Domingo, 31 de julio de 2016

Texto completo de las palabras del papa Francisco en la vigilia de la JMJ. 30 JULIO 2016 (ZENIT – Roma)

Queridos jóvenes, Es bueno estar aquí con ustedes en esta Vigilia de oración. Al terminar su valiente y conmovedor testimonio, Rand nos pedía algo. Nos decía: «Les

pido encarecidamente que recen por mi amado país». Una historia marcada por la guerra, el dolor, la pérdida, que finaliza con un pedido: el de la oración. Qué mejor que empezar nuestra vigilia rezando.

Venimos desde distintas partes del mundo, de continentes, países, lenguas, culturas, pueblos diferentes. Somos «hijos» de naciones, que quizá pueden estar enfrentadas luchando por diversos conflictos, o incluso estar en guerra. Otros venimos de países que pueden estar en «paz», que no tienen conflictos bélicos, donde muchas de las cosas dolorosas que suceden en el mundo sólo son parte de las noticias y de la prensa.

Pero seamos conscientes de una realidad: para nosotros, hoy y aquí, provenientes de distintas partes del mundo, el dolor, la guerra que viven muchos jóvenes, deja de ser anónima, deja de ser una noticia de prensa, tiene nombre, tiene rostro, tiene historia, tiene cercanía. Hoy la guerra en Siria, es el dolor y el sufrimiento de tantas personas, de tantos jóvenes como el valiente Rand, que está aquí entre nosotros pidiéndonos que recemos por su amado país.

Existen situaciones que nos pueden resultar lejanas hasta que, de alguna manera, las tocamos. Hay realidades que no comprendemos porque sólo las vemos a través de una pantalla (del celular o de la computadora).

Pero cuando tomamos contacto con la vida, con esas vidas concretas no ya mediatizadas por las pantallas, entonces nos pasa algo importante, sentimos la invitación a involucrarnos: «No más ciudades olvidadas», como dice Rand: ya nunca puede haber hermanos «rodeados de muerte y homicidios» sintiendo que nadie los va a ayudar.

Queridos amigos, los invito a que juntos recemos por el sufrimiento de tantas víctimas fruto de la guerra, que recemos por tantas familias de la amada Siria y de otras partes del mundo, para que de una vez por todas podamos comprender que nada justifica la sangre de un hermano, que nada es más valioso que la persona que tenemos al lado.

Y en este pedido de oración también quiero agradecerles a Natalia y a Miguel, porque ustedes también nos han compartido sus batallas, sus guerras interiores. Nos han mostrado sus luchas y cómo hicieron para superarlas. Son signo vivo de lo que la misericordia quiere hacer en nosotros.

Nosotros no vamos a gritar ahora contra nadie, no vamos a pelear, no queremos destruir. Nosotros no queremos vencer el odio con más odio, vencer la violencia con más violencia, vencer el terror con más terror. Y nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia. Celebremos el venir de culturas diferentes y nos unimos para rezar. Que nuestra mejor palabra, que nuestro mejor discurso, sea unirnos en oración.

Hagamos un rato de silencio y recemos; pongamos ante el Señor los testimonios de estos amigos, identifiquémonos con aquellos para quienes «la familia es un concepto inexistente, y la casa sólo un lugar donde dormir y comer», o con quienes viven con el miedo de creer que sus errores y pecados los han dejado definitivamente afuera. Pongamos también las «guerras», nuestras guerras ustedes, las luchas que cada uno trae consigo, dentro de su corazón, en presencia de nuestro Dios. Y por esto, para estar en familia, en fraternidad, todos juntos, les invito a levantarse, a tomarse por la mano y la mano, y rezar en silencio. Todos.

Mientras rezábamos, me venía la imagen de los Apóstoles el día de Pentecostés. Una escena que nos puede ayudar a comprender todo lo que Dios sueña hacer en nuestra vida, en nosotros y con nosotros. Aquel día, los discípulos estaban encerrados por miedo.

Se sentían amenazados por un entorno que los perseguía, que los arrinconaba en una pequeña habitación, obligándolos a permanecer quietos y paralizados. El temor se había apoderado de ellos. En ese contexto, pasó algo espectacular, algo grandioso. Vino el Espíritu Santo y unas lenguas como de fuego se posaron sobre cada uno, impulsándolos a una aventura que jamás habrían soñado. ¡La cosa cambia completamente!

Hemos escuchado tres testimonios, hemos tocado, con nuestros corazones, sus historias, sus vidas. Hemos visto cómo ellos, al igual que los discípulos, han vivido momentos similares, han pasado momentos donde se llenaron de miedo, donde parecía que todo se derrumbaba.

El miedo y la angustia que nace de saber que al salir de casa uno puede no volver a ver a los seres queridos, el miedo a no sentirse valorado ni querido, el miedo a no tener otra oportunidad. Ellos nos compartieron la misma experiencia que tuvieron los discípulos, han experimentado el miedo que sólo conduce a un lugar. ¿Dónde nos lleva el miedo? A cerrarnos. Y cuando el miedo se acovacha en el encierro siempre va acompañado por su «hermana gemela»: la parálisis, sentirnos paralizados.

Sentir que en este mundo, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades, no hay ya espacio para crecer, para soñar, para crear, para mirar horizontes, en definitiva para vivir, es de los peores males que se nos puede meter en la vida y especialmente en la juventud.

La parálisis nos va haciendo perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar juntos, de caminar con otros.

Nos aleja de los otros, nos impide de apretarles la mano, como hemos visto (en la coreografía ndr.), todos cerrados en aquellas pequeños cuartos de vidrio.

Pero en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde «felicidad» con un «diván, un canapé.

Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos, que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores.

Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin fatigarnos ni preocuparnos. La «sofá-felicidad», «kanapa-szczęście», es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, que puede arruinar a la juventud.

– ¿Y por qué sucede esto, Padre?
– Porque poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados.

Anteayer hablé de los jóvenes que se jubilan a los 20 años, hoy hablo de jóvenes adormecidos, muñecos, embobados, mientras otros –quizás los más vivos, pero no los más buenos– deciden el futuro por nosotros.

Seguramente para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón.

Les pregunto, a ustedes: ¿quieren ser jóvenes dormidos, muñecos, embobados? ¿Quieren ser libres? ¿Quieren ser despiertos? ¿Quieren luchar por el propio futuro? No los siento tan convencidos… ¿Quieren luchar por el vuestro futuro?

Pero la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad.

Ahí está precisamente una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es andar por la vida dormido o narcotizado, que la única manera de ser feliz es ir como atontado.

Justamente aquí hay una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que la felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es caminar en la vida adormecidos y narcotizados, que el único modo de ser feliz es estar como atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay muchas otras drogas socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o más esclavos. Unas y otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad.

Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, del siempre «más allá». Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia.

Ir por los caminos siguiendo la «locura» de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos, pensadores, movilizadores sociales.

Que nos incita a pensar una economía más solidaria. En todos los ámbitos en los que ustedes se encuentren, ese amor de Dios nos invita llevar la buena nueva, haciendo de la propia vida un homenaje a él y a los demás. Y esto significa tener coraje, esto significa ser libres.

Podrán decirme: «Padre pero eso no es para todos, sólo es para algunos elegidos». Sí, y estos elegidos son todos aquellos que estén dispuestos a compartir su vida con los demás. De la misma manera que el Espíritu Santo transformó el corazón de los discípulos el día de Pentecostés -estaban paralizados- lo hizo también con nuestros amigos que compartieron sus testimonios.

Uso tus palabras, Miguel, vos nos decías que el día que en la Facenda te encomendaron la responsabilidad de ayudar a que la casa funcionara mejor, ahí comenzaste a entender que Dios pedía algo de ti. Así comenzó la transformación.

Ese es el secreto, queridos amigos, que todos estamos llamados a experimentar. Dios espera algo de ti, Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo con vos puede ser distinto. Eso sí, si tú no pones lo mejor de ti mismo, el mundo no será distinto.

Es un desafío. El tiempo que hoy estamos viviendo, no necesita jóvenes-sofá, młody-kanapa, sino jóvenes con zapatos; mejor aún, con los botines puestos.

Este tiempo sólo acepta jugadores titulares en la cancha, no hay espacio para suplentes. El mundo de hoy les pide que sean protagonistas de la historia porque la vida es linda siempre y cuando querramos vivirla, siempre y cuando querramos dejar una huella.

La historia hoy nos pide que defendamos nuestra dignidad y no dejemos que sean otros los que decidan nuestro futuro.

¡No!, nosotros tenemos que decidir nuestro futuro, ustedes vuestro futuro. El Señor, al igual que en Pentecostés, quiere realizar uno de los mayores milagros que podamos experimentar: hacer que tus manos, mis manos, nuestras manos se transformen en signos de reconciliación, de comunión, de creación. Él quiere tus manos para seguir construyendo el mundo de hoy. Él quiere construirlo contigo.

¿Y tú qué respondes? ¿Qué respondes tú? ¿Sí o no? … Me dirás, Padre, pero yo soy muy limitado, soy pecador, ¿qué puedo hacer? Cuando el Señor nos llama no piensa en lo que somos, en lo que éramos, en lo que hemos hecho o de dejado de hacer. Al contrario: él, en ese momento que nos llama, está mirando todo lo que podríamos dar, todo el amor que somos capaces de contagiar. Su apuesta siempre es al futuro, al mañana. Jesús te proyecta al horizonte, nunca al museo.

Por eso, amigos, hoy Jesús te invita, te llama a dejar tu huella en la vida, una huella que marque la historia, que marque tu historia y la historia de tantos.

La vida de hoy nos dice que es mucho más fácil fijar la atención en lo que nos divide, en lo que nos separa. Pretenden hacernos creer que encerrarnos es la mejor manera para protegernos de lo que nos hace mal. Hoy los adultos, nosotros los adultos, necesitamos de ustedes, que nos enseñen como ahora hacen ustedes a convivir en la diversidad, en el diálogo, en compartir la multiculturalidad, no como una amenaza sino, como una oportunidad. Y ustedes son una oportunidad para el futuro. Tengan el coraje de enseñarlos, tengan valentía para enseñarnos que es más fácil construir puentes que levantar muros.

Necesitamos aprender esto. Y todos juntos pidamos que nos exijan transitar por los caminos de la fraternidad. Que sean ustedes nuestros acusadores si nosotros elegimos el camino de los muros, el camino de la enemistad, de la guerra.

Construir puentes: ¿Saben cuál es el primer puente a construir? Un puente que podemos realizarlo aquí y ahora: estrecharnos la mano, darnos la mano. Anímense, hagan ahora, aquí, ese puente primordial, y dénse la mano todos ustedes: es el puente primordial, es el puente huano, es el primero, es el modelo. Siempre está el riesgo -lo he dicho el otro día- de quedarse con la mano tendida, pero en la vida hay que arriesgar, quien no arriesga no gana. Con este puente vamos hacia adelante. Aquí este puente primordial: apriétense la mano. Gracias.

Es el gran puente fraterno, y ojalá aprendan a hacerlo los grandes de este mundo… pero no para la fotografía, cuando se dan la mano piensan en otra cosa, sino para seguir construyendo puentes más y más grandes. Que éste puente humano sea semilla de tantos otros; será una huella.

Hoy Jesús, que es el camino, te llama a ti, a ti y a ti, a dejar tu huella en la historia. Él, que es la vida, te invita a dejar una huella que llene de vida tu historia y la de tantos otros. Él, que es la verdad, te invita a desandar los caminos del desencuentro, la división y el sinsentido. ¿Te animas? ¿Te animas? ¿Qué responden ahora -quiero ver- tus manos y tus pies al Señor, que es camino, verdad y vida?

¿Te animas? El Señor bendiga vuestros sueños. Gracias.


Publicado por verdenaranja @ 21:52  | Habla el Papa
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S?bado, 30 de julio de 2016

A continuación las palabras del papa Francisco después del Vía Crucis.  JMJ 2016

 

«Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36). 

Estas palabras de Jesús responden a la pregunta que a menudo resuena en nuestra mente y en nuestro corazón: «¿Dónde está Dios?». ¿Dónde está Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio? ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras? ¿Dónde está Dios, cuando enfermedades terribles rompen los lazos de la vida y el afecto?

¿O cuando los niños son explotados, humillados, y también sufren graves patologías? ¿Dónde está Dios, ante la inquietud de los que dudan y de los que tienen el alma afligida? Hay preguntas para las cuales no hay respuesta humana. Sólo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a él. Y la respuesta de Jesús es esta: «Dios está en ellos», Jesús está en ellos, sufre en ellos, profundamente identificado con cada uno. Él está tan unido a ellos, que forma casi como «un solo cuerpo».

Jesús mismo eligió identificarse con estos hermanos y hermanas que sufren por el dolor y la angustia, aceptando recorrer la vía dolorosa que lleva al calvario. Él, muriendo en la cruz, se entregó en las manos del Padre y, con amor que se entrega, cargó consigo las heridas físicas, morales y espirituales de toda la humanidad. Abrazando el madero de la cruz, Jesús abrazó la desnudez y el hambre, la sed y la soledad, el dolor y la muerte de los hombres y mujeres de todos los tiempos. En esta tarde, Jesús —y nosotros con él— abraza con especial amor a nuestros hermanos sirios, que huyeron de la guerra. Los saludamos y acogemos con amor fraternal y simpatía.
Recorriendo la Via Crucis de Jesús, hemos descubierto de nuevo la importancia de configurarnos con él mediante las 14 obras de misericordia. Ellas nos ayudan a abrirnos a la misericordia de Dios, a pedir la gracia de comprender que sin la misericordia no se puede hacer nada, sin la misericordia yo, tú, todos nosotros, no podemos hacer nada.

Veamos primero las siete obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo; acoger al forastero; asistir al enfermo; visitar a los presos; enterrar a los muertos. Gratis lo hemos recibido, gratis lo hemos de dar. Estamos llamados a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, a tocar su carne bendita en quien está excluido, tiene hambre o sed, está desnudo, preso, enfermo, desempleado, perseguido, refugiado, emigrante. Allí encontramos a nuestro Dios, allí tocamos al Señor. Jesús mismo nos lo ha dicho, explicando el «protocolo» por el cual seremos juzgados: cada vez que hagamos esto con el más pequeño de nuestros hermanos, lo hacemos con él (cf. Mt 25,31-46).

Después de las obras de misericordia corporales vienen las espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Nuestra credibilidad como cristianos depende del modo en que acogemos a los marginados que están heridos en el cuerpo y al pecador herido en el alma. Allí se juega nuestra credibilidad, no en las ideas.

