidas. Es interesante cómo los discípulos leen los acontecimientos muy distinto de cómo Jesús lee los acontecimientos. De hecho podremos aprender del texto de hoy a escuchar la voz de Dios en cada uno de los acontecimientos. La conclusión que sacan los discípulos es equivocada. Tienen el concepto de un Dios vengador, policía, atento a los errores de los hombres para precipitarlos en su propia ruina por ser pecadores. Todo lo contrario nos dice Jesús: porque somos pecadores, debemos convertirnos y dar frutos de conversión. Mirarnos a la luz de su Misericordia.

La urgencia de la conversión al aproximarse el juicio de Dios que los signos de los tiempos continuamente nos hacen recordar, es nuestra respuesta a la experiencia de un Dios que viene a sacarnos de la esclavitud de Egipto, que nos ayuda a reencontrar nuestra propia identidad como nos dice la primera lectura de este domingo. El pueblo liberado es un pueblo en continua conversión. No es suficiente salir de Egipto, alimentarse del maná o saciarse del agua de la roca para ser fiel a Dios: cada momento se debe estar atento a la conversión. Así también al nuevo pueblo, no le basta ser bautizado, acercarse a la Eucaristía y vivir algunos ritos. Le urge la conversión cada día. La palabra de Dios nos convoca a la revisión y al cambio pero, en las palabras de Jesús, bajo una nueva luz: la misericordia de Dios no tanto la justicia. Miremos nuestra vida a la luz de los ojos de un padre amoroso, y no bajo la mirada de un juez implacable. Es el padre amoroso que escucha “el clamor de su pueblo que sufre”. El tiempo de Jesús es el tiempo de la paciencia del Padre. Dios no impone límites fijos. Un largo pasado de esterilidad no impide a Dios dar la posibilidad de producir frutos. Y no se trata de debilidad sino de amor.

Una higuera cargada de hojas pero estéril de frutos, sólo ocupa lugar. El riesgo en esta cuaresma es quedarnos en los signos externos y despreciar la verdadera conversión. La conversión es una profunda revisión del camino que ha tomado nuestra vida e implica un cambio de dirección. Conversión es paso de una fe adquirida pasivamente, fe solamente heredada, una fe activamente conquistada. No basta “estar ahí”, “cumplir”, hay que estar activamente y dar frutos. La conversión es ruptura de una mentalidad orientada hacia el pecado, hacia los valores puramente humanos, hacia la autosuficiencia y el orgullo, para adherirse a los verdaderos signos de penitencia. Conversión es sobre todo adherirse al Reino que viene. Es un acercamiento a Dios, pero un acercamiento de pobre, de pequeño, de siervo, de hijo. Es un acercamiento respondiendo a su misericordia y su amor. Es la autenticidad de un comportamiento que rompe la distancia entre la fe y la vida. Dios nos espera con los brazos abiertos en ese momento decisivo. Pero espera de cada uno de nosotros un acto valiente: la plena y consciente aceptación del Reino de Dios con todas sus consecuencias. El paso hacia la libertad nadie puede darlo por nosotros, es un acto personal que ni Dios puede dar por nosotros.

¿Qué frutos espera el Señor? No podemos dar apariencia de frutos. Es triste comprobar que vivimos en sociedades que se llaman cristianas, donde hay muchos bautizados pero encontramos frutos de torturas, desapariciones, asesinatos, delaciones, miedo y más todavía: hambre, desocupación, analfabetismo, falta de salud y de vivienda, desesperanza. Cada vez que la Palabra de Dios nos presenta la figura de la vid o de la higuera, nos exige frutos. En Isaías y los profetas, los frutos van unidos a la justicia y al amor. Sin embargo, hoy hay quien se llama “cristiano” y paga sueldos de miseria; hay quienes son bautizados y se convierten en líderes explotadores; se puede tener “una fe o una religión” y armonizar con narcotráfico o prostitución; decirnos creyentes y voltear la espalda al necesitado. Y ahí están las consecuencias: individualismo, hambre, pobreza, discriminación, división y aun manipulación de la religión para los propios fines.

Impresiona la misericordia del Señor: “Déjala otro año”. Si a nosotros nos tocara juzgar, ya habríamos condenado a muchos a muerte y condenación (como de hecho sucede). El amor misericordioso de Dios es mayor que nuestro pecado. Nos deja experimentar nuestra impotencia y nuestra debilidad para manifestar más grande su amor. De donde parece que todo está muerto y perdido, saca vida el Señor. Pero, ¡atención!, que esto no sea una excusa para seguir pecando. Porque está muy clara la conclusión de la parábola: “Si no, el año que viene la cortaré”. Y recordemos cómo ha actuado el Señor. Cuando ha habido injusticia “el clamor llega a sus oídos”. No nos hagamos ilusiones, no basta dar hojas frondosas que apantallen y aparenten. Hay que dar verdaderos frutos.

¿Cuál es la imagen de Dios que a mí me hace actuar: le temo como a juez, o lo amo como a Padre? ¿Cómo voy a vivir una verdadera conversión? ¿Qué frutos me exige el Señor?

Padre amoroso y lleno de misericordia, cuya bondad supera nuestros pecados, concédenos una verdadera conversión y un cambio de corazón que nos lleven a dar verdaderos frutos de justicia, amor y paz. Amén.


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S?bado, 27 de febrero de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo tercero de Cuaresma C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero ba jo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 3º de Cuaresma C

 

        Ya sabemos que la Cuaresma es tiempo de conversión. ¡En mucho o en poco! Pero todos tenemos que convertirnos para ser capaces de celebrar la Pascua,  en la que se nos pide la mejor conversión: la renovación de nuestro Bautismo, es decir, de nuestra adhesión a Cristo, de nuestro seguimiento del Señor, de nuestra condición de muertos al pecado y vivos sólo para el bien, sólo para Dios (Rom 6, 11).

        El Señor comienza su Vida Pública, diciendo: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios, convertíos y  creed la Buena Noticia” (Mc 1, 15).

        Tenemos que convertirnos porque el Reino de los Cielos, que Jesús viene a inaugurar en la tierra, es completamente distinto de las realidades terrenas. ¡Y tan distinto!

        El Evangelio de este domingo es una fuerte llamada a  la conversión: “Os digo que si no os convertís todos pereceréis de la misma manera”. ¡La urgencia de la conversión!

        Con todo, hay muchos cristianos que no se sienten llamados a ese cambio  de vida. Dicen que ya hacen el bien, que no tienen pecados. ¡La conversión sería para los malos!

        Por eso es tan importante la segunda parte del texto, cuando Jesucristo nos presenta la parábola de la higuera. Ésta no hacía nada malo, sólo que no daba fruto. ¿Qué mayor mal queremos?

El agricultor es muy paciente, pero también muy exigente. Por eso,  el dueño de la parábola le dice al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala ¿Para qué va ocupar terreno en balde?”

        El Señor nos advierte: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador, a todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca, y a todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto” (Jn 15, 1-2). ¡Dar fruto, dar más fruto!

         El viñador intercede por la higuera: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

        ¿Quién no ve aquí una imagen de nuestra vida cristiana, incluso, del Tiempo de Cuaresma? ¿Nos esforzaremos entonces por dar fruto? ¿No será éste el mayor y mejor exponente de nuestra verdadera conversión?

En concreto, pues, tenemos que preguntarnos, en esta Cuaresma, ¿qué fruto estoy  dando yo? Y también ¿por qué no doy más fruto? Y hemos de retener la idea de que siempre, cada día que pasa, se nos exige una mayor y mejor conversión.

S. Agustín decía: “Temo a Dios que pase y que no vuelva”. ¡No podemos olvidar que ésta será la última Cuaresma para muchos cristianos!

        Pero no tenemos que desesperar porque la conversión es un don de Dios. Por eso en la Sagrada Escritura leemos: “Conviértenos, Señor, y nos convertiremos a ti” (Lm 5, 21). ¡Hay que pedirlo! ¡Y hay que acogerlo cuando Dios lo concede!

        La Teología nos enseña que “¡al que hace lo que está de su parte, Dios no le niega la gracia! ”.                                  

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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OMINGO III DE CUARESMA C

 MONICIONES     

 

 

PRIMERA LECTURA

Durante los domingos de Cuaresma recordamos, en la primera lectura, los grandes acontecimientos de la historia del pueblo de Israel. Hoy se nos narra cómo Dios elige a Moisés para salvar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Escuchemos con atención. 

 

SALMO

        El salmo 102 es un canto de acción de gracias por los favores divinos. Ésta es hoy nuestra respuesta a la Palabra  del Señor, que nos llama a la libertad y a la vida, como llamó a los israelitas para sacarlos de la esclavitud de Egipto.  

 

SEGUNDA LECTURA

        S. Pablo nos pone el ejemplo del pueblo de Israel, peregrino en el desierto, para prevenirnos del peligro de desagradar al Señor y no dar fruto.

 

TERCERA LECTURA

        En el Evangelio Jesús nos urge a la conversión y a dar fruto abundante. Acojamos de corazón sus palabras. 

 

COMUNIÓN

        Sin alimentarnos no podemos dar fruto pero, al mismo tiempo, ¡alimentarnos es una exigencia de dar más fruto! Esto es lo que debemos pensar y pedir en este momento, en que Jesucristo, el Señor, se nos ofrece como nuestra comida en este camino de conversión hacia las fiestas de Pascua.


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo tercero de Cuaresma C.


¿DÓNDE ESTAMOS NOSOTROS?


Unos desconocidos le comunican a Jesús la noticia de la horrible matanza de unos galileos en el recinto sagrado del templo. El autor ha sido, una vez más, Pilato. Lo que más les horroriza es que la sangre de aquellos hombres se haya mezclado con la sangre de los animales que estaban ofreciendo a Dios.

No sabemos por qué acuden a Jesús. ¿Desean que se solidarice con las víctimas? ¿Quieren que les explique qué horrendo pecado han podido cometer para merecer una muerte tan ignominiosa? Y si no han pecado, ¿por qué Dios ha permitido aquella muerte sacrílega en su propio templo?

Jesús responde recordando otro acontecimiento dramático ocurrido en Jerusalén: la muerte de dieciocho personas aplastadas por la caída de un torreón de la muralla cercana a la piscina de Siloé. Pues bien, de ambos sucesos hace Jesús la misma afirmación: las víctimas no eran más pecadores que los demás. Y termina su intervención con la misma advertencia: «si no os convertís, todos pereceréis».

La respuesta de Jesús hace pensar. Antes que nada, rechaza la creencia tradicional de que las desgracias son un castigo de Dios. Jesús no piensa en un Dios «justiciero» que va castigando a sus hijos e hijas repartiendo aquí o allá enfermedades, accidentes o desgracias, como respuesta a sus pecados.

Después, cambia la perspectiva del planteamiento. No se detiene en elucubraciones teóricas sobre el origen último de las desgracias, hablando de la culpa de las víctimas o de la voluntad de Dios. Vuelve su mirada hacia los presentes y los enfrenta consigo mismos: han de escuchar en estos acontecimientos la llamada de Dios a la conversión y al cambio de vida.

Todavía vivimos estremecidos por el trágico terremoto de Haití. ¿Cómo leer esta tragedia desde la actitud de Jesús? Ciertamente, lo primero no es preguntarnos dónde está Dios, sino dónde estamos nosotros. La pregunta que puede encaminarnos hacia una conversión no es «¿por qué permite Dios esta horrible desgracia?», sino «¿cómo consentimos nosotros que tantos seres humanos vivan en la miseria, tan indefensos ante la fuerza de la naturaleza?».

Al Dios crucificado no lo encontraremos pidiéndole cuentas a una divinidad lejana, sino identificándonos con las víctimas. No lo descubriremos protestando de su indiferencia o negando su existencia, sino colaborando de mil formas por mitigar el dolor en Haití y en el mundo entero. Entonces, tal vez, intuiremos entre luces y sombras que Dios está en las víctimas, defendiendo su dignidad eterna, y en los que luchan contra el mal, alentando su combate.


José Antonio Pagola



3 Cuaresma – C (Lucas 13,1-9)

Evangelio del 28/feb/2016

Publicado el 22/ Feb/ 2016

por Coordinador Grupos de Jesús



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Desde la Vicaría General de la diócesis de Tenerife nos remiten "ORIENTACIONES PARA CELEBRAR LAS 24 HORAS CON EL SEÑOR  2016"

 

El papa Francisco vuelve a retomar  la idea que tuvo en 2014 para que las comunidades cristianas dediquen 24 horas para el Señor en la cuaresma, más concretamente en las vísperas del IV domingo. (4-5 de marzo) 

Ya el título de la convocatoria es sugerente:

  • 24 horas: Significa un día completo, con plenitud. En fidelidad, en oblación junto al agradecimiento al Dios misericordioso.

  • Para el Señor: Recoge el sentido más profundo de la oración, sin adornos ni distracciones. Una oración que en el presente año se vive a través de la Misericordia.

 

Nuestras comunidades cristianas, dentro de su variedad, han de recoger esta llamada que está dirigida a todo el Pueblo de Dios. Para ello, compartimos algunas ideas de algunas diócesis, como la de esta misiva, para que sirvan de sugerencia y abran a la creatividad a la hora de la realización de esta llamada en cada situación concreta, siempre que se sepa estar con el Señor como prioridad, por encima de otras actividades. Se trata de estar con el Señor clemente y misericordioso. 

La realización de esta experiencia de oración nos pone en obediencia a la Iglesia universal expresada por la llamada del papa Francisco, y a la Iglesia Diocesana, en cuyo Plan de Pastoral se pide fortalecer la espiritualidad misionera y concretar iniciativas para incrementar la conciencia de la primacía de la gracia y de la vida de oración. 

24 horas con el Señor es el título de esta llamada. Puede ser un día especial con una noche especial. ¿Difícil? Así puede parecer a primera impresión, pero no es imposible, sino necesario, porque “no sólo de pan vive el hombre…”, ni de actividades, ni de tareas. Para ello habrá que hacer una buena convocatoria a todos, que incluya una motivación, una organización de actividades y distribución de tiempos, y una acogedora ambientación del templo. 

Por si sirven algunas sugerencias para que cada comunidad las adapte de acuerdo con sus posibilidades y así, las 24 horas para el Señor sea una experiencia vivida “en espíritu y en verdad”. 

Dará comienzo en la tarde del viernes día 4 de marzo, para terminar con la eucarística del sábado 5, en la celebración del IV domingo de Cuaresma. 

Habrá parroquias que puedan mantener abiertos sus templos las veinticuatro horas seguidas, mientras que para otras será imposible. A estas últimas se les pediría al menos que hagan una programación del mayor posible, siempre haciendo pública la llamada a todos. 

         Se trata de facilitar que todos puedan estar con el Señor, los que tienen una espiritualidad más cultivada, y todas  y todos. También puede ser un testimonio ante la “crisis espiritual que vive nuestro pueblo y ayudar a todos a mantener o a recuperar una fe viva y operante en Jesucristo Salvador”, como apuntan nuestros obispos en el Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal.

 

AMBIENTACIÓN:

  • Un templo o una capilla recogidos, que inviten a la oración sin dispersión.

  • En donde se permita la exposición del Santísimo y la proclamación de la Palabra de Dios.

  • Distribución de fotocopias con algunos textos escogidos que faciliten la oración.

  • Se facilite el sacramento de la Reconciliación.

 

ACTIVIDADES:

  • Rezo del Oficio Divino a ciertas horas programadas (laudes, vísperas, o alguna hora menor).

  • Exposición del Santísimo.

  • Propuesta del Sacramento del Perdón.

  • Reflexión sobre las Obras de Misericordia (podría ser a cada hora, una breve consideración de cada una de ellas; o también, todas juntas en un solo horario).

  • Distribución por horas de oración por distintas intenciones especiales.

  • Motivación especial en los grupos de catequesis de diversas edades y situaciones.

  • Organización de la vigilia durante toda la noche o en otro momento.

  • Llamamiento a todos los grupos cristianos existentes en la comunidad.

  •  Vía crucis.

  • Y siempre, la oración del Jubileo propuesta por el papa Francisco.

 

PARA TERMINAR:

  • Ha sido estupendo la programación coordinada que han realizado no pocos arciprestazgos de la diócesis. Se pueden proponer algunas intenciones generales, sin que dificulten la adoración

    • Por la mejor vivencia del Año de la Misericordia y la práctica de sus obras.

    • Por las vocaciones sacerdotales distribuida por las distintas parroquias del arciprestazgo

    • Por el Plan Pastoral y la misión parroquial que estamos preparando.

    • Que en cada hora se está orando por cada una de las parroquias….

       

Podría existir un recipiente delante del altar en donde se recogieran, con la prudencia oportuna, los compromisos para este Año Jubilar que cada uno de los asistentes quisiera ofrecer a Jesucristo, después de haber participado en las 24 horas para el Señor, como expresión de renovación espiritual.


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Martes, 23 de febrero de 2016

Carta del Obispo ante el Día del Seminario '2016

SACERDOTES, ENVIADOS A RECONCILIAR

 

Queridos diocesanos:

 

Este año, la fiesta de San José, 19 de marzo, fecha en que celebramos el Día del Seminario y de las vocaciones sacerdotales, coincide con la víspera del Domingo de Ramos y el inicio de la Semana Santa. La colecta para el Seminario será, por tanto, en las misas del 19 y 20 de marzo.

Una casualidad, que lejos de ser un obstáculo, puede ser una ayuda para reavivar en todos nosotros la importancia y necesidad de los sacerdotes en la vida de la Iglesia. Sin duda, en los días de la Semana Santa se percibe con mayor intensidad el papel de los sacerdotes para poder participar con fruto en la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Tal es así, que en muchos lugares tenemos que pedir el apoyo de sacerdotes de otras diócesis para poder atender debidamente a los fieles de todas las parroquias.

Fue en la víspera de su pasión, en la Última Cena, cuando Jesús instituyó a los sacerdotes como ministros suyos. A partir de entonces, siguiendo el mandato de Cristo, y en su nombre, los sacerdotes presiden la celebración de la Santa Misa y nos absuelven de nuestros pecados en el Sacramento de la Reconciliación. Dos sacramentos fundamentales para la vida cristiana a lo largo de todo el año y que se nos invita a celebrar con renovada fe y compromiso cada Semana Santa.

Precisamente, como estamos celebrando el Año de la Misericordia, para la Campaña del Día del Seminario se ha elegido el lema: "Enviados a reconciliar". Es decir, los sacerdotes son enviados por Cristo para ser instrumentos de la reconciliación de los hombres que Dios. Muchas veces nos apartamos de Dios y vivimos de espaldas a Él, como si no existiera. Pero, Dios "rico en misericordia", por el gran amor que nos tiene, no nos abandona al poder del pecado y de la muerte, sino que tiende la mano a todos y nos ofrece su perdón.

Así lo expresó Jesús en la parábola de la "oveja perdida", en la que Él mismo se presenta como el Buen Pastor sale a buscarla. ¿Cómo lo hace hoy? ¿Cómo percibimos que Dios nos busca? Aquí radica la importancia del ministerio de los sacerdotes. Ellos son, en nombre de Cristo y en cada lugar, la mano que Dios tiende a los pecadores invitándoles a recurrir confiadamente a su clemencia.

San Pablo, apóstol y sacerdote de Cristo, expresa  claramente esta conciencia de ser "enviado a reconciliar": "Dios nos reconcilió con él por medio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación. Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios" (2Cor. 5,19-20)

No se trata sólo de esperar la vuelta del pecador, de aquel que se alejó o no tuvo nunca la experiencia del amor misericordioso de Dios. Los sacerdotes "son enviados", deben salir a buscar, deben promover y facilitar el encuentro con Dios. Es lo que tanto repite el Papa Francisco y que nosotros nos hemos marcado como objetivo de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, "ser una Iglesia en salida". Un objetivo que corresponde a todo el pueblo de Dios, pero en el que los sacerdotes –de acuerdo con su identidad y misión propia- desempeñan un papel primordial como guías de la comunidad y ministros de reconciliación.

De esta importancia de los sacerdotes deriva su necesidad. Sin su ministerio no hay verdaderamente comunidad cristiana. Por eso, ante la abundancia de fieles que ya constituyen la Iglesia y tantos otros a los que Dios llama a formar parte de su pueblo, se hace necesario un buen número de sacerdotes que en nombre de Cristo hagan presente el amor de Dios ofreciendo al a todos, hombres y mujeres, su perdón y salvación.

 

Es significativo que San Mateo presente los inicios de la predicación de Jesús recordando las palabras del profeta Isaías: "El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz" (Is. 9,2). Es decir, el mundo oscurecido por el poder del mal y el pecado, recibe una luz que es Cristo. Y continúa el evangelista diciendo: "Jesús comenzó a proclamar: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca. Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: Síganme, y yo los haré pescadores de hombres. Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron". (Mt. 16,20).

Esta dinámica se repite hoy. En un mundo que olvida a Dios, Jesús es quien llama a la conversión, Él es quien nos reconcilia con Dios y Él es, también, quien elige personas para ser "pescadores de hombres". Personas que en nombre de Cristo atraigan a los demás al hogar del amor misericordioso de Dios, dónde todos somos acogidos, perdonados y liberados del poder del mal.

Todos percibimos a diario como en el mundo de hoy siguen habiendo tinieblas. El poder del mal y el pecado siguen produciendo gravísimos daños y sufrimiento en la vida de las personas, con el  consiguiente decaimiento de la esperanza en un futuro de paz y progreso para todos. En gran medida se cumplen estas palabras de Isaías que leemos en la liturgia del Viernes Santo: "Todos andamos perdidos, como suelen andar las ovejas que no tienen pastor. Cada uno hace lo que le viene en gana" (Is. 53,6).

Es la misma experiencia que tuvo Jesús en su tiempo y ante la que no permaneció indiferente: "Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha" (Mt. 9,36-38).

Si, rogar a Dios que suscite personas que por amor y según su voluntad sean capaces de ayudar a los demás a desarrollar lo mejor de sí mismos y a enriquecerse con los dones de Dios. Pedir a Cristo que siga llamando a muchos a ser "pescadores de hombres". Que llame a los jóvenes cristianos, para que como Pedro, Juan, Santiago y Andrés, por la palabra de Cristo echen la red en esta humanidad dispersa y dividida por el pecado, con el anhelo de congregarles en la gran familia de Dios, en la que todos somos hijos de un mismo Padre y hermanos los unos de los otros. 

Si, queridos hermanos y hermanas en Cristo. Nuestra Diócesis necesita  más sacerdotes para atender debidamente nuestras parroquias, los hospitales, los centros de mayores, las cárceles, la educación cristiana de las nuevas generaciones… Sacerdotes que salgan por todas partes a sembrar la Palabra de Dios en la gente de nuestra tierra. Una palabra que, como nos dice el mismo Jesús, transforma la vida y produce fruto abundantes en las personas y en la sociedad.

Del ministerio de los sacerdotes todos nos beneficiamos, pues están al servicio del pueblo de Dios. Pero, también, en relación con ellos  tenemos deberes. Recemos por los sacerdotres y apoyemos su trabajo. Colaboremos con ellos en lo que nos corresponde. Unos y otros hemos de procurar que a los fieles no les falte el cuidado del pastor y que el trabajo del pastor encuentre la acogida de los fieles.

Pidamos por el Seminario, por los seminaristas actuales y para que el Señor nos regale nuevas vocaciones al sacerdocio. Pidamos para que los jóvenes cristianos respondan a la llamada de Dios y puedan contar con el apoyo de sus familias y de toda la comunidad cristiana. Apoyemos  económicamente al Seminario, no sólo siendo generosos en la colecta del 19 y 20 de marzo, sino, también, con donaciones extraordinarias. De antemano, gracias por vuestra generosidad.

Que Dios les bendiga y les colme de bienes.

 

† Bernardo Álvarez Afonso, obispo Nivariense


Domingo, 21 de febrero de 2016

El papa Francisco con motivo de la oración del ángelus que presidió este domingo, 21 febrero 2016, desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro, recordó su viaje a México y las bendiciones de la Virgen de Guadalupe, a los pies de los cuales contemplara y dejarse “mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, las violencias contra tanta pobre gente, de tantas mujeres”. (ZENIT)

 

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El viaje apostólico que he realizado los días pasados en México ha sido para todos nosotros una experiencia de transfiguración. ¿Cómo ha sido posible?

El Señor nos ha mostrado la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su pueblo santo que vive en esa tierra. Un cuerpo tantas veces herido, un pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad. De hecho los diversos encuentros vividos en México fueron llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros e ilumina el camino.

El “baricentro” espiritual de mi peregrinación ha sido el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Quedarme en silencio delante a la imagen de la Madre era lo que me había propuesto antes de todo. Y agradezco a Dios que me lo ha concedido. He contemplado y me he dejado mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, las violencias contra tanta pobre gente, de tantas mujeres.

Guadalupe es el santuario mariano más frecuentado del mundo. De toda América van allí a rezar donde la Virgen Morenita se mostró al indio san Juan Diego, dando inicio a la evangelización del continente y a su nueva civilización, fruto del encuentro entre diversas culturas.

Esta es justamente la herencia que el Señor nos ha entregado en México: custodiar la riqueza de la diversidad y, al mismo tiempo, manifestar la armonía de la fe común: una fe sincera y robusta, acompañada por una gran carga de vitalidad y de humanidad.

Como mis predecesores, también yo fui para confirmar la fe del pueblo mexicano, pero contemporáneamente a ser confirmado; he recogido a manos llenas este don para que vaya como beneficio de la Iglesia universal.

Un ejemplo luminoso de lo que estoy diciendo fue dado por las familias: las familias mexicanas me han recibido con alegría en cuanto mensajero de Cristo, pastor de toda la Iglesia; pero ellos a su vez me han dado testimonios límpidos y fuertes, testimonios de fe vivida, de fe que transfigura la vida, y esto para edificar a todas las familias cristianas del mundo. Y lo mismo se puede decir sobre los jóvenes, los consagrados, los sacerdotes, los trabajadores y los encarcelados.

