Reflexión a las lecturas del domingo sexto de Pascua C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 6º de Pascua C
Cuando va a morir alguien de la familia, hay que ver si todos están preparados para afrontar esa realidad, que está llena de dificultades y sufrimientos, lo que se llama “el dolor de la separación”. Pensemos, por ejemplo, en una madre relativamente joven…
Conocí, en una ocasión, a una niña a quien su madre había preparado personalmente para que afrontara su muerte. Y bien lo tuvo que hacer porque la niña estaba respondiendo de una forma muy adecuada. Recuerdo, por ejemplo, su Primera Comunión.
Estos últimos domingos de Pascua, y en vísperas de la Ascensión, observamos cómo Jesucristo también prepara a sus discípulos para su muerte, para su marcha de este mundo al Padre. ¿Y cómo lo hace? De una forma muy concreta: con una serie de consideraciones y recomendaciones, con la promesa del Espíritu Santo y con el don de la paz, que, para los judíos, es el conjunto de las bendiciones divinas.
En el Evangelio de hoy se trata de esas tres cosas:
Jesús les habla de otra presencia suya distinta: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él.” Por eso les dice: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Por lo tanto, en su ausencia visible, los discípulos podrán experimentar una presencia nueva de Cristo, que se obtiene por la acogida y vivencia de su Palabra, especialmente, de sus mandamientos.
También en su ausencia, contarán con la presencia y la acción del Espíritu Santo, a quien llama el Paráclito, es decir, el Defensor, el Abogado, que será quien les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les ha dicho. En la primera lectura, constatamos la presencia y la acción del Espíritu en los apóstoles en el llamado “Concilio de Jerusalén” y cómo se identifican con Él hasta el punto de decir: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…”
En este momento, recuerdo las enseñanzas de Juan Pablo II en la encíclica sobre el Espíritu Santo “Dominum et Vivificantem” y sus magníficas explicaciones de las palabras de Jesucristo a los discípulos en la Última Cena.
Y Cristo les deja, además, su paz, que es distinta de la que da el mundo. Se ha dicho que la paz del corazón es el don más grande que podemos recibir de Dios.
Alegría y paz en el tiempo y también en la eternidad, en la Ciudad santa del Cielo, de la que nos habla la segunda lectura, y hacia la que nos dirigimos como peregrinos.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO VI DE PASCUA C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera Lectura nos presenta la controversia más grave que surge en la Iglesia primitiva, y cómo el Espíritu Santo la asiste y la ilumina en el llamado “Concilio de Jerusalén”.
SALMO
Acabamos de escuchar que la salvación que Cristo nos trae es para todos. Proclamemos ahora en el salmo nuestro deseo ardiente de que todos los pueblos conozcan al Señor.
SEGUNDA LECTURA
La lectura que vamos a escuchar compara a la Iglesia del Cielo con una bellísima ciudad, la nueva Jerusalén, bien edificada y custodiada, y llena de colorido y de luz.
EVANGELIO
En el Evangelio Jesús habla a sus discípulos de su ausencia visible y de la venida y la acción del Espíritu Santo.
Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos el aleluya.
COMUNIÓN
El Espíritu Santo nos impulsa y ayuda a recibir a Jesucristo en la Eucaristía.
En la Comunión llegan a su plenitud aquellas palabras que hemos escuchado en el Evangelio: "El que me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en Él".
El papa Francisco ha reflexionado en la catequesis de la audiencia general, 27 abril 2016, sobre la parábola del buen samaritano y ha recordado quién es nuestro prójimo. De este modo, ha advertido que no es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce la misericordia sepa amar al prójimo. El Santo Padre ha asegurado que no existe verdadero culto si eso no se traduce en servicio al prójimo. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionamos sobre la parábola del buen samaritano (cfr Lc 10,25-37). Un doctor de la Ley pone a prueba a Jesús con esta pregunta: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (v. 25). Jesús le pide que responda él mismo, y lo hace perfectamente: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo” (v. 27). Por tanto Jesús concluye: “Haz esto y vivirás” (v. 28).
Entonces ese hombre plantea otra pregunta, que se hace preciosa para nosotros: “¿Quién es mi prójimo?” (v. 29), y pone como ejemplo: “¿mis parientes?, ¿mis compatriotas?, ¿los de mi religión?…”. En resumen, quiere una regla clara que le permita clasificar a los otros en “prójimo” y “no prójimo”. En esos que pueden convertirse en prójimo y los que no pueden convertirse en prójimo.
Y Jesús responde con una parábola, que muestra a un sacerdote, un levita y un samaritano. Los dos primeros son figuras relacionadas al culto del templo; el tercero es un judío cismático, considerado como un extranjero, pagano e impuro. Es decir, el samaritano. En el camino de Jerusalén a Jericó el sacerdote y el levita se encuentran con un hombre moribundo, que los bandidos le han asaltado, robado y abandonado. La Ley del Señor en situaciones similares prevé la obligación de socorrerlo, pero ambos pasaron de largo sin detenerse. Tenían prisa, no sé, el sacerdote quizá ha mirado el reloj y ha dicho ‘pero llego tarde a misa, tengo que decir misa’. El otro ha dicho ‘pero no sé si la ley me permite porque hay sangre ahí y seré impuro’. Van por otro camino y no se acercan.
Y aquí la parábola nos ofrece una primera enseñanza: no es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce la misericordia sepa amar al prójimo. No es automático. Tú puedes conocer toda la Biblia, tú puedes conocer todos los libros litúrgicos, tú puedes conocer toda la teología, pero del conocer no es automático el amar. El amar tiene otro camino, el amor tiene otro camino, con inteligencia pero algo más. El sacerdote y el levita ven, pero ignoran; miran pero no proveen. Sin embargo, no existe verdadero culto si eso no se traduce en servicio al prójimo. No lo olvidemos nunca: frente al sufrimiento de tanta gente agotada por el hambre, la violencia y la injusticia, no podemos permanecer como espectadores. Ignorar el sufrimiento del hombre, ¿qué significa? ¡Significa ignorar a Dios! Si yo no me acerco a ese hombre, esa mujer, ese niño, ese anciano, esa anciana que sufre, no me acerco a Dios.
Pero vayamos al centro de la parábola: el samaritano, es decir el despreciado, ese sobre el que nadie hubiera apostado nada, y que aún así tenía también él sus compromisos y sus cosas que hacer, cuando vio al hombre herido, no pasó de largo como los otros dos, que estaban vinculados al templo, sino que “tuvo compasión”, así dice el Evangelio, tuvo compasión (v. 33). Es decir, el corazón y las entrañas se conmovieron. Esta es la diferencia. Los otros dos “vieron”, pero sus corazones se quedaron cerrados, fríos. Sin embargo el corazón del samaritano estaba en sintonía con el corazón mismo de Dios.
De hecho, la “compasión” es una característica esencial de la misericordia de Dios. Él tiene compasión de nosotros. ¿Qué quiere decir? Sufre con nosotros, Él siente nuestros sufrimientos. Compasión, sufre con. El verbo indica que las entrañas se mueven y tiemblan ante el mal del hombre. Y en los gestos y en las acciones de buen samaritano reconocemos el actuar misericordioso de Dios en toda la historia de la salvación. Es la misma compasión con la que el Señor viene al encuentro de cada uno de nosotros: Él no nos ignora, conoce nuestros dolores, sabe cuándo necesitamos ayuda y consuelo. Está cerca de nosotros y no nos abandona nunca. Cada uno de nosotros, podemos hacernos la pregunta en el corazón, ¿yo lo creo? ¿Creo que el Señor tiene compasión de mí, así como soy, pecador, con tantos problemas y tantas cosas? Pensar en eso y la respuesta es sí. Cada uno debe mirar en el corazón si tiene la fe en esta compasión de Dios. De Dios bueno que se acerca, nos sana, nos acaricia y si nosotros lo rechazamos él espera, es paciente, siempre junto a nosotros.
El samaritano se comporta con verdadera misericordia: cura las heridas de ese hombre, lo lleva a una pensión, lo cuida personalmente, paga su asistencia. Todo eso nos enseña que la compasión, el amor, no es un sentimiento vago, pero significa cuidar del otro al punto de pagar personalmente. Significa comprometerse cumpliendo todos los pasos necesarios para “acercarse” al otro hasta identificarse con él: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este es el mandamiento del Señor.
Concluida la parábola, Jesús gira la pregunta del doctor de la Ley y le pregunta: “¿Quién de estos tres te parece que haya sido el prójimo de aquel que había caído en las manos de los bandidos?” (v. 36). Finalmente la respuesta es clara: “El que ha tenido compasión de él” (v. 27). Al inicio de la parábola para el sacerdote y el levita el prójimo era el moribundo; al finalizar el prójimo es el samaritano que ha estado cerca. Jesús cambia la perspectiva: no hay que clasificar a los otros para ver quién es el prójimo y quién no. Tú puedes convertirte en prójimo de quien esté en necesidad, y lo serás si tu corazón tiene compasión. Es decir, tienes esa capacidad de sufrir con el otro.
Esta parábola es un buen regalo para todos nosotros, ¡y también un compromiso! Jesús nos repite a cada uno de nosotros lo que dijo al doctor de la Ley: “Ve y haz tú lo mismo” (v. 37).
Estamos todos llamados a recorrer el mismo camino del buen samaritano, que es figura de Cristo: Jesús se ha inclinado ante nosotros, se ha hecho nuestro siervo, y así nos ha salvado, para que también nosotros podamos también amarnos como Él nos ha amado. De la misma forma.
(Texto traducido y transcrito por ZENIT desde el audio)
Comentario a la liturgia dominical – Sexto domingo de Pascua - por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). 26 abril 2016. (ZENIT)
Ciclo C
Textos: Hech 15, 1-2.22-29; Ap 21, 10-14.22-23; Jn 14, 23-29
Idea principal: ¿Quién es el Espíritu Santo? ¿Qué efectos produce en nuestra alma?
Síntesis del mensaje: Cristo, en el largo discurso de despedida a los Apóstoles, les está preparando, a ellos y a nosotros también, para la venida del Espíritu Santo, Maestro divino interior, Luz para las mentes, Dulce Huésped y Consolador de nuestras almas, Arquitecto de nuestra santidad, Escultor de la imagen de Cristo en nuestro interior, Estratega en nuestras luchas, Bálsamo para nuestras heridas.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿quién es el Espíritu Santo? La teología nos enseña que el Espíritu Santo es visto en la vida íntima de la Trinidad como el que procede del Padre y el Hijo, y constituye la comunión inefable entre el Padre y el Hijo. En la vida del creyente el Espíritu Santo instalará su morada, transformándose en luz, consuelo y maestro interior. En la vida de la Iglesia, el Espíritu Santo será el testimonio viviente de Jesús, la guía interior para el descubrimiento de toda la verdad y la fuerza para oponerse al mundo malvado, convenciéndolo del pecado. El Espírito Santo guía a la Iglesia en sus máximas decisiones y la ayuda a mantenerse unida (1ª lectura). Y a lo largo de los siglos, con los himnos dedicados al Espíritu Santo, al Espíritu Santo se le han dado unos atributos profundos: Maestro interior que nos enseña y nos explica las verdades de Cristo; dulce Huésped del alma que nos consuela en los momentos de aflicción; Escultor de la santidad, que va esculpiendo la imagen de Cristo poco a poco en nuestra alma, si le dejamos; Estratega en la batallas que debemos entablar con los grandes enemigos de nuestra santidad; ahí está Él animándonos y fortaleciéndonos en la lucha.
En segundo lugar, el efecto que este divino Espíritu deja en el alma es la paz (evangelio). Los romanos deseaban la salud (“salus”), los griegos la alegría de la vida (“Xaire”), los judíos la paz “schalom alechem” (paz a vosotros), que era la prosperidad material y religiosa, personal, tribal y nacional. Por eso en sus libros sagrados es la palabra que más sale: 239 en el Antiguo Testamento, y 89 en el Nuevo. Esta paz que nos da el Espíritu Santo es la paz de Cristo. No es la paz de los cementerios. Ni la paz que dejan las armas que callan. Ni la paz que las naciones firman en concordatos con plumas de oro y en sillones de lujo. La paz del Espíritu es la paz personal, íntima, insobornable. La serenidad del lago de la conciencia y su honradez de vida; el gozo del corazón y sus bondades humanas; el alma de Dios con sus vivencias divinas, que es tanto como decir la vida cara al sol y las estrellas. Esta paz nadie nos la puede quitar: ni una enfermedad, ni la vecina de al lado, ni el Ministerio de Hacienda, ni mi jefe de trabajo. Nadie nos la quita, sencillamente porque nadie de todos ellos nos la dio, y porque es divina. Preguntemos, si no, a Edith Stein, judía convertida al cristianismo y después monja carmelita, y hoy santa Benedicta de la Cruz, detenida por la policía alemana el 2 de agosto de 1942, y que terminó en el campo de Auschwitz, muriendo en la cámara de gas. Nunca perdió esta paz divina. O la paz de Teresa de Jesús, que nunca la perdió ni entre los pucheros de la cocina conventual ni en los carros de las fundaciones por las tierras de España y cuando se las tuvo que ver cara a cara con el rey más poderoso del mundo de ese tiempo, Felipe II. La paz de Juan de la Cruz en las noches toledanas empozado en su celda de 3×4, con los piojos airados y los rebojos de pan duro con una sardina; y así, ¡nueve meses hasta el día de su fuga!
Finalmente, y con la paz el Espíritu Santo nos proporciona también el gusto por las cosas espirituales. El hombre natural aprecia las cosas y las ventajas materiales: salud, dinero y amor…pero no es capaz de apreciar las cosas espirituales: la fe en Cristo, la vida de unión con Él, incluso a través de los sufrimientos de la vida, el amor auténtico. El Espíritu Santo nos ayuda a comprender la relatividad y fugacidad de las cosas, comparadas con las cosas divinas. Él nos enseña la docilidad interior a la voluntad divina, como manifestación concreta de nuestro amor real a Dios. No cerremos la puerta a este Dulce Huésped del alma con nuestra sordera. No le tapemos la boca a este maravilloso Maestro interior con nuestras rebeldías. No lastimemos a este Escultor divino con nuestras resistencias. Escuchemos sus gemidos inenarrables, cuando le ofendemos, y tratemos de estar siempre a su escucha, a la hora de discernir en nuestra vida personal y comunitaria (1ª lectura). Dejemos que sea el Espíritu Santo quien eleve nuestro pensamiento y afecto continuamente a la ciudad santa, el cielo, para dejarnos envolver por el fulgor divino y lo transmitamos a nuestro alrededor (2ª lectura).
Para reflexionar: ¿Cómo trato al Espíritu Santo en mi alma? ¿Le escucho? ¿Soy dócil a lo que me pide? ¿Me dejo moldear por Él? ¿Qué estoy haciendo con la paz que me dejó Cristo, como fruto del Espíritu Santo: la saboreo, la defiendo, la pisoteo?
Para rezar: Recemos las estrofas del famoso himno al Espíritu Santo:
Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
El papa Francisco hizo su homilía en el domingo 24 abril 2016 dedicado al Jubileo de los Adolescentes, ante una plaza llena de chicos y chicas de 13 a 16 años, invitándoles a seguir a Jesús, a entender la verdadera dimensión del amor y de la libertad, que no es egoísmo. Y a saber decir no a los falsos modelos que les proponen. Porque amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las propias capacidades. Y saber que el documento de identificación del cristiano es el amor mutuo y el estilo la práctica de las obras de misericordia. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
“Queridos muchachos: Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor. Nos dice que la gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único “documento” válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. Es el único documento válido.
Si este documento caduca y no se renueva continuamente, dejamos de ser testigos del Maestro. Entonces les pregunto: ¿Quieren acoger la invitación de Jesús para ser sus discípulos? ¿Quieren ser sus amigos fieles? El amigo verdadero de Jesús se distingue principalmente por el amor concreto, no el amor en las nubes. El amor siempre es concreto, lo que habla de amor y no es concreto es telenovela, un romance. ¿Quieren vivir este amor que él nos entrega? ¿Quieren o no quieren? Entonces, frecuentemos su escuela, que es una escuela de vida para aprender a amar. Esto es un trabajo de todos los días, aprender a amar.
Ante todo, amar es bello, es el camino para ser felices. Pero no es fácil, es desafiante, supone esfuerzo. Por ejemplo, pensemos cuando recibimos un regalo: esto nos hace felices, pero para preparar ese regalo las personas generosas han dedicado tiempo y dedicación y, de ese modo regalándonos algo, nos han dado también algo de ellas mismas, algo de lo que han sabido privarse.
Pensemos también al regalo que vuestros padres y animadores les han hecho, al dejarles venir a Roma para este Jubileo dedicado a vosotros. Han programado, organizado, preparado todo para vosotros, y esto les daba alegría, aun cuando hayan renunciado a un viaje para ellos. Esto es lo concreto del amor. En efecto, amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las propias capacidades.
Miremos al Señor, que es invencible en generosidad. Recibimos de él muchos dones, y cada día tendríamos que darle gracias. Quisiera preguntarles: ¿Dan gracias al Señor todos los días? Aun cuando nos olvidamos, él no se olvida de hacernos cada día un regalo especial. No es un regalo material para tener entre las manos y usar, sino un don más grande para la vida. Nos regala, ¿qué nos regala?, nos regala su amistad fiel, el Señor es siempre un amigo que no la retirará jamás. Aunque lo decepciones y te alejes de Él, Jesús sigue amándote y estando contigo, creyendo en ti más de lo que tú crees en ti mismo. Y esto es muy importante.
Porque la amenaza principal, que impide crecer bien, es cuando no le importas a nadie. Es triste esto. Cuando te sientes marginado. En cambio, el Señor está siempre junto a ti y está contento de estar contigo. Como hizo con sus discípulos jóvenes, te mira a los ojos y te llama para seguirlo, para «remar mar a dentro» y «echar las redes» confiando en su palabra; es decir, poner en juego tus talentos en la vida, junto a él, sin miedo. Jesús te espera pacientemente, espera una respuesta, aguarda tu ‘sí’.
Queridos chicos y chicas, a la edad vuestra surge de una manera nueva el deseo de afeccionarse y de recibir afecto. Si van a la escuela del Señor, les enseñará a hacer más hermosos también el afecto y la ternura. Les pondrá en el corazón una intención buena, esa de amar sin poseer: amar sin poseer, de amar a las personas sin desearlas como algo propio, sino dejándolas libres. Porque el amor es libre, no existe amor si no es libre.
Esa libertad que el Señor nos deja cuando nos ama. Él está siempre cerca de nosotros. Existe siempre la tentación de contaminar el afecto con la pretensión instintiva de tomar, de poseer aquello que me gusta. Y esto es egoísmo. Y también la cultura consumista refuerza esta tendencia.
Pero cualquier cosa, cuando se exprime demasiado, se desgasta, se estropea; después uno se queda decepcionado y con el vacío adentro. Si escuchas la voz del Señor, te revelará el secreto de la ternura: interesarse por otra persona. Quiere decir respetarla, protegerla, esperarla. Y esto es lo concreto de la ternura y del amor.
En estos años de juventud ustedes perciben también un gran deseo de libertad. Muchos les dirán que ser libres significa hacer lo que se quiera. Pero a esto es necesario saber decir no. Si tu no sabes decir no, no eres libre, libre es quien sabe decir sí y sabe decir no.
La libertad no es poder hacer siempre lo que se quiere: esto nos vuelve cerrados, distantes y nos impide ser amigos abiertos y sinceros; no es verdad que cuando estoy bien todo vaya bien. No, no es verdad.
En cambio, la libertad es el don de poder elegir el bien. Esto es libertad, es libre quien elige el bien, quien busca aquello que agrada a Dios, aun cuando sea fatigoso. No es fácil. Pero creo que ustedes no tienen miedo de las fatigas, son valientes, son valientes. Sólo con decisiones valientes y fuertes se realizan los sueños más grandes, esos por los que vale la pena dar la vida. Decisiones valientes y fuertes.
No se acontenten con la mediocridad, con “ir tirando”, estando cómodos y sentados; no confíen en quien les distrae de la verdadera riqueza, que son ustedes, cuando les digan que la vida es bonita sólo si se tienen muchas cosas; desconfíen de quien quiera hacerles creer que son valiosos cuando los hacen pasar por fuertes, como los héroes de las películas, o cuando llevan vestidos a la última moda. Vuestra felicidad no tiene precio y no se negocia; no es un “app” que se descarga en el teléfono móvil: ni siquiera la versión más reciente podrá ayudaros a ser libres y grandes en el amor. La libertad es otra cosa.
Porque el amor es el don libre de quien tiene el corazón abierto; el amor es una responsabilidad bella que dura toda la vida; es el compromiso cotidiano de quien sabe realizar grandes sueños. Pobres los jóvenes que no saben, no osan soñar. Si un joven a vuestra edad no sabe soñar ya está jubilado. No sirve.
El amor se alimenta de confianza, de respeto y de perdón. El amor no surge porque hablemos de él, sino cuando se vive; no es una poesía bonita para aprender de memoria, sino una opción de vida que se ha de poner en práctica.
¿Cómo podemos crecer en el amor? El secreto está en el Señor: Jesús se nos da a sí mismo en la Santa Misa, nos ofrece el perdón y la paz en la Confesión. Allí aprendemos a acoger su amor, hacerlo nuestro y a difundirlo en el mundo. Y cuando amar parece algo arduo, cuando es difícil decir no a lo que es falso, miren a la cruz del Señor, abrácenla y no se suelten de su mano, que les lleva hacia lo alto y levántense cuando se caen.
En la vida siempre se cae porque somos pecadores, somos débiles. Pero está la mano de Jesús que nos levanta cuando nos caemos. Jesús nos quiere de pié. Esa palabra hermosa que Jesús le decía a los paralíticos: ‘levántate’. Dios nos creó para estar de pié.
Hay una llinda canción de los alpinos cuando escalan que dice: ‘En el arte de subir lo importante no es no caer, sino no permanecer caídos”. Debemos, tener el coraje de levantarnos, de dejarnos levantar por la mano de Jesús y esta mano viene muchas veces de la mano del amigo, de los papás, de quienes nos acompañan en la vida, el mismo Jesús también está allí. Levántense, Jesús los quiere de pie, siempre de pié.
Sé que son capaces de grandes gestos de amistad y bondad. Están llamados a construir así el futuro: junto con los otros y por los otros, pero jamás contra alguien. No se construye contra, esto se llama destrucción. Harán cosas maravillosas si se preparan bien ya desde ahora, viviendo plenamente vuestra edad, tan rica de dones, y no temiendo al cansancio.
Hagan como los campeones del mundo del deporte, que logran llegar a las metas altas entrenándose todos los días con humildad y duramente. Que vuestro programa cotidiano sean las obras de misericordia. Entrénense con entusiasmo en ellas para ser campeones de vida, campeones de amor. Así serán conocidos como discípulos de Jesús. Así tendrán el documento de identificación de los cristianos y les aseguro que vuestra alegría será plena.
(Traducido por ZENIT desde el audio)
Desde la Delegación Diocesana de la Pastoral del Enfermo de la Diócesis de Tenerife nos remiten los materiales para la celebración de la PASCUA DEL ENFERMO 2016 y con ellos el siguiennte subsidio litúrgico.
María, icono de la confianza y el acompañamiento
“Haced lo que Él os diga” (Jn.2,5)
L I T U R G I A 1 de mayo
La Pascua del Enfermo (VI Domingo de Pascua) es el final de un itinerario que se inicia el 11 de febrero, Jornada Mundial del Enfermo.
La Campaña se centra en María como icono de confianza en Jesús y de acompañamiento a quien tiene necesidad, bajo el lema “haced lo que Él os diga”, invitación que se nos hace a través del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud.
La Iglesia española se acerca tradicionalmente en este domingo, en el seno de sus comunidades parroquiales, al mundo de los enfermos, sus familias y los profesionales sanitarios, así como mostrando el rostro de Cristo curando y acompañándoles.
La importancia de los símbolos en las celebraciones: el tema propuesto nos llama a resaltar varios posibles signos: el Cirio pascual como luz de Cristo que ilumina nuestra acción; la figura de María, desde donde arranca la acción evangelizadora; la servicialidad de los sirvientes (hoy: personal sanitario, voluntarios de pastoral de la salud o familia) como espiritualidad de servicio hacia el que sufre; haciéndolos presentes en los momentos litúrgicos o celebraciones principales.
También se puede y debe usar:
Cartel y estampa de la Campaña,.
Subsidios litúrgicos,
Signos propuestos.
Monición de entrada
Desde hace 31 años la Iglesia española celebra la Pascua del enfermo en el VI domingo de Pascua.
El tema de este año es “María, icono de la confianza y el acompañamiento”, que remite a la actitud de María especialmente en el episodio de Caná: como está atenta a la necesidad y responde confiando en Jesús.
Así, María nos invita también a actuar desde la discreción, la confianza, la alabanza, la misericordia, y siempre con los ojos fijos en Él, resucitado y salud de los enfermos.
Que ella nos impulse a ver quién nos necesita y a comprometernos también nosotros en el mundo del sufrimiento, dando testimonio de nuestra fe y confianza, con el corazón lleno de la misericordia del Padre.
(Acogemos también en esta celebración a los hermanos que van a recibir el Sacramento de la Unción).
Con alegría y gozo, iniciamos esta celebración.
Oración de los Fieles: (puede escogerse alguna de las preces propuestas o todas)
Elevemos nuestra oración a Dios, Padre misericordioso, en quien ponemos nuestra confianza en este tiempo Pascual. Lo hacemos por mediación de María, salud de los enfermos, respondiendo:
R. Señor resucitado, escúchanos.
Por la Iglesia: para que todas las personas puedan experimentar en ella la fuerza del corazón misericordioso del Padre. Oremos.
