Martes, 29 de marzo de 2016

Predicación del Viernes Santo 2016 en la basílica de San Pedro

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.

“DEJAOS RECONCILIAR CON DIOS”

“Dios nos ha reconciliado consigo por Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación […].Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en Él fuéramos justicia de Dios. Cooperando, pues, con Él, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios, porque dice: ‘En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salud te ayudé’. ¡Este es el tiempo propicio, este el día de la salud!” (2 Cor 5, 18-6,2).

Son palabras de San Pablo en su Segunda Carta a los Corintios. El llamamiento del Apóstol a reconciliarse con Dios no se refiere a la reconciliación histórica entre Dios y la humanidad (esta, acaba de decir, ya ha tenido lugar a través de Cristo en la cruz); ni siquiera se refiere a la reconciliación sacramental que tiene lugar en el bautismo y en el sacramento de la reconciliación; se refiere a una reconciliación existencial y personal que se tiene que actuar en el presente. El llamamiento se dirige a los cristianos de Corinto que están bautizados y viven desde hace tiempo en la Iglesia; está dirigido, por lo tanto, también a nosotros, ahora y aquí. “El momento justo, el día de salvación” es, para nosotros, el año de la misericordia que estamos viviendo”.

¿Pero qué significa, en el sentido existencial y psicológico, reconciliarse con Dios? Una de las razones, quizá la principal, de la alienación del hombre moderno de la religión y la fe es la imagen distorsionada que este tiene de Dios. ¿Cuál es, de hecho, la imagen “predefinida” de Dios en el inconsciente humano colectivo? Para descubrirla, basta hacerse esta pregunta: “¿Qué asociación de ideas, qué sentimientos y qué reacciones surgen en ti, antes de toda reflexión, cuando, en el Padre Nuestro, llegas a decir: ‘Hágase tu voluntad’?”

Quien lo dice, es como si inclinase su cabeza hacia el interior resignadamente, preparándose para lo peor. Inconscientemente, se conecta la voluntad de Dios con todo lo que es desagradable, doloroso, lo que, de una manera u otra, puede ser visto como limitante la libertad y el desarrollo individuales. Es un poco como si Dios fuera el enemigo de toda fiesta, alegría y placer. Un Dios adusto e inquisidor.

Dios es visto como el Ser Supremo, el Todopoderoso, el Señor del tiempo y de la historia, es decir, como una entidad que se impone al individuo desde el exterior; ningún detalle de la vida humana se le escapa. La transgresión de su Ley introduce inexorablemente un desorden que requiere una reparación adecuada que el hombre sabe que no es capaz de darle. De ahí el temor y, a veces, un sordo resentimiento contra Dios. Es un remanente de la idea pagana de Dios, nunca del todo erradicada, y quizás imposible de erradicar, del corazón humano. En esta se basa la tragedia griega; Dios es el que interviene, a través del castigo divino, para restablecer el orden moral perturbado por el mal. A la origen de todo hay la imagen de Dios “envidioso” del hombre que la serpiente instiló en Adam y Eva.

Por supuesto, ¡nunca se ha ignorado, en el cristianismo, la misericordia de Dios! Pero a esta solo se le ha encomendado la tarea de moderar los rigores irrenunciables de la justicia. La misericordia era la excepción, no la regla. El año de la misericordia es la oportunidad de oro para sacar a la luz la verdadera imagen del Dios bíblico, que no solo tiene misericordia, sino que es misericordia.

Esta audaz afirmación se basa en el hecho de que “Dios es amor” (1 Jn 4, 08.16). Solo en la Trinidad, Dios es amor, sin ser misericordia. Que el Padre ame al Hijo, no es gracia o concesión; es necesidad, aunque perfectamente libre; que el Hijo ame al Padre no es gracia o favor, él necesita ser amado y amar para ser Hijo. Lo mismo debe decirse del Espíritu Santo, que es el amor personificado.

Es cuando crea el mundo, y en este las criaturas libres, cuando el amor de Dios deja de ser naturaleza y se convierte en gracia. Este amor es una concesión libre, podría no existir; es hesed, gracia y misericordia. El pecado del hombre no cambia la naturaleza de este amor, pero causa en este un salto cualitativo: de la misericordia como don se pasa a la misericordia como perdón. Desde el amor de simple donación, se pasa a un amor de sufrimiento, porque Dios sufre frente al rechazo de su amor. “He criado hijos, los he visto crecer, pero ellos me han rechazado” (cf. Is 1, 2). Preguntemos a muchos padres y muchas madres que han tenido la experiencia, si este no es un sufrimiento, y entre los más amargos de la vida.

* * *

¿Y qué pasa con la justicia de Dios? ¿Es, esta, olvidada o infravalorada? A esta pregunta ha respondido una vez por todas San Pablo. Él comienza su exposición, en la Carta a los Romanos, con una noticia: “Ahora, se ha manifestado la justicia de Dios” (Rm 3, 21). Nos preguntamos: ¿qué justicia? Una que da “unicuique suum”, a cada uno la suyo, ¿distribuye por lo tanto, las recompensas y castigos de acuerdo a los méritos? Habrá, por supuesto, un momento en que también se manifestará esta justicia de Dios que consiste en dar a cada uno según sus méritos. Dios, en efecto, ha escrito poco antes del Apóstol.

“El cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia” (Rm 2, 6-8).

Pero no es esta la justicia de la que habla el Apóstol cuando escribe: “Ahora, se ha manifestado la justicia de Dios”. El primero es un acontecimiento futuro, este un acontecimiento que tiene lugar “ahora”. Si no fuese así, la de Pablo sería una afirmación absurda, desmentida por los hechos. Desde la perspectiva de la justicia retributiva, nada ha cambiado en el mundo con la venida de Cristo. Se siguen viendo a menudo, decía Bossuet1, a los culpables en el trono y a los inocentes en el patíbulo; pero para que no se crea que hay alguna justicia en el mundo y cualquier orden fijo, si bien invertido, he aquí que a veces se nota lo contrario, a saber, el inocente en el trono y el culpable en el patíbulo. No es, por lo tanto, en esto en lo que consiste la novedad traída por Cristo. Escuchemos lo que dice el Apóstol:

“Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. Él fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre… para mostrar su justicia en el tiempo presente, siendo justo y justificador a los que creen en Jesús” (Rm 3, 23-26).

¡Dios hace justicia, siendo misericordioso! Esta es la gran revelación. El Apóstol dice que Dios es “justo y el que justifica”, es decir, que es justo consigo mismo cuando justifica al hombre; él , de hecho, es amor y misericordia; por eso hace justicia consigo mismo – es decir, se demuestra realmente lo que es – cuando es misericordioso.

Pero no se entiende nada de esto, si no se comprende lo que significa, exactamente, la expresión “justicia de Dios”. Existe el peligro de que uno oiga hablar acerca de la justicia de Dios y, sin saber el significado, en lugar de animarse, se asuste. San Agustín ya lo había explicado claramente: “La ‘justicia de Dios’, escribía, es aquella por la cual él nos hace justos mediante su gracia; exactamente como ‘la salvación del Señor’ (Sal 3,9) es aquella por la cual él nos salva”2. En otras palabras, la justicia de Dios es el acto por el cual Dios hace justos, agradables a él, a los que creen en su Hijo. No es un hacerse justicia, sino un hacer justos.

Lutero tuvo el mérito de traer a la luz esta verdad, después que durante siglos, al menos en la predicación cristiana, se había perdido el sentido y es esto sobre todo lo que la cristiandad le debe a la Reforma, la cual el próximo año cumple el quinto centenario. “Cuando descubrí esto, escribió más tarde el reformador, sentí que renacía y me parecía que se me abrieran de par en par las puertas del paraíso”3.

Pero no fueron ni Agustín ni Lutero quienes por primeros explicaron así el concepto de “justicia de Dios”; la Escritura lo había hecho antes de ellos.

“Cuando se ha manifestado la bondad de Dios y de su amor por los hombres, él nos ha salvado, no en virtud de las obras de justicia cumplidas por nosotros, sino por su misericordia” (Tt 3, 4-5). “Dios rico de misericordia, por el gran amor con el que nos ha amado, de muertos que estábamos por el pecado, nos ha hecho revivir con Cristo, por la gracia habéis sido salvados” (Ef 2, 4).

Decir por lo tanto: “Se ha manifestado la justicia de Dios”, es como decir: se ha manifestado la bondad de Dios, su amor, su misericordia. ¡La justicia de Dios no solamente no contradice su misericordia, pero consiste justamente en ella!

* * *

¿Qué sucedió en la cruz tan importante al punto de justificar este cambio radical en los destinos de la humanidad? En su libro sobre Jesús de Nazaret, Benedicto XVI escribió:

“La injusticia, el mal como realidad no puede simplemente ser ignorado, dejado de lado. Tiene que ser descargado, vencido. Esta es la verdadera misericordia. Y que ahora, visto que los hombres no son capaces, lo haga el mismo Dios – esta es la bondad incondicional de Dios” 4 .

Dios no se ha contentado de perdonar los pecados del hombre; ha hecho infinitamente más, los ha tomado sobre sí y se los ha endosado. El Hijo de Dios, dice Pablo, “se ha hecho pecado a nuestro favor”. ¡Palabra terrible! Ya en la Edad Media había quien tenía dificultad en creer que Dios exigiese la muerte del Hijo para reconciliar el mundo a sí. San Bernardo le respondía: “No fue la muerte del Hijo que le gustó a Dios, mas bien su voluntad de morir espontáneamente por nosotros”: “Non mors placuit sed voluntas sponte morientis” 5. ¡No fue la muerte por lo tanto, sino el amor el que nos ha salvado!

El amor de Dios alcanzó al hombre en el punto más lejano en el que se había metido huyendo de él, o sea en la muerte. La muerte de Cristo tenía que aparecer a todos como la prueba suprema de la misericordia de Dios hacia los pecadores. Este es el motivo por qué esta no tiene ni siquiera la majestad de una cierta soledad, sino que viene encuadrada en aquella de dos ladrones. Jesús quiso quedarse amigo de los pecadores hasta el final, y por esto muere como ellos y con ellos.

* * *

Es la hora de darnos cuenta que lo opuesto de la misericordia no es la justicia, sino la venganza. Jesús no ha opuesto la misericordia a la justicia, pero a la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Perdonando los pecados, Dios no renuncia a la justicia, renuncia a la venganza; no quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva (cf. Ez 18, 23). Jesús en la cruz no le ha pedido al Padre vengar su causa; le pidió perdonar a sus crucificadores.

El odio y la brutalidad de los ataques terroristas de esta semana en Bruselas nos ayudan a entender la fuerza divina contenida en las últimas palabras de Cristo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Por grande que sea el odio de los hombres, el amor de Dios ha sido, y será, siempre más fuerte. A nosotros está dirigida, en las actuales circunstancias, la exhortación del apóstol Pablo: “No te dejes vencer por el mal antes bien, vence al mal con el bien” (Rom 12, 21).

¡Tenemos que desmitificar la venganza! Esa ya se ha vuelto un mito que se expande y contagia a todo y a todos, comenzando por los niños. Gran parte de las historias en las pantallas y en los juegos electrónicos son historias de venganza, a veces presentadas como la victoria del héroe bueno. La mitad, si no más, del sufrimiento que existe en el mundo (cuando no son males naturales), viene del deseo de venganza, sea en la relación entre las personas que en aquella entre los Estados y los pueblos.

Ha sido dicho que “el mundo será salvado por la belleza” 6; pero la belleza puede también llevar a la ruina. Hay una sola cosa que puede salvar realmente el mundo, ¡la misericordia! La misericordia de Dios por los hombres y de los hombres entre ellos. Esa puede salvar, en particular, la cosa más preciosa y más frágil que hay en este momento, en el mundo, el matrimonio y la familia.

Sucede en el matrimonio algo similar a lo que ha sucedido en las relaciones entre Dios y la humanidad, que la Biblia describe, justamente, con la imagen de un matrimonio. Al inicio de todo, decía, está el amor, no la misericordia. Esta interviene solamente a continuación del pecado del hombre.

También en el matrimonio al inicio no está la misericordia sino el amor. Nadie se casa por misericordia, sino por amor. Pero después de años o meses de vida conjunta, emergen los límites recíprocos, los problemas de salud, de finanza, de los hijos; interviene la rutina que apaga toda alegría. Lo que puede salvar un matrimonio del resbalar en una bajada sin subida es la misericordia, entendida en el sentido que impregna la Biblia, o sea no solamente como perdón recíproco, sino como un “revestirse de sentimientos de ternura, de bondad, de humildad, de mansedumbre y de magnanimidad”. (Col 3, 12). La misericordia hace que al eros se añade el ágape, al amor de búsqueda, aquel de donación y de compasión. Dios “se apiada” del hombre (Sal 102, 13): ¿no deberían marido y mujer apiadarse uno del otro? ¿Y no deberíamos, nosotros que vivimos en comunidad, apiadarnos los unos de los otros, en cambio de juzgarnos?

Recemos. Padre Celeste, por los méritos del Hijo tuyo que en la cruz “se hizo pecado” por nosotros, haz caer del corazón de las personas, de las familias y de los pueblos, el deseo de venganza y haznos enamorar de la misericordia. Haz que la intención del Santo Padre en el proclamar este Año Santo de la Misericordia, encuentre una respuesta concreta en nuestros corazones y haga sentir a todos la alegría de reconciliarse contigo en el profundo del corazón. ¡Que así sea!

(Traducción de ZENIT)

1 Jacques-Bénigne Bossuet, “Sermon sur la Providence” (1662), in Oeuvres de Bossuet, eds. B. Velat and Y. Champailler (Paris: Pléiade, 1961), p. 1062.
2S. Agustín, El Espíritu y la letra, 32,56 (PL 44, 237).
3 Martin Lutero, Prefación a las obras en latín, ed . Weimar, 54, p.186.
4 Cf. J. Ratzinger – Benedetto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana 2011, pp. 151.
5 S. Bernardo de Claraval, Contra los errores de Abelardo, 8, 21-22 (PL 182, 1070).
6F. Dostoevskij, El Idiota, parte III, cap.5.


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El Coliseo en el Vía Crucis

En su oración el Papa dijo:

«Oh Cruz de Cristo, símbolo del amor divino y de la injusticia humana, icono del supremo sacrificio por amor y del extremo egoísmo por necedad, instrumento de muerte y vía de resurrección, signo de la obediencia y emblema de la traición, patíbulo de la persecución y estandarte de la victoria.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo alzada en nuestras hermanas y hermanos asesinados, quemados vivos, degollados y decapitados por las bárbaras espadas y el silencio infame.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los rostros de los niños, de las mujeres y de las personas extenuadas y amedrentadas que huyen de las guerras y de la violencia, y que con frecuencia sólo encuentran la muerte y a tantos Pilatos que se lavan las manos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros infieles que, en vez de despojarse de sus propias ambiciones, despojan incluso a los inocentes de su propia dignidad.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los corazones endurecidos de los que juzgan cómodamente a los demás, corazones dispuestos a condenarlos incluso a la lapidación, sin fijarse nunca en sus propios pecados y culpas.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los fundamentalismos y en el terrorismo de los seguidores de cierta religión que profanan el nombre de Dios y lo utilizan para justificar su inaudita violencia.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los que quieren quitarte de los lugares públicos y excluirte de la vida pública, en el nombre de un cierto paganismo laicista o incluso en el nombre de la igualdad que tú mismo nos has enseñado.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los poderosos y en los vendedores de armas que alimentan los hornos de la guerra con la sangre inocente de los hermanos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los traidores que por treinta denarios entregan a la muerte a cualquier persona.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ladrones y en los corruptos que en vez de salvaguardar el bien común y la ética se venden en el miserable mercado de la inmoralidad.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los necios que construyen depósitos para conservar tesoros que perecen, dejando que Lázaro muera de hambre a sus puertas.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los destructores de nuestra «casa común» que con egoísmo arruinan el futuro de las generaciones futuras.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ancianos abandonados por sus propios familiares, en los discapacitados, en los niños desnutridos y descartados por nuestra sociedad egoísta e hipócrita.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en nuestro mediterráneo y en el Mar Egeo convertidos en un insaciable cementerio, imagen de nuestra conciencia insensible y anestesiada.

Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.

Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.

En ti, Cruz Santa, vemos a Dios que ama hasta el extremo, y vemos el odio que domina y ciega el corazón y la mente de los que prefieren las tinieblas a la luz.

Oh Cruz de Cristo, Arca de Noé que salvó a la humanidad del diluvio del pecado, líbranos del mal y del maligno. Oh Trono de David y sello de la Alianza divina y eterna, despiértanos de las seducciones de la vanidad. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.

Oh Cruz de Cristo, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Oh Cruz de Cristo, enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén».


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Domingo, 27 de marzo de 2016

MENSAJE PARA PASCUA DE RESURRECIÓN ‘2016 del obispo de Tenerife Don Bernardo Álvarez Afonso.

LA RESURRECIÓN DE CRISTO, UNA FUERZA IMPARABLE

“Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo y con él nos resucitó”

(Ef. 2,4-6

“Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza imparable de vida que ha penetrado el mundo”.

Papa Francisco

Hermanos y amigos.

¡Cristo ha resucitado! ¡Feliz Pascua!

Cristo ha resucitado y vive para siempre. Vive y “Reina”, es decir sigue ejerciendo su poder, no para destruir, sino para salvar. Vive y Reina ejerciendo su poder con el perdón y la misericordia. Vive y Reina dando la vida en rescate por todos, curándonos de toda maldad, dándonos un corazón nuevo, renovándonos por dentro, sembrando en nuestro corazón el deseo del bien y la verdad. Vive y Reina, dándonos su Espíritu y enviándonos a predicar el Evangelio. Lo mismo que hizo hace dos mil años con sus discípulos y las gentes de Palestina, lo sigue haciendo hoy con nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI.

Que confortantes, y como confirman nuestra fe, estas palabras del Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda”. Y continúa diciéndonos: “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo” (EG 276).

Cristo mismo nos dijo que Él vino al mundo para “darnos vida en abundancia” y nos prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Por eso, al acercarnos a Él, nuestra vida se transforma y se renueva por dentro. Cristo nos libra de toda maldad y nos llena de paz y esperanza, de verdadera libertad y alegría, de amor y generosidad para con todos.

El Apóstol San Pablo nos enseña que, quienes conocen a Cristo y creen en Él, aprenden a despojarse del “viejo hombre” que está viciado por los deseos engañosos y la seducción del mal, al tiempo que adquieren una nueva forma de pensar y se revisten del Hombre Nuevo, a imagen de Cristo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (cf. Ef. 4, 22)

Los creyentes de hoy no podemos olvidar esta presencia activa y renovadora de Cristo Resucitado. Una presencia que nos llena de confianza y seguridad en que las promesas de Dios se cumplen. Confianza y seguridad de que el Reino de Dios, pese a tantas apariencias en contra, va adelante. Confianza y seguridad en que el Mensaje del Evangelio es la palabra de la verdad y que la ley de Dios es nuestra libertad.

Las dificultades seguirán existiendo y serán las mismas u otras nuevas. Pero somos nosotros quienes habremos cambiado pues hemos comprendido, que el mundo será mejor si lo construimos cada día siguiendo a Cristo resucitado. Cada uno, desde el lugar en que estamos y desde la responsabilidad que nos toca en los diferentes ámbitos de la vida, estamos llamados a trabajar con alma, corazón y vida por el bien y la felicidad de todos. Jesús confía en nosotros y nos encarga ser, en el aquí y ahora de nuestra vida, semillas de esperanza y levadura de su Reino de paz, de verdad, de justicia, de amor.

Como dice el Papa Francisco: “Quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor. Imploremos al Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia y las guerras, sino que tengamos el valor humilde del perdón y de la paz”.

Por el poder de su Resurrección, contemplando, escuchando y siguiendo a Jesús, entramos en una vida nueva que abre nuestros ojos para ver el mundo como lo ve Dios y, en consecuencia, para situarnos ante los problemas de nuestra sociedad con sus mismos sentimientos de compasión y amor. Con Cristo adquirimos una nueva vida que promueve la alegría, la paz, el perdón. Una vida que, con ojos bien abiertos a la verdad y la justicia, quiere transformar los enfrentamientos, odios y enemistades, en caminos de reconciliación y fraternidad.

Una vida nueva que, liberándonos de cualquier forma de egoísmo, nos impide permanecer indiferentes ante cualquier miseria humana y que nos impulsa a hacernos cargo del sufrimiento de los demás. Porque la Iglesia y en ella todo cristiano, nos dice el Papa Francisco, “tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida nueva del Evangelio” (EG 114).

También, la nueva vida que nos da Jesús nos impulsa a seguirlo como discípulos misioneros. “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda” (EG 275). Así, con la fuerza y audacia de su Espíritu, nos sentimos enviados a predicar el mensaje del Evangelio en nuestro mundo, para que sembrando la semilla de la Palabra de Dios en todas partes los hombres y mujeres de nuestro tiempo puedan conocer a Cristo y creer Él. De este modo se multiplica la fuerza transformadora de su Resurrección haciendo que en el corazón de muchos, la tristeza se convierta en alegría, el odio en amor, la mentira en verdad, la indiferencia en compromiso, la cultura de muerte en una cultura que defiende la vida y su dignidad.

Cristo Resucitado nos envía a predicar el Evangelio en todas partes para que, como dice el Papa Francisco, “llegue el consuelo y la salvación del Señor a quienes sufren nuevas y viejas formas de esclavitud, a los emigrantes y refugiados, a los encarcelados, a los pobres, a los enfermos y sufrientes, a los niños y ancianos maltratados, a los que sufren violencia, a quienes sufren el luto”. En definitiva, como el mismo Papa repite tantas veces, para hacer posible una sociedad en la que nadie “sobre” ni pueda ser excluido.

Para san Pablo, dado que los cristianos por el bautismo hemos sido incorporados a Cristo, nuestra vieja condición ha ido crucificada con Él, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y, por tanto, debemos andar en una vida nueva (Cf. Rom. 6, 3ss). Por eso nos dice: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. [...] “despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” (Col. 3, 1. 9-10).

Todo esto es posible, porque Cristo, aquél que murió en la Cruz y fue sepultado, ¡está vivo! Vive para siempre y está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Por eso podemos gritar “felicidades”.

¡Feliz Pascua!

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense


S?bado, 26 de marzo de 2016

Refelxión a las lecturas del domingo de Resurrección C ofrecidapor el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo de Resurrección C 

¡Por fin hemos llegado a la Pascua!

Hemos venido por el camino de la Cuaresma que es el mejor camino, el único camino que conduce hasta aquí. Gracias a Dios, un año más lo hemos encontrado y recorrido el camino.

Es lógico que estemos contentos: ¡Jesucristo ha resucitado, es decir, ha pasado de la muerte a vida, de la cruz a la resurrección!

Ya Jesús nos ha enseñado con toda claridad y firmeza que el sufrimiento y la muerte no son el fin, no terminan en sí mismos, sino que son camino, paso, pascua.                                  

¡Pues esta es la Pascua! Celebramos hoy la solemnidad de la Resurrección del Señor. ¡Y eso nos llena de una inmensa alegría!

¡Es la noticia! La gran noticia que, cada año, conmueve al mundo, desde el núcleo mismo de su existencia.

¡El sufrimiento y la muerte han sido vencidos! El momento culminante de esta victoria es la Vuelta gloriosa del Señor: “Primero Cristo como primicia, después, cuando Él venga, todos los que son de Cristo”, nos enseña San Pablo. (2Co 15, 23). ¡Pero aún así, todo ha cambiado de sentido!

Aunque no tenemos prisa por decirlo todo hoy. Tenemos la Octava de Pascua. Y luego todo el Tiempo Pascual. Son, en total,  50 días de celebración, de alegría, de fiesta. El problema, nos dicen los entendidos en estas cosas, es mantener el clima de alegría y de fiesta durante tanto tiempo.

¡El Tiempo Pascual se ha llamado “la cuaresma de la alegría!” Y no hay fiesta como ésta en el mundo: 40 días de preparación y 50 de celebración.

El Evangelio de este año C nos presenta a las mujeres olvidadas de  la resurrección, camino del Sepulcro. Ellas, como los discípulos, no entendían nada de resurrección. Y van al Sepulcro con los aromas para terminar de embalsamar el cuerpo del Señor. ¡Y había resucitado! Y se les presentan dos ángeles que les aclaran el misterio: “Acordaos de los que os dijo estando todavía en Galilea: el Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar”.

¡Claro que se acordaron. Y temblaban de alegría…! Y se fueron corriendo a comunicarlo a los apóstoles “y a los demás”, que estaban con ellos.

Pero éstos lo tomaron por “cosa de mujeres”, “un delirio, y no las creyeron”. Pedro fue el único que salió corriendo al Sepulcro.

Ahora nos toca a nosotros anunciar este acontecimiento, aunque lo tomen también por un delirio y no nos crean. Lo nuestro es cumplir el encargo y salir a comunicarlo. ¿Es que no somos una Iglesia en salida misionera?

¡Y es que  son tantas y tan grandes las consecuencias de este acontecimiento!

    Ya tendremos ocasión, en todo el Tiempo Pascual, de irlas desgranando.

Digamos ahora, al menos, que Bautismo es el primer sacramento por el que participamos de esta grandeza. Lo recordábamos anoche en la Vigilia: muertos al pecado y vivos sólo para Dios, sólo para el bien.

¡Es la vida de los resucitados con Cristo! Pertenecen a una humanidad nueva: ¡la civilización del amor!

                                                        ¡Felices Pascuas! ¡Aleluya!


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DOMINGO DE RESURRECCIÓN

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

    Durante el Tiempo Pascual, la primera lectura se toma del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que recoge el testimonio de los discípulos acerca de la Resurrección, después de Pentecostés.

    Escuchemos ahora el testimonio de Pedro, con ocasión del bautismo del Centurión Cornelio. 

SALMO

    El salmo 117  ha sido hecho por la Iglesia un salmo eminentemente pascual. Respondamos a la primera lectura cantando este salmo. 

SEGUNDA LECTURA

    En la segunda lectura, escucharemos algunas consecuencias prácticas del hecho de nuestra participación, por el sacramento del Bautismo, en la Muerte y  de la Resurrección del Señor. 

SECUENCIA

    La Secuencia es un himno antiguo y precioso en torno a la Resurrección del Señor. Escuchémoslo con alegría y con fe. 

TERCERA LECTURA

    Escuchemos en el Evangelio, la conmoción que se produce en la comunidad de los discípulos, el día de la Resurrección.  Eso  les lleva a comprender que Él tenía que resucitar de entre los muertos.

    Pero antes, cantemos con alegría, la aclamación pascual del aleluya. 

COMUNIÓN

    En la Comunión nos encontramos con Jesucristo, vivo y resucitado, que ha querido hacernos a todos nosotros partícipes de su victoria.

    Pidámosle la luz y la fuerza que necesitamos para vivir de acuerdo con su Palabra y ser testigos de su Resurrección en el mundo.


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Martes, 22 de marzo de 2016

Comentario a la liturgia dominical – Vigilia Pascual por el Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). 21 marzo 2016. (ZENIT)

Ciclo C Textos: Gn 1, 1- 2, 2; Gn 22, 1-18; Ex 14, 15 – 15, 1; Is 54, 5-14; Is 55, 1-11; Ba 3, 9-15. 32 – 4, 4; Ez 36, 16-28; Rm 6, 3-11; Mc 16, 1-7

Idea principal: Repasemos las partes de esta Solemne Vigilia Pascual, desentrañando el significado profundo sacramental y espiritual.

Síntesis del mensaje: Después de un día transcurrido en la oración y el silencio, el Sábado, en torno al sepulcro del Señor, la comunidad cristiana se reúne esta noche para la celebración principal de todo el año: el paso de la muerte y del sepulcro a la vida nueva. Esta Vigilia es el punto de partida para la Cincuentena Pascual, siete semanas de prolongación festiva que nos llevarán a la solemnidad conclusiva, Pentecostés.