Por lo tanto doy gracias al Señor y a la Virgen de Guadalupe por el don de esta peregrinación. Además agradezco al presidente de México y a las demás autoridades civiles por la calurosa recepción; y agradezco vivamente a mis hermanos en el episcopado y a todas las personas que de diversas maneras han colaborado.

Una alabanza, alabanza especial elevamos a la Santísima Trinidad por haber querido que en esta ocasión se realizara en Cuba el encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú y de toda Rusia, el querido hermano Kirill; un encuentro muy deseado incluso por mis predecesores. También este evento es una luz profética de resurrección, de la cual hoy el mundo necesita más que nunca. La Santa Madre de Dios siga a guiarnos en el camino de amistad y de la unidad. Y recemos a la Virgen de Cazán. El patriarca Kirill me ha regalado un ícono de la Virgen de Kazán: recemos juntos un Ave María. Ave Maria llena eres…”

Después el Papa reza la oración del ángelus. Y a continuación dice:

“Queridos hermanos y hermanas, mañana lunes inicia en Roma un congreso internacional que se titula “Por un mundo sin pena de muerte”, promovido por la Comunidad San Egidio. Deseo que el congreso pueda dar un nuevo impulso al empeño para la abolición de la pena de muerte.

Una señal de esperanza está constituida por el desarrollo en la opinión pública, de una contrariedad cada vez mayor hacia la pena de muerte, incluso solo como instrumento de legítima defensa social. De hecho las sociedades modernas tienen la posibilidad de reprimir eficazmente el crimen sin quitar definitivamente a quien lo cometió la posibilidad de redimirse.

El problema va encuadrado en la óptica de una justicia penal que sea cada vez más conforme a la dignidad del hombre y al designio del Dios para el hombre y la sociedad. Y también a una justicia penal abierta a la esperanza del reintegrarse en la sociedad. El mandamiento ‘no matarás’, tiene valor absoluto y se refiere sea al culpable que al inocente.

El Jubileo Extraordinario de la Misericordia es una ocasión propicia para promover en el mundo formas cada vez más maduras de respeto de la vida y de la dignidad de cada persona. Porque incluso el criminal tiene el derecho inviolable a la vida, don de Dios.

Hago un llamamiento a la conciencia de los gobernantes, para que se llegue a un consenso internacional destinado a abolir la pena de muerte. Y a quienes entre ellos son católicos que cumplan un gesto de coraje y ejemplar: que ninguna condena sea aplicada en este Año Santo de la Misericordia.

Todos los cristianos y hombres de buena voluntad están llamados hoy a trabajar para abolir la pena de muerte, pero también para mejorar las condiciones de las cárceles, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de su libertad.

Dirijo un cordial saludo a las familias, a los grupos parroquiales y a las asociaciones y a todos los peregrinos de Roma, de Italia y de los diversos países. Saludo a los fieles de Sevilla, Cádiz, Ceuta; a los de Trieste, Corato y Turín. Un pensamiento particular dirijo a la comunidad Juan XXIII, fundada por el siervo de Dios, don Oreste Benzi, que el viernes próximo promoverá por las calles del centro de Roma una Vía Crucis de solidaridad y oración por las mujeres víctimas de la trata de personas.

La cuaresma es un tiempo propicio para realizar un camino de conversión que tiene como centro la misericordia. Por ello he pensado de regalarles a quienes están aquí en la plaza una medicina espiritual, llamada ‘Misericordina’. Una vez ya lo hemos hecho, pero esta es de mejor calidad, esta es la ‘Misericordina – Plus’, una cajita que contiene la corona del rosario y una imagencita de Jesús Misericordioso. Ahora la distribuirán los voluntarios entre los cuales hay pobres, ‘sin techo’, prófugos y también religiosos. Reciban este don como una ayuda espiritual para difundir especialmente en este año de la misericordia el perdón y la hermandad. Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mi. Que tengan un buen almuerzo, y hasta la próxima”.

(Texto completo traducido desde el audio por ZENIT.org)

 


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Viernes, 19 de febrero de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo segundo de Cuaresma C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo II de Cuaresma C

Cuando Jesucristo habla a los discípulos de que tiene que padecer y morir para después resucitar, es lógico que no lo entiendan, que Pedro se lo lleve aparte para increparlo y que estén entristecidos, como en crisis... ¿Quién, en todo Israel, iba a aceptar que esa fuera la suerte del Mesías? Ellos esperaban todo lo contrario: un Mesías glorioso, triunfador, que les liberara de la opresión de los romanos…

Y Jesús trata de acercar el misterio de la Pasión a los discípulos, de modo que puedan captar, por lo menos, algo de su sentido. Por eso, unos días después, se lleva a los tres predilectos a una montaña alta, para orar. Es S. Lucas el que nos hace esa precisión. “Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos”. ¡Es la Transfiguración!

“De repente, dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén”. Es otra precisión de S. Lucas.

        ¿Y por qué aparecen estos dos personajes en la escena?

        Porque los dos representan todo el Antiguo Testamento: Moisés, los libros de la Ley, Elías, los de los profetas.

        Como dice el prefacio de la Misa de hoy, se trata de dar testimonio de que todo estaba anunciado  en el Antiguo Testamento. Y que, por tanto, “de acuerdo con la Ley y los profetas, la Pasión es el camino de la Resurrección”.

        Por eso, el día de la Resurrección Jesús reprocha a los discípulos de Emaús: “¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó todo lo que se refería a Él en toda la Escritura” (Lc 24, 25-33).

        Continúa diciéndonos el Evangelio, que viene una nube que los cubre. Ellos se asustan al entrar en la nube. Ésta es una señal de la presencia de Dios. Y se oye la voz del Padre: “Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadlo”.

        De este modo, ellos pueden comprender que Jesús no es un hombre como los demás, sino el Hijo del Dios vivo, como había dicho Pedro (Mt 16,16). Y que el Padre y el Hijo están de acuerdo en el camino que el Mesías tiene que recorrer.

        Por tanto, ellos tienen que escucharle y seguirle. No hay alternativa.

        ¿Y, conociendo las disposiciones de los discípulos, aquello habrá servido de algo?

        S. Pedro, uno de los testigos, nos dice en su segunda carta: "Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la sublime Gloria le trajo aquella voz: Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Esta voz, traída del Cielo, la oímos nosotros en la montaña sagrada. Esto confirma la palabra de los profetas..." (2 Pe 1, 16 ss.)

        También nosotros, peregrinos hacia la Pascua por el camino de la Cuaresma, salpicado de luchas y dificultades, necesitamos la experiencia de la Montaña santa, para que seamos capaces de llegar hasta el final.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 22:48  | Espiritualidad
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 DOMINGO 2º DE CUARESMA C 

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

          Durante los domingos de Cuaresma, recordamos, en la primera lectura, los grandes acontecimientos de la Historia del pueblo de Israel. Hoy se nos narra la alianza que el Señor hace con Abrahán. 

Escuchemos con atención. 

SEGUNDA LECTURA

          Escuchemos ahora el texto de una carta de San Pablo. En ella el apóstol nos advierte de nuestra dignidad y grandeza de cristianos frente a los que viven de una manera desordenada, como enemigos de la cruz de Cristo. 

TERCERA LECTURA

El Evangelio del segundo domingo de Cuaresma nos pone en contacto, cada año, con el acontecimiento de la Transfiguración del Señor. Él nos muestra su gloria y quiere hacernos partícipes de ella.       

COMUNIÓN

          En la Comunión Jesucristo, nuestro Salvador, nos ofrece la luz y la fuerza que necesitamos para seguirle por el camino de la cruz,  a la dicha a la que nos  llama, ahora en el tiempo y después, en la eternidad.

 


Publicado por verdenaranja @ 22:41  | Liturgia
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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo segunda de Cuaresma C 

ESCUCHAR SOLO A JESÚS 

 

La escena es considerada tradicionalmente como «la transfiguración de Jesús». No es posible reconstruir con certeza la experiencia que dio origen a este sorprendente relato, solo sabemos que los evangelistas le dan gran importancia pues, según su relato, es una experiencia que deja entrever algo de la verdadera identidad de Jesús.

En un primer momento, el relato destaca la transformación de su rostro y, aunque vienen a conversar con él Moisés y Elías, tal vez como representantes de la ley y los profetas respectivamente, solo el rostro de Jesús permanece transfigurado y resplandeciente en el centro de la escena.

Al parecer, los discípulos no captan el contenido profundo de lo que están viviendo, pues Pedro dice a Jesús:«Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Coloca a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a los dos grandes personajes bíblicos. A cada uno su tienda. Jesús no ocupa todavía un lugar central y absoluto en su corazón.

La voz de Dios le va a corregir, revelando la verdadera identidad de Jesús: «Este es mi Hijo, el escogido», el que tiene el rostro transfigurado. No ha de ser confundido con los de Moisés o Elías, que están apagados. «Escuchadle a él». A nadie más. Su Palabra es la única decisiva. Las demás nos han de llevar hasta él.

Es urgente recuperar en la Iglesia actual la importancia decisiva que tuvo en sus comienzos la experiencia de escuchar en el seno de las comunidades cristianas el relato de Jesús recogido en los evangelios. Estos cuatro escritos constituyen para los cristianos una obra única que no hemos de equiparar al resto de los libros bíblicos.

Hay algo que solo en ellos podemos encontrar: el impacto causado por Jesús a los primeros que se sintieron atraídos por él y le siguieron. Los evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica sobre Jesús. Tampoco biografías redactadas para informar con detalle sobre su trayectoria histórica. Son «relatos de conversión» que invitan al cambio, al seguimiento a Jesús y a la identificación con su proyecto.

Por eso piden ser escuchados en actitud de conversión. Y en esa actitud han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón de cada creyente y de cada comunidad. Una comunidad cristiana que sabe escuchar cada domingo el relato evangélico de Jesús en actitud de conversión, comienza a transformarse. No tiene la Iglesia un potencial más vigoroso de renovación que el que se encierra en estos cuatro pequeños libros.

José Antonio Pagola

 

2 Cuaresma – C (Lucas 9,28-36)
Evangelio del 21/feb/2016
por Coordinador Grupos de Jesús

 


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Jueves, 18 de febrero de 2016

Discurso del papa Francisco en el encuentro con obreros, grupos de base y empleadores (Colegio de Bachilleres del Estado de Chihuahua, Ciudad Juárez, México, 17 de febrero de 2016 (AICA)

Encuentro con el Mundo del Trabajo

Queridos hermanos y hermanas:

Quise encontrarme con ustedes aquí en esta tierra de Juárez, por la especial relación que esta ciudad tiene con el mundo del trabajo. No sólo les agradezco el saludo de bienvenida y sus testimonios, que han puesto de manifiesto los desvelos, las alegrías y las esperanzas que experimentan en sus vidas, sino que quisiera agradecerles también esta oportunidad de intercambio y de reflexión. Todo lo que podamos hacer para dialogar, encontrarnos, para buscar mejores alternativas y oportunidades es ya un logro a valorar y resaltar. Y hay dos palabras que quiero subrayar: diálogo y encuentro. No cansarse de dialogar. Las guerras se van gestando de a poquito por la mudez y por los desencuentros. Obviamente que no alcanza dialogar y encontrarse, pero hoy en día no podemos darnos el lujo de cortar toda instancia de encuentro, toda instancia de debate, de confrontación, de búsqueda. Es la única manera que tendremos de poder ir construyendo el mañana, ir tejiendo relaciones sostenibles capaces de generar el andamiaje necesario que, poco a poco, irá reconstruyendo los vínculos sociales tan dañados por la falta de comunicación, tan dañados por la falta de respeto a lo mínimo necesario para una convivencia saludable. Gracias, y que esta instancia sirva para construir futuro y sea una buena oportunidad de forjar el México que su pueblo y que sus hijos se merecen.

Me gustaría detenerme en este último aspecto. Hoy están aquí diversas organizaciones de trabajadores y representantes de cámaras y gremios empresariales. A primera vista, podrían considerarse como antagonistas, pero los une la misma responsabilidad: buscar generar espacios de trabajo digno y verdaderamente útil para la sociedad, y especialmente para los jóvenes de esta tierra. Uno de los flagelos más grandes a los que se ven expuestos los jóvenes es la falta de oportunidades de estudio y de trabajo sostenible y redituable que les permita proyectarse; y esto genera en tantos casos –tantos casos– situaciones de pobreza y marginación. Y esta pobreza y marginación es el mejor caldo de cultivo para que caigan en el círculo del narcotráfico y de la violencia. Es un lujo que hoy no nos podemos dar; no se puede dejar sólo y abandonado el presente y el futuro de México, y, para eso, diálogo, confrontación, fuentes de trabajo que vayan creando este sendero constructivo.

Desgraciadamente, el tiempo que vivimos ha impuesto el paradigma de la utilidad económica como principio de las relaciones personales. La mentalidad reinante, en todas partes, propugna la mayor cantidad de ganancias posibles, a cualquier tipo de costo y de manera inmediata. No sólo provoca la pérdida de la dimensión ética de las empresas sino que olvida que la mejor inversión que se puede realizar es invertir en la gente, en las personas, en las familias. La mejor inversión es crear oportunidades. La mentalidad reinante pone el flujo de las personas al servicio del flujo de capitales, provocando en muchos casos la explotación de los empleados como si fueran objetos para usar y tirar, y descartar (cf.
Laudato si’, 123). Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros días, y nosotros hemos de hacer todo lo posible para que estas situaciones no se produzcan más. El flujo del capital no puede determinar el flujo y la vida de las personas. Por eso me gustó ese anhelo que se expresó de diálogo, de confrontación.

No son pocas las veces que, frente a los planteos de la Doctrina Social de la Iglesia, se salga a cuestionarla diciendo: «Estos pretenden que seamos organizaciones de beneficencia o que transformemos nuestras empresas en instituciones de filantropía». La hemos escuchado, esa crítica. La única pretensión que tiene la Doctrina Social de la Iglesia es velar por la integridad de las personas y de las estructuras sociales. Cada vez que, por diversas razones, ésta se vea amenazada, o reducida a un bien de consumo, la Doctrina Social de la Iglesia será voz profética que nos ayudará a todos a no perdernos en el mar seductor de la ambición. Cada vez que la integridad de una persona es violada, toda la sociedad es la que, en cierta manera, empieza a deteriorarse. Y esto que dice la Doctrina Social de la Iglesia no es en contra de nadie, sino a favor de todos. Cada sector tiene la obligación de velar por el bien del todo; todos estamos en el mismo barco. Todos tenemos que luchar para que el trabajo sea una instancia de humanización y de futuro; que sea un espacio para construir sociedad y ciudadanía. Esta actitud no sólo genera una mejora inmediata, sino que a la larga va transformándose en una cultura capaz de promover espacios dignos para todos. Esta cultura, nacida muchas veces de tensiones, va gestando un nuevo estilo de relaciones, un nuevo estilo de Nación.

¿Qué mundo queremos dejarles a nuestros hijos? Creo que en esto la gran mayoría podemos coincidir. Este es precisamente nuestro horizonte, esa es nuestra meta y, por ello, hoy tenemos que unirnos y trabajar. Siempre es bueno pensar qué me gustaría dejarles a mis hijos; y también es una buena medida para pensar en los hijos de los demás. ¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral o de tráfico de trabajo esclavo? ¿O quiere dejarles la cultura de la memoria de trabajo digno, de techo decoroso y de la tierra para trabajar? Las tres “T”: Trabajo, Techo y Tierra. ¿En qué cultura queremos ver nacer a los que nos seguirán? ¿Qué atmósfera van a respirar? ¿Un aire viciado por la corrupción, la violencia, la inseguridad y desconfianza o, por el contrario, un aire capaz de generar –la palabra es clave–, generar alternativas, generar renovación o cambio? Generar es ser co-creadores con Dios. Claro, eso cuesta.

Sé que lo planteado no es fácil, pero sé también que es peor dejar el futuro en manos de la corrupción, del salvajismo y de la falta de equidad. Sé que no es fácil muchas veces armonizar todas las partes en una negociación, pero sé también que es peor, y nos termina haciendo más daño, la carencia de negociación y la falta de valoración. Una vez me decía un viejo dirigente obrero, honesto como él sólo, murió con lo que ganaba, nunca se aprovechó: «Cada vez que teníamos que sentarnos a una mesa de negociación, yo sabía que tenía que perder algo para que ganáramos todos». Linda la filosofía de ese hombre de trabajo. Cuando se va a negociar siempre se pierde algo, pero ganan todos. Sé que no es fácil poder congeniar en un mundo cada más competitivo, pero es peor dejar que el mundo competitivo termine determinando el destino de los pueblos… esclavos. El lucro y el capital no son un bien por encima del hombre, están al servicio del bien común. Y, cuando el bien común es forzado para estar al servicio del lucro, y el capital la única ganancia posible, eso tiene un nombre, se llama exclusión, y así se va consolidando la cultura del descarte: ¡Descartado! ¡Excluido!

Comenzaba agradeciéndoles la oportunidad de estar juntos. Ayer, uno de los jóvenes en el Estadio de Morelia que dio testimonio dijo que este mundo quita la capacidad de soñar, y es verdad. A veces nos quita la capacidad de soñar, la capacidad de la gratuidad. Cuando un chico o una chica ve al papá y/o a la mamá solamente el fin de semana, porque se va a trabajar antes de que se despierte y vuelve cuando ya está durmiendo, esa es la cultura del descarte. Quiero invitarlos a soñar, a soñar en un México donde el papá pueda tener tiempo para jugar con su hijo, donde la mamá pueda tener tiempo para jugar con sus hijos. Y eso lo van a lograr dialogando, confrontando, negociando, perdiendo para que ganen todos. Los invito a soñar el México que sus hijos se merecen; el México donde no haya personas de primera, segunda o de cuarta, sino el México que sabe reconocer en el otro la dignidad de hijo de Dios. Y que la Guadalupana, que se manifestó a San Juan Diego, y reveló cómo los aparentemente dejados de lado eran sus testigos privilegiados, los ayude a todos, tengan la profesión que tengan, tengan el trabajo que tengan, a todos, en esta tarea de diálogo, confrontación y encuentro. Gracias.

Francisco


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Homilía del papa Francisco en la misa celebrada en Ciudad Juárez (Área de la feria de Ciudad Juárez, México, 17 de febrero de 2016)

Santa Misa

La gloria de Dios es la vida del hombre, así lo decía San Ireneo en el siglo II, expresión que sigue resonando en el corazón de la Iglesia. La gloria del Padre es la vida de sus hijos. No hay gloria más grande para un padre que ver la realización de los suyos; no hay satisfacción mayor que verlos salir adelante, verlos crecer y desarrollarse. Así lo atestigua la primera lectura que escuchamos. Nínive, una gran ciudad que se estaba autodestruyendo, fruto de la opresión y la degradación, de la violencia y de la injusticia. La gran capital tenía los días contados, ya que no era sostenible la violencia generada en sí misma. Ahí aparece el Señor moviendo el corazón de Jonás, ahí aparece el Padre invitando y enviando su mensajero. Jonás es convocado para recibir una misión. Ve, le dice, porque «dentro de cuarenta días, Nínive será destruida» (Jon 3,4). Ve, ayúdalos a comprender que con esa manera de tratarse, regularse, organizarse, lo único que están generando es muerte y destrucción, sufrimiento y opresión. Hazles ver que no hay vida para nadie, ni para el rey ni para el súbdito, ni para los campos ni para el ganado. Ve y anuncia que se han acostumbrado de tal manera a la degradación que han perdido la sensibilidad ante el dolor. Ve y diles que la injusticia se ha instalado en su mirada. Por eso va Jonás. Dios lo envía a evidenciar lo que estaba sucediendo, lo envía a despertar a un pueblo ebrio de sí mismo.

Y en este texto nos encontramos frente al misterio de la misericordia divina. La misericordia rechaza siempre la maldad, tomando muy en serio al ser humano. Apela siempre a la bondad de cada persona aunque esté dormida, anestesiada. Lejos de aniquilar, como muchas veces pretendemos o queremos hacerlo nosotros, la misericordia se acerca a toda situación para transformarla desde adentro. Ese es precisamente el misterio de la misericordia divina. Se acerca, invita a la conversión, invita al arrepentimiento; invita a ver el daño que a todos los niveles se está causando. La misericordia siempre entra en el mal para transformarlo.

Misterio de nuestro Padre Dios, envía a su Hijo que se metió en el mal, se hizo pecado para transformar el mal. Esa es su misericordia. El rey escuchó, los habitantes de la ciudad reaccionaron y se decretó el arrepentimiento. La misericordia de Dios entró en el corazón revelando y manifestando lo que será nuestra certeza y nuestra esperanza: siempre hay posibilidad de cambio, estamos a tiempo de reaccionar y transformar, modificar y cambiar, convertir lo que nos está destruyendo como pueblo, lo que nos está degradando como humanidad. La misericordia nos alienta a mirar el presente y confiar en lo sano y bueno que late en cada corazón. La misericordia de Dios es nuestro escudo y nuestra fortaleza.

Jonás ayudó a ver, ayudó a tomar conciencia. Acto seguido, su llamada encuentra hombres y mujeres capaces de arrepentirse, capaces de llorar. Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la opresión. Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el círculo de pecado en que muchas veces se está sumergido. Son las lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión.

Así le pasó a Pedro, después de haber renegado de Jesús, lloró y las lágrimas le abrieron el corazón. Que esta palabra suene con fuerza hoy entre nosotros, esta palabra es la voz que grita en el desierto y nos invita a la conversión. En este Año de la Misericordia, y en este lugar, quiero con ustedes implorar la misericordia divina, quiero pedir con ustedes el don de las lágrimas, el don de la conversión.

Aquí en Ciudad Juárez, como en otras zonas fronterizas, se concentran miles de migrantes de Centroamérica y otros países, sin olvidar tantos mexicanos que también buscan pasar «al otro lado». Un paso, un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio de tráfico humano, de la trata de personas.

No podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles de personas, ya sea por tren, por carretera e incluso a pie, atravesando cientos de kilómetros por montañas, desiertos, caminos inhóspitos. Esta tragedia humana que representa la migración forzada hoy en día es un fenómeno global. Esta crisis, que se puede medir en cifras, nosotros queremos medirla por nombres, por historias, por familias. Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado. Frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que atrapa y destruye siempre a los más pobres. No sólo sufren la pobreza sino que además tienen que sufrir todas estas formas de violencia. Injusticia que se radicaliza en los jóvenes, ellos, «carne de cañón», son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas. ¡Y qué decir de tantas mujeres a quienes les han arrebatado injustamente la vida!

Pidámosle a nuestro Dios el don de la conversión, el don de las lágrimas, pidámosle tener el corazón abierto, como los ninivitas, a su llamado en el rostro sufriente de tantos hombres y mujeres. ¡No más muerte ni explotación! Siempre hay tiempo de cambiar, siempre hay una salida, siempre hay una oportunidad, siempre hay tiempo de implorar la misericordia del Padre.

Como sucedió en tiempo de Jonás, hoy también apostamos por la conversión; hay signos que se vuelven luz en el camino y anuncio de salvación. Sé del trabajo de tantas organizaciones de la sociedad civil a favor de los derechos de los migrantes. Sé también del trabajo comprometido de tantas hermanas religiosas, de religiosos y sacerdotes, de laicos que se la juegan en el acompañamiento y en la defensa de la vida. Asisten en primera línea arriesgando muchas veces la propia vida suya. Con sus vidas son profetas de la misericordia, son el corazón comprensivo y los pies acompañantes de la Iglesia que abre sus brazos y sostiene.

Es tiempo de conversión, es tiempo de salvación, es tiempo de misericordia. Por eso, digamos junto al sufrimiento de tantos rostros: «Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor apiádate de nosotros… purifícanos de nuestros pecados y crea en nosotros un corazón puro, un espíritu nuevo» (cf. Sal 50/51,3.4.12). Y también deseo en este momento saludar desde aquí a nuestros queridos hermanos y hermanas que nos acompañan simultáneamente al otro lado de la frontera, en especial a aquellos que se han congregado en el estadio de la Universidad del Paso conocido como el Sun Bowl. Bajo la guía de su Obispo, Mons. Mark Seitz. Gracias a la ayuda de la tecnología podemos orar, cantar y celebrar juntos ese amor misericordioso que el Señor nos da y que ninguna frontera podrá impedirnos compartir, Gracias hermanos y hermanas, gracias hermanos y hermanas de El Paso por hacernos sentir una misma familia y una misma comunidad cristiana.

Francisco


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Homilía del papa Francisco en el Encuentro con sacerdotes, religiosas, religiosos, consagrados y seminaristas (Morelia, México, 16 de febrero de 2016)

Misa con Sacerdotes, Religiosas, Religiosos, Consagrados y Seminaristas

Hay un dicho entre nosotros que dice así: «Dime cómo rezas y te diré cómo vives, dime cómo vives y te diré cómo rezas», porque mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y, mostrándome cómo vives, aprenderé a creer en el Dios al que rezas»; porque nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida. A rezar se aprende, como aprendemos a caminar, a hablar, a escuchar. La escuela de la oración es la escuela de la vida y en la escuela de la vida es donde vamos haciendo la escuela de la oración.

Y Pablo a su discípulo predilecto Timoteo, cuando le enseñaba o le exhortaba a vivir la fe, le decía acuérdate de tu madre y de tu abuela. Y a los seminaristas cuando entran al seminario muchas veces me preguntaban Padre pero yo quisiera tener una oración más profunda, más mental. Mira sigue rezando como te enseñaron en tu casa y después poco a poco tu oración irá creciendo como tu vida fue creciendo. A rezar se aprende como en la vida.