Por nuestro mundo, marcado por el sufrimiento en sus distintas formas, para que el Padre lo transforme y ponga en su corazón la misericordia y el perdón de su Hijo Jesús. Oremos.
Por nuestros hermanos enfermos: para que, experimentando el misterio de la cruz, sientan también la presencia cercana del Resucitado. Oremos.
Por los enfermos a causa de accidentes laborales: para que en este día del trabajo se sientan acompañados y todos pongamos las medidas de seguridad necesarias para que nadie más tenga que pasar por esas circunstancias. Oremos.
Por las familias de los enfermos, los profesionales, los voluntarios, y todos aquellos que les atienden y cuidan, para que se conviertan en preciosos iconos de confianza y acompañamiento al lado del que sufre. Oremos.
Por todas las madres, verdaderos iconos de acompañamiento: para que sientan la fuerza del Señor, especialmente cuando tengan algún hijo enfermo. Oremos.
Por nuestra comunidad cristiana: para que tenga siempre los ojos atentos y el corazón sensible a las necesidades de quien sufre, y se convierta así en oasis de la misericordia del Padre. Oremos.
Escucha, Padre, nuestra oración y danos un corazón compasivo como el tuyo, para que nos mostremos siempre más atentos a las necesidades de nuestros hermanos que sufren y nos comprometamos, sin miedo, a acompañarles. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Sugerencias para la Homilía
Las lecturas del día
Hch. 15,1-2.22-29: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables. Al igual que sucedió con los apóstoles también a veces se dan discusiones entre nosotros sobre cuestiones más culturales que teológicas. Los apóstoles deciden no imponer más cargas y enviarles hermanos que les ayuden y acompañen.
Trabajemos por aliviar el sufrimiento de nuestra gente -también en la enfermedad- no aumentándolo ni física, ni psicológica, ni espiritualmente. Y enviemos a trabajar pastoralmente con los enfermos y sus familias a laicos y sacerdotes preparados para conseguir este objetivo apostólico.
En el ámbito sanitario y en tantas familias con algún miembro enfermo se hace vida, también, lo manifestado por Pedro: el Espíritu del Señor Resucitado, su misericordia y su estilo de cercanía, cariño y entrega a los que sufren no es patrimonio único de los creyentes. Tantas personas (familias, profesionales, voluntarios, amigos), sin ser creyentes, “practican la justicia” y el amor con sus hermanos enfermos continuando la obra de Cristo.
Demos gracias a Dios por todo ello.
Sal. 66,2-3.5.6.8: Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. El salmista nos invita a descubrir las maravillas que el Señor ha hecho, y a saltar de alegría.
En la experiencia de la enfermedad es común la oración de petición, pero mucho menos lo es la de Acción de gracias. Hagamos descubrir a los creyentes también esta dimensión, a poner en nuestros ojos una mirada agradecida y expresémoslo en el marco apropiado de la Eucaristía.
En Caná la alegría había desaparecido de los novios, pero retorna gracias a la acción de Jesús. Que nuestra acción pastoral lleve alegría a todos los corazones, especialmente los afligidos.
Ap. 21,10-14.22-23: Me enseñó la ciudad santa, que bajaba del cielo. En este conocidísimo y precioso texto se nos llama a una mirada contemplativa para descubrir el Amor de Dios sobre nosotros, universalmente. Su templo es el Señor; su ciudad, la gloria de Dios; y su lámpara, Cristo resucitado.
Es cierto que la experiencia de la enfermedad a veces nos hace poner en duda nuestra concepción de ese amor, pero Cuál es el lugar de un padre, ¿curar en lugar del médico o acompañar amorosa y apasionadamente en el camino?
Jn 14,23-29: El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho. Tenemos presentes aquí las palabras de los obispos españoles para esta Jornada 2016.
El evangelio de hoy insiste en que no debemos tener miedo, pues el Espíritu santo nos ayudará a ir recordando todo lo que Jesús hizo con los enfermos, así como el modo en cómo vivió Él su propio sufrimiento. Esto nos impulsará a hacer nosotros lo mismo, con confianza y acompañando con su mismo espíritu.
Son preciosas las palabras que nos dirige hoy: “estoy a vuestro lado (…) la paz os doy (…) que no tiemble vuestro corazón”. En un tiempo de muchos miedos y desconfianzas, estas palabras son un bálsamo y un regalo para la misión evangelizadora.
Sin olvidar tampoco: “yo os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure”.
2. Del Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, 11 febrero 2016:
El tema elegido se inscribe en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia.
Jesús inició su Misión asumiendo para sí las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos; para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor» (Lc.4,18-19).
En la enfermedad, por un lado la fe en Dios es puesta a prueba, pero al mismo tiempo revela toda su potencialidad positiva. No porque la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor, o los interrogantes que derivan de ello; sino porque ofrece una clave con la cual podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver de qué modo la enfermedad puede ser el camino para llegar a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado, cargando la Cruz. Y esta clave nos la proporciona su Madre, María, experta de este camino.
En las bodas de Caná, María es la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal cual es: «No tienen vino» (Jn 2,3).
¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la Jornada Mundial del Enfermo? El banquete de bodas de Caná es un icono de la Iglesia: en el centro está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca de Jesús y de sus discípulos, está María, Madre previdente y orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumentarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados. Y Jesús no rechazó la petición de su Madre.
Tenemos una Madre que tiene sus ojos atentos y buenos, como su Hijo; su corazón materno está lleno de misericordia, como Él; las manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús que partían el pan para quien estaba con hambre, que tocaban a los enfermos y les curaba. Esto nos llena de confianza y hace que nos abramos a la gracia y a la misericordia de Cristo. La intercesión de María nos hace experimentar la consolación. María es la Madre “consolada” que consuela a sus hijos.
En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente en la vida de muchas personas que se encuentran al lado de los enfermos y saben captar sus necesidades, aún las más imperceptibles, porque miran con ojos llenos de amor. ¡Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, pone su invocación en las manos de la Virgen!
Para nuestros seres queridos que sufren debido a la enfermedad pedimos en primer lugar la salud. Pero el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos una paz, una serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que le piden con confianza.
En la escena de Caná, además, están los que son llamados los “sirvientes”, que reciben de Ella esta indicación: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. Estos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino que obedecen generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde (cfr Jn 2,7). Se fían de la Madre, y de inmediato hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin hacer cálculos.
También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestras fatigas y sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el vino más bueno.
Así, esta Jornada Mundial del Enfermo ayudará a realizar lo manifestado en la Bula de la Misericordia (cf. Misericordiae Vultus, 23), que cada hospital o estructura de sanación sea signo visible y lugar para promover la cultura del encuentro y de la paz, donde la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y toda división.
A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, deseo que sean animados por el espíritu de María, Madre de la Misericordia. «La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios» (ibid., 24) y llevarla impregnada en nuestros corazones y en nuestros gestos.
ORACIÓN DEL ENFERMO A MARÍA
María, Divina Enfermera,
cuida mi cuerpo y mi alma:
en el dolor, sosiégame;
en la soledad, acompáñame;
en el miedo, alienta mi confianza.
María de Caná
alegra mis días.
En la oscuridad, ilumina mi fe;
en la debilidad, impulsa mi ánimo;
en la desesperación, sostén mi esperanza
y hazme testigo del amor de Dios.
Madre de la Misericordia,
si mi vida se apaga,
intercede por mí ante tu Hijo,
vencedor de la muerte,
y cógeme en tus brazos,
Virgen de la ternura. Amén.
ORACIÓN A MARÍA POR EL ENFERMO
María, Divina Enfermera,
cuida el cuerpo y el alma de los enfermos:
en el dolor, sosiégalos;
en la soledad, acompáñalos;
en el miedo, alienta su confianza.
María de Caná
alegra sus días.
En la oscuridad, ilumina su fe;
en la debilidad, impulsa su ánimo;
en la desesperación, sostén su esperanza
y hazlos testigos del amor de Dios.
Madre de la Misericordia,
si su vida se apaga,
intercede por ellos ante tu Hijo,
vencedor de la muerte,
y cógelos en tus brazos,
Virgen de la ternura.
Amén
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL
DEPARTAMENTO DE PASTORAL DE LA SALUD
Mensaje del Santo Padre Francisco para la XXIV Jornada Mundial del Enfermo 2016
Confiar en Jesús misericordioso como María: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5)
Queridos hermanos y hermanas:
La XXIV Jornada Mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad para estar especialmente cerca de vosotras, queridas personas enfermas, y de los que se ocupan de vosotras.
Debido a que este año, dicha jornada será celebrada de manera solemne en Tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), en las que Jesús hizo su primer milagro gracias a la intervención de su Madre. El tema elegido - Confiar en Jesús misericordioso como María: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5) se inscribe muy bien en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia. La Celebración eucarística central de la Jornada tendrá lugar el 11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de la Beata Virgen María de Lourdes, precisamente en Nazaret, donde «la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,14). Jesús inicio allí su Misión salvífica, asumiendo para sí las palabras del profeta Isaías, como nos refiere el evangelista Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos; para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor» (4,18-19).
La enfermedad, especialmente aquella grave, pone siempre en crisis la existencia humana y trae consigo interrogantes que excavan en lo íntimo. El primer momento a veces puede ser de rebelión: ¿Por qué me ha sucedido justo a mí? Se puede entrar en desesperación, pensar que todo está perdido y que ya nada tiene sentido…
En estas situaciones, por un lado la fe en Dios es puesta a la prueba, pero al mismo tiempo revela toda su potencialidad positiva. No porque la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor, o los interrogantes que derivan de ello; sino porque ofrece una clave con la cual podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver de que modo la enfermedad puede ser el camino para llegar a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado, cargando la Cruz. Y esta clave nos la proporciona su Madre, María, experta de este camino.
En las bodas de Caná, María es la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal cual es: «No tienen vino» (Jn 2,3). Y cuando Jesús le hace presente que aún no ha llegado el momento para que Él se revele (cfr v. 4), dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Entonces Jesús realiza el milagro, transformando una gran cantidad de agua en vino, en un vino que aparece de inmediato como el mejor de toda la fiesta. ¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la Jornada Mundial del Enfermo?
El banquete de bodas de Caná es un icono de la Iglesia: en el centro está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca de Jesús y de sus discípulos, está María, Madre previdente y orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumentarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados. Y Jesús no rechazó la petición de su Madre. ¡Cuánta esperanza en este acontecimiento para todos nosotros! Tenemos una Madre que tiene sus ojos atentos y buenos, como su Hijo; su corazón materno está lleno de misericordia, como Él; las manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús que partían el pan para quien estaba con hambre, que tocaban a los enfermos y les curaba. Esto nos llena de confianza y hace que nos abramos a la gracia y a la misericordia de Cristo. La intercesión de María nos hace experimentar la consolación por la cual el apóstol Pablo bendice a Dios: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación» (2 Co 1,3-5). María es la Madre “consolada” que consuela a sus hijos.
En Caná se perfilan los rasgos característicos de Jesús y de su misión: Él es Aquel que socorre al que está en dificultad y en la necesidad. En efecto, en su ministerio mesiánico curará a muchos de sus enfermedades, malestares y malos espíritus, donará la vista a los ciegos, hará caminar a los cojos, restituirá la salud y la dignidad a los leprosos, resucitará a los muertos, a los pobres anunciará la buena nueva (cfr Lc 7,21-22). La petición de María, durante el banquete nupcial, sugerida por el Espíritu Santo a su corazón materno, hizo surgir no sólo el poder mesiánico de Jesús, sino también su misericordia.
En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente en la vida de muchas personas que se encuentran al lado de los enfermos y saben captar sus necesidades, aún las más imperceptibles, porque miran con ojos llenos de amor. ¡Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, pone su invocación en las manos de la Virgen! Para nuestros seres queridos que sufren debido a la enfermedad pedimos en primer lugar la salud; Jesús mismo manifestó la presencia del Reino de Dios precisamente a través de las curaciones: «Id y contad a Juan lo que oís y lo que veis: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen y los muertos resucitan» (Mt 11,4-5). Pero el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos una paz, una serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que le piden con confianza.
En la escena de Caná, además de Jesús y de su Madre, están los que son llamados los “sirvientes”, que reciben de Ella esta indicación: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer directamente el vino en las tinajas. Pero quiere contar con la colaboración humana, y pide a los sirvientes que las llenen de agua. ¡Cómo es precioso y agradable a Dios ser servidores de los demás! Esto más que otras cosas nos hace semejantes a Jesús, el cual «no ha venido para ser servido sino a servir» (Mc 10,45). Estos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino que obedecen generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde (cfr Jn 2,7). Se fían de la Madre, y de inmediato hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin hacer cálculos.
En esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús misericordioso, a través de la intercesión de María, Madre suya y nuestra, que conceda a todos nosotros esta disponibilidad al servicio de los necesitados, y concretamente de nuestros hermanos y de nuestras hermanas enfermas. A veces este servicio puede resultar fatigoso, pesado, pero estamos seguros que el Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino. También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestras fatigas y sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el vino más bueno. Con la ayuda discreta a quien sufre, tal como en la enfermedad, se toma en los propios hombros la cruz de cada día y se sigue al Maestro (cfr Lc 9,23); y aunque el encuentro con el sufrimiento será siempre un misterio, Jesús nos ayudará a revelar su sentido.
Si sabremos seguir la voz de Aquella que dice también a nosotros: «Haced lo que Él os diga», Jesús transformará siempre el agua de nuestra vida en vino apreciado. Así esta Jornada Mundial del Enfermo, celebrada solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar el augurio que he manifestado en la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia: «Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con el Hebraísmo, con el Islam y con las demás religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación» (Misericordiae Vultus, 23). Cada hospital o cada estructura de sanación sea signo visible y lugar para promover la cultura del encuentro y de la paz, donde la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y toda división.
En esto son ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el mes de mayo último: santa María Alfonsina Danil Ghattas y santa María de Jesús Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa. La primera fue testigo de mansedumbre y de unidad, ofreciendo un claro testimonio de cuan importante es que seamos unos responsables de los otros, de vivir uno al servicio del otro. La segunda, mujer humilde e iletrada, fue dócil al Espíritu Santo y se volvió instrumento de encuentro con el mundo musulmán.
A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, deseo que sean animados por el espíritu de María, Madre de la Misericordia. «La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios» (ibid., 24) y llevarla impregnada en nuestros corazones y en nuestros gestos. Confiemos a la intercesión de la Virgen las ansias y las tribulaciones, junto con los gozos y las consolaciones, y dirijamos a ella nuestra oración, a fin de que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y nos haga dignos de contemplar hoy y por siempre el Rostro de la misericordia, a su Hijo Jesús.
Acompaño a esta súplica por todos vosotros mi Bendición Apostólica.
Desde el Vaticano, 15 de setiembre de 2015
Memoria de la Beata Virgen María Dolorosa
Papa Francisco
MENSAJE DE LOS OBISPOS DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL Pascua del Enfermo, 1 de Mayo de 2016
MARÍA, ICONO DE LA CONFIANZA Y DEL ACOMPAÑAMIENTO
"Haced lo que Él os diga"
(Jn. 2,5)
La resurrección del Señor nos llena de alegría y esperanza. Su luz y su fuerza se hacen presentes también en la celebración de la Pascua del Enfermo en este día primero de mayo. Asumiendo la propuesta del Papa Francisco en su Mensaje para la XXIV Jornada Mundial del Enfermo 2016, vamos a dirigir nuestra mirada compasiva a Jesucristo, a María y a los sirvientes que, en las Bodas de Caná, colaboraron para que Cristo realizara el milagro de convertir el agua en vino. Su contemplación iluminará, impulsará y mejorará nuestra atención a los enfermos y al mundo de la salud.
1. En el centro de la narración encontramos a Jesús de Nazaret. Nunca apartó la vista, nunca permaneció impasible, nunca dio un rodeo al encontrarse con los enfermos, con los ciegos, con los cojos, con los leprosos, con los muertos. Al contrario, el que es "el rostro de la misericordia del Padre" se acercó, se conmovió y les devolvió la salud. Ahora, al percibir el aprieto en que se encuentran los novios, actúa para resolver el problema. Y, aunque podría hacerlo por su cuenta, acepta la mediación de su Madre y solicita la colaboración de unos sirvientes anónimos.
2. Siguiendo la invitación del Papa Francisco, "abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo… y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio" (MV 15). Pues "una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir, mediante la compasión, a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado es una sociedad cruel e inhumana" (SS 38). Una mirada con los ojos de Cristo a la realidad de la enfermedad en España pone ante nuestros ojos las dificultades para el acceso de todos a los medicamentos, las enfermedades raras mal tratadas, una excesiva preocupación económica en la gestión de los recursos, la descoordinación sanitaria entre comunidades autónomas, una escasa atención sanitaria a la ancianidad, insuficiente cobertura económica para los que carecen de recursos para acceder a una residencia de ancianos, la desconfianza de y hacia los profesionales, un insuficiente manejo de la atención al final de la vida, etc. También como Iglesia no siempre hemos puesto esta pastoral en el centro de nuestras preocupaciones. Escuchemos, pues, el clamor de los pobres y dejemos que se haga carne en nosotros al estremecerse nuestras entrañas (cf. EG 193).
3. Junto a Jesús, contemplemos también a María en el mismo episodio. Sus ojos se mantienen vigilantes y compasivos como los de su Hijo. Y, llena de confianza, se dirige a Él para presentarle el problema: «No tienen vino». De esta manera, María se convierte para nosotros en icono de la confianza y del acompañamiento. ¡Cuánto consuelo ofrece a los enfermos tener una madre como ella, capaz de compadecerse y acompañar con la certeza de la fe cuando la enfermedad hace vivo el sufrimiento y somete a crisis toda seguridad! ¡Cuánto nos ayuda María con su actitud confiada y su cercanía!
4. Y ahora dejemos que la luz que la contemplación ha regalado a nuestros ojos ilumine el mundo de la salud que tenemos delante y nos mueva a encontrar la respuesta cristiana más auténtica. Ninguna sociedad como la actual ha tenido más posibilidades en la lucha contra la enfermedad
y la promoción de la salud, sin embargo existen los miedos. Somos la sociedad más informada, pero nunca tanta información generó más desconfianza. A más recursos sanitarios, más miedo a enfermar; a más técnica, menos confianza en los médicos, en los sanitarios, en el sistema. En este contexto, ¡qué bien nos viene el testimonio de confianza de María! Por otra parte, vivimos también la paradoja de valorar la interconexión social y mundial a la vez que dejamos marginados o sin acompañamiento alguno a los más débiles o con menos recursos. El acompañamiento al enfermo –incluido el familiar-, está en horas bajas. El grupo de los "descartados" es grande, incluso en nuestros ambientes cristianos. La actitud acompañante de María supone para todos un testimonio estimulante y una llamada de atención inequívoca.
5. Fijemos la mirada ahora en los sirvientes. Ellos fueron los que, con su actitud obediente y servicial llenaron las viejas tinajas de agua y las pusieron a disposición de Jesús. En ellos contemplamos a todos los mediadores a los que Dios ha puesto para consolar y servir a los enfermos: las parroquias, los familiares, los Servicios de asistencia religiosa católica hospitalaria (SARCH), los profesionales sanitarios, los voluntarios… Todos los bautizados estamos llamados a ser mediadores de Cristo misericordioso con los enfermos y en el mundo de la salud. Hemos de responder a su llamada poniendo en práctica las obras de misericordia, especialmente visitando al enfermo, consolando al triste, iluminando a quien vive desorientado o desesperanzado. En muchos hogares se vive el sufrimiento y la enfermedad. La parroquia y sus agentes de pastoral han de mostrarse cercanos, sensibles, poniendo en marcha las iniciativas oportunas para auxiliarles. También en el hospital hay que estar junto al enfermo y su familia. Por él pasan al año un número muy elevado de personas creyentes. La atención a la calidad de los Servicios religiosos es una prioridad para nuestra Iglesia. Ojalá los que paséis por nuestros centros hospitalarios públicos y privados solicitéis un servicio al que tenéis derecho y que la Iglesia gustosamente os presta.
6. En la fiesta del obrero ejemplar s. José, celebramos el Día del Trabajo. Quisiéramos tener presentes especialmente a los accidentados en el trabajo. Pedimos a todas las empresas y organismos implicados que pongan todos los medios de seguridad laboral a su alcance para que estos accidentes se reduzcan al mínimo, y no dejen a nadie fuera del seguro sanitario. Es éste un deber de primer orden. Celebramos también el Día de la Madre. Las madres son el rostro vivo de la lucha por la vida y la salud en el hogar y fuera de él. Que su trabajo sea reconocido y agradecido.
7. Para concluir, en primer lugar, os invitamos a elevar vuestra mirada al Padre para agradecer su amor hecho realidad de forma definitiva en Jesucristo y manifestado también en María y en los sirvientes del banquete del Reino: las madres y demás familiares que no cesan de ofrecer confianza y acompañamiento a sus enfermos, las parroquias y sus agentes de pastoral de la salud, los SARCH, los profesionales sanitarios católicos, los voluntarios y los mismos enfermos. Suplicamos, también, a Dios que nos ayude a adquirir la mirada y el corazón compasivo de Jesús, que nos haga partícipes de la confianza y la actitud acompañante de María, que nos dé fuerza y determinación para vivir las obras de misericordia cerca de los enfermos y sus familiares. Y, finalmente, que con su bendición convierta el agua de nuestras acciones pastorales en vino de salud y consuelo para los que sufren.
Los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral
Sebastià Taltavull Anglada, Obispo Auxiliar de Barcelona
Jesús Fernández González, Obispo Auxiliar de Santiago de Compostela
José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva
Francesc Pardo Artigas, Obispo de Girona
Juan Antonio Menéndez Fernández, Obispo de Astorga
Reflexión a las lecturas del domingo quinto de Pascua C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 5º de Pascua C
Cuando muere una persona querida, recordamos sus palabras, sus gestos, y, sobre todo, sus encargos y recomendaciones de despedida.
Las palabras del Señor del Evangelio de hoy tienen acento de despedida. Se trata de un fragmento de la Última Cena, en la que el Señor nos deja el Mandamiento del Amor como su última recomendación, su último encargo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.
El Tiempo de Pascua es muy apropiado para reflexionar sobre ello, porque contemplamos a Cristo Resucitado, que se ha entregado hasta la muerte por nosotros; y comprendemos así mejor su contenido y su alcance. San Juan lo expresa con mucha claridad: “En esto hemos conocido el amor, en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16). Para el apóstol, el amor a los hermanos es una consecuencia y una exigencia lógicas del amor que Jesucristo nos ha tenido. Por tanto, por mucho que amemos a los demás, siempre nos quedará mucho camino. S. Agustín nos dice que, cuando alguien nos invite a una comida, tenemos que mirar bien lo que nos ponen delante, porque después, tendremos nosotros que corresponder. Esto lo refiere a la Eucaristía en la que se nos da el Cuerpo y la Sangre del Señor; y nos enseña que los mártires han sido aquellos que lo han hecho con mayor perfección: han tomado de la Mesa la Sangre de Cristo y luego, han entregado la suya.
Pero tenemos que subrayar que el Señor nos ha dejado el Mandamiento Nuevo como “la señal” de que somos discípulos suyos. Por tanto, señala el ser o no ser cristiano de cada uno. ¡Qué importante es esto! Nos servirá para distinguir dónde hay un cristiano y dónde no. No se trata de fijarnos si hace esto o lo otro, si tiene muchas cualidades o pocas, si habla y se expresa bien o no. Resulta todo más sencillo: ¿se esfuerza por amar como Jesucristo? Es cristiano. ¿No lo hace? Que no se esfuerce por darnos razones de su identidad cristiana. Sencillamente, no es cristiano o ha dejado de serlo. Bien lo entendió San Pablo cuando escribió lo que llamamos el himno de la caridad del capítulo 13 de la primera Carta a los Corintios: ya podríamos hacer grandes cosas, si no tenemos amor, de nada nos sirve, de nada nos aprovecha….
En este Tiempo de Pascua, la primera lectura nos presenta la vida de las primeras comunidades cristianas, donde, a pesar de las deficiencias de todo lo humano, todos se amaban y nadie pasaba necesidad. Y, como contemplamos en la lectura de hoy, eran comunidades misioneras, evangelizadoras. Y ya sabemos que el mayor gesto de amor que podemos hacer a otra persona es llevarla al conocimiento de Jesucristo, como hacían Pablo, Bernabé y todos aquellos primeros cristianos. Si lo hacemos así, nuestras comunidades se parecerán a la Iglesia del Cielo, de la que nos habla la segunda lectura, con dos imágenes atrayentes: una novia arreglada para su esposo, y un hogar familiar feliz, de donde ha desaparecido todo mal.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 5º DE PASCUA C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La Iglesia de Antioquía se nos presenta hoy como ejemplo de toda comunidad cristiana: comunidad viva y fervorosa, que recibe a Pablo y a Bernabé, a quienes había enviado al trabajo apostólico.
SEGUNDA LECTURA
La segunda lectura nos presenta a la Iglesia del Cielo con dos imágenes atrayentes: como una novia engalanada para su esposo, y como una casa familiar feliz, de la que está ausente todo mal.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos presenta un pequeño fragmento de la Última Cena. Jesús, en su despedida, nos deja el mandamiento nuevo, como señal que nos identifica como discípulos suyos.
Pero antes de escuchar el Evangelio, aclamemos al Señor con canto del aleluya.
COMUNIÓN
La Eucaristía es signo y fuente de amor. Se trata de una doble comunión: con Cristo y con los hermanos. Al mismo tiempo, la Comunión es el alimento principal e indispensable para amar como Jesucristo nos amó. Por tanto, el que comulga ha de manifestar con una vida de amor, de entrega y de compromiso, la fuerza extraordinaria de este sacramento.