Hoy la humanidad necesita hombres y mujeres, y en especial jóvenes como ustedes, que no quieran vivir sus vidas «a medias», jóvenes dispuestos a entregar sus vidas para servir generosamente a los hermanos más pobres y débiles, a semejanza de Cristo, que se entregó completamente por nuestra salvación. Ante el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es la actitud de servicio. Si uno, que se dice cristiano, no vive para servir, no sirve para vivir. Con su vida reniega de Jesucristo. 

En esta tarde, queridos jóvenes, el Señor les invita de nuevo a que sean protagonistas de vuestro servicio; quiere hacer de ustedes una respuesta concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad; quiere que sean un signo de su amor misericordioso para nuestra época. Para cumplir esta misión, él  señala la vía del compromiso personal y del sacrificio de sí mismo: es la vía de la cruz.

La vía de la cruz es la única que vence el pecado, el mal y la muerte, porque desemboca en la luz radiante de la resurrección de Cristo, abriendo el horizonte a una vida nueva y plena. Es la vía de la esperanza y del futuro. Quien la recorre con generosidad y fe, da esperanza y futuro y a la humanidad. Quien la recorre con generosidad y con fe, siembra esperanza y yo quisiera que ustedes sean sembradores de esperanza.

Queridos jóvenes, en aquel Viernes Santo muchos discípulos regresaron a sus casas tristes, otros prefirieron ir a la casa de campo para olvidarse un poco de la cruz

Les pregunto, pero responda cada uno de ustedes en silencio en el propio corazón. ¿Cómo desean regresar esta noche a vuestras casas, a vuestros alojamientos, a vuestras tiendas? ¿Cómo desean volver esta noche a encontrarse con ustedes mismos? El mundo les mira, a cada uno de ustedes le corresponde responder al desafío de esta pregunta.


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Viernes, 29 de julio de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo dieciocho del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 18º del T. Ordinario C

 

¡Trabajar, esforzarse por tener lo necesario es un bien, un deber!

Leemos en el Libro del Génesis: “Vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gn 1, 31).

Pero, como sucede con todas las cosas, ¡los bienes materiales se pueden usar bien o mal!

Con frecuencia se hace del dinero un dios. La segunda lectura de este domingo nos previene de “la codicia y la avaricia, que es una idolatría”, un dios ante el cual se sacrifica todo tantas veces, incluso, la propia conciencia y los valores más grandes y sagrados de la persona.

Muchas  veces se vive encandilado por las cosas materiales, sin capacidad para valorar nada, más allá del dinero y de lo material.

La Palabra de Dios de este domingo ridiculiza esta actitud y nos ofrece la verdadera solución.

La primera lectura nos dice que “hay quien  trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y tiene que legarle su porción al que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia”. Y se pregunta: “¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa el corazón. También esto es vanidad”.

El Evangelio nos previene de toda clase de codicia. Pues, “aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Y nos presenta la parábola del “rico insensato”, que concluye señalándonos la verdadera solución: “Así es el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”.

“¡Ser rico ante Dios!”. Esto es lo fundamental, lo que nunca falla ni defrauda. Por eso, el Señor nos invita a atesorar para el Cielo (Mt 6,19-20); y la segunda lectura de hoy nos recomienda buscar “los bienes de arriba…”

Se trata, por tanto, de buscar lo necesario, pero sin hipotecar el corazón, sin dejarnos encandilar ni anular por nada.

Lo malo del rico de la parábola no fue conseguir una buena cosecha, sino su reacción: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” 

Constatamos aquí la importancia y trascendencia de aquella recomendación del Señor: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”(Mt 6,33).

                                                              

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 17:48  | Espiritualidad
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DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO C 

MONICIONES

PRIMERA LECTURA

              La primera Lectura nos presenta hoy el lado pesimista del trabajo y de los bienes materiales; y se pregunta: ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? Escuchemos.

 

SEGUNDA LECTURA

              S. Pablo nos exhorta a vivir como corresponde a una vida nueva de "resucitados con Cristo", buscando los bienes de arriba y dando muerte a todo lo terreno que hay en nosotros. 

 

TERCERA LECTURA

              En el Evangelio el Señor nos previene de la codicia y lo ilustra con la parábola del rico insensato.

              Aclamémosle ahora con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

              En la Comunión recibimos a Jesucristo, el Señor, que es nuestro mayor bien, nuestro tesoro, nuestro Dios y Salvador. Pidámosle que nos ayude a trabajar por nuestro bienestar material y espiritual, pero sin que nuestro corazón se apegue a las cosas de la tierra, que pasan.


Publicado por verdenaranja @ 17:42  | Liturgia
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Jueves, 28 de julio de 2016

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo dieciocho del Tiempo Ordinario C.

DESENMASCARAR LA INSENSATEZ

 

El protagonista de la pequeña parábola del «rico insensato» es un terrateniente como aquellos que conoció Jesús en Galilea. Hombres poderosos que explotaban sin piedad a los campesinos, pensando solo en aumentar su bienestar. La gente los temía y envidiaba: sin duda eran los más afortunados. Para Jesús, son los más insensatos. 

Sorprendido por una cosecha que desborda sus expectativas, el rico propietario se ve obligado a reflexionar: «¿Qué haré?». Habla consigo mismo. En su horizonte no aparece nadie más. No parece tener esposa, hijos, amigos ni vecinos. No piensa en los campesinos que trabajan sus tierras. Solo le preocupa su bienestar y su riqueza: mi cosecha, mis graneros, mis bienes, mi vida…

El rico no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo, prisionero de una lógica que lo deshumaniza vaciándolo de toda dignidad. Solo vive para acumular, almacenar y aumentar su bienestar material: «Construiré graneros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come y date buena vida». 

De pronto, de manera inesperada, Jesús le hace intervenir al mismo Dios. Su grito interrumpe los sueños e ilusiones del rico: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?». Esta es la sentencia de Dios: la vida de este rico es un fracaso y una insensatez. 

Agranda sus graneros, pero no sabe ensanchar el horizonte de su vida. Acrecienta su riqueza, pero empequeñece y empobrece su vida. Acumula bienes, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la alegría ni la solidaridad. No sabe dar ni compartir, solo acaparar. ¿Qué hay de humano en esta vida?

La crisis económica que estamos sufriendo es una «crisis de ambición»: los países ricos, los grandes bancos, los poderosos de la tierra… hemos querido vivir por encima de nuestras posibilidades, soñando con acumular bienestar sin límite alguno y olvidando cada vez más a los que se hunden en la pobreza y el hambre. Pero, de pronto nuestra seguridad se ha venido abajo. 

Esta crisis no es una más. Es un «signo de los tiempos» que hemos de leer a la luz del evangelio. No es difícil escuchar la voz de Dios en el fondo de nuestras conciencias: «Basta ya de tanta insensatez y tanta insolidaridad cruel». Nunca superaremos nuestras crisis económicas sin luchar por un cambio profundo de nuestro estilo de vida: hemos de vivir de manera más austera; hemos de compartir más nuestro bienestar.

José Antonio Pagola

18 Tiempo ordinario – C (Lucas 11,13-21)
Evangelio del 31/Julio/2016
por Coordinador Grupos de Jesús

 


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Palabras del papa Francisco a los de los jóvenes en el parque Jordan de Błonia (28 de julio de 2016) 


Queridos jóvenes, muy buenas tardes 

Finalmente nos encontramos. Gracias por esta calurosa bienvenida. Gracias al cardenal Dziwisz, a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y a todos aquellos que nos acompañan. Gracias a los que han hecho posible que hoy estemos aquí, que se la «han jugado» para que pudiéramos celebrar la fe. Es decir hoy aquí todos juntos estamos celebrando la fe. 

En esta, su tierra natal, quisiera agradecer especialmente a san Juan Pablo II, que soñó e impulsó estos encuentros. Desde el cielo nos está acompañando viendo a tantos jóvenes pertenecientes a pueblos, culturas, lenguas tan diferentes con un solo motivo: celebrar que Jesús está vivo en medio nuestro. Y decir que está vivo, es querer renovar nuestras ganas de seguirlo, nuestras ganas de vivir con pasión su seguimiento. ¡Qué mejor oportunidad para renovar la amistad con Jesús que afianzando la amistad entre ustedes! ¡Qué mejor manera de afianzar nuestra amistad con Jesús que compartirla con los demás! ¡Qué mejor manera de vivir la alegría del Evangelio que queriendo «contagiar» su Buena Noticia en tantas situaciones dolorosas y difíciles! 

Jesús es quien nos ha convocado a esta 31º Jornada Mundial de la Juventud; es Jesús quien nos dice: «Felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7). Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás. Lo mejor, no lo que les sobra... 

Queridos jóvenes, en estos días Polonia se viste de fiesta; en estos días Polonia quiere ser el rostro siempre joven de la Misericordia. Desde esta tierras con ustedes y también unidos a tantos jóvenes que hoy no pueden estar aquí, pero que nos acompañan a través de los diversos medios de comunicación, todos juntos vamos a hacer de esta jornada una auténtica fiesta Jubilar en este año de la Misericordia. 

En los años que llevo como obispo he aprendido algo... Aprendí varias cosas, pero una quiero decirla ahora: No hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar. Los jóvenes tienen la fuerza de oponerse a aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar. Algunos no están seguros de esto. Yo les pregunto ¿las cosas pueden cambiar? [Si, responden los jóvenes] No se escucha [Si, repiten]. Es un regalo del cielo poder verlos a muchos de ustedes que, con sus cuestionamientos, buscan hacer que las cosas sean diferentes. Es lindo, y me conforta el corazón, verlos tan revoltosos. La Iglesia hoy los mira, les digo más, el mundo hoy los mira y quieren. La iglesia hoy los mira y quiere aprender de ustedes, para renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino, que es un reino que nos hace capaces de cambiar las cosas. Yo ya lo olvidé, les hago la pregunta una vez más: ¿Las cosas se pueden cambiar? [Si, repienten los jóvenes]. De acuerdo. 

Conociendo la pasión que ustedes le ponen a la misión, me animo a repetir: la misericordia siempre tiene rostro joven. Porque un corazón misericordioso se anima a salir de su comodidad; un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos. Un corazón misericordioso sabe ser refugio para los que nunca tuvieron casa o la han perdido, sabe construir hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de ternura y compasión. Un corazón misericordioso, sabe compartir el pan con el que tiene hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al migrante. Decir misericordia junto a ustedes, es decir oportunidad, decir mañana, compromiso, confianza, apertura, hospitalidad, compasión, sueños. ¿Ustedes son capasas de soñar? Cuando el corazón está abierto y hay lugar para la misericodia, hay lugar para acariciar a los que sufren, hay lugar para ponerse al lado de quienes no tiene paz en el corazón o le falta lo necesario para vivir, o le falta la cosa más bella: la fe. Misericordia. Digamos juntos esta palabra: Misericorida. Una vez. Una vez más para para que el mundo escuche: Mesericordia. 

También quiero confesarles otra cosa que aprendí en estos años, no quiero ofender a nadie: Me genera dolor encontrar a jóvenes que parecen haberse «jubilado» antes de tiempo. Me preocupa ver a jóvenes que «tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Que están «entregados» sin haber comenzado a jugar. Que caminan con rostros tristes, como si su vida no valiera. Son jóvenes esencialmente aburridos... y aburridores. Es difícil, y a su vez cuestionador, por otro lado, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el «vértigo», o esa sensación de sentirse vivos por caminos oscuros, que al final terminan «pagando»... y pagando caro. Cuestiona ver cómo hay jóvenes que pierden hermosos años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores de falsas ilusiones (en mi tierra natal diríamos «vendedores de humo»), que les roban lo mejor de ustedes mismos. 

Por eso, queridos amigos, nos hemos reunidos para ayudarnos unos a otros porque no queremos dejarnos robar lo mejor de nosotros mismos, no queremos permitir que nos roben las energías, la alegría, los sueños, con falsas ilusiones. 

Queridos amigos, les pregunto: ¿Quieren para sus vidas ese vértigo alienante o quieren sentir esa fuerza que los haga sentirse vivos, plenos? ¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia? Para ser plenos, para tener fuerza renovada, hay una respuesta; no es una cosa, no es un objeto, es una persona y está viva, se llama Jesucristo. 

Les pregunto ¿Jesucristo se puede se puede comprar?. Jesucristo es un don. Es un relalo del Padre. 

Jesucristo es quien sabe darle verdadera pasión a la vida, Jesucristo es quien nos mueve a no conformarnos con poco y a dar lo mejor de nosotros mismos; es Jesucristo quien nos cuestiona, nos invita y nos ayuda a levantarnos cada vez que nos damos por vencidos. Es Jesucristo quien nos impulsa a levantar la mirada y a soñar alto. 

[Pero alguno me puede decir: padre es tan dificl soñar alto, es an difícil salir, estar siempre en subida... Padre yo soy débil, yo caigo, yo me esfuerzo pero tantas veces caigo... Los alpinistas cuando suben las montañas cantan una canción muuy bella que dice asi: "En el arte de subir, lo importante y lo que importa, no es no caer, sino no permanecer caidos. Si sos debil, si caés, mirá un poquito arriba y verás la mano extendida de Jesús que te dice: "Levantate, y vení conmigo" y si me sucede otra vez, de nuevo y si sucede de nnuevo, otra vez. Pedro una vez le preguntó al Señor: pero Señor ¿cuántas veces?: "Setenta veces siete". Siempre. La mano de Jesús siemppre está extendida para cuando nosotros caemos ¿lo han comprendido?] 

En el Evangelio hemos escuchado que Jesús, mientras se dirige a Jerusalén, se detiene en una casa -la de Marta, María y Lázaro- que lo acoge. De camino, entra en su casa para estar con ellos; las dos mujeres reciben al que saben que es capaz de conmoverse. Las múltiples ocupaciones nos hacen ser como Marta: activos, dispersos, constantemente yendo de acá para allá...; pero también solemos ser como María: ante un buen paisaje, o un video que nos manda un amigo al celular, nos quedamos pensativos, en escucha. En estos días de la JMJ, Jesús quiere entrar en nuestra casa, en tu casa, en mi casa, en la cada de cada uno de nosotros; nos mirará en nuestras preocupaciones, en nuestro andar acelerado, como lo hizo con Marta... y esperará que lo escuchemos como María; que, en medio del trajinar, nos animemos a entregarnos a él. Que sean días para Jesús, dedicados a escucharnos, a recibirlo en aquellos con quienes comparto la casa, la calle, el club o el colegio. 