Jesús quiso introducir a los suyos en el misterio de la Vida, en el misterio de su vida. Les mostró comiendo, durmiendo, curando, predicando, rezando, qué significa ser Hijo de Dios. Los invitó a compartir su vida, su intimidad y estando con Él, los hizo tocar en su carne la vida del Padre. Los hace experimentar en su mirada, en su andar la fuerza, la novedad de decir: «Padre nuestro». En Jesús, esta expresión no tiene el «gustillo» de la rutina o de la repetición, al contrario, tiene sabor a vida, a experiencia, a autenticidad. Él supo vivir rezando y rezar viviendo, diciendo: «Padre nuestro».

Y nos invitó a nosotros a lo mismo. Nuestra primera llamada es a hacer experiencia de ese amor misericordioso del Padre en nuestra vida, en nuestra historia. Su primera llamada es introducirnos en esa nueva dinámica de amor, de filiación. Nuestra primera llamada es aprender a decir «Padre nuestro», como Pablo insiste, Abba.

¡Ay de mí sí no evangelizara!, dice Pablo. ¡Ay de mí! porque evangelizar -prosigue- no es motivo de gloria sino de necesidad (cf. 1 Co 9,16).

Nos invitó a participar de su vida, de la vida divina, ay de nosotros si no la compartimos, ay de nosotros consagrados, consagradas, seminaristas, obispos, ay de nosotros si no la compartimos, ay de nosotros si no somos testigos de lo que hemos visto y oído, ay de nosotros. No queremos ser funcionarios de lo divino, no somos ni queremos ser nunca empleados de la empresa de Dios, porque somos invitados a participar de su vida, somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: «Padre nuestro». ¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida, desde el principio hasta el final como nuestro hermano obispo que murió anoche, qué es la misión sino decir con nuestra vida: «Padre nuestro»?

A este Padre nuestro es a quien rezamos con insistencia todos los días: y que le decimos en una de esas cosas no nos dejes caer en la tentación. El mismo Jesús lo hizo. Él rezó para que sus discípulos -de ayer y de hoy- no cayéramos en la tentación. ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar? ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad sino de caminarla? ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? ¿Qué tentación podemos tener nosotros una y otra vez, nosotros llamados a la vida consagrada, al presbiterado, al episcopado, qué tentación podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que parece haberse convertido en un sistema inamovible?

Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. ¿Y qué le vas a hacer?, la vida es así. Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar. Nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.

Por eso, Padre nuestro, no nos dejes caer en la tentación.

Qué bien nos hace apelar en los momentos de tentación a nuestra memoria. Cuánto nos ayuda el mirar la «madera» de la que fuimos hechos. No todo ha comenzado con nosotros, y tampoco todo terminará con nosotros, por eso cuánto bien nos hace recuperar la historia que nos ha traído hasta acá.

Y, en este hacer memoria, no podemos saltearnos a alguien que amó tanto este lugar que se hizo hijo de esta tierra. A alguien que supo decir de sí mismo: «Me arrancaron de la magistratura y me pusieron en el timón del sacerdocio, por mérito de mis pecados. A mí, inútil y enteramente inhábil para la ejecución de tan grande empresa; a mí, que no sabía manejar el remo, me eligieron primer Obispo de Michoacán» (Vasco Vázquez de Quiroga, Carta pastoral, 1554).

Agradezco, paréntesis, al señor cardenal arzobispo que haya querido que se celebrase esta Eucaristía con el báculo de este hombre y el cáliz de él. Con ustedes quiero hacer memoria de este evangelizador, conocido también como Tata Vasco, como «el español que se hizo indio». La realidad que vivían los indios Purhépechas descritos por él como «vendidos, vejados y vagabundos por los mercados, recogiendo las arrebañaduras tiradas por los suelos», lejos de llevarlo a la tentación y de la acedia de la resignación, movió su fe, movió su vida, movió su compasión y lo impulsó a realizar diversas propuestas que fuesen de «respiro» ante esta realidad tan paralizante e injusta.

El dolor del sufrimiento de sus hermanos se hizo oración y la oración se hizo respuesta. Y eso le ganó el nombre entre los indios del «Tata Vasco», que en lengua purhépecha significa:

Papá. Padre, papá, tata, abba. Esa es la oración, esa es la expresión a la que Jesús nos invitó.

Padre, papá, abba, no nos dejes caer en la tentación de la resignación, no nos dejes caer en la tentación de la acedia, no nos dejes caer en la tentación de la pérdida de la memoria, no nos dejes caer en la tentación de olvidarnos de nuestros mayores que nos enseñaron con su vida a decir: Padre Nuestro.

Francisco


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Discurso del papa Francisco en el Encuentro con los Jóvenes (Estadio “José María Morelos y Pavón”, Morelia, México, 16 de febrero de 2016) (AICA)

Encuentro con los Jóvenes


¡Buenas tardes! Ustedes jóvenes de México están aquí, que están mirando por televisión, están escuchando, quiero enviar un saludo y una bendición a los miles de jóvenes que en la Arquidiócesis de Guadalajara están reunidos en la Plaza San Juan Pablo II siguiendo lo que está pasando aquí y como ellos tantos otros... pero mandaron a avisar que eran miles, miles ya reunidos escuchando. Así que somos dos estadios: la Plaza San Juan Pablo II de Guadalajara y nosotros aquí. Y después tantos otros por todos lados.

Yo conocía las inquietudes de ustedes porque me habían hecho llegar el borrador de lo que más o menos iban a decir: es la verdad ¡para que les iba a mentir!, pero a medida que hablaban también iba tomando nota de cosas que me parecían importantes para que no quedaran en el aire…

Les cuento que cuando llegué a esta tierra fui recibido con una calurosa bienvenida y pude constatar ahí mismo algo que sabía desde hace tiempo: la vitalidad, la alegría, el espíritu festivo del pueblo mexicano. «Ahorita», después de escucharlos, pero especialmente después de verlos, constato nuevamente otra certeza, algo que le dije al Presidente de la Nación en mi primer saludo. Uno de los mayores tesoros de esta tierra mexicana tiene rostro joven, son sus jóvenes. Sí, son ustedes la riqueza de esta tierra. Cuidado, no dije la esperanza de esta tierra, dije: «Su riqueza».

Una montaña puede tener minerales ricos que van a servir para el progreso de la humanidad, es su riqueza pero esa riqueza hay que transformarla en esperanza con el trabajo como hacen los mineros cuando van sacando esos minerales. Ustedes son la riqueza, hay que transformarla en esperanza. Y Daniela al final me echó un desafío y además también nos dio la pista sobre la esperanza pero todos los que hablaron cuando marcaban las dificultades, las cosas que pasaban afirmaron una verdad muy grande que todos podemos vivir pero no podemos vivir sin esperanza.

Sentir el mañana, no podemos sentir el mañana si primero uno no logra valorarse, si no logra sentir que su vida, sus manos, su historia vale la pena. Sentir, eso que Alberto decía que con mis manos, con mi corazón y con mi mente puedo construir esperanza. Si yo no siento eso, la esperanza no podrá entrar en mi corazón. La esperanza nace cuando se puede experimentar que no todo está perdido, y para eso es necesario el ejercicio de empezar «por casa», empezar por sí mismo. No todo está perdido. No estoy perdido, yo valgo, yo valgo mucho. Les pido silencio ahora. Cada uno se contesta en su corazón. ¿Es verdad que no todo está perdido? ¿Yo estoy perdido, estoy perdida? ¿yo valgo? ¿valgo poco? ¿valgo mucho?

La principal amenaza a la esperanza son los discursos que te desvalorizan, te van como chupando el valor y terminas como caído, ¿no es cierto?, como arrugado, con el corazón triste. Discursos que te hacen sentir de segunda sino de cuarta. La principal amenaza a la esperanza es cuando sentís que no le importás a nadie o que estás dejado de lado.

Esa es la gran dificultad para la esperanza cuando en una familia, sociedad o escuela o en un grupo de amigos te hacen sentir que nos les importás. Y eso es duro, es doloroso ¿pero eso sucede o no sucede? ¿sí o no? Sí, sucede. Eso mata, eso nos aniquila y esa es la puerta de ingreso para tanto dolor. Pero también hay otra principal amenaza a la esperanza, la esperanza de que esa riqueza que son ustedes crezca y dé su fruto. Y es hacerte creer que empiezas a ser valioso cuando te disfrazas de ropas, marcas, del último grito de la moda, o cuando te volvés prestigio, importante por tener dinero pero, en el fondo, tu corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor. Y eso tu corazón lo intuye.

La esperanza está amordazada por lo que te hacen creer, no te la dejan surgir. La principal amenaza es cuando uno siente que tiene que tener plata para comprar todo, incluso el cariño de los demás. La principal amenaza es creer que por tener un gran «carro» sos feliz.

¿Es verdad esto que por tener un gran auto sos feliz? [Responden: «No»].

Ustedes son la riqueza de México, ustedes son la riqueza de la Iglesia. Permítanme que les diga una frase de mi tierra, no les estoy “sobando el lomo”, no los estoy adulando. Y entiendo que muchas veces se vuelve difícil sentirse la riqueza cuando nos vemos continuamente expuestos a la pérdida de amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran el terror.

Es difícil sentirse la riqueza de una nación cuando no se tienen oportunidades de trabajo digno. Alberto, lo expresaste claramente: posibilidades de estudio y capacitación, cuando no se sienten reconocidos los derechos que después terminan impulsándolos a situaciones límites. Es difícil sentirse la riqueza de un lugar cuando, por ser jóvenes, se los usa para fines mezquinos, seduciéndolos con promesas que al final no son reales, son pompas de jabón. Y es difícil sentirse rico así. La riqueza la llevan adentro, la esperanza la llevan adentro pero no es fácil por todo esto que les estoy diciendo que es lo que dijeron ustedes. Faltan oportunidades de trabajo y estudio dijeron Roberto y Alberto.

Pero, pese a todo, esto no me voy a cansar de decirlo: ustedes son la riqueza de México.

Roberto, vos dijiste una frase que se me escapó cuando leí tu apunte, pero que quiero detenerme. Vos hablaste que perdiste algo y no dijiste perdí el celular, perdí la billetera con plata, perdí el tren porque llegué tarde. Dijiste perdimos el encanto de disfrutar del encuentro. Perdimos el encanto de caminar juntos, de soñar juntos y para que esta riqueza movida por la esperanza vaya adelante hay que caminar juntos, hay que encontrarse, hay que soñar, ¡no pierdan el encanto de soñar!, ¡atrévanse a soñar! Soñar que no es lo mismo que ser dormilones, eso no.

Y no crean que les digo esto de ustedes son la riqueza de México y de que esa riqueza con la esperanza va adelante, porque soy bueno, o porque la tengo clara, no queridos amigos, no es así. Les digo esto y estoy convencido, ¿saben por qué? Porque como ustedes creo en Jesucristo. Y creo que Daniela fue muy fuerte cuando nos habló de esto. Yo creo en Jesucristo y por eso les digo esto: Él es quien renueva continuamente en mí la esperanza, Es Él quien renueva continuamente mi mirada. Es Él quien despierta en mí, o sea en cada uno de nosotros, el encanto de disfrutar, el encanto de soñar, el encanto de trabajar juntos. Es Él quien continuamente me invita a convertir el corazón.

Sí, amigos míos, les digo esto porque en Jesús yo encontré a Aquel que es capaz de encender lo mejor de mí mismo. Y es de su mano que podamos hacer camino, es de su mano que una y otra vez podamos volver a empezar, es de su mano que podemos decir: Es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte. Eso es mentira y lo decimos de la mano de Jesús. Es también de la mano de Jesús, de Jesucristo el Señor que podemos decir que es mentira que la única forma que tienen de vivir los jóvenes aquí es la pobreza, la marginación; en la marginación de oportunidades, en la marginación de espacios, en la marginación de la capacitación y educación, en la marginación de la esperanza. Es Jesucristo el que desmiente todos los intentos de hacerlos inútiles, o meros mercenarios de ambiciones ajenas. Son las ambiciones ajenas las que a ustedes los marginan para usarlos en todas estas cosas que yo dije que saben que terminan en la destrucción y el único que me puede tener bien fuerte de la mano es Jesucristo, Él hace que esta riqueza se transforme en esperanza.

Me han pedido una palabra de esperanza, la que tengo para decirles, la que está en la base de todo se llama Jesucristo.

Cuando todo parezca pesado, cuando parezca que se nos viene el mundo encima, abracen su cruz, abrácenlo a Él. Por favor, nunca se suelten de su mano aunque los esté llevando adelante arrastrando y si se caen una vez déjense levantar por Él. Los alpinistas tienen una canción muy linda que me gusta repetírsela a los jóvenes –mientras suben van cantando–: «En el arte de ascender el triunfo no está en no caer sino en no permanecer caído». Ese es el arte y ¿quién es el único que te puede agarrar de la mano para que no permanezcas caído?: Jesucristo el único. Jesucristo que a veces te manda un hermano para que te hable y te ayude, no escondas tu mano cuando estás caído. No le digas ‘no me mires que estoy embarrado o embarrada, no me mires ya no tengo remedio’. Solamente dejate agarrar la mano y agárrate a esa mano y la riqueza que tenés adentro sucia, embarrada, dada por perdida va a empezar a través de la esperanza a dar su fruto pero siempre de la mano de Jesucristo, ese es el camino. No se olviden en el arte de ascender el triunfo no está en no caer sino en no permanecer caídos.

No se permitan permanecer caídos, nunca ¿de acuerdo? Y si ven un amigo o una amiga que se pegó un resbalón en la vida y se cayó, anda y ofrécele la mano pero ofrécela con dignidad, ponete al lado de él, de ella, escuchalo, no le digas ‘te traigo la receta’. No, como amigo, despacito, dale fuerzas con tu palabra, dale fuerzas con la escucha, esa medicina que se va olvidando: la “escuchoterapia”, déjalo hablar, dejalo que te cuente y entonces poquito a poco te va extendiendo la mano y vos lo vas a ayudar en nombre de Jesucristo. Pero si vas de golpe y le empiezas a predicar y a darle y darle lo vas a dejar peor de lo que estaba. Nunca se suelten de la mano de Jesucristo, por favor, nunca se aparten de Él y si se apartan se levantan y siguen adelante, Él comprende lo que son estas cosas. Porque de la mano de Jesucristo es posible vivir a fondo, de su mano es posible creer que la vida vale la pena dar lo mejor de sí, ser fermento, ser sal, ser luz en medio de sus amigos, de sus barrios, de su comunidad, en medio de la familia. Después Rosario voy a hablar un poquito de esto que vos dijiste de la familia. En medio de la familia.

Por eso, queridos amigos, de la mano de Jesús les pido que no se dejen excluir, no se dejen desvalorizar, no se dejen tratar como mercancía. Jesús nos dio un consejo para esto, para no dejarnos excluir, para no dejarnos desvalorizar, sean astutos como serpientes y humildes como palomas, las dos virtudes juntas. A los jóvenes viveza no les falta.

A veces les falta la astucia para que no sean ingenuos. las dos cosas, astutos pero sencillos, bondadosos. Es cierto, que por este camino quizás que no tendrán el último auto en la puerta, no tendrán los bolsillos llenos de plata, pero tendrán algo que nadie nunca les podrá sacarles que es la experiencia de sentirse amados, abrazados, acompañados, es el encanto de disfrutar del encuentro, el encanto de soñar en el encuentro de todos Es la experiencia de sentirse familia, de sentirse comunidad y es la experiencia de poder mirar al mundo, a la cara con la frente alta, sin el carro, sin la plata pero la frente alta. La dignidad.

Tres palabras que las vamos a repetir: riqueza que se la dieron, esperanza porque queremos abrirnos a la esperanza, dignidad. ¿Las repetimos? Riqueza y se la dieron, esperanza porque queremos abrirnos a la esperanza, dignidad. ¿Las repetimos? Riqueza, esperanza, dignidad

La riqueza que Dios le dio a ustedes, ustedes son la riqueza de México, la esperanza que les dio Jesucristo y la dignidad que les da el no dejarse “sobar el lomo” y ser mercadería para los bolsillos de otros.

Hoy el Señor los sigue llamando, los sigue convocando, al igual que lo hizo con el indio Juan Diego. Los invita a construir un santuario. Un santuario que no es un lugar físico, sino una comunidad, un santuario llamado parroquia, un santuario llamado nación.

La comunidad, la familia, el sentirnos ciudadanos, es uno de los principales antídotos contra todo lo que nos amenaza, porque nos hace sentir parte de esta gran familia de Dios. No para refugiarnos, para encerrarnos, para escaparnos de las amenazas de la vida o de los desafíos, al contrario, para salir a invitar a otros; para salir a anunciar a otros que ser joven en México es la mayor riqueza y por lo tanto, no puede ser sacrificada y porque es riqueza es capaz de tener esperanza y nos da dignidad. Otra vez las 3 palabras: riqueza, esperanza y dignidad. Pero riqueza esa que Dios nos dio y que tenemos que hacer crecer.

Jesús el que nos da la esperanza nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos. Nos llama amigos. Jesús nunca nos mandaría al muere, sino que todo en Él es invitación a la vida. Una vida en familia, una vida en comunidad; una familia y una comunidad a favor de la sociedad. Y aquí Rosario retomo lo que vos dijiste, una cosa tan linda.

En la familia se aprende cercanía, se aprende solidaridad, se aprende a compartir, a discernir, a llevar adelante los problemas unos de otros, a pelearse y a arreglarse, a discutir y abrazarse y a besarse. La familia es la primera escuela de la Nación y en la familia está esa riqueza que tienen ustedes. La familia es como quien custodia esa riqueza, en la familia van a encontrar esperanza porque está Jesús, y en la familia van a tener dignidad. Nunca, nunca dejen de lado la familia. La Familia es la piedra de base de la construcción de una gran nación.

Ustedes son riqueza, tienen esperanza y sueñan, también Rosario habló de soñar, ¿ustedes sueñan con tener una familia? Casi no escuché la respuesta.

Queridos hermanos ustedes son la riqueza de este país y, cuando duden de eso, miren a Jesucristo, que es la esperanza, el que desmiente todos los intentos de hacerlos inútiles, o meros mercenarios de ambiciones ajenas. Les agradezco este encuentro y les pido que recen por mí. Gracias.

Invitación del Papa a rezar a la Virgen al final del encuentro con los jóvenes
Los invito a rezar juntos a Nuestra Madre de Guadalupe y a pedirle que nos haga conscientes de la riqueza que Dios nos dio, que nos haga crecer en nosotros, en nuestro corazón, la esperanza en Jesucristo y que andemos por la vida con dignidad de cristianos.

[Rezo del Ave María y Bendición Apostólica]

Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.

Francisco
 


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Palabras del papa Francisco a los niños de Catecismo (Catedral de Morelia, 16 de febrero 2016) (AICA)

A los Niños de Catecismo


¡Tomen asiento! ¡Buenas tardes! Sé que vienen de todas las parroquias de la ciudad y de las diócesis sufragáneas y de algunos colegios. Muchas gracias por la visita.

Le voy a pedir a Jesús que los haga crecer con mucho amor, con mucho amor, como tenía Él. Con mucho amor para ser cristianos en serio, para cumplir el mandamiento que Jesús nos dio: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Jesús los amó, como a nosotros mismos o más, como Él nos amó.

Y le vamos a pedir a la Virgen también que nos cuide, que nos bendiga. Sobre todo, cada uno de ustedes, ahora, piense en su corazón en la familia que tiene y en los amigos, y si están peleados con alguno, también piensen en él, y también le vamos a pedir para que la Virgen lo cuide: es una manera de ir haciéndonos amigos y no tantos enemigos, porque la vida no es linda con enemigos, y El que hace los verdaderos amigos es Dios en nuestro corazón.

Entonces, en silencio, pensamos en la familia, en nuestros amigos, en aquellos con quienes estamos peleados, para que Dios los bendiga y por todas las personas que nos ayudan -las monjas, los curas los profesores, los maestros en la escuela- todos los que nos están ayudando a crecer. Y una bendición especial también para papá, mamá y los abuelos. Silencio, cerramos los ojos y pedimos todo esto.

(Dios te salve, María…)

Y les pido por favor que recen por mí. ¿Lo van a hacer? [Responden: “¡Sí!”]. ¡Así me gusta!

Saludo al coro que le ha dedicado una canción
Los felicito, los felicito en serio. El arte, el deporte ensanchan el alma y hacen crecer bien, con aire fresco y no aplastan la vida. Sigan siendo creativos, sigan así, buscando la belleza, las cosas lindas, las cosas que duran siempre, y nunca se dejen pisotear por nadie. ¿Está claro? ¿Les doy la bendición? [Responden: “¡Sí!”]

(Bendición apostólica)

Y por favor les pido que recen por mí, y que de vez en cuando también me canten una canción aunque esté lejos. ¡Ciao! Hasta luego. Que Dios los bendiga.

Francisco


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Disacurso del Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en la conferencia académica sobre el impacto religioso de la inmigración en las sociedades europeas, que se está realizando hoy en la Universidad Nacional de Budapest. 17 February 2016. (Fides)

The Religious Impact of Immigration on European Societies International 

The Church in Iraq: History, Growth, and Mission

From the Beginning to the Present

 

Budapest, National University of Public Service, 17 February 2016

 

  1. European societies have never been a «unicum».  They were not one yesterday, they are not one today, and they will not be one tomorrow.

Europe is more like a container where history has brought us to see in the events of the past, diverse peoples, languages, cultures, conflicts, subjugations, boarders drawn up then shredded and then reconfigured.

Notwithstanding this diversity, three elements have played a unifying role in Europe. The first one, religion, was itself not infrequently a source of conflict and division. The second one, the concept of right linked to the person developed in the context of post-renaissance European thought. The third element is fascinating because it sometimes gave rise to admiration and emulation, and at other times to envy. Indeed, it was often itself a bone of contention. I am referring to beauty and art.

These three factors – religion, human rights, and finally, art – have indelibly formed the peoples, nationalities, and ideals in Europe.

Current modern and post-modern European societies, which have cut themselves off from one of these roots, are now vainly searching for proper identities.

But is this really possible? I mean, within the general state of crisis in our society, which is considered to be “liquid,” is it even possible to erect barriers; to fence oneself in; to take on a kind of “resistant” stance as a defense against diversity, which gives rise to apprehension, discomfort, and insecurity?

Can the attraction of every intimate and deeper human desire – to be well and to live in peace – be smothered so that we become strangers and indifferent to those who are fleeing from war, or are searching for salvation, or who have no work?

When we see our European societies becoming the hope and dream of the infinite masses of peoples coming from Afghanistan, Pakistan, Syria, Iraq, Kurdistan, Palestine, and Sub Saharan Africa, I ask myself: but these are, for the most part, peoples who profess Islam, peoples afflicted by wars and civil conflicts, peoples without work or any real perspectives for a better life. Why do they come to Europe, or why do they seek a home in the United States, Canada, or Australia? Why don’t they migrate, for instance, to regions with which they are more likely to share political, religious and linguistic similarities; regions that are rich in oil and today stand for the greatest of opulent societies? Obviously,  man does not live on bread alone!

European societies are attractive because they were founded on the anthropological principle of the person, on the post-17th century common ideals of liberty, fraternity and equality, in which religion is no longer a factor for war, nor does it play any coercive role. European societies have overcome the dangerous marriage of religion and politics and now frequently have recourse to political-electoral systems, in which people have the freedom of association, without fear of reprisal or violence. It is for these reasons that European societies appear to offer these migrating peoples a more attractive life with guarantees of liberty, unlike the assertive theocratic societies, which they no longer trust.

For many years I resided in the Middle-East and I noticed that the appeal of a welcoming and free West has, for many, become practically irresistible. Young people are fleeing theocratic and domineering societies.

On the other hand, if European societies were in the hands of a dictatorship (of any type) would they exert the same charm and fascination? Would they continue to be the goal to reach, even at the risk of losing one’s life?

However, the core reason that has brought about an exodus of biblical proportions of peoples leaving the Middle-East for Europe is the absence of peace! Everyone has a right to live in peace, which represents the greatest of all aspirations. All great migrations begin with war. Can this right to peace be denied? Were not these rights to liberty and to peace also present in the hearts of the Hungarian people only some thirty years ago?

Searching for peace is like a common puzzle game in which “peace” is the elusive central figure that needs to be discovered. But this “figure”, if it is to be well understood, needs to be freed from ambiguities; for example: the Latins say, “if you want peace – para bellum – prepare for war”; others think that peace can be gained by eliminating diversity, as if this was the source of instability. Some others are thinking of peace in terms of negating the rights of others, either civil or religious. People even think that peace may be reached by making every individual capacity to think differently flow into a so-called single mindset.

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  1. These words now lead me to speak about the Church in Iraq, a small, ancient Christian Community, which, for two thousand years lived in the region of Mesopotamia. In this region a hundred years ago Christians counted up to 15% of the total population. Today they are down to 1 or 2%! From the time of the Armenian Genocide (1,200,000 victims) and the killing of 250,000 Chaldeans, Armenians, and Syrians, both Catholic and Orthodox, which started an exodus of peoples from the region, these mass migrations have accelerated well into the present day, provoked by wars, discrimination, lack of peaceful coexistence and lack of work.

I wrote the book in order to bring attention to the beautiful history of this ancient Oriental Church, known also as the Chaldean Church. I thought it necessary to write this book because I was not able to find a complete history of this Church, traced from its origins until today. In fact, the title speaks for itself:

The Church in Iraq: History, Growth, and Mission From the Beginning to the Present.