Reflexiones del obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel | 20/04/16. (ZENIT)
Los divorciados no están excluidos
VER
El Papa Francisco, después de amplias consultas, nos ha ofrecido un trascendente documento sobre El amor en la familia. Nos introduce en el plan de Dios sobre la familia, exponiendo con sencillez la profundidad de las Sagradas Escrituras. Nos describe, en el capítulo cuarto, la hermosura del amor. Es un capítulo extraordinario, que todos deberíamos meditar y vivir. Lo recomiendo ampliamente. ¡Cuánto cambiaría la vida, si supiéramos amar en verdad!
Sin embargo, la pregunta que todo mundo se hace, después de los dos Sínodos mundiales de Obispos sobre el tema, y tomando en cuenta la apertura misericordiosa del Papa Francisco, es qué actitud se ha de tener hacia las personas que, habiendo sido casadas válidamente por la Iglesia, se separaron y forman una nueva pareja.
En un próximo artículo, abordaré el asunto de si pueden recibir la comunión eucarística; ahora me limito a resaltar la actitud que el Papa recomienda ante estos casos.
PENSAR
“Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión, sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren… Compete a la Iglesia revelarles la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios tiene para ellos, siempre posible con la fuerza del Espíritu Santo” (297).
“Los divorciados en nueva unión pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas, sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral. Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. La Iglesia reconoce situaciones en que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación. También está el caso de los que han hecho grandes esfuerzos para salvar el primer matrimonio y sufrieron un abandono injusto, o el de los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido. Pero otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia” (298).
“Los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no sólo sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino que puedan tener una experiencia feliz y fecunda. Son bautizados, son hermanos y hermanas; el Espíritu Santo derrama en ellos dones y carismas para el bien de todos. Su participación puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional, pueden ser superadas. Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio. Esta integración es también necesaria para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más importantes” (299).
ACTUAR
El amor y la misericordia son actitudes divinas. No condenemos, sino que seamos misericordiosos con los divorciados vueltos a casar.
Catequesis del papa Francisco del miércoles 20 de abril de 2016. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy queremos detenernos sobre un aspecto de la misericordia bien representado en el Evangelio de Lucas que hemos escuchado. Se trata de un hecho que le sucedió a Jesús cuando era huésped de un fariseo de nombre Simón. Este había invitado a Jesús a su casa porque había oído hablar bien de él, como de un gran profeta.
Mientras estaban sentados comiendo, entra una mujer conocida por todos en la ciudad como pecadora. Esta sin decir una palabra se pone a los pies de Jesús e inicia a llorar; sus lágrimas mojan los pies de Jesús y ella los seca con sus cabellos, después los besa y los unge con aceite perfumado que había llevado consigo.
Resalta el contraste existente entre las dos figuras: la de Simón, celoso servidor de la Ley y aquella de la anónima mujer pecadora. Mientras el primero juzga a los otros en base a las apariencias, la segunda con sus gestos expresa con sinceridad su corazón. Simón a pesar de haber invitado a Jesús, no quiere comprometerse ni involucrar su vida con el Maestro; la mujer al contrario, se confía plenamente a Él, con amor y veneración.
El fariseo no concibe que Jesús se deje ‘contaminar’ por los pecadores, así pensaban ellos. Y piensa que si fuera realmente un profeta debería reconocerlos y tenerlos lejos para no ser manchado, como si fueran leprosos. Esta actitud es típica de un cierto modo de entender la religión y está motivado por el hecho de que Dios y el pecado se oponen radicalmente.
Pero la palabra de Dios enseña a distinguir entre el pecado y el pecador: con el pecado no es necesario hacer compromisos, en cambio los pecadores –o sea todos nosotros– somos como los enfermos que necesitan ser curados, y para curarlos es necesario que el médico se les acerque, los visite, los toque. Y naturalmente el enfermo, para ser curado tiene que reconocer que necesita un médico.
Entre el fariseo y la mujer pecadora, Jesús se alinea con ésta última. Libre de los prejuicios que impiden a la misericordia expresarse, el Maestro la deja hacer, Él, el Santo Dios, se deja tocar por ella sin temor de ser contaminado. Jesús está libre porque cerca de Dios que es Padre Misericordioso.
Más aún, entrando en relación con la pecadora, Jesús termina con aquella condición de aislamiento, a la cual el juicio impío del farseo y de sus conciudadanos la insultaba y condenaba: “Tus pecados te son perdonados”. La mujer ahora puede ‘ir en paz’. El Señor ha visto la sinceridad de su fe y de su conversión: por lo tanto delante a todos proclama: “Tu fe te ha salvado”.
De un lado aquella hipocresía de estos doctores de la Ley, de otra la humildad y sinceridad de esta mujer. Todos nosotros somos pecadores, pero tantas veces caemos en la tentación de la hipocresía, de creernos mejores que los otros y decimos: “Mira tu pecado…”. Todos nosotros en cambio debemos mirar nuestro pecado, nuestras caídas, nuestros errores y mirar al Señor. Esta es la línea de la salvación: la relación entre el ‘yo’ pecador y el Señor. Si yo me siento justo, esta relación de salvación no se da.
A este punto, un estupor aún mayor se apodera de todos los comensales: “¿Quién es este que perdona también los pecados?”. Jesús no da una respuesta explícita, pero la conversión de la pecadora está delante de los ojos de todos y demuestra que en Él resplandece la potencia de la misericordia de Dios, capaz de transformar los corazones.
La mujer pecadora nos enseña la relación entre la fe, el amor y el reconocimiento. Le fueron perdonados “muchos pecados” y por ésto ama mucho. “En cambio a quien se le perdona poco ama poco”. También el mismo Simón tiene que admitir que ama más quién ha sido perdonado más. Dios ha encerrado a todos en el mismo misterio de misericordia y de este amor, que siempre nos precede, todos nosotros aprendemos a amar. Como recuerda san Pablo: “En Cristo, mediante su sangre tenemos la redención, el perdón de las culpas, de acuerdo a la riqueza de su gracia. É la ha derramado abundantemente sobre nosotros”.
En este texto el término “gracia” es prácticamente sinónimo de misericordia, y viene indicada como “abundante”, o sea más allá de nuestras expectativas, porque actúa el proyecto salvífico de Dios para cada uno de nosotros.
Queridos hermanos y hermanas, indiquemos nuestro reconocimiento por el don de la fe, agradezcamos al Señor por su amor tan grande e inmerecido.
Dejemos que el amor de Cristo se derrame en nosotros: a este amor el discípulo llega y sobre éste se funda; de este amor cada uno se puede nutrir y alimentar. Así como en el amor grato que damos a su vez a nuestros hermanos, en nuestras casas, en la familia, en la sociedad se comunica a todos la misericordia del Señor.
(Traducido por ZENIT)
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor en el Centro de Humanidades Clásicas de la Legión de Cristo, en Monterrey (México). 19 abril 2016 (ZENIT)
Quinto domingo de Pascua, ciclo C
Textos: Hech 14, 21b-27; Ap 21, 1-5a; Jn 13, 31-33a.34-35
Idea principal: La caridad es la contraseña y la novedad del cristiano.
Síntesis del mensaje: En las lecturas de hoy el adjetivo nuevo ha salido cinco veces. Cuatro veces en la segunda lectura, y una vez en el evangelio. Lo antiguo –antónimo de nuevo- ya terminó (2ª lectura). Es la llamada a vivir una vida nueva en la fe. Pero sobre todo, a vivir el mandamiento nuevo de la caridad. Aquí está la novedad y la contraseña del cristiano: “amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, este regalo de la caridad es fruto de la Pascua y procede del corazón de Cristo entregado para nuestra salvación. Sólo Cristo pudo ofrecernos este presente, que trajo directamente del cielo y nos lo encomendó antes de partir de nuevo para el Padre, una vez terminada su misión aquí en la tierra. Para eso, Cristo en el bautismo tuvo que cambiar nuestro corazón de piedra y ponernos un corazón de carne, tuvo que purificar y limpiar nuestras venas y arterias, dilatar nuestro ventrículo y aurícula. En ese día nos puso una válvula divina para que podamos amar como Él nos ama: con un amor universal, misericordioso, delicado, bondadoso. Y gracias a la Eucaristía, otro de los dones del Cristo Pascual, el Espíritu nos comunicará la fuerza del amor de Cristo. Preguntemos a los santos y a los mártires: a san Esteban, a santa Inés, a san Ignacio de Antioquía, a san Maximiliano María Kolbe, a santa María Goretti, al beato Miguel Pro, etc.
En segundo lugar, ¿dónde reside la novedad de este mandamiento? Antes de Cristo, claro que existía el amor. Así se lo recuerda Jesús al letrado que le preguntó por el primer mandamiento de la ley: “Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, con toda el alma, con toda tu mente. Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-39). Ahora bien, si bien existía ese mandamiento, era pura teoría, un ideal abstracto. Era simplemente algo distinto. Ciertamente, hubo hombres que se amaron también antes de Cristo; pero, ¿por qué? Porque eran parientes, porque eran aliados, amigos, pertenecían al mismo clan o al mismo pueblo: o sea por algo que los ligaba entre sí, distinguiéndolos de todos los demás. Ahora hay que ir más allá: amar a quien nos persigue, amar a los enemigos, a los que no nos saludan ni nos aman. Es decir, amar al hermano por sí mismo y no por lo útil que pueda resultarnos. Es la palabra “prójimo” la que cambió el contenido: se dilató hasta comprender no sólo a quien está cerca de nosotros, sino también a cada hombre al que podemos acercarnos. Nuevo es, por tanto, el mandamiento de Cristo porque nuevo es su contenido. Nuevo también, porque Jesús le ha añadido esto: “Amaos, como Yo os he amado”. No podía haber un modelo tan perfecto de amor en el Antiguo Testamento. Y, ¿cómo nos amó Jesús? Con un amor generosísimo, sin límites, un amor universal y misericordioso; amor que sabe transformar el mal en ocasión de amor más grande, como hizo Jesús en su Pasión y Muerte.
Finalmente, el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1856 señala la importancia vital de la caridad para la vida cristiana. En esta virtud se encuentran la esencia y el núcleo del cristianismo, es el centro de la predicación de Cristo y es el mandato más importante (cf. Jn 15, 12; 15,17; Jn 13,34). No se puede vivir la moral cristiana haciendo a un lado a la caridad. La caridad es la virtud reina, el mandamiento nuevo que nos dio Cristo, por lo tanto es la base de toda espiritualidad cristiana. Es el distintivo de los auténticos cristianos. La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque su objeto es el mismo Dios y el motivo del amor al prójimo es el mismo: el amor a Dios. Porque su bondad intrínseca, es la que nos une más a Dios, haciéndonos parte de Dios y dándonos su vida (cf. 1 Jn. 4, 8). La caridad le da vida a todas las demás virtudes, pues es necesaria para que éstas se dirijan a Dios. Sin la caridad, las demás virtudes están como muertas. La caridad no termina con nuestra vida terrena, en la vida eterna viviremos continuamente la caridad. San Pablo nos lo menciona en 1 Cor. 13, 13; y 13, 87. Al hablar de la caridad, hay que hablar del amor. El amor “no es un sentimiento bonito” o la carga romántica de la vida. El amor es buscar el bien del otro. La caridad es más que el amor. El amor es natural. La caridad es sobrenatural, algo del mundo divino. La caridad es poseer en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama, con su intensidad y con sus características. La caridad es un don de Dios que nos permite amar en medida superior a nuestras posibilidades humanas. La caridad es amar como Dios, no con la perfección que Él lo hace, pero sí con el estilo que Él tiene. A eso nos referimos cuando decimos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, a que tenemos la capacidad de amar como Dios.
Para reflexionar: 1 Cor 13, 4-7:“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Pero si hay dones de profecía, se acabarán; si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, se acabará”. ¿Mi caridad y amor tienen estas características? ¿Tengo clavado este distintivo en mi vida cristiana?
Para rezar: nada mejor que el Himno de san Francisco, donde se resume la esencia del amor.
Hazme un instrumento de tu paz
donde haya odio lleve yo tu amor
donde haya injuria tu perdón señor
donde haya duda fe en ti.
Maestro, ayúdame a nunca buscar
el ser consolado sino consolar
ser entendido sino entender
ser amado sino yo amar.
Hazme un instrumento de tu paz
que lleve tu esperanza por doquier
donde haya oscuridad lleve tu luz
donde haya pena tu gozo, Señor .
Hazme un instrumento de tu paz
es perdonando que nos das perdón
es dando a todos como Tú nos das
muriendo es que volvemos a nacer.
Hazme un instrumento de tu paz.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
En el vuelo de regreso a Roma desde la isla griega de Lesbos, el papa Francisco conversó con los periodistas y respondió a sus preguntas. La crisis de los refugiados, la cuestión de la integración, el concepto de austeridad y su reciente exhortación apostólica “Amoris laetitia”, fueron algunas de las cuestiones a las que el pontífice respondió. Respecto de este último tema uno de los periodistas le efectuó la siguiente pregunta:
-Algunos sostienen que nada cambió respecto a las normas sobre el acceso a los sacramentos a los divorciados vueltos a casar, y que la ley, la práctica pastoral y la doctrina permanecen así; otros argumentan que muchas cosas cambiaron y tiene nuevas aperturas y posibilidades. La pregunta es ¿hay nuevas posibilidades concretas que no existían antes de la publicación de la Exhortación o no?
A lo que el pontífice respondió: “Podría decir ‘sí’, y punto. Sin embargo sería una respuesta muy pequeña. Recomiendo a todos que lean la presentación oficial de “Amoris laetitia” que hizo el cardenal Schönborn, que es un gran teólogo, es miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y está familiarizado con la doctrina de la Iglesia. En esa presentación encontrará la respuesta”.
Presentación del Card. Schönborn de la Exhortación Apostólica Amoris laetitia del papa Francisco
“La tarde del 13 de marzo de 2013, las primeras palabras que el Papa recién elegido, Francisco, dirigió a las personas en la plaza de San Pedro y a todo el mundo fueron: “Buenas tardes”. Tan sencillos como este saludo son el lenguaje y el estilo del nuevo texto del papa Francisco. La Exhortación no es tan breve como este simple saludo, pero sí tan realista. En estas 200 páginas el papa Francisco habla de “amor en la familia” y lo hace de una forma tan concreta y tan sencilla, con palabras que calientan el corazón, como las de aquel buenas tardes del 13 de marzo de 2013. Este es su estilo, y él espera que se hable de las cosas de la vida de la manera más concreta posible, sobre todo si se trata de la familia, de una de las realidades más elementales de la vida.
Para decirlo ya de antemano: los documentos de la Iglesia a menudo no pertenecen a un género literario de los más asequibles. Este texto del Papa es legible. Y el que no se deje asustar por su longitud encontrará alegría en la concreción y el realismo de este documento. El papa Francisco habla de las familias con una claridad que pocas veces se encuentra en los documentos del magisterio de la Iglesia.
Antes de entrar en el texto, me gustaría decir, de una manera muy personal, el porqué lo he leído con alegría, con gratitud y siempre con gran emoción. En la enseñanza eclesial sobre el matrimonio y la familia a menudo hay una tendencia, tal vez inconsciente, a abordar con dos enfoques estas dos realidades de la vida. Por un lado están los matrimonios y las familias ‘normales’, que obedecen a la regla, en los que todo está ‘bien’, y está ‘en orden’, y están las situaciones ‘irregulares’ que plantean un problema. Ya el mismo término ‘irregular’ sugiere que hay una clara distinción.
Por lo tanto, el que se encuentra en el lado de los ‘irregulares’ tiene que dar por sentado que los ‘regulares’ están en la otra parte. Sé personalmente, debido a mi propia familia, lo difícil que es esto para los que vienen de una familia “patchwork”. En estas situaciones las enseñanzas de la Iglesia pueden hacer daño, pueden dar la sensación de estar excluidos.
El papa Francisco ha puesto su exhortación bajo el lema: “Se trata de integrar a todos” (AL 297), porque se trata de una comprensión fundamental del Evangelio: ¡Todos necesitamos misericordia! “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra” (Juan 8:7). Todos nosotros, independientemente del matrimonio y la situación familiar en la que nos encontramos, estamos en camino. Incluso un matrimonio en el que todo ‘va bien’ está en camino. Debe crecer, aprender, superar nuevas etapas. Conoce el pecado y el fracaso, necesita reconciliación y nuevos comienzos, y esto hasta edad avanzada. (AL 297).
El papa Francisco ha conseguido hablar de todas las situaciones sin catalogar, sin categorizar, con esa mirada fundamental de benevolencia que tiene algo que ver con el corazón de Dios, con los ojos de Jesús, que no excluyen a nadie (AL 297), que acogen a todos y a todos conceden la ‘alegría del Evangelio’. Por eso la lectura de Amoris laetitia es tan reconfortante. Nadie debe sentirse condenado, nadie despreciado. En este clima de acogida, la enseñanza de la visión cristiana del matrimonio y de la familia, se convierte en invitación, estímulo, alegría del amor en la que podemos creer y que no excluye, verdadera y sinceramente, a nadie. Por eso, para mí Amoris laetitia es sobre todo, y en primer lugar, un ‘acontecimiento lingüístico’, como lo fue Evangelii gaudium. Algo ha cambiado en la enseñanza eclesial. Este cambio de lenguaje se percibía ya durante el camino sinodal. Entre las dos sesiones sinodales de octubre de 2014 y octubre de 2015 se puede ver claramente cómo el tono se haya enriquecido en estima, cómo se hayan aceptado sencillamente las diversas situaciones de la vida, sin juzgarlas ni condenarlas inmediatamente. En Amoris laetitia ha pasado a ser el tono lingüístico constante. Detrás de esto no hay, por supuesto, solo una opción lingüística, sino un profundo respeto ante cada persona que nunca es, en primer lugar, un ‘caso problemático’, una ‘categoría’, sino un ser humano inconfundible, con su historia y su camino con y hacia Dios. En Evangelii gaudium el papa Francisco decía que deberíamos quitarnos los zapatos ante la tierra sagrada del otro (EG 36). Esta actitud fundamental atraviesa toda la exhortación. Y es también la razón más profunda para las otras dos palabras clave: discernir y acompañar. Estas palabras no se aplican únicamente a las ‘situaciones llamadas irregulares’ (Francisco hace hincapié en este ¡‘las llamadas’!), sino que valen para todas las personas, para cada matrimonio, para cada familia. Todas, de hecho, están en camino y todas necesitan ‘discernimiento’ y ‘acompañamiento’.
Mi gran alegría ante este documento reside en el hecho de que, coherentemente, supera la artificiosa, externa y neta división entre ‘regular’ e ‘irregular’ y pone a todos bajo la instancia común del Evangelio, siguiendo las palabras de San Pablo: ‘Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos misericordia’. (Rom 11,32).
Obviamente, este principio continuo de ‘inclusión’, preocupa a algunos. ¿No se habla aquí a favor del relativismo? ¿No se convierte en permisivismo la tan evocada misericordia? ¿Se ha acabado la claridad de los límites que no se deben superar, de las situaciones que objetivamente se definen como irregulares, pecaminosas? Esta exhortación ¿no favorece una cierta laxitud, un ‘anythinggoes’? ¿La misericordia propia de Jesús no es, a menudo en cambio, una misericordia severa, exigente?
Para aclarar esto el papa Francisco no deja duda alguna sobre sus intenciones y nuestra tarea:
“Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les ofrece” (AL 35).
El papa Francisco está convencido de que la visión cristiana del matrimonio y de la familia tiene, también hoy, una fuerza de atracción inmutable. Pero exige ‘una saludable reacción autocrítica’: ‘Tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos’ (AL 36). ‘Hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario” (AL 36).
Permítanme relatarles una experiencia del Sínodo de octubre pasado: Que yo sepa, dos de los trece circuli minores comenzaron su trabajo haciendo que cada participante contase su propia situación familiar. Pronto se descubrió que casi todos los obispos o los otros participantes del circulus minor enfrentaban, en sus familias, los temas, las preocupaciones, las ‘irregularidades’ de las cuales, nosotros en el Sínodo habíamos hablado de forma algo abstracta. El papa Francisco nos invita a hablar de nuestras familias ‘tal cual son’. Y ahora, lo magnífico del camino sinodal y de su proseguimiento con el papa Francisco: Este sobrio realismo sobre las familias ‘tal cual son’ ¡no nos aleja para nada del ideal! Por el contrario: el Papa Francisco consigue con el trabajo de ambos Sínodos situar a las familias en una perspectiva positiva, profundamente rica de esperanzas. Pero esta perspectiva alentadora sobre las familias exige esa ‘conversión pastoral’ de la que hablaba Evangelii gaudium de una manera tan emocionante. El siguiente párrafo de Amoris laetitia recalca las líneas directrices de esa ‘conversión pastoral’:
“Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar al matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (AL 37).
El papa Francisco habla de una profunda confianza en los corazones y en la nostalgia de los seres humanos. Se percibe aquí la gran tradición educacional de la Compañía de Jesús a la responsabilidad personal. Habla de dos peligros contrarios: El “laissez-faire” y la obsesión de querer controlar y dominar todo Por un lado es cierto que “la familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento, de guía… Siempre hace falta una vigilancia. El abandono nunca es sano”. (AL 260).
Pero la vigilancia puede volverse también exagerada: “Pero la obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo (…). Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos. Lo que interesa sobre todo es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía” (AL 261). Encuentro muy iluminante poner en conexión este pensamiento sobre la educación con aquellos relacionados con la praxis pastoral de la Iglesia. De hecho, en este sentido el papa Francisco habla muy seguido de la confianza en la conciencia de los fieles: “Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (AL 37). La gran cuestión obviamente es ésta: ¿cómo se forma la conciencia?, ¿cómo llegar a aquello que es el concepto clave de todo este gran documento, la clave para comprender correctamente la intención del papa Francisco: “el discernimiento personal”, sobre todo en situaciones difíciles, complejas? El discernimiento es un concepto central de los ejercicios ignacianos. Estos de hecho deben ayudar a discernir la voluntad de Dios en las situaciones concretas de la vida. Es el discernimiento el que hace de la persona una personalidad madura, y el camino cristiano quiere ser de ayuda al logro de esta madurez personal: “no para formar autómatas condicionados del externo, telecomandados, sino personas maduras en la amistad con Cristo. Solo allí donde ha madurado este “discernimiento” personal es también posible alcanzar un “discernimiento pastoral”, el cual es importante sobre todo ante “situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone” (AL 6). De este “discernimiento pastoral” habla el octavo capítulo, un capítulo probablemente de gran interés para la opinión pública eclesial, pero también para los medios.
Debo todavía recordar que el papa Francisco ha definido como central los capítulos 4 y 5 (“los dos capítulos centrales”), no solamente en sentido geográfico, sino por su contenido: “no podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar” (AL 89). Estos dos capítulos centrales de Amoris laetitia serán probablemente saltados por muchos para arribar inmediatamente a las “papas calientes”, a los puntos críticos. De experto pedagogo el papa Francisco sabe bien que nada atrae y motiva tan fuertemente como la experiencia positiva del amor. “Hablar del amor” (AL 89), esto procura claramente una gran alegría al papa Francisco, y él habla del amor con gran vivacidad, comprensibilidad, empatía. El cuarto capítulo es un amplio comentario al Himno de la caridad del 13 capítulo de la 1 carta a los Corintios. Recomiendo a todos la meditación de estas páginas. Ellas nos animan a creer en el amor (cfr. 1 Juan 4,16) y a tener confianza en su fuerza. Es aquí que “crecer”, otra palabra clave del Amoris laetitia, tiene su sede principal: en ningún otro lugar se manifiesta tan claramente como en el amor, que se trata de un proceso dinámico en el cual el amor puede crecer, pero también puede enfriarse. Puedo solamente invitar a leer y gustar este delicioso capítulo. Es importante notar un aspecto: el papa Francisco habla aquí con una claridad rara, del rol que también las pasiones, las emociones, el eros, la sexualidad tienen en la vida matrimonial y familiar. No es casual que el papa Francisco cite aquí de modo particular a Santo Tomás de Aquino que atribuye a las pasiones un rol muy importante, mientras que la moral moderna a menudo puritana, las ha desacreditado o descuidado.
Es aquí que el título de la Exhortación del Papa encuentra su plena expresión: ¡Amoris laetitia! Aquí se entiende cómo es posible llegar “a descubrir el valor y la riqueza del matrimonio” (AL 205). Pero aquí se hace también dolorosamente visible cuánto mal hacen las heridas de amor. Cómo son de lacerantes las experiencias de fracaso de las relaciones. Por esto no me maravilla que sea sobre todo el octavo capítulo el que llama la atención y el interés. De hecho la cuestión de cómo la Iglesia trate estas heridas, de cómo trate los fracasos del amor se ha vuelto para muchos una cuestión-test para entender si la Iglesia es verdaderamente el lugar en el cual se puede experimentar la misericordia de Dios.
Este capítulo debe mucho al intenso trabajo de los dos Sínodos, a las amplias discusiones en la opinión pública y eclesial. Aquí se manifiesta la fecundidad del modo de proceder del papa Francisco. Él deseaba expresamente una discusión abierta sobre el acompañamiento pastoral de situaciones complejas y ha podido ampliamente fundarse sobre los textos que los dos Sínodos le han presentado para mostrar cómo se puede “acompañar, discernir e integrar la fragilidad” (AL 291).
El papa Francisco hace explícitamente suyas las declaraciones que ambos Sínodos le han presentado: “los Padres sinodales alcanzaron un consenso general, que sostengo” (AL 297). En lo que respecta a los divorciados vueltos a casar con rito civil él sostiene: “Acojo las consideraciones de muchos Padres sinodales, quienes quisieron expresar que (…) la lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral (…). Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre” (AL 299).
