Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 27 SEPTIEMBRE 2016 (ZENIT – México)
Vigésimo séptimo domingo del tiempo común Ciclo C
Textos: Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; 2Tm 1, 1-8. 13-14; Lc 17, 5-10
Idea principal: Si tuviéramos fe, otro “gallo cantaría” en nuestra vida. El gran tesoro de la fe.
Síntesis del mensaje: la fe es un valioso don de Dios. La fe nos da a nosotros una correcta concepción del mundo, nos muestra el objetivo de la vida, nos reconforta en los momentos difíciles, alegra nuestro corazón, da fuerza a nuestra oración y nos abre la entrada a las infinitas misericordias de Dios. El salmo ha tomado partido por esta confianza en Dios, y ya ve la ayuda divina en la vida de su pueblo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Dios nos prueba en la fe, como probó al profeta Habacuc (1ª lectura). Habacuc es un profeta poco conocido. Este profeta en la lectura de hoy protesta ante Dios:“¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?”. Está desesperado, abrumado, cansado de tanta injusticia y violencias, desgracias y catástrofes y guerras –comienzo del imperio de los babilonios, terror de los israelitas-. ¿Por qué Dios consiente esto? La respuesta de Dios es que él debe conservar su fe y esperanza en la promesa de Dios de tiempos mejores. La Iglesia y los cristianos de hoy podemos fácilmente reconocernos en esta experiencia profética: “¿Por qué, Señor, tantos han dejado de ir a misa, no se confiesan? ¿Por qué iglesias casi vacías? ¿Por qué persiguen los musulmanes o budistas a tus cristianos? ¿Por qué tantas ideologías nefastas nos atacan y gritan enarbolando sus derechos que atentan contra la razón y la naturaleza? ¿Por qué tantos jefes políticos promotores descarados del crimen del aborto y la ideología de género? ¿Por qué el terrorismo internacional? ¿Por qué tan pocas vocaciones y seminarios medio vacíos? ¿Por qué las familias tan inestables? ¿Por qué muchos tan pobres y otros tan ricos?”. Dios nos prueba la fe. Quiere que nuestra fe no sea una fe prendida de alfileres, inmadura e infantil, sino robusta, firme, maciza. “El justo vivirá por su fe” (1ª lectura).
En segundo lugar, la fe tiene que demostrarse con valentía, energía y repartirla como un tesoro (2ª lectura). Así le dice san Pablo a Timoteo. Así lo hizo san Esteban, el primer mártir, y san Ignacio de Antioquía, que condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador Trajano, después de haber escrito unas impresionantes cartas durante el trayecto a Roma: “Dejadme que sea entregado a las fieras, puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro”. ¡Qué fe tan firme, fuerte, segura, entregada como tesoro a toda la Iglesia! Y el famoso cardenal croata, ya beato, Stepinac (1898-1960), acusado de ser colaborador nazi y sometido a un polémico juicio en el que se demostró su inocencia, pero con leyes creadas especialmente para este proceso lo condenaron a 16 años de trabajo forzado. Su respuesta fue: “Yo sé cual es mi deber. Con la Gracia Divina lo cumpliré hasta el final, sin odio contra nadie, pero también sin miedo a nadie”. Eso es vivir la fe con valentía. Otro ejemplo: József Mindszenty (1892- 1975), cardenal primado de Hungría, defendiendo su fe frente al régimen comunista, fue detenido el 26 de diciembre de 1949 y sometido a un proceso judicial en febrero del año siguiente, proceso público que quiso demostrar que nada ni nadie podía oponerse a la voluntad del régimen comunista. Después de forzar declaraciones por medio de torturas y drogas, y luego de montar falsas pruebas contra él, la corte lo encontró culpable de traición y lo condenó a cadena perpetua. La fe por ser un tesoro es codiciado por los enemigos de Dios y de la Iglesia. Duros son los trabajos del evangelio, le dice Pablo a Timoteo (2ª lectura). Por eso hay que reavivar el fuego de la gracia de Dios.