I think that a knowledge of the history of Christianity in the Middle-East - today Iraq – is not some idle cultural extravaganza, but rather an approach that allows one to understand the reasons for, and the dramatic events, of this region and to appreciate its life and culture, as well as the testimonies of faith and the motives behind the attachment of Christians to this very land, and also the hatred of their enemies. At the same time, one understands the nobility of soul of this people, which has been tempered by two fundamental realities: being a minority, which generates strong ties to one’s own values, to ones origins and culture, and being the heirs of martyrs and confessors of the Faith, bearers of values intrinsic to the Faith of the Fathers, that no one else can boast of in the same way.

Anyone who has lived among this people or has read and knows them cannot but love them, because knowledge binds and makes one able to share and participate.

History is a victory over ignorance, obscurantism, and intolerance; it promotes respect and is a stimulus to not repeat errors. It is for these reasons that I thought writing this history might be useful.

History allows one to understand that these communities survived centuries of imposed pressure, burdensome taxes, pre-arranged marriages, prohibitions, discrimination, hatred, intolerance, jealousies, and finally even persecution! Notwithstanding all of this, Christians were able to survive without conceding anything regarding the Faith because of an incredible capacity for endurance, as well as for practical and cultural adaptation. When the Lord returns will he find faith on this earth?

The present volume, currently available in Italian but soon to be translated into English, Spanish, as well as into Arabic, hopes to offer a better understanding of the birth, evolution, and development of the Christian Community in Mesopotamia. But it also hopes to show its beauty and the crises and humiliations it has had to endure, which, within the socio-political context, explains its powerful resoluteness and testimony of faith in the face of, and in the midst of actual persecution. This Christian Community, like the one that emerged in the Apostolic era, bears the experience of twenty-one centuries of love for Christ and His Church; a community that is ready to leave everything rather than bend and capitulate to the surrounding vanquisher. This is a heroic Church, as it has been defined by Benedict XVI and Pope Francis. Without it, that is to say, with them – I’m thinking of all of the Churches of the Middle-East as equally bearing the same hallmark – this region would not be the same. Furthermore, it is not possible for me not to think about the other ethnic and religious minorities, so-often persecuted and suffering in this region. Here we have a mosaic of nationalities, religions, and confessions, without which this land would be devastated forever; a fact acknowledged even by eminent Muslim authorities, as well as by simple citizens, as was repeated to me many times. And this is something positive. Nevertheless, it must be added that the continuity and life of minorities in this region needs to be facilitated.

When in August of 2014 Pope Francis sent me as his personal representative to Iraq to see, encounter, speak with, embrace, pray, and be in solidarity with the intensely suffering victims of the Islamic fanaticism of Isis, I was profoundly moved and filled with emotion.

        This book was written to bear testimony to these victims that I met in Iraq - both Christian and non-Christian, women, and men - and to say to them: “Thank you for your courage!” Thank you also to those, who with love and sacrifice, have lessened their fears and anguish.  May their courage and hope never fail!

        The book itself counts 255 pages, which I decided to arrange in the following manner:

Introduction

Geo-Political Framework

Chapter I:  The Ancient Christian Community

  1. The beginnings of evangelization. Formation of the Church of the East.

  2. Heresies. Separation and Isolation of the Church of the East.

Chapter II: The Church of the East. Arabic Period (637-1258), Mongol Period (1258-1410) and Turkoman Period (1410-1508)

  1. The Arab conquest and domination. Expansion of the Church of the East: splendor and decline.

  2. Mongol and Turkoman Periods. Decadence of the Church of the East. Attempts of contact with Rome.

  3. The schism of the Church of the East. The Chaldean Church.

Chapter III:       The Latin Church in Mesopotamia

  1. Warning Signs for the Latin missions in Persia and Mesopotamia.

  2. Instructions to the Dioceses of Isfahan and of Babylonia (or Bagdad) of the Latins. The Bishops of the Persian period (XVII and XVIII centuries).

  3. The Bishops of the Mesopotamian period (XVIII and XIX centuries). Carmelite, Capuchin, and Dominican missionaries.

  4. The Apostolic Delegation of Mesopotamia, Kurdistan, and Armenia Minor. The case of the Reversurus and the Vatican Council. Crisis between the Chaldean Patriarchate and Rome. The Malabar Affair.

Chapter IV:  The XX Century: Geographical and Demographical Upheavals. The Birth of Iraq

  1. The great demographic crisis among Christians. Renewed attention of the Apostolic See towards oriental Catholics.

  2. The Hashemite Kingdom. The Republic. Crisis and development of the Church in Iraq.

  3. Iraq: Instability and war. The complex role of the Church.

  4. The fall of Saddam Hussein.

Chapter V: The Holy See and Iraq

  1. In defense of peace and people’s rights.

  2. Which Iraq?

  3. Christians today in Iraq.

 

The book ends with an overall summary regarding the evolution of this Church, intended to facilitate its study by the reader.

In conclusion, let us not forget that “the story of this land is an intertwining of persons and events. Its present cannot disregard its past. Some aspects seem to repeat themselves: the many invasions of Mesopotamia, the terrible wars that soaked it with blood, the despotisms that violated it, and the greed that devoured it. Grandeurs and miseries, devastations and raids, abductions and extortions, love and death: all of this is present here since time immemorial! The Bible recounts it, the ruins speak of it, sand storms cry it out and books and chronicles of today record it.”

My last question is: will there still be a good future for this country and for its inhabitants, including its Christians?


Publicado por verdenaranja @ 22:00  | Hablan los obispos
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Martes, 16 de febrero de 2016

El papa Francisco llegó este lunes a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, minutos antes de las 09:00 horas, donde fue recibido por el gobernador estatal Manuel Velasco y su mujer. En el aeropuerto, representantes de dos comunidades indígenas le regalaron un bastón y una diadema, que reconocen la autoridad del Santo Padre.

Poco después, el Pontífice se subió a un helicóptero rumbo a San Cristóbal de las Casas, donde presidió una celebración eucarística con las comunidades indígenas en el Centro Deportivo Municipal. 15 febrero 2016. ZENIT

Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma, así comenzaba el salmo que hemos escuchado. La ley del Señor es perfecta; y el salmista se encarga de enumerar todo lo que esa ley genera al que la escucha y la sigue: reconforta el alma, hace sabio al sencillo, alegra el corazón, es luz para alumbrar el camino.

Esa es la ley que el Pueblo de Israel había recibido de mano de Moisés, una ley que ayudaría al Pueblo de Dios a vivir en la libertad a la que habían sido llamados. Ley que quería ser luz para sus pasos y acompañar el peregrinar de su Pueblo. Un Pueblo que había experimentado la esclavitud y el despotismo del Faraón, que había experimentado el sufrimiento y el maltrato hasta que Dios dice basta, hasta que Dios dice: ¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex 3,9). Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, de sabiduría y de luz. Experiencia, realidad que encuentra eco en esa expresión que nace de la sabiduría acuñada en estas tierras desde tiempos lejanos, y que reza en el Popol Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre las tribus juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol (33). El alba sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las distintas tinieblas de la historia.

En esta expresión, hay un anhelo de vivir en libertad, hay un anhelo que tiene sabor a tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean moneda corriente. En el corazón del hombre y en la memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad, la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la paz.

Nuestro Padre no sólo comparte ese anhelo, Él mismo lo ha estimulado y lo estimula al regalarnos a su hijo Jesucristo. En Él encontramos la solidaridad del Padre caminando a nuestro lado. En Él vemos cómo esa ley perfecta toma carne, toma rostro, toma la historia para acompañar y sostener a su Pueblo; se hace Camino, se hace Verdad, se hace Vida, para que las tinieblas no tengan la última palabra y el alba no deje de venir sobre la vida de sus hijos.

De muchas maneras y de muchas formas se ha querido silenciar y callar este anhelo, de muchas maneras han intentado anestesiarnos el alma, de muchas formas han pretendido aletargar y adormecer la vida de nuestros niños y jóvenes con la insinuación de que nada puede cambiar o de que son sueños imposibles. Frente a estas formas, la creación también sabe levantar su voz; «esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22)» (Laudato si’, 2).

El desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos impactan a todos (cf. Laudato si’,14) y nos interpelan. Ya no podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de la historia.

En esto ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la humanidad. Sus pueblos, como han reconocido los obispos de América Latina, saben relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como «fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano» (Aparecida, 472).

Sin embargo, muchas veces, de modo sistemático y estructural, vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, perdón hermanos. El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita a ustedes.

Los jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que intenta suprimir todas las riquezas, características y diversidades culturales en pos de un mundo homogéneo, necesitan estos jóvenes que no se pierda la sabiduría de sus ancianos.

El mundo de hoy, preso del pragmatismo, necesita reaprender el valor de la gratuidad.

Estamos celebrando la certeza de que «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, que no se arrepiente de habernos creado» (Laudato si’, 13). Celebramos que Jesucristo sigue muriendo y resucitado en cada gesto que tengamos con el más pequeño de nuestros hermanos. Animémonos a seguir siendo testigos de su Pasión, de su Resurrección haciendo carne Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor que es perfecta del todo y reconforta el alma. 


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Lunes, 15 de febrero de 2016

Discurso del papa Francisco en el Encuentro con los Obispos de México (Catedral Metropolitana, Ciudad de México, 13 de febrero de 2016) (AICA)

Queridos hermanos:

Estoy contento de poder encontrarlos al día siguiente de mi llegada a este País al cual, siguiendo los pasos de mis Predecesores, también he venido a visitar.

No podía dejar de venir ¿Podría el Sucesor de Pedro, llamado del lejano sur latinoamericano, privarse de poder posar la propia mirada sobre la «Virgen Morenita»?.

Les agradezco que me reciban en esta Catedral, «casita», «casita» prolongada pero siempre «sagrada», que pidió la Virgen de Guadalupe, y por las amables palabras de acogida que me han dirigido.

Porque sé que aquí se halla el corazón secreto de cada mexicano, entro con pasos suaves como corresponde entrar en la casa y en el alma de este pueblo y estoy profundamente agradecido por abrirme la puerta. Sé que mirando los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de vuestra gente que, en Ella, ha aprendido a manifestarse. Sé que ninguna otra voz puede hablar así tan profundamente del corazón mexicano como me puede hablar la Virgen; Ella custodia sus más altos deseos sus más recónditas esperanzas; Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas; Ella comprende sus numerosos idiomas y les responde con ternura de Madre porque son sus propios hijos.

Estoy contento de estar con ustedes aquí, en las cercanías del «Cerro del Tepeyac», como en los albores de la evangelización de este Continente y, por favor, les pido que me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo partiendo desde la Guadalupana. Cuánto quisiera que fuese Ella misma quien les lleve, hasta lo profundo de sus almas de Pastores y, por medio de ustedes, a cada una de sus Iglesias particulares presentes en este vasto México, todo lo que fluye intensamente del corazón del Papa.

Como hizo San Juan Diego, y lo hicieron las sucesivas generaciones de los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace tiempo el deseo de mirarla. Más aún, quería yo mismo ser alcanzado por su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada y les ruego acojan cuanto brota de mi corazón de Pastor en este momento.

Una mirada de ternura
Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.

Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar.

Transcurridos siglos del evento fundante de este País y de la evangelización del Continente, ¿acaso se ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo que se les ha confiado a ustedes?

Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derramar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin violencia e incomprensiones. Con razón mi venerado y santo Predecesor, que en México estaba como en su casa, ha querido recordar que «como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de estos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad» (Juan Pablo II, Discurso en la ceremonia de bienvenida en México, 22 enero 1999).

Y en esta historia, el regazo materno que continuamente ha generado a México, aunque a veces pareciera una «red que recogía ciento cincuenta y tres peces» (Jn 21,11), no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes fracturas se recompusieron siempre.

Por eso, les invito a partir nuevamente de esta necesidad de regazo que promana del alma de vuestro pueblo. El regazo de la fe cristiana es capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro continuamente relegado a un mañana que se escabulle. Sólo en aquel regazo se puede, sin renunciar a la propia identidad, «descubrir la profunda verdad de la nueva humanidad, en la cual todos están llamados a ser hijos de Dios» (Id., Homilía en la Canonización de san Juan Diego).

Reclínense pues, hermanos, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro. El presente, frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta, ¿acaso no es también propedéutico a Dios que es sólo y pleno presente? ¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre y solamente para redimir, ¿no es antídoto a la autosuficiencia prepotente de cuantos creen poder prescindir de Dios?

Naturalmente, por todo esto se necesita una mirada capaz de reflejar la ternura de Dios. Sean por lo tanto Obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la «columna de fuego» que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor (cf. Ex 14,24-25).

El mundo en el cual el Señor nos llama a desarrollar nuestra misión se ha vuelto muy complejo. Y aunque la prepotente idea del «cogito», que no negaba que hubiese al menos una roca sobre la arena del ser, hoy está dominada por una concepción de la vida, considerada por muchos, más que nunca, vacilante, errabunda y anómica, porque carece de sustrato sólido. Las fronteras, tan intensamente invocadas y sostenidas, se han vuelto permeables a la novedad de un mundo en el cual la fuerza de algunos ya no puede sobrevivir sin la vulnerabilidad de otros. La irreversible hibridación de la tecnología hace cercano lo que está lejano pero, lamentablemente, hace distante lo que debería estar cerca.

Y, precisamente en este mundo así, Dios les pide tener una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra gente, la única que posee en el propio calendario una «fiesta del grito». A ese grito es necesario responder que Dios existe y está cerca a través de Jesús. Que sólo Dios es la realidad sobre la cual se puede construir, porque «Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano» (Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General del CELAM, 13 mayo 2007).

En las miradas de ustedes, el Pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes «han visto al Señor» (cf. Jn 20,25), de quienes han estado con Dios. Esto es lo esencial. No pierdan, entonces, tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias. Introduzcan a sus sacerdotes en esta esa comprensión del sagrado ministerio. A nosotros, ministros de Dios, basta la gracia de «beber el cáliz del Señor», el don de custodiar la parte de su heredad que se nos ha confiado, aunque seamos inexpertos administradores. Dejemos al Padre asignarnos el puesto que nos tiene preparado (cf. Mt 20,20-28). ¿Acaso podemos estar de verdad ocupados en otras cosas si no en las del Padre? Fuera de las «cosas del Padre» (Lc 2,48-49) perdemos nuestra identidad y, culpablemente, hacemos vana su gracia.

Si nuestra mirada no testimonia haber visto a Jesús, entonces las palabras que recordamos de Él resultan solamente figuras retóricas vacías. Quizás expresen la nostalgia de aquellos que no pueden olvidar al Señor, pero de todos modos son sólo el balbucear de huérfanos junto al sepulcro. Palabras finalmente incapaces de impedir que el mundo quede abandonado y reducido a la propia potencia desesperada.

Pienso en la necesidad de ofrecer un regazo materno a los jóvenes. Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las miradas de ellos, de amarlos y de captar lo que ellos buscan, con aquella fuerza con la que muchos como ellos han dejado barcas y redes sobre la otra orilla del mar (cf. Mc 1,17-18), han abandonado bancos de extorsiones con tal de seguir al Señor de la verdadera riqueza (cf. Mt 9,9).

Me preocupan tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, «la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban» (Mt 6,20). Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.

La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas -formas de nominalismo- sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando a la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, la comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada.

Volviendo la mirada a María de Guadalupe diré una segunda cosa:

Una mirada capaz de tejer
En el manto del alma mexicana Dios ha tejido, con el hilo de las huellas mestizas de su gente, el rostro de su manifestación en la «Morenita». Dios no necesita de colores apagados para diseñar su rostro. Los diseños de Dios no están condicionados por los colores y por los hilos, sino que están determinados por la irreversibilidad de su amor que quiere persistentemente imprimirse en nosotros.

Sean, por tanto, Obispos capaces de imitar esta libertad de Dios eligiendo cuanto es humilde para hacer visible la majestad de su rostro y de copiar esta paciencia divina en tejer, con el hilo fino de la humanidad que encuentren, aquel hombre nuevo que su país espera. No se dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de pueblo, como si el amor de Dios no tuviese bastante fuerza para cambiarlo.

Redescubran pues la sabia y humilde constancia con que los Padres de la fe de esta Patria han sabido introducir a las generaciones sucesivas en la semántica del misterio divino. Primero aprendiendo y, luego, enseñando la gramática necesaria para dialogar con aquel Dios, escondido en los siglos de su búsqueda y hecho cercano en la persona de su Hijo Jesús, que hoy tantos reconocen en la imagen ensangrentada y humillada, como figura del propio destino. Imiten su condescendencia y su capacidad de reclinarse. No comprenderemos jamás bastante el hecho de que con los hilos mestizos de nuestra gente Dios entretejió el rostro con el cual se da a conocer. Nunca seremos suficientemente agradecidos a este inclinarse, a esta “sincatábasis”.

Una mirada de singular delicadeza les pido para los pueblos indígenas, para ellos y sus fascinantes, y no pocas veces, masacradas culturas. México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les convierte en una Nación única y no solamente una entre otras.

Se ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta Nación, del «laberinto de la soledad» en el cual estaría aprisionada, de la geografía como destino que la entrampa. Para algunos, todo esto sería obstáculo para el diseño de un rostro unitario, de una identidad adulta, de una posición singular en el concierto de las naciones y de una misión compartida.

Para otros, también la Iglesia en México estaría condenada a escoger entre sufrir la inferioridad en la cual fue relegada en algunos períodos de su historia, como cuando su voz fue silenciada y se buscó amputar su presencia, o aventurarse en los fundamentalismos para volver a tener certezas provisorias - como aquel «cogito» famoso - olvidándose de tener anidada en su corazón la sed de Absoluto y ser llamada en Cristo a reunir a todos y no sólo una parte (cf. Lumen gentium, 1, 1).

No se cansen en cambio de recordarle a su Pueblo cuánto son potentes las raíces antiguas, que han permitido la viva síntesis cristiana de comunión humana, cultural y espiritual que se forjó aquí. Recuerden que las alas de su Pueblo ya se han desplegado varias veces por encima de no pocas vicisitudes. Custodien la memoria del largo camino hasta ahora recorrido -sean deuteronómicos- y sepan suscitar la esperanza de nuevas metas, porque el mañana será una tierra «rica de frutos» aunque nos plantee desafíos no indiferentes (cf. Nm 13,27-28).

Que las miradas de ustedes, reposadas siempre y solamente en Cristo, sean capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; de promover la solución de sus problemas endógenos; de recordar la medida alta, que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; de motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo.

Una tercera reflexión:

Una mirada atenta y cercana, no adormecida
Les ruego no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las nuevas demandas. Vuestro pasado es un pozo de riquezas donde excavar, que puede inspirar el presente e iluminar el futuro. ¡Ay de ustedes si se duermen en sus laureles! Es necesario no desperdiciar la herencia recibida, custodiándola con un trabajo constante. Están asentados sobre espaldas de gigantes: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, fieles «hasta el final», que han ofrecido la vida para que la Iglesia pudiese cumplir la propia misión. Desde lo alto de ese podio están llamados a lanzar una mirada amplia sobre el campo del Señor para planificar la siembra y esperar la cosecha.

Los invito a cansarse, a cansarse sin miedo en la tarea de evangelizar y de profundizar la fe mediante una catequesis mistagógica que sepa atesorar la religiosidad popular de su gente. Nuestro tiempo requiere atención pastoral a las personas y a los grupos, que esperan poder salir al encuentro del Cristo vivo. Solamente una valerosa conversión pastoral -y subrayo conversión pastoral- de nuestras comunidades puede buscar, generar y nutrir a los actuales discípulos de Jesús (cf. Documento de Aparecida, 226, 368, 370).

Por tanto, es necesario para nosotros, pastores, superar la tentación de la distancia -y dejo a cada uno de ustedes que haga el catálogo de las distancias que pueden existir en esta Conferencia Episcopal; no las conozco, pero superar la tentación de la distancia- y del clericalismo, de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la autoreferencialidad. Guadalupe nos enseña que Dios es familiar, cercano, en su rostro, que la proximidad y la condescendencia, ese agacharse y acercarse, pueden más que la fuerza, que cualquier tipo de fuerza.

Como enseña la bella tradición guadalupana, la «Morenita» custodia las miradas de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible en cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a nosotros no volvernos impermeables a tales miradas. Custodiar en nosotros a cada uno de ellos, conservarlos en el corazón, resguardarlos.

Sólo una Iglesia que sepa resguardar el rostro de los hombres que van a tocar a su puerta es capaz de hablarles de Dios. Si no desciframos sus sufrimientos, si no nos damos cuenta de sus necesidades, nada podremos ofrecerles. La riqueza que tenemos fluye solamente cuando encontramos la poquedad de aquellos que mendigan y, precisamente, este encuentro se realiza en nuestro corazón de Pastores.

Y el primer rostro que les suplico custodien en su corazón es el de sus sacerdotes. No los dejen expuestos a la soledad y al abandono, presa de la mundanidad que devora el corazón. Estén atentos y aprendan a leer sus miradas para alegrarse con ellos cuando sientan el gozo de contar cuanto «han hecho y enseñado» (Mc 6,30), y también para no echarse atrás cuando se sienten un poco rebajados y no puedan hacer otra cosa que llorar porque «han negado al Señor» (cf. Lc 22,61-62), y también, por qué no, para sostener, en comunión con Cristo, cuando alguno, ya abatido, saldrá con Judas «en la noche» (Jn 13,30). En estas situaciones, que nunca falte la paternidad de ustedes, Obispos, para con sus sacerdotes. Animen la comunión entre ellos; hagan perfeccionar sus dones; intégrenlos en las grandes causas, porque el corazón del apóstol no fue hecho para cosas pequeñas.

La necesidad de familiaridad habita en el corazón de Dios. Nuestra Señora de Guadalupe pide, pues, únicamente una «casita sagrada». Nuestros pueblos latinoamericanos entienden bien el lenguaje diminutivo –una casita sagrada- y de muy buen grado lo usan. Quizá tienen necesidad del diminutivo porque de otra forma se sentirían perdidos. Se adaptaron a sentirse disminuidos y se acostumbraron a vivir en la modestia.

La Iglesia, cuando se congrega en una majestuosa Catedral, no podrá hacer menos que comprenderse como una «casita» en la cual sus hijos pueden sentirse a su propio gusto. Delante de Dios sólo se permanece si se es pequeño, si se es huérfano, si se es mendicante. El protagonista de la historia de salvación es el mendigo.

«Casita» familiar y al mismo tiempo «sagrada», porque la proximidad se llena de la grandeza omnipotente. Somos guardianes de este misterio. Tal vez hemos perdido este sentido de la humilde medida divina, y nos cansamos de ofrecer a los nuestros la «casita» en la cual se sienten íntimos con Dios. Puede darse también que, habiendo descuidado un poco el sentido de su grandeza, se haya perdido parte del temor reverente hacia un tal amor. Donde Dios habita, el hombre no puede acceder sin ser admitido y entra solamente «quitándose las sandalias» (cf. Ex 3, 5) para confesar la propia insuficiencia.

Y este habernos olvidado de este «quitarse las sandalias» para entrar, ¿no está posiblemente en la raíz de la pérdida del sentido de la sacralidad de la vida humana, de la persona, de los valores esenciales, de la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos, del respeto a la naturaleza? Sin rescatar, en la conciencia de los hombres y de la sociedad, estas raíces profundas, incluso al trabajo generoso en favor de los legítimos derechos humanos le faltará la savia vital que puede provenir sólo de un manantial que la humanidad no podrá darse jamás a sí misma.

Y, siempre mirando a la Madre, para terminar:

Una mirada de conjunto y de unidad
Sólo mirando a la «Morenita», México se comprende por completo. Por tanto, les invito a comprender que la misión que la Iglesia hoy les confía, y siempre les confió, requiere esta mirada que abarque la totalidad. Y esto no puede realizarse aisladamente, sino sólo en comunión.

La Guadalupana está ceñida de una cintura que anuncia su fecundidad. Es la Virgen que lleva ya en el vientre el Hijo esperado por los hombres. Es la Madre que ya gesta la humanidad del nuevo mundo naciente. Es la Esposa que prefigura la maternidad fecunda de la Iglesia de Cristo. Ustedes tienen la misión de ceñir toda la Nación mexicana con la fecundidad de Dios. Ningún pedazo de esta cinta puede ser despreciado.

El episcopado mexicano ha cumplido notables pasos en estos años conciliares; ha aumentado sus miembros; se ha promovido una permanente formación, continua y cualificada; el ambiente fraterno no faltó; el espíritu de colegialidad ha crecido; las intervenciones pastorales han influido sobre sus Iglesias y sobre la conciencia nacional; los trabajos pastorales compartidos han sido fructuosos en los campos esenciales de la misión eclesial como la familia, las vocaciones y la presencia social.

Mientras nos alegramos por el camino de estos años, les pido que no se dejen desanimar por las dificultades y de no ahorrar todo esfuerzo posible por promover, entre ustedes y en sus diócesis, el celo misionero, sobre todo hacia las partes más necesitadas del único cuerpo de la Iglesia mexicana. Redescubrir que la Iglesia es misión es fundamental para su futuro, porque sólo el «entusiasmo, el estupor convencido» de los evangelizadores tiene la fuerza de arrastre. Les ruego especialmente cuidar la formación y la preparación de los laicos, superando toda forma de clericalismo e involucrándolos activamente en la misión de la Iglesia, sobre todo en el hacer presente, con el testimonio de la propia vida, el evangelio de Cristo en el mundo.

A este Pueblo mexicano, le ayudará mucho un testimonio unificador de la síntesis cristiana y una visión compartida de la identidad y del destino de su gente. En este sentido, sería muy importante que la Pontificia Universidad de México esté cada vez más en el corazón de los esfuerzos eclesiales para asegurar aquella mirada de universalidad sin la cual la razón, resignada a módulos parciales, renuncia a su más alta aspiración de búsqueda de la verdad.