Pero ¿qué significa esto concretamente? Muchos se ponen con razón esta pregunta. Las respuestas decisivas se encuentran en Amoris laetitia 300. Estas ofrecen ciertamente todavía materia para ulteriores discusiones. Pero estas son también una importante aclaración y una indicación para el camino a seguir: “Si se tiene en cuenta la innumerable variedad de situaciones concretas (…) puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los casos”. Muchos esperaban tal norma. Quedarán desilusionados. ¿Qué es posible? El Papa lo dice con toda claridad: “Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares”. Y de cómo puede y debe ser este discernimiento personal y pastoral, es el tema de toda la sección de Amoris laetitia 300-312. Ya en el Sínodo de 2015, en el apéndice a los enunciados del circulus germanicus fue propuesto un “Itinerarium” del discernimiento, del examen de conciencia que el papa Francisco hizo suyo.
“Se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios”. Pero el papa Francisco recuerda también que “este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia” (AL 300).
El papa Francisco menciona dos posiciones erróneas. Una es la del rigorismo: “un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones “irregulares”, como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que a menudo se esconden aún detrás de las enseñanzas de la Iglesia” (AL 305). Por otra parte la Iglesia no debe absolutamente “renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza” (AL 307).
Se pone naturalmente la pregunta: ¿qué dice el Papa respecto del acceso a las personas que viven en situaciones “irregulares”? Ya el papa Benedicto había dicho que no existen “simples recetas” (AL 298, NOTA 333). Y el papa Francisco vuelve a recordar la necesidad de discernir bien las situaciones (AL 298). “El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios” (AL 305). El papa Francisco nos recuerda una frase importante que había escrito en Evangelii gaudium 44: “un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades” (AL 305). En el sentido de esta “via caritatis” (AL 306) el Papa afirma, de manera humilde y simple, en una nota (351), que se puede dar también la ayuda de los sacramentos en caso de situaciones “irregulares”. Pero a este propósito él no nos ofrece una casuística de recetas, sino que simplemente nos recuerda dos de sus frases famosas: “a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de tortura, sino el lugar de la misericordia del Señor” (EG 44) y la Eucaristía “no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (EG 44).
¿No es un desafío excesivo para los pastores, para los guías espirituales, para las comunidades, si el “discernimiento de las situaciones” no está regulado de modo más preciso? El papa Francisco conoce esta preocupación: “Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna” (AL 308). A esta él objeta diciendo: “Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio” (AL 311).
El papa Francisco confía en la “alegría del amor”. El amor debe encontrar el camino. Es la brújula que nos indica el camino. Es la meta y el camino mismo. Porque Dios es amor y porque el amor es de Dios. Nada es tan exigente como el amor. El amor no se puede comprar. Por esto nadie debe temer que el papa Francisco nos invite, con Amoris laetitia, a un camino demasiado fácil. “El camino no es fácil pero es pleno de alegría”.+
Homilía del papa Francisco en la ordenación de 11 diáconos. 17 abril 2016. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
El Santo Padre invita a los nuevos 11 ordenados a transmitir la misericordia de Dios
“Queridos hermanos,
Estos nuestros hijos han sido llamados al orden presbiteral. Como ustedes saben el Señor Jesús es el solo sumo sacerdote del Nuevo Testamento, peo también en Él todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido pueblo sacerdotal.
El papa Francisco en la basílica de San Pedro
Sin embargo, entre todos sus discípulos, el Señor Jesús quiso elegir algunos en particular, para que ejercitando públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal a favor de todos los hombres, continuaran su misión personal de maestro, sacerdote y pastor.
Después de una madura reflexión ahora estamos por elevar al orden presbiterial a estos nuestros hermanos, de manera que al servicio de Cristo, maestro, sacerdote, pastor, cooperen a edificar el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia en el pueblo de Dios y Templo santo del Espíritu Santo.
Ellos serán configurados en Cristo sumo y eterno sacerdote, o sea serán consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, y con este título, que les une en el sacerdocio al obispo, serán predicadores del Evangelio, pastores del pueblo de Dios, y presidirán las acciones de culto, especialmente en las celebraciones del Sacrificio del Señor.
A vosotros, hijos y hermanos dilectísimos que vais a ser promovidos al orden del presbiterado, considerad que ejercitando el ministerio de la sagrada doctrina seréis partícipes de la misión de Cristo, único maestro.
Dad a todos esa Palabra de Dios, que vosotros mismos habéis recibido con alegría. Haced memoria de vuestra historia, de aquel don de la palabra que el Señor les dio, a través de la mamá, de la abuela, de los catequistas, de toda la Iglesia.
Leed y meditad asiduamente la palabra del Señor para creer lo que habéis leído, enseñad lo que habéis aprendido de la fe, vivir lo que habéis enseñado.
Esto sea el alimento para el pueblo de Dios, vuestra doctrina alegría y apoyo a los fieles y a Cristo, el perfume de vuestra vida porque con la palabra y el ejemplo, que van juntos, la palabra y el ejemplo, edificareis la casa de Dios, que es la Iglesia.
Vosotros continuaréis la obra santificadora de Cristo. Mediante vuestro ministerio el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto, porque unido al Sacrificio de Cristo, que por vuestras manos en nombre de toda la Iglesia viene ofrecido de forma incruenta en el altar en la celebración de los santos misterios.
Reconoced por tanto lo que hacéis, imitad lo que celebráis, porque así, participando en el misterio de la muerte y resurrección del Señor, lleváis la muerte de Cristo en vuestros miembros y camináis con Él en novedad de vida.
Llevar la muerte de Cristo en vosotros mismos, es caminar con Cristo en novedad de vida, sin cruz no encontrareis nunca al verdadero Jesús, y una cruz sin Cristo no tiene sentido.
Con el bautismo agregaréis nuevos fieles al pueblo de Dios. Con el sacramento de la penitencia perdonáis los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia.
Por favor, pido en nombre de Cristo y de la Iglesia les pido de ser misericordiosos, muy misericordiosos.
Con el óleo santo daréis alivio a los enfermos. Celebrando los sagrados ritos, elevando a las distintas horas del día la oración de alabanza y súplica, os haréis voz del pueblo de Dios y de la humanidad entera.
Conscientes de haber sido elegidos entre los hombres, elegidos, no se olviden de esto, elegidos. Es el Señor que les ha llamado uno a uno. Elegidos entre los hombres y constituidos a favor de ellos favor, no a favor mío, en comunión filial con vuestro obispo, comprometeos a unir a los fieles en una única familia, para conducirlos a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo.
Tened siempre delante de los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no ha venido para ser servido, sino para servir, no para quedarse en sus comodidades sino para salir y buscar salvar lo que estaba perdido.
El papa Francisco rezó este domingo, 17 abril 2016, la oración del Regina Coeli ante una plaza de San Pedro llena de fieles, turistas y peregrinos. Antes de la oración mariana el Santo Padre dirigió las siguientes palabras (ZENIT – Ciudad del Vaticano):
“¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El evangelio de hoy nos ofrece algunas expresiones pronunciadas por Jesús durante la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén, que se celebraba a finales de diciembre. Él estaba justamente en le área del Templo, y quizás aquel espacio sacro delimitado le sugiere la imagen del rebaño y del pastor.
Jesús se presenta como “el Buen Pastor” y les dice: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos”.
Estas palabras nos ayudan a entender que nadie puede decirse seguidor de Jesús si no escucha su voz. Y este escuchar no hay que entenderlo de una manera superficial, sino avasalladora, al punto que vuelve posible un verdadero conocimiento recíproco, del cual pueden venir un discipulado generoso, expresadas en las palabras “y ellas me siguen”. Se trata de un escuchar no solamente con el oído, pero con el corazón.
Por lo tanto la imagen del pastor de las ovejas indica la estrecha relación que Jesús quiere establecer con cada uno de nosotros. Él es nuestra guía y nuestro maestro, nuestro amigo, nuestro modelo, pero sobre todo nuestro salvador. De hecho la frase sucesiva del evangelio afirma: “Yo les doy vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos”.
¿Quién puede hablar así? Solamente Jesús, porque la mano de Jesús es una sola cosa con la mano del Padre, y el Padre es el “superior a todos”.
Estas palabras comunican un sentido de absoluta seguridad y de inmensa ternura. Nuestra vida se encuentra segura en las manos Jesús y del Padre, que son una sola cosa, un único amor, una única misericordia, reveladas para siempre en el sacrificio de la Cruz. Para salvar a las ovejas perdidas que somos todos nosotros, el Pastor se hizo cordero y se dejó inmolar para tomar sobre sí y quitar el pecado del mundo.
De esta manera Él nos ha dado la vida, pero la vida en abundancia. Este misterio se renueva en una humildad siempre sorprendente, en la mesa eucarística. Es allí que las ovejas se reúnen para nutrirse; es allí que se vuelven una sola cosa con el Buen Pastor.
Por esto no tenemos más miedo: nuestra vida ha sido salvada de la perdición. Nada ni nadie podrá nunca quitarnos de las manos de Jesús, porque nada ni nadie puede vencer su amor. ¡El amor de Jesús es invencible! El maligno, el gran enemigo de Dios y de sus criaturas intenta de muchas maneras arrancarnos la vida eterna. Pero el maligno no puede nada si no somos nosotros a abrirle las puertas de nuestra alma, siguiendo sus halagos engañosos.
La Virgen María ha escuchado y seguido dócilmente la voz del Buen Pastor. Nos ayude Ella a recibir con alegría la invitación de Jesús a volvernos sus discípulos y a vivir siempre en la certeza de estar en las manos paternas de Dios”.
El Santo Padre reza el Regina Coeli y después dice las siguientes palabras:
“Queridos hermanos y hermanas,
les agradezco a quienes han acompañado con la oración la visita que he realizado ayer a la Isla de Lesbos en Grecia.
A los refugiados y al pueblo griego he llevado la solidaridad de la Iglesia.
Estaban conmigo el patriarca ecuménico Bartolomé y el arzobispo Jerónimo de Atenas y de toda Grecia, para simbolizar la unidad en la caridad de todos los discípulos del Señor.
Hemos visitado uno de los campos de refugiados: provenían de Irak, Afganistán, Siria, África y de tantos países… Hemos saludado a unos trescientos refugiados uno a uno. Los tres, el patriarca Bartolomé, el arzobispo Jerónimo y yo. Muchos entre ellos eran niños: alguno de ellos –de estos niños– asistieron a la muerte de sus progenitores y de sus compañeros, o de otros que murieron ahogados en el mar. ¡He visto tanto dolor! Y quiero contar un caso particular, de un hombre joven, no tenía aún 40 años. Lo he encontrado ayer con sus dos hijos. Él es musulmán y me contó que estaba casado con una joven cristiana, se amaban y se respetaban mutuamente. Pero lamentablemente esta joven fue degollada por los terroristas, porque no quiso renegar a Cristo y abandonar su fe. ¡Es una mártir! Y este hombre lloraba tanto…
Esta noche un violento terremoto ha golpeado al Ecuador, causando numerosas víctimas y fuertes daños. Rezamos por estas poblaciones, y también por las del Japón, donde se registraron también algunos terremotos durante estos días. El auxilio de Dios y de los hermanos les de a ellos fuerza y apoyo.
Hoy es la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Estamos invitados a rezar por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Y en esta Jornada he ordenado esta mañana a 11 nuevos sacerdotes. Renuevo mi saludo a los nuevos presbíteros, familiares y amigos; e invito a todos los sacerdotes y seminaristas a participar al su Jubileo, en los tres primeros días de junio.
Y a los muchachos y muchachas que se encuentran en la plaza: piensen si el Señor no les llama a consagrar su vida a su servicio, sean en el sacerdocio o en la vida consagrada.
Saludo con cariño a los peregrinos provenientes de Italia y de tantas partes del mundo. Están presentes familias, grupos parroquiales, escuelas, asociaciones. Les bendigo a todos. Saludo en particular a los fieles de Madrid, San Pablo de Brasil y Varsovia, asi como a los peregrinos de las diócesis de Cerreto Sannita-Telese-Sant’Agata de los Goti, y Siena-Colle Val d’Elsa-Montalcino, acompañados por sus obispos; a los fieles de Specchia y de Verona; el coro Laurenziana de Mortara y el grupo ‘Progenitores para la terapia intensiva de los recién nacidos’.
Estoy cerca de tantas familias preocupadas por el problema trabajo. Pienso en particular a las situación precaria de los trabajadores italianos de los ‘call center’. Deseo que sobre todo prevalezca siempre la dignidad de la persona humana y no los intereses particulares.
Y a todos les deseo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mi. Que tengan un buen almuerzo y ‘arrivederci’”.
Catequesis del Papa en la audiencia del 13 de abril de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Tercera audiencia jubilar del año de la Misericordia
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Hemos escuchado el Evangelio de la llamada de Mateo. Mateo era un “publicano”, es decir un recaudador de los impuestos para el imperio romano y por eso considerado pecador público. Pero Jesús lo llama a seguirlo y a convertirse en su discípulo. Mateo acepta, y lo invita a cenar a su casa con sus discípulos. Entonces surge una discusión entre los fariseos y los discípulos de Jesús por el hecho de que estos comparten la mesa con los publicanos y los pecadores. Pero tú no puedes ir a casa de esta gente, decían.
Jesús, de hecho, no les aleja, es más, frecuenta sus casas y se sienta con ellos; esto significa que también ellos pueden convertirse en sus discípulos. Y también es verdad que ser cristianos no nos hace impecables. Como el publicano Mateo, cada uno de nosotros se encomienda a la gracia del Señor a pesar de nuestros pecados. Todos somos pecadores, todos hemos pecado. Llamando a Mateo, Jesús muestra a los pecadores que no mira a su pasado, a las condiciones sociales, a las convenciones exteriores, sino más bien les abre un futuro nuevo.
Una vez escuché un dicho bonito: ‘No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro’. Es bonito esto y es lo que hace Jesús. No hay santo sin pasado y no hay pecador sin futuro. Basta con responder a la invitación con corazón humilde y sincero. La Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón. La vida cristiana por tanto es escuela de humildad que se abre a la gracia.
Este comportamiento no es comprendido por quien tiene la presunción de creerse “justo” y mejor que los otros. Soberbia y orgullo no permiten reconocerse necesitados de salvación, es más, impiden ver el rostro misericordioso de Dios y actuar con misericordia. Además, la misión de Jesús es precisamente esta: venir a buscarnos a cada uno, pasar para sanar nuestras heridas y llamarnos a seguirlo con amor.
Lo dice claramente: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos” (v. 12). ¡Jesús se presenta como un buen médico! Él anuncia el Reino de Dios y los signos de su venida son evidentes: Él sana las enfermedades, libera de los miedos, de la muerte y del demonio. Delante de Jesús ningún pecado es excluido, ningún pecador es excluido porque el poder sanador de Dios no conoce enfermedad que no pueda ser curada. Y esto nos debe dar confianza, … para que venga y nos resane.
Llamando a los pecadores a su mesa, Él los resana restableciéndoles en esa vocación que ellos creían perdida y que los fariseos han olvidado: la de invitados al banquete de Dios. Según la profecía de Isaías: “El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados. Y se dirá en aquel día: «Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: él es Señor, en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!”. Así dice Isaías.
Si los fariseos ven en los invitados solo pecadores y rechazan sentarse con ellos, Jesús por el contrario les recuerda que también ellos son comensales de Dios. De este modo, sentarse en la mesa con Jesús significa ser transformados por Él y salvados. En la comunidad cristiana la mesa de Jesús es doble: está la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía (cfr Dei Verbum, 21).
Son estas las medicinas con las cuales el Médico Divino nos sana y nos nutre. Con la primera –la Palabra– Él se revela y nos invita a un diálogo entre amigos. Jesús no tenía miedo de dialogar con los publicanos, los pecadores, las prostitutas, Él no tenía miedo, amaba a todos. Su Palabra penetra en nosotros y, como un bisturí, actúa profundamente para liberarnos del mal que se anida en nuestra vida.
A veces esta Palabra es dolorosa porque incide sobre hipocresías, desenmascara las falsas excusas, descubre las verdades escondidas; pero al mismo tiempo ilumina y purifica, da fuerza y esperanza, es un reconstituyente valioso en nuestro camino de fe. La Eucaristía, por su parte, nos nutre de la vida misma de Jesús y, como un poderoso remedio, renueva continuamente en un modo misterioso la gracia de nuestro bautismo. Acercándose a la Eucaristía nosotros nos nutrimos del Cuerpo y la Sangre de Jesús, y sin embargo, viniendo a nosotros, ¡es Jesús que nos une a su Cuerpo!
Concluyendo ese diálogo con los fariseos, Jesús les recuerda una palabra del profeta Oseas (6,6): «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios» (Mt 9,13).
Dirigiéndose al pueblo de Israel les regaña porque las oraciones que alzaban eran palabras vacías e incoherentes. A pesar de la alianza de Dios y la misericordia, el pueblo vivía a menudo con una religiosidad “de fachada”, sin vivir en profundidad el mandamiento del Señor.
Es por eso que el profeta insiste: “Yo quiero misericordia”, es decir la lealtad de un corazón que reconoce los propios pecados, que se arrepiente y vuelve a ser fiel a la alianza con Dios, “y no sacrificios”: ¡sin un corazón arrepentido toda acción religiosa es ineficaz! Jesús aplica esta frase profética también a las relaciones humanas: aquellos fariseos eran muy religiosos en la forma, pero no estaban dispuestos a compartir la mesa con los publicanos y los pecadores; no reconocían la posibilidad de un arrepentimiento y por eso, de una curación; no colocaban en primer lugar la misericordia: siendo fieles custodios de la Ley, ¡demostraban no conocer el corazón de Dios! Es como si a ti, te regalaran un paquete, donde dentro hay un regalo y tú, en lugar de ir a buscar el regalo, miras solo el papel que lo envuelve, solo las apariencias, la forma, y no el centro, el regalo que viene dado.
Queridos hermanos y hermanas, todos nosotros estamos invitados a la mesa del Señor. Hagamos nuestra la invitación de sentarnos al lado de Él junto a sus discípulos. Aprendamos a mirar con misericordia y a reconocer en cada uno de ellos un comensal. Somos todos discípulos que tienen necesidad de experimentar y vivir la palabra consoladora de Jesús. Tenemos todos necesidad de nutrirnos de la misericordia de Dios, porque es de esta fuente que brota nuestra salvación.
(Texto traducido desde el audio por ZENIT)
El obispo Felipe Arizmendi Esquivel invita a leer y meditar la exhortación del Papa, Amoris Laetitia. 15 abril 2016 (ZENIT)
Hacia el ideal del matrimonio
VER
Las familias están atravesando crisis muy delicadas. Aunque se hayan casado por ambas leyes, se desintegran por cualquier motivo; ya no hay esa estabilidad que antes daba seguridad y paz a las personas, sobre todo a los hijos, sino que todo pende de un hilo. A veces sólo aducen que ya no se quieren, que ya no se entienden, y no hacen esfuerzos por reconciliarse, sino que cada quien jala por su lado. No importan los sufrimientos de los hijos. Se justifican alegando su derecho a rehacer su vida, aunque se lleven de corbata a medio mundo.
familia en Colombia (Pixaball PD codigodinamico87)
Hay legislaciones e ideologías que están minando la familia en sus bases. Al defender la libertad personal a ultranza, sin deberes ni obligaciones, cada quien hace lo que quiere. Las telenovelas y cuanto se difunde en internet, sólo incitan al apetito desaforado de complacerse con quien sea y como sea, sin normas ni compromisos. Cuando comprueban los efectos negativos de este libertinaje, ya es demasiado tarde. Acaban frustrados, amargados, solitarios, en una búsqueda compulsiva de nuevos placeres.
El papa Francisco acaba de enviarnos un importantísimo documento sobre el matrimonio y la familia, titulado en latín Amoris laetitia, que significa La alegría del amor, y que es fruto de dos Sínodos Mundiales de Obispos. Resalta la belleza del matrimonio y de la familia según el plan de Dios. Esta parte del documento es de suma trascendencia. En el capítulo octavo, aborda puntos delicados, sobre los cuales algunos esperaban que cambiara la doctrina y la praxis de la Iglesia. No es así.
PENSAR
Sobre la esencia del matrimonio, dice: “El matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse en iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad. Otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal”.
Con una gran apertura, reconoce que hay otras formas de unión, que pueden realizar este ideal, “al menos de modo parcial y análogo… La Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio”. Hay elementos buenos en esas uniones, pero no son el ideal del matrimonio que Dios quiere y que la Iglesia propone y defiende.
Aunque lo deseable es un matrimonio consagrado por el sacramento, dice sobre aquellos que se casan sólo por lo civil: “Cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público, está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas, puede ser vista como una ocasión de acompañamiento en la evolución hacia el sacramento del matrimonio”. No afirma que basta un matrimonio civil, pero lo considera como un posible camino para llegar al sacramento.
Con un corazón misericordioso, dice: “Es preocupante que muchos jóvenes hoy desconfíen del matrimonio y convivan, postergando indefinidamente el compromiso conyugal, mientras otros ponen fin al compromiso asumido y de inmediato instauran uno nuevo. Ellos, que forman parte de la Iglesia, necesitan una atención pastoral misericordiosa y alentadora. Porque a los pastores compete no sólo la promoción del matrimonio cristiano, sino también el discernimiento pastoral de las situaciones de tantas personas que ya no viven esta realidad, para entrar en diálogo pastoral con ellas a fin de poner de relieve los elementos de su vida que puedan llevar a una mayor apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud. Es preciso afrontar todas estas situaciones de manera constructiva, tratando de transformarlas en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio. Se trata de acogerlas y acompañarlas con paciencia y delicadeza”.
ACTUAR
Invito a leer y meditar este importante documento, para normar nuestro criterio y nuestra pastoral
Reflexión a las lecturas del domingo cuarto de Pascua C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 4º de Pascua C
Una de las imágenes más hermosas y atrayentes de Jesucristo, es la que nos lo presenta como Buen Pastor. Es lo que sucede cada año el cuarto domingo de Pascua.
En el tiempo pascual, en efecto, esta imagen adquiere un especial relieve, porque nos presenta a Jesús como el Pastor, que ha entregado su vida por las ovejas, y ha resucitado. Este domingo la Liturgia de la Iglesia proclama: “Ha resucitado el buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya”.
En el texto breve del Evangelio, Jesucristo nos presenta un resumen de su condición de Pastor: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano…” ¡Que hermoso!
De este modo, encontramos nuestra seguridad en Él. No es vana aquella confianza de la que nos habla S. Pablo: “Bien sé de quién me he fiado” (2Tim 1, 12).
Se nos invita, por tanto, este domingo a reflexionar y a orar saboreando lo que proclamamos en el salmo responsorial: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”.
Y esto hemos de llevarlo a la práctica, siendo ovejas buenas de tal Señor, porque le escuchamos, le seguimos, le damos a conocer.
La segunda lectura nos enseña que el Buen Pastor está en el Cielo. Y, al mismo tiempo, quiere seguir siendo el Pastor de su pueblo peregrino en la tierra. Esto se realiza a través de su Cuerpo, que es la Iglesia, en el que hay “diversidad de ministerios y unidad de misión” (A. A., 2). Desde ahí, todos tenemos que ayudar a Jesucristo a realizar esa tarea.
En la primera lectura contemplamos a Pablo y a Bernabé que realizan su misión, hablando y actuando en nombre de Cristo, en los distintos lugares por donde van pasando. ¡Así tenemos que hacerlo todos!
A eso puede ayudarnos la celebración de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se ha unido, desde hace más de 50 años, a este domingo IV de Pascua.
¡Qué necesidad tenemos de que aumenten las vocaciones en nuestras Iglesias de antigua tradición cristiana! ¡Somos tan pocos! Oración y acción es la respuesta. ¡Don y tarea, que decimos siempre!
Ante todo, la oración, porque la llamada viene de Dios, y la respuesta se apoya en Él y en su gracia. Pero hace falta también la acción. Solemos decir que Dios no tiene un teléfono u otros medios para hacer llegar sus llamadas en directo, a cada uno, sino que cuenta con las mediaciones humanas. Y cuantas más sean las mediaciones humanas, más serán las llamadas, las vocaciones. Por tanto, ¡el que haya más o menos vocaciones también depende de nosotros!
Felicitémonos porque Cristo es nuestro Pastor y porque ha puesto en nuestras manos tanta responsabilidad.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO IV DE PASCUA C
MONICIONES
En los domingos de Pascua, la primera Lectura nos va presentando relatos de los primeros tiempos de la Iglesia. Hoy contemplamos como, ante el rechazo de los judíos, Bernabé y Pablo se deciden a anunciar el Evangelio a los gentiles.
Escuchemos con atención.
SALMO
El salmo es una invitación a proclamar la universalidad de nuestra fe. Pablo y Bernabé anunciaron el Evangelio a los gentiles. Ahora nosotros invitamos a toda la tierra a aclamar al Señor por sus maravillas.
SEGUNDA LECTURA
En la segunda lectura de hoy se nos presenta a Cristo glorioso en el Cielo, donde recibe el culto de los santos, y donde es el Pastor bueno, que cuida y hace inmensamente felices, a los que vienen de la gran tribulación.
TERCERA LECTURA
Jesucristo es nuestro Pastor. Conoce a sus ovejas y ellas le conocen, escuchan su voz, y le siguen. Nadie puede arrebatarnos de su mano ni de la mano de su Padre.
Pero antes de escuchar el Evangelio, le aclamamos cantando el aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión nos encontramos con Jesucristo, el Pastor bueno, que alimenta a su rebaño con su propio Cuerpo.