Y quien acoge a Jesús, aprende a amar como Jesús. Entonces él nos pregunta si queremos una vida plena: ¿Quieren una vida plena? Empieza por dejarte conmover. Porque la felicidad germina y aflora en la misericordia: esa es su respuesta, esa es su invitación, su desafío, su aventura: la misericordia. La misericordia tiene siempre rostro joven; como el de María de Betania sentada a los pies de Jesús como discípula, que se complace en escucharlo porque sabe que ahí está la paz. Como el de María de Nazareth, lanzada con su «sí» a la aventura de la misericordia, y que será llamada feliz por todas las generaciones, llamada por todos nosotros «la Madre de la Misericordia». Digamos todos juntos: «María, Madre de la Misericorida» 

Entonces, todos juntos, ahora le pedimos al Señor: Lánzanos a la aventura de la misericordia. Lánzanos a la aventura de construir puentes y derribar muros (cercos y alambres), lánzanos a la aventura de socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que ya no le encuentra sentido a su vida. Impúlsanos a la escucha, como María de Betania, de quienes no comprendemos, de los que vienen de otras culturas, otros pueblos, incluso de aquellos a los que tememos porque creemos que pueden hacernos daño. Haznos volver nuestro rostro, como María de Nazareth con Isabel, sobre nuestros ancianos para aprender de su sabiduría. 

[Les pregunto: ¿Ustedes hablan con sus abuelos? Más o menos. Busquen a sus abuelos, ellos tienen la sabiduría de a vida y les contarán cosas que les conmeverá el corazón] 

Aquí estamos, Señor. Envíanos a compartir tu Amor Misericordioso. Queremos recibirte en esta Jornada Mundial de la Juventud, queremos confirmar que la vida es plena cuando se la vive desde la misericordia, que esa es la mejor parte, y que nunca nos será quitada. Amén 

Francisco


Publicado por verdenaranja @ 23:35  | Habla el Papa
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Homilía del papa Francisco en la misa con motivo del 1050° aniversario del bautismo de Polonia (Área del Santuario, Czestochowa, 28 de julio de 2016) 


Las lecturas de esta liturgia muestran un hilo divino, que pasa por la historia humana y teje la historia de la salvación. 

El apóstol Pablo nos habla del gran diseño de Dios: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer» (Ga 4,4). Sin embargo, la historia nos dice que cuando llegó esta «plenitud del tiempo», cuando Dios se hizo hombre, la humanidad no estaba tan bien preparada, y ni siquiera había un período de estabilidad y de paz: no había una «edad de oro». Por lo tanto, la escena de este mundo no ha merecido la venida de Dios, más bien, «los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). La plenitud del tiempo ha sido un don de gracia: Dios ha llenado nuestro tiempo con la abundancia de su misericordia, por puro amor —¡por puro amor!— ha inaugurado la plenitud del tiempo. 

Sorprende sobre todo cómo se realiza la venida de Dios en la historia: «nacido de mujer». Ningún ingreso triunfal, ninguna manifestación grandiosa del Omnipotente: él no se muestra como un sol deslumbrante, sino que entra en el mundo en el modo más sencillo, como un niño dado a luz por su madre, con ese estilo que nos habla la Escritura: como la lluvia cae sobre la tierra (cf. Is 55,10), como la más pequeña de las semillas que brota y crece (cf. Mc 4,31-32). Así, contrariamente a lo que cabría esperar y quizás desearíamos, el Reino de Dios, ahora como entonces, «no viene con ostentación» (Lc 17,20), sino en la pequeñez, en la humildad. 

El Evangelio de hoy retoma este hilo divino que atraviesa delicadamente la historia: desde la plenitud del tiempo pasamos al «tercer día» del ministerio de Jesús (cf. Jn 2,1) y al anuncio del «ahora» de la salvación (cf. v. 4). El tiempo se contrae, y la manifestación de Dios acontece siempre en la pequeñez. Así sucede en «el primero de los signos cumplidos por Jesús» (v. 11) en Caná de Galilea. No ha sido un gesto asombroso realizado ante la multitud, ni siquiera una intervención que resuelve una cuestión política apremiante, como el sometimiento del pueblo al dominio romano. Se produce más bien un milagro sencillo en un pequeño pueblo, que alegra las nupcias de una joven familia, totalmente anónima. Sin embargo, el agua trasformada en vino en la fiesta de la boda es un gran signo, porque nos revela el rostro esponsalicio de Dios, de un Dios que se sienta a la mesa con nosotros, que sueña y establece comunión con nosotros. Nos dice que el Señor no mantiene las distancias, sino que es cercano y concreto, que está en medio de nosotros y cuida de nosotros, sin decidir por nosotros y sin ocuparse de cuestiones de poder. Prefiere instalarse en lo pequeño, al contrario del hombre, que tiende a querer algo cada vez más grande. Ser atraídos por el poder, por la grandeza y por la visibilidad es algo trágicamente humano, y es una gran tentación que busca infiltrarse por doquier; en cambio, donarse a los demás, cancelando distancias, viviendo en la pequeñez y colmando concretamente la cotidianidad, esto es exquisitamente divino. 

Dios nos salva haciéndose pequeño, cercano y concreto. Ante todo, Dios se hace pequeño. El Señor, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), prefiere a los pequeños, a los que se ha revelado el Reino de Dios (Mt 11,25); estos son grandes ante sus ojos, y a ellos dirige su mirada (cf. Is 66,2). Los prefiere porque se oponen a la «soberbia de la vida», que procede del mundo (cf. 1 Jn 2,16). Los pequeños hablan su mismo idioma: el amor humilde que hace libres. Por eso llama a personas sencillas y disponibles para ser sus portavoces, y les confía la revelación de su nombre y los secretos de su corazón. Pensemos en tantos hijos e hijas de vuestro pueblo: en los mártires, que han hecho resplandecer la fuerza inerme del Evangelio; en las personas sencillas y también extraordinarias que han sabido dar testimonio del amor del Señor en medio de grandes pruebas; en los anunciadores mansos y fuertes de la misericordia, como san Juan Pablo II y santa Faustina. A través de estos «canales» de su amor, el Señor ha hecho llegar dones inestimables a toda la Iglesia y a toda la humanidad. Y es significativo que este aniversario del Bautismo de vuestro pueblo coincida precisamente con el Jubileo de la Misericordia. 

Además, Dios es cercano, su Reino está cerca (cf. Mc 1,15): el Señor no desea que lo teman como a un soberano poderoso y distante, no quiere quedarse en un trono en el cielo o en los libros de historia, sino que quiere sumirse en nuestros avatares de cada día para caminar con nosotros. Pensando en el don de un milenio abundante de fe, es bello sobre todo agradecer a Dios, que ha caminado con vuestro pueblo, llevándolo de la mano, como un papá con su niño, y acompañándolo en tantas situaciones. Es lo que siempre estamos llamados a hacer, también como Iglesia: escuchar, comprometernos y hacernos cercanos, compartiendo las alegrías y las fatigas de la gente, de manera que se transmita el Evangelio de la manera más coherente y que produce mayor fruto: por irradiación positiva, a través de la transparencia de vida. 

Por último, Dios es concreto. De las Lecturas de hoy se desprende que todo es concreto en el actuar de Dios: la Sabiduría divina «obra como artífice» y «juega» con el mundo (cf. Pr 8,30); el Verbo se hace carne, nace de una madre, nace bajo la ley (cf. Ga 4,4), tiene amigos y participa en una fiesta: el eterno se comunica pasando el tiempo con personas y en situaciones concretas. También vuestra historia, impregnada de Evangelio, cruz y fidelidad a la Iglesia, ha visto el contagio positivo de una fe genuina, trasmitida de familia en familia, de padre a hijo, y sobre todo de las madres y de las abuelas, a quienes hay mucho que agradecer. De modo particular, habéis podido experimentar en carne propia la ternura concreta y providente de la Madre de todos, a quien he venido aquí a venerar como peregrino, y a quien hemos saludado en el Salmo como «honor de nuestro pueblo» (Jdt 15,9). 

Aquí reunidos, volvemos los ojos a ella. En María encontramos la plena correlación con el Señor: al hilo divino se entrelaza así en la historia un «hilo mariano». Si hay alguna gloria humana, algún mérito nuestro en la plenitud del tiempo, es ella: es ella ese espacio, preservado del mal, en el cual Dios se ha reflejado; es ella la escala que Dios ha recorrido para bajar hasta nosotros y hacerse cercano y concreto; es ella el signo más claro de la plenitud de los tiempos. 

En la vida de María admiramos esa pequeñez amada por Dios, que «ha mirado la sencillez de su esclava» y «enaltece a los humildes» (Lc 1,48.52). Él se complació tanto de María, que se dejó tejer la carne por ella, de modo que la Virgen se convirtió en Madre de Dios, como proclama un himno muy antiguo, que cantáis desde hace siglos. Que ella os siga indicando la vía a vosotros, que de modo ininterrumpido os dirigís a ella, viniendo a esta capital espiritual del país, y os ayude a tejer en la vida la trama humilde y sencilla del Evangelio. 

En Caná, como aquí en Jasna Góra, María nos ofrece su cercanía, y nos ayuda a descubrir lo que falta a la plenitud de la vida. Ahora como entonces, lo hace con cuidado de Madre, con la presencia y el buen consejo; enseñándonos a evitar decisionismos y murmuraciones en nuestras comunidades. Como Madre de familia, nos quiere proteger a todos juntos, a todos juntos. En su camino, vuestro pueblo ha superado en la unidad muchos momentos duros. Que la Madre, firme al pie de la cruz y perseverante en la oración con los discípulos en espera del Espíritu Santo, infunda el deseo de ir más allá de los errores y las heridas del pasado, y de crear comunión con todos, sin ceder jamás a la tentación de aislarse e imponerse. 

La Virgen demostró en Caná mucha concreción: es una Madre que toma en serio los problemas e interviene, que sabe detectar los momentos difíciles y solventarlos con discreción, eficacia y determinación. No es dueña ni protagonista, sino Madre y sierva. Pidamos la gracia de hacer nuestra su sencillez, su fantasía en servir al necesitado, la belleza de dar la vida por los demás, sin preferencias ni distinciones. Que ella, causa de nuestra alegría, que lleva la paz en medio de la abundancia del pecado y de los sobresaltos de la historia, nos alcance la sobreabundancia del Espíritu, para ser siervos buenos y fieles. 

Que, por su intercesión, la plenitud del tiempo nos renueve también a nosotros. De poco sirve el paso entre el antes y el después de Cristo, si permanece sólo como una fecha en los anales de la historia. Que pueda cumplirse, para todos y para cada uno, un paso interior, una Pascua del corazón hacia el estilo divino encarnado por María: obrar en la pequeñez y acompañar de cerca, con corazón sencillo y abierto. 

Francisco


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Himno oficial de la JMJ 2016: “Bienaventurados los misericordiosos”
Bienaventurados los misericordiosos”, es la adaptación en español del himno de la JMJ Cracovia 2016. El oficial fue escrito por el polaco Jakub Blycharz. Éste fue producido por el grupo Buenos Aires por una Nueva Evangelización (Banuev) con la participación de varios artistas argentinos. La dirección artística estuvo a cargo de Carlos Abregú; la dirección musical y orquestal, de Damián Mahler y la dirección coral, de Juan Ignacio Stramucci. 

Jakub Blycharz, compositor de la música y creador de la letra de este himno es, además de abogado, un apasionado por la música y autor de obras litúrgicas, como Dobry jest Pan (El Señor es bueno), Bonum est praestolari, Uczta Baranka (Fiesta del Cordero), Święta Dziewico (Virgen Santa), Amen, Godzien (Digno), Bonum est praestolari, y Nie umrę (No voy a morir) 

Junto con su esposa e hija participan en la comunidad “Głos na Pustyni” (Voz en el Desierto) en Cracovia. 

Blycharz explicó que antes de comenzar la composición del himno, buscaba la inspiración en la Sagrada Escritura y todo el canto mantiene ese espíritu. 

El himno empieza con las palabras del Salmo 121, que pone en nuestros corazones la paz y la certeza de que nuestro Señor misericordioso vela sobre nosotros y cumplirá su promesa de acompañar al ser humano “desde ahora y por siempre”. Ya en la primera estrofa –en medio de la cita del Antiguo Testamento– Dios está definido como misericordioso. 

En la segunda estrofa encontramos referencia a la parábola de la oveja perdida del Evangelio según san Lucas, que nos da esperanza de que Dios no se cansa de intentar llevar al hombre para la vida plena. En esta parábola Jesús nos asegura que la conversión de un pecador lleva al cielo una gran alegría. Por medio de su muerte en la cruz nos dio la posibilidad de alcanzar una vida nueva y así ha puesto al ser humano en su eterno plan de salvación gracias a su santa sangre derramada por nosotros. 

En el estribillo encontramos palabras de la quinta bienaventuranza del Sermón de la montaña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Éste es también el mensaje de la JMJ –la ciudad de donde salió el mensaje de la misericordia de Santa Faustina Kowalska-. 

La tercera estrofa es una paráfrasis del Salmo 130 De profundis: “Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido.” La actitud de Dios para con nosotros es nuestra inspiración para actuar con misericordia con los demás. 

La siguiente estrofa expresa los puntos más importantes del kerigma (o sea, el conjunto de las verdades mas básicas del Evangelio): la salvación en Cristo crucificado, sepultado y resucitado pero también la necesidad de aceptar a Jesucristo como nuestro Señor y Redentor. 

El interludio del himno es una invitación a la vida llena de esperanza y confianza que surgen de la resurrección de Jesucristo.  (AICA)


Versión en español del himno de la JMJ Cracovia 2016
Levanto mis ojos a los montes 
quién me ayudará 
la ayuda me viene del Señor, 
por Su gran compasión. 

Aun cuando estamos en el error 
nos abraza con Su amor 
Con Su sangre nuestro dolor 
Al fin se sanará. 

Bienaventurados los misericordiosos, 
porque ellos alcanzarán misericordia. 

Si no perdonamos, ¿quién ganará? 
¿quién puede sostenerse en pie? 
Si Él nos perdona, nosotros también 
hagamos como nuestro Dios! 

Bienaventurados los misericordiosos, 
porque ellos alcanzarán misericordia. 

En la cruz el nos redimió 
de la tumba resucitó. 
¡Jesucristo es el Señor! 
¡Al mundo hay que anunciar! 

Bienaventurados los misericordiosos, 
porque ellos alcanzarán misericordia. 

Hay que soltar el miedo y ser fiel, 
con la mirada en Su amor 
confiar porque Él resucitó 
Vive el Señor! 

Bienaventurados los misericordiosos, 
porque ellos alcanzarán misericordia.+


https://www.youtube.com/watch?v=Wr0_x6mc0d8

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Homilía del cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia en la misa de apertura de la Jornada Mundial de la Juventud (26 de julio de 2016) 


¡Queridos amigos! 