La misión es vasta y llevarla adelante requiere múltiples caminos. Y, con más viva insistencia, los exhorto a conservar la comunión y la unidad entre ustedes. Esto es esencial, hermanos. Esto no está en el texto pero me sale ahora. Si tienen que pelearse, peléense; si tienen que decirse cosas, se las digan; pero como hombres, en la cara, y como hombres de Dios que después van a rezar juntos, a discernir juntos. Y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón, pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal. Comunión y unidad entre ustedes. La comunión es la forma vital de la Iglesia y la unidad de sus Pastores da prueba de su veracidad. México, y su vasta y multiforme Iglesia, tienen necesidad de Obispos servidores y custodios de la unidad edificada sobre la Palabra del Señor, alimentada con su Cuerpo y guiada por su Espíritu, que es el aliento vital de la Iglesia.

No se necesitan «príncipes», sino una comunidad de testigos del Señor. Cristo es la única luz; es el manantial de agua viva; de su respiro sale el Espíritu, que despliega las velas de la barca eclesial. En Cristo glorificado, que la gente de este pueblo ama honrar como Rey, enciendan juntos la luz, cólmense de su presencia que no se extingue; respiren a pleno pulmón el aire bueno de su Espíritu. Toca a ustedes sembrar a Cristo sobre el territorio, tener encendida su luz humilde que clarifica sin ofuscar, asegurar que en sus aguas se colme la sed de su gente; extender las velas para que sea el soplo del Espíritu quien las despliegue y no encalle la barca de la Iglesia en México.

Recuerden que la Esposa, la Esposa de cada uno de ustedes, la Madre Iglesia, sabe bien que el Pastor amado (cf. Ct 1,7) será encontrado sólo donde los pastos son herbosos y los riachuelos cristalinos. La Esposa desconfía de los compañeros del Esposo que, alguna vez por desidia o incapacidad, conducen la grey por lugares áridos y llenos de peñascos. ¡Ay de nosotros pastores, compañeros del Supremo Pastor, si dejamos vagar a su Esposa porque en la tienda que nos hicimos el Esposo no se encuentra!

Permítanme una última palabra para expresar el aprecio del Papa por todo cuanto están haciendo para afrontar el desafío de nuestra época representada en las migraciones. Son millones los hijos de la Iglesia que hoy viven en la diáspora o en tránsito, peregrinando hacia el norte en búsqueda de nuevas oportunidades. Muchos de ellos dejan atrás las propias raíces para aventurarse, aun en la clandestinidad que implica todo tipo de riesgos, en búsqueda de la «luz verde» que juzgan como su esperanza. Tantas familias se dividen; y no siempre la integración en la presunta «tierra prometida» es tan fácil como se piensa.

Hermanos, que sus corazones sean capaces de seguirlos y alcanzarlos más allá de las fronteras. Refuercen la comunión con sus hermanos del episcopado estadounidense, para que la presencia materna de la Iglesia mantenga viva las raíces de su fe, de la fe de ese pueblo, las razones de sus esperanzas y la fuerza de su caridad. Que no les suceda a ellos que, colgando sus cítaras, se enmudezcan sus alegrías, olvidándose de Jerusalén y convirtiéndose en «exilados de sí mismos» (Sal 136). Testimonien juntos que la Iglesia es custodia de una visión unitaria del hombre y no puede compartir que sea reducido a un mero «recurso» humano.

No será vana la premura de sus diócesis en el echar el poco bálsamo que tienen en los pies heridos de quien atraviesa sus territorios y de gastar por ellos el dinero duramente colectado; el Samaritano divino, al final, enriquecerá a quien no pasó indiferente ante Él cuando estaba caído sobre el camino (cf. Lc 10,25-37).

Queridos hermanos, el Papa está seguro de que México y su Iglesia llegarán a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia, con Dios. Tal vez alguna piedra en el camino retrasa la marcha, y la fatiga del trayecto exigirá alguna parada, pero no será jamás bastante para hacer perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una Madre que lo espera? ¿Quien continuamente puede sentir resonar en el propio corazón «no estoy aquí, Yo, que soy tu Madre»? Gracias.

Francisco


Publicado por verdenaranja @ 21:12  | Habla el Papa
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Al concluir la santa misa en la ciudad de Ecatepec, después de los agradecimientos del obispo local, Mons. Oscar Domínguez Couttolenc, antes de la bendición final, y de la oración del ángelus, el santo padre Francisco pidió “hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad”, en la cual “no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos”. O sea “una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”. 14 febrero 2016. ZENIT

“Queridos hermanos: En la primera lectura de este domingo, Moisés le da una recomendación al pueblo. En el momento de la cosecha, en el momento de la abundancia, en el momento de las primicias no te olvides de tus orígenes. La acción de gracias nace y crece en una persona y en un pueblo que sea capaz de hacer memoria. Tiene sus raíces en el pasado, que entre luces y sombras fue gestando el presente. En el momento que podemos dar gracias a Dios porque la tierra ha dado su fruto, y así poder producir el pan, Moisés invita a su pueblo a ser memorioso enumerando las situaciones difíciles por las que ha tenido que atravesar.

En este día de fiesta, en este día podemos celebrar lo bueno que el Señor ha sido con nosotros. Damos gracias por la oportunidad de estar reunidos presentándole al Buen Padre las primicias de nuestros hijos, nietos, de nuestros sueños y proyectos. Las primicias de nuestras culturas, de nuestras lenguas y tradiciones. Las primicias de nuestros desvelos…

Cuánto ha tenido que pasar cada uno de ustedes para llegar hasta acá, cuánto han tenido que ‘caminar’ para hacer de este día una fiesta, una acción de gracias. Cuánto han caminado otros que no han podido llegar pero gracias a ellos nosotros hemos podido seguir andando.

Hoy, siguiendo la invitación de Moisés, queremos como pueblo hacer memoria, queremos ser el pueblo de la memoria viva del paso de Dios por su Pueblo, en su Pueblo. Queremos mirar a nuestros hijos sabiendo que heredarán no sólo una tierra, una lengua, una cultura y una tradición, sino que heredarán el fruto vivo de la fe que recuerda el paso seguro de Dios por esta tierra. La certeza de su cercanía y solidaridad. Una certeza que nos ayuda a levantar la cabeza y esperar con ganas la aurora.el

Con ustedes, también me uno a esta memoria agradecida. A este recuerdo vivo del paso de Dios por sus vidas. Mirando a sus hijos no puedo no dejar de hacer mías las palabras que un día les dirigió el beato Pablo VI al pueblo mexicano: «Un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad […] para solucionar la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un trabajo honorable, […] no puede quedar insensible mientras las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas aspiraciones». Y prosigue el beato Pablo VI con una invitación a «estar siempre en primera línea en todos los esfuerzos […] para mejorar la situación de los que sufren necesidad», a ver «en cada hombre un hermano y, en cada hermano a Cristo».

Quiero invitarlos nuevamente hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad.

Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos.

Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte.

Esta tierra tiene sabor a Guadalupana, la que siempre Madre se nos adelantó en el amor, y digámosle:

Virgen Santa, «ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz»

El ángel del Señor anunció a María…


Publicado por verdenaranja @ 20:59  | Habla el Papa
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S?bado, 13 de febrero de 2016

El santo padre Francisco celebró este martes, 9 febrero 2016, la santa la misa en la basílica de San Pedro junto a varios miles de capuchinos que han venido desde todo el mundo, con motivo del Jubileo de la Misericordia. Presentes estaban las reliquias de san Pío de Pietrelcina y de san Leopoldo Mandić. ZENIT

“En la liturgia de hoy hay dos actitudes, una actitud de grandeza delante de Dios, que se expresa en la humildad del rey Salomón; y otra actitud, de mezquindad, que es descrita por el mismo Jesús, por cómo hacían los doctores de la ley, hacían todo preciso, pero dejaban aparte la ley para hacer sus pequeñas tradiciones de ellos.

Vuestra tradición de los capuchinos es una tradición de perdón, de dar el perdón. Entre ustedes hay muchos buenos confesores, porque se sienten pecadores, como nuestro fray Cristóbal, saben que son grandes pecadores y delante de la grandeza de Dios continuamente rezan: ‘Escucha Señor y perdona’. Y porque saben rezar, así saben perdonar.

En cambio cuando alguien se olvida de la necesidad que tiene de perdonar, lentamente se olvida de Dios, se olvida de pedir perdón y no sabe perdonar.

El humilde, quien se siente pecador es un gran perdonador en el confesionario; el otro, como estos doctores de la ley que se sienten los puros, los maestros, solamente saben condenar. Pero yo les hablo como hermano, y en ustedes querría hablarle a todos los confesores, en este Año de la Misericordia especialmente: el confesionario es para perdonar. Y si uno no puede dar la absolución, por favor no los apaleen. Quien viene, viene a buscar consuelo, perdón, paz en su alma, que encuentre a un padre que lo abraza, que le diga que ‘Dios te quiere mucho’ pero que se lo haga sentir.

Me disgusta decirlo, pero cuánta gente, creo que la mayoría de nosotros lo hemos oído: ‘No voy más a confesarme porque una vez me hicieron estas preguntas, esto…’. Pero ustedes capuchinos tienen este don especial del Señor: perdonar. Y les pido, no se cansen de perdonar.

Me acuerdo de uno que conocí en mi otra diócesis, un hombre de gobierno, que acabado su tiempo, de gobierno, guardián, provincial, a los 70 años fue enviado a un santuario a confesar y tenía una cola de gente, todos, curas, fieles, ricos, pobres, todos… era un gran perdonador. Siempre encontraba el modo para perdonar o al menos de dejar esa alma en en paz con un abrazo.

Y una vez lo encontré y me dijo:
— escúchame tú que eres obispo, tú me puedes decir, yo creo que peco porque perdono mucho y me viene este escrúpulo
— ¿Y por qué?
— Porque siempre encuentro cómo perdonar.
— ¿Y qué haces cuando te sientes así?
— Voy a la capilla delante del tabernáculo y le digo al Señor: ‘Discúlpame Señor, perdóname, creo que hoy he perdonado mucho. Pero Señor, has sido tú quien me ha dado el mal ejemplo’.

Sean hombres de perdón, de reconciliación, de paz. Hay muchos lenguajes en la vida, el lenguaje de la palabra, pero también el lenguaje de los gestos. Si una persona se acerca al confesionario es porque siente algo que le pesa, que quiere quitarse. Quizás no sabe cómo decirlo, pero el gesto es este. Si esta persona se acerca es porque quiere cambiar, y lo dice con el gesto de acercarse. No es necesario hacer preguntas: ¿tú?, ¿tú?…

Y si una persona viene es porque en su alma no quiere cometerlo más. Pero muchas veces no pueden, porque están condicionados por su psicología, por su vida y su situación. ‘Ad impossibilia nemo tenetur‘.

Corazón amplio. El perdón es una semilla, una caricia de Dios. Tengan confianza en la misericordia de Dios, no caigan en el pelagianismo. ‘Tú tienes que hacer esto, esto, esto….’ Ustedes tienen ese carisma de confesores, hay que retomarlo y renovarlo siempre. Sean grandes perdonadores, porque quien no sabe perdonador termina como estos doctores de la ley, que son grandes condenadores.

¿Y quién es el gran acusador en la Biblia? El diablo. O se hace el oficio de Jesús, que perdona, dando la vida y la oración, tantas horas allí sentado, como estos dos santos aquí, o haces el oficio del diablo que acusa. No logro decirles otra cosa, y en ustedes le digo a todos, a todos los sacerdotes que van a confesar. Si no se sienten capaces, sean humildes, digan ‘no, no, no… yo celebro la misa, limpio el suelo… pero no confieso porque no se hacerlo bien’. Y pidan al Señor la gracia, gracia que pido para cada uno de ustedes, para todos ustedes, para todos los confesores y también para mí”.

(Texto traducido desde el audio por ZENIT)

 


Publicado por verdenaranja @ 23:09  | Habla el Papa
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Comentario a la liturgia dominical por el  P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). ZENIT

Primer domingo de cuaresma, Ciclo C

Textos: Dt 26, 4-10; Rm 10, 8-13; Lc 4, 1-13

La Cuaresma del año 2016 está enmarcada en el año de la misericordia. Bien sabemos que Dios es Misericordia y lo ha demostrado a lo largo de los siglos. Pero también sabemos que la misericordia presupone que nosotros nos reconozcamos pecadores, nos acerquemos a Dios, le pidamos perdón sinceramente y nos propongamos la enmienda de vida. Dios concede misericordia generosamente y sin límites a quien está arrepentido. Depende de nosotros el abrir nuestro corazón a esa misericordia de Dios mediante el corazón contrito y humillado, dispuesto a comenzar de nuevo y volver al camino recto, dejando la vida y los senderos de pecado.

Algunas notas para entender la Cuaresma guiados por el evangelio de san Lucas en este ciclo C:

Las primeras lecturas nos presentan los grandes momentos y acontecimientos de la historia de la salvación, según el plan histórico de Dios, desde el principio hasta la llegada de Jesús.

Las segundas lecturas de Pablo siempre dan ese tono moral, aplicando el mensaje de la primera lectura a la vida de cada uno de nosotros.

Los evangelios tienen una línea clásica: las tentaciones de Jesús, la transfiguración en el monte (común a los otros evangelistas en el ciclo A y B). Los otros domingos tienen un tono de conversión para demostrar la gran misericordia de Dios.

Comentario para este primer domingo de Cuaresma:

Idea principal: El desierto de la Cuaresma nos invita a centrar nuestra vida en lo esencial: en la fe que debemos profesar con la boca y con la vida (1ª y 2ª lecturas). Fe que será probada por el enemigo de nuestras almas, el Demonio, que nos tentará en los tres puntos más flacos que todos cargamos como herencia del pecado original: tener, poder y gloria (evangelio).

Síntesis del mensaje: Ayudados por los recursos pedagógicos de la Cuaresma –ambientación más austera, cantos apropiados, el silencio del aleluya y del Gloria- y sobre todo por las oraciones y lecturas bíblicas, nos disponemos a emprender, en compañía de Jesús, su “subida a la Cruz”, para vivir una vez más la Pascua, el paso a una vida nueva. Cristo quiere comunicarnos un año más su vida nueva que inyectará en nosotros su santidad. Pero pide de nosotros secundar esa vida nueva con la oración y el sacrificio para ser fuertes ante las tentaciones diarias de Satanás en el desierto de nuestra vida, renovando nuestra fe en el Señor. No podemos negociar con el maligno. Vivir de otra manera, o sea, “de bautismo, soy cristiano y, de profesión, pagano” es una incoherencia y tentaríamos a Dios.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, vamos al desierto. El desierto reduce al hombre a lo esencial, despojándolo de lo superfluo, y a quedarse con las cosas fundamentales: agua, comida, camino justo, ropa apropiada para cuidarse del sol y del frío. Y sobre todo con la fe. Fe desnuda de sus apetitos y deseos, de la que habla nuestro místico abulense, san Juan de la Cruz en sus obras Noche Oscura del Alma, el Cántico Espiritual y la Llama de amor Viva. La Cuaresma que se nos abre con Cristo en el desierto nos quiere llevar a la sustancia y al meollo de la existencia cristiana: la fe en nuestro Dios por encima de todo. Aquí en el desierto de la Cuaresma, al igual que Moisés pedía al pueblo “la profesión histórica de fe” al ofrecer las primicias ante el altar del Señor (1ª lectura), también a nosotros se nos pide renovar nuestra fe. La profesión de fe no es una lista de “verdades a creer” o de “deberes a cumplir”, sino una “historia a recordar y por la que dar gracias”. Para el pueblo de Israel era el recordar las grandes maravillas que Dios hizo con él para sacarle de la esclavitud de Egipto; para nosotros, volver a experimentar en esta Pascua la auténtica libertad traída por la muerte y resurrección de Cristo, que nos desató de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna y nos hizo partícipes de la vida nueva; vida de santidad y de gracia, vida de libertad y plenitud. No podemos tener nostalgia de las “cebollas del Egipto seductor”, sino volver a agradecer la libertad de los hijos de Dios concedida en el bautismo.

En segundo lugar, durante el desierto de nuestra vida debemos recordar las hazañas misericordiosas de Dios para renovar nuestra fe en ese Dios fiel. Hacer esto no es sólo ejercicio del pensamiento, sino un viaje al interior de la trama a veces oscura y frágil de nuestra propia historia. Luces y sombras. Santidad y pecado. Tempestad y bonanza. Seguridad y desconcierto. Dudas y certezas. Así ha sido nuestra vida y la vida de la humanidad. Esa fe en Dios misericordioso se alimenta en la oración contemplativa, sí, pero después se tiene que derramarse como perfume de caridad en nuestro día a día: en nuestra casa y familia, en el trabajo y amistades, en la calle y en vacaciones, pues “la fe sin obras es una fe muerta” (St 2, 14). Por tanto, en la Cuaresma, Dios también nos invita a revisar nuestras obras de caridad y de misericordia, como nos recordó el Papa Francisco al pedirnos trabajar en cada mes del año de la misericordia en una de esas obras de misericordia, que tienen su fundamento bíblico en Isaías 58, 6-7 y Hebreos 13, 3): Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al necesitado, vestir al desnudo, visitar al enfermo, socorrer a los presos y enterrar a los muertos (materiales). Enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que está en error, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás y rogar a Dios por vivos y difuntos (espirituales). Si Dios fue y es misericordioso con su pueblo (1ª lectura) y con nosotros en Cristo Jesús (2ª lectura), nosotros también tenemos que serlo con nuestros hermanos.

Finalmente, la narración de las tentaciones de Jesús es para nosotros un reclamo y un aviso: durante el desierto de nuestra vida nuestra fe será tentada. Cristo aquí, venciendo al maligno que quiso tergiversar su misión mesiánica para convertirla en misión temporal y triunfalista, llega a ser para nosotros el emblema luminoso de la fe bíblica, es decir, de la adhesión plena y total a Dios y a su plan trazado en el cosmos y en la historia: el plan de salvación a través de la pobreza, el desprendimiento, el sufrimiento y la cruz. También nosotros seremos tentados por esos tres flancos débiles: tener, poder y gloria. ¿Qué hacer entonces? Cristo nos enseña a vencer las tentaciones. Rechazando las tentaciones del enemigo, nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado. Y los medios que usó fueron: la oración con la Palabra de Dios que es espada de doble filo (cf. Hb 4,12); sin oración, un hombre es como un soldado sin comida, agua, o munición. Oración con la Biblia entre las manos. El ayuno para fortalecer el espíritu y tener a raya y educar nuestro cuerpo que siempre tiene sus reclamos de sensualidad, materialismo y ambición. El ayuno es un entrenamiento en el conocimiento propio; es un arma clave para el autodominio. Si no tenemos dominio sobre nuestras propias pasiones, especialmente sobre la comida y el sexo, no podemos poseernos a nosotros mismos y colocar el interés de los demás antes del nuestro. No olvidemos, también, la vigilancia para estar alerta y darnos cuenta por cuál sendero de nuestra vida querrá asaltarnos el enemigo de Dios y de nuestra alma. Nos hará mucho bien el desprendimiento de las cosas, para llenarnos de Dios; mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir. La humildad será arma segura contra nuestro orgullo; la protección más grande contra el egoísmo y la autosuficiencia es el buscar a Dios humildemente en oración. Empuñemos también el arma del santo Rosario, que tanto odia y teme el demonio, pues contemplar los misterios de Cristo al lado de María deja al demonio con una rabia sin nombre y se alejará de nosotros inmediatamente. Dice santo Tomás: “No obró el Señor en la tentación usando de su poder divino -¿de qué nos hubiera aprovechado entonces su ejemplo?-, sino que, como hombre, se sirvió de los auxilios que tiene en común con nosotros” (Comentario al evangelio de san Lucas).

Para reflexionar: ¿Cómo quiero vivir este año la Cuaresma? ¿Qué tentaciones experimento durante mi camino por el desierto de la vida: sensualidad y lujuria, ambición y avaricia, vanidad y soberbia, pereza y dejadez? ¿Cuáles son las armas que llevo conmigo para ganar la batalla del enemigo: oración, ayuno, sacrificios, vigilancia, el santo rosario, la cruz de Cristo?

Para rezar: En este año de la misericordia te pido, Señor Jesús, que no abuse más de tu amor y ternura. Dame fuerza para vencer al enemigo que quiere ganar mi alma. Que a ejemplo tuyo, no dialogue con el tentador, sino que le asalte con tu Palabra que es al mismo tiempo, dardo y escudo, casco y armadura. Señor, que ore para no caer en tentación.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]

 


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Reflexión a las lecturas del domingo primero de Cuaresma C ofrecida porel sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo 1º de Cuaresma C

 

                  Me parece que sería conveniente comenzar haciendo una profesión de fe en la existencia del espíritu del mal, del diablo; porque la mayor parte de la gente piensa que no existe, que se trata de restos, reminiscencias, de un pasado oscurantista, etc.

                  Lo que más le interesa a cualquier enemigo es dar la sensación de que no está; y se esconde, se camufla, hasta que llega el momento más oportuno para presentar batalla.

                  El diablo no sólo existe, sino que tiene un conocimiento perfecto de la identidad de Cristo, de su misión y de su poder. Lo contemplamos, por ejemplo, al comienzo de su Vida Pública. (Mc 1,23-28). ¡Es el espíritu del mal!

                  Pero existe también el otro espíritu, el Espíritu del bien, el Espíritu Santo, que ha descendido sobre Jesucristo en su Bautismo, que lo llena, lo guía, y lo va llevando por el desierto, mientras es tentado por el diablo, como nos dice el Evangelio de hoy. ¡También está con nosotros el Espíritu Santo! Él nos conduce por el desierto de la Cuaresma, para llegar bien dispuestos a la Fiesta de Pascua.

                  ¿Y por qué todos los años, el mismo tema -las tentaciones del desierto- en el primer domingo de Cuaresma? Porque cada año necesitamos revivir esta experiencia.

Hay un himno de este Tiempo, que dice: “La Cuaresma es combate, las armas: oración, limosnas y vigilias por el Reino de Dios” Y, si esto es así, ¡cuánto nos ayuda, al comenzar la Cuaresma, vivir la experiencia de la lucha y de la victoria de Cristo sobre las tentaciones del demonio!

                  Se suelen hacer muchos comentarios sobre cada una de ellas; pero a mí me gusta señalar “la tentación fundamental” que subyace en las tres tentaciones.

                  Se trata de conseguir que el Mesías cambie de camino. Frente a la voluntad del Padre, que ha trazado a Jesucristo un camino concreto, Satanás trata de desviarle por completo: frente a un Mesías manso y humilde de corazón, que lleva una vida dura, que afronta la Pasión y la Cruz, que quiere, incluso, en ocasiones, ocultar su condición de Mesías, el diablo le presenta un mesianismo espectacular, glorioso, triunfador..., como  esperaban los judíos. Un Mesías que es capaz de convertir las piedras en pan, de  tirarse por el alero del templo, y caer en manos de los ángeles, y hasta de pactar con el enemigo, si es necesario, para conseguir sus objetivos.

                  ¿No te parece importante la tentación que subyace debajo de las tentaciones?

                   Es la misma tentación del principio de la Creación. “Seréis como Dios” (Gen 3, 5). Pero Jesucristo es el nuevo Adán, que sale vencedor y que, por su Misterio Pascual,  realiza la Nueva Creación.

                  ¿Y nosotros? Como, acabamos de ver, el diablo no “se anda por las ramas”, sino que va a lo fundamental, a la raíz de la existencia. En nuestro caso, a la raíz de nuestra existencia cristiana. A muchos cristianos no nos podrá convencer de que dejemos de serlo, pero tratará de conseguir, por lo menos, que no lo tomemos tan en serio.

                  Hace falta la ayuda del otro Espíritu, que nos conduce a las fuentes de la vida y de la fortaleza cristiana, y a la victoria sobre el enemigo, sellada en la Noche Santa de la Pascua, con la renovación de nuestro Bautismo.

                  ¡En todas estas circunstancias, cuánto nos ayuda la presencia y la contemplación de Cristo Vencedor!

                                               ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡BUENA CUARESMA!


Publicado por verdenaranja @ 10:38  | Espiritualidad
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DOMINGO 1º DE CUARESMA C 

 MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

         Durante los domingos de Cuaresma, recordamos, en la primera lectura, los grandes acontecimientos de la Historia del pueblo de Israel. Hoy escuchamos una síntesis de todos ellos, que el israelita recitaba en el momento de ofrecer al Señor las primicias de los frutos de la tierra. 

SALMO

         El camino de la Cuaresma y el de toda nuestra vida se halla bajo la protección de Dios. Cantemos ahora, en el salmo, nuestra confianza en Él. 

SEGUNDA LECTURA

         La lectura apostólica de hoy es una síntesis de la fe cristiana: El que crea de verdad en Jesucristo, el Señor Resucitado, se salvará.

         Escuchemos. 

TERCERA LECTURA

Las tentaciones del desierto tratan de desviar al Mesías de su auténtico camino, hacia un modo de actuación y de vida más fácil y espectacular.

Aclamemos a Cristo, Vencedor en la tentación, antes de escuchar el Evangelio. 

COMUNIÓN

En la Comunión recibimos a Cristo, el Vencedor. Él se nos ofrece  como el Pan vivo y verdadero, que nos fortalece en este tiempo de Cuaresma, para que lleguemos debidamente preparados a la celebra-ción del Misterio Pascual.