Que Él nos ayude a cumplir nuestro deber de fomentar las vocaciones, con nuestra oración y nuestro trabajo apostólico.
El obispo de Tenerife ha establecido que el venidero fin de semana del 23 y 24 de abril de 2016 sean dos jornadas diocesanas de oración por el Plan Diocesano de Pastoral (PDP) y la Misión diocesana a celebrar en estos años. En las Misas de esos días se ha de tener especialmente presente esta intención. Para ello adjunto un subsidio litúrgico. Igualmente, si podemos establecer algún momento de oración ante el Santísimo sería estupendo. También adjunto propuestas para ello.
ADORACIÓN EUCARÍSTICA
Ambientación: Podemos además de preparar lo necesario para la adoración Eucarística, colocar en lugar visible el Cartel del PDP, y si lo vemos factible, colocar también el Cirio, luz de Cristo que nos llama a ser Iglesia en Salida que lleva la Sal y la Luz al mundo.
Monición Inicial (son dos opciones para variar)
La alegría del evangelio.
Todo comienzo, supone siempre la ilusión de la novedad pero también el miedo de no saber cómo será, o cómo saldrán las cosas.
Se nos presenta un nuevo proyecto, un nuevo Plan Diocesano de Pastoral. Una oportunidad para caminar todos juntos en una misma línea, aunar fuerzas y ser en verdad una Iglesia en Salida Misionera. Un proyecto que necesita ser acogido con ilusión y cariño.
No como unas ideas que nos vienen de lejos, sino una llamada que se nos hace desde dentro al corazón de cada fiel cristiano: VIVIR LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO.
Caminar juntos, unidos en una dirección, saliendo al mundo, abriendo caminos, llevando a Cristo nuevamente con alegría, viviendo una fe renovada e ilusionada, exige de todos poner lo mejor de nosotros. Por eso, este rato de oración quiere ser un apoyo para sostener la ilusión de los hermanos y la nuestra, para no olvidar el camino a seguir, para acogerlo con cariño, para que cuando las fuerzas les falten a algunos, nuestra oración los sostenga para seguir siendo una Iglesia en Salida que no está dispuesta a dejar que le roben la Alegría del Evangelio.
EN SALIDA
En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham, Moisés, Jeremías…. Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.
Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá
La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir.
El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme (cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas.
Exposición Santísimo
Cantos: No adoréis a Nadie, Nada nos separará, Cantemos al Amor de los amores, Majestad, Vive Jesús el Señor, Tu fidelidad es grande, Ven no apartes de mi los ojos…
Exposición del Santísimo e invocaciones iniciales (Bendito y alabado sea Jesús Sacramentado… y las oraciones)
SILENCIO
Textos bíblicos para elegir (u otro que se considere oportuno):
“Ellos salieron a predicar el evangelio por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba la palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16, 20)
* * * * *
“En aquel tiempo Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos.
Les ordenó que tomasen para el camino, un bastón y nada más pero ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos. Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”.
(Mc 6, 7-13)
* * * * *
"Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8).
* * * * *
SILENCIO
Podemos unificar todos los objetivos generales o aprovechar y dividir este tiempo de oración en tres momentos, insistiendo en cada uno en una de las líneas de acción generales del PDP y la invitación que nos hace el Papa Francisco en la exhortación sobre la Alegría del Evangelio.
1 opción: -Fortalecer la espiritualidad misionera y la vivencia de una Iglesia en salida.
PRIMEREAR (una vez conocida y asimilada esta nueva palabra podemos variar los textos usando las otras palabras de este quinquenio).
“La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear”.
(EG nº 24)
Dios nos invita a una Iglesia que sale a buscar el hombre y mujer de hoy, en su realidad concreta. No a esperar a que vengan, sino a salir a ofrecer el amor de Dios. En el deseo de comunicar el amor, “ay de mí si no anuncio el evangelio”, y anunciarlo decía San Pablo es la paga más valiosa. Salir como nos dice el evangelio a buscar en los caminos a todos e invitarlos al banquete del Reino de Dios.
2. opción: -Incrementar la vivencia de la vida como vocación
Acompañar e Involucrarse
La Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz… La comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean.
Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites
(EG nº 24).
3. opción -Mejorar la dimensión evangelizadora de la acción social.
Fructificar y festejar
La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarlahasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora.
“La comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar».
Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo” (EG nº 20)
TRAS CADA OPCIÓN DEJAR TIEMPO DE SILENCIO PARA ORAR Y QUE LA GENTE PUEDA DIALOGAR CON EL SEÑOR.
INCLUSO PODEMOS FOTOCOPIAR EL FRAGMENTO QUE VAYAMOSA USAR Y ASÍ LA GENTE TIENE EL TEXTO EVANGÉLICO Y LAS PALABRAS DEL PAPA.
Peticiones
Oremos hermanos, pidiendo al Señor que guíe y fortalezca
el caminar de nuestra iglesia:
1º OPCIÓN.
1. Unámonos en oración para pedir por el Papa Francisco, los obispos, sacerdotes y todos los fieles en general, para que nuestra Iglesia primeree el amor de Dios a los hombres y les facilite el encuentro con la misericordia salvadora del Padre. Oremos.
R. “Escúchanos, Señor”
2. Unámonos en oración para que en nuestro país y en todo el mundo crezcan la paz, la generosidad, la justicia y el bienestar para todos. Que los pueblos superen sus diferencias y que la pobreza y el vacío existencial desaparezcan de nuestros corazones. Oremos. R.
3. Unámonos en oración para que los cristianos sepamos testimoniar el amor y la esperanza que Dios ha puesto en nuestros corazones, y seamos testigos de la misericordia de Dios en medio de un mundo necesitado de reconciliación y de perdón. Oremos. R.
4. Unámonos en oración para que aquellos que no conocen a Cristo Jesús puedan llegar un día a descubrir el gran tesoro de la fe a través de nuestro testimonio, y así puedan vivir la alegría del Evangelio. Oremos.
5. Unámonos en oración para que nuestra Iglesia Diocesana sea una Iglesia en Salida, que en su trabajo evangelizador y misionero sale a llevar el amor y la esperanza a los hombres y mujeres que viven en nuestras islas, especialmente a los más pobres y los que más sufren. Oremos.
6. Unámonos en oración para que surjan vocaciones misioneras aquí en nuestra diócesis, que tengan el valor de anunciar a Cristo en la próxima misión diocesana. Oremos.
2º OPCIÓN.
1.- Por el Papa Francisco, para que el Espíritu Santo le guíe, le aliente y le ayude en el gobierno de la Iglesia y en la evangelización de los pueblos. OREMOS
2.- Por todos aquellos que buscan la paz, la justicia y el bien común para que vean fructificar su trabajo y esfuerzo. OREMOS
3.- Por los enfermos, para que la fuerza del Espíritu Santo les acompañe y fortalezca, y para que no falten cristianos que en salida misionera se acerquen a acompañarlos y animarlos en la fe. OREMOS
4.- Por los que andan desorientados y faltos de fe. Para que descubran que el Amor de Dios está llamando a su puerta y esperando para derramar su infinita misericordia. OREMOS
5.- Por nuestra diócesis que comienza un nuevo Plan Diocesano de Pastoral, para que sea acogido por todos con cariño e ilusión, y así siendo Iglesia en salida, vayamos por la vida transmitiendo la alegría del Evangelio a las gentes. OREMOS
6.- Por cada uno de nosotros, llamados a ser discípulos misioneros de la misericordia de Dios, que primereados por el amor del Padre, superemos nuestros miedos y seamos capaces de ser testigos de la fe en nuestra vida diaria. Oremos.
Cantos: Nos envías por el mundo, Id amigos-Sois la semilla, Grita profeta, Canción del misionero (Llevamé donde los hombres…)
Gesto: las primeras veces podríamos usar el gesto de encender la vela, el entregar un marcador de libro sencillo con los objetivos generales o con la idea de PRIMEREAR.
También es bueno tener allí los trípticos por si alguien no los tuviera, etc.
Oración Final
Padre Bueno, te pedimos que
nos enseñen a ser Iglesia en salida,
a vencer la comodidad y el
miedo, a tomar la iniciativa, movidos
por el Espíritu; a salir al
encuentro del otro para mostrarle
la infinita misericordia de
tu corazón; a llegar a las periferias
existenciales y geográficas
de nuestras Islas. Y todo, desde
la comunión para la misión a la
que nos invitas ahora a través
del Plan Diocesano de Pastoral.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén
Bendición -Reserva
Comentario a la liturgia dominical – Cuarto domingo de Pascua por Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el Centro de Humanidades Clásicas de la Legión de Cristo, en Monterrey (México). 12 abril 2016 (ZENIT)
Cuarto domingo de Pascua Ciclo C
Textos: Hech 13, 14.43-52; Ap 7, 9.14b-17; Jn 10, 27-30
Idea principal: Veamos el corazón misericordioso de Cristo, el Buen Pastor. Y cómo debemos ser las ovejas.
Síntesis del mensaje: De las varias imágenes que intentan describir quién es Jesús para nosotros (Cordero, Señor, Rey, Piedra angular, Luz, Verdad, Puerta….), en este domingo IV de Pascua se nos presenta Jesús como el Buen Pastor, siguiendo el capítulo 10 del evangelio de Juan. Pastor que conoce, ama, alimenta, defiende y da la vida por las ovejas. Y las ovejas, por su parte, escuchan su voz y le siguen, es decir, le obedecen.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Cristo es Pastor para todos (1ª lectura). Para todo tipo de ovejas: sanas y enfermas, calmadas y rebeldes, nutridas y desnutridas, fuertes y débiles, perniquebradas e íntegras, perdidas o fieles, merinas y de buena lana o montesinas y de buena carne. Ovejas que Él conoce muy bien, las ama con ternura y misericordia, le siguen con alegría, las alimenta diariamente con la vida eterna y las sacia en las fuentes de aguas vivas de los sacramentos y las defiende con el cayado de la Iglesia para que el lobo no las arrebate de su aprisco. Pastor que va delante, guiándonos el camino. Jesús nos conoce y nos ama, se adapta a cada uno, ayudándonos de acuerdo a nuestras necesidades y debilidades. En un rebaño, algunas ovejas son lentas y perezosas, otras son muy ansiosas y rápidas; algunas están enfermas, otras cojas, algunas tienen tendencia a perderse, otras a desviarse. Jesús es cuidadoso en guiar a cada persona, con infinita compasión y misericordia, a los pastos de la vida verdadera y perdurable. Pastor que sabe que esas ovejas se las puso su Padre en las manos (evangelio).
En segundo lugar, ¿cuáles son las condiciones para pertenecer al rebaño de Cristo Pastor de todos y para todos? “Mis ovejas escuchan mi voz…y ellas me siguen”. Escuchar y seguir al Pastor. Escucharle con la inteligencia y seguirle con la voluntad. Escuchar su enseñanza, contenida en los santos evangelios y explicada por la Iglesia. Conocerlo con nuestra inteligencia y así poder amarlo, tendiendo a Él con todo el impulso de nuestra voluntad. Quien se resiste a escuchar la voz de este Pastor camina decididamente hacia su propia perdición. Toda la Escritura es una reiterada invitación a escuchar. En la primera lectura Pablo y Bernabé hablan a la ciudad de Antioquía y fueron muchos los que les escuchaban, tantos que provocaron la envidia y palabras injuriosas a quienes estaban con los oídos cerrados a la Buena Nueva de la resurrección. Para escuchar a este Pastor se necesita humildad y silencio interior. Y para seguir la voz de ese Pastor se necesita docilidad, para dejarse moldear por su doctrina, volviéndose cera blanda en sus manos. Aquí entra la labor del Espíritu Santo que va modelando en nosotros, si le dejamos, la imagen de Cristo, exhortándonos a salir de aquel vicio o pecado, de la mediocridad, de la tibieza, y a desprendernos del hombre terreno y aspirar a las cosas celestiales. Es preciso seguir al Pastor, es preciso seguir al Cordero dondequiera que vaya, haciendo nuestras sus palabras, teniendo su misma mente y corazón.
Finalmente, Pastor, que antes fue Cordero (2ª lectura) que se inmoló en la Cruz para con su muerte darnos la vida eterna y abrirnos las puertas del cielo. Ese Pastor también fue primero Cordero que se sacrificó para purificar y santificar a todas las ovejas. Desde la fuente de los sacramentos nos salpica con su sangre bendita que nos limpia. ¿Qué ganó para nosotros este Cordero? La segunda lectura de hoy nos responde: nos preparó el camino para las praderas eternas, el cielo. Una enorme muchedumbre, imposible de contar, “formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas”. Todos están de pie, ante el trono del Cordero, con túnicas blancas y palmas en las manos, alabándole de manera incesante. Allí, en el cielo, sus ovejas ya no padecerán hambre ni sed, ni serán agobiadas por el sol y el calor, la injusticia y la maldad de los lobos. Ahora viven felices al lado del Pastor-Cordero. Y allí nadie nos arrebatará de las manos de su Padre celestial.
Para reflexionar: ¿Estoy convencido que Cristo me quiere como soy, aun en mis momentos malos y defectuosos? ¿Imito a Jesús el Buen Pastor en la educación de mis hijos, o como profesor, y en todo lo que haga? ¿Soy oveja dócil, receptiva o rebelde y arisca?
Para rezar: recemos el salmo 23
El Señor es mi pastor;
nada me falta.
En verdes praderas me hace descansar,
a las aguas tranquilas me conduce,
me da nuevas fuerzas
y me lleva por caminos rectos,
haciendo honor a su nombre.
Aunque pase por el más oscuro de los valles,
no temeré peligro alguno,
porque tú, Señor, estás conmigo;
tu vara y tu bastón me inspiran confianza.
Me has preparado un banquete
ante los ojos de mis enemigos;
has vertido perfume en mi cabeza,
y has llenado mi copa a rebosar.
Tu bondad y tu amor me acompañan
a lo largo de mis días,
y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Información recibida de Carlos Peinó Agrelo. Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
MARÍA EN LOS ANTECEDENTES Y COMIENZOS DEL MOVIMIENTO DE CURSILLOS DE CRISTIANDAD
El Boletín del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de España, KERYGMA, publica, en su Número 179, Marzo-Abril-Mayo 2015, un trabajo (seis páginas) de Eugenio y Tico Severín (El Cursillista Austral desde Valparaíso) sobre «María en el MCC». De él te facilito las primeras líneas del texto.
«Desde los hechos que antecedieron, esto es su Prehistoria, pasando por los que dieron origen al Movimiento y estuvieron presentes en su nacimiento, hasta el presente, en todo su desarrollo a través del tiempo, en toda la historia del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, podemos constatar una presencia maternal y amorosa dela Virgen Maña, acompañando a sus dirigentes en sus distintas vicisitudes, bendiciendo sus actividades apostólicas, intercediendo ante el Señor para presentarle sus peticiones y sirviendo de canal por donde vienen las gracias que les da Cristo. Asimismo, Maria ha sido un importante apoyo durante el desarrollo del Movimiento, ayudándolo a mantenerse vigente como elemento e instrumento de la pastoral, y sosteniéndolo cara al futuro».
«El primer antecedente remoto que tenemos de la presencia y preocupación de María por los Cursillos, lo podemos descubrir en 1932, diecisiete años antes del Primer Cursillo, en aquel de Acto de Clausura del 2o Congreso Nacional de la Juventud de Acción Católica Española, cuando, a los pies de la Virgen del Pilar, se hiciera el compromiso de organizar, con su ayuda, el 3er Congreso, en 1937, en Santiago de Compostela y organizar con ese motivo una gran peregrinación que llevara a 100.000 jóvenes españoles y latinoamericanos en Gracia a Santiago de Compostela, a la tumba del Apóstol "y hacer de nuestras vidas un continuo caminar de santidad hacia Dios, a impulsos de María, llevando con nosotros a los hermanos". (Cfr. Jaime Capo, Documentos para un estudio. "Entrevista a Bartolomé Ruitord", p.1).
»Como sabemos, la guerra civil española entre 1936 y 1939 impidió que se cumpliera el proyecto en la fecha planificada y sólo en 1941 volverá a proyectarsela Peregrinación, esta vez para Agosto de 1948.
»Como preparación para esta Peregrinación a Santiago, la J.A.C.E. emprendió una intensa campaña de formación de los Peregrinos, mediante Cursillos que se dictarían en todas las diócesis de España, desde entonces y hasta 1948, entre cuyos temas o lecciones, una sería "Maria" (Cfr. Jaime Capo, Documentos para un estudio. "Entrevista a Bartolomé Ruitord", pp. 17-19).
»Esta preparación, así como el espíritu juvenil y generoso, el estilo peregrinante y la confianza en la mediación de Maria, tendrían una influencia determinante en el inicio de nuestros Cursillos de Cristiandad. Muchas ideas, frases, criterios y actitudes, expuestos en estos Cursillos previos, se plasmarían en la formulación del 1er Cursillo, dado en Enero de 1949 en el Santuario de San Honorato en Mallorca.
»El peregrinar a Santiago, cuya influencia en el nacimiento del MCC es indiscutible, estuvo bajo la protección amorosa de María […]».
Bartolomé Riutord, se lee en la Web Oficial del Secretariado Diocesano del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de Mallorca, (http:/mccmallorca.org/h-fallecido-batolome.riutort/: «El pasado martes 12 de mayo de 2015, falleció a los 92 años Bartolomé Riutord Catalá, uno de los más destacados cursillistas de la primera hora y sin lugar a duda, uno de los principales iniciadores y promotores del movimiento de Cursillos de Cristiandad».
Mons. Jaime Capó escribe: «[…] Porque los vi nacer y a ellos he dedicado toda mi vida ministerial […]» [1] … «Toda mi vida, aún antes de ser ordenado sacerdote, ha estado vinculada al MCC. También lo estuvo la vida, destino y muerte de mi hermano Juan […]» [2].
RECUERDA QUE:
«Decir Manuel Aparici era decir Juventud de Acción Católica» [3]. «En él está encerrada casi toda la historia y el espíritu de esa Juventud» [4], «de aquella Juventud que él quería unida en torno al Papa y a los Obispos» [5]. Había asumido e interpretado con mucha claridad el espíritu dela Acción Católica definida por Pío XI.
Manuel Aparici, Capitán de Peregrinos, Presidente Nacional de los Jóvenes de Acción Católica y, una vez ordenado sacerdote, Consiliario Nacional de los mismos, «una gloria y corona de la Diócesisde Madrid, singular y deslumbrante» [6], es una de las figuras más importantes de la Iglesia española en el siglo XX, «Coloso de Cristo, de la Iglesia y del Papa» como lo calificó el Cardenal Herrera Oria [7], humilde converso, apóstol infatigable y apóstol con vocación de crucificado, que él mismo pidió al Señor y éste le concedió; él, con su tesón, hizo revivir, y de qué modo, el Camino de Santiago; él anticipándose en muchísimas cosas al Concilio Vaticano II, dio el matiz peregrinante a esa Juventud; él fue el artífice y el alma de la magna peregrinación mundial juvenil a Santiago de Compostela el 28 de Agosto de 1948; él fue el creador en 1940 de los Cursillos de Adelantados, Jefes y Guías de Peregrinos para dar base espiritual honda a los jóvenes «adelantados» camino de Santiago [8], y después antecedente de los Cursillos de Cristiandad, los cuales recogen entre otros muchos elementos el espíritu peregrinante de Manuel Aparici; él ...
Carlos Peinó Agrelo
Peregrino. Cursillista. Ex-Notario Adjunto Tribunal Eclesiástico (Archidiócesis de Madrid, España) Causa de Canonización de Manuel Aparici. Colaborador en la redacción de la Positio super virtutibus, Ex-Vice Postulador de su Causa, etc.
[1] «Llorad sobre vuestros hijos. L. 23,28. I Los Movimientos y Comunidades Eclesiales (Específicamente Cursillos de Cristiandad» (en adelante LLSVH).
[2] «Cursillos de Cristiandad. El mensaje, el origen, una experiencia». Editorial AGUAS BUENAS. 1989, p. 296.
[3] SIGNO de fecha 17 de Noviembre de 1948.
[4] «¡¡Ojala –dirá muchos años después el Rvdo. Don Jaime García Rodríguez, testigo– que de este rescoldo se avive lo que tanto bien ha hecho ala Iglesia, y que lleva veinte años de letargo: nuestra Acción Católica!! Esto que fue el mimo de Manolo será, sin duda, objeto de su intercesión ante el Señor» (Copia Pública. p. 9847, en adelante C.P.).
[5] Mons. Maximino Romero de Lema, Arzobispo, testigo (C.P. pp. 9814-9832).
[6] José Díaz Rincón, testigo (Su carta de fecha 14 de Diciembre de 2002).
[7] Mons. Mauro Rubio Repullés, testigo (C.P. pp. 462-482).
[8] Antonio García-Pablos y González-Quijano, testigo, que sucedió a Manuel Aparici enla Presidencia Nacional de los Jóvenes de Acción Católica, fue uno de los jóvenes que participó en el Cursillo de Adelantado de Peregrinos celebrado en 1940 enLa Coruña dirigido por Manuel Aparici ... Algo inolvidable (José Luis López Mosteiro, testigo. C.P. pp. 406-420).
Carta dominical del arzobispo de Barcelona, monseñor Juan José Omella, 10 ABRIL 2016 (ZENIT):
“¡Oh Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!” (Ant. Magníficat II, Vísperas del Corpus Christi). Cuando comulgamos dignamente, Cristo entra en nosotros para llenarnos de su Espíritu y quedamos llenos de la vida del Espíritu, llenos del Amor de Dios que es el Espíritu Santo, el Amor eterno con que el Padre y el Hijo se aman. El cuerpo de Cristo nos espiritualiza porque nos sumerge en el Espíritu Santo, en el abrazo de Amor y de Unidad que es la persona del Espíritu Santo. No recibimos un cuerpo carnal sino espiritual. “Quien se une al Señor, se hace un solo espíritu con él” (1Cor 6,17).
No formamos una sola carne con Él sino un solo espíritu, ya que la carne “perece como flor del campo” (Is 40,7). Por gracia quedamos unidos al Cuerpo de Cristo que ha vencido la muerte resucitando en la mañana esplendorosa de Pascua; al Cuerpo de Cristo que ha vencido los dolores, las fragilidades, los sufrimientos de nuestra naturaleza herida.
Ese cuerpo glorioso de Cristo posee la fuerza que da vida a quien lo recibe. Así lo expresa san Cirilo en un precioso texto que quizás pueda sorprendernos pero que está imbuido de gran sabor evangélico: “Para que no nos contagiemos del tétano viendo o tocando la carne y la sangre expuesta sobre la mesa santa de las iglesias, Dios, por una gran condescendencia, ha enviado sobre los dones presentados sobre el altar la fuerza de la Vida y los transforma en energía de su propia Vida. (In Mat 26,27)
Ese Cuerpo glorioso de Cristo nos incorpora a Él, nos hace habitar en Él, nos transforma y nos espiritualiza en Él.
Por la Eucaristía, Dios nos transforma por dentro penetrando “hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas” (Heb 4,12) de nuestro ser. Es decir, hasta esa parte inmortal y divina depositada en nosotros: “ese Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rm 5,5) y “enviado a nuestras almas” (al 4,5) para santificarnos, vivificarnos y espiritualizarnos poco a poco.
Jesucristo, concediéndonos la gracia de participar de su Espíritu, quiere arrancarnos, progresivamente, de las cosas de la tierra para hacernos renacer de lo alto porque “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”(1Cor 15,50), sino la carne y la sangre transformadas por la Eucaristía. Fortalecidos por la presencia de su Espíritu, avanzamos llenos de seguridad y podemos decir llenos de confianza, como decía Job desde el lecho del dolor: “Sé que mi Defensor está vivo, que con mi carne le veré; sí, yo mismo le veré” (Jb 19,25-26). Dios, nuestro Padre, en quien tenemos puesta nuestra confianza, “dará la vida a nuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en nosotros” (Rm 8,11).
La Eucaristía nos diviniza y nos abre las puertas de la vida. ¡Qué misterio tan asombroso! Adoremos en silencio. Adoremos en la acción de gracias. Adoremos con el deseo de acercarnos más y más a la Eucaristía, fuente de nuestra santificación.
Que Dios os bendiga a todos.
+Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona
El papa Francisco ha rezado este domingo, 10 de Abril de 2016, desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico, el Regina Coeli, acompañados por miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos en la orilla del lago de Galilea, con la descripción de la pesca milagrosa (cfr Jn 21,1-19). La historia se enmarca en la vida cotidiana de los discípulos, cuando han regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días angustiantes de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había pasado. Pero, mientras todo parecía haber acabado, es una vez más Jesús quien “busca” a sus discípulos. Es Él que va a buscarlos. Esta vez les encuentra en el lago, donde ellos han pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes aparecen vacías, en un cierto sentido, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo para seguirlo, lleno de esperanza… ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado y pensaron ‘se ha ido, nos ha dejado’. Ha sido como un sueño esto.
Pero Jesús al alba se presenta en la orilla del lago; pero ellos no lo reconocieron (cfr v. 4). A esos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” (v. 6). Los discípulos se fiaron de Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. A este punto Juan se dirige a Pedro y dice: “¡Es el Señor!” (v. 7). Y en seguida Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. En esa exclamación: “¡Es el Señor!”, está todo el entusiasmo de la fe pascual, “Es el Señor”, llena de alegría y estupor, que contrasta fuertemente con el desconcierto, la desesperación, el sentido de impotencia del que se había llenado el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma cada cosa: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil se convierte nuevamente en fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja lugar a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.
Desde entonces estos sentimientos animan la Iglesia, la Comunidad del Resucitado. Todos nosotros somos la Comunidad del Resucitado. Si a una mirada superficial puede parecer a veces que las tinieblas del mal y el cansancio del vivir cotidiano dominan la situación, la Iglesia sabe con certeza que sobre los que siguen al Señor Jesucristo resplandece ya para siempre la luz de la Pascua.