 Puntos de la idea principal:

En primer lugar, comienza todo desde fuera de la iglesia, con el fuego nuevo, bendecido por el sacerdote, rociándolo con agua bendita. Iniciamos una procesión siguiendo al Cirio Pascual, símbolo de Cristo Luz del mundo, y progresivamente con cirios encendidos en manos de los fieles. Es la figura del amor de Cristo que desea arder como una antorcha encendida en cada alma. Es como una llamarada divina que desea abrazar a todas las almas para encenderlas en el deseo de las cosas eternas., pero es también un fuego que debe quemar nuestras miserias, un fuego abrasador que nos purifique de nuestro amor propio, que nos vacíe de nosotros mismos para llenarnos de Dios. Después escuchamos el pregón inicial – “Exsultet”-  de la fiesta pascual. Himno bellísimo que se remonta a los primeros siglos del Cristianismo; cántico impregnado de júbilo por la resurrección de Cristo, sobre el telón de fondo del pecado del hombre y la misericordia de Dios. Júbilo del cielo, de la tierra y de la Iglesia. Es el rito de entrada, hoy más solemne. Podríamos llamar fiesta de la luz o “lucernario”.

En segundo lugar, la proclamación de la Palabra tiene hoy más lecturas, sobre todo del Antiguo Testamento, que nos van conduciendo desde la creación hasta la nueva creación o resurrección de Jesús. Aquí se cumple lo que Jesús dijo a los de Emaús: “todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse”. Estas lecturas resumen las maravillas de Dios a favor de los hombres, culminando con la del evangelio de la resurrección que nos relata san Lucas. Palabras sagradas a las que debemos recurrir con frecuencia para alimentar el alma, para saciar la sed de  eternidad. Palabras que brotan del Señor como de su fuente para esclarecer nuestra inteligencia y encender en nosotros el entusiasmo por las cosas celestiales. Es la fiesta de la Palabra.

En tercer lugar, la parte sacramental de esta noche es más rica: ante todo celebramos el Bautismo, junto con la renovación de las promesas bautismales por parte de los ya bautizados. Por el bautismo hemos sido injertados en Cristo. Fue nuestra resurrección espiritual, pues gracias a él pasamos de la muerte a la vida. En esta parte invocamos a Dios para que con su poder santifique el agua con que serán bautizados los catecúmenos. Recurrimos para ello a la Iglesia triunfante, a la Iglesia del cielo, a través de la letanías, rogando a los ángeles y a los santos que intercedan ante el trono de Dios por nosotros y por que serán bautizados, Al bendecir el agua, el sacerdote introduce en ella el cirio pascual, imagen de Cristo, a cuyo contacto adquiere su virtud santificadora. Es la fiesta del agua.

En cuarto lugar, pasamos ahora a la Eucaristía, la principal de todo el año, en la que participamos del Cuerpo y la Sangre del Resucitado. Es Cristo como alimento para el camino y para la lucha por la santidad. Es la fiesta del Pan y del Vino, convertidos en comida celestial para nuestra salvación. La eucaristía es un banquete. ¡Vengan y coman! ¡No se queden con hambre! Es un banquete en el que Dios Padre nos sirve el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan celestial. Pan sencillo, pan tierno, pan sin levadura…Pero ya no es pan, sino el Cuerpo de Cristo. ¡Vengan y coman! Sólo se necesita el traje de gala de la gracia y amistad con Dios, si no, no podemos acercarnos a la comunión, pues “quien come el Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación”, nos dice San Pablo (1 Cor 11, 27). Este pan de la Eucaristía nos libra de esta muerte y nos da la vida inmortal. Todo alimento nutre según sus propiedades. El alimento de la tierra alimenta para el tiempo. El alimento celestial, Cristo eucaristía, alimenta para la vida eterna.

Finalmente, especial esta noche es también la conclusión de la Eucaristía, con los “aleluyas” de la despedida, el saludo cantado a la Virgen y la prolongación, si es posible, de un pequeño ágape de los participantes en el salón principal de la parroquia. Es la fiesta de la vida pascual, hecha convivio y caridad fraterna.

Para reflexionar: Del Pregón Pascual de la Vigilia Pascual, meditemos: 

Esta es la noche en que,

rotas las cadenas de la muerte,

Cristo asciende victorioso del abismo.

¿De qué nos serviría haber nacido

si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!

¡Qué incomparable ternura y caridad!

Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,

que ha sido borrado por la muerte de Cristo.

¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! 

Para rezar: ¡Te alabamos, Señor, por tu resurrección maravillosa! ¡Gracias por morir como el grano de trigo para engendrarnos como los muchos granos llenos con tu vida divina! ¡Gracias por morir como el Unigénito de Dios y resucitar como el Primogénito, con nosotros como los muchos hermanos! ¡Ahora somos hijos de Dios y hermanos de Cristo! ¡Gracias por hacernos la simiente corporativa, tu continuación y tu reproducción! ¡Señor, sólo queremos colaborar contigo lo mejor posible hoy, permitiéndote vivir en nosotros para nosotros poder vivirte! ¡Somos tu expresión y tu continuación, somos tus “largos días”! 

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Texto completo la homilía del Papa en el Domingo de Ramos, 20 marzo 2016: (ZENIT)

«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Cf. Lc 19,38), gritaba la muchedumbre de Jerusalén acogiendo a Jesús. Hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros. Del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio, cabalgando sobre un simple pollino, viene a nosotros humildemente, pero viene «en el nombre del Señor»: con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos. Jesús está contento de la manifestación popular de afecto de la gente, y ante la protesta de los fariseos para que haga callar a quien lo aclama, responde: «si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús; que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza.

Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, sintetiza con dos verbos el recorrido de la redención: «se despojó» y «se humilló» a sí mismo (Fil 2,7.8). Estos dos verbos nos dicen hasta qué extremo ha llegado el amor de Dios por nosotros. Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, él que no conoce el pecado. Pero no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una «condición de esclavo» (v. 7): no de rey, ni de príncipe, sino de esclavo. Se humilló y el abismo de su humillación, que la Semana Santa nos muestra, parece no tener fondo.

El primer gesto de este amor «hasta el extremo» (Jn 13,1) es el lavatorio de los pies. «El Maestro y el Señor» (Jn 13,14) se abaja hasta los pies de los discípulos, como solamente hacían lo siervos. Nos ha enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no puede ser de otra manera, no podemos amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto.

Pero esto es solamente el inicio. La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumir la responsabilidad de su destino. Y pienso en mucha gente, en muchos marginados, en muchos prófugos, en muchos refugiados… a los que les digo que muchos no quieren asumir la responsabilidad de su destino. El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible. Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia. Perdona a sus verdugos, abre las puertas del paraíso al ladrón arrepentido y toca el corazón del centurión. Si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio.

Nos puede parecer muy lejano a nosotros el modo de actuar de Dios, que se ha anonadado por nosotros, mientras a nosotros nos parece difícil olvidarnos un poco de nosotros mismos. Él viene a salvarnos, estamos llamados a elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos emprender este camino deteniéndonos en estos días a mirar el Crucifijo, es la “cátedra de Dios”. Os invito en esta semana a mirar a menudo a esta “cátedra de Dios”, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama. Con su humillación, Jesús nos invita a caminar por su camino. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender algo de este misterio de su anonadamiento por nosotros; y así, en silencio, contemplemos el misterio de esta Semana.

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Lunes, 21 de marzo de 2016

Comentario a la liturgia dominical – Viernes Santo  por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). 19 marzo 2016(ZENIT)

Ciclo C.

Textos: Is 52, 13-53, 12; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1- 19, 42



Idea principal: Dios no nos amó en broma. ¡Miremos la cruz!

Síntesis del mensaje: El Viernes Santo es el día del año donde la misericordia de Dios llegó hasta el extremo y la locura. Jesús hoy nos repite a nosotros lo que dijo un día a la beata Angela da Foligno cuando estaba meditando la pasión del Señor: “¡No te he amado de broma!”. Tiene razón Jesús cuando nos repite hoy, desde lo alto de su cruz, con las palabras de la liturgia: “Pueblo mío, ¿qué más podía hacer por ti que aún no haya hecho? ¡Respóndeme! “. ¡Miremos la cruz!

Puntos de la idea principal: las palabras que dirigió el Papa emérito Benedicto XVI después del Via Crucis del Viernes Santo de 2006 me han parecido cargadas de lo que quisiera hoy desarrollar aquí.

En primer lugar, miremos la Cruz de Cristo. “En el espejo de la cruz hemos visto todos los sufrimientos de la humanidad de hoy. En la cruz de Cristo hoy hemos visto el sufrimiento de los niños abandonados, de los niños víctimas de abusos; las amenazas contra la familia; la división del mundo en la soberbia de los ricos que no ven a Lázaro a su puerta y la miseria de tantos que sufren hambre y sed. Pero también hemos visto “estaciones” de consuelo. Hemos visto a la Madre, cuya bondad permanece fiel hasta la muerte y más allá de la muerte. Hemos visto a la mujer valiente que se acerca al Señor y no tiene miedo de manifestar solidaridad con este Varón de dolores. Hemos visto a Simón, el Cirineo, un africano, que lleva la cruz juntamente con Jesús. Y mediante estas “estaciones” de consuelo hemos visto, por último, que, del mismo modo que no acaban los sufrimientos, tampoco acaban los consuelos”. Dios no nos ha amado en broma.

En segundo lugar, sigamos mirando la Cruz de Cristo. “Hemos visto cómo san Pablo encontró en el “camino de la cruz” el celo de su fe y encendió la luz del amor. Hemos visto cómo san Agustín halló su camino. Lo mismo san Francisco de Asís, san Vicente de Paúl, san Maximiliano Kolbe, la madre Teresa de Calcuta… Del mismo modo también nosotros estamos invitados a encontrar nuestro lugar, a encontrar, como estos grandes y valientes santos, el camino con Jesús y por Jesús:  el camino de la bondad, de la verdad; la valentía del amor. Hemos comprendido que el vía crucis no es simplemente una colección de las cosas oscuras y tristes del mundo. Tampoco es un moralismo que, al final, resulta insuficiente. No es un grito de protesta que no cambia nada. El vía crucis es el camino de la misericordia, y de la misericordia que pone el límite al mal:  eso lo hemos aprendido del Papa Juan Pablo II. Es el camino de la misericordia y, así, el camino de la salvación. De este modo estamos invitados a tomar el camino de la misericordia y a poner, juntamente con Jesús, el límite al mal”. Dios no nos ha amado en broma.

Finalmente, alguien podría decir: Sí, es verdad que Cristo nos amó locamente entonces, cuando vivió en la tierra; ¿pero ahora? Ahora que ya no está entre nosotros, ¿qué queda de aquel amor, a no ser un pálido reflejo, tal vez inmortalizado en una cruz que cuelga de la pared? Los discípulos de Emaús decían: “Hace ya tres días que sucedió esto”, y nosotros nos sentimos tentados de decir: “¡Hace ya dos mil años…!”. Pero se equivocaban, porque Jesús había resucitado y estaba caminando con ellos. Y también nosotros nos equivocamos cuando pensamos como ellos, pues su amor sigue aún en medio de nosotros, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). Y ese amor misericordioso sigue derramándose desde su Cruz en cada confesión donde recibimos el perdón de manos del ministro de Dios. Y ese amor misericordioso sigue alimentando nuestra alma en cada comunión que recibimos con fervor y el alma limpia en cada Eucaristía. Y ese amor misericordioso sigue siendo palpable en cada gesto de nuestros padres, de nuestros maestros, de nuestros amigos, de nuestros sacerdotes que se entregan con dedicación, sacrificio y generosidad, sin pedir compensaciones. No, Dios no nos ha amado en broma. Su amor fue, es y será muy serio. Y amor con amor se paga. Al menos eso hacen las almas nobles.

Para reflexionar: ¿Me dejo curar y abrazar por la Cruz de Cristo? ¿Experimento todos los días en la oración y en la participación de los sacramentos ese amor de Cristo que me ha amado y me sigue amando en serio? ¿Soy portador de ese amor misericordioso de Cristo a mis hermanos y hermanas que viven a mi lado y que están llevando una cruz tal vez más pesada que la mía? ¿Alargo también yo mis brazos para echarles una mano, como buen cireneo, o extenderles mi manto para enjugar sus lágrimas y su sangre, como hizo la Verónica con Cristo?

Para rezar: Pidamos al Señor que nos ayude a ser “contagiados” por su misericordia. Pidamos a la santa Madre de Jesús, la Madre de la misericordia, que también nosotros seamos hombres y mujeres de la misericordia, para contribuir así a la salvación del mundo, a la salvación de las criaturas, para ser hombres y mujeres de Dios. Amén.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]g

 


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En la solemnidad de San José, el papa Francisco ha consagrado obispos al español Miguel Ángel Ayuso Guixot y al estadounidense Peter Brian Wells. 19/03/16 (ZENIT) Texto de la homilía:

Hermanos e hijos queridos,

Nos hará bien reflexionar atentamente a qué alta responsabilidad eclesial son promovidos estos hermanos nuestros. Nuestro Señor Jesucristo, enviado por el Padre para redimir a los hombres, envió, a su vez en el mundo, a los doce apóstoles, para que, llenos de la potencia del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio a todos los pueblos, y reuniéndolos bajo un único pastor, los santificaran y los guiaran a la salvación.

Con el fin de perpetuar de generación en generación este ministerio apostólico, los Doce eligieron colaboradores a los que, por la imposición de las manos, les transmitieron el don del Espíritu Santo que habían recibido de Cristo, confiriéndoles el sacramento del Orden. De este modo, a través de la sucesión ininterrumpida de los obispos en la tradición viva de la Iglesia se ha conservado este ministerio primario y la obra del Salvador continúa y crece hasta nuestros días. En el obispo, rodeado de sus presbíteros, está presente entre vosotros el mismo Señor nuestro Jesucristo, sumo sacerdote para la eternidad.

Es Cristo, de hecho, el que en el ministerio del obispo continúa predicando el Evangelio de la salvación y la santificación de los creyentes, a través de los sacramentos de la fe. Es Cristo el que, en la paternidad del obispo, añade nuevos miembros a su cuerpo, que es la Iglesia. Es Cristo el que, en la sabiduría y la prudencia del obispo, conduce al pueblo de Dios en la peregrinación terrena hacia la felicidad eterna. Cristo que predica, Cristo que hace la Iglesia, fecunda la Iglesia, Cristo que guía. Y esto es el obispo.

Acoged, por tanto, con alegría y gratitud a estos hermanos nuestros que nosotros los obispos, con la imposición de las manos, hoy asociamos al colegio episcopal. Rendirles el honor que se debe a los ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios, que están encargados del testimonio del Evangelio y del ministerio del Espíritu para la santificación. Recordad las palabras de Jesús a los Apóstoles: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia. Pero quien me desprecia a mí, desprecia a aquel que me ha enviado”.

Y a vosotros, queridos hermanos, elegidos por el Señor, considerad que habéis sido escogidos entre los hombres y para los hombres, para servirles en las cosas de Dios. De hecho, el “episcopado” es el nombre de un servicio, no de un honor. Porque al obispo le compete más servir que dominar, según el mandamiento del Maestro: “El que es mayor debe hacerse el más pequeño, y el que preside, debe servir humildemente”. Sed servidores de todos, de los más grandes y de los más pequeños. De todos. Pero siempre servidores, al servicio.

Proclamad la palabra de Dios a tiempo y a destiempo; exhortad con toda paciencia y deseo de edificar. En la oración y en el sacrificio eucarístico, pedid abundancia y diversidad de gracias, para que el pueblo que os ha sido encomendado participe de la plenitud de Cristo. No os olvidéis que la primera tarea del obispo es la oración. Esto lo ha dicho Pedro, el día de la elección de los siete diáconos. La segunda tarea, el anuncio de la Palabra. Luego viene lo demás. Pero lo primero es la oración. Si un obispo no reza, no podrá hacer nada.

Cuidad y orientad a la Iglesia que os ha sido confiada, y sed fieles dispensadores de los misterios de Cristo. Elegidos por el Padre para gobernar su familia, tened siempre ante vuestros ojos al Buen Pastor, que conoce a sus ovejas. Detrás de cada carta existe una persona. Detrás de cada misiva que vosotros recibáis, existe una persona. Que esta persona sea conocida por vosotros y que vosotros seáis capaces de conocerla.

Amad con amor de padre y de hermano a cuantos Dios pone bajo vuestro cuidado, especialmente a los presbíteros y diáconos. Da pena cuando escuchamos que un presbítero dice que ha pedido hablar con su obispo y la secretaria o el secretario le ha dicho que “tiene muchas cosas que hacer, y hasta dentro de tres meses no te podrá recibir”. El primer prójimo del obispo es su presbítero, su primer prójimo. Si tú no amas al primer prójimo, no serás capaz de amar a todos. Cercanos a los presbíteros, a los diáconos, a vuestros colaboradores en el ministerio; cercanos a los pobres, a los indefensos, a los que tienen necesidad de ser acogidos y ayudados. Mirad a los fieles a los ojos. Mirad el corazón. Y que aquel fiel tuyo sea presbítero, diacono o laico, pueda mirar tu corazón. Pero mirar siempre a los ojos.

Cuidad diligentemente de aquellos que aún no están incorporados al único rebaño de Cristo, porque ellos también os han sido encomendados en el Señor. No os olvidéis que formáis parte del colegio episcopal en el seno de la Iglesia católica, que es una por el vínculo del amor. Por tanto, vuestra solicitud pastoral debe extenderse a todas las Iglesias, dispuestos siempre a acudir en ayuda de las más necesitadas.

Vigilad con amor de todo el rebaño, a cuyo servicio os pone el Espíritu Santo para gobernar a la Iglesia de Dios. Y esto hacedlo en el nombre del Padre, cuya imagen representáis; en el nombre de su Hijo, Jesucristo, por el cual ejercéis de maestros, sacerdotes y pastores; y en el nombre del Espíritu Santo, que da vida a la Iglesia y con su poder fortalece nuestra debilidad. Que el Señor os acompañe, os esté cerca en este camino que hoy comenzáis.

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)

 


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Domingo, 20 de marzo de 2016

Comentario a la liturgia dominical – Jueves Santo por Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). (ZENIT)

Ciclo C
Textos: Ex 12, 1-8.11-14; 1 Co 11, 23-26; Jn 13, 1-15

18 marzo 2016 

Idea principal: Gracias, Señor, por los tres dones que hoy nos das: la Eucaristía, el Sacerdocio y el Mandamiento de la caridad.

Síntesis del mensaje: Aunque la celebración principal de estos días, y por tanto de todo el año, es la Eucaristía de la Vigilia Pascual, la de hoy es también entrañable para el pueblo cristiano: recuerda la institución de la Eucaristía, sublime sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo para nuestra salvación y alimento en el camino; el mandamiento del amor fraterno –con el gesto simbólico del lavatorio de los pies- para que tengamos el “tatuaje” de discípulos de Cristo impreso en los ojos, en la boca, en las manos y en el corazón; y finalmente, la institución del ministerio sacerdotal, donde hombres de carne y hueso son investidos y revestidos con la dignidad de Cristo sacerdote, pastor y cabeza.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, gracias, Señor, por el don de la Eucaristía. En este sacramento Cristo se hace presente bajo las especies del pan y vino, que en el momento de las palabras de la consagración se convierten en el Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Cristo glorioso y resucitado –¡misterio de fe!-. En este sacramento se actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz, y quedamos una vez vivificados, purificados, realizándose en nuestra alma una auténtica “diálisis espiritual” donde las escorias del pecado son disueltas, expiadas y destruidas al contacto con la sangre de Cristo. Este sacramento se convierte en Banquete sacrifical, donde comulgamos a Cristo, entramos en común unión con Él y nos hace partícipes de su vida divina y resucitada. En cada Eucaristía, nos incorporamos primero a Cristo, aumentando la gracia y el perdón de los pecados veniales; segundo, nos unimos a la Iglesia, pues la Eucaristía simboliza la unidad de la Iglesia, como nos dice san Agustín; y tercero, recibimos en prenda la gloria futura, es decir, la Eucaristía es banquete del Reino celestial, instaurado por Cristo y que se consumará de forma definitiva en el cielo. Dicho en otras palabras, la comunión es el germen y remedio de inmortalidad y de nuestra resurrección y anticipación de la vida eterna, como diría san Ignacio de Antioquía.

En segundo lugar, gracias, Señor, por el don del Sacerdocio. ¿Quién es el sacerdote? Primero, es un hombre elegido; por ser hombre, estará sujeto a flaquezas y miserias del humano linaje, para que conociéndolas, incluso por experiencia, sea capaz de condolerse con los hombres y orientarlos hacia Dios con mayor eficacia. Si el sacerdote en vez de ser hombre fuera un ángel, un espíritu puro, independiente de la materia, difícilmente sería capaz de calibrar las limitaciones de los hombres, y por lo mismo, difícilmente podría condolerse y comprender a los demás. Segundo, es un consagrado, ungido para el cargo que va a ocupar. Consagrado, es decir, apartado de las cosas profanas, para que en adelante pueda dedicarse al servicio exclusivo de Dios y de sus hermanos, los hombres. Unido, por una parte, al Dios que lo ha “tomado” o elegido , deberá asimismo estar en comunión con los hombres a favor de los cuales ha sido ungido. Por eso, todo sacerdote tiene algo de “pontífice”, palabra que en su sentido original significa “hacedor de puentes”. En su persona deberán unirse dos riberas, distantes entre sí, la ribera de Dios y la ribera de los hombres. El sacerdote es así un mediador. Y tercero, para ofrecer un sacrificio, que es el acto por excelencia de la virtud de religión. Así lo dice el texto de la carta a los Hebreos. El sacrificio es un acto externo y social por el cual el sacerdote ofrece a Dios, en nombre de la inmensa familia humana, una víctima inmolada, para simbolizar así su reconocimiento del supremo dominio de Dios, su deseo de reparar las ofensas cometidas contra su majestad, de darle gracias por sus beneficios y solicitarle las gracias que los hombres necesitan.

Finalmente, gracias, Señor, por el don del Mandamiento de la caridad. La caridad será la señal por la que reconocerán al cristiano. Nuestro trato con el Señor se manifiesta inmediatamente en el trato con los demás. Por eso la caridad se alimenta principalmente en el trato personal con Jesucristo. No serviremos ni lavaremos los pies de nuestros hermanos si primero no nos hemos encontrado íntimamente con Cristo siervo humilde que tomó la palangana y la toalla y se arrodilló para lavar los pies de sus apóstoles. La caridad pide además exigencias prácticas, además de sentir compasión interior, como podemos ver en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 33-35): vendar las heridas, derramar en ellas aceite y vino, poner a disposición la propia cabalgadura y montar al hermano necesitado, conducirle al mesón, pagar al mesonero. ¡Cuántos gestos de caridad! La caridad se demuestra en obras. Dios nos pone al prójimo con sus necesidades en el camino y en las periferias de la vida, y la caridad hace lo que el momento y la hora exigen. No siempre son actos heroicos o difíciles; muchas veces son cosas sencillas de la vida ordinaria y con los más cercanos o enfermos, preocupándonos por su salud, por su descanso, por su alegría. En este año de la misericordia no olvidemos las obras de misericordia, modo práctico de vivir la caridad.

Para reflexionar: ¿Cómo estoy viviendo el sacramento de la Eucaristía o santa misa? ¿Soy amigo de Cristo Eucaristía y le hago alguna visita al día con calma y con cariño? ¿Cómo trato a los sacerdotes: con veneración, respeto? ¿Colaboro con ellos en la parroquia y en los diversos grupos y movimientos? ¿Soy buen samaritano con mis hermanos más necesitados? ¿Tengo las manos dispuestas siempre para lavar los pies de mis hermanos?

Para rezar: Señor, adoro tu Eucaristía. Señor, venero y rezo por la fidelidad y fervor de los sacerdotes. Señor, ensancha mi corazón para que ame a mis hermanos como Tú los amas.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]

 


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Texto completo de la quinta predicación de cuaresma del padre Raniero Cantalamessa. 18 marzo 2016. (ZENIT)

El camino hacia la unidad de los cristianos. Reflexión sobre la “Unitatis Redintegratio”

 

El camino ecuménico después del Vaticano II

La moderna ciencia hermenéutica ha vuelto familiar el principio de Gadamer de la “historia de los efectos” (Wirkungsgeschichte). Según este método, para entender un texto es necesario tener en cuenta los efectos que este ha producido en la historia, pasando a formar parte de la historia y dialogando con ella [1].

Este principio resulta de gran utilidad aplicado a la interpretación de la Escritura. Nos dice que no se puede entender completamente el Antiguo Testamento, si no es a la luz del cumplimiento del Nuevo y no se puede entender el Nuevo Testamento si no es a la luz de los frutos que ha producido en la vida de la Iglesia. No basta por tanto el habitual estudio histórico-filológico de las “fuentes”, es decir de las influencias sufridas por un texto; es necesario tener en cuenta también las influencias ejercidas por este mismo. Es la regla que Jesús había formulado mucho tiempo antes, diciendo que cada árbol se conoce por sus frutos (cf. Lc 6, 44).

En la debida proporción, este principio –lo hemos visto en las meditaciones precedentes– se aplica también a los textos del Vaticano II. Hoy quisiera mostrar cómo esto se aplica en particular al decreto del ecumenismo, Unitatis redintegratio, que es el tema de esta meditación. Cincuenta años de camino y de progresos en el ecumenismo demuestran la virtualidad encerrada en ese texto. Después de haber recordado las razones profundas que inducen a los cristianos a buscar la unidad entre ellos, y después de tomar nota del difundirse entre los creyentes de las distintas Iglesias de una nueva actitud al respecto, los Padres conciliares así expresan el intento del documento:

“Considerando, pues, este Sacrosanto Concilio con grato ánimo todos estos problemas, una vez expuesta la doctrina sobre la Iglesia, impulsado por el deseo de restablecer la unidad entre todos los discípulos de Cristo, quiere proponer a todos los católicos los medios, los caminos y las formas por las que puedan responder a este divina vocación y gracia” [2]. Las relaciones, o los frutos, de este documento han sido de dos formas. En el plano doctrinal e institucional, ha sido constituido el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos; iniciaron otros diálogos bilaterales con casi todas las confesiones cristianas, con el fin de promover un mejor conocimiento recíproco, un debate de las posiciones y la superación de prejuicios”.

Las realizaciones y los frutos de este documento han sido de dos especies. En el plano doctrinal y institucional ha sido creado el Pontificio consejo para la unidad de los cristianos y se han iniciados diálogos bilaterales para con la mayoría de las iglesias cristianas afín de promover un mejor conocimiento recíproco y superar los prejuicios.

Junto a este ecumenismo oficial y doctrinal, se ha desarrollado desde el principio un ecumenismo del encuentro y de la reconciliación de los corazones. En este ámbito destacan algunos encuentros célebres que han marcado el camino del ecumenismo en estos 50 años: el de Pablo VI con el Patriarca Atenágoras, los innumerables encuentros de Juan Pablo II y de Benedicto XVI con los jefes de distintas iglesias cristianas, del papa Francisco con el patriarca Bartolomé en el 2004, y, por último, con el Patriarca de Moscú Kirill en Cuba que ha abierto un horizonte nuevo en el camino ecuménico.

A este mismo ecumenismo espiritual, pertenecen también las muchas iniciativas en las cuales los creyentes de distintas Iglesias se encuentran para rezar y proclamar juntos el Evangelio, sin intenciones de proselitismo y en plena fidelidad cada uno a su propia Iglesia. He tenido la gracia de participar en muchos de estos encuentros. Uno de ellos permanece particularmente vivo en mi memoria porque fue como una profecía visual de resultado al qué debería llevarnos al movimiento ecuménico.

En 2009 se celebró en Estocolmo una gran manifestación de denominada “Jesus manifestation”, “Una manifestación por Jesús”. En el último día, los creyentes de las distintas Iglesias, cada uno por una calle diferente, caminaban en procesión hacia el centro de la ciudad. También el pequeño grupo de católicos, con el obispo local a la cabeza, íbamos por nuestro camino rezando. Al llegar al centro, las filas se rompían y era una única multitud la que proclamaba el señorío de Cristo frente a una multitud de 18 mil jóvenes y de transeúntes atónitos. La que pretendía ser una manifestación “por” Jesús, se convirtió en una poderosa manifestación “de” Jesús. Su presencia se podía casi tocar con la mano en un país que no está acostumbrado a manifestaciones religiosas de este tipo.

También estos desarrollos del documento sobre ecumenismo son un fruto del Espíritu Santo, un signo del invocado nuevo Pentecostés. ¿Cómo hizo el Resucitado para convencer a los apóstoles a abrirse a los gentiles y a recibirles también a ellos en la comunidad cristiana? Condujo a Pedro en la casa del centurión Cornelio, le hizo asistir a la venida del Espíritu sobre los presentes, con las mismas manifestaciones que los apóstoles habían experimentado en Pentecostés: hablar en lenguas, glorificar a Dios en voz alta. A Pedro no le quedó otra opción que llegar a la conclusión: “Si Dios les dio a ellos la misma gracia que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿cómo podía yo oponerme a Dios?” (Hch 11, 17).