 

 


Publicado por verdenaranja @ 10:32  | Liturgia
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Jueves, 11 de febrero de 2016

El papa Francisco se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico, el domingo 7 febrero 2016, para rezar el ángelus con los fieles congregados en la plaza de San Pedro. (zenit)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo cuenta – en la redacción de san Lucas – la llamada de los primeros discípulos de Jesús (Lc 5,1-11). El hecho sucede en un contexto de vida cotidiana: hay algunos pescadores sobre la orilla del mar de Galilea, los cuales, después de una noche de trabajo sin pescar nada, están lavando y preparando las redes. Jesús sube a la barca de uno de ellos, Simón, llamado Pedro, le pide separarse un poco de la orilla y se pone a predicar la Palabra de Dios a la gente que se había reunido numerosa. Cuando terminó de hablar, le dice a Pedro que se adentre en el lago para echar redes. Simón ya había conocido a Jesús y experimentado el poder prodigioso de su palabra, por lo que responde: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes” (v. 5). Y su fe no queda decepcionada: de hecho, las redes se llenaron de tal cantidad de peces que casi se rompían (cfr v. 6).

Frente a este evento extraordinario, los pescadores se asombraron. Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (v. 8). Ese signo prodigioso le convenció de que Jesús no es solo un maestro formidable, cuya palabra es realmente poderosa, sino que Él es el Señor, es la manifestación de Dios. Y tal presencia despierta en Pedro un fuerte sentido de la propia mezquindad e indignidad. Desde un punto de vista humano, piensa que debe haber distancia entre el pecador y el Santo. En verdad, precisamente su condición de pecador requiere que el Señor no se aleje de él, de la misma forma en la que un médico no se puede alejar de quien está enfermo.

La respuesta de Jesús a Simón Pedro es tranquilizadora y decidida: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (v. 10). Y de nuevo el pescador de Galilea, poniendo su confianza en esta palabra, deja todo y sigue a Aquel que se ha convertido en su Maestro y Señor. Y así hicieron también Santiago y Juan, compañeros de trabajo de Simón. Esta es la lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia: ir a buscar, “pescar” a los hombres y las mujeres, no para hacer proselitismo, sino para restituir a todos la plean dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados. Esto es lo esencial del cristianismo: difundir el amor regenerante y gratuito de Dios, con actitud de acogida y de misericordia hacia todos, para que cada uno puede encontrar la ternura de Dios y tener plenitud de vida.

Y aquí de forma particular pienso en los confesores, son los primeros en tener que dar la misericordia del Padre siguiendo el ejemplo de Jesús. Como han hecho los dos monjes santos, padre Leopoldo y padre Pío.  

El Evangelio de hoy nos interpela: ¿sabemos fiarnos verdaderamente de la palabra del Señor? ¿O nos dejamos desanimar por nuestros fracasos? En este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a confortar a cuantos  se sienten pecadores e indignos frente al Señor y abatidos por los propios errores, diciéndoles las mismas palabras de Jesús: “No temas”. Es más grande la misericordia del padre que tus pecados. Es más grande. No temas. Que la Virgen María nos ayude a comprender cada vez más que ser discípulo significa poner nuestros pies en las huellas dejadas por el Maestro: son las huellas de la gracia divina que regenera vida para todos.

 

Después del ángelus:

Con viva preocupación sigo la dramática situación de la población civil afectada por los violentos combates en la amada Siria y obligada a abandonar todo para huir de los horrores de la guerra. Deseo que, con generosa solidaridad, se dé la ayuda necesaria para asegurar su supervivencia y dignidad, mientras hago un llamamiento a la comunidad internacional para que no ahorre ningún esfuerzo para llevar con urgencia a la mesa de la negociación a las partes implicadas. Solo una solución política en el conflicto será capaz de garantizar un futuro de reconciliación y de paz a ese querido y golpeado país, por el que os invito a rezar mucho. Y también ahora, todos juntos, rezamos a la Virgen por la amada Siria.  

Queridos hermanos y hermanas,

hoy, en Italia, se celebra la Jornada por la Vida, sobre el tema “La misericordia hace florecer la vida”. Me uno a los obispos italianos para desear por parte de varios sujetos institucionales, educativos y sociales un renovado compromiso a favor de la vida humana desde la concepción hasta su natural ocaso. Nuestra sociedad debe ser ayudada a sanar de todos los atentados a la vida, mediante un cambio interior, que se manifiesta también a través de las obras de misericordia. Saludo y animo a los profesores universitarios de Roma y a cuantos están comprometidos en testimoniar la cultura de la vida.

Mañana se celebra la Jornada de oración y reflexión contra la trata de personas, que ofrece a todos la oportunidad de ayudar a los nuevos esclavos de hoy a romper las pesadas cadenas de la explotación para reapropiarse de su libertad y dignidad. ¡Pienso en particular en tantas mujeres y hombres, y en tantos niños! Es necesario hacer todos los esfuerzos requeridos para vencer este crimen y esta intolerable vergüenza.

Y mañana, en el Extremo Oriente y en varias partes del mundo, millones de hombres y mujeres celebra el fin de año lunar. A todos les deseo que experimenten serenidad y paz en el seno de sus familias, que constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención del cuidado del otro. Que el nuevo año pueda llevar frutos de compasión, misericordia y solidaridad. Y a estos hermanos y hermanas nuestras del Extremo Oriente que mañana celebrarán el año lunar, les saludamos con un aplauso desde aquí.

Saludo a todos los peregrinos, a los grupos parroquiales y a las asociaciones procedentes de Italia, España, Portugal, Ecuador, Eslovaquia y otros países. ¡Son muchos para enumerarlos todos! Cito solo a los jóvenes de conformación de la diócesis de Treviso, Padua, Cuneo, Lodi, Como y Crotone. Y saludo a la comunidad sacerdotal del Colegio Mexicano de Roma, con otros mexicanos: gracias por vuestro compromiso de acompañar con la oración el viaje apostólico en México que realizaré dentro de pocos días y también el encuentro que tendré en La Habana con mi querido hermano Kirill.

A todos deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!


Publicado por verdenaranja @ 22:32  | Habla el Papa
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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo primero de Cuaresma C. 

IDENTIFICAR LAS TENTACIONES

 

Según los evangelios, las tentaciones experimentadas por Jesús no son propiamente de orden moral. Son planteamientos en los que se le proponen maneras falsas de entender y vivir su misión. Por eso, su reacción nos sirve de modelo para nuestro comportamiento moral, pero, sobre todo, nos alerta para no desviarnos de la misión que Jesús ha confiado a sus seguidores.

Antes que nada, sus tentaciones nos ayudan a identificar con más lucidez y responsabilidad las que puede experimentar hoy su Iglesia y quienes la formamos. ¿Cómo seremos una Iglesia fiel a Jesús si no somos conscientes de las tentaciones más peligrosas que nos pueden desviar hoy de su proyecto y estilo de vida? 

En la primera tentación, Jesús renuncia a utilizar a Dios para «convertir» las piedras en panes y saciar así su hambre. No seguirá ese camino. No vivirá buscando su propio interés. No utilizará al Padre de manera egoísta. Se alimentará de la Palabra viva de Dios, solo «multiplicará» los panes para alimentar el hambre de la gente.

Esta es probablemente la tentación más grave de los cristianos de los países ricos: utilizar la religión para completar nuestro bienestar material, tranquilizar nuestras conciencias y vaciar nuestro cristianismo de compasión, viviendo sordos a la voz de Dios que nos sigue gritando ¿dónde están vuestros hermanos? 

En la segunda tentación, Jesús renuncia a obtener «poder y gloria» a condición de someterse como todos los poderosos a los abusos, mentiras e injusticias en que se apoya el poder inspirado por el «diablo». El reino de Dios no se impone, se ofrece con amor, solo adorará al Dios de los pobres, débiles e indefensos.

En estos tiempos de pérdida de poder social es tentador para la Iglesia tratar de recuperar el «poder y la gloria» de otros tiempos pretendiendo incluso un poder absoluto sobre la sociedad. Estamos perdiendo una oportunidad histórica para entrar por un camino nuevo de servicio humilde y de acompañamiento fraterno al hombre y a la mujer de hoy, tan necesitados de amor y de esperanza. 

En la tercera tentación, Jesús renuncia a cumplir su misión recurriendo al éxito fácil y la ostentación. No será un Mesías triunfalista. Nunca pondrá a Dios al servicio de su vanagloria. Estará entre los suyos como el que sirve.

Siempre será tentador para algunos utilizar el espacio religioso para buscar reputación, renombre y prestigio. Pocas cosas son más ridículas en el seguimiento a Jesús que la ostentación y la búsqueda de honores. Hacen daño a la Iglesia y la vacían de verdad.

José Antonio Pagola

1 Cuaresma – C (Lucas 4,1-13)

Evangelio del 14/feb/2016

por Coordinador Grupos de Jesús



Publicado por verdenaranja @ 22:27  | Espiritualidad
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Mi?rcoles, 10 de febrero de 2016

Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. ‘La medida que uséis con los pobres, la usará Dios con vosotros’ (ZENIT)

“Plántale cara al hambre: Siembra” Manos Unidas 2016

La Campaña contra el Hambre que año tras año promueve “Manos Unidas”, ONG de la Iglesia Católica para el desarrollo, llama de nuevo a nuestros corazones con este sugestivo lema: “Plántale cara al hambre: Siembra”. Es la traducción a nivel de desarrollo de aquella exhortación de san Pablo: “No te dejes vencer por el mal, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21).

Una mirada al mundo en que vivimos nos presenta una gran injusticia, por la que los países desarrollados derrochan recursos, mientras muchos países no tienen ni siquiera lo necesario para su promoción elemental. Si a eso añadimos la corrupción generalizada en tantos niveles, tanto por parte de los países que ayudan como por parte de los países que son ayudados, al final quienes pierden son los más pobres, que no tienen acceso a ningún tipo de ayuda para tener una elemental sanidad, una educación básica, una vivienda digna, una alimentación suficiente, una dignidad personal en todos los sentidos.

La propuesta cristiana en este y en todos los temas no es el conflicto, ni la pancarta fácil tras la que uno se esconde sin mayor compromiso, ni las palabras inútiles, que sólo sirven para meter ruido. La postura cristiana lleva a implicarse vitalmente y de verdad. Y esa implicación tiene en Jesucristo su punto de referencia. Él no ha arreglado el mundo simplemente con palabras, sino dando su vida entera, con amor a los enemigos, hasta el extremo de la muerte en cruz, y venciendo la muerte con su resurrección.

Manos Unidas no pierde el tiempo en lamentos estériles de lo mal que está el mundo. Se pone manos a la obra y recluta personas y recursos para llevar adelante una campaña permanente que despierte en nosotros el sentido de justicia y solidaridad con el que hemos de devolver a los pobres de la tierra lo que les pertenece. No se trata, por tanto, de hacer un recuento de todo lo que haría falta para desterrar el hambre de nuestro planeta. Manos Unidas se pone a trabajar en numerosos proyectos, pequeños pero eficaces, que llevan la esperanza a miles, a millones de personas que no pueden esperar más.

El segundo domingo de febrero, este año el día 14, nos espera esa colecta extraordinaria, precedida del ayuno voluntario el viernes anterior, que en contexto litúrgico hacemos cada año para recaudar estos fondos y ponerlos “a los pies de los Apóstoles” (Hch 4,35), hoy los Obispos, cuyo cauce es Manos Unidas para los fines de promoción que se organizan. Pero la colecta se alarga durante todo el año, llegando a su punto culminante en esta fecha.

Es ocasión propicia para agradecer a todas las personas que participan en esta movida, sobre todo mujeres, por cada una de las parroquias de nuestra diócesis, además de los servicios diocesanos que desde Córdoba funcionan todo el año. Aquellas mujeres de Acción Católica pusieron en marcha con intuición maternal esta Campaña anual, que lleva a muchas bocas el pan, a muchas mentes la cultura y a muchos corazones la dignidad de la persona, apoyando especialmente propuesta de promoción de la mujer en tales países.

Os agradezco a todos vuestra generosidad. Córdoba es una de las diócesis más generosas de España, y no es de las más ricas. Pero el trabajo constante que realizan los y las voluntarios de Manos Unidas hace que se multipliquen las iniciativas para sacar algunos fondos, que unidos a los demás, constituyen una ayuda muy importante. Gracias a todos. Gracias a Dios que os hace generosos y capaces de compartir. Gracias especialmente a las personas que dedican su tiempo para que esta organización alcance sus objetivos.

La medida que uséis con los pobres, la usará Dios con vosotros. Dios es rico en misericordia. Sed generosos y aportad vuestro donativo, quitándolo quizá de algún capricho o de cosas necesarias. Dios os lo recompensará.

Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

 


Publicado por verdenaranja @ 13:57  | Hablan los obispos
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Reflexión a las lecturas del Miércoles de Ceniza ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez PIñero bajo en epígrafe  "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

El Miércoles de Ceniza se nos hace un anuncio muy importante y alegre: dentro de cuarenta días, celebraremos la Pascua. Es, como sabemos, la fiesta más importante y gozosa del año. ¡Y hay que prepararla bien! Una fiesta que no se prepara, o no se celebra, o se celebra mal. Y eso es lo que sucede con frecuencia con estas celebraciones de la Semana Santa y, en concreto, la Pascua. Y hemos de centrarnos en todo: en el don de la gracia y en todas las consecuencias prácticas que traen a nuestra vida, en lo personal y en lo comunitario.

Me parece que este día deberíamos realizar una doble mirada: a la Pascua y a nosotros mismos. Al mirar a la Pascua, contemplamos el misterio central de  nuestra fe. Al mirarnos a nosotros, nos vemos partícipes del misterio pascual, por el Bautismo y los demás sacramentos, y por el misterio mismo de la Iglesia, que nace de la Pascua, cuyo don más importante es el Espíritu Santo, que la puso y la pone siempre en marcha. Entonces, enseguida, constatamos la necesidad de la conversión, de un cambio en nuestra vida. ¿Quién puede decir que todo esto lo vive con perfección, en plenitud? Por eso en la oración de la Misa le pedimos al Señor, mantenernos en “espíritu de conversión”, que es más que una simple conversión rutinaria, para cumplir con la Cuaresma. Por eso, se nos dice en una de las fórmulas de la celebración de este día: “Convertíos y creed el Evangelio”.

Con este anhelo de conversión comenzamos, nos adentramos en este santo tiempo, “vistiéndonos de saco y ceniza”, como hemos aprendido en la Iglesia. Hay devoción entre la gente de recibir hoy la ceniza. Hay que ayudarles a comprender que sin espíritu de conversión, no tiene sentido.

La primera lectura llama a la conversión a todo el pueblo de Dios: “Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión, congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a los muchachos y niños de pecho…”

S. Pablo nos advierte que el Tiempo de Cuaresma es un gran don de Dios. Y “no podemos echar en saco roto la gracia de Dios”, porque “ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación”. Y somos, de alguna forma, “embajadores de Dios”, para anunciar la alegre noticia de “la Reconciliación con Dios y con la Iglesia”, a la que también ofendemos con nuestros pecados. Y es que sabe el Señor que somos  perezosos muchas veces, a la hora de practicarla.

El Evangelio nos presenta la conversión en positivo. Y responde a esta pregunta fundamental: ¿Qué tenemos que hacer en la Cuaresma?  “La práctica de la justicia”, que se expresa, en concreto, en “la limosna, la oración y el ayuno”, siguiendo el orden del texto. Son prácticas que tenemos que hacer de cara a Dios, no para que las vean los hombres. De lo contrario, nos dice el Señor: “ya han recibido su paga”.

¡Y porque la Cuaresma es todo esto, es un tiempo de esperanza!

Que la Virgen María, los ángeles y los santos vengan en ayuda de nuestra fragilidad.                                         

¡BUENA CUARESMA!


Publicado por verdenaranja @ 13:49  | Espiritualidad
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MIERCOLES DE CENIZA   

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

                  Escuchemos ahora la voz del profeta que convoca al pueblo de Dios a la conversión y a la penitencia: "rasgad los corazones no las vestiduras”.      

 

SEGUNDA LECTURA

                  La exhortación que nos hace el apóstol S. Pablo, podemos aplicarla a este tiempo de Cuaresma que comenzamos: "No echéis en saco roto la gracia de Dios...""Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios".

 

TERCERA LECTURA

                  El Señor nos habla del espíritu con que hemos de realizar las prácticas cuaresmales, para que sea gratas al Padre del Cielo y provechosas para nosotros. Escuchemos con atención.        

 

COMUNIÓN

                  En la Comunión nos encontramos con el Señor que, con su palabra y su ejemplo, nos señala el camino de la Cuaresma. Que Él mueva nuestros corazones y nos ayude a prepararnos debidamente para la celebración del Misterio Pascual: su Muerte y Resurrección, por la salvación del mundo.

  


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ORACIÓN A MARÍA POR EL ENFERMO

 

María, Divina Enfermera,

cuida el cuerpo y el alma de los enfermos:

en el dolor, sosiégalos;

en la soledad, acompáñalos;

en el miedo, alienta su confianza.

 

María de Caná, alegra sus días.

En la oscuridad, ilumina su fe;

en la debilidad, impulsa su ánimo;

en la desesperación, sostén su esperanza

y hazlos testigos del amor de Dios.

 

Madre de la Misericordia,

si su vida se apaga,

intercede por ellos ante tu Hijo,

vencedor de la muerte,

y cógelos en tus brazos,

Virgen de la ternura. Amén.


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Mensaje del Santo Padre Francisco para la XXIV Jornada Mundial del Enfermo 2016 

Confiar en Jesús misericordioso como María: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5)

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

La XXIV Jornada Mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad para estar especialmente cerca de vosotras, queridas personas enfermas, y de los que se ocupan de vosotras.

Debido a que este año, dicha jornada será celebrada de manera solemne en Tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), en las que Jesús hizo su primer milagro gracias a la intervención de su Madre. El tema elegido - Confiar en Jesús misericordioso como María: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5) se inscribe muy bien en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia. La Celebración eucarística central de la Jornada tendrá lugar el 11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de la Beata Virgen María de Lourdes, precisamente en Nazaret, donde «la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,14). Jesús inicio allí su Misión salvífica, asumiendo para sí las palabras del profeta Isaías, como nos refiere el evangelista Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos; para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor» (4,18-19).

La enfermedad, especialmente aquella grave, pone siempre en crisis la existencia humana y trae consigo interrogantes que excavan en lo íntimo. El primer momento a veces puede ser de rebelión: ¿Por qué me ha sucedido justo a mí? Se puede entrar en desesperación, pensar que todo está perdido y que ya nada tiene sentido…

En estas situaciones, por un lado la fe en Dios es puesta a la prueba, pero al mismo tiempo revela toda su potencialidad positiva. No porque la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor, o los interrogantes que derivan de ello; sino porque ofrece una clave con la cual podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver de que modo la enfermedad puede ser el camino para llegar a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado, cargando la Cruz. Y esta clave nos la proporciona su Madre, María, experta de este camino.

En las bodas de Caná, María es la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal cual es: «No tienen vino» (Jn 2,3). Y cuando Jesús le hace presente que aún no ha llegado el momento para que Él se revele (cfr v. 4), dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Entonces Jesús realiza el milagro, transformando una gran cantidad de agua en vino, en un vino que aparece de inmediato como el mejor de toda la fiesta. ¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la Jornada Mundial del Enfermo?

El banquete de bodas de Caná es un icono de la Iglesia: en el centro está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca de Jesús y de sus discípulos, está María, Madre previdente y orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumentarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados. Y Jesús no rechazó la petición de su Madre. ¡Cuánta esperanza en este acontecimiento para todos nosotros! Tenemos una Madre que tiene sus ojos atentos y buenos, como su Hijo; su corazón materno está lleno de misericordia, como Él; las manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús que partían el pan para quien estaba con hambre, que tocaban a los enfermos y les curaba. Esto nos llena de confianza y hace que nos abramos a la gracia y a la misericordia de Cristo. La intercesión de María nos hace experimentar la consolación por la cual el apóstol Pablo bendice a Dios: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación» (2 Co 1,3-5). María es la Madre “consolada” que consuela a sus hijos.

En Caná se perfilan los rasgos característicos de Jesús y de su misión: Él es Aquel que socorre al que está en dificultad y en la necesidad. En efecto, en su ministerio mesiánico curará a muchos de sus enfermedades, malestares y malos espíritus, donará la vista a los ciegos, hará caminar a los cojos, restituirá la salud y la dignidad a los leprosos, resucitará a los muertos, a los pobres anunciará la buena nueva (cfr Lc 7,21-22). La petición de María, durante el banquete nupcial, sugerida por el Espíritu Santo a su corazón materno, hizo surgir no sólo el poder mesiánico de Jesús, sino también su misericordia.

En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente en la vida de muchas personas que se encuentran al lado de los enfermos y saben captar sus necesidades, aún las más imperceptibles, porque miran con ojos llenos de amor. ¡Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, pone su invocación en las manos de la Virgen! Para nuestros seres queridos que sufren debido a la enfermedad pedimos en primer lugar la salud; Jesús mismo manifestó la presencia del Reino de Dios precisamente a través de las curaciones: «Id y contad a Juan lo que oís y lo que veis: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen y los muertos resucitan» (Mt 11,4-5). Pero el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos una paz, una serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que le piden con confianza.

En la escena de Caná, además de Jesús y de su Madre, están los que son llamados los “sirvientes”, que reciben de Ella esta indicación: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer directamente el vino en las tinajas. Pero quiere contar con la colaboración humana, y pide a los sirvientes que las llenen de agua. ¡Cómo es precioso y   agradable a Dios ser servidores de los demás! Esto más que otras cosas nos hace semejantes a Jesús, el cual «no ha venido para ser servido sino a servir» (Mc 10,45). Estos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino que obedecen generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde (cfr Jn 2,7). Se fían de la Madre, y de inmediato hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin hacer cálculos.

En esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús misericordioso, a través de la intercesión de María, Madre suya y nuestra, que conceda a todos nosotros esta disponibilidad al servicio de los necesitados, y concretamente de nuestros hermanos y de nuestras hermanas enfermas. A veces este servicio puede resultar fatigoso, pesado, pero estamos seguros que el Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino. También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestras fatigas y sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el vino más bueno. Con la ayuda discreta a quien sufre, tal como en la enfermedad, se toma en los propios hombros la cruz de cada día y se sigue al Maestro (cfr Lc 9,23); y aunque el encuentro con el sufrimiento será siempre un misterio, Jesús nos ayudará a revelar su sentido.

Si sabremos seguir la voz de Aquella que dice también a nosotros: «Haced lo que Él os diga», Jesús transformará siempre el agua de nuestra vida en vino apreciado. Así esta Jornada Mundial del Enfermo, celebrada solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar el augurio que he manifestado en la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia: «Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con el Hebraísmo, con el Islam y con las demás religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación» (Misericordiae Vultus, 23). Cada hospital o cada estructura de sanación sea signo visible y lugar para promover la cultura del encuentro y de la paz, donde la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y toda división.

En esto son ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el mes de mayo último: santa María Alfonsina Danil Ghattas y santa María de Jesús Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa.  La primera fue testigo de mansedumbre y de unidad, ofreciendo un claro testimonio de cuan importante es que seamos unos responsables de los otros, de vivir uno al servicio del otro. La segunda, mujer humilde e iletrada, fue dócil al Espíritu Santo y se volvió instrumento de encuentro con el mundo musulmán.

A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, deseo que sean animados por el espíritu de María, Madre de la Misericordia. «La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios» (ibid., 24) y llevarla impregnada en nuestros corazones y en nuestros gestos. Confiemos a la intercesión de la Virgen las ansias y las tribulaciones, junto con los gozos y las consolaciones, y dirijamos a ella nuestra oración, a fin de que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y nos haga dignos de contemplar hoy y por siempre el Rostro de la misericordia, a su Hijo Jesús.

 

Acompaño a esta súplica por todos vosotros mi Bendición Apostólica.

 

Desde el Vaticano, 15 de setiembre de 2015

Memoria de la Beata Virgen María Dolorosa

 

Papa Francisco


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JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA

14 de febrero de 2016

 

MONICIÓN DE ENTRADA

 

Queridos hermanos:

Celebramos hoy la Jornada Mundial del Enfermo, bajo el lema “María, icono de la confianza y el acompañamiento”, que remite a la figura de María en su relación con quien tiene necesidad o quien sufre y su vivencia del sufrimiento al lado del mismo Cristo camino de la cruz. Con esta celebración, en España se da inicio a la campaña que concluirá con la celebración de la Pascua del Enfermo, el sexto domingo de Pascua.

        María nos invita a actuar desde la discreción, la confianza, la alabanza, la misericordia, y siempre con los ojos fijos en Jesús, Salud de los enfermos.

Que Ella nos impulse a ver quién nos necesita y a comprometernos también nosotros en el mundo del sufrimiento, dando testimonio de nuestra fe y confianza, con el corazón lleno de la misericordia del Padre.

 

 

 

 

 

ENVÍO DE AGENTES DE PASTORAL DE LA SALUD

 

La misión de atender a los enfermos forma parte indispensable de la tarea encomendada por Jesús a su Iglesia, como cauce por el cual llega hasta ellos la Buena Noticia del Evangelio. Para llevar a cabo esta tarea, el Señor elige a miembros de su pueblo y los envía con esta misión a confortar, consolar y acompañar a quienes atraviesan por la circunstancia de la enfermedad propia o de un ser querido.

 

Vamos a proceder a continuación a la presentación y envío de los miembros de nuestra parroquia que se sienten llamados por Dios a desempeñar este valioso servicio.

 

(A continuación se nombra a los miembros del equipo de Pastoral de la Salud y se van colocando delante del altar)

 

Queridos hermanos: el vuestro es un servicio que nos corresponde realizar a todos los discípulos de Jesucristo, que hemos de descubrir la presencia del Señor en toda persona que sufre en su cuerpo o en su espíritu.

Sin embargo, vosotros, como miembros del equipo parroquial de Pastoral de la Salud, asumís este compromiso con una exigencia mayor. Vais a prestar una valiosa colaboración a la misión caritativa de la Iglesia y, en consecuencia, vais a trabajar en su nombre, abriendo a todos los hombres los caminos del amor cristiano y de la fraternidad universal.