El gran anuncio de la Resurrección infunde en los corazones de los creyentes una alegría íntima y una esperanza invencible. ¡Cristo verdaderamente ha resucitado! También hoy la Iglesia continúa a hacer resonar este anuncio festivo: la alegría y la esperanza continúan fluyendo en los corazones, en los rostros, en los gestos, en las palabras. Todos nosotros cristianos estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a los que encontramos, especialmente al que sufre, al que está solo, al que se encuentra en condiciones precarias, a los enfermos, a los refugiados, a los marginados. A todos hagamos llegar un rayo de luz de Cristo resucitado, un signo de su poder misericordioso.
Él, el Señor, renueve también en nosotros la fe pascual. Nos haga cada vez más conscientes de nuestra misión al servicio del Evangelio y de los hermanos; nos llene de su Santo Espíritu para que, sostenidos por la intercesión de María, con toda la Iglesia, podamos proclamar la grandeza de su amor y la riqueza de su misericordia.
Después de la oración del Regina Coeli:
Queridos hermanos y hermanas,
En la esperanza que nos dona Cristo resucitado, renuevo mi llamamiento para la liberación de todas las personas secuestradas en zonas de conflicto armado; en particular deseo recordar al sacerdote salesiano Tom Uzhunnalil, secuestrado en Aden en Yemen el pasado 4 de marzo.
Hoy en Italia se celebra la Jornada Nacional para la Universidad Católica del Sagrado Corazón, que tiene por tema “En la Italia de mañana estaré yo”. Deseo que esta gran Universidad, que continúa haciendo un importante servicio a la juventud italiana, pueda proseguir con renovada compromiso su misión formativa, actualizándose cada vez más a las exigencias actuales.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos procedente de Italia y de distinyas partes del mundo y un saludo a los que están haciendo el maratón; en particular, a los fieles de Gandosso, Golfo Aranci, Mede Lomellina, Cernobbio, Macerata Campania, Porto Azzurro, Maleo y Sasso Marconi, con un pensamiento especial a los confirmando de Campobasso, Marzocca y Montignano.
Os doy las gracias por su presencia en los coros parroquiales, algunos de ellos han prestado servicio en estos días en la basílica de San Pedro. ¡Muchas gracias!
A todos os deseo una feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
Catequesis en la audiencia del 9 de abril de 2016. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio que hemos escuchado nos permite descubrir un aspecto esencial de la misericordia: la limosna. Puede parecer algo sencillo dar limosna, pero debemos prestar atención para no vaciar este gesto del gran contenido que posee. De hecho, el término “limosna”, deriva del griego y significa precisamente “misericordia”. La limosna, por tanto, debería llevar consigo toda la riqueza de la misericordia. Y como la misericordia tiene mil caminos, mil modalidades, así la limosna se expresa de tantas formas, para aliviar el sufrimiento de los que están necesitados.
El deber de la limosna es tan antiguo como la Biblia. El sacrificio y la limosna eran dos deberes a los que la persona religiosa debía seguir. Hay páginas importantes en el Antiguo Testamento, donde Dios exige una atención particular para los pobres que, a su vez, son los que no tienen nada, los extranjeros, los huérfanos y las viudas. En la Biblia esto es un volver continuo, ¿eh? El necesitado, la viuda, el extranjero, el forastero, el huérfano: se repite. Porque Dios quiere que su pueblo mire a estos hermanos nuestros. Pero, yo diré que están precisamente en el centro del mensaje: alabar a Dios con el sacrificio y alabar a Dios con la limosna.
Junto a la obligación de acordarse de ellos, se da también una indicación preciosa: “Cuando le des algo, lo harás de buena gana” (Dt 15,10). Esto significa que la caridad requiere, sobre todo, una actitud de alegría interior. Ofrecer misericordia no puede ser un peso o un aburrimiento del que liberarse rápidamente.
Cuánta gente se justifica a sí misma sobre la limosna diciendo: ’Pero, ¡cómo será este, este al que daré irá a comprarse vino para emborracharse! Pero si él se emborracha, ¡es porque no tiene otro camino! ¿Y tú qué haces escondido? Que nadie ve… ¿Y tú eres juez de ese pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino?.
Me gusta recordar el episodio del viejo Tobías que, después de haber recibido una gran suma de dinero, llamó a su hijo y los instruyó con estas palabras: “como a todos los que practican la justicia. Da la limosna. […] No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti” (Tb 4,7-8). Son palabras muy sabias que ayudan a entender el valor de la limosna.
Jesús, como hemos escuchado, nos ha dejado una enseñanza insustituible al respecto. Sobre todo, nos pide no dar limosna para ser adulados o admirados por los hombres por nuestra generosidad. No dejar que tu mano derecha sepa lo que hace la izquierda. No es la apariencia lo que cuenta, sino la capacidad de detenerse a mirar a la cara a la persona que pide ayuda. Cada uno de nosotros puede preguntarse a sí mismo, ¿soy capaz de pararme y mirar a la cara, mirar a los ojos la persona que me está pidiendo ayuda? ¿Soy capaz? No debemos identificar, por tanto, la limosna con la simple moneda ofrecida deprisa, sin mirar a la persona y sin detenerse a hablar para entender qué necesita realmente. Al mismo tiempo, debemos distinguir entre los pobres y las distintas formas de mendicidad que no hacen ningún bien a los verdaderos pobres. En resumen, la limosna es un gesto de amor que se dirige a los que encontramos; es un gesto de atención sincera a quien se acerca a nosotros y pide nuestra ayuda, hecho en el secreto donde solo Dios ve y comprende el valor del acto cumplido.
Pero dar limosna también debe ser para nosotros algo que sea un sacrificio. Yo recuerdo una madre: tenía tres hijos, de seis, cinco y tres años más o menos. Y siempre enseñaba a sus hijos que debían dar limosna a las personas que la pedían. Estaban comiendo, cada uno comiendo un filete a la milanesa, como se dice en mi tierra, ‘empanado’. Y llaman a la puerta, el más grande va a abrir y viene donde la madre: ‘Mamá, hay un pobre que pide para comer, ¿qué hacemos?’ ‘Le damos –los tres–le damos’. ‘Bien, toma la mitad de tu filete, tú toma la otra mitad, tú la otra mitad, y hacemos dos bocadillos’. ‘Ah no, mamá, no’. ‘Ah, ¿no? Tú da del tuyo. Tú da de lo que te cuesta’. Esto es implicarse con el pobre. Yo me privo de algo mío para dártela a ti. Y a los padres atentos: educad a vuestros hijos a dar así la limosna, a ser generosos con lo que tienen.
Hagamos nuestras entonces las palabras del apóstol Pablo: “De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: «La felicidad está más en dar que en recibir” (Hch 20, 35; cfr 2 Cor 9,7).
Gracias.
Traducción realizada por ZENIT.
Reflexión a las lecturas del domingo tercero de Pascua C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 3º de Pascua C
En las apariciones de Cristo Resucitado constatamos el interés que Él tiene porque los discípulos tengan la certeza, más allá de toda duda, de que ha resucitado y está vivo, de que todo eso estaba ya anunciado y que había que darlo a conocer en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8).
El Evangelio de este domingo nos presenta la tercera aparición de Jesucristo Resucitado a los discípulos, que están iniciando su vida normal.
En medio de la pesca, descubren la presencia de Cristo Resucitado. Ellos conocen, como nadie, el lago, han pescado toda la noche y ahora, de repente, y por indicación de un desconocido, se llenan las redes de peces. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué ha pasado?
“¡Es el Señor!” dice Juan, el más clarividente de todos.
Y es importante observar que durante la comida, “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”.
Se ha cumplido, por tanto, el primer objetivo de las apariciones: llevar al ánimo abatido de los discípulos la certeza de que el Señor había resucitado.
Aquella comida es signo de la Eucaristía, el gran banquete de la Iglesia, y en el que “pregustamos y tomamos parte” del banquete del Cielo, que nos presenta Juan en la segunda lectura.
Dice S. Jerónimo que 153 eran los peces conocidos entonces. Y es posible que pueda ser en Juan, un signo de la universalidad de la Iglesia, a la que todos estamos llamados.
Y la Iglesia tendrá como cabeza visible a Pedro que, después de la comida, es examinado sobre el amor y es confirmado en la misión que el Señor le había anunciado. ¡Hasta ese punto le perdona el Señor!
En la primera lectura comprobamos cómo se está cumpliendo también el tercer objetivo: dar testimonio en todas partes de Cristo resucitado con la luz y la fuerza del Espíritu Santo.
En efecto, los apóstoles se presentan ante el Sanedrín como testigos de la Resurrección. Y formulan lo que nosotros conocemos como “la objeción de conciencia”: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y, una vez azotados, “salen contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”.
Y es particularmente importante lo que les dice el Sumo Sacerdote: “Habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre”.
Queridos amigos: en nuestro tiempo en el que urge por todas partes el anuncio de esta Buena Noticia, sería muy importante retener esta expresión: “habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza”, y considerar hasta qué punto, es una realidad o no, en nuestros pueblos y ciudades.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO III DE PASCUA C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El convencimiento firme de la Resurrección del Señor, y la acción del Espíritu Santo, constituyen la explicación de la valentía de los apóstoles para anunciar que Cristo había resucitado.
SEGUNDA LECTURA
En la segunda Lectura S. Juan nos presenta, en medio del lenguaje propio del libro del Apocalipsis, la gloria y la alabanza que Jesús vivo, resucitado, recibe en el Cielo.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio escuchamos lo que sucede en la tercera aparición de Jesucristo resucitado a los discípulos.
Pero antes de escuchar el Evangelio, proclamemos la alegría de este tiempo de Pascua, con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos al mismo Cristo que fortaleció la fe de sus discípulos en su Resurrección.
Que Él nos dé la luz y la fortaleza que necesitamos, para ser mensajeros convincentes e incansables de su Resurrección, con palabras y obras.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo tercero de Pascua C
SIN JESÚS NO ES POSIBLE
El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de Galilea está descrito con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio de mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: solo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.
El relato nos describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de Simón Pedro: «Me voy a pescar». Los demás discípulos se adhieren a él: «También nosotros nos vamos contigo». Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de Simón Pedro.
El narrador deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: «aquella noche no cogieron nada». La «noche» significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.
Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús, solo lo reconocerán cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello solo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser «pescadores de hombres».
La situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?
Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no es «hacer muchas cosas», sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.
No podemos quedarnos en la «epidermis de la fe». Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la Cena del Señor. Solo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.
José Antonio Pagola
3 Pascua – C (Juan 21,1-19)
Evangelio del 10/abr/2016
Publicado el 04/ Abr/ 2016
por Coordinador Grupos de Jesús
Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. 6 abril 2016. (ZENIT)
Ten modo pascual: déjate querer y sorprender por Cristo
Escucha, medita, deja que penetre la Palabra de Dios en tu existencia. Comprenderás con más hondura que todos los hombres somos destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Es así como entendemos aquellas palabras que el Señor le dirige a Pedro y a cada uno de nosotros: «¿Me amas más que estos?». No es una pregunta para poner en rivalidad a los discípulos. Son palabras para conquistar nuestro corazón: «¿Me amas?», «¿me quieres?». Dejarnos querer por el Señor es nuestra salvación, felicidad y necesidad. Necesitamos del amor mismo de Dios para realizarnos como personas, para construirnos a nosotros mismos y para construir siempre a los demás. No hay otra salida para los hombres más que dejarse amar. Por eso, el Señor quiere conquistar nuestro corazón y nos pregunta si lo amamos.
Siempre me han llamado la atención las palabras del salmo 118: «Dejarnos querer por el Señor es nuestra salvación, felicidad y necesidad. Necesitamos del amor mismo de Dios para realizarnos como personas, para construirnos a nosotros mismos y para construir siempre a los demás». Los hombres necesitamos de esta antorcha y de esta luz. Y la Palabra se hizo carne, es el mismo Jesucristo. Estas palabras del salmo me impresionaron aún más, leyendo un comentario de las mismas de san Juan Pablo II, quien dice que «el orante se derrama en alabanza de la Ley de Dios, que toma como lámpara para sus pasos en el camino a menudo oscuro de la vida». Camina con Jesús, camina con su fuerza y con su gracia, hunde la vida en su amor misericordioso, que, a pesar de la indignidad en la que estemos, Dios nos ama de un modo obstinado y envuelve nuestra vida con su inmensa ternura. ¡Qué fuerza tiene en nuestra vida contemplar cómo Dios se revela en la historia, muestra su amor a los hombres y nos sorprende siempre con su amor!
Déjate sorprender por Dios. Siempre nos invita a fiarnos de Él: «Echad la red». «Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada», sin embargo se dejaron sorprender por el señor y se fiaron de Él. Y claro que encontraron; «no tenían fuerzas para sacar la red». Las palabras del Señor son siempre creadoras y alentadoras, dadoras de luz. Cumplen lo que dicen. Déjate querer y sorprender por Dios. Escúchalo y vuelve tus oídos a sus palabras y a su rostro. El Catecismo de la Iglesia católica nos dice: «Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que esta» (n.65). Escuchemos una y otra vez al Señor cuando nos dice: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y reconoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 31-32). Cómo no escuchar al Señor y dejarnos guiar por sus palabras, que son siempre muestras de un amor inagotable y siempre dador de ese mensaje central tal y como nos dice el Papa Francisco: la misericordia es la fuerza de Dios que regala a los hombres y es el límite divino contra el mal en el mundo.
Os invito a conocer a Jesucristo, verdadero rostro de la misericordia. Quien lo acepta y le deja entrar en su existencia, queda modelado y troquelado por Él. ¿Cómo conocer realmente a Cristo para poder seguirlo y vivir con Él, para encontrar la vida en Él y para comunicar esta vida a los demás, a la sociedad, al mundo? Cristo se nos da a conocer en su persona, en su vida y en su doctrina por medio de la Palabra de Dios. A los padres de la Iglesia les gustaba ver en las Escrituras un paraíso espiritual, un jardín donde podemos caminar libremente con Dios, admirando su belleza y la armonía de su plan de salvación, mientras da fruto en nuestra propia vida. Y es que Dios nos habla y quiere moldear nuestra vida. Captemos la sublimidad de su amor: el hecho de que Dios hable, de que Dios responda a nuestras preguntas, el hecho de que nos hable Él en persona, aunque sea con palabras humanas y que nosotros podamos escucharlo. El hecho de que al escucharlo podamos aprender a conocerlo y a comprenderlo, entre en nuestra vida y la moldee, y así podamos salir de nuestra vida y entrar en la amplitud de su misericordia, es lo más grande que ha podido acontecernos.
Es importante comprender que la vocación de los cristianos es esta: resucitados con Cristo hemos pasado por la muerte, y nuestra vida ya está escondida con Cristo en Dios (cf. Co 3, 1-2). Para vivir esta nueva existencia en Dios es indispensable la confianza en su misericordia. En el Bautismo, el Señor nos puso un vestido de luz, de amor, de entrega, de vida, para dar a los hombres todo lo que Él nos ha dado. No dejemos esconder este traje; al contrario, es necesario que lo tengamos siempre puesto para llevar la buena nueva de Dios a todos los hombres. A esa invitación que el Papa Francisco nos hace permanentemente a llevar la alegría del Evangelio a todos los hombres, a ser discípulos misioneros, hemos de responder como lo hicieran los discípulos con Pedro, cuando él dijo: «Me voy a pescar», y los demás respondieron: «Vamos también nosotros contigo». Juntos vamos contigo Papa Francisco, sabemos que así en el amanecer nos sorprenderá el Señor y nos hará vivir los mismos gozos que a los primeros discípulos, necesarios para llevar la alegría del Evangelio y ser discípulos misioneros:
1. El gozo de la confianza: Que siempre nos hace tener las puertas de nuestra vida abiertas para todos los hombres sin excepción, en una expresión de misericordia. Y que tiene su manifestación en la confianza inquebrantable en el Señor, a quien escuchamos y por quien obramos: «Echad la red a la derecha de la barca y allí encontraréis, […] la echaron y no tenían fuerzas para sacarla». Fuera del amor misericordioso no hay otra fuente de esperanza para el hombre. La misericordia da confianza al ser humano y capacidad de recuperarse siempre. En la misericordia, Dios manifiesta el verdadero poder de Él. Salgamos por los caminos del mundo con confianza.
2. El gozo de la sorpresa: «Vamos, almorzad». Dejémonos sorprender por el Señor todos los días en la Eucaristía. ¡Qué gozo poder armonizar nuestra mirada con la mirada de Cristo, armonizar nuestro corazón con el corazón de Cristo! Así, el apoyo amoroso que ofrezcamos a los que nos encontremos en el camino de la vida, se convierte en participación, en compartir sus esperanzas y sufrimientos, haciendo visible y tangible la misericordia de Dios a cada ser humano y nuestra fe en el Señor. Dejemos que siempre nos sorprenda Dios.
3. El gozo del cariño de Dios a cada uno de los hombres: ¿Sabéis lo que significa que el Señor quiera conquistar nuestro corazón para que no tengamos otra fuerza para vivir y para dar más que su amor? Las preguntas a Pedro son las que debemos hacernos siempre: «¿Me amas más que estos?», «¿me amas?», «¿me quieres?». Son preguntas que desean conquistar nuestro corazón. Amar a Dios como Él nos ama, con todo nuestro ser, hasta dar si es necesario la vida por Él, atender las necesidades de todos los hombres, muestran lo que debe ser un discípulo misionero, que se resume en aquellas palabras de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (Cor 5, 14).
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid
Catequesis en la audiencia del 6 de abril de 2016. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
“¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Después de haber reflexionado sobre la misericordia de Dios en el Antiguo Testamento, hoy iniciamos a meditar sobre cómo Jesús mismo la ha llevado a su pleno cumplimiento. Jesús, de hecho, es la misericordia de Dios hecha carne. Una misericordia que Él ha expresado, realizado y comunicado siempre, en cada momento de su vida terrena. Encontrando a las multitudes, anunciando el Evangelio, sanando a los enfermos, acercándose a los últimos, perdonando a los pecadores, Jesús hace visible un amor abierto a todos, nadie excluido, un amor abierto a todos, sin fronteras. Un amor puro, gratuito, absoluto. Un amor que alcanza su cúlmen en el Sacrificio de la cruz. Sí, el Evangelio es realmente el “Evangelio de la Misericordia” porque ¡Jesús es la Misericordia!
Los cuatros Evangelios dan fe de que Jesús, antes de empezar su ministerio, quiso recibir el bautismo de Juan Bautista (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Gv 1,29-34). Este suceso imprime una orientación decisiva a toda la misión de Cristo. De hecho, Él no se ha presentado al mundo en el esplendor del templo, y podía hacerlo; no se ha hecho anunciar por sonido de trompetas, y podía hacerlo; y tampoco llegó bajo la apariencia de un juez, y podía hacerlo. Sin embargo, después de treinta años de vida escondida en Nazaret, Jesús fue al río Jordán, junto a tanta gente de su pueblo, y se puso en la fila con los pecadores para bautizarse.
Por tanto, desde el inicio de su ministerio, Él se ha manifestado como el Mesías que se hace cargo de la condición humana, movido por la solidaridad y la compasión. Como Él mismo afirma en la sinagoga de Nazaret identificándose con la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Todo cuanto Jesús ha cumplido después del bautismo ha sido la realización del programa inicial: llevar a todos el amor de Dios que salva; Jesús no ha traído el odio, no ha traído la enemistad: ¡nos ha traído el amor!, un amor grande, un corazón abierto para todos, para todos nosotros. Un amor que salva.
Él se ha hecho prójimo a los últimos, comunicándoles la misericordia de Dios que es perdón, alegría y vida nueva. ¡El Hijo enviado por el Padre es realmente el inicio del tiempo de la misericordia para toda la humanidad! Los que estaban presentes en la orilla del Jordán no entendieron enseguida la grandeza del gesto de Jesús. El mismo Juan Bautista se sorprendió con su decisión (cfr Mt 3,14). ¡Pero el Padre celeste no! Él hizo escuchar su voz desde lo alto: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección” (Mc 1,11). De esta forma el Padre confirma el camino que el Hijo ha iniciado como Mesías, mientras desciende sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma. Así, el corazón de Jesús late, por así decir, al unísono con el corazón del Padre y del Espíritu, mostrando a todos los hombres que la salvación es fruto de la misericordia de Dios.
Podemos contemplar aún más claramente el gran misterio de este amor dirigiendo la mirada a Jesús crucificado. Cuando va a morir inocente por nosotros pecadores, Él suplica al Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Es sobre la cruz que Jesús presenta a la misericordia del Padre el pecado del mundo, y con eso todos nuestros pecados. Nada ni nadie queda excluido de esta oración de sacrificio de Jesús. Eso significa que no debemos temer reconocernos y confesarnos pecadores. Pero, ¿cuántas veces decimos: ‘este es un pecador, este ha hecho eso, eso…’? Y por tanto juzgamos a los otros. ¿Y tú? Cada uno de nosotros debería preguntarse: ‘Sí, ese es un pecador, ¿y yo? Todos somos pecadores, pero todos somos perdonados: todos tenemos la responsabilidad de recibir este perdón que es la misericordia de Dios. Por tanto, no debemos temer reconocernos pecadores, confesarnos pecadores porque cada pecado ha sido llevado por el Hijo a la cruz.
Y cuando nosotros nos confesamos arrepentidos encomendándonos a Él, estamos seguros de ser perdonados. ¡El sacramento de la Reconciliación hace actual para cada uno de nosotros la fuerza del perdón que sale de la Cruz y la gracia de la misericordia que Jesús nos ha adquirido renueva nuestra vida! No debemos temer nuestras miserias: el poder del amor del Crucificado no conoce obstáculos y no se agota nunca.
Queridos, en este Año Jubilar pidamos a Dios la gracia de hacer experiencia del poder del Evangelio: Evangelio de la misericordia que transforma, que hace entrar en el corazón de Dios, que nos hace capaces de perdonar y mirar al mundo con más bondad. Si acogemos el Evangelio del Crucificado Resucitado, toda nuestra vida es plasmada por la fuerza de su amor que renueva”.
Homilía del papa Francisco en el Domingo de la Misericordia. 3 abril 2016 (ZENIT)
«Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos» (Jn 20,30). El Evangelio es el libro de la misericordia de Dios, para leer y releer, porque todo lo que Jesús ha dicho y hecho es expresión de la misericordia del Padre.
Sin embargo, no todo fue escrito; el Evangelio de la misericordia continúa siendo un libro abierto, donde se siguen escribiendo los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor, que son el mejor testimonio de la misericordia. Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy.
Lo podemos hacer realizando las obras de misericordia corporales y espirituales, que son el estilo de vida del cristiano. Por medio de estos gestos sencillos y fuertes, a veces hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios. Se sigue así aquello que cumplió Jesús en el día de Pascua, cuando derramó en los corazones de los discípulos temerosos la misericordia del Padre, el Espíritu Santo que perdona los pecados y da la alegría.
Sin embargo, en el relato que hemos escuchado surge un contraste evidente: por un lado, está el miedo de los discípulos que cierran las puertas de la casa; por otro lado, el mandato misionero de parte de Jesús, que los envía al mundo a llevar el anuncio del perdón. Este contraste puede manifestarse también en nosotros, una lucha interior entre el corazón cerrado y la llamada del amor a abrir las puertas cerradas y a salir, salir de nosotros mismos.
Cristo, que por amor entró a través de las puertas cerradas del pecado, de la muerte y del infierno, desea entrar también en cada uno para abrir de par en par las puertas cerradas del corazón. Él, que con la resurrección venció el miedo y el temor que nos aprisiona, quiere abrir nuestras puertas cerradas y enviarnos. El camino que el Señor resucitado nos indica es de una sola vía, va en una única dirección: salir de nosotros mismos, para dar testimonio de la fuerza sanadora del amor que nos ha conquistado.
Vemos ante nosotros una humanidad continuamente herida y temerosa, que tiene las cicatrices del dolor y de la incertidumbre. Ante el sufrido grito de misericordia y de paz, escuchamos hoy la invitación esperanzadora que Jesús dirige a cada uno: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (v. 21).
Toda enfermedad puede encontrar en la misericordia de Dios una ayuda eficaz. De hecho, su misericordia no se queda lejos: desea salir al encuentro de todas las pobrezas y liberar de tantas formas de esclavitud que afligen a nuestro mundo. Quiere llegar a las heridas de cada uno, para curarlas.
Ser apóstoles de misericordia significa tocar y acariciar sus llagas, presentes también hoy en el cuerpo y en el alma de muchos hermanos y hermanas suyos. Al curar estas heridas, confesamos a Jesús, lo hacemos presente y vivo; permitimos a otros que toquen su misericordia y que lo reconozcan como «Señor y Dios» (cf. v. 28), como hizo el apóstol Tomás.
Esta es la misión que se nos confía. Muchas personas piden ser escuchadas y comprendidas. El Evangelio de la misericordia, para anunciarlo y escribirlo en la vida, busca personas con el corazón paciente y abierto, “buenos samaritanos” que conocen la compasión y el silencio ante el misterio del hermano y de la hermana; pide siervos generosos y alegres que aman gratuitamente sin pretender nada a cambio.
«Paz a vosotros” (v. 21): es el saludo que Cristo trae a sus discípulos; es la misma paz, que esperan los hombres de nuestro tiempo. No es una paz negociada, no es la suspensión de algo malo: es su paz, la paz que procede del corazón del Resucitado, la paz que venció el pecado, la muerte y el miedo.