El Señor resucitado está haciendo lo mismo hoy. Envía su Espíritu y sus carismas sobre los creyentes de las distintas Iglesias, también de las que creíamos más distantes de nosotros, a menudo con idénticas manifestaciones visibles. ¿Cómo no ver en eso un signo que nos empuja a aceptarnos y reconocernos recíprocamente como hermanos, aunque aún en el camino hacia una unidad más plena en el plano visible?

Fue en todo caso lo que me ha convertido a mi a tener amor a la unidad de los cristianos, acostumbrado por mis estudios preconciliares a ver a los ortodoxos y protestantes solo como “adversarios” para confutar en nuestras tesis de teología.

A un año del V Centenario de la reforma protestante (1517)

En la Cuaresma del año pasado, traté de mostrar los resultados a los que ha llegado, a nivel teológico, el diálogo ecuménico con el oriente ortodoxo. Al libro que recoge tales meditaciones di el título “Dos pulmones, una única respiración” el cual dice por sí solo a lo que tendemos y que en gran parte ya se ha realizado[3].

En esta ocasión quisiera dirigir la atención a las relaciones con el otro gran interlocutor del diálogo ecuménico que es el mundo protestante, sin entrar en cuestiones históricas y doctrinales, pero para mostrar cómo todo nos empuja a ir adelante en el esfuerzo de recomponer la unidad del occidente cristiano.

Una circunstancia hace este esfuerzo particularmente actual. El mundo cristiano nos prepara a celebrar el quinto centenario de la Reforma en el 2017. Es vital para el futuro de la Iglesia no perder esta ocasión, permaneciendo prisioneros del pasado, o limitándose a usar un tono más conciliador en el establecimiento de los aciertos y errores en ambos lados. Es el momento de hacer, creo, un salto de calidad, como cuando una barca llega a la compuerta de un río o de un canal que le permite proseguir la navegación a un nivel superior.

La situación ha cambiado profundamente en estos quinientos años, pero como siempre, es difícil tomar pronto conciencia de lo que es nuevo. Las cuestiones que provocaron la separación entre la Iglesia de Roma y la Reforma en el siglo XVI fueron sobre todo las indulgencias y la forma en la que sucede la justificación del pecador.

Pero ¿podemos decir que estos son problemas con los cuales se mantiene o cae la fe del hombre de hoy? En una conferencia celebrada en el Centro “Pro unione” de Roma, el cardenal Walter Kasper explicaba que mientras para Lutero el problema existencial número uno era cómo superar el sentido de la culpa y obtener un Dios benévolo, hoy el problema es más bien el contrario: como dar de nuevo al hombre de hoy el verdadero sentido del pecado que se ha perdido del todo.

Creo que todas las discusiones seculares entre católicos y protestantes acerca de la fe y las obras han terminado por hacer perder de vista el punto principal del mensaje paulino. Lo que el apóstol quiere afirmar, sobre todo en Romanos 3, no es que somos justificados por la fe, sino que somos justificados por la fe en Cristo; no es tanto que somos justificados por la gracia, sino que somos justificados por la gracia de Cristo. La persona de Cristo es el corazón del mensaje, incluso antes de la gracia y la fe.

Después de haber presentado a la humanidad en su estado universal de pecado y de perdición en los dos capítulos anteriores de la Carta, el apóstol tiene el increíble valor de proclamar que esta situación ha cambiado radicalmente, “en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús”, “por la obediencia de uno solo”(Rm 3, 24; 5, 19).

La afirmación de que esta salvación se recibe por fe, y no por obras, está presente en el texto y era lo más urgente donde arrojar luz en los tiempos de Lutero, cuando era claro, al menos en Europa, que se trataba de la fe en Cristo y de la gracia de Cristo. Pero esa viene en segundo lugar, no en el primero. Cometimos el error de reducir a un problema de escuelas, a lo interior del cristianismo, lo que era para el apóstol una afirmación mucho más amplia y universal. Hoy estamos llamados a redescubrir y proclamar juntos el fondo del mensaje paulino.

En la descripción de las batallas medievales siempre hay un momento en el que, superados los arqueros, caballería y todo lo demás, la lucha se concentraba alrededor del rey. Allí se decidía el éxito final de la batalla. También para nosotros la batalla de hoy está alrededor del rey… La persona de Jesucristo es el verdadero juego. Tenemos que volver, desde el punto de vista de la evangelización, al tiempo de los apóstoles. Hay una similitud entre nuestro tiempo y el de ellos. Ellos estaban frente a un mundo pre-cristiano; en Occidente, nosotros tenemos delante un mundo en gran parte post-cristiano.

Cuando el apóstol Pablo quiere resumir en una frase la esencia del mensaje cristiano no dice: “Anunciamos esta o esa doctrina”; dice: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor 1, 23), y otra vez: “Nosotros predicamos a Cristo Jesús el Señor” (2 Cor 4, 5). Esto es el verdadero “articulus stantis cadentis et Ecclesiae”, el artículo por el cual la Iglesia se mantiene o cae.

Esto no significa ignorar todo lo que la Reforma protestante produjo de nuevo y válido, tanto en la teología y como en la de la espiritualidad, especialmente con la reafirmación de la primacía de la Palabra de Dios. Significa más bien permitir que toda la Iglesia se beneficie de sus logros positivos, una vez liberados de ciertos excesos y refuerzos debidos a la atmósfera recalentada del momento, a la interferencia de la política y a las controversias posteriores.

Un paso importante en este sentido fue la “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación”, firmada el 31 de de octubre de 1999, entre la Iglesia católica y la Federación Mundial de Iglesias Luteranas” [4]. En su conclusión, que dice:

“La comprensión de la doctrina de la justificación expuesta en esta Declaración muestra la existencia de un consenso entre luteranos y católicos sobre los puntos fundamentales de la doctrina de la justificación. A la luz de este acuerdo son aceptables las diferencias que existen con respecto al lenguaje, los desarrollos teológicos, y los énfasis particulares que ha tomado la comprensión de la justificación. […] Por esta razón, la elaboración luterana y la católica de la fe en la justificación , en sus diferencias, están abiertas la una a la otra de tal forma que no invalida de nuevo el consenso alcanzado sobre verdades fundamentales” [5].

Yo estaba presente cuando el acuerdo fue proclamado en San Pedro durante unas vísperas solemnes presididas por el Papa Juan Pablo II y el arzobispo de Uppsala, Bertil Werkström. Me impresionó una observación que el Papa hizo en la homilía. Expresaba, si no recuerdo mal, este pensamiento: ha llegado el momento de dejar de hacer de esta doctrina de la justificación por la fe un tema de lucha y disputas entre los teólogos, y tratar, en cambio, de ayudar a todos los bautizados a hacer, de esta verdad, una la experiencia personal y libertadora. Desde ese día, no he parado, cada vez que he tenido la oportunidad en mi predicación, de exhortar a los hermanos a tener esta experiencia.

La justificación mediante la fe en Cristo debería ser predicada por toda la Iglesia y con mayor vigor que nunca. Ya no, sin embargo, en contraposición a las “buenas obras”, que es un asunto superado y resuelto, sino en oposición, en todo caso, a la pretensión del mundo secularizado de poder salvarse solo, con su ciencia, la tecnología o las técnicas espirituales de su invención. Estoy convencido de que si estuvieran vivos hoy en día, esta sería la forma en la que Lutero, Calvino y otros reformadores ¡predicarían la justificación gratuita mediante por la fe!

“Las sociedades modernas – leemos en un libro que ha hecho historia – son construidas sobre la ciencia. Le deben su riqueza, su poder y la certeza de que una riquezas y poderes aún mayores serán accesibles al hombre el día de mañana si él quiere […]. Provistos de todo el poder, con todas las riquezas que la ciencia les ofrece, nuestras sociedades todavía tratan de vivir y enseñar sistemas de valores, ya socavados en la base por esta misma ciencia” [6].

Los “sistemas de valores obsoletos” son, por supuesto, para el autor, los sistemas religiosos. Jean-Paul Sartre llega a la misma conclusión desde un punto de vista filosófico. Él hace decir a uno de sus personajes: “Yo mismo hoy me acuso y solo yo me puedo absolver también, yo el hombre. Si Dios existe, el hombre no es nada” [7].

Es a este tipo de desafíos lanzados por el cientificismo ateo y el secularismo que deben responder los cristianos de hoy en día con la doctrina de que “el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo” (cf. Gal 2, 16).

Más allá de las fórmulas

Estoy convencido de que en el diálogo ecuménico con las Iglesias protestantes pesa mucho el rol de frenado de las fórmulas. Me explico. Las formulaciones doctrinales y dogmáticas, que en sus inicios fueron el resultado de procesos vitales y reflejaban el camino coral de la comunidad y la verdad alcanzada con fatiga, con el paso del tiempo tienden a endurecerse para convertirse en “consignas”, etiquetas que indican una pertenencia. La fe ya no termina en la realidad de la cosa, sino en su formulación. Estamos en las antípodas de lo que debería ser, según la famosa afirmación de Tomás de Aquino: “Fides non terminatur ad enuntiabile, sed ad rem”: la fe no termina en su formulación, sino la cosa en sí misma [8].

Es el fenómeno del formalismo ya en la antigüedad, una vez terminada la fase creativa de los grandes dogmas [9]. Sólo recientemente se dieron cuenta, por ejemplo, que las divisiones dentro del Oriente cristiano, entre Iglesias calcedonianas y las llamadas monifisistas o nestorianas, estaban basados, en muchos casos, en fórmulas y el sentido diferente dado, en ellas a los términos ousia y hypostasis, que no tocaban la sustancia de la doctrina. Se ha podido restablecer, así, la comunión entre y con diferentes Iglesias orientales.

Este obstáculo es particularmente visible en las relaciones con las Iglesias de la Reforma. Fe y obras, Escritura y tradición: son contraposiciones comprensibles y en parte justificadas en su nacimiento, pero llevan al engaño si son repetidas y mantenidas en pie, como si nada hubiera cambiado en quinientos años de vida.

Tomemos la contraposición entre fe y obras. Esta tiene sentido si por buenas obras se entiende principalmente (como lamentablemente sucedía en la época de Lutero) indulgencias, peregrinaciones, ayunos, limosnas, velas votivas, y todo lo demás. En cambio lleva fuera del camino si por buenas obras se entiende las obras de caridad y de misericordia. Jesús en el Evangelio reprende que sin esas no se entra en el Reino de los Cielos y Él se verá obligado a decir: “Lejos de mí”. No se es justificado por las buenas obras, pero no nos salvamos sin las buenas obras. La justificación es sin condiciones de la parte de Dios, pero no es sin consecuencias. Esto lo creemos todos, católicos y protestantes y lo decía ya el Concilio de Trento.

Lo mismo hay que decir de la contraposición entre Escritura y tradición. Esta surge apenas se toca el problema de la revelación, como si los protestantes tuvieran solamente la Escritura y los católicos la Escritura y la tradición juntas. Cuando en realidad todas las Iglesia tienen una propia tradición. ¿Qué es lo que explica la existencia de tantas denominaciones diversas dentro del protestantismo, si no el modo diverso que tiene cada una de interpretar las Escrituras? ¿Y qué es la tradición en su contenido más verdadero si no justamente, la Escritura leída en la Iglesia y por la Iglesia?

Ni siquiera la fórmula luterana “Simul iustus et peccator”, “justo y pecador al mismo tiempo”, es un obstáculo insuperable a la comunión. Forma parte de la tradición católica desde el tiempo de los Padres, la definición de la Iglesia como “casta meretriz” (casta meretrix), como santa y que siempre necesita ser reformada” [10]. Lo que se dice de la Iglesia en su conjunto como cuerpo de Cristo, ¿no se debería aplicar también a cada uno de sus miembros?

Lo que puede ser objeto de una explicación diversa y complementaria es el modo con el cual se entiende esta presencia simultánea de santidad y de pecado en el hombre redimido. En el adjunto a la Declaración conjunta sobre la justificación hay una explicación de la fórmula “simul iustus et peccator” que no es incompatible con la doctrina católica. Se afirma que la justificación opera una renovación real en la vida del bautizado, incluso si esto no se vuelve nunca una posesión adquirida, sobre la cual el hombre pueda apoyarse delante a Dios, mas que queda siempre dependiente de la acción del Espíritu Santo.

En 1974 hubo una noticia que asombró y divirtió al mundo entero. Un soldado japonés, enviado durante la última Guerra Mundial a una isla de Filipinas para infiltrarse entre el enemigo y recoger información, había vivido treinta años escondiéndose en la jungla y alimentándose de raíces, frutos y alguna presa, convencido de que aún había guerra y él seguía en su misión. Cuando lo encontraron fue difícil convencerlo de que la guerra había terminado y que podía volver a su país.

Yo creo que sucede algo similar entre los cristianos. Hay cristianos a los que es necesario convencerles, en ambas formaciones, que la guerra ha terminado, las guerras de religión entre católicos y protestantes han terminado. ¡Tenemos otras cosas que hacer que la guerra uno al otro! El mundo ha olvidado o no ha conocido nunca a su Salvador, a aquel que es la luz del mundo, el camino, la verdad y la vida ¿Y perdemos el tiempo discutiendo entre nosotros?

4- Unidad en la caridad

Sin embargo, no es suficiente este motivo práctico para realizar la unidad de los cristianos. No es suficiente encontrarse unidos en el frente de la evangelización y de la acción caritativa. Este es un camino que el movimiento ecuménico ha experimentado en sus inicios con el movimiento ‘Vida y acción’ (Life and Work), pero que se ha revelado insuficiente. Si la unidad de los discípulos tiene que ser un reflejo de la unidad entre el Padre y el Hijo, esta tiene que ser en primer lugar una unidad de amor, porque tal es la unidad que reina en la Trinidad. Las tres divinas personas no están unidas por el hecho de que realizan conjuntamente la creación y todas las otras obras ad extra; los son en su mismo ser. La Escritura nos exhorta a “hacer la verdad en la caridad – veritatem facientes in caritate”(Ef 4, 15). Y san Agustín afirma que “no se entra en la verdad si no a través de la caridad – non intratur in veritatem nisi per caritatem» [11].

La cosa extraordinaria, sobre este camino hacia la unidad basada en el amor, es que esta se encuentra ya enteramente abierta delante de nosotros. No podemos “quemar las etapas” sobre la doctrina, porque las diferencias son y se resuelven con paciencia en los lugares correspondientes. Podemos en cambio quemar las etapas en la caridad, y estar plenamente unidos desde ahora. El signo verdadero y seguro de la venida del Espíritu no es, escribe nuevamente san Agustín, el hablar en lenguas, sino el amor por la unidad: “Sepan que tendrán el Espíritu Santo cuando consientan que vuestro corazón adhiera a la unidad a través de una sincera caridad” [12].

Releemos el himno a la caridad de san Pablo. Cada una de sus frases toma un significado actual y nuevo, si se aplica al amor entre los miembros de las diversas Iglesias.

“La caridad es paciente…
La caridad no es envidiosa…
No busca solo su interés (o solo el interés de la propia Iglesia).
No toma en cuenta el mal recibido (sino más bien el mal hecho a los demás).
No goza de la injusticia, sino que se complace por la verdad (no goza de las dificultades de las otras Iglesias, sino que se alegra de sus éxitos espirituales).
Todo cree y todo soporta” (1 Cor 13,4 ss).

“Amarse” se ha dicho “no significa mirarse uno al otro, sino mirar hacia la misma dirección”. También entre los cristianos, amarse significa mirar juntos hacia la misma dirección que es Cristo. “Él es nuestra paz” (Ef 2, 14). Si nos convertiremos a Cristo e iremos juntos hacia Él, nosotros cristianos nos acercaremos también entre nosotros, hasta volvernos, como él ha querido, “una sola cosa con él y con el Padre” (cf. Jn 17, 21). Sucede como con los radios de una rueda. Parten desde puntos distantes de una circunferencia, pero a medida que se acercan al centro se acercan también entre ellos, hasta formar un punto solo. Sucede como aquel día en Estocolmo…

Nos preparamos a celebrar la Pascua. En la Cruz, Jesús “ha abatido el muro de separación que existía entre nosotros, o sea la enemistad (…). Por medio del Él podemos presentarnos, los unos a los otros al Padre en un solo Espíritu” (Ef 2, 14.18). No dejemos de hacerlo para la alegría del Corazón de Cristo y para el bien del mundo.

Traducción de Zenit

[1] Cf H.G. Gadamer, Wahrheit und Methode, Tübingen 1960.

[2] UR, 1.

[3] Due polmoni, un unico respiro. Oriente e Occidente di fronte ai grandi misteri della fede. Libreria Editrice Vaticana 2015.

[4] El texto de la Declaración se encuentra en el Enchiridion Vaticanum (EV) 17,744-817.

[5] Ib, nr. 40.

[6] J. Monod, Il caso e la necessità, Mondadori, Milano 1970, 136s.

[7] J.-P. Sartre, Il diavolo e il buon Dio, X, 4, Gallimard, Parigi 1951, p. 267 s.

[8] S.Tommaso d’Aquino, Somma teologica, II-IIae , q. 1,a.2,ad 2.

[9] G. L. Prestige, God in Patristic Thought, London 1952, chap. XIII; ed. Italiana Dio nel pensiero dei Padri, Bologna, Il Mulino, 1969, pp. 273 ss. (El triunfo del formalismo).

[10] Cf. H.U. von Balthasar, “Casta meretrix, in Sponsa Chnristi, Morcelliana, Brescia, 1969.

[11] Agostino, Contra Faustum, 32, 18 (CCL 321, p. 779).

[12] Agostino, Discursos, 269, 3-4 (PL 38, 1236 s).

 


Publicado por verdenaranja @ 20:02  | Espiritualidad
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Información recibida de Carlos Peinó Agrelo. Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.

 

¿QUÉ DICEN LAS PRIMERAS, SEGUNDAS Y TERCERAS IDEAS FUNDAMENTALES SOBRE LA FECHA EN QUÉ SE INICIARON

LOS CURSILLOS DE CRISTIANDAD? 

 

A modo de Introducción te recuerdo parte de lo que le leías en el Prólogo a las Primeras Ideas Fundamentales. Allí leías: 

«En Noviembre de 1972, el Movimiento celebró su III Encuentro Mundial de Mallorca (España).

»Allí, por una parte, se pudo constatare la madurez de los Cursillos a nivel mundial; pero, por otra, se reconoció la necesidad de un libro, que, a tiempo, “reflejara lo principal, lo que identifica y caracteriza al Movimiento en todo el mundo, lo que todos los países y todos los dirigentes deben sostener, si quieren conservar el Movimiento idéntico a sí mismo”.

                              »Y se tomó como única conclusión la preparación de un libro así». 

                              1.             Se reconoció la necesidad de un libro que

                              2.            reflejara lo principal, lo que identifica y caracteriza al Movimiento en todo el mundo

                              3.            lo que todos los países y todos los dirigentes deben sostener

                              4.            si quieren conservar el Movimiento idéntico a sí mismo.

 

Verás seguidamente la línea errática que han seguido desde las Primeras Ideas Fundamentales hasta las Terceras en este punto («Fecha en qué se iniciaron los Cursillos de Cristiandad»). 

Por otro lado, RECUERDA lo que escribe Eduardo en su «Mi testamento Espiritual», pp. 57 y 58: 

«Lástima que después se creyeron omnipotentes los del OMCC y cambiaron el nombre de algunos rollos y el orden de los mismos, modificaron “Ideas Fundamentales” que, en su primera edición, cumplieron su finalidad […].

»Pero después un grupo reducido, en el que no había ningún integrante que hubiera estado presente en su gestación, empezaron a modificar, codificar y enumerar las Ideas Fundamentales, a “actualizarlas”, a clericalizarlas y, creo suponer que con buena intención, inventaron el apartado –86– donde se cuenta una historia imaginaria en rosa, algo así como un cuento de hadas, para explicar el “nacimiento” de los Cursillos […]», 

Sólo decir que uno de los miembros integrantes dela Comisiónde las II Ideas Fundamentales era el Pe. Sebastián Gayá (España). 

Por último, te INVITO, una vez más (permíteme que insista, pues la importancia del tema lo requiere) a que vuelvas a leer los dos monográficos anteriores que te envié con los títulos: ¿Después Santiago, qué? y ¿En qué fecha nacieron realmente los Cursillos de Cristiandad? en los que este tema lo tratan, amplia y documentadamente, voces grandes del Movimiento de Cursillos de Cristiandad y otras muy autorizadas. A ellas, pues, te remito para evitar repeticiones innecesarias.

 

            I.        EN LAS PRIMERAS IDEAS FUNDAMENTALES SE LEE: 

«Los Cursillos de Cristiandad comenzaron en Mallorca (España), al FINALIZAR la década del cuarenta […]», p. 11. 

Como esta década comprende los años 1940 al 1949, ambos inclusive, los Cursillos de Cristiandad comenzaron, según las éstas, en 1949

            II.       EN LAS SEGUNDAS: 

            «86.     En la década de los 40 surgió un nuevo Movimiento de Iglesia: Cursillos de Cristiandad […]», p. 56.

 

Años después, sin embargo, las Segundas Ideas Fundamentales, como has podido ver, no sostienen lo que dicen las Primeras. AFIRMAN que los Cursillos de Cristiandad surgieron en la década de los 40.

 

Es cierto, en verdad, cuanto dicen, pero lo es dentro de la indefinición, ambigüedad, con que se expresan. Como esta década comprende los años 1940 al 1949, ambos inclusive, los Cursillos de Cristiandad lo mismo pudieron surgir en 1940, que en 1941, en 1942, en 1943, en 1944, en 1945, en 1946, en 1947, en 1948 o en 1949.

 

De esta manera contentan a todos: A los que sostienen que surgieron en 1944 y a los que sostienen que nacieron en 1949. 

La palabra «indefinición», según el Diccionario de la Lengua Española, significa «falta de definición o de claridad», en tanto que la palabra «ambiguo, gua», según el mismo Diccionario, significa: «Dicho especialmente del lenguaje: Que puede entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones y dar, por consiguiente, motivo a dudas, incertidumbres o confusión». «Dicho de una persona: Que, con sus palabras o comportamientos, vela o no define claramente sus actitudes u opiniones».

 

¿Cuál de estas dos primeras versiones de las Ideas Fundamentales es la verdadera? 

«Has leído y releído, oído y vuelto a leer el relato o relatos de [...] –escribe la Asociaciónde Humanismo sin Credos–. Normal. Pero ¿te has parado a pensar en la correlación de tales relatos, en las contradicciones, en los detalles que no cuadran? [...]. No se olvide que, como en los juicios, la verdad o la mentira, está siempre en los detalles. Bastan miligramos de polvo recogido por un aspirador  para determinar que explotó en unos trenes desguazados» [1]. Son los detalles, precisamente, los que nos permiten entender y comprender todas esas cosas.

En este Capítulo no reiteraré el párrafo anterior. Trato con ello de evitar repeticiones innecesarias y hacer más ágil la lectura del texto. 

Pero aquí no queda la cosa. Vayamos a las III Ideas Fundamentales para ver que nos dicen.

          III.     EN LAS TERCERAS: 

Unas veces, como verás, sostienen que los Cursillos de Cristiandad surgieron en la década de los cuarenta, otras hablan de los setenta años de su historia, otras …

 

            1.       Década de los cuarenta

 

            En la solapa de la Portada se lee: «El Movimiento de Cursillos de Cristiandad tuvo su origen en Mallorca (España), en la década de los años cuarenta del siglo pasado […]».

 

La Comisiónde Revisión de Ideas Fundamentales Tercera Edición escribe, pp. 11-15: «El Movimiento de Cursillos de Cristiandad […] tiene su origen en Mallorca (España), en la década de los años cuarenta del pasado siglo […]».

 

«El Movimiento de Cursillos de Cristiandad nació en España, concretamente en la isla de Mallorca, en la década de 1940», Núm. 4, p. 28 … «El Movimiento, iniciado en la década de los 40 […]», Núm. 15, p. 31.

 

               En este momento, sostienen lo mismo que las II Ideas Fundamentales.

 

Antes de que vieran la luz estas III Ideas Fundamentales, decirte que consta que el Pontificio Consejo para los Laicos, en Septiembre de 2013, le decía entre otras muchas cosas, a la entonces Presidenta del OMCC, Sra. Garrigán:

 

«[…] Mientras el borrador de Ideas Fundamentales no está en la competencia de este Discaterio es importante que eso esté de acuerdo con el Decreto de reconocimiento y los Estatutos, y que en ambos documentos los inicios del MCC sean correctamente establecidos. En este punto parecería oportuno cambiar el nuevo borrador de Ideas Fundamentales.

»En el pasado, representaciones fueran hechas a este Discaterio insistiendo en la Peregrinacióna Santiago en 1948 como el catalizador de donde los primeros Cursillos con una identidad específica fueran realizados, en Enero de 1949 (véase también el Decreto de Reconocimiento del Discaterio). En contraste, el borrador de Ideas Fundamentales establece una serie de acontecimientos y elementos contextuales de los años 40 que llevan al nacimiento del Movimiento, sin indicar el Momento específico en el que el Movimiento pasó a existir (Historia, Núm. 3). Es tarea del Movimiento de Cursillos verificar y reconciliar este planteamiento hacia sus propios orígenes, pero el Discaterio recomienda expresamente que lo hagan para […]».

 

Y lo más sorprendente de todo es que Eduardo Bonnín y Don Miguel Fernández sostienen en «El Cómo y el Porqué» que los Cursillos de Cristiandad comenzaron en 1949. Sin embargo, tanto las Primeras, como las Segundas y las Terceras Ideas Fundamentales silencian este hecho, que, para mayor “inri”, hacen figurar este libro enla Bibliografía que ofrecen. Por ello sólo una pregunta y ninguna otra consideración: ¿A qué obedece tal silencio por parte de las mismas?

 

                    2.       Entre los años 1944 y 1949

 

En el Núm. 10, p. 30, se lee: «Entre los años 1944 y 1949, se llevó a cabo un intenso trabajo de estudio, reflexión y experimentación. Se tomaron elementos de los Cursillos ya existentes de Acción Católica, adaptándose su método para una nueva finalidad».

Si entre los años 1944 y 1949 se tomaron elementos de los Cursillos de Peregrinos creados por Manuel Aparici en 1940 y se adaptó su método para una nueva finalidad, quiere decirse que en 1944 todavía no habían tomado dichos elementos de los Cursillos de Peregrinos ni habían adaptado su método para una nueva finalidad. Por tanto, los Cursillos de Cristiandad no habían aparecido todavía en 1944.

 

            3.       En el periodo 1947/1949

 

«En el inicio de los Cursillos  cabe reconocer la inspiración del Espíritu Santo, que fue acogida y compartida por un grupo de personas, entre ellas Eduardo Bonnín, un laico con un papel predominante, algunos sacerdotes como Mons. Sebastián Gayá y el entonces Obispo de Mallorca, Mons. Juan Hervás […]», se lee en el Núm. 9, pp. 29 y 30.

 

Teniendo en cuenta que Mons. Hervás fue nombrado Obispo Auxiliar de Palma de Mallorca en 1947 con derecho a sucesión, los Cursillos de Cristiandad no pudieron nacer en 1944.

 

4.       Setenta años de Historia del Movimiento

 

En este momento las Terceras Ideas Fundamentales fijan «solapadamente» la fecha de aparición de los Cursillos de Cristiandad en 1944.

 

«Como se dice en la Introducción–escribe el Comité Ejecutivo del OMCC en el PRÓLOGO, p. 10–, este libro no es una “biblia” y debe ser leído teniendo en cuenta los setenta años de la historia del Movimiento […]».

 

En la contraportada del libro se vuelve a leer lo mismo que ha escrito el Comité Ejecutivo en el Prólogo: «Este libro no es una “biblia” y debe ser leído teniendo en cuenta los setenta años de historia del Movimiento[…]».

 

                    Como el texto del libro se aprobó en 2014, la afirmación del Comité Ejecutivo del OMCC lleva la fecha de creación de los Cursillos de Cristiandad a 1944 (2014-70=1944) y con ello se separa de lo que se sostenía en las Primeras y en las Segundas Ideas Fundamentales.