1. Al escuchar el diálogo entre Jesús resucitado y Simón Pedro en el banco del Mar de Galilea, las tres preguntas que allí se formulan sobre el amor y las respuestas a ellas, recordamos la historia de vida del pescador de Galilea que precede la escena descripta y el descubrimiento que se produce en esa conversación. Sabemos que un día él dejó todo: su familia, su barco, sus redes... y siguió al Maestro de Nazaret, un Maestro con un estilo bastante diferente. Se volvió Su discípulo. Aprendió Su forma de ver las cosas de Dios y de la gente, a través Su pasión y Su muerte, atravesó un momento de infidelidad y de debilidad personal Más tarde, tuvo la oportunidad de vivir un momento de estupor y alegría al saber a Jesús Resucitado y al presenciar Su aparición a los discípulos más cercanos antes de ascender al Cielo. 

También sabemos cómo continuó la conversación, o en realidad debería decir la prueba de amor de la que nos habla el Evangelio de hoy; Simón Pedro, fortalecido por el Espíritu Santo, se convirtió en un valiente testigo de Jesucristo. Se convirtió en la sólida roca sobre la que se fundó la Iglesia que estaba naciendo. En Roma, en la capital del Imperio Romano, Pedro pagó un alto precio por eso: fue crucificado como su Maestro. La sangre de Pedro, derramada en nombre de Jesús, fue el comienzo de la fe y del crecimiento de la Iglesia, que más tarde se extendió por todo el mundo. 

Hoy Cristo nos habla a nosotros, en Cracovia, en los bancos del río Vístula, que recorre toda Polonia, desde las montañas hasta el mar. La experiencia de Pedro puede llegar a ser la nuestra e inspirarnos a reflexionar. 

Planteémonos tres preguntas y busquemos las respuestas. En primer lugar, ¿de dónde venimos? En segundo lugar, ¿dónde estamos hoy, en este momento de nuestra vida? Y, por último, ¿dónde vamos a ir y qué vamos a llevar con nosotros? 

2. ¿De dónde venimos? Venimos de “todas las naciones del mundo” (Hch 2,5), como aquellos que llegaron en gran número a Jerusalén el Día de Pentecostés, pero aquí somos incomparablemente muchos más que hace dos mil años, porque llevamos siglos de prédica del Evangelio; desde entonces, ha llegado hasta los confines del mundo. Traemos la experiencia de culturas, tradiciones y lenguas diferentes. También traemos el testimonio de la fe y de la santidad de las generaciones pasadas, así como de las generaciones presentes de nuestros hermanos y hermanas que siguen al Señor Resucitado. 

Venimos de tantas partes del mundo donde la gente vive en paz, donde las familias constituyen comunidades de amor y de vida y donde la juventud puede hacer realidad sus sueños. También hay entre nosotros tantos jóvenes cuyos países sufren guerras y todo tipo de conflictos, donde los niños mueren de hambre y donde los cristianos son brutalmente perseguidos. Entre nosotros hay peregrinos de lugares del mundo regidos por la violencia o el terrorismo, donde los gobiernos, regidos por ideologías insanas, usurpan el control de los hombres y de las naciones. 

A este encuentro con Cristo traemos nuestra experiencia personal de vivir de acuerdo con el Evangelio en este difícil mundo. Traemos nuestros temores, nuestras decepciones y también nuestras esperanzas y anhelos, nuestro deseo de vivir en un mundo más humano, en el que reine la fraternidad y la solidaridad. Reconocemos nuestras debilidades pero, al mismo tiempo, creemos que “podemos todo en Aquel que nos conforta” (Flp 4,13). Podemos hacer frente a los desafíos del mundo moderno donde el hombre elige entre la fe y la incredulidad, el bien y el mal, entre el amor y aquello que rechaza al amor. 

3. ¿Dónde estamos ahora, en este momento de nuestras vidas? Hemos venido de muy lejos. Muchos de nosotros hemos viajado miles de kilómetros y hemos invertido mucho en este viaje, para estar aquí. Estamos en Cracovia, antigua capital de Polonia. Nuestro país, el cual ha recibido la luz de la fe hace mil cincuenta años atrás, ha tenido una historia muy difícil; aun así, siempre intentó mantenerse fiel a Dios y al Evangelio. 

Estamos aquí porque hemos sido reunidos por Cristo. Él es la luz del mundo. Nunca caminará entre tinieblas aquel que me siga (Jn 8,12). Él es camino, la verdad y la vida (Jn, 14,6). Él tiene palabra de Vida Eterna, ¿a quién iremos? (Jn 6,68). Solo Él, Jesucristo, puede satisfacer los anhelos más profundos del corazón humano. Él es el que nos ha traído hasta aquí. Él está presente en medio de nosotros. Él nos acompaña como a los discípulos de Emaús. En estos días encomendémosle nuestros problemas, nuestros miedos y nuestras esperanzas. En estos días Él nos va a preguntar sobre el amor, como hizo una vez con Simón Pedro. No evitemos las respuestas a esas preguntas. 

El encuentro con Jesús es, al mismo tiempo, la experiencia de lo que la gran comunidad de la Iglesia debe ser: la comunidad que va más allá de los límites establecidos por los hombres para dividir. Somos todos hijos de Dios, redimidos por la sangre de Su Hijo, Jesucristo. La experiencia de experimentar la Iglesia del mundo es el gran fruto de la Jornada Mundial de la Juventud. Depende de nosotros, de nuestra fe y de nuestra santidad. Es nuestra tarea asegurarnos de que el Evangelio llegue a aquellos que no han escuchado hablar de Jesús todavía o que no sepan mucho sobre Él. 

Mañana, el Pedro de nuestro tiempo, el Santo Padre Francisco, estará entre nosotros. Pasado mañana vamos a saludarlo en este mismo lugar. En los siguientes días vamos a escuchar sus palabras y orar con él. La presencia del Papa en la Jornada Mundial de la Juventud es otro hermoso rasgo característico de esta celebración de la fe. 

4. Y, finalmente, la tercera y última pregunta: ¿dónde vamos a ir y qué vamos a llevar con nosotros? Nuestro encuentro va a durar solo unos días. Va a ser una experiencia espiritual muy intensa, y al mismo tiempo, en cierto punto, exigente físicamente. Luego, volveremos a nuestras casas, familias, escuelas, universidades y trabajos. Quizás, durante estos días, tomemos importantes decisiones. Quizás nos propongamos nuevas metas en nuestras vidas. Quizás escuchemos claramente la voz de Jesús que nos dice que dejemos todo y Lo sigamos. 

¿Con qué vamos a llegar a casa? Mejor no anticipar la respuesta a esta pregunta. Durante estos días compartamos nuestros tesoros más preciosos con todos. Compartamos nuestra fe, nuestra experiencia, nuestra esperanza. Mis queridos jóvenes amigos, que estos días sean la oportunidad de modelar sus corazones y sus mentes. Escuchen atentamente las catequesis de los obispos. Escuchen la voz del Papa Francisco. Participen de la liturgia con todo el corazón. Aprovechen el amor misericordioso del Señor que se derrama en el sacramento de la reconciliación. Descubran los templos de Cracovia, la riqueza de su cultura, la hospitalidad de sus habitantes y de otras ciudades de la zona donde vamos a descansar luego de estos ajetreados días. 

Cracovia vive a través del misterio de la Divina Misericordia, gracias a la humildad de la hermana Faustina y de Juan Pablo II que hicieron que la Iglesia y el mundo fueran más conscientes este don de Dios. Al volver a nuestros países, hogares y comunidades, llevemos la llama de la misericordia y recordémosle a todo el mundo que son “bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5,7). Lleven la llama de la misericordia y con ella enciendan otras llamas, que los corazones de los hombres latan al ritmo del Corazón de Jesús, “un horno ardiente de amor”. Que la llama del amor inunde nuestro mundo y haga desaparecer el egoísmo, la violencia y la injusticia. Que nuestro mundo sea conquistado por la civilización del bien, de la reconciliación, de la paz y del amor. 

El profeta Isaías nos dice hoy: “¡Qué hermosos son sobre las montañas los pies de los mensajeros de la paz, de los que anuncia la Buena Noticia!” (Is. 52,7). Juan Pablo II fue este tipo de mensajero; él fue el iniciador de la Jornada Mundial de la Juventud, amigo de los jóvenes y de las familias. Sean esta clase de mensajeros también. Lleven la Buena Noticia de Jesús al mundo. Den testimonio de que vale la pena confiar en Él y que debemos encomendarle nuestra vida. Abran sus corazones a Cristo. Prediquen con convicción como San Pablo “ni la muerte ni la vida... ni nada en toda la creación podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.” (Rm. 8, 38-39) 

¡Amén! 

Card. Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia


Publicado por verdenaranja @ 23:20  | Hablan los obispos
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Mi?rcoles, 27 de julio de 2016

Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 26 julio 2016 (ZENIT)

Décimo octavo domingo del Tiempo común.   Ciclo C

Textos: Qohelet 1, 2; 2, 21-23; Col 3, 1-5.9-11; Lc 12, 13-21

Idea principal: “Guardaos de toda codicia”. Ante los bienes materiales, ni desprecio, ni apego, sino el “tanto cuanto” de san Ignacio de Loyola.

Síntesis del mensaje: “La avaricia rompe el saco”. Esta frase proverbial parte de la imagen de un ladrón que iba poniendo en un saco cuanto robaba y cuando, para que la cupiera más, apretó lo que iba dentro, el saco se rompió. La codicia rompe el saco es una forma más antigua que La avaricia rompe el saco, como lo muestra su presencia en obras como La Lozana Andaluza 252, El Guzmán de Alfarache, esa novela picaresca de Mateo Alemán, El Quijote I 20, II 13 y 26. Una forma sinónima aparece en El Criticón de Baltasar Gracián: Por no perder un bocado, se pierden cientos. El corazón del codicioso no reposa ni siquiera de noche (evangelio). Busquemos las cosas de arriba (2ª lectura), pues las de acá abajo no sacian y son perecederas (1ª lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ante los bienes materiales no cabe el despreciarlos. Jesús no nos está invitando a despreciar los bienes de la tierra (evangelio). Son buenos y lícitos, y si conseguidos honestamente nos ayudan a llevar una vida digna y desahogada, en orden a tener una casa confortable y un trabajo remunerado, alimentar y sostener la familia, ofrecer una buena educación a los hijos y ayudar a los necesitados. La riqueza en sí no es buena ni mala: lo que puede ser malo es el uso que hacemos de ella y la actitud interior ante ella. Si Jesús llamó necio o insensato al rico del evangelio, no es porque fuera rico, o porque hubiera trabajado por su bienestar y el de su familia, sino porque había programado su vida prescindiendo de Dios y olvidando también la ayuda a los demás. La codicia lleva a los hombres a expresar un profundo amor por las posesiones, lo que los constituye en idólatras.

En segundo lugar, ante los bienes materiales nos haría muy mal el apegarnos o idolatrarlos. Basta abrir la Sagrada Escritura: Judas fue codicioso y entregó a su Maestro; David codició a Betsabé y cometió asesinato; Jacob codició los derechos de su hermano y le incitó a despreciarlos; los hijos de Jacob codiciaron el amor del padre y por envidia quisieron matar a su hermano José; Ananías y Safira mintieron y murieron. La codicia es un pecado tan antiguo como sutil. En el mundo en que vivimos, materialista por excelencia, no es nada raro que nos veamos tentados por la codicia. La Palabra de Dios nos habla del origen de la codicia, de sus efectos y de cómo enfrentarla. Este dicho esta ligado a la fábula de Esopo que habla del perro y el reflejo en el río. Un perro que iba con un pedazo de carne en su hocico y al pasar por un puente vio su imagen reflejada en el agua.. pensó que era otro perro que tenía un pedazo más grande y quiso quitárselo…El resultado: se quedó sin nada. Qohelet (1ª lectura) nos invita a relativizar los diversos afanes que solemos tener con su tono pesimista: “vanidad, todo es vanidad”, que podemos también traducir así: “vaciedad, todo es vaciedad”. La riqueza no nos lo da todo en la vida, ni es lo principal: la muerte lo relativiza todo. Es sabio reconocer los límites de lo humano y ver las cosas en el justo valor que tienen, transitorio y relativo. Tanto afán y tanta angustia, incluso del trabajo, no puede llevarnos a nada sólido. Nuestra vida es como la hierba que está fresca por la mañana y por la tarde ya se seca (Salmo). Jesús en el evangelio nos invita al desapego del dinero porque no es un valor absoluto ni humana ni cristianamente. Por encima del dinero está la amistad, la vida de familia, la cultura, el arte, la comunicación interpersonal, el sano disfrute de la vida, la ayuda solidaria a los demás. Hay que tener tiempo para sonreír, jugar, “perder tiempo” con los familiares y amigos.


Finalmente, ante los bienes materiales sigamos la consigna de san Ignacio de Loyola: “en tanto cuanto”. La regla del «tanto cuanto» es importante para todos los mortales. No se trata de una doctrina filosófica, ni de una planificación económica, ni de un proyecto político, pero pudiera servir para todo. El gran San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, lo presenta con las siguientes expresiones. “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos, de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados”(Ejercicios, nº 23). Esta regla, de alguna forma la emplean todas las personas, pero no en el sentido en el que exige San Ignacio, porque todos buscan las criaturas, tanto en cuanto lo puedan enriquecer, deleitar, distraer, divertir. Es una óptica totalmente diversa, ya que la mayoría emplea la filosofía del tanto cuanto, sólo en logros terrenos, humanos, materiales, olvidando aplicar esta fórmula en nuestras relaciones con Dios, en el negocio más importante: la salvación del alma. Sólo cuando tenemos a Cristo como Señor de nuestras vidas, podemos estar seguros de que moriremos más y más al pecado y viviremos más y más para El, interesándonos por la salvación del alma.

Para reflexionar: ¿Dónde pongo mi felicidad: en las cosas materiales y perecederas o en las cosas eternas e incorruptibles? ¿Podría afirmar de verdad que uso y deseo todo «tanto cuanto» me es provechoso para mi salvación eterna? ¿Peco de codicia, aceptando sobornos, aprovechándome del débil para mi beneficio, defendiendo al injusto, ardiendo de envidia, viviendo siempre descontento con lo que tengo?

Para rezar: Dios Todopoderoso que impulsaste a san Antonio Abad a abandonar las cosas de este mundo para seguir en pobreza y soledad el Evangelio de tu Hijo, te pedimos que, a ejemplo suyo sepamos desprendernos interior y exteriormente de todo lo que nos impide amarte y servirte con todo el corazón, el alma y las fuerzas. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected].


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Palabras del papa Francisco en el Ángelus (Plaza San Pedro, domingo 24 de julio de 2016)

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de este domingo se abre con la escena de Jesús que reza solo, apartado; cuando termina los discípulos le dicen: “Señor enséñanos a rezar”. Y él responde: “Cuando recen digan Padre…”. Esta palabra es el secreto de la oración de Jesús, es la llave que él mismo nos da para que podamos entrar también nosotros en esa relación de diálogo confiado con el Padre que ha acompañado y sostenido su vida.

Al nombre de “Padre”, Jesús asocia dos pedidos: “sea santificado tu nombre, venga tu reino”. La oración de Jesús, y por lo tanto la oración cristiana es antes de todo hacerle un lugar a Dios, dejándolo manifestar su santidad en nosotros y haciendo avanzar su reino a partir de la posibilidad de ejercitar su señoría de amor en nuestra vida.

Otros tres pedidos completan esta oración que Jesús nos enseña, el Padre Nuestro. Son tres preguntas que expresan nuestras necesidades fundamentales: el pan, el perdón y su ayuda en las tentaciones. No se puede vivir sin pan, no se puede vivir sin el perdón y no se puede vivir sin la ayuda de Dios en las tentaciones.

El pan que Jesús nos hace pedir es aquel necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, del justo, un pan que no se acumula y no se desperdicia, que no vuelve pesada nuestra marcha.

El perdón es sobre todo el que nosotros mismos recibimos de Dios: solamente la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina puede volvernos capaces de cumplir concretos gestos de reconciliación fraterna.

Si una persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá hacer un gesto de perdón o de reconciliación. Se inicia del corazón donde nos sentimos pecadores perdonados. El último pedido “no nos abandones en la tentación”, expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y de la corrupción. ¡Todos conocemos qué es una tentación!

La enseñanza de Jesús sobre la oración sigue con dos parábolas, con las cuales Él toma como modelo la actitud de un amigo hacia otro amigo y el de un padre hacia su hijo.

Ambas nos quieren enseñar a tener plena confianza en Dios, que es Padre. Él conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades, pero quiere que se las presentemos con audacia y con insistencia, porque este es nuestro modo de participar en su obra de salvación.

¡La oración es el primero y principal ‘instrumento de trabajo’ en nuestras manos! Insistir con Dios no sirve para convencerlo sino para robustecer nuestra fe y nuestra paciencia, o sea nuestra capacidad de luchar junto a Dios por las cosas realmente importantes y necesarias. En la oración somos dos: Dios y yo a luchar juntos por las cosas importantes.

Entre estas hay una, la gran cosa importante que Jesús nos dice hoy en el Evangelio, pero que casi nunca nos planteamos, y es el Espíritu Santo. “¡Dame el Espíritu Santo!”. Y Jesús lo dice: “Aunque ustedes sean malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden”.

¡El Espíritu Santo! Tenemos que pedir que el Espíritu Santo venga a nosotros. ¿Pero para qué sirve el Espíritu Santo? Sirve para vivir bien, para vivir con sabiduría, con amor, haciendo la voluntad de Dios. ¡Qué linda oración sería, que en esta semana, cada uno de nosotros le pidiera al Padre: “Padre, dame el Espíritu Santo”.

La Virgen nos lo demuestra con su existencia, toda animada por el Espíritu de Dios. Nos ayuda ella a rezar al Padre unidos a Jesús, para vivir no de manera mundana, sino de acuerdo al Evangelio, guiados por el Espíritu Santo.

Francisco


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Viernes, 22 de julio de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo diecisiete del Tiempo Ordinario c ofrecida por el sacerdote don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 17º del T. Ordinario C

 

Se nos recuerda hoy algo muy importante, extraordinario: ¡Podemos hablar con Dios!

Los personajes, la gente importante de la tierra, con frecuencia, son inaccesibles, es imposible hablar con ellos. Y, a veces, ¡bien que lo desearíamos!

¡Y podemos y debemos hablar con Dios  porque somos sus hijos! Y Dios no quiere que sus hijos sean  mudos o sordos. Quiere que hablemos con Él. Que le escuchemos. ¡Tiene tantas cosas que decirnos!

Y podemos hablar con Él en cualquier momento del día o de la noche, en cualquier circunstancia. Nos escucha siempre, las 24 horas. No tenemos que someternos a un horario, a una larga lista de espera.

¿Y qué le vamos a decir a Dios? ¿Qué le vamos a pedir?

El Evangelio de hoy nos recuerda que Jesús nos ha enseñado a orar. El Padrenuestro es la oración que nos enseñó el Señor, la oración de los cristianos. Porque orar no es sólo encomendar a Dios nuestras cosas, encerrándonos en nuestros intereses. Orar es, en primer lugar, abrirnos a los intereses, a las intenciones de Dios; a las grandes intenciones y necesidades del mundo (Cfr. Mt 6, 9-14).

Y nos dirigimos a Dios llamándole Padre. Llamar a Dios padre es impresionante. ¿Cómo lo harían, por ejemplo, los esclavos cristianos de los primeros siglos?

Y le llamamos Padre nuestro, de todos. Es el Padre universal.

Y le pedimos, en primer lugar, que su Nombre sea santificado, que venga su Reino, que se haga su voluntad en la tierra como se hace en el cielo  

¡Estas son las grandes “necesidades” de Dios! Lo que más quiere, lo que más le interesa.

Luego le pedimos el pan nuestro de cada día. El pan significa y resume todas nuestras necesidades. También el Pan de la Eucaristía. Y pedimos el pan nuestro, de todos y de cada uno; Y de cada día, sin agobiarnos por el mañana.

Y le pedimos, además que nos perdone como nosotros perdonamos, porque hemos pecado, porque somos pecadores. Y le pedimos también que nos conceda la gracia de no caer en la tentación, de no ofenderle nunca. Y que nos libre de todo mal y del maligno. De este modo, se nos ayuda a comprender que el mayor mal es el pecado.

El Evangelio, además, nos anima a pedir con insistencia, sin desanimarnos, como el amigo inoportuno de la parábola. Y también con la confianza que tiene un hijo con su padre.

Y termina el texto preguntándose si el Padre del Cielo ¿no dará el Espíritu Santo a los hijos que se lo piden? ¿Pero nosotros le pedimos que nos dé El Espíritu Santo? ¿O hay otras cosas que nos interesan más?

Ojalá que oremos siempre de tal manera, que podamos decir con en el salmo responsorial de hoy: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste”.

 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 17º DEL T. ORDINARIO C 

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

        Escuchamos ahora un diálogo conmovedor: Abrahán, el hombre de la fe y de la confianza en Dios, trata de conseguir el perdón para la ciudad pecadora de Sodoma. Escuchemos con atención. 

SEGUNDA LECTURA

S. Pablo nos recuerda que, por el Bautismo, hemos muerto y resucitado con Cristo: La muerte de Cristo nos ha merecido el perdón de los pecados y nos ha enriquecido con la vida de Dios. 

TERCERA LECTURA

          El Evangelio nos trasmite la oración que nos enseñó el Señor y nos invita a orar con insistencia.

          Aclamémosle ahora con el canto del aleluya. 

COMUNIÓN

          La presencia de Dios vivo en nuestros corazones por la Comunión eucarística es un momento privilegiado para hablar con Dios. Él viene a nosotros; y hemos orar para adorarle, alabarle, darle gracias, pedirle perdón, pedirle tantas cosas como necesitamos. Pedirle especialmente el don de su Espíritu.


Publicado por verdenaranja @ 14:06  | Liturgia
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Reflexión de josé Antonio Pagola al evangelio del domingo diecisiete del Tiempo Ordinario C 

REAPRENDER LA CONFIANZA

 

Lucas y Mateo han recogido en sus respectivos evangelios unas palabras de Jesús que, sin duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que las haya pronunciado mientras se movía con sus discípulos por las aldeas de Galilea, pidiendo algo de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos.

Probablemente, no siempre reciben la respuesta deseada, pero Jesús no se desalienta. Su confianza en el Padre es absoluta. Sus seguidores han de aprender a confiar como él: «Os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». Jesús sabe lo que está diciendo pues su experiencia es esta: «quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre».

Si algo hemos de reaprender de Jesús en estos tiempos de crisis y desconcierto en su Iglesia es la confianza. No como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan esperando tiempos mejores. Menos aún como una postura pasiva e irresponsable, sino como el comportamiento más evangélico y profético de seguir hoy a Jesús, el Cristo. De hecho, aunque sus tres invitaciones apuntan hacia la misma actitud básica de confianza en Dios, su lenguaje sugiere diversos matices.

«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus seguidores: como hombres y mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e indigencia, sin rastro alguno de orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo deplorable es pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que solo nos puede venir del Padre.

«Buscar» no es solo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir hoy en una Iglesia desconcertada ante un futuro incierto. Lo extraño es no movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio en la cultura moderna.

«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz. Es explicable que se oscurezca hoy la fe de no pocos cristianos que aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura premoderna. Lo lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús gritando a Dios desde las contradicciones, conflictos e interrogantes del mundo actual.

José Antonio Pagola

17 Tiempo ordinario – C (Lucas 11,1-13)
Evangelio del 24/Jul/2016
Publicado el 18/ Jul/ 2016
por Coordinador Grupos de Jesús


Publicado por verdenaranja @ 11:36  | Espiritualidad
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Mi?rcoles, 20 de julio de 2016

Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey.   (México). 19 JULIO 2016   (ZENIT)

Décimo séptimo domingo del tiempo común

Ciclo C – Textos: Gn 18, 20-21.23-32; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13

Idea principal: Nuestra línea telefónica y nuestro whatsapp con Dios es la oración, que debe ser confiada, perseverante, humilde e intercesora. El Wi-Fi de Dios está siempre conectado.

Síntesis del mensaje: Lucas, que nos acompaña en este ciclo C, es el evangelista que más veces hace alusión a Jesús orante, tanto en comunidad como en solitario, en momentos de alegría o de crisis. El domingo pasado nos invitaba Jesús, en la casa de Marta y María, a escuchar la Palabra y a dar prioridad a la oración antes que a la acción. Hoy nos ayuda a entender la importancia de la oración en nuestra vida, enseñándonos el Padrenuestro y también indicándonos las cualidades que debe tener nuestra oración. La oración no es una cuestión de técnicas; una oración buena es la que nos hace encontrar a Dios y poco a poco nos transforma interiormente.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, veamos la oración de Abrahán. Es una oración porfiada de intercesión, a favor de los habitantes de Sodoma y Gomorra, a pesar de su gran pecado. Es entrañable –y típico oriental- el “regateo” de Abrahán ante Dios. Le pide con confianza “rebajas”, aunque conocía el gran pecado de aquella ciudad. Y Dios le escucha, aunque no haya encontrado ni siquiera esos diez justos que le sugería Abrahán. Aprendamos de Abrahán a pedir por nuestras naciones, por los enfermos, por los jóvenes, por los que sufren, por los pecadores, por las familias, por la paz del mundo, por los gobernantes. Oración de intercesión.

En segundo lugar, veamos la oración de Jesús. Jesús ora con frecuencia y largamente; algunas veces, como nos recuerdan los evangelistas, pasa incluso toda la noche en oración (cf. Lc 6, 12). Jesús ora antes de tomar cualquier decisión importante: por ejemplo, antes de escoger a sus apóstoles; antes de salir para Jerusalén; antes de enviar a los discípulos en misión. Jesús ora en la soledad. A veces se levanta muy pronto por la mañana, para poder orar tranquilamente, aunque el día anterior haya tenido que ocuparse durante mucho tiempo de los enfermos (cf. Mc 1, 32.35). ¿Por qué ora? Porque siente un intenso deseo de vivir en unión con su Padre del cielo. Su ejemplo suscita en los discípulos el deseo de ser instruidos en la oración. Por eso le piden: “Señor, enséñanos a orar”. Y nos enseña la más sublime oración, el Padrenuestro: la primera parte dirigida a Dios (sea alabado y santificado su Nombre, implorado su Reino, cumplida su Voluntad). La segunda es para nosotros: le pedimos el pan material y espiritual; perdón de nuestras ofensas, nos aparte de la tentación y nos libre del mal.

Finalmente, analicemos nuestra oración. Tengamos nuestro whatsapp con Dios actualizado.¿Qué es la oración? “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría” (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrit C, 25r). “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (San Juan Damasceno,Expositio fidei, 68). Y para san Agustín, la oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él. Y el Catecismo dice en el número 2564: “La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre”. ¿A qué vamos a la oración? A alabar y adorar a Dios, a darle gracias, a pedirle perdón e implorarle por nuestras necesidades. ¿Cómo debemos rezar? Con sencillez y humildad, con atención y confianza, con perseverancia. ¿Qué obstáculos encontramos en nuestro día a día para rezar bien? El miedo al silencio, a la soledad y a encontrarnos con nosotros mismos, las distracciones, el pensar sólo en las cosas materiales, el peso de nuestros pecados, la tibieza y la mundanidad, de la que tanto habla el papa Francisco. ¿Y los frutos de la oración? Frutos tanto individuales como para la comunidad. Estos frutos son lo que nos permiten decir que la oración no es algo puramente psicológico, porque tiene consecuencias. Si permanecemos fieles a la oración, poco a poco nos volvemos más apacibles, más delicados, más atentos a los demás: comunicamos la paz de Dios. Luego están los santos, que gracias a la oración han logrado hacer grandes obras de amor impensables en un principio. Gracias a la oración uno puede llegar a sentir –a percibir sensiblemente- la presencia de Dios, su ternura y su alegría. De lo que se trata es que cada vez sea menos una oración de pensamiento, de cabeza, y cada vez más una oración de corazón, que se abra a Dios, en una apertura y abandono que hace que la oración sea profunda.

Para reflexionar: ¿Reservo unos diez o quince minutos diariamente en mi whatsappespiritual para encontrarme con Dios y consagrar ese momento a Él? ¿Estoy conectado alWi-Fi de Dios todo el día? ¿He reflexionado que las actitudes esenciales para orar y relacionarnos con Dios son tres: un acto de fe, de esperanza y de amor, y no tanto, la sensibilidad ni la inteligencia? ¿Todo lo espero de Dios o también pongo mi parte? ¿Grito al Señor día y noche? ¿Rezo por los demás como Abraham por Sodoma y Gomorra?

Para rezar: “Señor, estoy ante ti como un pobre, veo todos mis pecados y mi fragilidad, pero no es un problema porque Tú eres mi esperanza. Es de ti que espero mi salvación, Señor; es de ti que espero la gracia que podrá curarme, purificarme y transformarme…Señor, no siento gran cosa y me gustaría comprenderlo todo, pero creo aún así con todo mi corazón que estás aquí”.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected].