Es la paz que no divide, sino que une; es la paz que no nos deja solos, sino que nos hace sentir acogidos y amados; es la paz que permanece en el dolor y hace florecer la esperanza. Esta paz, como en el día de Pascua, nace y renace siempre desde el perdón de Dios, que disipa la inquietud del corazón.
Ser portadores de su paz: esta es la misión confiada a la Iglesia en el día de Pascua. Hemos nacido en Cristo como instrumentos de reconciliación, para llevar a todos el perdón del Padre, para revelar su rostro de amor único en los signos de la misericordia.
En el Salmo responsorial se ha proclamado: «Su amor es para siempre» (117/118,2). Es verdad, la misericordia de Dios es eterna; no termina, no se agota, no se rinde ante la adversidad y no se cansa jamás. En este “para siempre” encontramos consuelo en los momentos de prueba y de debilidad, porque estamos seguros que Dios no nos abandona. Él permanece con nosotros para siempre. Le agradecemos su amor tan inmenso, que no podemos comprender.
Pidamos la gracia de no cansarnos nunca de acudir a la misericordia del Padre y de llevarla al mundo; pidamos ser nosotros mismos misericordiosos, para difundir en todas partes la fuerza del Evangelio. Para escribir esas páginas del Evangelio que el apóstol Juan no escribió».
Al concluir la santa misa en la plaza de San Pedro, con motivo del Domingo de la Misericordia, 3 abril 2016, el papa Francisco rezó la oración del Regina Coeli y dirigió las siguientes palabras a los peregrinos allí presentes. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
«En este día que es como el corazón del Año Santo de la Misericordia, mi pensamiento se dirige a todas las poblaciones que tienen más sed de reconciliación y de paz. Pienso en particular al drama, aquí en Europa, de quien sufre las consecuencias de la violencia en Ucrania: de todos aquellos se quedan en las tierras golpeadas por las hostilidades que han causado ya varios miles de muertos, y de todos aquellos, más de un millón, que fueron desplazados por la grave situación que perdura.
Los afectados son principalmente ancianos y niños. Además de acompañarlos con mi constante pensamiento y con mi oración, he sentido la necesidad de promover una ayuda humanitaria para ellos. Con esta finalidad se realizará una colecta especial en todas las Iglesias católicas de Europa, el próximo domingo 24 de abril.
Invito a los fieles a unirse a esta iniciativa del Papa con una generosa contribución. Este gesto de caridad, además de aliviar los sufrimientos materiales, quiere expresar la cercanía y mi solidaridad personal y de toda la Iglesia, a Ucrania. Deseo vivamente que esto pueda ayudar a promover sin posteriores atrasos la paz y el respeto del Derecho en aquella tierra tan probada.
Y mientras rezamos por la paz, recordemos que mañana es la Jornada Mundial contra las minas anti-persona. Demasiadas personas siguen siendo asesinadas o mutiladas por estas terribles armas, y hombres y mujeres valerosos arriesgan su vida para desminar los terrenos. ¡Renovemos, por favor, el empeño por un mundo desminado!
Al concluir envío mi saludo a todos los que han participado a esta celebración, en particular a los grupos que cultivan la espiritualidad de la Divina Misericordia. Todos juntos nos dirigimos en oración a nuestra Madre».
Después del canto del Regina Coeli, el papa Francisco concluyó la oración e impartió la bendición apostólica.
(Traducido desde el audio por ZENIT).
Reflexiones de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel sobre la confesión. 30 marzo 2016. (ZENIT)
¡Resucitamos muertos!
VER
Con ocasión de la Cuaresma y Semana Santa, los sacerdotes de las ocho parroquias de nuestra ciudad episcopal, ayudándose unos a otros, se organizaron para ofrecer a los fieles la oportunidad de confesarse. El último día, miércoles santo, los dos obispos y doce sacerdotes empezamos a confesar a las 5 de la tarde, y terminamos a las nueve y media de la noche. Eran filas interminables de personas que esperaban horas, con tal de recibir la absolución. ¡Cuántas resurrecciones, cuántas liberaciones, cuántas lágrimas de gratitud! Aunque es muy cansado estar por tanto tiempo sentado y escuchando a cada persona, ¡cuánto poder nos ha dado el Señor! En verdad, ¡resucitamos muertos, liberamos encadenados, reparamos vidas destruidas, levantamos caídos, reanimamos desesperados, reconstruimos hogares, confortamos corazones! ¡Qué importante y necesario es este servicio! Cuando se acepte mi renuncia episcopal, regresaré a mi diócesis de origen y me dedicaré sólo a ello.
Estando en Ocosingo para celebrar el Triduo Pascual, el sábado santo pasaron seis migrantes de Honduras, con siete niños de 3 a 9 años, solicitando un apoyo económico para seguir su intento de llegar al Norte. Después de escucharles y sugerirles no exponer a sus pequeños a tantos peligros por el camino, nos dijeron que vienen huyendo de la violencia y la inseguridad en su país. Con una pequeña ayuda que les dimos y con la posibilidad de que pasen a los albergues que para ellos hemos implementado, se mostraron muy agradecidos, puesta su confianza en que Dios no los dejará. La misericordia les permite vivir con esperanza, huyendo de la muerte.
PENSAR
Sobre el sacramento de la Misericordia, la Confesión, ha dicho el Papa: “Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad del amor de Dios. En el sacramento de la Reconciliación, podemos siempre comenzar de nuevo: El nos acoge, nos restituye la dignidad de hijos suyos y nos dice: ¡Ve hacia adelante! ¡Quédate en paz! ¡Levántate, ve hacia adelante! (6-III-2016).
“Esta misericordia divina puede llegar gratuitamente a todos los que la invocan. En efecto, la posibilidad del perdón está verdaderamente abierta a todos; es más, está abierta de par en par, como la más grande de las puertas santas, porque coincide con el corazón mismo del Padre, que ama y espera a todos sus hijos, de modo particular a los que más se han equivocado y están lejos. La misericordia del Padre puede llegar a cada persona de muchas formas: a través de la apertura de una conciencia sincera; por medio de la lectura de la Palabra de Dios que convierte el corazón; mediante un encuentro con una hermana o un hermano misericordiosos; en las experiencias de la vida que nos hablan de heridas, de pecado, de perdón y de misericordia.
Está también la vía cierta de la misericordia, recorriendo la cual se pasa de la posibilidad a la realidad, de la esperanza a la certeza. Esta vía es Jesús, quien tiene el poder sobre la tierra de perdonar los pecados (Lc 5,24), y transmitió esta misión a la Iglesia (cf Jn 20,21-23). El sacramento de la Reconciliación es, por lo tanto, el lugar privilegiado para experimentar la misericordia de Dios y celebrar la fiesta del encuentro con el Padre…
Cada fiel arrepentido, después de la absolución del sacerdote, tiene la certeza, por la fe, de que sus pecados ya no existen. ¡Ya no existen! Dios es omnipotente. A mí me gusta pensar que tiene una debilidad: una mala memoria… Una vez que El te perdona, se olvida. ¡Y esto es grande! Los pecados ya no existen, fueron cancelados por la divina misericordia. Cada absolución es, en cierto modo, un jubileo del corazón, que alegra no sólo al fiel y a la Iglesia, sino sobre todo a Dios mismo… Es importante, por lo tanto, que el fiel, después de recibir el perdón, ya no se sienta oprimido por las culpas, sino que guste la obra de Dios que lo ha liberado, viviendo en acción de gracias, dispuesto a reparar el mal cometido y yendo al encuentro de los hermanos con corazón bueno y disponible” (4-III-2016).
ACTUAR
Si tus pecados te agobian, acércate al sacramento de la Reconciliación y serás libre; ¡resucitarás!
Catequesis en la audiencia del 30 de marzo de 2016. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
«Terminamos hoy las catequesis sobre la misericordia en el Antiguo Testamento, y lo hacemos meditando sobre el Salmo 51, llamado Miserere. Se trata de una oración penitencial, en la cual el pedido de perdón está precedido por la confesión de la culpa y en el cual el orante, dejándose purificar pro el amor del Señor, se vuelve una nueva criatura, capaz de obediencia, de firmeza de espíritu, y de alabanza sincera.
El título que la antigua tradición judía ha puesto a este salmo hace referencia al rey David y a su pecado con Betsabé, la esposa de Urías el ittita. Conocemos la historia. El rey David, llamado por Dios para pastorear a su pueblo y a guiarlo en los caminos de la obediencia a la Ley divina, traiciona su misión y después de haber cometido adulterio con Betsabé, hace asesinar al esposo.
El profeta Natán le desvela su culpa y le ayuda a reconocerla. Es el momento de la reconciliación con Dios, en la confesión del propio pecado. Y aquí David fue humilde y grande.
Quien reza este salmo está invitado a tener los mismos sentimientos de arrepentimiento y de confianza en Dios que tuvo David cuando se corrigió, y bien siendo rey se humillo sin tener temor de confesar su culpa y mostrar la propia miseria al Señor, convencido entretanto de la certeza de su misericordia; y no era una pequeña mentira la que había dicho, ¡sino un adulterio y un asesinato!
El salmo inicia con estas palabras de súplica:
¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! (vv. 3 – 4).
La invocación está dirigida al Dios de misericordia porque, movido por un gran amor como el de un padre o de una madre, tenga piedad, o sea nos haga gracia, muestre su favor con benevolencia y comprensión. Es un llamado del corazón a Dios, el único que puede liberar del pecado. Son usadas imágenes muy plásticas: borra, lávame, vuélveme puro.
Se manifiesta en esta oración la verdadera necesidad del hombre: la única cosa de la que tenemos necesidad verdadera en nuestra vida es la de ser perdonados, liberados del mal y de sus consecuencias de muerte.
Lamentablemente la vida nos hace sentir tantas veces estas situaciones, y sobre todo es esas tenemos que confiar en la misericordia. ¡Dios es más grande que nuestro pecado, no nos olvidemos esto, Dios es más grande que nuestro pecado!
– Pero padre no oso decirlo, las he hecho tan pesadas, tantas y grandes…
Dios es más grande que todos los pecados que nosotros podamos hacer. Dios es más grande que nuestro pecado.
Lo decimos juntos, todos juntos: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado… Una vez más: Dios es más grande que nuestro pecado. Y su amor es un océano en el cual nos podemos sumergir sin temor de ser vencidos: el perdón para Dios significa darnos la seguridad de que él no nos abandona nunca. Por cualquier cosa que podamos reprocharnos, él es aún y siempre más grande que todo, porque Dios es más grande que nuestro pecado.
En este sentido, quien reza con este salmo busca el perdón, confiesa al propia culpa, pero reconociéndola celebra la justicia y la santidad de Dios. Y después aún pide gracia y misericordia.
El salmista se confía a la voluntad de Dios, sabe que el perdón divino es enormemente eficaz, porque crea lo que dice. No esconde el pecado, sino que lo destruye y lo borra, lo borra desde la raíz, no como sucede en la tintorería cuando llevamos un traje y borran la mancha, no, Dios borra justamente nuestro pecado desde la raíz, todo.
Por lo tanto el penitente se vuelve puro, y cada mancha es eliminada y el ahora está más blanco que la nieve incontaminada.
Todos nosotros somos pecadores, ¿es verdad ésto? Si alguno de los presentes no se siente pecador que levante la mando. Nadie, todos lo somos. Nosotros pecadores con el perdón nos volvemos criaturas nuevas, llenas por el Espíritu y llenas de alegría. Entonces una nueva realidad comienza para nosotros, un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva vida. Nosotros pecadores perdonados, que hemos recibido la gracia divina, podemos incluso enseñar a los otros a no pecar más.
Pero padre soy débil, porque yo caigo, caigo, caigo. Pero si caes levántate, levántate. Cuando un niño se cae levanta la mano para que el papá o la mamá te levante. Hagamos lo mismo. Si tu caes por debilidad en el pecado levanta tu mano y el Señor la toma y te levantará, ¡esta es la dignidad del perdón de Dios! Dios ha creado al hombre y a la mujer para que estén de pie. Dice el salmista:
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
(…)
Yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. (vv. 12 – 15)
Queridos hermanos y hermanas, el perdón de Dios es aquello que necesitamos todos, y es el signo más grande de su misericordia. Un don que cada pecador perdonado está llamado a compartir con cada hermanos o hermana que encuentra. Todos los que el Señor nos ha puesto a nuestro lado, los familiares, los amigos, los colegas, los parroquianos… todos, como nosotros, tienen necesidad de la misericordia de Dios. Es bello ser perdonados pero es necesario para ser perdonados que antes perdones, perdona. Nos conceda el Señor por la intercesión de María Madre de Misericordia, ser testigos de su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida. Gracias».
(Traducido desde el audio por ZENIT)
Mensaje de Pascua del Santo Padre en la bendición Urbi et Orbi 2016 (ZENIT)
«Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1)
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!
Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.
Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.
El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.
Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos. Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.
Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.
El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados —incluyendo muchos niños— que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.
Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.
Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).
A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos. Lo necesitamos mucho
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Homilía del Santo Padre en la celebración de la Vigilia Pascual 2016. (ZENIT)
«Pedro fue corriendo al sepulcro» (Lc 24,12). ¿Qué pensamientos bullían en la mente y en el corazón de Pedro mientras corría? El Evangelio nos dice que los Once, y Pedro entre ellos, no creyeron el testimonio de las mujeres, su anuncio pascual. Es más, «lo tomaron por un delirio» (v.11). En el corazón de Pedro había por tanto duda, junto a muchos sentimientos negativos: la tristeza por la muerte del Maestro amado y la desilusión por haberlo negado tres veces durante la Pasión. Hay en cambio un detalle que marca un cambio: Pedro, después de haber escuchado a las mujeres y de no haberlas creído, «sin embargo, se levantó» (v.12). No se quedó sentado a pensar, no se encerró en casa como los demás. No se dejó atrapar por la densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada. Buscó a Jesús, no a sí mismo. Prefirió la vía del encuentro y de la confianza y, tal como estaba, se levantó y corrió hacia el sepulcro, de dónde regresó «admirándose de lo sucedido» (v.12). Este fue el comienzo de la «resurrección» de Pedro, la resurrección de su corazón. Sin ceder a la tristeza o a la oscuridad, se abrió a la voz de la esperanza: dejó que la luz de Dios entrara en su corazón sin apagarla.
También las mujeres, que habían salido muy temprano por la mañana para realizar una obra de misericordia, para llevar los aromas a la tumba, tuvieron la misma experiencia. Estaban «despavoridas y mirando al suelo», pero se impresionaron cuando oyeron las palabras del ángel: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (v.5).
Al igual que Pedro y las mujeres, tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos. Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados, cada uno de nosotros los conoce, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. Pero la primera piedra que debemos remover esta noche es ésta: la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. Que el Señor nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida.
Continuamente vemos, y veremos, problemas cerca de nosotros y dentro de nosotros. Siempre los habrá, pero en esta noche hay que iluminar esos problemas con la luz del Resucitado, en cierto modo hay que «evangelizarlos». Evangelizar los problemas. No permitamos que la oscuridad y los miedos atraigan la mirada del alma y se apoderen del corazón, sino escuchemos las palabras del Ángel: el Señor «no está aquí. Ha resucitado» (v.6); Él es nuestra mayor alegría, siempre está a nuestro lado y nunca nos defraudará.
Este es el fundamento de la esperanza, que no es simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo. La esperanza cristiana es un don que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a él. Esta esperanza no defrauda porque el Espíritu Santo ha sido infundido en nuestros corazones (cf. Rm 5,5). El Paráclito no hace que todo parezca bonito, no elimina el mal con una varita mágica, sino que infunde la auténtica fuerza de la vida, que no consiste en la ausencia de problemas, sino en la seguridad de que Cristo, que por nosotros ha vencido el pecado, la muerte y el temor, siempre nos ama y nos perdona. Hoy es la fiesta de nuestra esperanza, la celebración de esta certeza: nada ni nadie nos podrá apartar nunca de su amor (cf. Rm 8,39). El Señor está vivo y quiere que lo busquemos entre los vivos. Después de haberlo encontrado, invita a cada uno a llevar el anuncio de Pascua, a suscitar y resucitar la esperanza en los corazones abrumados por la tristeza, en quienes no consiguen encontrar la luz de la vida. Hay tanta necesidad de ella hoy. Olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor; si no es así seremos un organismo internacional con un gran número de seguidores y buenas normas, pero incapaz de apagar la sed de esperanza que tiene el mundo.
¿Cómo podemos alimentar nuestra esperanza? La liturgia de esta noche nos propone un buen consejo. Nos enseña a hacer memoria, hacer memoria de las obras de Dios. Las lecturas, en efecto, nos han narrado su fidelidad, la historia de su amor por nosotros. La Palabra viva de Dios es capaz de implicarnos en esta historia de amor, alimentando la esperanza y reavivando la alegría. Nos lo recuerda también el Evangelio que hemos escuchado: los ángeles, para infundir la esperanza en las mujeres, dicen: «Recordad cómo [Jesús] os habló» (v.6). Hacer memoria de las palabras de Jesús, hacer memoria de todo lo que ha hecho en nuestra vida. No olvidemos su Palabra y sus acciones, de lo contrario perderemos la esperanza y nos convertiremos en cristianos sin esperanza; hagamos en cambio memoria del Señor, de su bondad y de sus palabras de vida que nos han conmovido; recordémoslas y hagámoslas nuestras, para ser centinelas del alba que saben descubrir los signos del Resucitado.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo ha resucitado! Y nosotros tenemos la posibilidad de abrirnos y recibir su don de esperanza. Abrámonos a la esperanza y pongámonos en camino; que el recuerdo de sus obras y de sus palabras sea la luz resplandeciente que oriente nuestros pasos confiadamente hacia la Pascua que no conocerá ocaso.
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Texto completo de la homilía del papa Francisco en la misa del Jueves Santo. 24 marzo 2016. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Después de la lectura del pasaje de Isaías, al escuchar en labios de Jesús las palabras: «Hoy mismo se ha cumplido esto que acaban de oír», bien podría haber estallado un aplauso en la sinagoga de Nazaret. Y luego podrían haber llorado mansamente, con íntima alegría, como lloraba el pueblo cuando Nehemías y el sacerdote Esdras le leían el libro de la Ley que habían encontrado reconstruyendo el muro. Pero los evangelios nos dicen que hubo sentimientos encontrados en los paisanos de Jesús: le pusieron distancia y le cerraron el corazón. Primero, «todos hablaban bien de él, se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22); pero después, una pregunta insidiosa fue ganando espacio: «¿No es este el hijo de José, el carpintero?». Y al final: «Se llenaron de ira» (Lc 4,28). Lo querían despeñar… Se cumplía así lo que el anciano Simeón le había profetizado a nuestra Señora: «Será bandera discutida» (Lc 2,34). Jesús, con sus palabras y sus gestos, hace que se muestre lo que cada hombre y mujer tiene en su corazón.
Y allí donde el Señor anuncia el evangelio de la misericordia incondicional del Padre para con los más pobres, los más alejados y oprimidos, allí precisamente somos interpelados a optar, a «combatir el buen combate de la Fe» (1 Tm 6,12). La lucha del Señor no es contra los hombres sino contra el demonio (cf. Ef 6,12), enemigo de la humanidad. Pero el Señor «pasa en medio» de los que buscan detenerlo «y sigue su camino» (Lc 4,30). Jesús no confronta para consolidar un espacio de poder. Si rompe cercos y cuestiona seguridades es para abrir una brecha al torrente de la misericordia que, con el Padre y el Espíritu, desea derramar sobre la tierra. Una misericordia que procede de bien en mejor: anuncia y trae algo nuevo: cura, libera y proclama el año de gracia del Señor.
La misericordia de nuestro Dios es infinita e inefable y expresamos el dinamismo de este misterio como una misericordia «siempre más grande», una misericordia en camino, una misericordia que cada día busca el modo de dar un paso adelante, un pasito más allá, avanzando sobre las tierras de nadie, en las que reinaba la indiferencia y la violencia.
Y así fue la dinámica del buen Samaritano que «practicó la misericordia» (Lc 10,37): se conmovió, se acercó al herido, vendó sus heridas, lo llevó a la posada, se quedó esa noche y prometió volver a pagar lo que se gastara de más. Esta es la dinámica de la misericordia, que enlaza un pequeño gesto con otro, y sin maltratar ninguna fragilidad, se extiende un poquito más en la ayuda y el amor. Cada uno de nosotros, mirando su propia vida con la mirada buena de Dios, puede hacer un ejercicio con la memoria y descubrir cómo ha practicado el Señor su misericordia para con nosotros, cómo ha sido mucho más misericordioso de lo que creíamos y, así, animarnos a desear y a pedirle que dé un pasito más, que se muestre mucho más misericordioso en el futuro. «Muéstranos Señor tu misericordia» (Sal 85,8). Esta manera paradójica de rezar a un Dios siempre más misericordioso ayuda a romper esos moldes estrechos en los que tantas veces encasillamos la sobreabundancia de su Corazón. Nos hace bien salir de nuestros encierros, porque lo propio del Corazón de Dios es desbordarse de misericordia, desparramarse, derrochando su ternura, de manera tal que siempre sobre, ya que el Señor prefiere que se pierda algo antes de que falte una gota, que muchas semillas se la coman los pájaros antes de que se deje de sembrar una sola, ya que todas son capaces de portar fruto abundante, el 30, el 60 y hasta el ciento por uno.
Como sacerdotes, somos testigos y ministros de la misericordia siempre más grande de nuestro Padre; tenemos la dulce y confortadora tarea de encarnarla, como hizo Jesús, que «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), de mil maneras, para que llegue a todos. Nosotros podemos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y así la pueda entender y practicar —creativamente— en el modo de ser propio de su pueblo y de su familia.
Hoy, en este Jueves Santo del Año Jubilar de la misericordia, quisiera hablar de dos ámbitos en los que el Señor se excede en su misericordia. Dado que es él quien nos da ejemplo, no tenemos que tener miedo a excedernos nosotros también: un ámbito es el del encuentro; el otro, el de su perdón que nos avergüenza y dignifica.
El primer ámbito en el que vemos que Dios se excede en una misericordia siempre más grande, es en el encuentro. Él se da todo y de manera tal que, en todo encuentro, directamente pasa a celebrar una fiesta. En la parábola del Padre Misericordioso quedamos pasmados ante ese hombre que corre, conmovido, a echarse al cuello de su hijo; cómo lo abraza y lo besa y se preocupa de ponerle el anillo que lo hace sentir como igual, y las sandalias del que es hijo y no empleado; y luego, cómo pone a todos en movimiento y manda organizar una fiesta. Al contemplar siempre maravillados este derroche de alegría del Padre, a quien el regreso de su hijo le permite expresar su amor libremente, sin resistencias ni distancias, nosotros no debemos tener miedo a exagerar en nuestro agradecimiento. La actitud podemos tomarla de aquel pobre leproso, que al sentirse curado, deja a sus nueve compañeros que van a cumplir lo que les mandó Jesús y vuelve a arrodillarse a los pies del Señor, glorificando y dando gracias a Dios a grandes voces.
La misericordia restaura todo y devuelve a las personas a su dignidad original. Por eso, el agradecimiento efusivo es la respuesta adecuada: hay que entrar rápido en la fiesta, ponerse el vestido, sacarse los enojos del hijo mayor, alegrarse y festejar… Porque sólo así, participando plenamente en ese ámbito de celebración, uno puede después pensar bien, uno puede pedir perdón y ver más claramente cómo podrá reparar el mal que hizo.
Puede hacernos bien preguntarnos: Después de confesarme, ¿festejo? O paso rápido a otra cosa, como cuando después de ir al médico, uno ve que los análisis no dieron tan mal y los mete en el sobre y pasa a otra cosa. Y cuando doy una limosna, ¿le doy tiempo al otro a que me exprese su agradecimiento y festejo su sonrisa y esas bendiciones que nos dan los pobres, o sigo apurado con mis cosas después de «dejar caer la moneda»?
El otro ámbito en el que vemos que Dios se excede en una misericordia siempre más grande, es el perdón mismo. No sólo perdona deudas incalculables, como al siervo que le suplica y que luego se mostrará mezquino con su compañero, sino que nos hace pasar directamente de Ia vergüenza más vergonzante a la dignidad más alta sin pasos intermedios. El Señor deja que la pecadora perdonada le lave familiarmente los pies con sus lágrimas. Apenas Simón Pedro le confiesa su pecado y le pide que se aleje, Él lo eleva a la dignidad de pescador de hombres. Nosotros, en cambio, tendemos a separar ambas actitudes: cuando nos avergonzamos del pecado, nos escondemos y andamos con la cabeza gacha, como Adán y Eva, y cuando somos elevados a alguna dignidad tratamos de tapar los pecados y nos gusta hacernos ver, casi pavonearnos.
Nuestra respuesta al perdón excesivo del Señor debería consistir en mantenernos siempre en esa tensión sana entre una digna vergüenza y una avergonzada dignidad: actitud de quien por sí mismo busca humillarse y abajarse, pero es capaz de aceptar que el Señor lo ensalce en bien de la misión, sin creérselo. El modelo que el Evangelio consagra, y que puede servirnos cuando nos confesamos, es el de Pedro, que se deja interrogar prolijamente sobre su amor y, al mismo tiempo, renueva su aceptación del ministerio de pastorear las ovejas que el Señor le confía.
Para entrar más hondo en esta avergonzada dignidad, que nos salva de creernos, más o menos, de lo que somos por gracia, nos puede ayudar ver cómo en el pasaje de Isaías que el Señor lee hoy en su Sinagoga de Nazaret, el Profeta continúa diciendo: «Ustedes serán llamados sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios» (Is 61,6). Es el pueblo pobre, hambreado, prisionero de guerra, sin futuro, sobrante y descartado, a quien el Señor convierte en pueblo sacerdotal.