 

            5.       En 1944

 

            «En la Reseña Histórica, p. 203, se lee: «1944 – 19 a 22 Agosto – Cala Figuera de Santanyi – Mallorca, España. Se celebró un Cursillo denominado Cursillo de Jefes de Peregrinos en que Eduardo presentó su “estudio del ambiente”. Este “Cursillo”, cuya duración fue reducida de una semana a tres días y medio, fue uno de los primeros pasos para el establecimiento del método del MCC […]».

 

                              Dos breves reflexiones:

 

1.             Habrás observado que no escriben Cursillo de Cristiandad. Sólo dicen: Se celebró un Cursillo denominado Cursillo de Jefes de Peregrinos, cuya duración fue reducida de una semana tres días y medio. Tres días duraban los Cursillos de Guías de Peregrinos creados también por Manuel Aparici en 1940.

 

2.            Habrás observado también que AFIRMAN que ese Cursillo de Jefes de Peregrinos fue uno de los primeros pasos para el establecimiento del método del MCC; es decir para la instauración, creación del mismo, según el Diccionario de sinónimos WordReference.com. Luego, según las mismas Ideas Fundamentales, el método no había sido establecido todavía en 1944.

 

¿Cuál de todas estas versiones de las Ideas Fundamentales es la verdadera?

 

«Has leído y releído, oído y vuelto a leer el relato o relatos de [...] –escribe la Asociaciónde Humanismo sin Credos–. Normal. Pero ¿te has parado a pensar en la correlación de tales relatos, en las contradicciones, en los detalles que no cuadran? [...]. No se olvide que, como en los juicios, la verdad o la mentira, está siempre en los detalles. Bastan miligramos de polvo recogido por un aspirador  para determinar que explotó en unos trenes desguazados» [2]. Son los detalles, precisamente, los que nos permiten entender y comprender todas esas cosas.

En este Capítulo no reiteraré el párrafo anterior. Trato con ello de evitar repeticiones innecesarias y hacer más ágil la lectura del texto.

 

El Decreto del Pontificio Consejo para lo Laicos nos dice que los Cursillos comenzaron en Enero de 1949.

 

Otras muchas observaciones se podían hacer, como grado de credibilidad de unos y otros, etc. Saca tú tus propias conclusiones. 

 

Carlos Peinó Agrelo

Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc. 



[1]  Su Blog de fecha 8 de Abril de 2007. Religión Digital.

[2]  Su Blog de fecha 8 de Abril de 2007. Religión Digital.


Publicado por verdenaranja @ 19:51  | Espiritualidad
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Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. ‘Quien mira este acontecimiento con fe, entiende que las Cofradías busquen cobijo en quien puede dárselo en momentos en que la fe tenemos que vivirla a la intemperie’. 17 marzo 2016. (ZENIT – Madrid)

“Semana Santa, todos a la Catedral”

 

Se acercan los días santos de la Pascua, de la pasión, muerte y resurreccion de Jesucristo, que cada año celebramos con solemnidad. Y lo que celebramos en los templos sale a las calles en las hermosas procesiones de nuestra Semana Santa de Córdoba. El misterio celebrado es el mismo en todo el mundo. La manera de celebrarlo adquiere formas diferentes y propias, y en nuestra ciudad y nuestros pueblos adquiere tonos que la hacen admirable. La ciudad de Córdoba pone en juego a miles de personas con todo un despliegue de medios, que hacen de nuestra Semana Santa algo digno de admiración. No todo es folclore ni boato. Detrás de todo lo visible se esconde y se manifiesta públicamente el sentimiento, la devoción y la fe de un pueblo que cree en Dios, que acoge la redención que Jesucristo nos ofrece a los pecadores y que encuentra un consuelo inmenso en la Madre celeste que acompaña a su Hijo y a todos sus hijos, nosotros.

La Semana Santa es como la síntesis del misterio cristiano: Dios Padre, que compadecido del extravío de los hombres envía a su Hijo único Jesucristo. Este Hijo, que se hace hombre y carga con nuestros delitos, como el Cordero que quita el pecado del mundo. El Espíritu Santo, que sostiene el Corazón de Cristo en la obediencia de amor y en la entrega generosa por sus hermanos hasta la muerte. Y en el centro del drama redentor, acompañando siempre a su Hijo, Maria, una criatura como nosotros, elevada a la dignidad de Madre de Dios, colaboradora singular en la redención del mundo, y Madre nuestra entregada por Jesús junto a la Cruz al discípulo amado y en el a todos los hombres.

La Semana Santa no puede vivirse sin esa fe. Quitarle esa fe es vaciarla de contenido, dejarla hueca como una carcasa que no lleva nada dentro. La Semana Santa procede de la fe y genera la fe. Por eso su lugar es la comunidad cristiana, la Iglesia, y más concretamente, la Iglesia católica donde esa piedad popular ha sido alimentada a lo largo de los siglos. Precisamente este año, y por primera vez en la historia, todas las Cofradías y Hermandades de la Ciudad, celosas de su identidad cristiana creyente, a veces no comprendida e incluso despreciada, han decidido hacer estación de penitencia en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Es como el lugar donde esa fe puede mejor expresarse y al mismo tiempo donde las Cofradias encuentran amparo, porque la Catedral es su casa, la casa de la Iglesia, la casa de la comunidad cristiana. Quien mira esta circunstancia sin fe, no entiende a que viene esta movida, o a lo sumo la interpreta como un alargamiento de la carrera oficial, y no faltará quien se sienta molesto. Quien mira este acontecimiento con fe, entiende que las Cofradías busquen cobijo en quien puede dárselo en momentos en que la fe tenemos que vivirla a la intemperie.

Las dificultades nos hacen crecer y madurar, si las vivimos desde Dios y con Dios. “Todos a la Catedral” es un signo visible de esta vivencia. Sean todos bienvenidos a su Casa, la Casa de Dios y de la Comunidad Católica. La unión de todos hace superar las dificultades que surgen en el camino, y las dificultades se convierten en un estímulo y una nueva motivación. Esta circunstancia viene a añadirse como un atractivo más a la belleza de nuestra Semana Santa de Córdoba, cuando todas las Cofradías pasarán por el primer Templo de la diócesis como señal de unidad, simbólicamente expresada en nuestra Catedral, donde está la Cátedra del Obispo.

Vivamos esta Semana Santa con especial fervor. Pasa Cristo por nuestras calles, acompañado de su bendita Madre. Pasan en sus preciosas imágenes, sagrados titulares de cada Hermandad. Al mirar a Jesús, él nos mira y nos ofrece su ayuda para llevar nuestra cruz, él nos mira para ofrecernos su perdón en este Año de la misericordia, el alienta en nosotros la esperanza de que el final no es la muerte, sino la gloriosa Resurreccion, la suya y la nuestra. Y al pasar su Madre llena de majestad y señorío en sus pasos de palio, ella nos invita a acercarnos a su Hijo, en el único en que podemos alcanzar la salvación.

Pasa Jesús, pasa Maria, pasa un pueblo creyente con el deseo de llevar esta misericordia de Dios y su paz a todos los hombres. No dejemos pasar delante de nosotros estos acontecimientos, sin conmovernos ante tanto dolor, sin valorar y estimar tanto amor, sin que cambiemos nuestro duro corazón por un corazón sensible al amor de Dios y a las necesidades de tanta gente que sufre en nuestro entorno. La Semana Santa cambia nuestra vida si la vivimos con fe.

Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio


Publicado por verdenaranja @ 19:30  | Hablan los obispos
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S?bado, 19 de marzo de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo de RAmos C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo de Ramos C

 

¡La Liturgia del Domingo de Ramos es muy hermosa!

En la primera parte, recordamos y revivimos la Entrada del Señor en Jerusalén, que le recibe como Rey y Mesías. Nuestras aclamaciones y nuestros cantos se unen a los de aquella gente, que le acoge de una manera tan extraordinaria,  y a los cristianos, que, a lo largo de los siglos, han celebrado esta fiesta, hasta nosotros, que lo hacemos unidos a toda la Iglesia.

La segunda parte es la Misa de Pasión. De este modo, ¡la Cruz del Señor se convierte en el centro de la Semana! La misma procesión, llena de colorido y de fiesta, prefigura la gloria de la Resurrección, que celebraremos el próximo domingo.

¡El Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa!

¡Cuántas gracias hemos de dar al Señor, que nos concede un año más, celebrar la Pascua, la fiesta más grande e importante de los cristianos!

Y hemos de acoger estos días santos con el mejor sentido de responsabilidad: “No podemos echar en saco roto la gracia de Dios” (2 Co 6, 1).

Nuestra atención tiene que centrarse en las celebraciones litúrgicas de nuestras iglesias. Las procesiones, tantas y tan importantes, expresan y alimentan también lo que conmemoramos.

Los sacramentos, que brotan de la Muerte y Resurrección del Señor, constituyen el núcleo de estos días:  el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía,  sacramentos de la Iniciación Cristiana, que vamos a renovar, con el mejor espíritu,  la Noche Santa de la Pascua.

Y la mejor manera de renovarlos, es recibir el de la Penitencia o de la Reconciliación, tan propio de estas fechas. El Papa S. León Magno decía que es propio de las fiestas pascuales, que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, tanto los que llegan nuevos a ella por la recepción del Bautismo, como los que han tenido la dicha de haber recibido, desde hace mucho tiempo, esa gracia incomparable.

La Eucaristía está siempre presente, como la forma principal e imprescindible de renovar los distintos acontecimientos que recordamos.

Y la Semana Santa la celebramos como cristianos, es decir, como personas que están experimentando y valorando constantemente en sus vidas, los frutos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

Hagámoslo también tratando de compartir con todos los hermanos el mensaje gozoso de la Semana Santa, de la Pascua del Señor. Como miembros de una Iglesia en salida misionera.

El Año de la Misericordia nos hará experimentar también, a cada paso, la grandeza del amor de Dios.

¡Que tengas la dicha de una buena Semana Santa!

 

                                                                           ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 10:32  | Espiritualidad
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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

En la Pasión, Jesús se nos presenta como el Siervo doliente del Padre, como se había profetizado. Es lo que vamos a escuchar en la primera lectura. 

SALMO RESPONSORIAL

         El sufrimiento se considera muchas veces como un abandono de Dios. Sin embargo, el cristiano le invoca desde lo profundo de su alma, sabiendo que Él le escucha y le ama, y, después de la dificultad, llegará de nuevo la dicha y la alegría. 

SEGUNDA LECTURA

         Escuchemos ahora, con atención y con fe, una síntesis preciosa de la vida de Cristo, que solemos recordar con frecuencia: Él no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó tomando la forma de siervo, hasta la muerte. Por lo cual fue exaltado y glorificado por su Resurrección. 

TERCERA LECTURA

         En el centro de nuestra asamblea de hoy, escuchamos ahora el relato estremecedor de la Pasión de Jesús según San Lucas. Él muere en un acto supremo de amor y de fidelidad. De su Cruz nos viene la salvación y la vida. Por eso le aclamamos ahora, de pie, disponiéndonos a contemplar su entrega. 

COMUNIÓN

En la Comunión recibimos a Jesucristo, aclamado hoy en la Ciudad Santa de Jerusalén. Abramos las puertas de nuestro corazón al Redentor, pobre, despreciado, crucificado un día, pero resucitado y glorioso ahora.

Pidámosle que nos ayude a aprovechar al máximo estos días santos. 


Publicado por verdenaranja @ 10:28  | Liturgia
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Jueves, 17 de marzo de 2016

Catequesis del Santo Padre en la audiencia general que se realizó el miércoles 16 marzo 2016 en la plaza de San Pedro. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)

 

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

En el libro del profeta Jeremías, los capítulos 30 y 31 son llamados “libros de la consolación”, porque en ellos la misericordia de Dios se presenta con toda su capacidad de confortar y abrir el corazón de los afligidos a la esperanza. Hoy queremos también nosotros escuchar este mensaje de consolación.

Jeremías se dirige a los israelitas que han sido deportados a tierra extranjera y les preanuncia el regreso a su patria. Este retorno es signo del amor infinito de Dios Padre que no abandona a sus hijos, sino que los cuida y los salva. El exilio fue una experiencia devastante para Israel. La fe había vacilado porque en tierra extranjera, sin el templo, sin el culto, después de haber visto el país destruido, era dificil continuar creyendo en la bondad del Señor.

Me viene al pensamiento la cercana Albania y cómo después de tantas persecuciones y destrucciones ha conseguido alzarse en la dignidad y en la fe. Así sufrieron los israelitas en el exilio.

También nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio, cuando la soledad, el sufrimiento, la muerte nos hacen pensar que Dios nos ha abandonado. Y cuántas veces hemos escuchado esta palabra: ‘Dios se ha olvidado de mí’. Muchas veces personas que sufren se sienten abandonadas.

Y cuántos hermanos nuestros vemos que están viviendo en este tiempo una situación real y dramática de exilio, lejos de su patria, con los escombros de sus casas aún en los ojos, en el corazón el miedo y a menudo, lamentablemente, ¡el dolor por la pérdida de personas queridas! En estos casos uno se puede preguntar: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo es posible que tanto sufrimiento pueda llegar a hombres, mujeres y niños inocentes?

Y cuando tratan de entrar en otra parte les cierran la puerta. Y están allí, en la frontera, porque muchas puertas y muchos corazones están cerrados. Los inmigrantes de hoy que sufren al abierto, sin comida y no pueden entrar, no se sienten acogidos. ¡A mí me gusta mucho cuando veo las naciones, los gobernantes, que abren el corazón y abren las puertas!

El profeta Jeremías nos da una primera respuesta. El pueblo exiliado podrá volver a ver su tierra y a experimentar la misericordia del Señor. Es el gran anuncio de consolación: Dios no está ausente, ni tampoco hoy en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y cumple grandes obras de salvación para quien confía en Él. No se debe ceder en la desesperación, sino continuar y estar seguros de que el bien vence al mal y que el Señor secará toda lágrima y nos librará de todo miedo. Por eso Jeremías presta su voz a las palabras del amor de Dios para su pueblo:

“Yo te amé con un amor eterno, por eso te atraje con fidelidad. De nuevo te edificaré y serás reedificada, virgen de Israel; de nuevo te adornarás con tus tamboriles y saldrás danzando alegremente” (31,3-4).

El Señor es fiel, no abandona a la desolación. Dios ama con un amor sin fin, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él el corazón del hombre se llena de alegría y de consolación.

El sueño consolador de la vuelta en patria continúa en las palabras del profeta, que dirigiéndose a los que volverán a Jerusalén dice: “Llegarán gritando de alegría a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor, hacia el trigo, el vino nuevo y el aceite, hacia las crías de ovejas y de vacas. Sus almas serán como un jardín bien regado y no volverán a desfallecer” (31,12).

En la alegría y en el reconocimiento, los exiliados volverán a Sión, subiendo al monte santo hacia la casa de Dios, y así podrán de nuevo elevar himnos y oraciones al Señor que los ha librado. Este volver a Jerusalén y a sus bienes es descrito con un verbo que literalmente quiere decir “fluir, desplazar”. El pueblo es visto, en un movimiento paradójico, como un río pleno que se desliza hacia la altura de Sión, subiendo hacia la cima del monte. ¡Una imagen audaz para decir cuánto es grande la misericordia del Señor!

La tierra, que el pueblo había tenido que abandonar, se había convertido en presa de los enemigos y desolada. Ahora, sin embargo, retoma vida y florece. Y los mismos exiliados serán como un jardín, como una tierra fértil. Israel, llevado de nuevo a la patria por su Señor, asiste a la victoria de la vida sobre la muerte y de la bendición sobre la maldición. Es así que el pueblo es fortificado y esta palabra es importante, consolado, es consolado por Dios. Los repatriados reciben vida de una fuente que gratuitamente les riega donando su fecundidad.

A este punto, el profeta anuncia la plenitud de la alegría, y siempre en nombre de Dios proclama: “Yo cambiaré su duelo en alegría, los alegraré y los consolaré de su aflicción” (31,13).

El salmo nos dice que cuando volvieron a la patria la boca se les llenó de alegría. Era una alegría muy grande. Es el don que el Señor quiere hacer también a cada uno de nosotros, con su perdón que convierte y reconcilia.  El profeta Jeremías nos ha dado el anuncio, presentado la vuelta de los exiliados como un gran símbolo de la consolación dada al corazón que se convierte. El Señor Jesús, por su parte ha cumplido este mensaje del profeta. El verdadero y radical regreso del exilio y la luz confortante después de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, en la experiencia plena y definitiva del amor de Dios, amor misericordiosos que dona alegría, paz y vida eterna.


Publicado por verdenaranja @ 21:44  | Habla el Papa
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Mi?rcoles, 16 de marzo de 2016

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo de Ramos C.

¿QUÉ HACE DIOS EN UNA CRUZ?

 

Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte. 

Las preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios? 

Un «Dios crucificado» constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo. 

El «Dios crucificado» no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.

Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de nuestro mundo. 

Este «Dios crucificado» no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado. 

Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el «Dios crucificado». Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el «Dios crucificado» y se abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.

José Antonio Pagola

Domingo de Ramos – C (Lucas 22,14–23,56)

Evangelio del 20/mar/2016

por Coordinador Grupos de Jesús


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Comentario a la liturgia dominical po el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). ZENIT

Domingo de Ramos – Ciclo C

Textos: Lc 19, 28-40; Is 50, 4-7; Filp 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56

Idea principal: Tres símbolos nos remiten hoy a realidades profundas: el asno, unos gritos y una cruz.

Síntesis del mensaje: Con este domingo damos inicio a la Semana Santa o Semana Grande, que es mitad Cuaresma (hasta la Eucaristía del Jueves) y mitad Triduo Pascual (desde esa Eucaristía hasta la Vigilia Pascual y luego todo el domingo). Este domingo tiene dos dimensiones: las alabanzas que la multitud dedicó a Jesús en la entrada a Jerusalén, con palmas y Hosannas, y luego la Eucaristía, más adusta, con la lectura de la Pasión del Señor. Y entre los gritos y la cruz, un asno.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, el Señor necesita del asno. Pero del asno desamarrado y adornado ricamente. Ese asno, con todo el respeto, somos cada uno de nosotros. Jesús quiere echar mano de nosotros para entrar a Jerusalén y ser proclamado como Rey. Jesús quiere entrar en la ciudad montado en un burro. Es decir, podría haber entrado solo pero quiso “usar” el burro. Es más, gracias -podríamos decir así- al burro, la profecía fue cumplida. Esto me hace pensar en que Jesús quiere siempre usar un “burro” para entrar a la ciudad de los hombres. Y ese burro lo inventó él: se llama Iglesia. La construyó con doce cimientos (apóstoles) dentro de los cuales destacó a uno, Pedro. La hizo nacer de su costado abierto por la lanza del soldado y le dio un alma en Pentecostés: el Espíritu Santo. Desde entonces es el “instrumento” a través del cual la salvación de Jesús llega a la humanidad. ¡Qué maravilla la de que estemos, los bautizados, asociados de esa manera a la redención que estamos celebrando en esta Pascua! Eso sí, no olvidarnos nunca que lo hacemos como “simples burros”. Que no nos pase lo que dice la simpática leyenda, que pone atención en los “sentimientos” del burro. Este animalito estaba tranquilo en su casa. De pronto vienen dos desconocidos y se lo llevan. Lo tratan muy bien y, encima, adornan ricamente. Alguien lo monta, pero el burro no lo nota porque está halagado por todo lo que le está ocurriendo. Y comienza a caminar entre la muchedumbre. La gente se ha hecho ramos de olivos y palmeras y lo vitorea proclamando al rey Mesías. Entonces el burro se da cuenta de lo famoso e importante que es y se para en dos patas para saludar a la gente que lo aplaude. En ese mismo momento… el rey de reyes se le cae al piso. A veces nos ponemos en el centro de la fe: buscamos ser alabados, reconocidos, escuchados. Y en ese momento, Jesús termina en el piso porque somos nosotros el centro.

En segundo lugar, en este día escuchamos dos tipos de gritos. Unos de júbilo. Otros de desprecio. ¡Cuántos a lo largo de los siglos han vitoreado a Cristo como Rey! Repasemos la guerra de los cristeros en México y también la guerra civil española: ¡cuántos morían martirizados gritando con orgullo y decisión: “¡Viva Cristo Rey!”. El beato José Luis (así le llamaban sus compañeros cristeros), y que este año será proclamado santo, con apenas 13 años de edad, se había enrolado en las filas del glorioso ejército de los cristeros, que defendían su fe y proclamaban que Cristo era Rey de su patria, por encima de la opresión que el gobierno de Plutarco Elías Calles ejercía sobre todos los católicos mexicanos. Eran los tiempos de la persecución religiosa y de los mártires de Cristo Rey. Lo condujeron a su pueblo natal, Sahuayo, donde los soldados del gobierno intentaron hacerle renegar de su causa cristera e incluso que se pasara a su bando para luchar contra los cristeros. José siempre rechazó indignado todas esas propuestas. Después de los vanos intentos, decidieron acabar con él. Primero lo torturaron cortándole las plantas de los pies, para después obligarlo a caminar con sus pies sangrantes por las calles empedradas del pueblo hasta el cementerio, donde finalmente lo remataron. Mientras lo conducían los soldados hacia el camposanto, el niño cristero no cesaba de aclamar a Cristo Rey ante el asombro y rabia de los soldados, y la admiración del pueblo que presenció su martirio. Al llegar al lugar, lo colocaron al lado de una zanja, mientras él seguía gritando vivas a Cristo Rey. Entonces se abalanzaron unos esbirros contra él y lo cosieron a puñaladas y a tiros. Cayó en el hoyo y lo taparon, retirándose después satisfechos de su hazaña. Durante esa Pasión, Cristo tuvo que también escuchar gritos de desprecio, de boca de aquellos que lo odiaban por no conocerle y siempre por instigación de Satanás que quería doblegar la misión de Cristo y detener “la hora” del reloj de la salvación. “¡Crucifícale!”.

Finalmente, la cruz. Y Cristo llegó a la cruz, con ayuda del cireneo, de la santas mujeres, de la Verónica y sobre todo de su Madre Santísima, que le sostuvo siempre, especialmente en este trance durísimo. Y desde esa cruz nos dejó su Testamento. Y a esa cruz Él se dejó clavar voluntariamente para cumplir el plan de salvación que su Padre le había encomendado. Y esa cruz está ahí impertérrita, aunque el mundo dé mil vueltas, como reza el lema de los Cartujos: Stat Crux dum volvitur orbis (La Cruz estable mientras el mundo da vueltas, o, Cruz constante mientras el mundo cambia). Y es también esa cruz que cada uno de nosotros tiene que coger y llevar, porque somos discípulos de Cristo. Y en esa cruz tenemos que clavar nuestros pecados este Viernes Santo, como le dijo Cristo a san Jerónimo: “Sólo te falta una cosa por entregarme, Jerónimo: dame tus pecados para Yo perdonarlos”. El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y exclamaba: “¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!”. Y con esa cruz, venceremos al enemigo, pues “in hoc signo vinces” (con esta señal, vencerás), como hizo el emperador Constantino, por inspiración divina, contra Majencio al grabar sobre sus banderas esas letras. Y esa cruz será el estandarte que llevaremos al cielo para ser reconocidos como seguidores de Cristo.

Para reflexionar: ¿Me he puesto en las manos de Cristo, como dócil y humilde “asno” para que Él pueda entrar en todos los lugares, o quiero yo recibir los aplausos por mis buenas acciones? ¿Mi vida qué grita: “Viva Cristo Rey”, o, por el contrario, “¡Crucifícale!”? ¿Voy dejando que la cruz de Cristo vaya incorporándose en mi vida, en mi voluntad, en mi afectividad, en mi mente?

Para rezar: Ante ti, oh cruz, aprendo lo que el mundo me esconde: que la vida, sin sacrificio, no tiene valor y que la sabiduría, sin tu ciencia, es incompleta. Eres, oh cruz, un libro en el que siempre se encuentra una sólida respuesta. Eres fortaleza que invita a seguir adelante a sacar pecho ante situaciones inciertas y a ofrecer, el hombro y el rostro, por una humanidad mendiga y necesitada de amor. Ahí te vemos, oh Cristo, abierto en tu costado y derramando, hasta el último instante, sangre de tu sangre hasta la última gota para que nunca a este mundo que vivimos nos falte una transfusión de tu gracia un hálito de tu ternura de tu presencia una palabra que nos incite a levantar nuestra cabeza hacia lo alto. En ti, oh cruz, contemplamos la humildad en extremo la obediencia y el silencio confiado, la fortaleza y la paciencia del Siervo doliente, la comprensión de Aquel que es incomprendido, el perdón de Aquel que es ajusticiado. En ti, oh cruz, el misterio es iluminado aunque, en ti, Jesús siga siendo un misterio.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


Publicado por verdenaranja @ 23:22  | Espiritualidad
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Martes, 15 de marzo de 2016

Texto completo del ángelus del domingo 13 de marzo de 2016 (ZENIT)

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este quinto domingo de cuaresma, es tan lindo, a mi me gusta tanto leerlo y releerlo. Nos presenta el episodio de la mujer adúltera, poniendo en el centro el tema de la misericordia de Dios, que nunca quiere la muerte del pecador, pero que se convierta y viva.

La escena ocurre en la explanada del Templo. Jesús está enseñando a la gente, y aquí llegan algunos escribas y fariseos que arrastran delante de él a una mujer sorprendida en adulterio. Aquella mujer se encuentra así en medio de Jesús y de la multitud, entre la misericordia del Hijo de Dios y la violencia de sus acusadores.

En realidad esos no fueron al Maestro para pedirle su opinión, sino para tenderle una trampa. De hecno si Jesús seguirá la severidad de la ley, aprobando la lapidación de la mujer, perderá su fama de mansedumbre y bondad que tanto fascina al pueblo; si en cambio querrá ser misericordioso, deberá ir contra la ley, que Él mismo dijo no quería abolir sino cumplir.

Esta mala intención se esconde bajo la pregunta que le plantean a Jesús: “¿Tú que dices?”. Jesús no responde, se calla y cumple un gesto misterioso: “se inclinó y se puso a escribir con el dedo en la tierra”. Quizás hacía dibujos, algunos  dicen que escribía los pecados de los fariseos, vaya a saber, pero escribía, estaba en otro lado. De esta manera invita a todos a la calma, a no actuar en la onda de la impulsividad, a buscar la justicia de Dios.

Pero aquellos malvados insisten y esperan de él una respuesta. Entonces Jesús levanta la mirada y les dice: “Quien de ustedes esté sin pecado, tire primero la primera piedra contra ella”.

Esta respuesta desorienta a los acusadores, los desarma a todos en el verdadero sentido de la palabra: todos depusieron las armas, o sea las piedras listas para ser arrojadas, sea aquellas visibles contra la mujer, sean aquellas escondidas contra Jesús.

Y mientras el Señor sigue escribiendo sobre el piso, a hacer dibujo, no lo sé, los acusadores de van uno después del otro, comenzando por los más ancianos que eran más conscientes de no estar sin pecado.

Qué bien nos hace tener consciencia de que también nosotros somos pecadores, cuando hablamos mal de los otros, todas estas cosas que todos nosotros conocemos bien.

Qué bien nos hará tener el coraje de hacer caer al piso las piedras que tenemos para arrojarle a los otros y pensar a nuestros pecados.  Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia, una delante del otro. Y esto cuantas veces nos sucede a nosotros delante del confesionario. Con vergüenza para hacer ver nuestra miseria y pedir perdón.

“Mujer dónde están”, le dice Jesús. Y basta esta constatación, y su mirada llena de misericordia y lleno de amor, para hacer sentir a aquella persona –quizás por la primera vez– que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar en una vía nueva.

Queridos hermanos y hermanas, aquella mujer nos representa a todos nosotros, pecadores, o sea adúlteros delante de Dios, traidores a su fidelidad. Y su experiencia representa la voluntad de Dios para cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuesta salvación a través de Jesús.

Él es la gracia que salva del pecado y de la muerte. Él ha escrito en el piso, en el polvo del que está hecho cada ser humano, la sentencia de Dios: “No quiero que tu mueras pero que tú vivas”.

Dios no nos clava a nuestro pecado, no nos identifica con el mal que hemos cometido. Tenemos un nombre y Dios no identifica este nombre con un pecado que hemos cometido. Nos quiere liberar y nosotros también lo queramos junto a Él. Quiere que nuestra libertad se convierta del mal al bien, y esto es posible, es posible con su gracia.

La Virgen María nos ayude a confiarnos completamente a la misericordia de Dios, para volvernos criaturas nuevas».

El papa reza la oración del ángelus y después dirige las siguientes palabras:

« Queridos hermanos y hermanas,

saludo a todos, provenientes de Roma, de Italia y de diversos países, en particular a los peregrinos de Sevilla, Friburgo (Alemania), Innsbruck y del Ontario (Canadá).

Saludo a los numerosos grupos parroquiales, entre los cuales los de fieles de Boiano, Potenza, Calenzano, Zevio y Agrópoli. Así como a los jóvenes de tantas partes de Italia: no puedo nombrarlos a todos, pero recuerdo a aquellos de Compiobbi e Mozzanica, a los de la Acción católica de la diócesis de Latina-Terracina, Sezze- Priverno, a los recién confirmados de Scandicci y de Milán y Lambrate.

Y ahora quiero renovar el gesto de donar a los presentes un Evangelio de bolsillo. Se trata del Evangelio de Lucas que leemos en los domingos de este año litúrgico. El librito lleva como título: “El Evangelio de la Misericordia de San Lucas”; de hecho el evangelista reporta las palabras de Jesús: “sean misericordiosos como es misericordioso el Padre vuestro”, del cual fue tomado el tema de este año jubilar.

Será distribuido gratuitamente por los voluntarios del Dispensario Pediátrico Santa Marta en el Vaticano, por algunos ancianos y abuelos de Roma. Cuanto mérito tienen estos abuelos y abuelas que transmiten la fe a los nietos. Invito a tomar este Evangelio y a leer un párrafo cada día. Así la misericordia del Padre habitará en el corazón y podrán llevarla a todos los que encuentran.

Y al final, en la página 123 están las siete obras de misericordia corporales y las siete obras de misericordia espirituales. Sería lindo que se las aprendieran de memoria, para que sea más fácil hacerlas. Les invito a tomar este Evangelio, para que la misericordia del Padre se vuelva obra en los aquí presentes. Y los voluntarios, abuelos y abuelas, piensen también a la gente que se quedó afuera, en la plaza Pio XII, porque no lograron entrar, para que ellos reciban este Evangelio.

Les deseo a todos un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mi. Que tengan uen almuerzo y hasta la próxima».

(Transcrito desde el audio por ZENIT)


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A continuación el texto completo de la audiencia la tercera audiencia con motivo del Jubileo de la Misericordia. 12 marzo 2016 (ZENIT)

« Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Nos estamos acercando a la fiesta de Pascua, misterio central de nuestra fe. El evangelio de Juan -como hemos escuchado- narra que antes de morir y resucitar por nosotros, Jesús cumplió un gesto que quedó esculpido en la memoria de los discípulos: ¡el lavado de los pies!

Un gesto sorpresivo y que los trastornó, al punto que Pedro no quería aceptarlo. Quisiera detenerme en las palabras finales de Jesús: “¿Entienden lo qué he hecho por ustedes? […] Si yo, el Señor y el Maestro les he lavado los pies, también ustedes tienen que lavarse los pies los unos a los otros”.

Así Jesús le indica a sus discípulos el servicio como el camino que es necesario recorrer para vivir la fe en Él y dar testimonio de su amor. El mismo Jesús ha aplicado a sí la imagen del ‘Siervo de Dios’ utilizada por el profeta Isaías, ¡Él que es el Señor, se vuelve siervo!

Lavando los pies a los apóstoles, Jesús quiso revelar la manera de actuar de Dios hacia nosotros, y dar el ejemplo de su ‘mandamiento nuevo, de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, o sea dando la vida por nosotros. El mismo Juan lo escribe en su Primera Carta: “De esto hemos conocido el amor: Él ha dado su vida por nosotros; por lo tanto también nosotros tenemos que dar la vida por nuestros hermanos […] Hijos, no amemos con palabras ni con la lengua, pero con los hechos y en la verdad”.

El amor, por lo tanto, es el servicio concreto que nos damos los unos a los otros. El amor no son palabras, son obras y servicio; un servicio humilde, hecho en el silencio y escondido, como Jesús mismo ha dicho: “No sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”.

Esto comporta poner a disposición los dones que el Espíritu Santo nos ha dado, para que la comunidad pueda crecer. Además se expresa en el compartir los bienes materiales, para que nadie tenga necesidad. Esto de compartir y de dedicarse a quien está en necesidad es un estilo de vida que Dios sugiere también a muchos no cristianos, como un camino de auténtica humanidad.

Como última cosa, no nos olvidemos que lavando los pies a los discípulos y pidiéndoles que hagan lo mismo, Jesús nos ha invitado también a confesarnos mutuamente nuestras faltas y a rezar los unos por los otros, para saber perdonarnos de corazón.

En este sentido, nos acordamos de las palabras del santo obispo Agustín cuando escribía: “No desdeñe el cristiano hacer lo que hizo Cristo. Porque cuando el cuerpo se dobla hasta los pies del hermano, también el corazón se enciende, o si ya estaba se alimenta el sentimiento de humildad […]

Perdonémonos mutuamente de nuestros errores y recemos mutuamente por nuestras culpas y así en de algún modo nos lavaremos los pies mutuamente.

El amor, la caridad y el servicio, ayudar a los otros, servir a los otros. Hay tanta gente que pasa la vida así, sirviendo a los otros. La semana pasada he recibido una carta de una persona que me agradecía por el Año de la Misericordia; me pedía rezar por él, para que pudiera estar más cerca del Señor.

La vida de esta persona es atender a la mamá y a los hermanos: la mamá en cama, anciana, lúcida pero no se puede mover y el hermano es discapacitado, en una silla de ruedas. Esta persona, su vida es servir, ayudar. ¡Y esto es amor! Cuando tú te olvidas de ti mismo, piensas a los otros, esto es amor!

Y con el lavado de los pies el Señor nos enseña a ser servidores, más aún: siervos, como Él ha sido siervo para nosotros, para cada uno de nosotros.

Por lo tanto queridos hermanos y hermanas, ser misericordiosos como el Padre, significa seguir a Jesús en el camino del servicio. Gracias».

(Traducido desde el audio por ZENIT)

 


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Domingo, 13 de marzo de 2016

Texto completo de la Cuarta predicación de Cuaresma de Raniero Cantalamessa, ofmcap. 11 marzo 2016. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)

Matrimonio y familia en la “Gaudium et spes” y hoy

 

Dedico esta meditación a una reflexión espiritual sobre la Gaudium et spes, la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo. De los varios problemas de la sociedad tratados en este texto conciliar -cultura, economía, justicia social, paz-, el más actual y problemático es el relativo a matrimonio y familia. A esto la Iglesia ha dedicado los dos últimos sínodos de los obispos. La mayoría de nosotros aquí presentes no vivimos directamente este estado de vida, pero todos debemos conocer los problemas, para entender y ayudar a la gran mayoría del pueblo de Dios que vive en el matrimonio, hoy especialmente al centro de los ataques y amenazas por todas partes.

La Gaudium et spes trata en profundidad de la familia al inicio de la Segunda Parte (nrr. 46-53). No viene al caso citar sus afirmaciones, porque no es más que la doctrina católica tradicional que todos conocemos, a parte del relevo dado al mutuo amor entre los cónyuges, reconocido ya abiertamente como un bien, también primario, del matrimonio, junto a la procreación.

A propósito de matrimonio y familia, la Gaudium et spes, según su buen conocido procedimiento, destaca primero las conquistas positivas del mundo moderno (“las alegría y las esperanzas”), y en segundo lugar los problemas y los peligros (“las tristezas y las angustias”). Yo me propongo seguir el mismo método, pero teniendo en cuenta los cambios dramáticos sucedidos, en este campo, en el medio siglo que ha pasado desde entonces. Llamaré velozmente la atención sobre el proyecto de Dios sobre matrimonio y familia, porque es siempre desde este que nosotros creyentes debemos partir, para después ver qué puede aportar la revelación bíblica a la solución de los problemas actuales. Me abstengo deliberadamente de tocar algunos problemas particulares discutidos en el sínodo de los obispos, sobre los cuáles solo el Papa ya tiene el derecho de decir todavía una palabra.

Matrimonio y familia en el proyecto divino y en el Evangelio de Cristo

El libro del Génesis tiene dos historias distintas de la creación de la primera pareja humana, que se remontan a dos tradiciones diferentes: la jahwista (siglo X a.C.) y la más reciente (siglo VI. a.C.) llamada “sacerdotal”. En la tradición sacerdotal (Gen 1, 26-28) el hombre y la mujer son creados simultáneamente, no uno del otro; se pone en relación el ser masculino y femenino con el ser a imagen de Dios: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó”. El fin primario de la unión entre el hombre y la mujer es visto en el ser fecundos y llenar la tierra.

En la tradición jahwista que es más antigua (Gen 2, 18-25), la mujer sale del hombre; la creación de dos sexos es vista como remedio a una petición (“No está bien que el hombre esté solo; le quiero dar una ayuda que sea parecido”); más que el factor procreativo, se acentúa el factor unitivo (“el hombre se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne”); cada uno es libre frente a la propia sexualidad y a la del otro: “Entonces los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza”.

La explicación más convincente del porqué de esta “invención” divina de la distinción de los sexos la he encontrado no en un exegeta; sino en un poeta, Paul Claudel:

“El hombre es un ser orgulloso; no había otro modo de hacerle comprender al prójimo que introduciéndolo en su carne. No había otro medio de hacerle entender la dependencia y la necesidad, más que mediante la ley de otro ser diferente [la mujer] sobre él, debida al sencillo hecho de que existe” [1].

Abrirse al otro sexo es el primer paso para abrirse al otro que es el prójimo, hasta el Otro con la letra mayúscula que es Dios. El matrimonio nace en el signo de la humildad; es reconocimiento de dependencia y por tanto de la propia condición de criatura. Enamorarse de una mujer o de un hombre es hacer el acto más radical de humildad. Es un hacerse mendicante y decir al otro: “Yo no me basto por mí mismo, necesito de tu ser”.

Si, como pensaba Schleiermacher, la esencia de la religión consiste en el “sentimiento de dependencia” (Abhaengigheitsgefühl) frente a Dios, entonces, podemos decir que la sexualidad humana es la primera escuela de religión. Hasta aquí el proyecto de Dios.

No se explica el resto de la Biblia si, junto con la historia de la creación, no se tiene en cuenta también el de la caída, sobre todo lo que se le dice a la mujer: “Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará” (Gen 3,16). El predominio del hombre sobre la mujer forma parte del pecado del hombre, no del proyecto de Dios; con esas palabra Dios lo preanuncia, no lo aprueba.

La Biblia es un libro divino – humano no solo porque tiene por autores a Dios y al hombre, sino también porque describe, mezclados entre sí, la fidelidad de Dios y la infidelidad del hombre. Esto es particularmente evidente cuando se compara el proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia con su actuación práctica en la historia del pueblo elegido. Para permanecer en el libro del Génesis, ya el hijo de Caín, Lámek, viola la ley de la monogamia tomando dos mujeres. Noé con su familia aparece una excepción en medio de la corrupción general de su tiempo. Los patriarcas Abrahán y Jacob tiene hijos de varias mujeres. Moisés sanciona la práctica del divorcio; David y Salomón mantienen un verdadero harem de mujeres.

Más que en las particulares transgresiones prácticas, el desapego del ideal inicial es visible en la concepción de fondo que se tiene del matrimonio en Israel. El oscurecimiento principal tiene que ver con dos puntos cardinales. El primero es que el matrimonio, de fin, se convierte en medio. El Antiguo Testamento, en su conjunto, considera el matrimonio como una estructura de autoridad de tipo patriarcal, destinada principalmente a la perpetuación del clan. En este sentido se entienden las instituciones del levirato (Dt 25, 5-10), del concubinato (Gen 16) y de la poligamia provisoria. El ideal de una comunión de vida entre el hombre y la mujer, fundada sobre una relación personal y recíproca, no es olvidada, pero pasa a un segundo plano respecto al bien de la prole. El segundo oscurecimiento grave tiene que ver con la condición de la mujer: de compañera del hombre, dotada de igual dignidad, esta aparece cada vez más subordinada al hombre y en función del hombre.

Un rol importante, en el mantener vivo el proyecto inicial de Dios sobre el matrimonio, lo desempeñaron los profetas, en particular Oseas, Isaías, Jeremías y el Cantar de los cantares. Asumiendo la unión del hombre y de la mujer como símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo, en consecuencia, estos volvían a poner en primer plano los valores del amor mutuo, de la fidelidad y de la indisolubilidad que caracterizan la actitud de Dios hacia Israel.

Jesús, venido a “recapitular” la historia humana, implementa esta recapitulación también a propósito del matrimonio.

“Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?». Él respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer (Gen 1, 27) y dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? (Gen 2, 24). De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,3-6).

Los adversarios se mueven en el ámbito restringido de la casuística de escuela (si es lícito repudiar a la mujer por cualquier motivo, o si es necesario un motivo específico y serio), Jesús responde llevando el discurso a la raíz, al inicio. En su citación, Jesús se refiere a ambas historias de la institución del matrimonio, toma elementos del uno y del otro, pero de ellos destaca, como se ve, sobre todo el aspecto de comunión de las personas.

El texto siguiente, sobre el problema del divorcio, también se orienta en esta dirección; reafirma, de hecho, la fidelidad e indisolubilidad del vínculo matrimonial por encima del bien mismo de la prole, con el que se habían justificado en el pasado poligamia, levirato y divorcio:

“Le objetaron: Pues ¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla? Les respondió Jesús: Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -no por concubinato- y se case con otra, comete adulterio” (Mt 19, 7-9).

El texto paralelo de Marcos muestra cómo, también en caso de divorcio, hombre y mujer se sitúan, según Jesús, en un plano de absoluta igualdad: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”(Mc 10, 11-12).

Con las palabras: “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”, Jesús afirma que hay una intervención directa de Dios en cada unión matrimonial. La elevación del matrimonio a “sacramento”, es decir a un signo de la acción de Dios, no reposa por lo tanto solo en el débil argumento de la presencia de Jesús en las bodas de Caná ni sobre el texto de Efesios que habla del matrimonio como un reflejo de la unión entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 32); empieza, implícitamente, con el Jesús terreno y forma parte también de su conducir las cosas al inicio. Juan Pablo II define el matrimonio “el sacramento más antiguo” [2].

Qué nos dice hoy la enseñanza bíblica

Esta es, en resumen, la doctrina de la Biblia, pero no podemos detenernos. “La Escritura, decía san Gregorio Magno, crece con quien la lee” (cum legentibus crescit)[3]; revela implicaciones nuevas a medida que se le plantean cuestiones nuevas. Y hoy, cuestiones o provocaciones nuevas sobre el matrimonio y la familia hay muchas.

Nos hallamos ante una contestación aparentemente global del proyecto bíblico sobre sexualidad, matrimonio y familia. ¿Cómo comportarse frente al fenómeno? El Concilio inauguró un nuevo método, que es de diálogo, no de enfrentamiento con el mundo; un método que no excluye siquiera la autocrítica. Creo que debemos aplicar este método también en la discusión de los problemas del matrimonio y de la familia. Aplicar este método de diálogo significa procurar ver si en el fondo incluso de las contestaciones más radicales existe una instancia positiva que hay que acoger.

La crítica al modelo tradicional de matrimonio y de familia que ha conducido a las actuales, inaceptables, propuestas del deconstructivismo, comenzó con la Ilustración y el Romanticismo. Con intenciones diferentes, estos dos movimientos se expresaron contra el matrimonio tradicional, valorado exclusivamente por sus “fines” objetivos: la prole, la sociedad, la Iglesia, y demasiado poco por sí mismo, en su valor subjetivo e interpersonal. Todo se pedía a los futuros esposos, excepto que se amaran y se eligieran libremente entre sí. Incluso hoy en día, en algunas partes del mundo hay esposos que se conocen y se ven por primera vez el día de su boda. A tal modelo, la Ilustración opuso el matrimonio como pacto entre los cónyuges y el Romanticismo el matrimonio como comunión de amor entre los esposos.

Pero esta crítica se orienta en el sentido originario de la Biblia, ¡no contra ella! El Concilio Vaticano II recibió esta instancia cuando, como decía, reconoció como bien igualmente primario del matrimonio el mutuo amor y la ayuda entre los cónyuges. San Juan Pablo II, en una catequesis de los miércoles, decía:

“El cuerpo humano, con su sexo, y su masculinidad y feminidad, …es no sólo fuente de fecundidad y de procreación, como en todo el orden natural, sino que encierra desde el principio el atributo esponsal, o bien, de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y, mediante este don, realiza el sentido mismo de su ser y existir” [4].

En su encíclica “Deus caritas est”, el papa Benedicto XVI ha escrito cosas profundas y nuevas a propósito del eros en el matrimonio y en las relaciones mismas entre Dios y el hombre. “Esta estrecha relación entre eros y matrimonio que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo alguno –escribía– en la literatura fuera de ella” [5].

Una de los equivocaciones más grandes que hacemos a Dios es terminar haciendo de todo lo relacionado con el amor y la sexualidad un ámbito saturado de malicia, donde Dios no debe entrar y sobra. Como si Satanás, y no Dios, fuera el creador de los sexos y el especialista en el amor.

Nosotros, los creyentes -y también muchos no creyentes- estamos lejos de aceptar las consecuencias que algunos sacan hoy de estas premisas: por ejemplo, que baste con cualquier tipo de eros para constituir un matrimonio, incluido aquél entre personas del mismo sexo, pero este rechazo adquiere otra fuerza y credibilidad si se une al reconocimiento de la bondad de fondo de la instancia, e igualmente a una sana autocrítica.

No podemos en efecto silenciar la contribución que los cristianos dieron a la formación de aquella visión puramente objetivista del matrimonio contra la cual la cultura occidental moderna se ha lanzado con vehemencia. La autoridad de Agustín, reforzada en este punto por Tomás de Aquino, acabó por arrojar una luz negativa sobre la unión carnal de los cónyuges, considerada el medio de transmisión del pecado original y no privada, ella misma, de pecado “al menos venial”. Según el doctor de Hipona, los cónyuges debían acudir al acto conyugal “con disgusto” (cum dolore) y solo porque no había otro modo de dar ciudadanos al Estado y miembros a la Iglesia [6].

Otra instancia que podemos hacer nuestra es la igual dignidad de la mujer en el matrimonio. Como hemos visto, está en el corazón mismo del proyecto originario de Dios y del pensamiento de Cristo, pero a lo largo de los siglos ha sido desatendida a menudo. La Palabra de Dios a Eva: “Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará” tuvo una trágica realización en la historia.

En los representantes de la llamada “Gender revolution”, revolución de los géneros, esta instancia ha llevado a propuestas desquiciadas, como la de abolir la distinción de sexos y sustituirla con la más elástica y subjetiva distinción de “géneros” (masculino, femenino, variable), o la de liberar a la mujer de la “esclavitud de la maternidad” proveyendo de otros modos, inventados por el hombre, al nacimiento de hijos. En los últimos meses hay una sucesión de noticias sobre hombres que pronto se podrán quedar embarazados y dar a luz a un hijo. “Adán da a luz a Eva”, se escribe sonriendo, pero lo que daría es ganas de llorar. Los antiguos habrían definido todo esto con un término: Hybris, la arrogancia humana contra Dios.

Precisamente la elección del diálogo y de la autocrítica nos da derecho a denunciar estos proyectos como “inhumanos”, o sea, contrarios no solo a la voluntad de Dios, sino también al bien de la humanidad. Traducidos a su práctica a gran escala, conducirían a daños humanos y sociales imprevisibles. Nuestra única esperanza es que el sentido común de la gente, unido al “deseo” natural del otro sexo y al instinto de maternidad y de paternidad que Dios ha inscrito en la naturaleza humana, resistan a estos intentos de sustituir a Dios, dictados más por atrasados sentimientos de culpa del hombre, que por un genuino respeto y amor por la mujer.

3. Un ideal que es necesario redescubrir

No menos importante que la tarea de defender el ideal bíblico del matrimonio y de la familia es para los cristianos la tarea de redescubrirlo y vivirlo en plenitud, de manera que se vuelva a proponer al mundo con los hechos, más que con las palabras. Los primeros cristianos, con sus costumbres, cambiaron las leyes del Estado sobre la familia; nosotros no podemos pensar que se haga lo contrario, o sea cambiar las costumbres de la gente con leyes del Estado, aunque como ciudadanos tengamos el deber de contribuir a que el Estado haga leyes justas.

Después de Cristo, nosotros leemos justamente el relato de la creación del hombre y de la mujer a la luz de la revelación de la Trinidad. Bajo esta luz, la frase: “Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”, revela por fin su significado, que había sido enigmático e incierto antes de Cristo. ¿Qué relación puede haber entre ser “a imagen de Dios” y ser “macho y hembra?”. El Dios bíblico carece de connotaciones sexuales; no es ni varón ni mujer.

La semejanza consiste en esto. Dios es amor y el amor exige comunión, intercambio interpersonal; requiere que haya un “yo” y un “tú”. No existe amor que no sea amor por alguien; donde no hay más que un sujeto no puede haber amor, sino sólo egoísmo o narcisismo. Allí donde Dios es concebido como Ley o como Potencia absoluta, no hay necesidad de una pluralidad de personas (¡el poder se puede ejercer también solos!). El Dios revelado por Jesucristo, siendo amor, es único y solo, pero no es solitario; es uno y trino. En Él coexisten unidad y distinción: unidad de naturaleza, de voluntad, de intención, y distinción de características y de personas.

Dos personas que se aman -y el caso del hombre y la mujer en el matrimonio es el más fuerte- reproducen algo de lo que ocurre en la Trinidad. Allí dos personas -el Padre y el Hijo-, amándose, producen (“exhalan”) el Espíritu que es el amor que les une. Alguien ha definido el Espíritu Santo como el “Nosotros” divino, esto es, no la “tercera persona de la Trinidad”, sino la primera persona plural [7].

En esto precisamente la pareja humana es imagen de Dios. Marido y mujer son en efecto una carne sola, un solo corazón, una sola alma, aún en la diversidad de sexo y de personalidad. En la pareja se reconcilian entre sí unidad y diversidad. En esta luz se descubre el sentido profundo del mensaje de los profetas acerca del matrimonio humano, que eso es por lo tanto símbolo y reflejo de otro amor, el de Dios por su pueblo. Esto no significaba sobrecargar de un significado místico una realidad puramente mundana. No era cuestión sólo de simbolismo; era más bien revelar el verdadero rostro y el objetivo último de la creación del hombre varón y mujer.

¿Cuál es la causa de la inconclusión y de la insatisfacción que deja la unión sexual, dentro y fuera del matrimonio? ¿Por qué este impulso cae siempre sobre sí mismo y por qué esta promesa de infinito y de eterno resulta siempre decepcionada? A esta frustración se busca un remedio que no hace más que acrecentarla. En lugar de modificar la calidad del acto, se aumenta su cantidad, pasando de un partner a otro. Se llega así al estrago del don de Dios de la sexualidad, en marcha en la cultura y en la sociedad de hoy.

¿Queremos, de una buena vez, como cristianos, buscar una explicación a esta devastadora disfunción? La explicación es que la unión sexual no se vive en el modo y con la intención pretendida por Dios. Este objetivo era que, a través de este éxtasis y fusión de amor, el hombre y la mujer se elevaran al deseo y tuvieran una cierta pregustación del amor infinito; recordaran de dónde venían y a dónde se dirigían.

El pecado, empezando por Adán y Eva bíblicos, ha atravesado este proyecto; ha “profanado” ese gesto, o sea, lo ha despojado de su valor religioso. Ha hecho de él un gesto que es fin en sí mismo, concluso en sí mismo, y por ello “insatisfactorio”. El símbolo ha sido desgajado de la realidad simbolizada, privado de su dinamismo intrínseco y por lo tanto mutilado. Jamás como en este caso se experimenta la verdad del dicho de Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Nosotros de hecho, no hemos sido creados para vivir en una eterna relación de pareja, sino para vivir en una eterna relación con Dios, con el Absoluto. Lo descubre incluso el Faust de Goethe, al término de su largo vagar; pensando a su amor por Margarita, al término de su poema exclama: “Todo lo que pasa es solamente una parábola. Solamente aquí [en el cielo] lo inalcanzable se vuelve realidad [8].

En el testimonio de algunas parejas que han tenido la experiencia renovadora del Espíritu Santo y viven la vida cristiana carismáticamente se encuentra algo de aquel significado original del acto conyugal. No hay que asombrarse que sea así. El matrimonio es el sacramento del don recíproco que los esposos hacen de sí mismos, uno al otro y el Espíritu Santo es, en la Trinidad, el “don” o mejor el “donarse” recíproco del Padre y del Hijo, no un acto pasajero sino un estado permanente. Donde llega el Espíritu Santo, nace o renace, la capacidad de volverse don. Es así que opera la “gracia de estado” en el matrimonio.

4 Casados y consagrados en la Iglesia

También si nosotros los consagrados no vivimos la realidad del matrimonio, he dicho al inicio, debemos conocerla para ayudar a quienes viven en esa. Añado ahora un ulterior motivo: ¡tenemos necesidad de conocerla para ser, también nosotros, ayudados por ellos!

Hablando de matrimonio y virginidad el apóstol dice: “Cada uno tiene el propio don (chárisma) de Dios, quien de una manera y quien en otra”. (1 Cor 7, 7); o sea: los casados tienen su carisma y quien no se casa “por el Señor” tiene su carisma.

El carisma -dice el mismo apóstol- es “una manifestación particular del Espíritu, para la utilidad común” (1 Cor 12, 7). Aplicado a la relación entre casados y consagrados en la Iglesia, esto significa que el celibato y la virginidad son también para los casados y que el matrimonio es también para los consagrados, o sea para su ventaja. Tal es la naturaleza intrínseca del carisma aparentemente contradictoria: algo de “particular” (“una manifestación particular del Espíritu”) que entretanto nos sirve a todos (“para la utilidad común”).

En la comunidad cristiana, consagrados y casados pueden “edificarse” mutuamente. Los casados están llamados, por los consagrados, al primado de Dios y de lo que no pasa; son introducidos por el amor por la palabra de Dios que ellos pueden profundizar y “despedazar” para los laicos. Pero también los consagrados aprenden algo de los casados. Aprenden la generosidad, el olvidarse de sí mismos, el servicio a la vida, y con frecuencia una cierta “humanidad” que viene del duro contacto con la realidad de la existencia.

Hablo por experiencia propia. Yo pertenezco a una orden religiosa donde, hasta hace alguna década atrás nos levantábamos de noche para rezar el oficio “Matutino”, que duraba aproximadamente una hora. Después llegó el gran cambio en la vida religiosa, a continuación del Concilio. Pareció que el ritmo de la vida moderna -el estudio para los jóvenes y el ministerio apostólico para los sacerdotes- no consintieran más aquel levantarse nocturno que interrumpía el sueño, y poco a poco esta práctica fue abandonada, a parte de algunos lugares de formación.

Cuando más tarde el Señor me hizo conocer de cerca, en mi ministerio, a varias familias jóvenes, descubrí una cosa que me conmovió positivamente. Estos jóvenes papás y mamás tenían que levantarse no una, sino dos, tres o también más veces durante la noche, para dar de comer, suministrar la medicina, arrullar al niño que llora, o quedarse despierto cuando tiene fiebre. Y por la mañana uno de los dos, o los dos, al mismo horario de siempre corren al trabajo, después de haber llevado al niño o a la niña con los abuelos o al nido o jardín de infantes. Hay una ficha que sellar, con buen tiempo o con mal tiempo, sea con buena que con mala salud.

Entonces me he planteado: ¡si no tenemos cuidado corremos un grave peligro! Nuestro tipo de vida si no es apoyado por una auténtica observancia de la Regla y por un cierto rigor de horarios y costumbres, corre el riesgo de volverse una vida al ‘agua de rosas’ y de llevarnos a la dureza del corazón. Lo que los buenos progenitores son capaces de hacer en favor de sus hijos carnales; el grado de olvido de sí al cual son capaces de llegar para proveer a la salud, estudios y felicidad de ellos, tiene que ser la medida de lo que deberemos hacer nosotros para los hijos o hermanos espirituales. Nos da el ejemplo de esto el apóstol Pablo que decía querer “prodigarse, más aún, consumirse”, en favor de sus hijos de Corinto (cf 2 Cor 12, 15).

Que el Espíritu Santo, dador de carismas, nos ayude a todos nosotros, casados o consagrados, a poner en práctica la exhortación del apóstol Pedro: “Pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”, (…) para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo. ¡A él sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos! Amén (1Pt 4, 10-11).

[1] P. Claudel, Le soulier de satin, a.III. sc.8 (éd. La Pléiade, II, Parigi 1956, p. 804).

[2]. Giovanni Paolo II, Uomo e donna lo creò. Catechesi sull’amore umano, Roma 1985, p. 365.

[3]. Gregorio Magno, Moralia in Job, 20, 1, 1.

[4]. Giovanni Paolo II, Discorso all’udienza del 16 gennaio 1980 (Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Libreria Editrice Vaticana 1980, p. 148).

[5] Benedetto XVI, Enc. Deus caritas est, 11.

[6] Cf. S. Agostino, Discursos, 51, 25 (PL 38, 348).

[7]. Cf. Cf. H. Mühlen , Der Heilige Geist als Person. Ich – Du – Wir, Münster in W., 1963.

[8] W. Goethe, Faust, final parte segunda: „Alles Vergängliche / Ist nur ein Gleichnis; /Das Unzulängliche,/Hier wird’s Ereignis“.


Publicado por verdenaranja @ 22:30  | Espiritualidad
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Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. ‘La Iglesia necesita sacerdotes, necesita sacerdotes santos y por eso ha de prepararlos bien’. 10 marzo 2016 (ZENIT – Madrid)

“San José, Día del Seminario”

 

En torno a la fiesta de San José (19 de marzo) celebramos año tras año el Día del Seminario. San José es el fiel custodio, al que Dios encargó la acogida del misterio de la Encarnación, cuando su esposa María había concebido virginalmente un Hijo, por obra del Espíritu Santo sin concurso de varón. He aquí la grandeza de este hombre. Desde la fe, acepta la vocación de Dios y la misión encomendada de custodiar el misterio que en su esposa se ha realizado. Y a ello se entrega plenamente. Sin su colaboración, el misterio de la Encarnación hubiera sido inviable, pues una mujer soltera embarazada podía ser lapidada, condenada a muerte por su delito. José protegió a María y al hijo de sus entrañas, Jesús. José hace las veces de padre y actúa como un verdadero padre con Jesús.

Este santo bien se merece una fiesta en su honor, para contemplar su virtudes, acudir a su protección y valiosa intercesión, para imitar sus virtudes, que no son pocas. Él ha vivido todo para Jesús, completa y exclusivamente para él y para su esposa María. Lo ha vivido en la humildad de quién sirve sin darse importancia, el centro de su vida era Otro. Y ha cumplido perfectamente la misión encomendada. Por eso, la Iglesia lo considera Patriarca de la Iglesia universal, modelo de los padres de familia, patrono de la buena muerte, que él vivió acompañado por Jesús y María y protector de las vocaciones al sacerdocio ministerial. En sus manos se formó el Sumo Sacerdote de la nueva Alianza, Jesús. Y en sus manos pone la Iglesia a quienes, habiendo recibido una vocación y misión parecida a la de San José, prolongan en la historia la presencia viva de Cristo Redentor en favor de todos los hombres, los sacerdotes ministros.

Nos encontramos en el Año de la misericordia, en el que Dios abre de par en par su corazón para todos, de manera que todos encuentren su lugar en ese corazón misericordioso. En su Hijo Jesucristo, ese corazón de Dios tan inmensamente lleno de amor, se ha hecho carne, es un corazón humano traspasado por nuestros pecados, pero convertido así en fuente inagotable de perdón y misericordia. Nuestros pecados y delitos han quedado lavados en su sangre, la que brota de sus llagas y de su corazón. Acerquémonos todos al Corazón de Cristo para alcanzar todos abundante misericordia.

Ese río de misericordia llega a todos los hombres a través del sacramento del perdón, donde confesando humildemente nuestros pecados, alcanzamos la misericordia de Dios. Y de este perdón Jesucristo ha constituido ministros a sus sacerdotes. El sacerdote es, por tanto, ministro del perdón de Dios y de la reconciliación entre los hombres, además de ser ministro de la Eucaristía, donde Cristo actualiza su sacrifico pascual, su muerte redentora y su resurrección gloriosa.

La Iglesia necesita sacerdotes, necesita sacerdotes santos y por eso ha de prepararlos bien. El descenso de natalidad, y más aún el descenso de fe en nuestros ambientes, hace notar también un descenso en el número de jóvenes que acuden al Seminario para prepararse al sacerdocio. En nuestra diócesis de Córdoba Dios sigue llamando a un buen número de ellos, y por eso le damos gracias, estamos contentos.

El Día del Seminario es ocasión para esta acción de gracias. Es ocasión para dar a conocer nuestro Seminario, que funciona en tres sedes distintas: Seminario Mayor San Pelagio, Seminario Menor San Pelagio y Seminario Redemptoris Mater San Juan de Ávila. 75 seminaristas en total. La cosecha de este año pinta bien: 6 nuevos presbiterios para el servicio de la diócesis y la Iglesia universal, sacerdotes del Señor. El Día del Seminario es ocasión también para pedir al Dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies. En muchas parroquias y comunidades se ora constantemente por las vocaciones de sacerdotes, por los que han sido llamados para que perseveren y sean fieles, y por los que serán llamados para que responda con prontitud y generosidad.

También es ocasión para agradecer a todos los que os interesáis por el Seminario vuestra oración, vuestra limosna, vuestra buena acogida cuando surge una vocación. Particularmente, a los sacerdotes. Cuando surge una vocación sacerdotal, normalmente ha tenido como espejo a un sacerdote concreto, ha tenido como apoyo a uno o varios sacerdotes. Queridos sacerdotes, he aquí una de nuestras principales tareas: la promoción de las vocaciones sacerdotales en nuestra diócesis, dando nosotros testimonio de la alegría de nuestra vocación, que nos hace felices. Y, además de los sacerdotes, las familias. Una familia cristiana es semillero de todas las vocaciones cristianas, también esta.

Pidamos a San José que continúe trayendo vocaciones a nuestros Seminarios, que cuide de ellos, que asista a todos los que trabajan en su formación y a todos los haga disponibles para cumplir generosa y fielmente la misión encomendada, como lo hizo él.

Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

 


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S?bado, 12 de marzo de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo quinto de Cuaresma C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo 5º de Cuaresma C  

El Evangelio de Jesucristo es un mensaje y un camino de liberación verdadera, como contemplamos en la Liturgia de este domingo.

         ¡Una mujer sorprendida en adulterio!

         Según la Ley de Moisés tenía que morir apedreada.

         Y los fariseos y escribas aprovechan la ocasión para tender una trampa al Señor: “La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. ¿Tú qué dices?”

         Ante su insistencia responde: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.

         Entonces “se fueron escabullendo uno a uno, comenzando por los más viejos”.

         ¡Son sinceros! ¡Se reconocen pecadores y comienzan a marcharse!

         Pero los cristianos que dicen hoy que no tienen pecados, ¿qué harían? ¿Le tirarían la primera piedra? ¡Es para pensarlo!    

Cuando se han marchado todos, se queda Jesús solo con la mujer.

         ¡Jesús es el único que puede tirar la primera piedra a aquella mujer porque Él sí que está libre de pecado! Pero Él le dice: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante, no peques más”.

         Jesús no niega el pecado de aquella mujer. Sólo que no la condena. Por eso, su liberación es verdadera y no falsa, como sucede tantas veces. La libera del pecado y la reintegra en la vida social y religiosa de Israel.

Y la mujer recobra la dignidad perdida y vuelve a su casa perdonada y dignificada.

Algo parecido contemplábamos el domingo pasado, cuando el padre de la parábola mandaba que a su hijo, que vuelve arrepentido, le vistan con el mejor traje, le pongan un anillo en la mano y sandalias en los pies.

La primera lectura de hoy es un mensaje de liberación del pueblo de Dios, desterrado en Babilonia. La segunda, nos presenta el testimonio de un liberado por Cristo, San Pablo, que nos dice: “por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en Él…”

Lógico que en el salmo proclamemos todos: “¡El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres!”

 

                                      ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 5º DE CUARESMA C     

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

         Durante el tiempo de Cuaresma hemos venido escuchando, en la primera lectura, los grandes acontecimientos de la Historia de la Salvación, en favor del pueblo de Israel. Hoy escuchamos al profeta Isaías que, en medio del destierro, les anuncia, con un lenguaje lleno de poesía, la buena noticia de su liberación. 

SALMO

         El salmo 125 es el canto de liberación del pueblo de Israel, que se prepara para el retorno del destierro a su tierra.

Este acontecimiento prefigura la gran liberación que se realizará por Jesucristo, nuestro Salvador. Por eso proclamamos todos ahora: "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres".   

 

SEGUNDA LECTURA

         El descubrimiento de Jesucristo como valor supremo, que realiza      S. Pablo, es lo que explica y da contenido a toda su vida y a toda su actividad. Escuchemos ahora su testimonio. ¡Constituye un reto para nosotros! 

 

TERCERA LECTURA

         "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra".

Jesucristo, liberando a la mujer adúltera de la muerte y perdonando su pecado, anuncia la llegada de la liberación cristiana: liberación del pecado y de la muerte.

Aclamémosle ahora antes de escuchar el Evangelio. 

COMUNIÓN

         "Anda, y, en adelante, no peques más". Es  ésta la exhortación de Jesucristo a la mujer del Evangelio. Y también a nosotros, cuando nos perdona por el sacramento de la Penitencia.

            En la Comunión nos encontramos con ese Cristo, que nos ofrece fuerza sobreabundante para poder seguirle y cumplir sus mandatos.


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Viernes, 11 de marzo de 2016

Reflexión José Antonio Pagola al evangelio del domingo quinto de Cuaresma C

REVOLUCIÓN IGNORADA

 

Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Todos conocen su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley. Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».

Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera piedra».

Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».

Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas.

Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de «la revolución ignorada» por el cristianismo.

Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera.

¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y protección eficaz?

José Antonio Pagola

5 de Cuaresma – C (Juan 8,1-11)

Evangelio del 13/mar/2016

por Coordinador Grupos de Jesús


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Jueves, 10 de marzo de 2016

Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). 9 marzo 2016. (ZENIT)

Quinto domingo de cuaresma – Ciclo C

Textos: Is 43, 16-21; Filp 3, 8-14; Jn 8, 1-11

Idea principal: Vamos a ver quién tira la primera piedra contra el pecador.

Síntesis del mensaje: La liturgia de hoy sigue dándonos pistas para vivir mejor el año de la Misericordia. La misericordia de Dios nos invita a no recordar lo pasado (1ª lectura), pues las aguas impetuosas de su gracia desde el bautismo limpiaron nuestra conciencia, abrieron camino en el desierto de nuestra vida y hicieron correr ríos en la tierra árida de nuestro corazón. Esa misericordia divina, como a san Pablo, nos dio alcance y nos ha conquistado, lanzándonos hacia delante, sin mirar atrás, hacia la meta de la santidad (2ª lectura). Finalmente, esa misericordia divina se encarnó en Cristo que en la confesión nos absuelve de nuestros pecados y nos pone un compromiso: “Vete y no vuelvas a pecar” (Evangelio) y también a no tirar la piedra de nuestra condena a nadie, pues no somos jueces.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿quién puede tirar la primera piedra contra este mujer sorprendida en adulterio? Esta mujer del evangelio es soltera, virgen y novia. Por eso los acusadores, juristas de profesión, piden contra ella la pena de muerte a pedradas y, así, por lapidación se ejecutaba entonces a la adúltera soltera, virgen y novia prometida (cf. Dt 22, 24), porque a la otra, a la adúltera casada, se la ejecutaba por libre (cf. Lv 20, 10; Dt 22, 22), ordinariamente por estrangulación. Que aquí hay un adulterio, lo hay, porque los acusadores saben lo que se juegan si mienten, porque ella sabe la muerte que la espera y no rechista, porque Jesús le dice: “No peques más”. Señal de que había pecado. Señal de que el adulterio es pecado y, a juzgar por el castigo legal, pecado grave y, según la doctrina de san Pablo, pecado mortal de condenación eterna (cf. 1 Co 6, 9). ¿Y qué fue del hombre con quien adulteró? Tal vez era un huido porque, aunque los cogen in fraganti, ni rastro. ¿Saltó por la ventana? Cuando el marido entra por la puerta, el adúltero salta por la ventana, a veces bota mal en el suelo y queda cojo para toda su vida. Este casado adúltero tiene a su favor la ley del embudo: para el hombre lo ancho, para la mujer, lo agudo. Mucho se ensañan los hombres y las mujeres con la adúltera: ellas, con sus críticas la marcan a fuego, como a una res, para los restos. Y ellos, dispuestos a apedrearla. Amigo, ¡aquí nadie tira una piedra ni la coge del suelo ni la toca ni la mira! Porque no hay un solo inocente en el mundo, aquí todos pecadores. Y los peores, los pecadores del mismo palo, que apedrean a sus iguales para disimular su personal pecado. Los peores no son los jóvenes, ingenuos todavía, sino los viejos, con más trapacerías que años, arteros en eso de tirar la piedra y esconder la mano.

En segundo lugar, ¿Jesús tirará la piedra? Si Jesús elige dejar de lado el mandato bíblico podría ser acusado de quebrantar la ley de Dios y, por tanto, condenado; si elige apartarse en este caso de lo que ha enseñado –amor y misericordia- contradiría sus propias enseñanzas, perdiendo así toda autoridad. Sin embargo, como a lo largo de todo el evangelio, los enemigos se verán confundidos por la sabiduría del Maestro que los deja sin respuesta y los pone ante la obligación de cambiar, ellos sí, de actitud ante la verdad que les es anunciada. Cristo usa con esos enemigos una técnica con estos pasos: primero, la indiferencia, “inclinándose comenzó a escribir en el suelo con el dedo”. Segundo, ante la insistencia para que tire la piedra, Jesús da una respuesta habilísima que logra tres fines: ponerse del lado de la ley, con lo que no podrán acusarlo; perdonar a la pecadora, que es lo que su corazón quiere, y confundir la maldad de los hipócritas: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. Les invita a entrar dentro de sí mismos. Quien esto hace, se descubre pecador también. Pero los fariseos y escribas estaban ciegos por la soberbia. Jesús, que condena el adulterio, salva a la adúltera: “Tampoco yo te condeno” a muerte. Se condena el pecado, pero no al pecador. En la historia de la humanidad, hubo un solo inocente que, llegado el momento de tirar la primera piedra, se agachó, garabateaba en el suelo, se hizo el distraído, espantó a todos los acusadores y, erguido, dijo a la mujer ya de pie: “Yo tampoco te condeno”.

Finalmente, ¿qué podemos aprender nosotros hoy? ¡Cuántos de nosotros tal vez guardamos piedras para arrojarlas contra nuestros hermanos pecadores! ¡Cuántos ya tiraron piedras con la lengua afilada, con actitudes de odio, de desprecio y de silencio! ¡Cuántos están ya dispuestos a tirarlas contra los gobernantes, contra el Papa, los obispos, sacerdotes, jefes de trabajo, parientes, vecinos, parroquianos, compañeros de grupos…! Aprendamos estas cosas: primero, no desesperemos ante nuestros pecados, pues Dios es misericordia. Segundo, no demoremos la conversión al Señor ni la atrasemos de un día para otro. Tercero, la finalidad de la ley es la gloria de Dios y la salvación del hombre. Quien la aplica sin caridad, como estos fariseos del evangelio de hoy, sin buscar que el pecador se arrepienta y recupere la dignidad de hijo de Dios, contradice la voluntad de Dios mismo, que quiere que todos se salven (1 Tm 2,4). ¡Ay de aquel que se cubra con la máscara de la justicia y de la virtud, sin caridad en el corazón! Sí, debemos ser inflexibles con el pecado, pero llenos de misericordia con el pecador.

Para reflexionar: ¿Juzgo a mis hermanos? ¿Tengo misericordia en mi corazón? ¿He meditado lo suficiente esta frase de Cristo: “Porque en la medida con que midáis, se os medirá también” (Mt 7,2)?

Para rezar: Señor, ten piedad de mí que soy un pecador. En este año de la misericordia, dame un corazón misericordioso como el Tuyo.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


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Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. ‘Hay que crear puentes para que todos se sientan hermanos y con necesidad de todos, con ganas de hacer casa común’. 9 marzo 2016. (ZENIT)

Orar, estar y curar con misericordia  

Hay aspectos del Evangelio que de una manera esencial quedan marcados en la vida personal. Me impresionan especialmente tres que siempre han retenido mi atención, incluso en decisiones personales y planteamientos pastorales: ver siempre a Nuestro Señor Jesucristo buscando espacios y tiempos para orar, para estar en diálogo con el Padre; verlo siempre al lado de los hombres de su tiempo, de todos los hombres en todas sus circunstancias y situaciones, enseñando y escuchando; y verlo siempre curando el corazón de los hombres, buscando todas las oportunidades para realizarlo. El Señor me urge en lo más profundo de mi misión a presentar estos tres aspectos. Me llama a recordármelos a mí y a presentároslos a vosotros. Por gracia un día me pidió que fuese pastor de todos según su corazón, tanto de quienes creen en Él como de aquellos a los que hay que ir a buscar porque no lo conocen aún, creando puentes, y este mandato del Señor lo percibo hoy con más urgencia. Hay que crear puentes para que todos se sientan hermanos y con necesidad de todos, con ganas de hacer casa común. ¿Cómo?

No tengo más medios que los que utilizó Nuestro Señor Jesucristo. Por ello os hago estas mismas propuestas que Él hizo con su vida y nos manifestó tan claramente:

1. Necesitamos orar, dialogar con quien sabemos que nos ama y escucha. No hay curación de las enfermedades que padecemos los hombres –la más grave es no ser hermanos– sin oración, sin diálogo con Dios. Santo Tomás deseaba estructurar su última obra, la inconclusa Compendium theologiae, según las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Comenzó por el capítulo de la esperanza y lo desarrolló parcialmente, identificando la esperanza con la oración. Decía que la oración es esperanza en acto y, de hecho, es en la oración donde se desvela la verdadera razón por la cual es posible esperar; ahí entramos en contacto con el Señor del mundo, Él nos escucha y nosotros podemos escucharlo.

2. También es necesario estar al lado de los hombres, de todos los hombres, en todas sus situaciones y circunstancias. ¿No veis las grandes contradicciones que tiene nuestro mundo? Quiere ser autosuficiente, habla de libertad y, sin embargo, quiere recortar su dimensión más fundamental, que es acoger la libertad religiosa, al ámbito de la intimidad. ¡Qué tremendo es prescindir de Dios! ¿No caemos en la cuenta del vacío existencial que está matando y dejando sin valores la convivencia humana, que deja heridos, en soledad y al pairo de cualquier vivificación humana con aires de plenitud que aparece a nuestro lado? Necesitamos recordar siempre dos normas que el Papa san Juan XXIII nos daba en la encíclica Mater et magistra y que llevan, en el fondo, una dinámica de espíritu democrático, también en lo político: «El servicio al bien común, ley suprema, fin propio y esencial del Estado, y el principio de la subsidiariedad, que garantiza el debido respeto a las iniciativas privadas y a coordinar su acción en armonía con los intereses grandes» (n. 14).

3. Tiene una urgencia especial disponernos todos a curar el corazón de los hombres y, para ello, hay que aprovechar todas las oportunidades que tengamos. Para alejar lo que daña al corazón del ser humano no bastan medidas represivas de ningún tipo. Es necesario promover la revitalización moral y religiosa de las conciencias y la evolución y el desarrollo social y político hacia formas jurídicas que aseguren siempre mejor el bien común, que, como muy bien nos decía la encíclica Pacem in terris, «en la época actual se considera consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana» (n. 60). Los derechos fundamentales del hombre son los mismos en todas las latitudes y entre ellos tiene un lugar preeminente el derecho a la libertad de religión, porque concierne a la relación humana más importante: la relación con Dios. Si no se teme a la verdad, nunca temamos a la libertad, menos aún en su máxima expresión: la religiosa. Pues tiene que estar abierta en todas las dimensiones de la existencia humana, que incluye la religiosa.

Urge no perturbar la ecología humana. Una de las mayores perturbaciones surge del relativismo que mina el funcionamiento de la convivencia entre los hombres y, por tanto, de la democracia. Cuanto más sana es una sociedad, más promueve el respeto a los valores inviolables e inalienables de todas las personas. Y es que hay un dato que es clave: cuando no se reconoce como definitivo nada que sobrepase al individuo, el criterio último de juicio acaba siendo el yo y la satisfacción de los propios deseos inmediatos. Por ello, la libertad religiosa es un derecho humano fundamental que conduce al pleno desarrollo de la persona humana, le permite buscar la verdad, comprometerse en el diálogo, le hace vivir teniendo abierta una dimensión trascendente, esencial para su desarrollo integral. Es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos, como es su fe, su relación con Dios, para ser ciudadanos activos. Eliminar el derecho a la libertad religiosa en cualquiera de sus dimensiones, privada y pública, individual y comunitaria, es caer en una dictadura. La libertad religiosa no es solamente libre ejercicio del culto, también debe tener consideración la dimensión pública de la religión, que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social.

Orar, estar, curar con misericordia, todo ello nos lo ofrece Jesucristo y nos lo revela a los hombres. La realidad de nuestro mundo no se sostiene sin Dios. Preguntémonos: ¿Qué es la realidad? ¿Qué es lo real? ¿Son realidad solo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Quizá aquí está el gran error de todos los sistemas que falsifican el concepto de realidad amputando la realidad fundante y decisiva que es Dios mismo. Excluir a Dios del horizonte es falsificar el concepto de realidad. Dios presente y no ausente nos hace vivir estas bienaventuranzas:

Bienaventurados los que tienen amor a la verdad, entre personas, grupos, mecanismos de la vida pública, que nos hace ser más auténticos.

Bienaventurados los que tienen sentido de la justicia en las leyes y su aplicación, en los derechos humanos.

Bienaventurados los que tienen, viven y promueven la ejemplaridad moral, que siempre se convierten en testimonio y fermento, promoviendo la ética.

Bienaventurados los que ponen los medios para que todos participen en la construcción de lo que es común, animando la convivencia.

Bienaventurados los que aportan un discernimiento sereno sobre situaciones y problemas de la vida pública, de la convivencia entre los hombres.

Bienaventurados los que aceptan y escuchan al discrepante, canalizando el diálogo abierto y sincero que legitima a las personas y los grupos.

Bienaventurados los que aceptan las diferencias, con superación del descarte, y canalizan la convivencia sin predisponer contra otros.

Bienaventurados los que se empeñan por la paz, arrancan la violencia, estimulan la creatividad en la casa común.

Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid


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Martes, 08 de marzo de 2016

El papa Francisco se ha asomado un domingo más a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. 6 marzo 2016 (ZENIT)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el capítulo quince del Evangelio de Lucas encontramos las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja encontrada (vv. 4-7), la de la moneda encontrada (vv. 8-10), y la gran parábola del hijo pródigo, o mejor, del padre misericordioso (vv. 11-32). Hoy sería bonito que cada uno de nosotros, tomase el Evangelio y en el capítulo quincie de Lucas y lea las tres parábolas. Hoy, dentro del itinerario cuaresmal, el Evangelio nos presenta precisamente esta última parábola, que tiene como protagonista a un padre con sus dos hijos. La historia nos da a entender algunas características de este padre: es un hombre siempre preparado para perdonar y que espera contra toda esperanza. Conmociona sobre todo su tolerancia delante de la decisión del hijo más pequeño de irse de casa: podría haberse opuesto, sabiendo que todavía es inmaduro, joven chico o buscar algún abogado para no darle la herencia porque estaba todavía vivo. Sin embargo le permite marchar, aún viendo los posibles riesgos. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también para equivocarnos, porque creándonos nos ha hecho el gran regalo de la libertad. Nos toca a nosotros hacer buen uso de ella. Este regalo de la libertad que nos da Dios, me emociona siempre.
Pero el desapego de ese hijo es solo físico. El padre lo lleva siempre en el corazón, espera con confianza su regreso, escruta el camino con la esperanza de verlo. Y un día lo ve aparecer a lo lejos (cfr v. 20). Pero esto significa que este padre, cada día subía a la terraza a mirar para ver si volvía su hijo. Entonces se conmueve, corre a su encuentro, lo abraza, lo besa. ¡Cuánta ternura! Y este hijo había hecho cosas… Pero el padre lo recibe así.
La misma actitud reserva el padre al hijo mayor, que siempre se ha quedado en casa, y ahora está indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda la bondad hacia el hermano que se ha equivocado. El padre sale al encuentro también de este hijo y le recuerda que ellos han estado siempre juntos, tienen todo en común (v. 31), pero es necesario acoger con alegría al hermano que finalmente ha vuelto a casa. Y esto me hace pensar algo, cuando uno se siente pecador, se siente realmente poca cosa, o como algunos he escuchado, tanta gente que dice ‘Padre soy una basura’. Es uno el que va al padre. Sin embargo cuando uno se siente justo, ‘yo siempre he hecho las cosas bien’. También el padre viene a buscarnos porque esa actitud de sentirse justo es una actitud mala, es la soberbia, es del diablo. El padre espera a los que se reconocen pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos. Este es nuestro padre.
En esta parábola se puede intuir también un tercer hijo. Tercer hijo, ¿dónde? ¡escondido! El que era de condición divina, “no consideró esta igualdad con Dios, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor” (Fil 2,6-7). Este Hijo-Siervo, es Jesús, es la extensión de los brazos y del corazón del Padre: Él ha acogido el prodigio y ha lavado sus pies sucios; Él ha preparado el banquete para la fiesta del perdón. Él, Jesús, nos enseña a ser “misericordiosos como el Padre”.
La figura del padre de la parábola desvela el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá de cualquier medida, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos; espera nuestro regreso cuando nos alejamos de Él pensando que podemos solos; está siempre preparado a abrirnos sus brazos cualquier cosa haya sucedido. Como el padre del Evangelio, también Dios continúa considerándonos sus hijos cuando nos hemos perdidos, y viene a nuestro encuentro con ternura cuando volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros creemos ser justos. Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre comenzar de nuevo: Él nos coge, nos restituye la dignidad de sus hijos, y nos dice ‘ve adelante, en paz, levántate, ve adelante’.
En este tramo de Cuaresma que aún nos separa de la Pascua, estamos llamados a intensificar el camino interior de conversión. Dejémonos alcanzar por la mirada llena de amor de nuestro Padre, y volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el pecado. La Virgen María nos acompañe hasta el abrazo regenerador con la Divina Misericordia.

Después del ángelus,

Queridos hermanos y hermanas,
Expreso mi cercanía a las Misioneras de la Caridad por el grave luto que las ha golpeados hace dos días con el asesinato de cuatro religiosas en Aden, en Yemen, donde asistían a los ancianos. Rezo por ellas y por las otras personas asesinadas en el ataque, y por los familiares. Estas son los mártires de hoy, y no son portada de los periódicos. No son noticia. Estos dan su sangre por la Iglesia. Son víctimas del ataque de esos que las han matado y también de la indiferencia, de esta globalización de la indiferencia, que no importa. Madre Teresa acompañe en el paraíso a estas hijas suyas mártires de la caridad, e interceda por la paz y el sagrado respeto de la vida humana.
Como signo concreto de compromiso por la paz y la vida quisiera citar y expresar admiración por la iniciativa de los pasillos humanitarios para los refugiados, iniciada recientemente en Italia. Este proyecto piloto, que une la solidaridad y la seguridad, consiente ayudar a personas que huyen de la guerra y de la violencia, como los cien de refugiados ya trasladados en Italia, entre los cuales niños enfermos, personas discapacitadas, viudas de guerra con hijos y ancianos. Me alegro también porque esta iniciativa es ecuménica, siendo sostenida por la Comunidad de San Egidio, Federaciones de las Iglesias Evangélicas Italianas, Iglesias Valdenses y Metodistas.

Os saludo a todos vosotros, peregrinos venidos de Italia y de muchos países, en particular los fieles de la Misión Católica de Hagen (Alemania), como también los de Timisoara (Rumanía), Valencia (España) y Dinamarca.
Saludo a los grupos parroquiales de Taranto, Avellino, Dobbiaco, Fane (Verona) y Roma; los jóvenes de Milán, Almenno San Salvatore, Verdellino-Zingonia, Latiano, y los jóvenes de Vigonovo; las Escuelas “Don Carlo Costamagna” de Busto Arsizio e “Inmaculada” de Soresina; los grupos de oración “Santa María de los Ángeles y de la Esperanza”; la Confederación Nacional Ex-alumnos de la Escuela Católica.
Pido por favor un recuerdo en la oración por mí y por mis colaboradores, que desde este tarde y hasta el viernes haremos los Ejercicios Espirituales.
Os deseo a todos un buen domingo. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!


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Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. ‘Qué bueno tener un hermano mayor, Jesús, que ha pagado por nuestros pecados y nos llama a colaborar con él’. 4 marzo 2016. (ZENIT)

Dios es Padre, rico en misericordia

La parábola del hijo pródigo es el relato del Padre misericordioso, que enseña a vivir como hijo tanto al que se fue de casa como al que se quedó y no vivía como tal hijo. Esta página evangélica constituye como el núcleo del Evangelio. Dicen los estudiosos de este pasaje que si se hubiera perdido todo el Evangelio y sólo hubiera aparecido esta página, tendríamos el corazón mismo del Evangelio, tendríamos lo esencial que Jesús quería decirnos de parte de Dios.

Se trata de una página preciosa, y siempre produce consuelo constatar que tenemos un Padre así. Al escuchar en este domingo de nuevo esta página evangélica se nos llena el corazón de esperanza. Hay mucha gente que no ha experimentado a Dios así nunca. Piensa que Dios es enemigo del hombre, que Dios es justiciero, que Dios no es capaz de ocuparse de nuestras cosas. Pero Jesús ha venido a decirnos cómo es Dios, que es un Padre bueno, que se conmueve y se alegra cuando volvemos a él, que está preocupado por nosotros día y noche, que le interesa mucho nuestro bien, sobre todo cuando sufrimos por cualquier causa.

A ese hijo perdido que se fue y se gastó la hacienda de mala manera ha salido a buscarlo Jesús, el hijo bueno. Jesús ha recorrido los caminos del hijo pródigo sin apartarse de su Padre, sin romper nunca con él, porque es inocente. Y cuando ha encontrado a ese hijo perdido, ha cargado con su dolor, lo ha cargado sobre sus hombros para traerlo a la casa del Padre. Esa es la cruz de Cristo, el sufrimiento vivido con amor en plena comunión con su Padre, en favor del hombre pecador. Jesús es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, cargando con él y sufriéndolo en su propia carne.

No hay perdón sin penitencia. El camino recorrido para hacer el propio capricho debe ser recorrido a la inversa con dolor. Jesús sale a nuestro encuentro para aliviarnos ese dolor, para hacerlo llevadero, para darle sentido. Incluso para ahorrarnos mucho sufrimiento, aunque nos da la oportunidad de aportar nuestro granito de arena. Para que el resultado final no sea sólo regalo, sino también premio. Por eso, el tiempo de cuaresma (y toda la vida del cristiano) tiene este sentido penitencial, de desandar con dolor los caminos mal andados por los pecadores. En la vida del cristiano, la reparación del mal cometido es una constante fundamental.

Reparar el mal a base de bien, desandar lo mal andado. En relación con Dios: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”. Aquí el dolor de contrición, me pesa haber ofendido a Dios por ser tan bueno conmigo y haberle ofendido, y eso que él sólo me ha hecho bien. Este dolor encuentra alivio y consuelo cuando mira a Dios, Padre bueno, que no se enfada con nosotros ni reacciona a la manera humana, sino que es rico en misericordia y se complace en perdonarnos. Es un Padre que nos abraza, que nos viste de fiesta, que prepara un banquete en nuestro honor, que se desborda de amor con el hijo que le ha ofendido, que no le pide cuentas, sino que se alegra enormemente “porque este hijo estaba muerte y ha vuelto a la vida”.

Cómo podremos decirles a nuestros contemporáneos lo bueno que es Dios. Con nuestro testimonio y con las palabras que lo expliquen, siendo misericordiosos con ellos. En nuestro mundo abunda el conflicto, el insulto, las intolerancias y las descalificaciones. El cristiano anuncia que Dios es amor y misericordia con su propia vida, como ha hecho Jesús, que “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23).

Qué bonito y consolador es tener un Padre así, que siempre perdona y nos acoge con amor. Qué bueno tener un hermano mayor, Jesús, que ha pagado por nuestros pecados y nos llama a colaborar con él. La cuaresma es tiempo de preparación a la Pascua. A vivirla dejando que esa misericordia de Dios cale en nuestro corazón, y nos haga misericordiosos.

Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

 


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Tercera predicación de Cuaresma 2016 del padre Raniero Cantalamessa al papa y a la Curia Romana. (ZENIT)


Continuamos y terminamos hoy nuestras reflexiones sobre la constitución Dei Verbum, es decir, sobre la Palabra de Dios. La última vez hablé de la “lectio divina”, es decir de la lectura personal y edificante de la Escritura. Siguiendo el esquema trazado por Santiago, hemos visto en ella tres operaciones sucesivas: acoger la Palabra, meditar la Palabra, poner en práctica la Palabra.

Queda una cuarta operación sobre la cual vamos a reflexionar hoy, anunciar la Palabra. La Dei Verbum  habla brevemente del puesto privilegiado que debe tener la Palabra de Dios en la predicación de la Iglesia (DV, nr. 24), pero no se ocupa directamente del anuncio, también porque a este tema el Concilio dedica un documento a parte, la Ad gentes divinitus, sobre la actividad misionera de la Iglesia.

Después de este texto conciliar, el discurso ha sido retomado y actualizado por el beato Pablo VI con la Evangelii nuntiandi; por san Juan Pablo II, con la Redemptoris missio, y por el papa Francisco con la Evangelii gaudium. Desde el punto de vista doctrinal y operativo, por tanto, se ha dicho todo y al más alto nivel de magisterio. Sería tonto por mi parte pensar poder añadir algo. Lo que es posible  hacer, en la línea de estas meditaciones, es dar luz a algún aspecto más directamente espiritual del problema. Para hacerlo, parto de la frase del beato Pablo VI según la cual “el Espíritu Santo es el principal agente de la evangelización” [1].

    1. El medio y el mensaje

Si quiero difundir una noticia, el primer problema que se me plantea es: ¿con qué medio transmitirla? ¿periódico? ¿radio? ¿televisión? El medio es tan importante que la moderna ciencia de las comunicaciones sociales ha acuñado el eslogan: “El medio es el mensaje” (“The medium is the message”)[2].

Entonces, ¿cuál es el medio primordial y natural con el que se transmite la palabra? Es el aliento, la respiración, la voz. Esto toma, por así decir, la palabra que se ha formado en el secreto de mi mente y la lleva al oído del que escucha. Todos los otros medios no tienen más que potenciar y amplificar ese medio primordial de la respiración o de la voz. También la escritura viene después y supone la viva voz, ya que las letras del alfabeto no son otra cosa que signos que indican los sonidos.

También la Palabra de Dios sigue esta ley. Esta se transmite por medio de un aliento. ¿Y cuál es, o quién es, el aliento, o ruah, de Dios, según la Biblia? Lo sabemos: ¡es el Espíritu Santo! ¿Puede mi aliento animar la palabra de otro, o al aliento de otro animar mi palabra? No, mi palabra no puede ser pronunciada a no ser que sea con mi aliento y la palabra de otro con su aliento. Así, se entiende de forma análoga, la Palabra de Dios no puede ser animada más que por el aliento de Dios que es el Espíritu Santo.

Esta es una verdad sencillísima y casi obvia, pero de gran alcance. Es la ley fundamental de cada anuncio y de cada evangelización. Las noticias humanas se transmiten o a viva voz, o vía radio, prensa, internet y así sucesivamente; la noticia divina, en cuanto divina, se transmite vía Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el verdadero, esencial medio de comunicación, sin el cual no se percibe, del mensaje, más que el recubrimiento humano. Las palabras de Dios son “espíritu y vida”(cf. Jn 6,63) y por tanto no se puede transmitir o acoger de otra forma que no sea “en el Espíritu”.

Esta ley fundamental es la que vemos en acto, concretamente, en la historia de la salvación. Jesús comenzó a predicar “con el poder del Espíritu Santo”  (Lc 4,14 ss.). Él mismo declaró: “El Espíritu del Señor está sobre mí… Me ha consagrado con la unción, para llevar a los pobres una buena noticia” (Lc 4,18). Apareciendo a los apóstoles en el cenáculo la noche de Pascua, dijo: “Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 21-22). Al dar a los apóstoles el mandato de ir por todo el mundo, Jesús les concede también el medio para poder cumplirlo –el Espíritu Santo– y lo concedió, significativamente, en el signo del aliento, de la respiración.

Según Marcos y Mateo, la última palabra que Jesús dijo a los apóstoles antes de subir al cielo fue “Id”: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”  (Mc 16,15; Mt 28, 19). Según Lucas, el mandamiento final de Jesús parece el opuesto: ¡Permaneced! “Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto” (Lc 24, 49). Naturalmente, no hay ninguna contradicción; el sentido es: id por todo el mundo, pero no antes de haber recibido el Espíritu Santo.

Todo el pasaje de Pentecostés sirve para alumbrar esta verdad. Viene el Espíritu Santo y así es como Pedro y los otros apóstoles, en voz alta, comienzan a hablar de Cristo crucificado y resucitado y su palabra tiene tal unción y poder, que tres mil personas se sienten tocadas en el corazón. El Espíritu Santo, venido a los apóstoles, se transforma en ellos en un impulso irresistible a evangelizar. San Pablo llega a afirmar que sin el Espíritu Santo es imposible proclamar que “¡Jesús es el Señor! (1 Cor 12, 3), que es el inicio y la síntesis de todo anuncio cristiano. San Pedro, por su parte, define a los apóstoles como “aquellos que han anunciado el Evangelio en el Espíritu Santo” (1 Pe 1,12). Indica con la palabra “Evangelio” el contenido y con la expresión “en el Espíritu Santo” el medio, o el método, del anuncio.

    1. Palabras y obras

Lo primero que hay que evitar cuando se habla de evangelización es pensar que es sinónimo de predicación y por tanto reservada a una categoría particular de cristianos, los predicadores. Hablando de la naturaleza de la revelación, la Dei Verbum dice:

“Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas” [3].

Se trata de una afirmación que se remonta a san Gregorio Magno. “El Señor y Salvador, escribía el santo doctor, a veces nos advierte con lo que dice, a veces sin embargo con lo que hace”: “aliquando nos sermonibus, aliquando vero operibus admonet”[4]. Esta ley que vale para la Revelación en su nacimiento, vale también en su difundirse. En otras palabras, no se evangeliza solamente con las palabras, sino primero con las obras y la vida; no con lo que se dice, sino con lo que se hace y se es.

Así sucedió al inicio. El estudio todavía más válido sobre “misión y propagación del cristianismo en los primeros tres siglos” llega a la conclusión que “la sola existencia y labor constantes de las comunidades individuales fue el principal coeficiente en la propagación del cristianismo [5]. En este año de la misericordia es útil recordar en qué consistía dicha laboriosidad de las comunidades cristianas. Además de la ayuda fraterna entre ellos, consistía en las obras de misericordia hacia todos: cuidando a los huérfanos, a los enfermos y a los presos. La fuerza de estas iniciativas era tan evidente que, queriendo impedir el crecimiento de la fe cristiana, el emperador Juliano cuando regresó a la religión pagana, intentó introducir análogas instituciones de caridad en el ámbito civil.

Hay un dicho en inglés que toma un significado muy particular si aplicado a la evangelización: “los hechos hablan más fuerte que las palabras”.  “Deeds speak louder than words”. Una frase de Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, dice: “El hombre contemporáneo escucha con más placer a los testimonios que los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testimonios”. [6]

Uno de los más importantes moralistas del siglo pasado (no es necesario decir el nombre), una tarde fue encontrado en un local con una compañía poco edificante. Un colega le preguntó cómo podía conciliar su conducta con aquello que escribía en sus libros; y él respondió: “¿Han visto alguna vez a una indicación vial que se pone a caminar en la dirección que indica?”. Una respuesta brillante, pero que se condena por sí misma. Los hombres no se interesan con aquellos “indicadores viales” que indican la dirección que hay que tomar, si ellos no se mueven ni un centímetro.

Tengo un hermoso ejemplo de la eficacia del testimonio, en la orden religiosa a la cual pertenezco. La contribución mayor, aunque escondida, que la orden de los Capuchinos ha dato a la evangelización en los cinco siglos de su historia, no ha sido, creo, la de los predicadores de profesión, pero la de las hileras de los ‘hermanos laicos’: simples e incultos porteros de los conventos o limosneros. Enteras poblaciones han encontrado o mantenido su fe gracias al contacto con ellos. Uno de esos, el beato Nicolás de Gesturi, hablaba talmente poco que la gente lo llamaba “fray silencio’, y a pesar de ello en Cerdeña, 58 años después de su muerte, la orden de los Capuchinos se identifica con fray Nicola de Gesturi, o con fray Ignacio de Laconi, otro santo fraile limosnero del pasado. Lo mismo sucedió aquí en Roma, al inicio de la Orden, con san Félix de Cantalice. Se ha cumplido la palabra que Francisco de Asís dirigió un día a los frailes predicadores: “¿Por qué se vanaglorian de la conversión de los hombres? Sepan que a convertirlos han sido mis simples frailes con sus oraciones” [7].

Una vez durante un diálogo ecuménico, un hermano pentecostal me preguntó -no para polemizar sino para intentar entender- por qué nosotros los católicos llamamos a María “la estrella de la evangelización”. Fue una ocasión también para mi, de reflexionar sobre este título atribuido a María por Pablo VI, al concluir la Evangelii nuntiandi. Llegué a la concusión que María es la estrella de la evangelización, porque no ha llevado una palabra particular a un pueblo particular, como hicieron también los grandes evangelizadores de la historia; ¡ha llevado la Palabra hecha carne y la ha llevado (también físicamente) a todo el mundo! Nunca ha predicado, no pronunció sino muy pocas palabras, pero estaba llena de Jesús y donde iba expandía el perfume, a tal punto que Juan Bautista lo advirtió desde el vientre de su madre. ¿Quién puede negar que la Virgen de Guadalupe haya tenido un rol fundamental en la evangelización y en la fe del pueblo mexicano?

Hablando a un ambiente de la Curia, me parece justo poner en luz la contribución que pueden dar -y que de hecho dan- a la evangelización aquellos que pasan la mayoría de su tiempo detrás de un escritorio a resolver asuntos aparentemente extraños a la evangelización. Se entiende el propio trabajo como servicio al Papa y a la Iglesia; se renueva cada tanto esta intención y no se  permite que la preocupación de la carrera sea principal en el corazón, el modesto empleado de una Congregación contribuye a la evangelización más que un predicador de profesión, si éste intenta agradar más a los hombres que a Dios.

    1. Cómo volverse evangelizadores

Si el empeño por la evangelización es de todos, intentemos ver cuáles son las premisas y cuales son las condiciones para volverse verdaderamente un evangelizador. La primera condición está sugerida por la palabra que Dios dirigió a Abraham: “Sal de tu tierra y ve”  (cf. Gen 12, 1). No hay misión ni envío sin una anterior salida. Hablamos con frecuencia de una “Iglesia en salida”. Tenemos que darnos cuenta que la primera puerta por la que debemos salir no es la de la iglesia, de la comunidad, de las instituciones, de las sacristías; es la de nuestro ‘yo’. Lo ha explicado bien en una ocasión el papa Francisco: “Estar en salida, decía, significa antes de todo salir de centro para dejar en el centro el lugar a Dios”. “Decentrarnos de nosotros mismos y centrarnos de nuevo en Cristo”, diría Teilhard de Chardin.

Más intenso que el grito dirigido a Abraham es el que Jesús dirige a quienes llama a colaborar con él en el anuncio del Reino: “Parte, sal de tu yo, reniégate a ti mismo. Entonces todo se vuelve mío. Tu vida cambia, mi rostro se vuelve tuyo. No eres más tu quien vive, pero yo vivo en ti”.  Es el único modo para vencer el nacer de envidias, celos, miedos de perder la cara, rencores, resentimientos, situaciones de antipatía que llenan el corazón del hombre viejo; para ser ‘habitados’ por el Evangelio y difundir el olor del Evangelio.

La Biblia nos ofrece una imagen que contiene más verdad que enteros tratados de pastoral sobre el anuncio: la del libro comido que se lee en Ezequiel:

“Yo miré y aquí, una mano extendida hacia mí tenía un rollo. Lo desplegó delante mio; estaba escrito en el interior y en el exterior y estaban escritos lamentos, llantos y desdichas. Él me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes delante: come este rollo, y ve a hablar a los israelitas. Yo abrí mi boca y él me hizo comer ese rollo. Después me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y era en mi boca dulce como la miel.  (Ez 2, 9 – 3, 3; cf también Ap 10, 2).

Hay una diferencia enorme entre la palabra de Dios simplemente estudiada y proclamada y la palabra de Dios antes “comida” y asimilada. En el primer caso se dice del predicador “que habla como un libro impreso”; pero no llega así al corazón de la gente, porque al corazón llega solamente lo que parte del corazón.   “Cor ad cor loquitur, era el lema del beato cardenal Newman.

Retomando la imagen de Ezequiel, el autor del Apocalipsis aporta una variación pequeña, pero significativa. Dice que el libro devorado era tan dulce como la miel en los labios, pero amargo como la hiel en las entrañas (cf. Ap 10, 10). Sí, porque antes de herir a los oyentes, la palabra debe herir al anunciador, mostrarle su pecado y empujarle a la conversión.

No es el trabajo de un día. Pero hay una cosa que se puede hacer en un día, hoy mismo: asentir a esta perspectiva, tomar la decisión irrevocable, por lo que nos respecta, de no vivir para nosotros mismos, sino para el Señor (cf. Rm 14, 7-9). Todo esto no puede ser solo el fruto del esfuerzo ascético del hombre; esto también es obra de la gracia, fruto del Espíritu Santo. “Y para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, [desde tu seno] al Espíritu Santo como primicia para los creyentes”. Así nos hace orar la liturgia en la Plegaria Eucarística IV.

Es fácil saber cómo se obtiene el Espíritu Santo en vista de la evangelización. Solo hay que ver cómo lo obtuvo Jesús y cómo lo obtuvo la misma Iglesia el día de Pentecostés. Lucas describe así el acontecimiento del bautismo de Jesús: “También Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él” (Lc 3, 21-22). Fue la oración de Jesús la que rasgó los cielos e hizo descender al Espíritu Santo, y lo mismo sucedió con los apóstoles. El Espíritu Santo, en Pentecostés, vino sobre ellos mientras “perseveraban unánimes en oración” (Hch 1, 14).

El esfuerzo para un renovado compromiso misionero está expuesto a dos peligros principales. Uno de ellos es la inercia, la pereza, no hacer nada y dejar que hagan todo los demás. El otro es  lanzarse a un activismo humano febril y vacío, con el resultado de perder poco a poco el contacto con la fuente de la palabra y de su eficacia. Esto también sería una manera de avocarse al fracaso. Cuanto mayor sea el volumen de la actividad, más debe aumentar el volumen de la oración, en intensidad si no en cantidad. Se objeta: esto es absurdo; ¡el tiempo es el que es! De acuerdo, pero el que ha multiplicado los panes, ¿no podrá también multiplicar el tiempo? Además, es lo que Dios hace continuamente y lo que experimentamos cada día. Después de rezar, se hacen las mismas cosas en menos de la mitad del tiempo.

Entonces se dice: Pero, ¿cómo estar tranquilos rezando, cómo no correr, cuando la casa se está quemando? Esto también es verdad. Pero imaginamos esta escena: un equipo de bomberos ha recibido una llamada de alarma y se precipita al lugar del incendio con las sirenas encendidas; pero, llegado a la escena, se da cuenta que no tiene ni una gota de agua en los tanques. Así somos nosotros, cuando corremos a predicar sin orar. No es que falte la palabra; al contrario, mientras menos se reza más se habla, pero son palabras vacías, que no llegan a nadie.

    1. Evangelización y compasión

Además de la oración otro medio para obtener al Espíritu Santo es la rectitud de intención. La intención a la hora de predicar a Cristo puede ser contaminada por diversas causas. San Pablo enumera algunas en la carta a los Filipenses: por conveniencia, por envidia, por espíritu de contienda y rivalidad (Fil 1, 15-17). La causa que abarca todos las demás, sin embargo, es solo una: la falta de amor. San Pablo dice: “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe” (l Cor 13, 1).

La experiencia me ha hecho descubrir una cosa: que es posible anunciar a Jesucristo por razones que tienen poco o nada que ver con el amor. Se puede anunciar por proselitismo, para encontrar, en el aumento del número de seguidores, una legitimidad a su propia pequeña iglesia, especialmente si de su propia fundación. Se puede anunciar, tomando literalmente una frase del Evangelio, para llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra (cf. Mc 13, 10), de manera que se complete el número de los elegidos y apresurar la venida del Señor.

Algunos de estos motivos en sí mismos no son malos. Pero solos no son suficientes. Falta ese verdadero amor y compasión por los hombres que es el alma del Evangelio. El Evangelio del amor solo se puede anunciar si no por amor. Si no nos esforzamos en amar a las personas que tenemos delante, las palabras se transforman fácilmente en piedras en las manos que hieren y de las que nos refugiamos, como nos protegemos de una tormenta de granizo.

Siempre tengo en cuenta la lección que la Biblia, implícitamente, nos da con el relato de Jonás. Jonás se ve obligado por Dios a ir a Nínive a predicar. Pero los ninivitas eran enemigos de Israel y Jonás no quería a los ninivitas. Él está visiblemente contento y satisfecho cuando pueden gritar: “¡Faltan cuarenta días y Nínive será destruida!”. La perspectiva no parece desagradarle en absoluto. Pero los ninivitas se arrepienten y Dios les perdona su castigo. Llegado a este punto, Jonás entra en crisis. “Tú –le dice Dios casi en tono de disculpa– te apiadaste de la planta… ¿y no he de apiadarme yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda?” (Jonás 4,10 s). ¡Dios tiene que hacer un mayor esfuerzo para convertirle a él, el predicador, que para convertir a todos los habitantes de Nínive!

Amor, entonces, por los hombres. Pero también y sobre todo amor por Jesús. Es el amor de Cristo el que nos tiene que mover. “¿Me amas? –dice Jesús a Pedro–. Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15 ss.). Debemos amar a Jesús, porque solo los que están enamorados de Jesús lo puede anunciar al mundo con profunda convicción. Se habla con entusiasmo solo de lo que se está enamorados.

Proclamando el Evangelio, tanto con la vida como con las palabras, no solo le damos gloria a Jesús, sino que también le damos alegría. Si bien es cierto que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”[8], también es cierto que los que difunden el Evangelio llenan de alegría el corazón de Jesús. La sensación de alegría y bienestar que una persona prueba al sentir de repente que le vuelve a fluir la vida en uno de sus miembros hasta ahora inerte o paralizado, es un pequeño signo de la alegría que prueba Cristo cuando siente que su Espíritu vuelve a vivificar a algún miembro muerto de su cuerpo.

Hay, en la Biblia, una palabra que no había notado nunca antes: “Como frío de nieve en tiempo de la siega, así es el mensajero fiel a los que lo envían; pues al alma de su señor da refrigerio” (Prov 25, 13). La imagen del calor y del frío hace pensar a Jesús en la cruz gritando: “¡Tengo sed!”. Él es el gran “segador” sediento de almas, al que estamos llamados a dar refrigerio con nuestro humilde y devoto servicio al Evangelio. Que el Espíritu Santo, “principal agente de la evangelización”, nos conceda dar a Jesús  esta alegría, con las palabras  o con las obras, según el carisma y el oficio que cada uno de nosotros tiene en la Iglesia.

[1] B. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, nr. 75.

[2] El slogan es de Marshall  McLuhan, Understanding Media. The Extensions of Man, Mc Graw Hill, New York 1964.
[3] DV, 2.

[4] Gregorio Magno, Hom. in Evangelium, XVII.

[5] A. von Harnack, Die Mission und Ausbreitung des Christentums in den ersten drei Jahrhunderten, Hinrichs, Leipzig 1902; ed. it. Missione e propagazione del cristianesimo nei primi tre secoli,  Cosenza 1986, rist. 2009, pp. 321s.

[6] EN, 41.

[7] Celano, Vita Seconda, CXXIII, 164 (FF, 749)

[8] Papa Francisco, Evangelii gaudium, 1.


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Domingo, 06 de marzo de 2016

Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. ‘Anunciar y testimoniar nuestra alegría es el núcleo de nuestra misión’. 3 marzo 2016. ZENIT

Llevemos la caricia de Dios a todos los hombres

La Cuaresma nos está invitando permanentemente a conocer más y más a Jesucristo, a vivir con coherencia la fe, con un estilo de vida que exprese y manifieste la bondad y el amor de Dios. Expresemos su misericordia, ofrezcamos signos concretos de su cercanía. Esta caricia de Dios que lleva alegría al corazón de quien la percibe, a la vida personal y colectiva de los hombres, se esconde en pequeñas cosas y alcanza su cumplimiento con espíritu de servicio. A mí, siempre me ha impresionado la vida de san Pablo, el apóstol que llevó la caricia de Dios a los gentiles. Su vida y sus obras son un cántico que se puede resumir en esta palabra: alegría, gaudete. ¿Cómo es posible que en una vida atormentada, llena de persecuciones, de hambre, de sufrimientos diversos, siempre está presente la alegría? No encuentro otra explicación más que la experiencia tan honda que él tiene del Señor y que le lleva a la conversión: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí». Aquel que me ama hasta dar su vida por mí y por todos los hombres, está cerca de mí. Y lo está en todas las situaciones; por eso, en la profundidad del corazón reina una alegría que es más grande que todos los sufrimientos.

Llevar la caricia de Dios a todos los hombres, es decir, llevar el Evangelio, la Buena Noticia, y lograr que experimenten la alegría de Jesucristo, es la gran tarea que tenemos sus discípulos. ¿Puede haber una misión más hermosa que esta? ¿Hay algo más grande y más estimulante que llevar el agua que quita la sed que todo ser humano tiene en lo más profundo de su corazón? ¡Qué bien nos lo explica el salmo 41, cuando nos dice: «como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío»! Anunciar y testimoniar nuestra alegría es el núcleo de nuestra misión. Pero esto exige y pide de nosotros una conversión en la raíz de nuestra vida. ¡Qué maravilla! Qué oportunidad nos regala el Señor en este tiempo de Cuaresma: ni más ni menos que ser colaboradores de la alegría a los demás. Cuando nuestro mundo está triste y es negativo es porque olvida el retrato verdadero del hombre que tan maravillosamente ha revelado Jesucristo con su vida, y la versión verdadera de un Dios que nos ama y que nos dice los senderos por donde tenemos que caminar si deseamos servir, vivir y hacer vivir, teniendo siempre las palabras oportunas, hablando en verdad, aconsejando desde quien es Consejero y Maestro y decidiendo con los modos y maneras que tiene quien decidió crear todo lo que existe y entrar en esta historia para decirnos a los hombres la ruta que hemos de tomar.

En el inicio de la Cuaresma hemos oído expresiones como «conviértete y cree en el Evangelio». Y es que la alegría cristiana radica en Jesucristo. La conquista del éxito, la obsesión por el prestigio, la búsqueda de comodidades que absorben nuestra vida de tal modo que excluyen a Dios de nuestro horizonte, no traen la felicidad. La única alegría que llena el corazón humano es la que procede de Dios. Nadie podrá apagar la alegría que nace de la amistad con Dios. Una alegría que nos acerca siempre a los demás y nos hace regalar la ternura de Dios, enseñándonos que no hay mayor felicidad que aquella que dispone al ser humano para dar: dar la vida, dar lo que soy y tengo, hacer partícipes a todos de los dones que me han dado. ¡Ojalá brote en nosotros la alegría que nace de la conversión! Llena nuestra vida, porque nos hace caer en la cuenta de cómo Dios nos ha mostrado gratuitamente su rostro, su amor misericordioso, y nos llama a su casa y a hacer de su casa un lugar donde se regala la amistad, la ternura y su gracia; nos da la valentía de afrontar el mal solamente armados con su misericordia.

Habrá verdadera conversión si llevamos a todos los hombres la caricia de Dios, que al fin y al cabo ha sido la que nosotros hemos experimentado en nuestra vida. Esta caricia cambia y educa los corazones, nos hace sensibles a las cosas de Dios que son las que necesita el hombre. Vivamos las exigencias del amor misericordioso:

1. Dar una respuesta de amor en todas las situaciones que vivamos: Sabemos que ha sido Dios quien nos ha amado primero. Esto nos lleva a descubrir que el amor no es solamente un mandato, es la respuesta a quien nos ha amado, a quien nos ha dado el don del amor cuando vino a nuestro encuentro. No damos de lo nuestro, damos de lo que se nos ha regalado como don para hacer la tarea.

2. Hacer una entrega personal de toda nuestra vida: Si el amor engloba nuestra existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo, nuestra vida se convierte en éxtasis, pero no en el sentido de arrobamiento momentáneo, sino como camino permanente, como es salir del yo cerrado a la entrega de sí. Es no guardar la vida, sino perderla para recobrarla.

3. Vencer la violencia que se instaura en este mundo con amor: ¡Qué fuerza tiene contemplar la Cruz para descubrir cómo vence la violencia Jesús! No lo hace al modo humano; vence con un amor capaz de llevarlo hasta la muerte. La violencia no opone otra violencia más fuerte, se opone el amor hasta el fin. Este modo humilde de vencer de Dios, con su amor, pone un límite a la violencia.

4. Reconciliar a los hombres, sabiendo que el amor es más fuerte que el odio: En la Eucaristía celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte, se nos muestra que Dios es más fuerte que todos los poderes oscuros y tenebrosos de la historia. Como nos dice san Pablo, Cristo derribó el muro del odio para reconciliar a los hombres entre sí.

5. Salir convencidos de que es posible el amor: Todo ser humano siente el deseo de amar y de ser amado, pero no sirve cualquier amor, hay que descubrir que el futuro y la esperanza de la humanidad están en el amor verdadero fiel y fuerte, que produce paz y alegría, que nos une a los hombres. Siendo de Dios, este amor tiene un rostro humano: lo encontramos en Jesucristo.

6. El ser humano es mendigo de amor, tiene sed de amor: Ya san Juan Pablo II nos decía que «el hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él plenamente» (RH 10).

7. Amar como Jesús, es el corazón de la vida cristiana: Convertirnos al amor es pasar de la amargura a la dulzura, de la tristeza a la alegría. Y esto se hace viviendo con Dios y para Dios. Y así podremos responder con nuestra vida a la pregunta «¿quién es mi prójimo?», describiendo en nosotros la parábola del buen samaritano que termina diciendo: «Ve y haz tú lo mismo».

Examinemos desde estas siete perspectivas si, en esta Cuaresma, estamos disponiendo la vida para llevar la caricia de Dios a los hombres.

Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo cuarto ce Cuaresma C.

EL OTRO HIJO

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «padre bueno», mal llamada «parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.

Sin embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora solo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.

Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?

Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.

El «hijo mayor» es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

José Antonio Pagola

4 Cuaresma – C (Lucas 15,1-3.11-32)

Evangelio del 06/mar/2016

Publicado el 29/ Feb/ 2016

por Coordinador Grupos de Jesús


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Viernes, 04 de marzo de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo cuarto de Cuaresma C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Perez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 4º de Cuaresma C

 

Nunca reflexionaremos bastante sobre este misterio: Cuando Dios se hace hombre, es criticado porque  anda  con los publicanos y pecadores, y come con ellos. Nos parece más lógico que fuera de otra manera. No se atiene a lo que dice el refranero popular: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.

Los fariseos y escribas están disgustados porque Jesús trata con gente de mala fama. Y a ellos va dirigida la parábola del evangelio de hoy. Quiere explicarles por qué lo hace. Sencillamente, porque actúa como el Padre del Cielo, que está representado en el padre de la parábola. El hijo menor representa a los publicanos y pecadores y el hijo mayor, a los escribas y fariseos.

La descripción que se hace del pecado y de la conversión es admirable: el pecado se presenta como una ruptura decisiva con el padre y con su casa; como un derroche, como una degradación, como una muerte. La conversión es recapacitar y volver a la casa del Padre, que le recibe no como “uno de los jornaleros”, sino como un verdadero hijo: hay que vestirle como un hijo y hay que hacer fiesta porque el hijo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y se le ha encontrado. Los fariseos y escribas quedan retratados en el hijo mayor. Ellos no tienen el corazón de un verdadero hermano; y no entienden a Jesús porque no conocen realmente al Padre del Cielo.

En efecto, Jesucristo ha venido a revelarnos, con obras y palabras, el verdadero rostro y el corazón del Padre, y por eso, busca a los que se han alejado y los llama a la conversión. ¡Él es el verdadero hermano mayor!

La parábola va hoy por nosotros. A todos nos enseña algo. Y, en definitiva, ¿quién puede decir que no tiene nada de cada uno de los hijos?

En la segunda lectura, S. Pablo nos habla del servicio de la reconciliación con Dios, que la Iglesia ha recibido y que no sólo es mensaje y  buena noticia, sino también su realización. La Iglesia siempre ha manifestado su preocupación por los que se han alejado. Ha sido constante, a lo largo de los siglos, su “oración por los pecadores”, y su esfuerzo por reconciliarles con Dios. Hoy la preocupa-ción por los alejados es uno de los signos de los tiempos. El Vaticano II nos enseña que la Iglesia ayuda a los que vuelven “con caridad, ejemplos y oraciones” (L. G. 11).

El domingo pasado acogíamos la llamada a la conversión, que el Señor nos hace siempre, pero, especialmente, en el tiempo de Cuaresma. Por eso esta parábola nos resulta muy apropiada para este día.

En la comunión con Dios y con los hermanos, que obtenemos por el sacra-mento de la Reconciliación, tiene su raíz más profunda la alegría cristiana a la que nos invita este domingo de Cuaresma, que, desde antiguo, se llama “Laetare” (Alégrate) porque se acerca ya la Pascua.

¡Es éste un mensaje muy apropiado para la Cuaresma del Año de la Misericordia! ¡Porque de eso se trata!                   

                                                            ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 12:34  | Espiritualidad
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DOMINGO 4º DE CUARESMA C

 MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

         Las lecturas  del Antiguo Testamento nos hacen revivir durante este tiempo cuaresmal,  las grandes intervenciones de Dios a favor de su pueblo Israel. Hoy se nos presenta, por fin, la llegada del pueblo a la tierra prometida y la celebración de la primera Pascua. 

SALMO

         Con la llegada del pueblo de Israel a la tierra prometida, constatamos una vez más, que el Señor es bueno y fiel a sus promesas. Por eso proclamamos en el salmo: "Gustad y ved qué bueno es el Señor". 

SEGUNDA LECTURA

         S. Pablo nos urge a reconciliarnos con Dios a través de la Iglesia, a la que Cristo ha confiado el mensaje de la reconciliación y el servicio de reconciliar. Escuchemos con atención. 

TERCERA LECTURA

         Los fariseos critican a Jesús porque trata con los pecadores y come con ellos. Jesús les responde con varias parábolas, entre ellas, ésta que vamos a escuchar. 

COMUNIÓN

La Eucaristía es el banquete al que el Padre invita a sus hijos, reconciliados con Él,  y donde nos ofrece como comida el verdadero Cordero Pascual, Cristo, inmolado por nuestra salvación.

         Ojalá que sepamos corresponder siempre a la invitación que el Señor nos hace a participar activa, consciente y fructuosamente en estos santos misterios.                                 


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Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel. 02/03/16. ZENIT

Francisco y nuestros problemas

VER

Algunos sostienen que tanto gobierno como iglesia nos hemos esforzado por ocultar al Papa nuestra realidad, durante su reciente visita, y presentarle todo como si estuviera muy bonito. Nada de eso. Desde que los obispos hicimos la Visita Ad Limina, en mayo de 2014, le informamos con sumo detalle lo que sucede entre nosotros. En diciembre pasado, tuve oportunidad de estar con él en Roma y le llevé la palabra de indígenas, jóvenes, sacerdotes y religiosas de nuestra diócesis, en que le describían sus dolores y esperanzas. Le entregué cinco páginas que elaboramos los obispos de aquí, para que tuviera una información de primera mano. Los mismos testimonios que escuchó en los lugares que visitó, le mostraban la realidad nacional. No vino, pues, a informarse, sino precisamente por los informes que tenía, decidió visitarnos. No vino a conocer, sino a animarnos en la fe, en la lucha por un cambio, según las exigencias del Evangelio, que debe incidir en mejorar la realidad.

Escogió lugares donde precisamente sabía que era necesaria su presencia, por los problemas que conoció por nuestros informes. No le saca la vuelta a los conflictos, ni se esconde ante las dificultades, sino que nos acompaña y nos exhorta para afrontarlos con decisión, y no refugiarnos en la resignación pasiva y plañidera. 

PENSAR

En Palacio Nacional, ante la clase política y dirigente del país, enumeró algo de lo que nos aqueja: “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.

E insistió: “A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”.

Les invitó a encontrar “nuevas formas de diálogo, de negociación, de puentes capaces de guiarnos por la senda del compromiso solidario. Un compromiso en el que todos, comenzando por los que nos llamamos cristianos, nos entreguemos a la construcción de una política auténticamente humana y una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte”.

Esto, sin embargo, “no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras —siempre necesarias—, sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional. Es una tarea que involucra a todo el pueblo mexicano en las distintas instancias tanto públicas como privadas, tanto colectivas como individuales”. Es decir, cada quien hemos de asumir nuestra aportación al bien común. Y en ello la Iglesia no puede quedar al margen, siempre de acuerdo con nuestra identidad y sin componendas partidistas. Dijo: “Le aseguro, señor Presidente, que en este esfuerzo el Gobierno mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación y que renueva su compromiso y voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la civilización del amor”. 

ACTUAR

Que hay problemas, es inocultable. Que hay pobreza, marginación, narcotráfico, corrupción y demás, no se puede negar. El Papa no vino a taparlos, sino a invitarnos a sumar esfuerzos por un cambio de corazones: que no haya más abusos de unos contra otros; que nos veamos como hermanos, dentro de nuestras legítimas diferencias; que nos preguntemos cada quién qué podemos hacer por el país, y no quedarnos sólo en lamentos y resignaciones inútiles.


Publicado por verdenaranja @ 12:27  | Hablan los obispos
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Texto  de la catequesis el miércoles 2 de Marzo de 2016. (ZENIT)



“Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Hablando de la misericordia divina, hemos evocado varias veces la figura del padre de familia, que ama a sus hijos, les ayuda, los cuida y les perdona. Y como padre, les educa y les corrige cuando se equivocan, favoreciendo su crecimiento en el bien.

Es así que Dios es presentado en el primer capítulo del profeta Isaías, en el que el Señor, como padre afectuoso pero también atento y severo, se dirige a Israel acusándole de infidelidad y corrupción, para llevarlo de nuevo al camino de la justicia.

Inicia así nuestro texto: “¡Escuchen, cielos! ¡Presta oído, tierra! porque habla el Señor: Yo crié hijos y los hice crecer, pero ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su dueño; ¡pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento!” (1, 2-3).

Dios, mediante el profeta, habla al pueblo con la amargura de un padre decepcionado: ha hecho crecer a sus hijos, y ahora ellos se han rebelado contra Él. Incluso los animales son fieles a su amo y reconocen la mano que les da de comer; el pueblo sin embargo ya no reconoce a Dios, se niega a entender. Aún herido, Dios deja hablar al amor, y hace un llamamiento a la conciencia de estos hijos degenerados, para que se arrepientan y se dejen amar de nuevo. Y esto es lo que hace Dios. Viene a nuestro encuentro para que nos dejemos amar por Él, el corazón de nuestro Dios.

La relación padre-hijo, a la que a menudo los profetas hacen referencia para hablar de la relación de alianza entre Dios y su pueblo, se ha desnaturalizado. La misión educativa de los padres está dirigida a hacerle crecer en la libertad, a hacerles responsables, capaz de cumplir obras de bien para sí y para los otros. Sin embargo, a causa del pecado, la libertad se convierte en reivindicación de autonomía, reivindicación de orgullo y el orgullo lleva a la oposición y a la ilusión de la autosuficiencia.

Y es aquí donde Dios llama a su pueblo: ‘Os habéis equivocado de camino’. Llama de nuevo. Afectuosamente y amargamente dice “mi” pueblo, Dios nunca nos reniega. Nosotros somos su pueblo. El más malo, el más malo de los hombres, la más mala de las mujeres, el pueblo más malo, son sus hijos. Y este es Dios. Nunca, nunca nos renegó. Siempre dice: ‘hijo ven’. Este es el amor de nuestro padre. Y esta es misericordia de a Dios. Tener un padre así nos da esperanza, nos da confianza. Esta pertenencia debería ser vivida en la confianza y en la obediencia, con la conciencia de que todo es don que viene del amor del Padre. Y sin embargo, aquí está la vanidad, la necedad y la idolatría.

Por eso el profeta se refiere directamente a este pueblo con palabras severas para ayudarlo a entender la gravedad de su culpa:

“Ay, nación pecadora, […] hijos pervertidos! ¡Han abandonado al Señor, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto atrás! (v. 4).

La consecuencia del pecado ha sido un estado de sufrimiento, y sufre las consecuencias también el país, devastado y convertido como en un desierto, al punto que Sión, es decir Jerusalén, se convierte en inhabitable. Donde hay rechazo de Dios, de su paternidad, no hay más vida posible, la existencia pierde sus raíces, todo aparecer pervertido y aniquilado. Sin embargo, también en este momento doloroso está en vista la salvación. La prueba se da para que el pueblo pueda experimentar la amargura de quien abandona a Dios, y por tanto enfrentarse con el vacío desolador de una elección de muerte. El sufrimiento, consecuencia inevitable de una decisión autodestructiva, debe hacer reflexionar al pecador para abrirlo a la conversión y al perdón.

Es el camino de la misericordia divina: Dios no nos trata según nuestras culpas (cfr Sal 103,10). La punición se convierte en instrumento para provocar la reflexión. Se comprende así que Dios perdona a su pueblo, da la gracia y no destruye todo, pero deja abierta siempre la puerta a la esperanza. La salvación implica la decisión de escuchar y dejarse convertir, pero permanece siempre don gratuito.

El Señor, por tanto, en su misericordia, indica el camino que no es el de los sacrificios rituales, sino más bien de la justicia. El culto es criticado no porque sea inútil en sí mismo, sino porque, en vez de expresar la conversión, pretende sustituirla; y se convierte así en búsqueda de la propia justicia, creando la creencia engañosa de que sean los sacrificios los que salvan, y no la misericordia divina la que perdona el pecado.

Para entenderlo bien, cuando una está mal va al médico, cuando uno se siente pecador va al Señor. Pero si en vez de ir al médico va al brujo, no sana. Y muchas veces preferimos ir por caminos equivocados buscando una justificación, una justicia, una paz que nos viene regalada como don del propio Señor si no vamos sobre el camino y le buscamos a Él.

Dios, dice el profeta Isaías, no agradece la sangre de los toros y de los corderos (v. 11), sobre todo si la oferta se hace con las manos sucias de la sangre de los hermanos (v. 15). Y pienso en algunos benefactores de la Iglesia que vienen con la ofrenda, ‘toma para la Iglesia’. Y esta ofrenda es fruto de la sangre de tanta gente explotada, maltratada, esclavizada con trabajo mal pagado. Yo diré a esta gente, por favor, llévate tu cheque, quémalo. El pueblo de Dios, es decir, la Iglesia, no tiene necesidad de dinero sucio. Necesita corazones abiertos a la misericordia de Dios.

Es sin embargo necesario acercarse a Dios con manos purificadas, evitando el mal y practicando el bien y la justicia. Que bonito como termina el profeta: “¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda” (vv. 16-17). Pensad en tantos, tantos refugiados que desembarcan en Europa y no saben donde ir.

Entonces, dice el Señor, los pecados, aún si fueran de color escarlata, se volverán blancos, como la nieve, este es el milagro del amor de Dios, y cándidos como la lana, y el pueblo podrá nutrirse de los bienes de la tierra y vivir en la paz (v. 19).

Es este el milagro del perdón que Dios, el perdón que Dios como Padre quiere donar a su pueblo. La misericordia de Dios se ofrece a todos, y estas palabras del profeta valen también hoy por nosotros, llamados a vivir como hijos de Dios”.

(Texto traducido y transcrito desde el audio por ZENIT )


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Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). ZENIT

Cuarto domingo de cuaresma – Ciclo C

Textos: Josué 5, 9a.10-12; 2 Co 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32

Idea principal: Saquemos al proscenio de nuestra vida a los personajes de la parábola, bajo la inspiración de algunos santos Padres de la Iglesia.

Síntesis del mensaje: El Papa Francisco dice en su carta “Misericordiae vultus”: “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón” (n. 9). El hombre que tuvo dos hijos es Dios, que tiene dos pueblos. El hijo mayor es el pueblo judío; el menor, el gentil. La herencia recibida del padre es la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio y todo aquello que Dios nos dio para que lo conociésemos y alabásemos.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, el hijo menor. Es el pueblo gentil. Se alejó de la casa del Padre hacia una región lejana, para derrochar el tesoro y disipar la herencia que Dios pródigamente le había confiado. Y allá en esa región del pecado se fue oscureciendo la imagen y semejanza que el Creador había impreso en su alma. Quería una libertad sin límites. Se dejó llevar por ilusorios espejismos, tratando de saciar la sed de felicidad que se anidaba en su corazón con los placeres de este mundo. ¿Qué pasó? Cayó en la más profunda degradación espiritual, moral, existencial. Dos elementos fueron fundamentales para la vuelta a casa: la reflexión y el sentido de familia en la formación espiritual de los hijos. Primero, la reflexión. Este hijo menor reflexionó. Dios permite nuestra miseria para que, volviendo sobre nosotros mismos, experimentemos nuestra indigencia, sintamos la nostalgia de la casa del Padre y retornemos al único Bien que puede apagar nuestra sed de infinito. “Nos ha hecho, Señor, para ti, y nuestros corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín, Confesiones I, 1). Será la reflexión sobre nuestros pasos la que nos permitirá conocernos mejor a la luz de Dios, confesando así nuestra miseria. Santa Teresa de Jesús, maestra del diálogo entre el alma y Dios, decía que el primer paso de la vida de oración era conocerse a sí mismo a la luz de Dios. Y segundo, el sentido de familia. Si este hijo menor se decide a volver es porque en la casa de su Padre siente seguridad, el amor y ternura de su Padre, además de las comodidades que le brindaba la vida familiar. ¡Atención a los padres de familia para que rodeen a sus hijos de cariño, calor y abrazos, para que no se dejen llevar de los reclamos de la carne y de los paraísos engañosos de la droga y falsas ideologías! Es en la familia donde se siembran las primeras semillas de la fe y se forman los hábitos que liberan a los hijos de la esclavitud interior.

En segundo lugar, el hijo mayor. Es el pueblo judío cumplidor de la ley, fiel a la Alianza divina, guiado por los Patriarcas y Profetas. Sin embargo, poco a poco, un gusano fue carcomiendo esta fidelidad, el peor de los males, la soberbia. Olvidando que la elección divina era un don gratuito, y no algo que le era debido en justicia, comenzó a despreciara aquellos se habían marchado a regiones lejanas. Perdió el sentido universal de su misión, enterró el talento que le había sido confiado, sin hacerlo producir para bien de todos. Pueblo este inmisericorde y despiadado con quienes no cumplían a la letra lo que ellos consideraban la ley de Dios. Se creía con derechos ante su padre. Se creía justo. A la soberbia y presunción del mérito proprio, se le juntaron el resentimiento, la envidia, la ira, la tristeza interior. ¡Qué pena, pues este hijo mayor vino a romper la sinfonía maravillosa de la casa y no quiso entrar en la fiesta de la misericordia!

Finalmente, el padre misericordioso. Misericordioso con el hijo menor y con el mayor, también. Con los dos usó de su infinita misericordia. Con el hijo menor, misericordia concretizada en estos detalles: le respeta la libertad, sabe esperar con paciencia el tiempo de la maduración de su hijo, lo recibe con júbilo y esplendidez, y lo restituye en su dignidad humana y espiritual. Con el hijo mayor, misericordia concretizada en estos detalles: sale para llamar al hijo, le invita a la fiesta común, soporta la humillación de su hijo al echarle en cara tanta misericordia con el menor, y le dice que en casa no es esclavo, sino hijo, y que puede disponer de los bienes de la familia. Derramó lágrimas de alegría, sí, por la vuelta del hijo menor; pero también de tristeza y pena, por el hijo mayor.

Para reflexionar: ¿Soy consciente de la lucha y violencia terrible que el demonio y el espíritu del mundo desatan contra la familia, contra la pureza del amor humano tal cual Dios los ha creado y redimido en Cristo, contra la inocencia de los niños despertando en ellos la desconfianza hacia sus padres y hacia toda autoridad legítima, proponiendo “nuevos maestros”, hablando de amor libre, de divorcio, llamando normales a conductas destructivas para la familia, manipulando la vida humana por los abusos de la ingeniería genética? ¿Con cuál de los dos hijos me identifico? ¿Tengo corazón misericordioso como ese padre de la parábola?

Para rezar: Nunca mejor que hoy para rezar el acto de contrición: “¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amen”. O estas líneas de santa Faustina Kowalska: “Deseo transformarme en tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón y mi alma al prójimo. Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle. Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos. Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.  Ayúdame Señor, a que mis manos  sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas. Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo. Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí. Jesús mío, transfórmame en Ti porque tú lo puedes todo. Amén” (Diario 163).

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]

 


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Jueves, 03 de marzo de 2016

Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la plaza de San Pedro. 28 febrero 2016 (ZENIT)

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Cada día, lamentablemente, las crónicas reportan malas noticias: homicidios, accidentes, catástrofes… en el pasaje evangélico de hoy, Jesús se refiere a dos hechos trágicos que en aquel tiempo habían suscitado mucha sensación: una represión cruel realizada por los soldados romanos dentro del templo; y el derrumbe de la torre de Siloé, en Jerusalén, que había causado dieciocho victimas (Cfr. Lc 13, 1-5).

Jesús conoce la mentalidad supersticiosa de sus oyentes y sabe que ellos interpretan este tipo de acontecimientos de modo equivocado. De hecho, piensan que, si aquellos hombres han muerto así, cruelmente, es signo que Dios los ha castigado por alguna culpa grave que habían cometido; como diciendo: “se lo merecían”. Y en cambio, el hecho de ser salvados de la desgracia equivalía a sentirse “bien”. Ellos se lo merecían; yo estoy bien.

Jesús rechaza claramente esta visión, porque Dios no permite las tragedias para castigar las culpas, y afirma que aquellas pobres víctimas no eran peores que los otros. Más bien, Él invita a sacar de estos hechos dolorosos una enseñanza que se refiere a todos, porque todos somos pecadores; de hecho, dice a aquellos que le habían interpelado: “Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo” (v. 3).

También hoy, frente a ciertas desgracias y a eventos dolorosos, podemos tener la tentación de “descargar” la responsabilidad en las víctimas o incluso en Dios mismo. Pero el Evangelio nos invita a reflexionar: ¿Qué idea de Dios nos hemos hecho? ¿Estamos realmente convencidos de que Dios es así, o esto no es más que nuestra proyección, un dios hecho “a nuestra imagen y semejanza”?

Jesús, al contrario, nos invita a cambiar el corazón, a hacer una radical inversión en el camino de nuestra vida, abandonando los compromisos con el mal –y esto lo hacemos todos, ¿eh?, los compromisos con el mal–, las hipocresías –pero, yo creo que casi todos tenemos un poco, de hipocresía–, para retomar decididamente el camino del Evangelio. Pero está ahí, nuevamente, la tentación de justificarse: ¿De qué cosa debemos convertirnos? ¿No somos en fin de cuentas buenas personas –cuántas veces hemos pensado esto: pero, en fin de cuentas yo soy bueno, soy alguien bueno… ¿y no es así, ‘eh?–, ¿no somos creyentes, incluso bastante practicantes? Y nosotros creemos que así nos justificamos.

Lamentablemente, cada uno de nosotros se asemeja mucho a un árbol que, durante años, ha dado múltiples pruebas de su esterilidad. Pero, afortunadamente para nosotros, Jesús se parece a un agricultor que, con una paciencia sin límites, obtiene todavía una prórroga para la higuera infecunda: “Déjala todavía este año –dice el dueño– […] Puede ser que así dé frutos en adelante”.

Un “año” de gracia: el tiempo del ministerio de Cristo, el tiempo de la Iglesia antes de su regreso glorioso, el tiempo de nuestra vida, marcado por un cierto número de Cuaresmas, que se nos ofrecen como ocasiones de arrepentimiento y de salvación. Un tiempo de un Año Jubilar de la Misericordia. La invencible paciencia de Jesús, ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios? ¿Habéis pensado también en su irreducible preocupación por los pecadores? ¡Cómo debería conducirnos a la impaciencia contra nosotros mismos! ¡Nunca es demasiado tarde para convertirse! ¡Jamás! Hasta el último momento, la paciencia de Dios nos espera.

Recordemos aquella pequeña historia de santa Teresa del Niño Jesús, cuando rezaba por aquel hombre condenado a muerte, un criminal, que no quería recibir la consolación de la Iglesia, rechazaba al sacerdote, no quería, quería morir así. Y ella rezaba, en el convento, y cuando aquel hombre está ahí, en el momento de ser asesinado, se dirige al sacerdote, toma el Crucifijo y lo besa. ¡La paciencia de Dios! ¡Lo mismo hace con nosotros, con todos nosotros!

Cuantas veces, nosotros no lo sabemos, lo sabremos en el Cielo; pero cuántas veces nosotros estamos ahí, ahí, y ahí el Señor nos salva. Nos salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y esta es su misericordia. Jamás es tarde para convertirnos, pero ¡es urgente, es ahora! Comencemos hoy.

La Virgen María nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a su misericordia; y nos ayude a no juzgar jamás a los demás, sino a dejarnos interpelar por las desgracias cotidianas para hacer un serio examen de conciencia y arrepentirnos”.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:

Angelus Domini nuntiavit Mariae…

Al concluir la plegaria, Francisco se refirió a la difícil situación de los refugiados que huyen de la guerra y pidió oraciones por Siria:

“Queridos hermanos y hermanas,
mi oración, y ciertamente también la vuestra, tiene siempre presente el drama de los refugiados que huyen de las guerras y de otras situaciones inhumanas. En particular, Grecia y otros países que están primera línea les están dando una ayuda generosa, que requiere la cooperación de todas las naciones. Una respuesta coral puede ser eficaz y distribuir equitativamente los pesos. Por eso, es necesario apuntar con decisión y sin reservas a las negociaciones.

Al mismo tiempo, he recibido con esperanza la noticia sobre el cese de las hostilidades en Siria, e invito a todos a rezar para que este resquicio pueda dar alivio a la población sufriente y abra el camino al diálogo y a la paz tan deseada”.

Asimismo, el Papa manifestó su cercanía a las víctimas del ciclón que ha azotado las Islas Fiyi:

“También deseo asegurar mi cercanía al pueblo de las Islas Fiyi, duramente azotado por un ciclón devastador. Rezo por las víctimas y por quienes están comprometidos con las operaciones de socorro”.

A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:

“Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de Roma, de Italia y de otros países. Saludo a los fieles de Gdansk, los indígenas de Biafra, los estudiantes de Zaragoza, Huelva, Córdoba y Zafra, los jóvenes de Formentera y los fieles Jaén.

Saludo a los grupos de polacos residentes en Italia; a los fieles de Casia, Desenzano del Garda, Vicenza, de Castiglione d’Adda y Rocca di Neto; así como a los numerosos jóvenes del Campamento de San Gabriele dell’Addolorata, acompañados por los Padres Pasionistas; los chicos de los Oratorios de Rho, Cornaredo y Pero, y a los de Buccinasco; y a la Escuela de las Hijas de María Inmaculada de Padua.

Saludo al grupo que ha venido con motivo del Día de las Enfermedades Raras, con una oración especial y mi aliento a vuestras asociaciones de ayuda mutua”.

El Obispo de Roma terminó su intervención diciendo:

“Deseo a todos un buen domingo. No se olviden por favor, de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!”

(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT) 


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