Publicado por verdenaranja @ 20:38  | Espiritualidad
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Martes, 19 de julio de 2016

Texto completo de las palabras del Santo Padre para introducir la oración mariana  del 17 julio 2016 (ZENIT)

  

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de hoy el Evangelista Lucas cuenta que Jesús, mientras iba de camino hacia Jerusalén, entra en un pueblo y es acogido en la casa de dos hermanas: Marta y María (cfr Lc 10,38- 42). Ambas acogen al Señor, pero lo hacen de forma diferente. María se sienta a los pies de Jesús y escucha su palabra (cfr v. 39), sin embargo, Marta está muy ocupada preparando las cosas; y en un determinado momento dice a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano” (v. 40). Y Jesús le responde: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán” (vv. 41-42).

En su ocuparse y hacer cosas, Marta corre el riesgo de olvidar, y este es el problema, corre el riesgo de olvidar lo más importante, es decir, la presencia del invitado, que era Jesús en este caso. Se olvida la presencia del invitado. El invitado no tiene que ser solamente servido, alimentado, cuidado en todos los sentidos. Sobre todo es necesario que sea escuchado, recordar bien esta palabra, escuchar. Que el invitado sea acogido como persona, con su historia, su corazón rico de sentimientos y de pensamientos, para que pueda sentirse realmente en familia. Pero si tú acoges un invitado en tu casa, y sigues haciendo las cosas, y haces que se siente y está callado, callado tú, como si fuera de piedra, el invitado de piedra. No. El invitado tiene que ser escuchado. Ciertamente, la respuesta que Jesús da a Marta –cuando le dice que solamente necesita una cosa— encuentra su pleno significado en referencia a la escucha de la palabra de Jesús mismo, esa palabra que ilumina y sostiene todo lo que somos y hacemos. Si vamos a rezar, por ejemplo, delante del crucifijo, y hablamos, hablamos, hablamos y después nos vamos, no escuchamos a Jesús, no dejamos que Él hable a nuestro corazón. Escuchar, esa palabra es clave. No la olvidéis. No tenemos que olvidar que la palabra de Jesús nos ilumina, nos sostiene y sostiene todo lo que somos y hacemos.
No tenemos que  olvidar que también en la casa de Marta y María, Jesús, antes de ser Señor y Maestro, es peregrino e invitado. Por tanto, su respuesta tiene este primer y más inmediato significado: “Marta, Marta, ¿por qué te preocupas tanto del invitado hasta el punto de olvidar su presencia?” El invitado de piedra. Para acogerlo no son necesarias muchas cosas; es más, es necesaria una sola: escucharle, la palabra, escucharle, demostrarle una actitud fraterna, de forma que sienta que está en familia, y no en un refugio temporal.

Entendida así, la hospitalidad, que es una de las obras de misericordia, se presenta realmente como una virtud humana y cristiana, una virtud que en el mundo de hoy corre el peligro de ser descuidada. De hecho, se multiplican las casas de acogida y los albergues, pero no siempre en estos ambientes se practica una hospitalidad real. Se da vida a varias instituciones que asisten muchas formas de enfermedad, soledad, marginación, pero disminuye la probabilidad para quien es extranjero, marginado, excluido, de encontrar a alguien dispuesto a escucharlo. El extranjero, refugiado, migrante, escuchar esa historia dolorosa. Incluso en la propia casa, entre los propios familiares, se pueden encontrar más fácilmente servicios y cuidados de distinto tipo que escucha y acogida.  Hoy estamos tan ocupados y con prisas, por tantos problemas, algunos no importantes, que faltamos a la capacidad de escucha. Estamos ocupados continuamente y así no tenemos tiempo para escuchar. Yo quisiera preguntarnos, que cada uno responsa en su corazón. Tú, marido, ¿tienes tiempo para escuchar a tu mujer? Tú, mujer, ¿tienes tiempo para escuchar a tu marido? Vosotros, padres, ¿tenéis tiempo, tiempo para perder para escuchar a vuestros hijos, o vuestro abuelos, los ancianos? ‘Los abuelos siempre dicen las cosas, son aburridos’. Pero necesitan ser escuchados. Escuchar. Os pido aprender a escuchar y dedicar más tiempo, en la capacidad de escucha está la raíz de la paz.

La Virgen María, Madre de la escucha y del servicio atento, nos enseñe a ser acogedores y hospitalarios con nuestros hermanos y hermanas.


Publicado por verdenaranja @ 23:09  | Habla el Papa
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Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel. 13 julio 2016

La sabiduría de dialogar

Dialogar no es debilidad, sino madurez personal y social

VER

Se han programado mesas de diálogo entre el gobierno federal y los maestros, tanto del Sindicato Nacional (SNTE), como de la Coordinadora (CNTE), para abordar asuntos educativos, políticos y sociales. Es de alabar que se haya llegado a esta decisión, que es el mejor camino para encontrar soluciones a la inestabilidad social que se produjo con las movilizaciones de quienes están inconformes con la llamada reforma educativa, aprobada por el Congreso Federal.

En estos días, disfruté mucho que dos grupos antagónicos de una parroquia, que llevaban 25 años en una actitud de rechazo mutuo por sus diferentes posturas políticas y eclesiales, finalmente pudieron llegar a unos acuerdos básicos para integrar el Consejo Parroquial con 8 personas de cada grupo y empezar a programar acciones conjuntas. Se escucharon con respeto y unos aceptaron las propuestas de los otros. Desde hace 16 años, yo les había insistido en dar este paso. Fue como un milagro, que me parecía imposible. Con humildad de corazón, se avanza; con orgullo y prepotencia, todo se pierde.

Escucharse es abrir la mente y el corazón para ponerse en el lugar del otro y tratar de comprender su posición. Dialogar no es conceder todo lo que se pide, sino analizar qué se puede y qué no se puede hacer. Es “saber perder”, para que ganemos todos. Es hacer a un lado el egoísmo personal y grupal, para el bien social.

Dialogar no es debilidad, sino madurez personal y social. Una persona que se niega a dialogar, se considera como la única poseedora de la verdad; se diviniza, se absolutiza; y todo absolutismo es dictatorial. Sólo Dios es la verdad plena y El no se impone, no es dictador, porque es amor, es cercanía, es misericordia, es perdón, es paciencia. Estos son los atributos de un verdadero diálogo.

PENSAR

El Papa Francisco, en su Exhortación La alegría del amor, en los Nos. 136-141, ofrece unos criterios para el diálogo en la familia, valederos para todo tipo de diálogo:

“El diálogo supone un largo y esforzado aprendizaje. El modo de preguntar, la forma de responder, el tono utilizado, el momento y muchos factores más, pueden condicionar la comunicación. Siempre es necesario desarrollar algunas actitudes que hacen posible el diálogo auténtico:

Darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. Esto requiere la ascesis de no empezar a hablar antes del momento adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir. Esto implica hacer un silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente: despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio.

Desarrollar el hábito de dar importancia real al otro. Se trata de valorar su persona, de reconocer que tiene derecho a existir, a pensar de manera autónoma y a ser feliz. Nunca hay que restarle importancia a lo que diga o reclame, aunque sea necesario expresar el propio punto de vista. Subyace aquí la convicción de que todos tienen algo que aportar. Es posible reconocer la verdad del otro, el valor de sus preocupaciones más hondas y el trasfondo de lo que dice, incluso detrás de palabras agresivas. Para ello hay que tratar de ponerse en su lugar e interpretar el fondo de su corazón.

Amplitud mental, para no encerrarse con obsesión en unas pocas ideas, y flexibilidad para poder modificar o completar las propias opiniones. Es posible que, de mi pensamiento y del pensamiento del otro pueda surgir una nueva síntesis que nos enriquezca a los dos. La unidad a la que hay que aspirar no es uniformidad, sino una unidad en la diversidad, o una diversidad reconciliada. También se necesita astucia para advertir a tiempo las interferencias que puedan aparecer. Es importante la capacidad de expresar lo que uno siente sin lastimar; utilizar un lenguaje y un modo de hablar que pueda ser más fácilmente aceptado o tolerado por el otro, aunque el contenido sea exigente; plantear los propios reclamos pero sin descargar la ira como forma de venganza, y evitar un lenguaje moralizante que sólo busque agredir, ironizar, culpar, herir”.

ACTUAR

Aprendamos a dialogar, que es escuchar, comprender, valorar, aprender, cambiar, controlar impulsos, pedir perdón, agradecer. Con la fuerza del Espíritu, se puede.


Publicado por verdenaranja @ 22:23  | Hablan los obispos
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Viernes, 15 de julio de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo dieciséis del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 16º del T. Ordinario C 

 

Los pueblos primitivos tenían una rica tradición de hospitalidad. Cuando no existían los grandes hoteles, pensiones, etc., que tenemos ahora, la acogida se realizaba en la propia casa.

Esto tenía especiales dificultades, incomodidades, gastos. La Palabra de Dios, la enseñanza de los Santos Padres y escritores cristianos exhortaban con frecuencia a la hospitalidad, a la acogida de los que iban de camino (Hb 13, 2). Nosotros hemos recogido todo eso y lo guardamos como una rica herencia.

Hay una obra de misericordia que dice: “dar posada al peregrino”.

En el mundo moderno, con toda la movilidad que lleva consigo, se nos invita también a acoger a los demás, a los que vienen de lejos, especialmente, a los inmigrantes.

La palabra de Dios centra hoy nuestra atención en este tema: también el Señor quiere gozar de nuestra hospitalidad. También Él quiere ser acogido en muestra propia casa, en nuestro corazón, en nuestra vida de cada día. Y Él se siente también personificado en todo hombre o mujer que va de paso. “Fui peregrino y me hospedasteis” (Mt 25,36). ¿Lo hacemos?

En la primera  lectura, Abrahán acoge al Señor, personificado en aquellos tres misteriosos caminantes, a los que brinda una especial hospitalidad. Ellos le recompensan con la promesa del próximo nacimiento de un hijo: Isaac, que significa “sonrisa de Dios”.

En el Evangelio contemplamos a Jesús que, en su camino hacia Jerusalén, es acogido en casa de Marta.

En aquel contexto, Lucas se detiene en un dato concreto, que indica el clima y el grado de amistad y confianza que tenía Jesús en aquella casa. Y enseguida nos damos cuenta de que su reproche a Marta es un hecho anecdótico, que Cristo quiere aprovechar para enseñar la importancia y supremacía de la escucha de su Palabra. Me parece, pues, que hemos de retener la enseñanza del Señor, pero sin extralimitarla. Marta también acogía la Palabra de Jesús en múltiples ocasiones. Le tengo una especial simpatía a Santa Marta.

Hemos de admitir que no faltan ocasiones en que, frente a la urgencia de los quehaceres materiales, consideramos lo espiritual como una “pérdida de tiempo”. Por eso el Vaticano II nos recuerda la primacía de la oración y de la contemplación, por mucho que urjan las necesidades materiales (P. C. 7).

Por otro la reprensión de Jesús a Marta, ¿no es un reproche para la gente de nuestro tiempo? ¿No es ésta una especie de radiografía del hombre moderno?

S. Benito hizo la síntesis: “Ora et labora”. La Congregación Marta y María, que atiende nuestra Casa Sacerdotal, se esfuerza por conseguirla.

 

     ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!  ¡BUEN VERANO!


Publicado por verdenaranja @ 18:07  | Espiritualidad
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 DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO C  

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

        Escucharemos ahora una historia del Antiguo Testamento, que nos muestra el espíritu acogedor y hospitalario de Abrahán.

        En aquellos caminantes que se acercan a su tienda, Abrahán reconoce al mismo Dios. Escuchemos con atención. 

SEGUNDA LECTURA

        S. Pablo nos habla con alegría de su misión al servicio del Evangelio. En medio de sus dificultades y sufrimientos, se siente animado considerando su sentido y su valor. Escuchemos. 

TERCERA LECTURA

        El Evangelio nos presenta a Jesús que, camino de Jerusalén, disfruta de la hospitalidad de María y de Marta. Una escuchaba y la otra servía.

        Aclamemos a Jesucristo con el canto del aleluya. 

COMUNIÓN

        En la Comunión recibimos a Jesucristo que quiere gozar de nuestra hospitalidad. Le acogemos en nuestro corazón y en nuestra vida. El Evangelio nos ofrece las dos maneras de  atenderle bien: escucharle y servirle. 

 


Publicado por verdenaranja @ 18:04  | Liturgia
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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo dieciséis del Toempo ordinario C.

NECESARIO Y URGENTE 

 

Mientras el grupo de discípulos sigue su camino, Jesús entra solo en una aldea y se dirige a una casa donde encuentra a dos hermanas a las que quiere mucho. La presencia de su amigo Jesús va a provocar en las mujeres dos reacciones muy diferentes.

María, seguramente la hermana más joven, lo deja todo y se queda «sentada a los pies del Señor». Su única preocupación es escucharle. El evangelista la describe con los rasgos que caracterizan al verdadero discípulo: a los pies del Maestro, atenta a su voz, acogiendo su Palabra y alimentándose de su enseñanza.

La reacción de Marta es diferente. Desde que ha llegado Jesús, no hace sino desvivirse por acogerlo y atenderlo debidamente. Lucas la describe agobiada por múltiples ocupaciones. Desbordada por la situación y dolida con su hermana, expone su queja a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano».

Jesús no pierde la paz. Responde a Marta con un cariño grande, repitiendo despacio su nombre; luego, le hace ver que también a él le preocupa su agobio, pero ha de saber que escucharle a él es tan esencial y necesario que a ningún discípulo se le ha de dejar sin su Palabra «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán».

Jesús no critica el servicio de Marta. ¿Cómo lo va a hacer si él mismo está enseñando a todos con su ejemplo a vivir acogiendo, sirviendo y ayudando a los demás? Lo que critica es su modo de trabajar de manera nerviosa, bajo la presión de demasiadas ocupaciones.

Jesús no contrapone la vida activa y la contemplativa, ni la escucha fiel de su Palabra y el compromiso de vivir prácticamente su estilo de entrega a los demás. Alerta más bien del peligro de vivir absorbidos por un exceso de actividad, en agitación interior permanente, apagando en nosotros el Espíritu, contagiando nerviosismo y agobio más que paz y amor.

Apremiados por la disminución de fuerzas, nos estamos habituando a pedir a los cristianos más generosos toda clase de compromisos dentro y fuera de la Iglesia. Si, al mismo tiempo, no les ofrecemos espacios y momentos para conocer a Jesús, escuchar su Palabra y alimentarse de su Evangelio, corremos el riesgo de hacer crecer en la Iglesia la agitación y el nerviosismo, pero no su Espíritu y su paz. Nos podemos encontrar con unas comunidades animadas por funcionarios agobiados, pero no por testigos que irradian el aliento y vida de su Maestro.

José Antonio Pagola

 


Publicado por verdenaranja @ 18:02  | Espiritualidad
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Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. ‘Regalar el amor de Dios es nuestra gran tarea en esta historia’. 7 julio 2016 (ZENIT)

«No te olvides»: Estaba en la cárcel y me visitaste

 

Hace tiempo que os tenía que haber escrito. Os dije la última vez que lo haría. No he dejado de pensar en vosotros, en los internos y en todos los que hacen posible que la vida de los que estáis privados de libertad sea más humana dentro de los límites que tiene estar ahí. Aquel «no te olvides de nosotros, arzobispo» que algunos me dijisteis me llegó a lo más profundo del corazón. Me hizo recordar que el criterio clave que los apóstoles le indicaron a san Pablo, cuando se acercó a Jerusalén a verlos y a discernir «si corría o había corrido en vano» (cfr. Gal 2,2), fue precisamente que no se olvidara de los pobres (cfr. Gal 2,10). Vosotros, mis hermanos de Soto del Real, me habéis ayudado a tenerlo presente y a ver que este criterio tiene una actualidad grande ahora que existe una tendencia a desarrollar un nuevo paganismo individualista, que nos puede hacer olvidar la belleza grande e impresionante para uno y para todos los hombres que tiene el Evangelio: no olvidar a los descartados y a los más pobres, entre los que se encuentran los que, por las situaciones de su vida, han perdido la libertad. Os doy las gracias porque, con esa expresión que salió de vuestro corazón, me ayudáis a no entretener mi vida en cuestiones secundarias, sino a centrarla en lo que Jesús quiere: «He venido a salvar no a condenar».

Regalar el amor de Dios es nuestra gran tarea en esta historia. Vosotros sabéis bien cómo a veces en vuestra vida, por circunstancias diversas, no hicisteis este regalo. Todos, de una manera u otra, con más o menos gravedad, hemos vivido de espaldas a lo que somos realmente: imágenes de Dios. Seamos esa imagen, tengamos la valentía de dedicar nuestra vida a recuperar la imagen real que somos y tenemos. ¡Qué fuerza tiene ver a los demás siempre como imágenes verdaderas de Dios! ¿Os imagináis cómo sería la convivencia humana si viviésemos así? Siempre me impresionaron unas palabras del profeta Isaías en su cántico de amor: El profeta manifiesta cómo Dios quiere hablar al corazón de su pueblo y a cada uno de nosotros. Nos dice: «Te he creado a mi imagen y semejanza. Yo mismo soy el Amor, y tú eres mi imagen en la medida que brilla en ti el esplendor del amor, en la medida que me respondes con amor». Por eso, la gran terapia de la rehabilitación del ser humano, para devolverle la libertad, es situarle en el descubrimiento de ese amor. Cuando voy a veros descubro, quizá con más fuerza que en otros lugares, que el hombre al igual que Dios está vocacionado al amor. Y si hacemos algo diferente a esto, tenemos que encontrar la fórmula y el camino para hacer descubrir que la vocación al amor es lo que permite ver que el hombre es la auténtica imagen de Dios. Así lo respetamos, no lo utilizamos, no vendemos o robamos su dignidad.

Voy a ser atrevido con vosotros. Mi atrevimiento viene de esta convicción: solamente podemos entendernos plenamente en lo que somos, tanto en nuestra interioridad como en la exterioridad, si nos reconocemos abiertos a la transcendencia; porque, sin una referencia clara a Dios, ¿puede un ser humano responder a esos interrogantes que vosotros mismos, en la soledad de muchos momentos en los módulos, os hacéis? ¿Es posible solamente con nuestras fuerzas comunicar en nuestro mundo, en el día a día, los valores indispensables para garantizar una convivencia digna del ser humano? Hoy corremos el riesgo de reducirnos a una ideología, vivir en la indiferencia, vivir en el descarte, someter al ser humano a esclavizaciones diversas, a ofensas de su dignidad, a la intolerancia, al todo vale.

¡Con qué ganas esperáis el día de vuestra libertad! ¡Cuántas horas tenéis para descubrir cómo habéis maltratado el tiempo y vuestra vida! A menudo, todos, no solamente vosotros, utilizamos el tiempo para dañar, olvidamos que lo es para curar y para construir. En este tiempo en que los que tienen libertad buscan unos días de descanso, quiero acercarme para ayudaros a vivir en la esperanza los anhelos de libertad que tenéis en vuestro corazón y que llegará; os invito a que os preparéis ya para vivirla:

1. Estad alegres porque los privados de libertad tenéis un privilegio en el corazón de Dios: «¿Cuándo te vimos Señor? Estuve en la cárcel y me visitasteis», Sois Cristo, ¡qué dignidad! Nos lo dice Él. Pensad en la gran familia que tenéis, es la Iglesia, ella no se desentiende de nadie. Tanto a los que estáis bautizados y tenéis la vida de Cristo como a los que no, la Iglesia como Él os quiere, tiene interés por vuestra libertad. Ya veis: la Iglesia no os pregunta por qué estáis ahí, os quiere sin más. En el corazón de Dios hay un sitio preferencial para vosotros. El verdadero amor permite servir al otro no por necesidad o vanidad, sino porque es bello, más allá de la apariencia o de lo que hizo; por ello nos tenemos que acompañar en el camino de liberación.

2. Viviendo conscientes de la vida nueva, de la libertad que se nos regala en Jesucristo: Vuestro lugar es el mismo, el módulo, encerrados, sin libertad. Pero cuando nos hacemos conscientes de la vida que se nos ha dado en Cristo, somos distintos, tenemos esperanza, asumimos el compromiso de nunca más dañar o destruir, porque deseamos dar de lo que Él nos ha dado: su vida, que engendra libertad y regala su amor y su amistad.

3. En las circunstancias que vivimos podemos seguir regalando lo que hemos recibido, su amor: Hay que dar de lo que Él nos da. Por eso el Señor insiste: ¡Poneos en camino! Nos cuesta, nos cansamos. ¿No será porque llevamos un tesoro en el corazón lleno de rencor y odio? Llenemos nuestro corazón del amor de Dios, es lo que libera nuestra vida y la de los demás. Bien nos lo dice el Señor cuando nos invita a ponernos en camino, pues, al mismo tiempo, nos dice que vayamos sin alforjas, sin sandalias, solamente con su gracia y su amor.

4. También en la cárcel podéis ser samaritanos los unos de los otros: Ya sabéis el relato de la parábola. Un samaritano encontró a uno que estaba tirado en el suelo medio muerto. Y así como otros habían pasado de largo, él no pasó. Bajó de su cabalgadura, de sus alturas y privilegios, se acercó, se agachó, lo miró y sacó el aceite para curar sus heridas y después lo vendó. Pero no quedó ahí, lo tomó en sus manos y lo puso en su cabalgadura, llevándolo a una casa, pagando para que lo cuidasen hasta que estuviese bien; él volvería a verlo, no se desentendía de él. Así hemos de ser nosotros. Para hacer de la cárcel un lugar de vida, que engendre esperanza, que cure todas las heridas que podáis tener –físicas y en el corazón–, os invito a que, mientras otros pasan las vacaciones de otras maneras, vosotros lo hagáis con este viaje que transforma el corazón y las relaciones. ¡Ánimo! Sed samaritanos para ser libres y regalar libertad.

Con gran afecto, os bendice,

+Carlos, arzobispo de Madrid


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Reflexión de moseñor Felipe Arizmendi Esquivel. 6 julio 2016  (ZENIT)  

La santidad de la negociación

Tender puentes en cambio de construir muros

VER

Con frecuencia tengo que mediar entre grupos antagónicos que a duras penas aceptan nuestra invitación a dialogar para dirimir sus diferencias y llegar a acuerdos comunes. ¡Qué difícil es! Nadie quiere ceder en sus posturas. Ceder en algo, pareciera que es una derrota, y nadie quiere sentirse vencido, ni dar la impresión que los otros tenían razón. Más que analizar los puntos de verdad que tengan los otros, lo que se pretende es ganar, que se imponga lo que uno piensa y quiere. Hay una enorme resistencia a ceder, porque pareciera que es una debilidad, una cobardía, un abandono de aquello por lo que se ha luchado.

Esto sucede entre grupos políticos y organizaciones, en la familia y en la Iglesia. Así ha sido siempre:  Caín no acepta a su hermano Abel; Jacob y Esaú pelean por la primogenitura; los hermanos de José intentan deshacerse de él; los apóstoles ambicionan el primer puesto; Pablo discute con Pedro y con otros colaboradores, etc. Cada quien alega derechos, está convencido de su  postura y condena a los que son y piensan distinto. ¡Qué difícil es armonizar las diferencias!

Cuando yo insisto en que tendamos puentes, en vez de consolidar muros y encerrarnos en nuestras posturas, me critican, diciendo que quiero quedar bien con todos, que soy diplomático, que negocio la verdad, que me compran los poderosos, que no soy profeta… ¡Hay tantos puntos de vista sobre una misma realidad! Es más sabio escuchar y armonizar, que sólo condenar.

PENSAR

Me llamó mucho la atención lo que dijo el Papa Francisco en su Misa del 9 de junio pasado en Santa Marta, inspirándose en Mateo 5,20-26: “El pueblo estaba un poco desorientado, un poco desbandado, porque no sabía qué hacer y los que enseñaban la ley no eran coherentes. A este pueblo un poco encarcelado en esta jaula sin salida, Jesús indica el camino para salir: salir siempre hacia arriba, superar, ir hacia arriba. Es pecado no sólo matar, sino también insultar y regañar al hermano. Y esto hace bien escucharlo, en esta época en la que nosotros estamos muy acostumbrados a los calificativos y tenemos un vocabulario muy creativo para insultar a los demás. Ofender es pecado, es matar, porque es dar una bofetada al alma del hermano, a la dignidad propia del hermano. Decir frases como: ‘no le hagas caso, este es un loco, este es un estúpido’, y muchas otras palabras feas que decimos a los demás, es pecado. La generosidad, la santidad es salir hacia arriba. Esta es la liberación de la rigidez de la ley y también de los idealismos que no nos hacen bien.

Jesús nos conoce muy bien y nos sugiere: ‘Si tú tienes un problema con un hermano, ponte enseguida de acuerdo con él’. Así el Señor nos enseña un sano realismo: muchas veces no se puede llegar a la perfección, pero al menos hagan aquello que puedan, pónganse de acuerdo para no llegar al juicio. Es este el sano realismo de la Iglesia católica: la Iglesia católica nunca enseña “o esto, o esto”. Más bien la Iglesia dice: “esto y esto”. En definitiva, busca la perfección: reconcíliate con tu hermano, no lo insultes, ámalo; pero si hay algún problema, al menos pónganse de acuerdo, para que no estalle la guerra. He aquí el sano realismo del catolicismo. No es católico, sino que es herético, decir: «o esto o nada».

Jesús nos enseña diciéndonos: Por favor, no se insulten y no sean hipócritas: van a alabar a Dios con la misma lengua con la que insultan al hermano. No, esto no se hace; pero hagan lo que puedan; al menos eviten la guerra entre ustedes, poniéndose de acuerdo. Y me permito decirles esta palabra que parece un poco rara: es la santidad pequeña de la negociación: no puedo todo, pero quiero hacer todo; me pongo de acuerdo contigo; al menos no nos insultamos, no declaramos la guerra y vivimos todos en paz. Pedimos al Señor que nos enseñe a salir de todo tipo de rigidez y a reconciliarnos entre nosotros; que nos enseñe a llegar a un acuerdo hasta el punto que podamos hacerlo”.

ACTUAR

Aprendamos a dialogar, a escuchar con el corazón las razones de los otros, a ser humildes para no presumir de tener toda la verdad, a aceptar que no todo se puede lograr en un solo momento. La misericordia de Dios es paciencia con nuestras limitaciones.


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Martes, 12 de julio de 2016

En este domingo del verano europeo, 3 JULIO 2016, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro, donde le aguardaban miles de fieles y peregrinos. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la página evangélica del día de hoy, en el capítulo décimo del Evangelio, Lucas nos hace entender cuánta necesidad tenemos de invocar a Dios, “el Señor de la mies, para que envíe operarios a su mies”. Los operarios de los cuales habla Jesús son los misioneros del Reino de Dios, que Él mismo llamaba y enviaba “de dos en dos delante de sí en cada ciudad y lugar a donde estaba por ir”.

Su taera era anunciar un mensaje de salvación dirigido a todos. Los misioneros anuncian siempre el mensaje de salvación a todos; no solamente los misioneros que van lejos, también nosotros, misioneros cristianos que decimos una buena palabra de salvación. Y este es el don que nos da Jesús con el Espíritu Santo. Este anuncio es decir: “Está cerca el Reino de Dios”.

Porque Jesús ha ‘acercado’ a Dios hacia nosotros, Dios reina en medio de nosotros, su amor misericordioso vence el pecado y la miseria humana.

Esta es la Buena Noticia que los ‘operarios’ tienen que llevar a todos: un mensaje de esperanza y de consolación, de paz y de caridad. Jesús, cuando envía a sus discípulos delante de él en los pueblos les recomienda: ‘Antes digan: paz a esta casa’ (…) curen a los enfermos que allí se encuentren’.

Todo esto significa que el Reino de Dios se construye día a día y ofrece ya en esta tierra sus frutos de conversión, de purificación, de amor y de consolación entre los hombres. ¡Es algo muy hermoso construir día a día este Reino de Dios que va naciendo! ¡No destruir, sino construir!

¿Con cuál espíritu el discípulo de Jesús deberá realizar esta misión? Como primera cosa deberá ser conciente de la realidad difícil y a veces hostil que lo espera. De hecho Jesús dice: ‘Les envío como corderos en medio de los lobos’. Es clarísimo. La hostilidad está siempre al inicio de la persecución de los cristianos: porque Jesús sabe que la misión es obstaculizada por la obra del maligno.

Por esto, el operario del Evangelio se esforzará en ser libre de los condicionamientos humanos de todo tipo, no llevando ni bolsa, ni alforja, ni sandalias, como ha recomendado Jesús, para solamente confiar en la potencia de la Cruz de Cristo. Esto significa abandonar todo motivo de vanagloria personal y volverse humilde instrumento de la salvación obrada por el sacrificio de Jesús, muerto y resuscitado por nosotros.

La del cristiano en el mundo es una misión estupenda y destinada a todos, es una misión de servicio, ninguno excluído. Esta necesita de tanta generosidad y sobre todo de la mirada y del corazón dirigido hacia lo alto para invocar la ayuda del Señor.

Hay mucha necesidad de que hayan cristianos que testimonien con alegría el Evangelio en la vida de cada día. Los discípulos enviados por Jesús, ‘llegaron llenos de alegría’.

Cuando nosotros hacemos así, el corazón se llena de alegría. Y esta expresión me hace pensar a la alegría de la Iglesia cuando sus hijos reciben la Buena Noticia, gracias a la dedicación de tantos hombres y mujeres que diariamente anuncian en Evangelio: los sacerdotes, aquellos buenos párrocos que todos conocemos, las monjas , misioneros, misioneras… Y me pregunto, escuchen la pregunta: ¿Cuántos de los jóvenes que ahora está aquí presentes en la plaza sienten la llamada del Señor para seguirlo?

¡No tengan miedo! Sean valientes y lleven a los demás esta llama del celo apostólico que nos ha sido dada por estos discípulos ejemplares.

Recemos al Señor, por la intercesión de la Virgen María, para en la Iglesia no falten nunca corazones generosos, que trabajen para llevar a todos el amor y la ternura del Padre celeste”.

El Santo Padre reza la oración del ángelus y después dirige las siguientes palabras:

“Queridos hermanos y hermanas, expreso mi cercanía a los familiares de las víctimas y de los heridos del atentado que se registró ayer en Daca. Y también ante el sucedido en Bagdad. Recemos juntos por ellos, por los difuntos y pidamos al Señor que convierta el corazón de los violentos enceguecidos por el odio.

(El Papa reza) Dios te Salve María…

Saludo a todos los fieles de Roma y peregrinos que llegaron de Italia y de diversos países. En particular al grupo de Bérgamo guiado por su obispo. Los bergamascos no han ahorrado para el cartel, ¡se ve bien! Y a los de Braganca-Miranda (Portugal); a las monjas Misioneras del Sagrado Corazón que vinieron desde Corea con algunos fieles; a los jóvenes de Ibiza que se preparan para la Confirmación;y  al grupo de peregrinos venezolanos. Quiero saludar también a mis compatriotas de La Rioja, de Chilecito: ¡se ve bien la bandera allí!

Saludo a algunas peregrinaciones especiales, en el signo de la misericordia: el de los fieles de Ascoli Piceno, que llegaron a pié a lo largo de la antigua vía Salaria; el de los socios de la Federación italiana de turismo equestra, que vinieron a caballo, incluso algunos desde Cracovia;  a los que vinieron en bicicleta y motocicleta desde Cardito (Nápoles).

Saludo al concluir, a la Asociación “Bricciole di speranza di Carla Zichetti, la familia Camiliana laica, la escuela jardín de Verdellino, a los jóvnes dde Albino y Desenzano, y a los de Sassari.

(Texto completo traducido desde el audio por ZENIT)


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Publicamos a continuación la carta pastoral del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. 1 July, 2016 (ZENIT – Madrid)

Como corderos en medio de lobos

La frase es fuerte, “mirad que os envío como corderos en medio de lobos”. La dijo Jesús cuando envió a sus discípulos a anunciar el Evangelio. Y no se refiere sólo a los apóstoles (a los obispos y presbíteros, hoy), sino al grupo más amplio de los evangelizadores, a los setenta y dos.

Jesús señala unas pautas para la tarea evangelizadora, a la que él nos envía. Primero, oración. “Rogad al Dueño de la mies que mande obreros a su mies”, porque las vocaciones las da el Señor, él es quien llama para trabajar en su viña, y a él hemos de pedirle que no nos falten evangelizadores, testigos del Evangelio en nuestro tiempo. La oración nos sitúa en un nivel superior, en el que percibimos que para Dios nada hay imposible. Y en la oración Dios nos va diciendo cuál debe ser nuestra colaboración a todos los niveles.

Después, austeridad: “No llevéis talega, ni alforja ni sandalias”. Ligeros de equipaje, para ser más libres y estar más disponibles. A veces pensamos que la maleta ha de ir llena, “por si acaso”. Jesús contradice esa tendencia. Cuantos menos medios, mejor, para que se vea que la obra es suya y que el fruto no es proporcionado a nuestro esfuerzo, sino a la eficacia de su gracia. “Llevamos este tesoro en vasijas de barro”. Nos cuesta la misma vida entender este principio tan evangélico, pero hasta que no lo entendemos y hasta que no nos ponemos a practicarlo, no producimos fruto. Algo tendrá la pobreza cuando Jesús la bendice. Ha habido santos que lo han entendido muy pronto, y han producido frutos muy tempranos: Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, etc.

Portadores de paz. El evangelizador no siembra discordia, sino que es portador de la paz de Dios para los hombres. A quien quiere recibirla, se le da. A quien no, él se lo pierde. El evangelizador es siempre portador de paz para todos. Y sabe que su testimonio será rechazado en muchas ocasiones. Por eso, dice Jesús: “os envío como corderos en medio de lobos”. ¿Qué hace un lobo con un cordero? –Se lo come y se queda tan ancho. Pues eso sucede con los evangelizadores, los que llevan la paz, los que anuncian a Jesucristo y su Evangelio. Están expuestos a ser rechazados, calumniados, marginados, e incluso a ser eliminados. La historia está llena de ejemplos continuos, que no faltan en nuestros días.

Pero la evangelización se ha abierto paso así, a base de persecuciones, a base de fortaleza que viene de Dios ante las dificultades, a base de mártires que no matan a nadie, sino que padecen el martirio amando y bendiciendo, a base de perdón que devuelve bien por mal, que vence el mal a fuerza de bien. El Evangelio se ha abierto camino regando la cosecha con sangre abundante de mártires, semilla de nuevos cristianos. Y ha dado mucho fruto, ahí están los resultados.

Por eso, san Pablo proclama con sano orgullo: “Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Ga 6,14).

Hay épocas en que las circunstancias ambientales favorecen la evangelización y hay otras épocas en las que la evangelización es rechazada frontalmente. En uno y en otro caso, se trata de anunciar a Cristo con obras y palabras, porque sólo en él hay salvación, sólo él es el redentor del hombre, no se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvados. En definitiva, las dificultades para la evangelización vienen más de dentro que de fuera, vienen de nuestra tibieza o mediocridad para vivir el Evangelio, vienen del poco fuelle con el que afrontamos la tarea. Jesús nos lo advierte, no nos engañemos. Vayamos adelante con la fuerza del Señor. La eficacia está garantizada, si ponemos los medios que Jesús nos propone.

 

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.

 


Publicado por verdenaranja @ 18:35  | Hablan los obispos
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Viernes, 01 de julio de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo décimo cuarto C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 14º del T. Ordinario C 

 

¡Ser enviados por el Señor, volver a Él!

¿No es esta una síntesis de la vida cristiana, del quehacer cristiano?

Lo recordamos este domingo en el que el Evangelio nos presenta la misión de los setenta y dos discípulos.

Con una serie de instrucciones, Jesús los dispone para la misión.

¡Con la confianza en Dios y ligeros de equipaje!

No irán con el lujo de una rica corte oriental, ni con la sensación de fuerza de una legión romana. No. Ellos son de otro espíritu, del espíritu de Jesús.

Van a anunciar el Reino con un mensaje de paz. “Cuando entréis en una casa, decid primero: paz a esta casa. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros”.

En la primera lectura el profeta anuncia la paz como un don de Dios: “Yo haré derivar hacia ella (Jerusalén), como un río, la paz”.

Se suele decir que “la paz del corazón” es el don más grande que podemos recibir de Dios en esta vida.

En la segunda lectura escuchamos el final de la Carta a los Gálatas, con un mensaje de paz, gracia y misericordia para los que se ajustan a la enseñanza del Apóstol sobre la justificación, y al “Israel de Dios” (La Iglesia).

En estos tiempos un poco revueltos en la vida de la Iglesia, no deberíamos olvidar la advertencia del Señor para los lugares que no acojan a sus enviados: “Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo”.

El Evangelio nos presenta también la vuelta de los setenta y dos, llenos de alegría, contando todo lo que habían hecho y enseñado; y Jesús les dice que el verdadero motivo de alegría es que sus nombres están inscritos en el Cielo.

Hay prácticas cristianas de apostolado inspiradas en este texto. Por ejemplo, reunirse ante el Sagrario de la parroquia antes de realizar una obra de apostolado, y, al terminarla, volver a él.

¿Y algo parecido no es la Misa del domingo o de cada día?

En la Eucaristía, en efecto, somos enviados por el Señor a hacer el bien: “obras de caridad, piedad y apostolado”. Y volvemos a Él en la próxima celebración, llenos de alegría. Y así, una y otra vez.

¿No es esto hermoso?

                                                        ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! 

 


Publicado por verdenaranja @ 13:16  | Espiritualidad
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DOMINGO DECIMOCUARTO C  

  MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

         La primera lectura es un mensaje de esperanza del profeta Isaías, que trata de consolar al pueblo de Dios, vuelto del destierro a una patria desolada. La alegría y la paz que les transmite llegarán a su punto culminante en los días del Mesías 

SEGUNDA LECTURA

         Frente a los partidarios de la circuncisión, S. Pablo, que lleva en su cuerpo "las marcas de Jesús",  nos dice que lo fundamental es ser un hombre nuevo y termina su carta a los Gálatas deseando la paz a todos cuantos siguen este estilo de vida. 

TERCERA LECTURA

         El Señor envía otros setenta y dos discípulos a prepararle el camino, anunciando la Buena Nueva a los pueblos.

Ligeros de equipaje, siguiendo sus instrucciones, su mensaje es la paz. 

COMUNIÓN

         En la Comunión recibimos a Jesucristo, que nos envía al mundo como mensajeros de su Reino de paz. Ojalá lo hagamos de tal manera, que merezcamos tener nuestros nombres inscritos en el Cielo.

 


Publicado por verdenaranja @ 13:13  | Liturgia
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Catequesis del Papa en la audiencia jubilar del 30 de junio de 2016.  (ZENIT – Ciudad del Vaticano)

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

¡Cuántas veces, durante estos primeros meses del Jubileo, hemos escuchado hablar de las obras de misericordia! Hoy el Señor nos invita a hacer un serio examen de conciencia. Está bien, de hecho, no olvidar nunca que la misericordia no es una palabra abstracta, sino un estilo de vida. Una cosa es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Una persona puede ser misericordiosa o puede ser no misericordiosa. Es un estilo de vida, yo elijo vivir como misericordioso o elijo vivir como no misericordioso. Una cosa es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Parafraseando las palabras de Santiago apóstol (cfr 2,14-17) podemos decir: la misericordia sin las obras está muerte en sí misma. ¡Es precisamente así! Lo que hace viva la misericordia es su constante dinamismo para ir al encuentro de los necesitados y a las necesidades de los que están en la penuria espiritual y material. La misericordia tiene ojos para ver, oídos para escuchar, manos para levantar…

La vida cotidiana nos permite tocar con la mano muchas exigencias que tienen que ver con las personas más pobres y más probadas. A nosotros se nos pide esa atención particular que nos lleva a darnos cuenta del estado de sufrimiento y necesidad en la que están tantos hermanos y hermanas. A veces pasamos delante de situaciones de pobreza dramática y parece que no nos tocan; todo continúa como si nada, en una indiferencia que al final hace hipócritas y, sin que nos demos cuenta, conduce a una forma de letargo espiritual que hace insensible el alma y estéril la vida. La gente que pasa por la vida, que va por la vida, sin notar las necesidades de los otros, sin ver tantas necesidades, espirituales y materiales, es gente que pasa sin vivir, es gente que no sirve a los otros. Y recordad bien: quien no vive para servir, no sirve para vivir.

¡Cuántos son los aspectos de la misericordia de Dios hacia nosotros! ¡De la misma manera, cuántos rostros se dirigen a nosotros para obtener misericordia! Quién ha experimentado en la propia vida la misericordia del Padre no puede permanecer insensible delante de las necesidades de los hermanos. La enseñanza de Jesús que hemos escuchado no consiente caminos de fuga: Tenía hambre y me has dado de comer; tenía sed y me has dado beber; estaba desnudo, enfermo, en la cárcel, era prófugo y me has asistido (cfr Mt 25,35-36). No se puede tergiversar delante de una persona que tiene hambre: es necesario darle de comer. Jesús nos dice esto. Las obras de misericordia no son temas teóricos, sino testimonios concretos. Obligan a remangarse para aliviar el sufrimiento.

A causa de los cambios de nuestro mundo globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han multiplicado: damos por tanto espacio a la fantasía de la caridad para concretar nuevas modalidades operativas. En este modo el camino de la misericordia se hará cada vez más concerta. A nosotros, por tanto, se nos pide que permanezcamos vigilante como centinelas, para que no suceda que, delante de las pobrezas producidas por la cultura del bienestar, la mirada de los cristianos se debilite y se haga incapaz de mirar a lo esencial. Mirar a lo esencial ¿qué significa? Mirar a Jesús en el hambriento, en el preso, en el enfermo, en el desnudo, en aquel que no tiene trabajo y debe mantener a una familia. Mirar a Jesús en estos hermanos y hermanas nuestros. Mirar a Jesús en aquel que está solo, triste, en aquel que se equivoca y necesita un consejo, en aquel que necesita hacer un camino en silencio para que se sienta en compañía. Estas son las obras que Jesús nos pide. Mirar a Jesús en ellos, en esta gente. ¿Por qué? Porque Jesús a mí, a todos nosotros, nos mira así.

Y ahora pasamos a otra cosa.

En los días pasados el Señor me ha concedido visitar Armenia, la primera nación que abrazó el cristianismo, a principios del siglo IV. Un pueblo que, a lo largo de su historia, ha testimoniado la fe cristiana con el martirio. Doy gracias a Dios por este viaje, y estoy vivamente agradecido al presidente de la República Armenia, el Catholicós Karekin II, al Patriarca y a los obispos católicos, y dentro del pueblo armenio por haberme acogido como peregrino de fraternidad y de paz.

Dentro de tres meses realizaré, si Dios quiere, otro viaje a Georgia y Azerbaiyán, otros dos países de la región caucásica. He acogido la invitación de visitar estos países por un doble motivo: por una parte la valoración de las antiguas raíces cristianas presentes en esas tierras –siempre en espíritu de diálogo con las otras religiones y culturas– y por la otra animar esperanza y sentimientos de paz. La historia nos enseña que el camino de la paz requiere una gran tenacidad y de pasos continuos, comenzando por esos pequeños y poco a poco haciéndoles crecer, yendo el uno al encuentro del otro. Precisamente por esto mi deseo es que todos y cada uno den la propia contribución para la paz y la reconciliación.

Como cristianos estamos llamados a reforzar entre nosotros la comunión fraterna, para dar testimonio al Evangelio de Cristo y para ser levadura de una sociedad más justa y solidaria. Por esto la visita ha sido compartida con el Supremo Patriarca de la Iglesia Apostólica Armenia, que me ha hospedado fraternalmente durante tres días en su casa.

Renuevo mi abrazo a los obispos, a los sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos y a todos los fieles de Armenia. La Virgen María, nuestra Madre, les ayude a permanecer firmes en la fe, abiertos al encuentro y generoso en las obras de misericordia. Gracias.   

 


Publicado por verdenaranja @ 13:04  | Habla el Papa
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