Como sacerdotes, nos identificamos con ese pueblo descartado, al que el Señor salva y recordamos que hay multitudes incontables de personas pobres, ignorantes, prisioneras, que se encuentran en esa situación porque otros los oprimen. Pero también recordamos que cada uno de nosotros conoce en qué medida, tantas veces estamos ciegos de la luz linda de la fe, no por no tener a mano el evangelio sino por exceso de teologías complicadas. Sentimos que nuestra alma anda sedienta de espiritualidad, pero no por falta de Agua Viva —que bebemos sólo en sorbos—, sino por exceso de espiritualidades «gaseosas», de espiritualidades light. También nos sentimos prisioneros, pero no rodeados como tantos pueblos, por infranqueables muros de piedra o de alambrados de acero, sino por una mundanidad virtual que se abre o cierra con un simple click. Estamos oprimidos pero no por amenazas ni empujones, como tanta pobre gente, sino por la fascinación de mil propuestas de consumo que no nos podemos quitar de encima para caminar, libres, por los senderos que nos llevan al amor de nuestros hermanos, a los rebaños del Señor, a Ias ovejitas que esperan la voz de sus pastores.
Y Jesús viene a rescatarnos, a hacernos salir, para convertirnos de pobres y ciegos, de cautivos y oprimidos. en ministros de misericordia y consolación. Y nos dice, con las palabras del profeta Ezequiel al pueblo que se prostituyó y traicionó tanto a su Señor: «Yo me acordaré de la alianza que hice contigo cuando eras joven… Y tú te acordarás de tu conducta y te avergonzarás de ella, cuando recibas a tus hermanas, las mayores y las menores, y yo te las daré como hijas, si bien no en virtud de tu alianza. Yo mismo restableceré mi alianza contigo, y sabrás que yo soy el Señor. Así, cuando te haya perdonado todo lo que has hecho, te acordarás y te avergonzarás, y la vergüenza ya no te dejará volver a abrir la boca —oráculo del Señor—» (Ez 16,60-63).
En este Año Santo Jubilar, celebramos con todo el agradecimiento de que sea capaz nuestro corazón, a nuestro Padre, y le rogamos que “se acuerde siempre de su Misericordia”; recibimos con avergonzada dignidad Ia Misericordia en Ia carne herida de nuestro Señor Jesucristo y le pedimos que nos lave de todo pecado y nos libre de todo mal; y con la gracia del Espíritu Santo nos comprometemos a comunicar la Misericordia de Dios a todos los hombres, practicando las obras que el Espíritu suscita en cada uno para el bien común de todo el pueblo fiel.
Reflexiones de Mons. Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas. 25 marzo 2016. ZENIT
Francisco; misericordia con los crucificados
Año de la Misericordia
VER
Hice una visita a un grupo de familias, unas sesenta personas entre niños, jóvenes, mamás y algunos adultos, que fueron expulsados de su comunidad por conflictos agrarios, y que viven desplazados en una montaña cercana, en lo que han dado en llamar “Poblado Primero de Agosto”, en el municipio de Las Margaritas. Es doloroso comprobar las limitaciones en que viven: hicieron “casas” de nylon, donde se refugian de las inclemencias del tiempo; les falta todo; van por agua a un río cercano, pero en este tiempo es muy escasa. Después de escuchar su historia, lo primero que pidieron fue que hiciéramos oración por ellos, pues dicen ser católicos. El espacio más grande en que se reúnen es bajo una lona, en que presiden un crucifijo y una imagen de la Virgen de Guadalupe. Me pidieron maíz, frijol, agua y azúcar. No podemos quedarnos indiferentes ante el dolor de estas personas, sobre todo por su inseguridad, ya que a veces los atacan desde su pueblo de origen, y se les está apoyando con lo que es posible. La generosidad de comunidades cercanas les ha sostenido.
Con motivo de la visita del Papa a Chiapas y del Año de la Misericordia promovido por el mismo, pedí al gobierno estatal que viera la posibilidad de liberar a presos que, sólo por su pobreza, no han podido salir de la cárcel, o aquellos cuyas causas merecieran el beneficio de una libertad anticipada. El día de la llegada del Papa, se concedió esta libertad a 127 presos, con una enorme alegría para ellos y sus familiares. La misericordia y la visita del Papa han dado muchos frutos de justicia y de bienestar.
PENSAR
Al convocarnos al Año de la Misericordia, que empezó el 8 de diciembre pasado y terminará el próximo 20 de noviembre, el Papa nos pidió:
“En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.
Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos”.
ACTUAR
Gocemos la misericordia que Dios nos ha manifestado en Jesucristo y en su Iglesia, y seamos misericordiosos con todo el que sufre.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo de Resurrección
¿DÓNDE BUSCAR AL QUE VIVE?
La fe en Jesús, resucitado por el Padre, no brotó de manera natural y espontánea en el corazón de los discípulos. Antes de encontrarse con él, lleno de vida, los evangelistas hablan de su desorientación, su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes e incertidumbres.
María de Magdala es el mejor prototipo de lo que acontece probablemente en todos. Según el relato de Juan, busca al crucificado en medio de tinieblas, «cuando aún estaba oscuro». Como es natural, lo busca «en el sepulcro». Todavía no sabe que la muerte ha sido vencida. Por eso, el vacío del sepulcro la deja desconcertada. Sin Jesús, se siente perdida.
Los otros evangelistas recogen otra tradición que describe la búsqueda de todo el grupo de mujeres. No pueden olvidar al Maestro que las ha acogido como discípulas: su amor las lleva hasta el sepulcro. No encuentran allí a Jesús, pero escuchan el mensaje que les indica hacia dónde han de orientar su búsqueda: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado».
La fe en Cristo resucitado no nace tampoco hoy en nosotros de forma espontánea, solo porque lo hemos escuchado desde niños a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús, hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.
Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar, no en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores.
Lo hemos de buscar, no entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a Jesús y de pasión por el Evangelio, sino allí donde vamos construyendo comunidades que ponen a Cristo en su centro porque, saben que «donde están reunidos dos o tres en su nombre, allí está él».
Al que vive no lo encontraremos en una fe estancada y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de experiencia, sino buscando una calidad nueva en nuestra relación con él y en nuestra identificación con su proyecto. Un Jesús apagado e inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, es un «Jesús muerto». No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es el que vive y hace vivir.
José Antonio Pagola
Domingo de Resurrección – C (Juan 20,1-9)
Evangelio del 27/mar/2016
por Coordinador Grupos de Jesús
Texto de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del 3 de marzo de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano):
«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Nuestra reflexión sobre la misericordia de Dios nos introduce hoy al Triduo Pascual. Viviremos el jueves, viernes y sábado santo como momentos fuertes que nos permiten de entrar cada vez más en los grandes misterios de nuestra fe: la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Todo nos habla en estos tres días de misericordia, porque nos vuelve visible hasta donde llega de lejos el amor de Dios. Escucharemos la narración sobre los últimos días de vida de Jesús.
El evangelista Juan nos ofrece la llave para entender el sentido profundo: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amo hasta el final”. El amor de Dios no tiene límites. Como repetía con frecuencia veces san Agustín, es una mor que va hasta el final y sin fin.
Dios se ofrece realmente todo por cada uno de nosotros. Sin poner ningún límite. El misterio que vivimos en esta Semana Santa es una gran historia de amor que no conoce obstáculos. La pasión de Jesús dura hasta el final del mundo, porque es una historia que comparte los sufrimientos de toda la humanidad. Y una permanente presencia en las situaciones de la vida personal de cada uno de nosotros. En resumen, el Triduo Pascual es el memorial de un drama de amor que nos da la certeza que no seremos nunca abandonados en las pruebas de la vida.
El Jueves Santo, Jesús instituye la eucaristía, anticipando en el banquete pascual su sacrificio en el Gólgota, y para hacer entender a los discípulos el amor que le anima, le lava los pies a ellos, ofreciendo a ellos el ejemplo en primera persona de como ellos mismos deberán actuar.
La eucaristía es el amor que se vuelve servicio, es la presencia sublime de Cristo que desea saciar el hambre de cada hombre, especialmente de los más débiles, para volverlos capaces de un camino como testimonios ante las dificultades del mundo. Y no solamente, al darse a nosotros como alimento, Jesús certifica que tenemos que aprender a partir con los otros el pan, este alimento, para que se vuelva una verdadera comunión de vida con quienes se encuentran en necesidad. Él se dona a nosotros y nos pide permanecer en él para hacer lo mismo.
El Viernes Santo es el momento culminante del amor. La muerte de Jesús que en la cruz se abandona al Padre para ofrecer su salvación al mundo entero expresa el amor donado hasta el final, hasta el final, sin fin. Un amor que quiere abrazar a todos, ninguno excluido, un amor que se extiende a todas las épocas y lugares, un manantial inagotable de salvación al cual cada uno de nosotros pecadores puede ir.
Dios nos ha demostrado su amor supremo con la muerte de Jesús, y entonces también nosotros regenerados por el Espíritu Santo podemos y tenemos que amarnos los unos a los otros.
Y por último el Sábado Santo es el día del silencio de Dios. Tiene que ser un día de silencio y nosotros tenemos que hacer de todo para que sea para nosotros, justamente, una jornada de silencio, como fue en aquel tiempo: el día del silencio de Dios. Jesús depuesto en el sepulcro comparte con toda la humanidad el drama de la muerte. Es un silencio que habla y expresa el amor como solidaridad hacia los abandonados desde siempre, que el Hijo de Dios alcanza colmando el vacío que solo la misericordia infinita del Padre Dios puede llenar.
Dios calla pero por amor. En este día el amor -aquel amor silencioso- se transforma en espera de la vida, en la Resurrección. Pensemos en el Sábado Santo: nos hará bien pensar en el silencio de la Virgen, ‘la Creyente’, que en silencio estaba esperando la Resurrección. La Virgen debería ser el símbolo para nosotros, de aquel Sábado Santo. Pensar así, como la Virgen ha vivido aquel Sábado Santo, en la espera. Es el amor que no duda, pero que espera en la palabra del Señor, para que el día de Pascua se vuelva manifiesto y resplandeciente.
Es todo un gran misterio de amor y de misericordia. Nuestras palabras son pobres e insuficientes para expresarlo en plenitud. Nos puede servir como ayuda la experiencia de una muchacha, no muy conocida, que ha escrito páginas sublimes sobre el amor de Cristo. Se llamaba Juliana de Norwich; era analfabeta; esta joven tuvo visiones de la pasión de Jesús, y después cuando entro en la clausura describió, con lenguaje simple, pero profundo e intenso, el sentido del amor misericordioso.
Decía así: “Entonces nuestro buen Señor me preguntó: ‘¿Estás contenta que yo haya sufrido por ti?’
Yo le dije: “Sí, buen Señor, y te agradezco mucho; sí buen Señor, que tú seas bendecido”. Entonces Jesús, nuestro buen Señor, dijo: “Si tu estás contenta también yo lo estoy. El haber sufrido la pasión por ti es una alegría, una felicidad, un gozo eterno; y si pudiera sufrir aún más lo haría”.
Este es nuestro Jesus, que a cada uno de nosotros dice: “Si pudiera sufrir más por ti, lo haría”.
¡Como son hermosas estas palabras! Nos permiten entender realmente el amor inmenso y sin límites que el Señor tiene hacia cada uno de nosotros. Dejémonos envolver por esta misericordia que viene hacia nosotros; y en estos días, mientras tenemos fija la mirada sobre la pasión y muerte del Señor, acojamos en nuestro corazón la grandeza de su amor y como la Virgen el Sábado, en silencio, a la espera de la Resurrección».
Palabras al final de la audiencia
«Con el corazón dolorido he seguido las tristes noticias de los atentados terroristas de ayer en Bélgica, que han causado numerosas víctimas y heridos. Les aseguro mis oraciones y mi cercanía a la querida población belga, a todos los familiares de las víctimas y a todos los heridos.
Hago un nuevo llamado a todas las personas de buena voluntad para que se unan y al unísono condenen esto cruel abominación que está causando solamente muerte, terror y horror. A todos pido perseverar en la oración y pedirle a Señor, en esta Semana Santa, que conforte los corazones afligidos y convierta los corazones de estas personas enceguecidas por el fundamentalismo cruel. Por intercesión de la Virgen María, hagamos una oración: “Ave María…” Ahora en silencio recemos por los muertos y por los heridos, y por los familiares así como por todo el pueblo belga».
(Texto traducido desde el audio por ZENIT)
Reflexión a las lecturas del domingo segundo de Pascua C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 2º de Pascua C
¡Hemos llegado a la Octava de Pascua! Durante esta semana hemos estado celebrando cada día, aunque fuera jornada laboral, la solemnidad de la Resurrección del Señor.
Ya sabemos que la Resurrección es un acontecimiento muy grande, con unas consecuencias prácticas muy notables, y no cabe en un solo día. Por eso son 50 los del Tiempo Pascual.
En cada Celebración se ha ido repitiendo el mismo esquema: en la primera lectura, del Libro de los Hechos, hemos escuchado algún testimonio de los apóstoles acerca de la Resurrección, después de Pentecostés. Y, en el Evangelio, alguna de las apariciones de Cristo resucitado a los discípulos (hombres y mujeres).
Lógico es que al llegar el día octavo se nos presente, en el Evangelio, la aparición de ese día.
La primera lectura, en lugar del testimonio de un apóstol, nos presenta el de toda la primera comunidad cristiana: cómo vivían los primeros creyentes en la Resurrección. Y al ser domingo, se añade una segunda lectura, que es el comienzo del Libro del Apocalipsis.
El Evangelio nos presenta en toda su crudeza el tema de la fe. Y sería fácil quedarnos con la conclusión de que Tomás era malo porque no creyó y nosotros, buenos, porque sí creemos… ¡Y ya está!
Pero no sería lógico… Tendríamos que preguntarnos más bien cómo es nuestra fe: si es una fe viva, activa, comprometida… Si conocemos los fundamentos de nuestra fe y si estamos capacitados para dar razón de nuestra esperanza.
El Papa Pablo VI, en una célebre oración implorando el don de la fe, pedía al Señor una fe cierta: “por una exterior congruencia de pruebas y por un interior testimonio del Espíritu Santo…”
El Evangelio de hoy nos enseña que “éstos (signos) se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”. Por tanto, hay que conocerlos para llegar a la fe. Por algo se llama a la fe “obsequium rationabile”.
Entonces, ¿dónde estuvo el error de Tomás?
En exigir demasiado. Pide una experiencia física para creer. Y esa posibilidad no existe cuando se trata de hechos del pasado. De los hechos históricos sólo podemos tener conocimiento por el testimonio de los que los han tenido una relación directa con ellos. Por tanto, no nos podemos cerrar, como hace Tomás, al testimonio de los demás…
De esta forma, el Evangelio de Juan establece el nexo de unión entre los cristianos que habían conocido al Señor y los que tenían que “creer sin ver”. Pero no sin razones, lo que los teólogos llaman “motivos de credibilidad”.
Por todo lo expuesto, en estos días, en este tiempo de Pascua, no podemos dejar de proclamar, con el salmo responsorial de este “Domingo de la Misericordia”: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
¡FELICES PASCUAS! ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO II DE PASCUA C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Durante los domingos de Pascua, la primera lectura es de los Hechos de los Apóstoles. La de hoy, nos pone en contacto con la primera comunidad creyente en Jesucristo Resucitado. Escuchemos con atención.
SALMO
El salmo 117 ha sido hecho por la Iglesia un salmo eminentemente pascual. Respondamos a la primera lectura cantando este salmo.
SEGUNDA LECTURA
La segunda lectura de este tiempo, está tomada del libro del Apocalipsis. Es un anuncio de la victoria definitiva de Jesucristo sobre el pecado y la muerte.
TERCERA LECTURA
El Evangelio centra nuestra atención en la aparición de Jesucristo Resucitado a los Apóstoles, al llegar al día octavo de la Resurrección, con especial referencia a fe de santo Tomás.
Pero antes de escuchar el Evangelio, proclamemos la alegría de la Pascua con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
Nuestra fe nos hace descubrir, bajo las apariencias de pan y de vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor Resucitado. Reconozcámosle, como Santo Tomás, como nuestro Dios y Señor. Pidámosle que tengamos una fe cada vez más viva, más segura, más convincente. Y que estemos siempre preparados para dar razón de nuestra esperanza.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del segundo domingo de Pascua C
NO SEAS INCRÉDULO SINO CREYENTE
La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».
¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado? ¿Qué es lo que ha transformado al hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.
A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».
Tal vez necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».
¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Esta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.
No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación.
José Antonio Pagola
Comentario a la liturgia dominical – Segundo domingo de Pascua por Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil). 29 marzo 2016. (ZENIT)
Ciclo C Textos: Hechos 5, 12-16; Ap 1, 9-11a .12-13.17-19; Jn 20, 19-31.
Idea principal: Que los “Tomases” que andan por ahí pidiendo tercamente pruebas y con la fe decaída se encuentren este año jubilar con Jesús misericordioso y que les muestre con cariño sus llagas para que metan su dedo, crean en Él y lo anuncien por todas partes.
Síntesis del mensaje: A este domingo se le llamaba domingo “in albis”, o sea “in albis deponendis”, “el domingo en que se despojan ya de los vestidos blancos” aquellos que antiguamente habían recibido el bautismo en la noche de la Vigilia Pascual. Hoy a este domingo se le llama, por indicación del Papa Juan Pablo II, “Domingo II de Pascua o de la divina misericordia”. En este año de la misericordia este domingo deberá ser vivido con más realce, si cabe. Que al pasar junto a nuestros hermanos, nuestra sombra refleje la luz de Cristo que les ilumina y consuela (1ª lectura). Y así puedan encontrarse con Cristo resucitado y exclamar como Tomás: “Señor mío y Dios mío” (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, que muchos están atravesando una crisis de fe, es evidente. Repiten lo que otros han experimentado. Albert Camus en su libro “La Peste” hace decir al ateo Rieux, que no es más que su misma sombra: “Yo vivo en la noche”, pues no podía compaginar la bondad de Dios y el sufrimiento de los inocentes. El mayor místico de los siglos en la Iglesia, san Juan de la Cruz, dice: esto es “la noche oscura del alma”, porque de Dios no sentía ni el consuelo ni la mirada ni el susurro. Santa Teresa de Lisieux: “Me asaltan pensamientos como los que pueden tener los peores materialistas”, porque Dios se le borraba de las pantallas de la creación. La Beata Teresa de Calcuta también vivió esta crisis: «Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan hondo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo… ¡El cielo no significa nada para mí, me parece un lugar vacío!». Santa Teresa de Jesús, la gran mística de Ávila, describe así la suya: «Oh válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece un alma hasta que entre en la séptima morada… Ningún consuelo se admite en esta tempestad … ». Y, el colmo, Jesús en la cruz: “¡Dios mío…¿por qué me has abandonado?!”. O sea que aquí, de Tomases por la vida, el que más y el que menos. Pues a estos Tomases quiere Jesús mostrarles sus llagas y curarles, como al apóstol Tomás.
En segundo lugar, ¿qué hacer ante estas dudas y crisis de fe? ¿Culpar al ateísmo teórico del marxismo y sus secuaces, al laicismo y escepticismo de intelectuales honrados o baratos, al humanismo ateo de progresistas cavernarios o cavernículas, que reducen la religión a la corrección ética de la vida o al compromiso social con el proletariado o a la autorrealización de la persona? Pero a decir verdad, parte de la culpa está en algunos cristianos. Así declararon los 2000 padres conciliares en el Concilio Vaticano II al hablar del ateísmo en 1965: “también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad….en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión” (Gaudium et spes, 19). También a estos creyentes incoherentes Cristo resucitado quiere mostrarles su costado abierto para invitarles a meter la mano y volver a la fe sencilla que les transmitieron sus abuelos y tal vez la mamá de familia. Y así puedan exclamar de corazón: “Señor mío y Dios mío”.
Finalmente, y ahora nos toca ver el mensaje para cada uno de nosotros. Es el momento de revisar nuestra fe en Cristo resucitado, no sea que haya algún Tomás escondido entre alguna rendija de nuestro corazón o de nuestra mente. A todos nos viene la tentación de pedir a Dios un “seguro de felicidad”, o poco menos, ver el rostro de Dios, o recibir pruebas o signos de que vamos por buen camino. ¿Quién de nosotros no ha tenido una crisis de fe, o porque Dios parece haber entrado en eclipse en nuestra vida, o porque se han acumulado las desgracias que nos hacen dudar de su amor, o porque las tentaciones nos han llevado por caminos no rectos o porque nos hemos ido enfriando en nuestro fervor inicial? Jesús misericordioso quiere acercarse. Nos invita a meter nuestro dedo también en sus llagas para que nuestras dudas se conviertan en certezas, nuestras tristezas en alegrías, nuestras desconfianzas en seguridades, nuestra terquedad en humildad, nuestras tempestades en calma. Aprendamos de Tomás a despojarnos de falsos apoyos, a estar un poco menos seguros de nosotros mismos y aceptar la purificación que suponen esos momentos de oscuridad. Si los santos los tuvieron, ¿quiénes somos nosotros para pedir a Dios que nos los quite? “Señor mío y Dios mío”.
Para reflexionar: ¿Cómo me comporto cuando hay nubarrones en mi vida? ¿Tengo miedos y me alimento de dudas? ¿O al contrario, esos momentos son ocasión para madurar en mi fe? ¿Cuántas veces al día exclamo: “Señor mío y Dios mío”?
Para rezar: a María recemos hoy y siempre que sintamos esas oscuridades:
Bajo tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos
en nuestras necesidades,
antes bien líbranos de todo peligro,
¡oh Virgen gloriosa y bendita!
Amén.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]
Carta semanal del obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, con motivo de la fiesta de la Divina Misericordia en el segundo domingo de Pascua: (ZENIT – Madrid)
A los ocho días, cuando ya estaba Tomás con los demás apóstoles, Jesús se apareció de nuevo entre ellos para certificar su resurrección. Ellos los apóstoles, que han sido constituidos testigos autorizados de este gran acontecimiento para la historia y para la humanidad. “Se apareció a Cefas (Pedro) y más tarde a los Doce, después de apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles, y por último como a un aborto, se me apareció también a mi (Pablo)” (1Co 15,5-8).
La resurrección de Jesús no es algo privado, que se origina sólo en la conciencia y en el corazón de los creyentes. Es algo público, que han constatado muchos, de distinta manera, en distintos lugares, coincidentes en una certeza: “Verdaderamente ha resucitado”. Aquel que había sido condenado a la pena capital crucificado en la cruz, después de ser azotado cruelmente, ha vencido la muerte rompiendo la piedra del sepulcro, del que ha salido victorioso. La alegría de la resurrección inunda el mundo entero.
Pero entre todas esas apariciones, tiene especial significado la aparición al apóstol Tomás, que este domingo se proclama en el evangelio. “Si no lo veo, no lo creo” había dicho Tomás cuando sus compañeros le explicaban llenos de entusiasmo que Jesús el Maestro estaba vivo, había resucitado. A los ocho días (al domingo siguiente) Jesús, lleno de misericordia, se acerca a Tomás y le muestra sus llagas y su costado traspasado. Y Tomás confiesa: “Señor mío y Dios mío”. Esta incredulidad de Tomás es un argumento para nuestra fe, pues ha provocado una condescendencia de Jesús, que tanto agradecemos. Jesús en su inagotable misericordia está dispuesto a mostrarnos una y otra vez sus llagas gloriosas para que veamos que es él, no otro, y que está vivo después de haber pasado por la muerte. Nuestro encuentro con el sufrimiento se convierte en una ocasión propicia para descubrir la presencia misteriosa del Señor resucitado.
En este Año de la misericordia podemos esperar que Jesús tenga gestos de cercanía con cada uno de nosotros, y también con aquellos que se resisten a creer. Jesús no le echa en cara nada a Tomás, simplemente se muestra de nuevo, una y otra vez, incansablemente. La convicción nace de dentro, no viene impuesta. La convicción es fruto de la gracia de Dios y de la libertad del sujeto. Dios propone una y otra vez, el sujeto acoge este testimonio de Jesús, de la Iglesia, de un cristiano coherente, hasta confesar: Realmente Dios está aquí. Ese resultado es fruto de la misericordia, de un amor más fuerte que todas las razones humanas, de un amor más fuerte que todas las resistencias. La misericordia de Dios es un amor paciente, que no se cansa de esperar.
Ha sido el gran Papa san Juan Pablo II el que ha instituido esta fiesta de la Divina Misericordia en el segundo domingo de Pascua, a partir de las revelaciones privadas de santa Faustina Kowalska, monja polaca que él trato en su juventud. Este mensaje de la misericordia divina es especialmente necesario para un mundo afligido por tantas tensiones, guerras, persecuciones, venganzas. A partir del año 2000, este segundo domingo de Pascua se designará en toda la Iglesia con el nombre de “domingo de la Divina Misericordia”. Juan Pablo II estaba “tocado” por esta devoción, haciendo de su vida una ofrenda de amor en favor del mundo entero. Dios vino a buscarle precisamente en esta fiesta –murió el 2 de abril de 2005, fiesta de la Divina misericordia- y ha sido beatificado (2011) y canonizado (2014) en la misma fiesta.
El Papa Francisco ha tomado esta línea de la misericordia divina como lema de su pontificado, introduciéndonos este Año especialmente en el ámbito de la misericordia, que supera todos nuestros cálculos, pues se trata de un amor a la medida de Dios.
La misericordia no se opone a la justicia, sino a la venganza. Dios no reacciona ante el mal, como suele hacer el hombre, sino que reacciona con su perdón sobreabundante y con su misericordia. La misericordia de Dios incluye la justicia y excluye incluso en el deseo todo tipo de venganza.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio