Reflexión a las lecturas del domingo veintiuno del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerfdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 21º del T. Ordinario C
Tal vez nos habremos hecho alguna vez la misma pregunta que le hacen hoy a Jesús, camino de Jerusalén: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Sí. Al final, a la hora de la verdad, ¿cómo terminará todo?
Se trata de la salvación final: Entrar en el Cielo para siempre.
Ya sabemos que la salvación que Cristo nos obtuvo en la Cruz, llega a nosotros en el Bautismo. Y ahí comienza la tarea, la lucha, la aventura maravillosa de nuestra salvación, que se anuncia cada día, de Oriente a Occidente, como Buena Noticia.
Hoy la mayoría de los cristianos no harían esta pregunta porque, o no creen que exista “algo después de la muerte” o, en caso de que existiera, irían todos al Cielo.
Jesús no contesta directamente a la pregunta, como es lógico, no nos da una cifra. Nos dice, sencillamente, que “muchos intentarán entrar y no podrán”. Y que hay que esforzarse por “entrar por la puerta estrecha”. S. Mateo es más explícito (Mt 7, 13-14).
Jesús advierte a aquellos que le escuchan que van a quedar fuera y no valdrá entonces recurrir a que han comido juntos (han sido amigos suyos) y que Él ha enseñado en sus plazas, porque les replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”.
No basta con ser “hijos de Abrahán”. Hace falta escuchar la Palabra de Jesucristo y cumplirla, porque se reconoce que Él es al Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Y comenzará la condenación eterna para ellos. Entonces verán a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y ellos, echados fuera. “Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”. ¡Impresionante!
Y si eso terminara así, ¿de qué nos habrá servido todo?
Los santos, es decir, aquellos que han comprendido y vivido mejor estas cosas, han sacado de esta doctrina dos consecuencias fundamentales: Trabajar por la propia salvación con temor y temblor (Fil 2, 12), y luchar y esforzarse por la salvación de los demás.
Podemos recordar la reacción de los niños videntes de Fátima, cuando la Virgen les enseñó el Infierno. ¡Cómo se preocupaban, cómo se esforzaban por evitar que los pecadores fueran allí!
Un misionero tan grande como S. Antonio María Claret, nos cuenta en su autobiografía, que, siendo muy pequeño y de poco dormir, se pasaba algún tiempo durante la noche, pensando en el Infierno y, a partir de ahí, se fue fraguando su vocación misionera.
La Iglesia ora en la Plegaria Eucarística 1ª, diciendo: “Líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”.
Hemos de recordar aquella sentencia que dice: “Acuérdate de tus Novísimos y no pecarás”.
Se trata, en definitiva, mis queridos amigos, de anunciar “el mensaje completo” (2Tim 4, 17).
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!