Cuando realicéis vuestra tarea, procurad actuar siempre movidos por el Espíritu del Señor, es decir, por un verdadero amor de caridad sobrenatural. De este modo seréis reconocidos como auténticos discípulos de Cristo.

 

(El sacerdote, con las manos extendidas sobre ellos, pronuncia la siguiente oración de bendición)

 

Oremos:

 

Oh Dios, que derramas en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, el don de la caridad, bendice + a estos hermanos nuestros, para que, practicando la caridad en la visita y atención de los enfermos, contribuyan a hacer presente a tu Iglesia en el mundo, como un sacramento de unidad y de salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

Ahora, queridos hermanos, para mostrar vuestra disponibilidad a prestar este servicio en nuestra comunidad parroquial, os invito a recitar juntos esta oración que tenéis en vuestras manos, pidiendo la ayuda de Dios para llevar a cabo la misión que habéis recibido.

 

(Todos juntos recitan en voz alta la siguiente oración)

 

 

 

Señor, en mi vida me pregunto muchas veces

cómo actuarías Tú.

Te veo junto a los enfermos, cómo les ayudas

y cómo afrontas Tú el sufrimiento.

 

¡Cuánto me falta para parecerme a Ti!

Dame tu Espíritu, Señor.

Dame un corazón misericordioso como el tuyo.

Llénalo de esperanza cuando estoy enfermo

o cuando acompaño a quien lo está.

Ilumina mi mirada

para acercarme a los enfermos y sus familias

descubriendo sus necesidades,

pero también sus riquezas y recursos.

Y tú, María, que guardabas

todos los misterios de la vida en el corazón,

haz que yo guarde en el mío

las preciosas -y a veces dolorosas- experiencias

compartidas en medio del dolor,

y las transforme en vida.

 

(Terminada la oración, se retiran a su lugar y continúa la celebración con el Credo y la oración de los fieles)

 

 

 

 

 

ORACIÓN DE LOS FIELES

 

Elevemos nuestra oración a Dios, Padre misericordioso, en quien ponemos nuestra confianza al iniciar este tiempo de Cuaresma. Lo hacemos por mediación de María, salud de los enfermos, respondiendo:

 

R. Confiamos en ti, Señor.

 

—   Por la Iglesia: para que todas las personas puedan experimentar en ella la fuerza del corazón misericordioso del Padre. Oremos.

 

—   Por nuestro mundo, marcado por el sufrimiento en sus distintas formas, para que el Padre lo transforme y ponga en su corazón la misericordia y el perdón de su Hijo Jesús. Oremos.

 

—   Por nuestros hermanos enfermos: para que, experimentando el misterio de la cruz, sientan también la presencia cercana y maternal de la Virgen. Oremos.

 

—   Por las familias de los enfermos, los profesionales, los voluntarios y todos aquellos que les atienden y cuidan, para que se conviertan en preciosos iconos de confianza y acompañamiento al lado del que sufre. Oremos.

 

—   Por todos los religiosos y religiosas consagrados al servicio de los enfermos y los pobres: para que, como María en su visita a Isabel, sean imagen de la solicitud de Cristo por los hermanos que nos necesitan. Oremos.

 

—   Por nuestra comunidad cristiana: para que tenga siempre los ojos atentos y el corazón sensible a las necesidades de quien sufre, y se convierta así en oasis de la misericordia del Padre. Oremos.

 

Escucha, Padre, nuestra oración y danos un corazón compasivo como el de María, para que nos mostremos siempre más atentos a las necesidades de nuestros hermanos que sufren y nos comprometamos, sin miedo, a acompañarles. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


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Martes, 09 de febrero de 2016

Mensaje de monseñor José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, para la Cuaresma 2016 (aica)

Conversión, Misericordia y vida de Iglesia

1 . Vivir la Cuaresma en el marco del Año Santo de la Misericordia es una gracia que debe iluminar nuestro camino de conversión y orientar nuestro compromiso eclesial. La conversión es un aspecto central en la vida cristiana. La pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿convertirnos a qué o a para qué? La conversión necesita de un proyecto de vida que lo veamos como un ideal. En nuestro caso este proyecto se identifica con una persona. Es, por ello, que la conversión no comienza mirándonos a nosotros sino a Jesucristo, en quién descubrimos ese proyecto de vida como camino de nuestra plena realización y el motivo que nos urge a participar en la vida de la Iglesia.

2 . Si no partimos de Jesucristo
y de su proyecto de vida como de un ideal que nos mueve a seguirlo, la conversión va perdiendo exigencia, compromiso y esperanza. Cuando san Pablo les presenta a los cristianos de Éfeso el ideal de la vida cristiana, les dice:
“hasta que todos lleguemos…. al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13). Jesucristo es la fuente de nuestra realización y, con nosotros, el principio de una vida nueva para toda la creación. Esta mirada de fe que da sentido a la conversión es el fundamento de nuestra esperanza.

3. La fe no es una utopía, sino la certeza y dinámica de un acontecimiento que es la misma persona de Jesucristo:
“el iniciador y consumador de nuestra fe” (Heb. 12, 2). Podemos decir que la raíz de lo que podríamos llamar una utopia cristiana es Jesucristo. Es decir, esperamos que se manifieste plenamente lo que ya se realizó en Él, como principio de un hombre nuevo y de un mundo nuevo (cfr. Ap. 21, 1). La dimensión escatológica es esencial en la fe cristiana. Esto nos habla de un horizonte trascendente en nuestras vidas, que se ha cumplido en Cristo y lo vivimos en la esperanza.

4. El conocimiento de la fe no es, por ello, algo cerrado que dominamos y manejamos, sino un conocimiento abierto que lo podríamos comparar con la certeza del peregrino que camina hacia una meta, sabe a dónde va aunque aún no la conoce plenamente. Es bueno recordar la definición de la fe que nos da la carta a los Hebreos:
“la fe es la garantía de los bienes que se esperan y la plena certeza de las realidades que no se ven” (Heb. 11, 1). A esta verdad de la fe la vivimos con la alegría y la firmeza de una esperanza que se apoya en Jesucristo (cfr. Spe Salvi 1; Rom. 8, 24).

5. La meta de la conversión es la vida de Dios, la santidad, como un bien al que todos estamos llamados. El camino siempre es Jesucristo, nuestra tarea en la vida cristiana será llegar a tener:
“los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Filp. 2, 5). Sólo en él nuestra vida alcanza su estatura y madurez espiritual. No seguimos, decíamos, una idea sino a una persona que se nos presenta como un camino de gracia y verdad, de vida y santidad, de amor y solidaridad. En esta línea de seguimiento a Cristo se comprende las palabras de san Pablo, cuando nos dice: “Desvístanse del hombre viejo……y revístanse de entrañas de misericordia” (Col. 3, 12). Conversión y Misericordia se presentan como una exigencia de nuestra fe en Jesucristo, y que debe ser la causa que motive nuestra oración, examen de conciencia y el compromiso con la vida de la Iglesia.

6. La fuente de la misericordia es el amor de Dios. Es Jesucristo quién nos lo revela y en quien descubrimos:
“el rostro de la misericordia del Padre” (MV. 1). A esta misericordia del Padre la contemplamos sobre todo, nos dice Francisco, en tres parábolas especiales: “la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del Padre y los dos hijos (Lc. 15, 1-32). Detenernos en una lectura meditada y hecha oración de estas parábolas, es la mejor manera de introducirnos en la riqueza de la misericordia de Dios, a la que somos llamados: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”, [/c] (Lc. 6, 36). La misericordia se convierte así, va a concluir: “en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos” (MV. 9).

[n]7.
La misericordia es expresión de un amor que se hace cercanía ante el dolor y la necesidad del otro. Es un amor paciente que espera el momento del encuentro, no se detiene ante una respuesta negativa o no esperad; así nos ama Dios, incluso en nuestra lejanía. Porque nace del amor ella eleva, primero, a quién la vive. En las Sagradas Escrituras la misericordia: “es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros” (MV. 9). Esta certeza lleva al Santo Padre a decirle a la Iglesia, y en ella a cada uno de nosotros, con el reclamo de una verdad de fe: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia” (MV. 10).

8. Un modo concreto de iniciar esta Cuaresma en el marco del Año Santo de la Misericordia, es hacer realidad en nuestras vidas las palabras de Francisco cuando afirma: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales” (MV. 15). El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2447), las define: “Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos” (cfr. Mt. 25, 31-46). Esto nos marca un camino cuaresmal.

9. Considero que el acento eclesial puesto por el Santo Padre en la Misericordia como: “la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”, nos debería llevar a sentirnos llamados a fortalecer su vida pastoral. Es en este sentido que los invito a participar en sus comunidades, en las diversas áreas pastorales donde la Iglesia vive y se expresa en estas obras, pienso en: catequesis, caritas, pastoral de la salud, pastoral carcelaria… ¡Cuánta necesidad tenemos de expresar como Iglesia el amor misericordioso de Dios que hemos conocido en Jesucristo! Recordemos que el testimonio cristiano alcanza su madurez eclesial en el ámbito en el que celebro y participo de la eucaristía.

10. Los invito a que vivamos esta Cuaresma, en el Año Santo de la Misericordia, como un tiempo de gracia que nos haga crecer en la intimidad con el Señor y fortalezca nuestro compromiso eclesial. Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y nuestra Madre de Guadalupe.

Mons. José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


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S?bado, 06 de febrero de 2016

Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. ‘¡Qué tarea más apasionante mostrar cómo Dios nos ama de un modo obstinado y nos envuelve con su inagotable ternura!’ 4 febrero 2016. ZENIT

“¿Qué quieres que haga por ti?” La vida consagrada, profecía de la misericordia

En medio de esta historia, la vida consagrada sigue realizando la misma pregunta que Jesús hizo al ciego de nacimiento: «¿Qué quieres que haga por ti?». En ella subyacen los lemas de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada –La vida consagrada, profecía de la misericordia– y de la clausura del Año de la Vida Consagrada –Vida consagrada en comunión–. Aquí, en nuestra Iglesia diocesana, esto tiene una fuerza muy grande. La pasión por vivir el mandato del Señor –«seréis mis testigos» e «id y anunciad el Evangelio»– lleva a todos los consagrados a estar en medio del mundo con actitud de agradecimiento a Dios y esperanza, y a seguir las huellas de Jesús y permanecer atentos a las situaciones de los hombres, preguntando siempre a quienes buscan y se encuentran por el camino: «¿Qué quieres que haga por ti?».

En esta línea, recuerdo la fuerza expresiva y la importancia que tienen las palabras del anciano Simeón cuando ve a Jesús con sus padres entrando en el templo: «Ahora Señor puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador […] luz para alumbrar a las naciones» (cf. Lc 2, 22-40). Los miembros de la vida consagrada, esos hombres y mujeres que viven una comunión plena con el Señor y muestran su rostro misericordioso, según el carisma que han recibido, hacen percibir a quienes se encuentran por el camino lo mismo que experimentó Simeón: agradecimiento, realización, compromiso, esperanza, salvación.

Cuando meditaba la encíclica Lumen fidei, del Papa Francisco, en algunas palabras veía la vida consagrada y la actualidad que tiene en estos momentos de la historia para iluminar el camino de la vida de los hombres. La contemplaba al leer que «poco a poco, sin embargo, se ha visto que la luz de la razón autónoma no logra iluminar suficientemente el futuro; al final, este queda en la oscuridad, y deja al hombre con miedo a lo desconocido. De este modo, el hombre ha renunciado a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino. Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso […]» (Cfr. LF. 20-21). Me imaginaba a tantos consagrados que, en medio de situaciones y campos muy diversos, con su entrega profética, son luz; y con los que se hace palpable la cercanía del Señor a los hombres. El presente y el futuro tienen que ser iluminados por la Luz que es el mismo Jesucristo. Y la vida consagrada, en el carisma que Dios ha regalado a cada miembro, muestra esa Luz en lo cotidiano de la vida.

«Seréis mis testigos» con la misma expresión y modo de actuar que utilizó Jesús cuando se encontró con aquel ciego al borde del camino que, al oír su paso, gritaba para que le atendiese. En aquel momento, Jesús se volvió hacia él y le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Y es que «seréis mis testigos» e «id y anunciad el Evangelio» están íntimamente unidos a esta manera de estar presente en el mundo de Jesús, quien quiere que su Iglesia siga haciendo lo mismo. La vida consagrada es profecía de misericordia, y esa profecía se hace testimonio y se convierte en la pregunta más necesaria para todos los hombres y mujeres: «¿Qué quieres que haga por ti?». La reacción de Jesús fue inmediata, como es inmediata la reacción de la vida consagrada. No hay situación humana a la que Jesús no dé respuesta con testigos cualificados que dedican y consagran su vida a lo que los hombres necesitan. Y esto en todas las formas de vida consagrada: en la vida activa y en la vida contemplativa.

Deseo dejar claro que en todos los consagrados que he conocido en mi vida, en lo que hacen y dicen, he percibido que, por su fe, saben que Dios se ha hecho muy cercano a nosotros y les pide manifestar esa cercanía que haga palpar el rostro misericordioso de Cristo. La adhesión al Señor, la fe en Él, es un gran don que nos transforma interiormente, que habita en nosotros, y así nos da la luz que ilumina el origen y el final de la vida, el arco completo del camino humano. Y ellos nos hacen entender la novedad que aporta la fe. ¡Qué fuerza tiene ver cómo el consagrado es transformado por el Amor! ¡Qué misterio más grande contemplar cómo, al que se abre por la fe a este Amor que se le ofrece gratuitamente, su existencia se dilata más allá de sí mismo y va en búsqueda de los otros! Y así entendemos lo que el apóstol san Pablo dijo: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).

En la fe, el yo del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así la vida se hace más grande en el Amor y podemos tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial. Ahí tenemos a la vida consagrada, que proféticamente sale a los caminos de este mundo, haciendo vida el mandato del Señor de ir a todos los hombres y anunciarles el Evangelio. Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza. A este mundo, como muy bien nos ha dicho el Papa Francisco, hay que salir viviendo las bienaventuranzas y la imagen responsable que nos da el Juicio Final, manifestando que la dicha de habernos encontrado con el Señor se realiza y verifica en obras: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 34-36).

El Papa Francisco nos habla del «evangelio de la alegría». Y sabemos que «evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Hijo, para que la humanidad tenga la verdadera sabiduría, que engendrará el nuevo humanismo», que no solamente no aparta a los hombres de la relación con Dios, sino que los conduce a esa relación, ya que garantiza la verdad de lo que es la persona humana y las relaciones entre los hombres. El Amor tiene su origen en Dios. Aquí está la riqueza de formas diversas de vida consagrada que salen al encuentro de todos. ¡Qué tarea más apasionante mostrar cómo Dios nos ama de un modo obstinado y nos envuelve con su inagotable ternura! San Juan Pablo II se dirigió a los enfermos en Polonia así: «La Cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre. […] La cruz es como un toque de amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre». Me vais a permitir un desvarío: la necesidad más grande del hombre es ser curado, sanado y amado. Y «la vida consagrada, profecía de misericordia», se acerca a la historia concreta de los hombres para mostrar el rostro misericordioso del Señor que sigue preguntando a todos los hombres: «¿Qué quieres que haga por ti?».

Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid


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 Lanza tus redes por Enrique Díaz Díaz

V Domingo Ordinario – Ante un mundo que parece derrumbarse, ¿qué respuesta damos? . ZENIT

4 febrero 2016    

Isaías 6, 1-2. 3-8: “Aquí estoy, Señor, envíame”
Salmo 137: “Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste”
I Corintios 15, 1-11: “Esto es lo que hemos predicado y lo que ustedes han creído”
San Lucas 5, 1-11: “Dejándolo todo, lo siguieron”


¿Qué hacer frente al fracaso? Cuando una persona supera el fracaso, muestra la verdadera grandeza de su corazón. Hay quienes se rebelan, insultan y culpan a otros de las propias fallas. Hay quienes caen en depresiones y se dejan llevar por el abandono. No faltan los que se ahogan en el alcohol o en la droga, quienes se entregan a los excesos y a los vicios queriendo olvidar los propios fracasos. Tenemos que reconocer que personas muy buenas han caído en las redes del narcotráfico acosadas por el hambre y la desesperación. Desgraciadamente también encontramos, sobre todo en los últimos tiempos, el suicidio como una de las puertas de escape.

Huida, miedo, pesimismo, son las respuestas individuales y colectivas. Parecería que nuestros sistemas están fracasando, que cada día producen más pobres, que el narcotráfico y la violencia lo invaden todo. Las respuestas del sistema son cada día más pobres y unilaterales. Van produciendo más excluidos; hay menos ricos pero con más riqueza, crece el número de pobres y se abre más la brecha entre los poderosos y los que nada tienen. Muchos afirman que nuestro universo está a punto de derrumbarse. ¿Qué hacer frente a la catástrofe? ¿Esconder la cabeza y hacer como que no pasa nada? ¿Mirar solamente el bien personal? Ya el Papa Francisco nos previene diciéndonos que el pesimismo es una grave tentación.

Ciertamente se han intentado muchos caminos y, al igual que Pedro, hoy podríamos exclamar: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada”. Pero no podemos quedarnos con los brazos cruzados, ni esperar que el gobierno todo lo solucione, ni dejarnos llevar por la rabia y la desesperación hasta acabar de destruir este mundo en que vivimos. La peor solución es no hacer nada. ¿Qué estamos haciendo frente al fracaso de tantos sistemas? ¿Qué nos proponemos nosotros como cristianos?

Como si Cristo ignorara la fatiga de estar toda la noche en el lago pescando sin lograr nada, en la madrugada llega ordenando remar mar adentro y lanzar nuevamente las redes. ¿Sabrá, Cristo, del cansancio? ¿Sabrá del fracaso? Claro que lo sabe, pero de lo que no sabe es de la derrota, de lo que no sabe es de darse por vencido. El que venció a la muerte y al pecado, no puede darse nunca por vencido. Y así, desde el inicio, lanza a sus discípulos a luchar nuevamente, a insistir, a redoblar esfuerzos. Y algo diferente tiene este mandato. No es un nuevo intento del que tercamente se golpea contra el aguijón. Tiene ahora nuevos significados: es en su nombre, es desde el pequeño, es en su compañía y es para dar vida. Lo que alguien decía: “urge ir más allá de unos remedios, urge emprender iniciativas que creen espacios nuevos, con otros parámetros, con otras maneras de entender la vida”. Cristo les propone ser pescadores de hombres: no se puede pescar porque sí, nada más por el producto, lo que importa es el hombre, la mujer, el niño que tiene que alimentarse; lo que importa es la vida.

Esta es la invitación de Jesús: no tanto ver qué pasa con los pobres, sino cómo construimos una nueva sociedad con una cultura que incluya a todos. Propone un camino diferente, con una economía diferente. Lo especial de Jesús es que quiere construir desde lo pequeño, desde abajo, con los pobres, con los marginados, con los que se reconocen pecadores. Todos están llamados a construir el Reino, pero para ello Pedro ha tenido que reconocerse “pecador” e indigno; Isaías se confiesa “hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros”; y Pablo se presenta: “a mí, que soy como un aborto, porque perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol”. Antes de iniciar el proyecto de Jesús, se han reconocido impotentes, pequeños y pecadores.

Esta es la invitación y el estilo de trabajar de Jesús: opta por la vida pero desde los pequeños y pecadores. Pedro, Isaías y Pablo, para asumir el proyecto, se han tenido que desnudar de toda ambición y ¡vaya si les ha costado! Se han caído, cada uno a su manera, de su caballo, para intentar caminar al estilo de Jesús. Pero lo han entendido y con tenacidad y sin desmayar construyen el Reino; no los han doblegado las dificultades, no han dejado que las cosas marchen por sí solas. Con la presencia y la palabra de Dios, se han fortalecido y han buscado la construcción de ese nuevo Reino.

“No temas”, termina diciendo Jesús a Pedro. Se necesita no tener miedo, se necesita aventurarse y buscar nuevos caminos como hoy nos los propone Jesús. No bastan las excusas de cuánto hemos trabajado y cuántas veces hemos fracasado. La palabra de Jesús es imperiosa y nos ordena intentarlo una vez más. Ahora nos lanzamos en su nombre, con su palabra y a su estilo. Él va en el mismo barco con nosotros, no tengamos miedo. Muchos pequeños apóstoles con la palabra de Dios y sus débiles esfuerzos, han hecho mucho más que otros que solamente nos dedicamos a quejarnos, a criticar sistemas o a invocar nuevas teologías o nuevas economías. Es necesario trabajar, en comunión con Dios y en comunidad con los hermanos, donde todos sean respetados y tenidos en cuenta, donde todos se sientan amados y reconocidos como Hijos de Dios.

¿Qué tenemos que dejar nosotros para poder seguir a Jesús? Pedro y sus amigos dejaron sus redes que era todo lo que poseían y se enamoraron del camino de Jesús, ¿qué estamos haciendo nosotros? Como Iglesia, ¿nos sentimos derrotados por los problemas o estamos enamorados del camino de Jesús? Es cierto hay críticas y problemas pero escuchemos la voz de Jesús que nos invita: “Lanza tus redes”.

Padre Misericordioso, que tu amor incansable cuide y proteja siempre a estos hijos tuyos, que han puesto en tu gracia toda su esperanza. Que el fracaso no nos lleve nunca a dejar de luchar y que la Resurrección de tu Hijo sea el ejemplo y el modelo de toda nuestra vida. Amén.


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Viernes, 05 de febrero de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo quinto del Tiempo Ordinario C ofrecida par el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 5º del T. Ordinario C 

 

                   Comenzar la Vida Pública del Señor es escuchar sus primeras palabras,  contemplar sus primeros milagros, conocer sus primeros discípulos... Es la novedad de Jesús, que se hace Buena Noticia para nosotros.

                  El Evangelio de este domingo nos narra cómo Jesucristo elige a los primeros discípulos; de pobres pescadores del Lago, los convierte en “pescadores de hombres”. Y es que Dios -lo contemplábamos el domingo pasado- para hablarnos, para darnos sus dones, para salvarnos…, ha querido tener necesidad de de la fragilidad de lo humano.

                  Las lecturas de la Palabra de Dios de hoy nos presentan la vocación del profeta Isaías, la vida apostólica de S. Pablo, y la llamada de los primeros discípulos.

                  Es importarte subrayar que la decisión de cada uno de los llamados, viene precedida de una experiencia fuerte de la grandeza de Dios, o de un encuentro trascendental con Jesucristo. Es la visión gloriosa de Isaías, el camino de Damasco de Pablo y la pesca abundante de los discípulos.

                  También nosotros, como ellos, también nosotros somos llamados a ser discípulos del Señor, para seguirle y para ser pescadores de hombres, según la vocación de cada uno. Pero no podemos engañarnos: no daremos un paso adelante mientras no tengamos una experiencia fuerte de Dios. Es lo que suele llamarse “el descubrimiento de Jesucristo”, del que decía San Juan Pablo II que era la aventura más importante de nuestra vida. Algunos lo llaman también “mi conversión”.

                  A veces, en la vida de la comunidad, constatamos que la gente no quiere comprometerse mucho, o que se comprometen muy pocos en las distintas tareas eclesiales. Y nos desanimamos y nos quejamos. Pero, normalmente, no tenemos razón, no respetamos el ritmo de crecimiento de las personas y de las comuni-dades. Hay que esperar a que se encuentren con Jesucristo y, entonces, se comprometerán con Él y por Él.

                  ¡Los demás caminos son estériles o poco fiables!

                  Por tanto, si queremos contar con unas verdaderas comunidades cristianas, llenas de vitalidad y compromiso, tenemos que hacer todos los esfuerzos para propiciar el encuentro con Cristo. Entonces, tal vez, contempla-rán, como Isaías, al Señor que se pregunta: “A quién enviaré? ¿Quién irá por mí?” Y,  con el aliento del Espíritu del Señor, dirán: “Aquí estoy mándame”. O, como Pablo, se pueden encontrar caídos en su propio camino de Damasco, preguntando a Jesucristo Resucitado: “¿Qué debo hacer, Señor?”. Y entonces escucharán: “Levántate, sigue hasta Damasco y allí te dirán lo que tienes que hacer”. O, tal vez, como Pedro, abrumados por el peso de sus pecados, podrán arrojarse a los pies de Jesucristo, diciendo: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Y escucharán entonces la voz de Jesús que les dice: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres”.    

                  Lo primero, por tanto, es el descubrimiento de Cristo, el encuentro con  Él.

 

                                                                 ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 5º DEL TIEMPO ORDINARIO C  

 MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

En la vocación de Isaías, que nos narra la primera lectura, contemplamos el contraste entre la grandeza asombrosa de Dios y la pequeñez del profeta. Pero esta realidad no le lleva a la inactividad o a la huída, sino a la acción y al compromiso: "Aquí estoy. Mándame". 

SALMO

         Los ángeles de la visión de Isaías cantan a  Dios llamándole tres veces santo, como hacemos nosotros en la Santa Misa. Unámonos a esa alabanza con las palabras del salmo. 

SEGUNDA LECTURA

         Siguiendo con sus enseñanzas a los corintios, S. Pablo señala la realidad fundamental de nuestra fe: la Muerte y la Resurrección del Señor. Escuchemos. 

TERCERA LECTURA

         La misión de Jesús, sus enseñanzas, sus milagros, su palabra, constituyen una llamada a seguirle. Así elige el Señor a sus primeros discípulos.

         Pero antes de escucharlo en el Evangelio, cantemos de pie, el aleluya. 

COMUNIÓN

         El Señor Jesús alimenta a sus discípulos con su Cuerpo y con su Sangre, para que no desfallezcan en el camino de su seguimiento, y tengan la fuerza necesaria para ser verdaderos pescadores de hombres.

 


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Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel,   sobre el viaje apostólico. 3 febrero 2016. ZENIT

Francisco: pueblos originarios y migrantes

VER

El Papa no viene a México porque seamos muy importantes, sino porque hay problemas. No viene a visitar a sus amigos, sino a estar cerca de quienes más sufren. No viene a hacer turismo, ni a llevarse dinero al Vaticano, sino a traer signos de la misericordia de Dios y a urgirnos ser más misericordiosos con los pobres. Entre estos pobres, están los indígenas y los migrantes. También los presos, los enfermos, los ancianos. No excluye a todos los demás, pero tiene sus prioridades, que quiere sean las de Jesús y las nuestras. No viene a hacerse publicidad, pues nos ha dicho que no se debería hablar tanto del Papa, sino de Jesucristo; que no hay que hablar tanto de la Iglesia, sino de Reino de Dios.

Sin embargo, algunos no aceptan de corazón a los pobres. Por ejemplo, unos dicen que qué les viene a ver a los indígenas. Otros, que ojalá les diga que se porten mejor. Así lo expresó una persona que me envió este mensaje: “Yo me siento muy contenta que nuestro Papa nos visite y que venga especialmente para la gente indígena, porque a ver si así les viene a tocar un poco el corazón, ya que nuestros hermanos indígenas son de muy mal corazón”. Y alguien más me escribió: “Ellos son muy groseros e irrespetuosos; son los que tapan carreteras, golpean los carros, asaltan, matan y despojan hasta su propia gente. Ojalá que el Papa los exhorte a ser más humanos”. Es decir, los indígenas son los malos… No niego que haya pecado en ellos; pero no se reconocen las vejaciones y la explotación de que han sido víctimas. Esto es racismo puro, no de tiempos pasados, sino de hoy. Y en cuanto a los migrantes, todavía sigue habiendo desconfianzas y rechazos, así como engaños, robos, extorsiones y mil sufrimientos que pasan.

PENSAR

El Papa Francisco nos ha llamado varias veces a la conciencia para una conversión hacia los pobres, aunque hay muchos oídos sordos, e incluso se le critica por hablar tanto de estos temas. En particular, sobre indígenas y migrantes, nos ha dicho:

“Es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. Los indígenas no son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios.

En diversas partes del mundo, los indígenas son objeto de presiones para que abandonen sus tierras, a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura.

En nuestra época, los flujos migratorios están en continuo aumento en todas las áreas del planeta: refugiados y personas que escapan de su propia patria interpelan a cada uno y a las colectividades, desafiando el modo tradicional de vivir y, a veces, trastornando el horizonte cultural y social con el cual se confrontan.

La presencia de los emigrantes y de los refugiados interpela seriamente a las diversas sociedades que los acogen. Estas deben afrontar los nuevos hechos, que pueden verse como imprevistos si no son adecuadamente motivados, administrados y regulados. ¿Cómo hacer de modo que la integración sea una experiencia enriquecedora para ambos, que abra caminos positivos a las comunidades y prevenga el riesgo de la discriminación, del racismo, del nacionalismo extremo o de la xenofobia?

Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna.

Abundantes bendiciones para quienes socorren a los migrantes. Acójanlos sin miedo. Ofrézcanles el calor del amor de Cristo y descifrarán el misterio de su corazón”.

ACTUAR

Abramos el corazón a los indígenas y a los migrantes. Como ofrenda y fruto de la visita del Papa, estamos construyendo otros dos albergues para migrantes, uno en Frontera Comalapa, y el otro en Salto de Agua. Hemos abierto una cuenta bancaria, por si alguien de ustedes quiere colaborar en esta obra de misericordia: Cuenta No. 659 10 88 de Banamex, sucursal 7009, en San Cristóbal de Las Casas, a nombre de un servidor.


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Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). 2 febrero 2016. ZENIT

Quinto Domingo Tiempo Común Ciclo C   

Textos: Is 6, 1-2a. 3-8; 1 Co 15, 1-11; Lc 5, 1-11

 

Idea principal: La vocación, o sea, el llamado de Jesús a seguirle.

Síntesis del mensaje:  Continuamos con el ministerio de Jesús en Galilea. Ahora, con la vocación de sus primeros discípulos, junto al lago de Tiberíades y la pronta respuesta de dos parejas de hermanos. Como preparación de esta escena leemos en la primera lectura la vocación profética de Isaías. Hoy se nos invita a reflexionar en el sentido de la vocación en la vida de todo cristiano.

 Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Dios a unos llama para la vida consagrada o sacerdotal. ¿Quién llama? Dios nuestro Señor y Padre. ¿A través de qué o de quiénes llama? A través de causas segundas: un sacerdote, un amigo, una lectura, un accidente, un retiro, una decepción. ¿A quién llama? A hombres y mujeres normales, con virtudes y defectos, pero que sienten en su corazón un llamado especial a dar la vida y energías a Dios mediante una especial consagración. ¿A qué llama? A consagrarse a Cristo en cuerpo y alma, ya sea como sacerdote, o monja, o religioso o consagrado laico. ¿Por qué llama? Porque Dios es libre y llama a quien quiere por amor y libertad; no se vio obligado a escogernos por ser buenos; ni tampoco nuestros pecados le impidieron de elegirnos. ¿Para qué llama? Para estar con Él, intimar con Él, conocer los secretos de su corazón, y después para ir a predicar y llevar su nombre y su mensaje de salvación por todas las partes del mundo, echando las redes con todo el arte a derecha y a izquierda, adelante y atrás (evangelio). ¿Dónde llama? A unos llama en la parroquia, a otros en el colegio o universidad, a otros en un hospital, y quién sabe si también a través de sueños o después de haber caído en el pozo oscuro y lóbrego del pecado. ¿Cómo llama? Con gran respeto de nuestra libertad, pero con mucho amor y confianza; a veces con insistencia, otras, suavemente. ¿Qué pide? Dejar todo y seguirlo, confiados en Cristo que nos llama. ¿Qué ofrece? Aquí en la tierra, su amistad y compañía, su gracia y consuelo; y después, la vida eterna. ¿Cuál debería ser la respuesta de ese hombre y de esa mujer? La misma de los profetas, apóstoles y tantos hombres y mujeres de todos los siglos: “Aquí me tienes. ¿Qué quieres de mí? Mándame”. ¿Por qué algunos y algunas dan negativas a Dios? Por el misterio de la libertad, porque les cuesta dejar todo, como le pasó a ese joven rico, por tanto, por apego a este mundo y a sus vanidades.

En segundo lugar, a otros Dios llama para la vida matrimonial. Ya escuchamos tantas reflexiones que los obispos pronunciaron durante el sínodo de la familia. El matrimonio es un don y regalo que Dios concede a unos hombres y mujeres para ser sacramento del amor de Cristo con su Iglesia, para ser signos del amor esponsal de Cristo con la Iglesia, para prolongar el amor fecundo de Dios en otros seres queridos, los hijos, traídos al banquete de la vida por amor y en el amor. En ese matrimonio no puede faltar nunca el vino del amor, como pasó en Caná; y cuando las tinajas amenacen por vaciarse, imploremos a María que interceda ante su Hijo por esos matrimonios tentados, en crisis, en desajustes y dificultades normales, provocados por alguno de los cónyuges y permitidos por Dios para que maduren en su entrega. En la vocación matrimonial también esposo y esposa e hijos están llamados a la santidad de vida, viviendo en la fidelidad y en la educación humana y cristiana de los hijos, a quienes Dios les encomendó. Por eso, urge reconquistar las prácticas de piedad en familia, como se dijo en el sínodo: misa dominical, oración antes de las comidas, el rezo del santo rosario. El mundo quiere ver hoy esas “iglesias domésticas” donde reina la unión, la armonía, el aprecio. Son ya antesalas del cielo. Y los hijos aprenderán el valor de la familia. Y como dice el padre Zezinho: “…y que el hombre retrate la gracia de ser un papá.
La mujer sea cielo, ternura, afecto y calor, y los hijos conozcan la fuerza que tiene el amor. Bendecid, oh Señor, las familias. Amén”.

Finalmente, también hay un tercer grupo a quien Dios llama para una vida de solteros dedicados a una causa noble y digna, no por cobardía ni miedo a una vida matrimonial o consagrada. Es un hecho que Dios no quiere “solterones” –basta releer el libro del Génesis-, pero puede pedir a algunos la soltería para dedicarse a una misión específica que pide también la entrega de todo el ser y energías. Aquí no tratamos de quien tiene alguna discapacidad permitida por Dios; ya es bastante la cruz que lleva encima. Hablamos de los que están en su sano juicio y con buena salud. Hermoso es ver un hijo o una hija cuidando de su padre o de su madre enfermos. Edificante contemplar esa persona dedicada las 24 horas a esos prójimos que se encuentran en un hospital. O aquel maestro o maestra felices, abocados a la enseñanza de niños y niñas en escuelas del interior o en colegios de la ciudad. Mucho mérito tiene también quien se consagra a los ancianos en asilos o geriátricos. Todas estas son causas nobles y dignas que exigen la totalidad de la vida y fuerzas. Detrás de estas vocaciones se esconde la fuerza del amor, pues “si no tengo amor, nada soy”.

Para reflexionar: ¿Ya descubrí la vocación de Dios en mi vida? ¿A qué espero para responderle con prontitud y amor? ¿Qué voy a perder si dejo todo y le sigo? ¿Qué voy a ganar? Meditemos estas palabras de santo Tomás: “A los que Dios elige para una misión, los dispone y prepara de suerte que resulten idóneos para desempeñar la misión para la que fueron elegido” (Suma Teológica, 3, q.27, a. 4c).

 Para rezar: Entonemos la famosa canción de Cesáreo Garabain:

Señor, me has mirado a los ojos,

Sonriendo has dicho mi nombre.

En la arena he dejado mi barca:

Junto a Ti buscaré otro mar.

 

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Jueves, 04 de febrero de 2016

El obìspo de la diócesis de Tenerife ha publicado una carta pastoral con motivo de la Semana Santa.

Semana Santa, hogar y escuela de la Misericordia

 

Queridos diocesanos: 

La Semana Santa es la época del año en que la Iglesia celebra los «misterios de la salvación» realizados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por su «entrada triunfal» en Jerusalén el Domingo de Ramos y terminando por su resurrección el Domingo de Pascua, después de haber pasado por la pasión, la muerte y la sepultura, que ocupan los días del Jueves, Viernes y Sábado Santo.

El Papa Francisco ha convocado a toda la Iglesia a celebrar el "Año Santo de la Misericordia". La Semana Santa de este año, por tanto, es una oportunidad inmejorable para  tener una vivencia personal de la Misericordia de Dios, participando con fe y devoción sincera en las celebraciones litúrgicas, las procesiones, Vía-crucis y otras formas de piedad.

Particularmente, es fundamental que nos acojamos al perdón de Dios, reconociendo y confesando nuestros pecados ante un sacerdote, en el Sacramento de la Reconciliación. «Vuelve al Señor, abandona el pecado, suplica en su presencia y disminuye tus faltas… ¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que vuelven a Él!» (Eclesiástico 17, 21.28).

El Papa no se cansa de repetirnos que Jesucristo es "el rostro de la misericordia de Dios Padre". Es decir, que Jesucristo con sus palabras y acciones, con toda su vida, realiza plenamente la misericordia de Dios para con nosotros y con todos los hombres. Como manifiesta San Pablo en la Carta a los Efesios, "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar para siempre la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús" (Ef. 2, 4-7).

"El amor de Dios se ha hecho visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión" (Papa Francisco).

Existe, por así decirlo, una misericordia del corazón y una misericordia de las manos. En la vida de Jesús resplandecen las dos formas. Él refleja la misericordia de Dios hacia los pecadores, a los que siempre ofrece el perdón e invita a un cambio de vida, pero se conmueve también de todos los sufrimientos y necesidades humanas, interviene para dar de comer a la multitud, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los oprimidos. De Él el evangelista dice: «Tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8, 17).

Pero, sin duda, donde más resplandece la  misericordia es en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Por eso, la celebración de la Semana Santa es el mejor hogar y la mejor escuela de la misericordia. Ahí contemplamos la misericordia ejercida a costa del sacrificio de la propia vida, "con sangre, sudor y lágrimas", por nosotros y por nuestra salvación. Sí, por nosotros, por ti y por mí, por todos. Como san Pablo podemos decir en primera persona, "me amó y se entregó por mí" y, también como San Pedro, "sus heridas nos han curado". Al contemplar a Cristo no sólo aprendemos lo que es la auténtica misericordia, sino que comprobamos que la ejerce con nosotros y, también, que estamos llamados a ejercerla con los demás, pues, como dice San Pedro "Cristo padeció por nosotros y nos dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas" (1Pe. 2,21). El mismo Jesús nos pide: "sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso" (Lc. 6,36).

En el relato de la Pasión de Jesucristo que leemos el Viernes Santo, San Juan nos muestra la escena del costado de Cristo traspasado por una lanza del que al punto brotó sangre y agua. Es como una síntesis del sentido de toda la pasión del Señor. La lanza representa la maldad humana, el testimonio de que somos pecadores. Ante esto, del mismo costado herido por la lanza brota "sangre y agua", es decir, nuestra salvación. La propia mirada puesta sobre el costado traspasado de Jesús, «volverán los ojos hacia Aquel al que traspasaron», me revela que soy pecador al tiempo que me abren al perdón, la misericordia, la reconciliación, la regeneración y la posibilidad de una vida nueva.

La Iglesia siempre ha visto en esta escena el origen de los sacramentos, particularmente el bautismo (el agua) y la eucaristía (la sangre). En efecto, Cristo muere víctima del pecado y la maldad de los hombres, pero Él, de su muerte, hace brotar el perdón y la salvación para todos. Por Cristo, "por su Sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados" (Ef. 1,7). Esta es la esencia de la misericordia. Ante el rechazo y la agresión, Dios no responde con la venganza y la destrucción de los pecadores, sino ofreciéndoles remedio para curar la maldad de sus corazones. "¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -dice del Señor-, y no que se convierta de su conducta y que viva?" (Ez. 18,22). Jesús mismo lo repitió de diversas formas: "no he venido a buscar a los justos, sino a los pecadores", "no necesitan médico los sanos, sino los enfermos". Y san Pablo nos dice con toda claridad: "En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores" (Ron. 5,6-8).

Esta es la clave para comprender el sentido de la Semana Santa y celebrarla con provecho espiritual. Les invito a situarnos en la verdad de lo que somos: "pecadores necesitados de la misericordia de Dios". Quizás nos falte sentido del pecado y nos creemos buenos y, en consecuencia, no necesitados de la misericordia de Dios. Pero estamos en un error. San Juan en su primera carta nos previene: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros» (1Jn. 1,8-10).

Si no reconocemos nuestros pecados, corremos el riesgo de no entender la locura que hay en el amor de Dios que se ha hecho hombre, hasta el punto de morir en la cruz como consecuencia de la maldad humana. Con esa misma muerte nos ofrece el remedio: "sus heridas nos han curado". Acoger la misericordia supone que se tenga conciencia de la propia miseria y confiadamente ponerse en manos de Dios. Él, siempre "compasivo y misericordioso", acoge dicha miseria, la asume, la transfigura y nos la devuelve transformada en perdón y vida nueva. La misericordia tiene sentido si somos conscientes de que la necesitamos.

Si nos detenemos con atención a contemplar cualquiera de las escenas de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, nos damos cuenta que en todas se repite esta dinámica, ante las agresiones, desprecios, abandonos, etc., Jesús siempre responde con el perdón, la compasión, el consuelo. Como proclamamos en la liturgia de la misa, Cristo, "compadecido del extravío de los hombres, sufriendo la cruz, nos libró de eterna muerte y, resucitando, nos dio vida eterna".

Sí. La Semana Santa es hogar y escuela de la misericordia. Entremos con fe al calor de este hogar donde Dios, como el Padre de la parábola del Hijo Pródigo, nos espera con los brazos abiertos, para abrazarnos con su misericordia y su perdón, para darnos nueva vida en Cristo. 

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense


Reflexión de josé Antonio Pagola al evangelio del domingo quinto del Tiempo Ordinario C 

RECONOCER EL PECADO 

El relato de «la pesca milagrosa» en el lago de Galilea fue muy popular entre los primeros cristianos. Varios evangelistas recogen el episodio, pero solo Lucas culmina la narración con una escena conmovedora que tiene por protagonista a Simón Pedro, discípulo creyente y pecador al mismo tiempo.

Pedro es un hombre de fe, seducido por Jesús. Sus palabras tienen para él más fuerza que su propia experiencia. Pedro sabe que nadie se pone a pescar al mediodía en el lago, sobre todo si no ha capturado nada por la noche. Pero se lo ha dicho Jesús y Pedro confía totalmente en él: «Apoyado en tu palabra, echaré las redes».

Pedro es, al mismo tiempo, un hombre de corazón sincero. Sorprendido por la enorme pesca obtenida, «se arroja a los pies de Jesús» y con una espontaneidad admirable le dice: «Apártate de mí, que soy pecador». Pedro reconoce, ante todos, su pecado y su absoluta indignidad para convivir de cerca con Jesús.

Jesús no se asusta de tener junto a sí a un discípulo pecador. Al contrario, si se siente pecador, Pedro podrá comprender mejor su mensaje de perdón para todos y su acogida a pecadores e indeseables. «No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres». Jesús le quita el miedo a ser un discípulo pecador y lo asocia a su misión de reunir y convocar a hombres y mujeres de toda condición a entrar en el proyecto salvador de Dios.

¿Por qué la Iglesia se resiste tanto a reconocer sus pecados y confesar su necesidad de conversión? La Iglesia es de Jesucristo, pero ella no es Jesucristo. A nadie puede extrañar que en ella haya pecado. La Iglesia es «santa» porque vive animada por el Espíritu Santo de Jesús, pero es «pecadora» porque no pocas

5 Tiempo ordinario – C (Lucas 5,1-11)

Evangelio del 07/feb/2016

Publicado el 01/ Feb/ 2016

por Coordinador Grupos de Jesús



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Mi?rcoles, 03 de febrero de 2016

Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis que ha pronunciado el papa Francisco este sábado, 30 de enero  de 2016, durante la primera audiencia jubilar en la plaza de San Pedro: ZENIT

“Queridos hermanos y hermanas,

Entramos día tras día en el corazón del Año Santo de la Misericordia. Con su gracia, el Señor guía nuestros pasos mientras atravesamos la Puerta Santa y sale a nuestro encuentro para permanecer siempre con nosotros, no obstante nuestras faltas y nuestras contradicciones. No nos cansemos jamás de sentir la necesidad de su perdón, porque cuando somos débiles su cercanía nos hace fuertes y nos permite vivir con mayor alegría nuestra fe.

Quisiera indicaros hoy la estrecha relación que existe entre la misericordia y la misión. Como recordaba san Juan Pablo II: “La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia” (Dives in misericordia, 13). Como cristianos tenemos la responsabilidad de ser misioneros del Evangelio. Cuando recibimos una buena noticia, o cuando vivimos una hermosa experiencia, es natural que sintamos la exigencia de comunicarla también a los demás. Sentimos dentro de nosotros que no podemos contener la alegría que nos ha sido donada. Queremos extenderla. La alegría suscitada es tal que nos lleva a comunicarla.

Y debería ser la misma cosa cuando encontramos al Señor. La alegría de este encuentro, de su misericordia. Comunicar la misericordia del Señor. Es más, el signo concreto de que de verdad hemos encontrado a Jesús es la alegría que sentimos al comunicarlo también a los demás. Y esto no es hacer proselitismo. Esto es hacer un don. Yo te doy aquello que me da alegría a mí. Leyendo el Evangelio vemos que esta ha sido la experiencia de los primeros discípulos: después del primer encuentro con Jesús, Andrés fue a decírselo enseguida a su hermano Pedro, y la misma cosa hizo Felipe con Natanael. Encontrar a Jesús equivale a encontrarse con su amor. Este amor nos transforma y nos hace capaces de transmitir a los demás la fuerza que nos dona. De alguna manera, podríamos decir que desde el día del Bautismo nos es dado a cada uno de nosotros un nuevo nombre además del que ya nos dan mamá y papá, y este nombre es “Cristóforo”. ¡Todos somos “Cristóforos”! ¿Qué significa esto? “Portadores de Cristo”. Es el nombre de nuestra actitud, una actitud de portadores de la alegría de Cristo, de la misericordia de Cristo. Todo cristiano es un “Cristóforo”, es decir, un portador de Cristo.

La misericordia que recibimos del Padre no nos es dada como una consolación privada, sino que nos hace instrumentos para que también los demás puedan recibir el mismo don. Existe una estupenda circularidad entre la misericordia y la misión. Vivir de misericordia nos hace misioneros de la misericordia, y ser misioneros nos permite crecer cada vez más en la misericordia de Dios. Por lo tanto, tomémonos en serio nuestro ser cristianos, y comprometámonos a vivir como creyentes, porque solo así el Evangelio puede tocar el corazón de las personas y abrirlo para recibir la gracia del amor, para recibir esta grande misericordia de Dios que acoge a todos. Gracias”.

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)


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Martes, 02 de febrero de 2016

Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. ‘Estos hombres y mujeres nos enseñan a amar con un amor más grande, el amor de Cristo que está por encima de toda ideología’ 30 enero 2016. ZENIT 

Jornada Mundial de la vida consagrada  

El 2 de febrero, fiesta de la presentación del Señor en el templo, celebramos en la Iglesia universal la Jornada de la vida consagrada. En las manos de María, como Jesús, celebramos la consagración de aquellos hombres y mujeres que han entregado su vida totalmente al Señor, en la vida monástica, en la vida religiosa, o en cualquier otra forma de consagración a Dios (vírgenes consagradas, institutos seculares, sociedades de vida apostólica, eremitas, etc.), mediante la virginidad o castidad perfecta con los demás votos de obediencia y de pobreza. Es la forma de vida que Jesús escogió para sí mismo y para su madre santísima: vivir entregados a Dios en alma y cuerpo, para toda la vida, en el servicio a los hermanos.

En esta ocasión concluimos el Año de la Vida Consagrada, que ha ocupado todo el 2015 (desde el adviento del 2014 hasta la fecha del 2 febrero 2016). Un año largo para dar gracias a Dios por esta riqueza inmensa de la vida consagrada en la Iglesia y en el mundo. Hemos tenido ocasión de celebrar este magnífico don. Qué sería de la Iglesia sin esta riqueza de carismas, por la que miles y miles de hombre y mujeres –más mujeres que hombres- conquistados por el amor a Cristo han sembrado la civilización del amor en su entorno. Muchos de ellos gastando su vida en lugares lejanos, con todo tipo de privaciones, expuestos a todos los peligros, gastando la vida y la salud para que otros tengan vida y conozcan a Jesús, nuestro salvador. Siempre me impresiona este sonoro y silencioso testimonio, que sale a la luz cuando hay alguna catástrofe natural. Allí están los misioneros, que no se han trasladado para salir en la foto, sino que llevan allí años y años, y están dispuestos a seguir lo que haga falta. Qué corriente de amor, de amor gratuito, que la Iglesia siembra a través de estos sus mejores hijos en todos los lugares de la tierra.

Y entre nosotros, aquí en Córdoba, una sobreabundancia de hombres y mujeres –también, más mujeres que hombres- dedicados a la enseñanza, al cuidado de los pobres, a la inserción en barrios y periferias. Ellos no están ahí por negocio, sino para darlo todo. Quienes los miden por baremos de mercado, se quedan cortos, porque ellos/as viven en otra dimensión.

En Córdoba hemos tenido ocasión de celebrarlo especialmente en diversas jornadas de encuentro. En Madrid, tuvimos un encuentro precioso el 3 de octubre. En Córdoba, el 17 de octubre pasado confluimos abundantes miembros de la vida consagrada para saludarnos, conocernos y, sobre todo, dar gracia a Dios por esta preciosa vocación y este grandioso servicio a la sociedad de nuestro tiempo. El sábado 30 de enero concluiremos el Año de la vida consagrada en nuestra Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Estamos todos convocados, sacerdotes, laicos y consagrados. Hay Congregaciones nacidas en Córdoba que llevan cientos de años en la tarea. Otras han celebrado su segundo centenario de fundación. Otras llevan en Córdoba más de cien años sirviendo a la sociedad cordobesa. No se trata de medallas ni de títulos (que no los ha habido). A nivel eclesial, hemos gozado reconociendo estos dones y compartiendo las múltiples experiencias de todos estos hombres y mujeres consagrados a Dios y sirviendo a los hermanos. No faltan visiones miopes que consideran a los religiosos parásitos de la sociedad. El mundo no lo puede entender. Esa es a veces la recompensa.

Pero no. Estos hombres y mujeres nos enseñan a amar con un amor más grande, el amor de Cristo que está por encima de toda ideología (Ef 3,19). Cuántas lágrimas enjugadas, cuántas soledades compartidas, cuántos momentos de dolor y de confidencia. Cuántos niños, adolescentes y jóvenes han encontrado una mano y un corazón amigo que les ha ayudado a crecer, cuántas personas sencillas han experimentado la cercanía de Dios y de su Iglesia. Eso es la vida consagrada, amor gratuito y para toda la vida en la sencillez de una entrega que tiene como motivación el amor de Cristo.

Esperamos que este descubrimiento y valoración de la vida consagrada, a la que hemos tenido acceso durante todo este Año de la vida consagrada, produzca frutos abundantes de nuevas vocaciones entre los jóvenes para que siga habiendo corazones que amen sin esperar nada a cambio, porque son prolongación del corazón de Dios, del corazón de Cristo.

Recibid mi afecto y mi bendición: 

+ Demetrio Fernández González, obispo de Córdoba


Publicado por verdenaranja @ 23:58  | Hablan los obispos
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