Finalmente, no tenemos otra opción que pedir a Cristo que nos aumente nuestra fe, como hicieron los apóstoles (evangelio). Con la fe somos capaces de arrancar de raíz cualquier árbol, de acallar tantas voces contra la Iglesia, animar al más deprimido. La fe nos ayuda valientemente a soportar el dolor. Basta leer a san Pablo: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, ¡entonces soy fuerte!” Porque la fuerza de Dios se realiza en la debilidad” (2 Co 12, 10). La fe es la llave de los tesoros de Dios. La fe lleva al ser humano a un encuentro vivo con Dios en la oración atenta y de corazón. Durante esta oración el ser humano toca la poderosa fuerza divina y entonces según las palabras del Salvador, todo se hace posible para el creyente (cf. Mt 9, 23). Por eso: “Todo lo que pidierais en oración con fe, lo recibiréis” y añadió: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza y le decís a un monte: muévete de aquí. para allá, y lo hará, y nada os será imposible” (Mt 21, 22 y 17, 20). En otras palabras incluso la más pequeña fe puede hacer milagros, si es íntegra y viva como una semilla. La fe actúa no por la fuerza de la imaginación ni por auto hipnosis, sino por medio de la unión del ser humano con el manantial de toda vida y fuerza, de la unión con Dios. La combinación de una fe fuerte con la humildad no es casualidad. El hombre que tiene una gran fe siente mas que otro cualquiera la grandeza y el poder de Dios. Y entre más claramente él siente esto mejor reconoce su propia indigencia. Por eso grandes hombres de Dios como por ejemplo los profetas Moisés y Elías, los apóstoles Pedro y Pablo y otros como ellos siempre se distinguían por su gran humildad.
Para reflexionar: ¿Cómo es mi fe: fuerte, madura, firme, maciza, luminosa o débil, apagada, infantil y opaca? ¿Con qué alimento mi fe? ¿Transmito mi fe con valentía? ¿En qué campos me ayuda la fe?
Para rezar: Señor, danos la fe de María, que aceptó el plan de Dios en su vida, aunque después tuvo que caminar en el claroscuro de la fe, sin entender tantas cosas. Danos la fe de Abrahán, que obedeció y se puso en camino sin saber a dónde le llevaba Dios.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected].
Reflexión de José Antonio Pagola a las lecturas del domingo veintisiete del Tiempo Ordinario C
AUMÉNTANOS LA FE
De manera abrupta, los discípulos le hacen a Jesús una petición vital: «Auméntanos la fe». En otra ocasión le habían pedido: «Enséñanos a orar». A medida que Jesús les descubre el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe más robusta y vigorosa.
Han pasado más de veinte siglos. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?
Señor, auméntanos la fe
Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Solo tú eres quien «inicia y consuma nuestra fe».
Auméntanos la fe
Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestras comunidades creyentes.
Auméntanos la fe
Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo, más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.
Auméntanos la fe
Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.
Auméntanos la fe
Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe de los testigos y los profetas.
Auméntanos la fe
No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.
Auméntanos la fe
Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros renovando nuestras vidas y alentando nuestras comunidades.
José Antonio Pagola
27 Tiempo ordinario – C (Lucas 17,5-10)
Evangelio del 02/Oct/2016
Publicado el 26/ Sep/ 2016
Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 28 de septiembre de 2016. 28 SEPTIEMBRE 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
El papa Francisco, en la audiencia general de este miércoles, ha reflexionado sobre el perdón y la misericordia de Jesús, tomando como referencia a los dos ladrones que le acompañaron en el momento de la cruz. Así, el Santo Padre ha recordado que Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz y muriendo en la cruz, inocente, entre dos criminales, “Él espera que la salvación de Dios pueda alcanzar todo hombre en cualquier condición, también la más negativa y dolorosa”. Asimismo, el Pontífice ha asegurado que la salvación de Dios es para todos, sin excluir a nadie
Texto completo:
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentra su cúlmen en el perdón. Jesús perdona. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). No son solamente palabras, porque se convierten en un acto concreto en el perdón ofrecido al “buen ladrón”, que está junto a Él. San Lucas habla de dos ladrones crucificados con Jesús, que se dirigen a Él con actitudes opuestas.
El primero lo insulta, como hacía toda la gente allí, como hacen los jefes del pueblo, como un pobre hombre empujado por la desesperación. “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 23,39). Este grito testimonia la angustia del hombre frente al misterio de la muerte y la trágica conciencia de que solo Dios puede ser la respuesta liberadora: por eso es impensable que el Mesías, el enviado de Dios, pueda estar sobre la cruz sin hacer nada para salvarse.
Y no entendían esto, no entendían el misterio del sacrificio de Jesús. Y sin embargo, Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz. Todos sabemos que no es fácil quedarse en la cruz, en nuestras pequeñas cruces de cada día, no es fácil. Él, en esta gran cruz, en este gran sufrimiento, se ha quedado así y allí nos ha salvado, ahí nos ha mostrado su omnipotencia, y ahí nos ha perdonado. Ahí se cumple su donación de amor y brota para siempre nuestra salvación. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él espera que la salvación de Dios pueda alcanzar a cualquier hombre en cualquier condición, también la más negativa y dolorosa. La salvación de Dios es para todos, para todos. Sin excluir a nadie, se ofrece a todos.
Por esto el Jubileo es tiempo de gracia y de misericordia para todos, buenos y malos, los que tienen salud y los que sufren. Hay que recordar la parábola que cuenta Jesús, sobre la fiesta de la boda del hijo de un poderoso de la tierra. Cuando los invitados no quisieron ir, dice a sus siervos “ir a los cruces de los caminos, llamar a todos, buenos y malos”.
Todos somos llamados, buenos y malos. La Iglesia no es solamente para los buenos o los que parecen buenos o se creen buenos. La Iglesia es para todos, y además preferentemente para los malos, porque la Iglesia es misericordia.
Este tiempo de gracia y misericordia nos hace recordar que nada nos puede separar del amor de Cristo (cfr Rm 8,39). A quién está postrado en la cama de un hospital, a quien vive encerrado en una prisión, a los que están atrapados en las guerras, yo digo: hay que mirar el Crucifijo; Dios está con vosotros, permanece con vosotros sobre la cruz y a todos se ofrece como Salvador. Él nos acompaña a todos, a quienes sufren tanto, crucificado por vosotros, por nosotros, por todos. Hay dejar que la fuerza del Evangelio penetre en el corazón y nos consuele, nos dé esperanza y la íntima certeza de que nadie está excluido del perdón. Pero podrán preguntarme, ‘pero diga, padre, ese que ha hecho las cosas más feas en la vida, ¿tiene posibilidad de ser perdonado?’.
Sí. Nadie está excluido del perdón de Dios. Solamente, se acerque a Jesús, arrepentido y con el deseo de ser abrazado.
Este era el primer ladrón. El otro es el llamado “ladrón bueno”. Sus palabras son un maravilloso modelo de arrepentimiento, una catequesis concentrada para aprender a pedir perdón a Jesús. Antes, él se dirige a su compañero: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?” (Lc 23,40).
Así destaca el punto de partida del arrepentimiento: el temor de Dios. No el miedo de Dio, el temor filial de Dios, no es el miedo, sino ese respeto que se debe a Dios porque Él es Dios, es un respeto filial porque Él es Padre.
El buen ladrón reclama la actitud fundamental que abre a la confianza en Dios: la conciencia de su omnipotencia y de su infinita bondad. Es este respeto confiado que ayuda a hacer sitio a Dios y a encomendarse a su misericordia.
Después, el buen ladrón declara la inocencia de Jesús y confiesa abiertamente la propia culpa: “Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo” (Lc 23,41). Por tanto Jesús está allí, en la cruz para estar con los culpables: a través de esta cercanía, Él les ofrece la salvación.
Esto que es escándalo para los jefes, para el primer ladrón, para los que estaban allí, y se burlaban de Jesús, sin embargo es fundamento de su fe. Y así el buen ladrón se convierte en testigo de la gracia; lo imposible ha sucedido. Dios me ha amado hasta tal punto que ha muerto en la cruz por mí. L
a fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucifijo el amor de Dios para él, pobre pecador. Era un ladrón, es verdad. Había robado toda la vida. Pero al final, arrepentido de lo que había hecho, mirando a Jesús bueno y misericordioso, ha conseguido “robarse” el cielo. Es un buen ladrón este.
El buen ladrón se dirige finalmente a Jesús, invocando su ayuda: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino” (Lc 23,42). Lo llama por su nombre, “Jesús”, con confianza, y así confiesa lo que ese nombre indica: “el Señor salva”. Esto significa Jesús. Ese hombre pide a Jesús que se acuerde de él. Cuánta ternura en esta expresión, ¡cuánta humanidad! Es la necesidad del ser humano de no ser abandonado, de que Dios esté siempre cerca. En este modo un condenado a muerte se convierte en modelo del cristiano que se encomienda a Jesús. Esto es profundo. Un condenado a muerte es un modelo para nosotros, un modelo de un hombre, un cristiano que se fía de Jesús. Y también un modelo de la Iglesia, que en la liturgia muchas veces invoca al Señor diciendo, “acuérdate…acuérdate de tu amor.”.
Mientras el buen ladrón habla al futuro: “cuando estés en tu reino”, la respuesta de Jesús no se hace esperar, habla al presente, dice “hoy estarás conmigo en el Paraíso” (v. 43). En la hora de la cruz, la salvación de Cristo alcanza su culmen; y su promesa al buen ladrón revela el cumplimiento de su misión: salvar a los pecadores. Al inicio de su ministerio, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había proclamado “la liberación a los prisioneros” (Lc 4,18); en Jericó, en la casa del pecador público Zaqueo, había declarado que “el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,9). En la cruz, el último acto confirma el realizarse de este diseño salvífico. Desde el inicio al final, Él se ha revelado Misericordia, se ha revelado encarnación definitiva e irrepetible del amor del Padre. Jesús es realmente el rostro de la misericordia del Padre.
El buen ladrón lo ha llamado por su nombre, Jesús. Es una oración breve, y todos podemos hacerlo durante el día muchas veces, Jesús, Jesús, simplemente. Lo hacemos juntos tres veces, adelante: Jesús, Jesús, Jesús. Y así hacedlo durante todo el día.
Texto de la homilía del papa Francisco en el Jubileo de los catequistas. 25 septiembre 2016 (Ciudad del Vaticano)
El Apóstol Pablo, en la segunda lectura, dirige a Timoteo, y también a nosotros, algunas recomendaciones muy importantes para él. Entre otras, pide que se guarde «el mandamiento sin mancha ni reproche» (1 Tm 6,14). Habla sencillamente de un mandamiento. Parece que quiere que fijemos nuestros ojos fijos en lo que es esencial para la fe. San Pablo, en efecto, no recomienda una gran cantidad de puntos y aspectos, sino que subraya el centro de la fe.
Este centro, alrededor del cual gira todo, este corazón que late y da vida a todo es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días. Nunca debemos olvidarlo.
En este Jubileo de los catequistas, se nos pide que no dejemos de poner por encima de todo el anuncio principal de la fe: el Señor ha resucitado. No hay un contenido más importante, nada es más sólido y actual. Cada aspecto de la fe es hermoso si permanece unido a este centro, si está permeado por el anuncio pascual. Si se le aísla, pierde sentido y fuerza.
Estamos llamados a vivir y a anunciar la novedad del amor del Señor: «Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar de las decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará». El mandamiento del que habla san Pablo nos lleva a pensar también en el mandamiento nuevo de Jesús: «Que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12).
A Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del testimonio sencillo y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se difunde. No se anuncia bien a Jesús cuando se está triste; tampoco se transmite la belleza de Dios haciendo sólo bonitos sermones.
Al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas de anuncio. El Evangelio de este domingo nos ayuda a entender qué significa amar, sobre todo a evitar algunos peligros. En la parábola se habla de un hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a su puerta» (Lc 16,20).
El rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas» (ibíd.): este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera.
No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La mundanidad es como un «agujero negro» que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo.
Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor.
Pero el Señor mira a los que el mundo abandona y descarta. Lázaro es el único personaje de las parábolas de Jesús al que se le llama por su nombre. Su nombre significa «Dios ayuda». Dios no lo olvida, lo acogerá en el banquete de su Reino, junto con Abraham, en una profunda comunión de afectos.
El hombre rico, en cambio, no tiene siquiera un nombre en la parábola; su vida cae en el olvido, porque el que vive para sí no construye la historia. La insensibilidad de hoy abre abismos infranqueables para siempre. En la parábola vemos otro aspecto, un contraste.
La vida de este hombre sin nombre se describe como opulenta y presuntuosa: es una continua reivindicación de necesidades y derechos. Incluso después de la muerte insiste para que lo ayuden y pretende su interés.
La pobreza de Lázaro, sin embargo, se manifiesta con gran dignidad: de su boca no salen lamentos, protestas o palabras despectivas. Es una valiosa lección: como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer alarde de apariencia y a no buscar la gloria; ni tampoco podemos estar tristes y disgustados.
No somos profetas de desgracias que se complacen en denunciar peligros o extravíos; no somos personas que se atrincheran en su ambiente, lanzando juicios amargos contra la sociedad, la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad.
El escepticismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios. El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades.
El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana». El tiempo para ayudar es tiempo regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra.
En conclusión, que el Señor nos conceda la gracia de vernos renovados cada día por la alegría del primer anuncio: Jesús nos ama personalmente. Que nos dé la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor, superando la ceguera de la apariencia y las tristezas del mundo. Que nos vuelva sensibles a los pobres, que no son un apéndice del Evangelio, sino una página central, siempre abierta ante nosotros.
Reflexión a las lecturas del domingo veintiséis del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "COS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 26º del T. Ordinario C
¡Cómo cambia la escena!
El rico Epulón “se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba”.
De repente, aparece la muerte, y cambia por completo la escena: “Se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos…”
¿Qué ha pasado? ¿Qué mal ha hecho aquel rico para ir a los tormentos del infierno?
Sencillamente, no preocuparse del pobre Lázaro.
¿Y por eso…? ¿Y nada más que por eso… Está claro: Por todo eso.
Y habrá gente que diga hoy al leer o escuchar este texto del Evangelio: “¡Si no le ha hecho ningún mal…!”
Es lo que diría también alguno de aquellos fariseos a quienes se dirige la parábola. “Un fariseo” de nuestros tiempos dirá: “Yo ni robo ni mato ni hago mal a nadie…”
¡Pero Jesús no nos enseña eso! Enseña a hacer el bien y evitar el mal. Las dos cosas. Y La Ley y los Profetas se resumen en la doble forma de amar: a Dios y a los hermanos.
Y el mandamiento nuevo es “la señal” de nuestro ser o no ser cristiano.
Enseguida recordará alguno: “¡Los pecados de omisión!”
Sí. Que pueden ser las pequeñas cosas que no hacemos cada día y las grandes cosas que dividen la tierra en cuatro mundos.
Mientras los perros –animales impuros según la Ley- “se acercaban a lamerle las llagas”. Parece como si los perros tuvieran “un corazón” mejor que el rico.
Por tanto, esta doctrina no es un invento reciente de la Iglesia. La hemos aprendido los cristianos desde el principio: Ya los apóstoles y los Santos Padres hablaban con firmeza sobre este asunto: ¡Los bienes del mundo son para todos! ¡No pueden acaparar unos lo que necesitan otros! Uno de los Padres, S. Basilio, decía: “Alimenta al que muere de hambre, porque si no lo alimentas, lo matas”.
¿Lo mato? ¿Cómo? ¿Por qué? ¡Cuánto despiste en este tema! Modernamente, ha escrito Juan Pablo II: "los bienes que poseemos, están gravados con una hipoteca social”. Y en un lugar de África, decía: “¿Cómo juzgará la historia a esta generación que deja morir a sus hermanos de hambre, pudiendo evitarlo?”.
En nuestros tiempos, la primera escena de la parábola ha adquirido una dimensión mundial. El Papa Pablo VI escribía, hace ya tiempo, una encíclica muy importante sobre el desarrollo de los pueblos: “Populorum Progressio”. En ella se valía de esta parábola, para presentar la situación en que se encuentra la humanidad: Por un lado, los países desarrollados y ricos, representan al rico Epulón. Por otro, los países pobres, al mendigo Lázaro.
Mientras tanto, Dios observa y espera con paciencia y misericordia. Por este camino, los países ricos y los países pobres tendrán el mismo desenlace que nos presenta la parábola. Pues llegará un día en el que se cerrará la puerta y se dirá, como hemos escuchado en la primera lectura: “Se acabó la orgía de los disolutos”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR
DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La Palabra de Dios de este domingo continúa hablándonos del uso de los bienes materiales.
En la primera lectura las palabras del profeta son duras, fuertes y claras: Todos aquellos que llevan una vida de lujo y derroche sin compadecerse de los pobres, irán al destierro.
SALMO
Cantemos ahora al Señor que está a favor de los pobres y quiere salvarlos.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo anima a su discípulo Timoteo a guardar el Mandamiento, es decir, todo el contenido de la fe cristiana.
TERCERA LECTURA
La parábola del rico Epulón nos enseña, con crudeza y claridad, que una vida de goce egoísta e insolidario, separa de Dios para siempre.
COMUNIÓN
Nos acercamos a comulgar. Pero se trata de una doble comunión: “con Cristo y entre nosotros, que en Él nos hacemos y somos hermanos”.
Por eso, recibir a Jesucristo en la Comunión y desentenderse de los demás, no es una auténtica comunión.
Hay que “demostrar con obras de caridad, piedad y apostolado lo que se recibe por la fe y el sacramento”.
El papa Francisco participó el martes, 20 de Septiembre de 2016, al último día del encuentro ‘Sed de Paz’ que se realizó en Asís, el cual inició el domingo y contó con la participación de 511 líderes religiosos. En la ceremonia final los principales jefes de religiones encendieron una vela y firmaron un llamado a la paz. (ZENIT – Roma)
El papa Francisco dirigió las siguientes palabras:
“Santidad, ilustres Representantes de las Iglesias, de las Comunidades y de las Religiones,
¡queridos hermanos y hermanas!
Les saludo con gran respeto y afecto y les agradezco su presencia. Hemos venido a Asís como peregrinos que buscan la paz. Llevamos en nuestro interior y ponemos ante Dios las expectativas y las angustias de muchos pueblos y de muchas personas. Tenemos sed de paz, tenemos el deseo de testimoniar la paz, necesitamos sobre todo orar por la paz, porque la paz es un don de Dios y es tarea nuestra invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5,9). Muchos de ustedes han hecho un largo camino para llegar hasta este bendito lugar. Salir, ponerse en camino, encontrarse con otros y trabajar por la paz no son solo movimientos físicos, sino sobre todo del alma, son respuestas espirituales concretas para superar la actitud de cerrarse abriéndose a Dios y a los hermanos. Dios nos lo pide, exhortándonos a contrarrestar la peor enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia. Es un virus que paraliza, nos hace insensibles e inertes, una enfermedad que infecta el mismo centro de la religiosidad, generando un nuevo tristísimo paganismo: el paganismo de la indiferencia.
No podemos quedarnos indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por guerras, en muchos casos olvidadas, pero que siempre son causa de sufrimiento y de pobreza. En Lesbos, con mi querido hermano y Patriarca ecuménico Bartolomé, vimos en los ojos de los refugiados el dolor de la guerra, la angustia de pueblos sedientos de paz. Pienso en familias, cuya vida ha dado un vuelco; en niños que no han conocido en su vida nada más que violencia; en ancianos obligados a abandonar sus tierras: todos ellos tienen una gran sed de paz. No queremos que estas tragedias caigan en el olvido. Juntos, nosotros deseamos dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y a los que nadie escucha. Ellos saben, muchas veces mejor que los poderosos, que no hay un mañana en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida.
Nosotros no tenemos armas. Pero sí creemos en la fuerza humilde y mansa de la oración. En esta jornada, la sed de paz se ha convertido en invocación a Dios, para que cesen las guerras, el terrorismo y la violencia. La paz que desde Asís invocamos no es una simple protesta contra la guerra, ni siquiera “es el resultado de negociaciones, de compromisos políticos o de regateos económicos. Es más bien el resultado de la oración” (JUAN PABLO II, Discurso, Basílica de Santa María de los Ángeles, 27 de octubre de 1986: Insegnamenti IX,2 [1986], 1252). Busquemos en Dios, fuente de la comunión, el agua limpia de la paz, de la que tanta sed tiene el mundo. Esa agua no puede brotar en los desiertos del orgullo y de los intereses partidistas, en las tierras áridas de obtener beneficios a toda costa y del comercio de armas.
Nuestras tradiciones religiosas son distintas. Pero la diferencia para nosotros no es un motivo de conflicto, de polémica o de frío distanciamiento. Hoy no hemos orado unos contra otros, como ha pasado por desgracia en ocasiones a lo largo de la historia. Sin sincretismos y sin relativismos, hemos orado unos junto a otros, los unos por los otros. San Juan Pablo II en este mismo lugar dijo: “Tal vez nunca como ahora en la historia de la humanidad ha sido tan claro a ojos de todo el mundo el vínculo intrínseco entre una actitud auténticamente religiosa y el gran bien de la paz” (ID., Discurso, Plaza inferior de la Basílica de San Francisco, 27 de octubre de 1986: l.c., 1268). Continuemos el camino que empezó hace treinta años en Asís, donde sigue vivo el recuerdo de aquel hombre de Dios y de paz que fue san Francisco, “una vez más, reunidos aquí, afirmamos que aquel que utiliza la religión para fomentar la violencia contradice la inspiración más auténtica y profunda de dicha religión” (ID., Discurso a los Representantes de las Religiones, Asís, 24 de enero de 2002: Insegnamenti XXV,1 [2002], 104), que toda forma de violencia no representa “la verdadera naturaleza de la religión, sino que es una tergiversación y contribuye a su destrucción” (BENEDICTO XVI, Intervención en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, Asís, 27 de octubre de 2011: Insegnamenti VII,2 [2011], 512). No nos cansamos de repetir que el nombre de Dios nunca puede justificar la violencia. ¡Solo la paz es santa y no la guerra!
Hoy hemos implorado el santo don de la paz. Hemos orado para que las conciencias se movilicen y defiendan la sacralidad de la vida humana, que promuevan la paz entre los pueblos y que custodien la creación, nuestra casa común. La oración y la colaboración concreta nos ayudan a no quedar atrapados en las lógicas del conflicto y a rechazar las actitudes rebeldes de quien solo sabe protestar y enojarse. La oración y la voluntad de colaborar comprometen a una paz verdadera, no ilusoria: no la calma de quien esquiva las dificultades y da la espalda mirando hacia otra parte, siempre que no toquen sus intereses; no el cinismo de quien se lava las manos de problemas que no son suyos; no el planteamiento virtual de quien lo justifica todo y a todos desde el teclado de un ordenador, sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos y ensuciarse las manos por quien lo necesita. Nuestro camino es el de sumergirnos en las situaciones y poner a quien sufre en el primer sitio; el de asumir los conflictos y curarlos desde dentro; el de recorrer con coherencia caminos de bien, rechazando los atajos del mal; el de emprender con paciencia, con la ayuda de Dios y con buena voluntad, procesos de paz.
Paz, un hilo de esperanza que une la tierra y el cielo, una palabra sencilla y difícil al mismo tiempo. Paz significa perdón que, fruto de la conversión y de la oración, nace en el interior y, en nombre de Dios, permite curar las heridas del pasado. Paz significa acogida, disponibilidad al diálogo, superación de las actitudes cerradas, que no son estrategias de seguridad sino puentes sobre el vacío. Paz significa colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que constituye un don y no un problema, un hermano con el que se puede intentar construir un mundo mejor. Paz significa educación: un llamamiento a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de endurecimiento, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del hombre.
Nosotros, aquí, juntos y en paz, creemos en un mundo fraterno y mantenemos la esperanza en un mundo fraterno. Deseamos que hombres y mujeres de religiones distintas se reúnan en todas partes y creen concordia, sobre todo allí donde hay conflictos. Nuestro futuro es convivir. Por eso estamos llamados a librarnos de los pesados fardos de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio. Que los creyentes sean artesanos de paz en la invocación a Dios y en la acción por el hombre. Y de nosotros, en cuanto jefes religiosos, se espera que seamos firmes puentes de diálogo, mediadores creativos de paz. Nos dirigimos también a quien tiene la más alta responsabilidad en el servicio de los pueblos, a los líderes de las naciones para que no se cansen de buscar y promover vías de paz, mirando más allá de los intereses partidistas y del momento: que no caigan en saco roto el llamamiento de Dios a las conciencias, el grito de paz de los pobres y las buenas expectativas de las jóvenes generaciones. Aquí, hace treinta años, san Juan Pablo II dijo: “La paz es una obra abierta a todos y no solo a los especialistas, a los sabios y a los estrategas. La paz es una responsabilidad universal” (Discurso, Plaza inferior de la Basílica de san Francisco, 27 de octubre de 1986: l.c., 1269). Hagamos nuestra esta responsabilidad, reafirmemos hoy nuestro sí a ser, juntos, constructores de la paz que Dios quiere y de la que tanta sed tiene el mundo”.
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del 21 de septiembre de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas (6,36-38) del cual es tomado el lema de este Año santo extraordinario: Misericordiosos como el Padre. La expresión completa es: «Sean misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (v. 36). No se trata de un slogan, sino de un compromiso de vida.
Para comprender bien esta expresión, podemos confrontarla con aquella paralela del Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: «Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (5,48). En el llamado discurso de la montaña, que inicia con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, cumplimiento de todos los preceptos de la Ley.
En esta misma perspectiva, San Lucas precisa que la perfección es el amor misericordioso: ser perfectos significa ser misericordiosos. ¿Una persona que no es misericordiosa es perfecta? ¡No! ¿Una persona que no es misericordiosa es buena? ¡No! La bondad y la perfección radican en la misericordia.
Seguro, Dios es perfecto. Entretanto si lo consideramos así, se hace imposible para los hombres alcanzar esta absoluta perfección. En cambio, tenerlo ante los ojos como misericordioso, nos permite comprender mejor en que consiste su perfección y nos impulsa a ser como Él, llenos de amor, compasión y misericordia.
Pero me pregunto: ¿Las palabras de Jesús son reales? ¿Es de verdad posible amar como ama Dios y ser misericordiosos como Él? Si miramos la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un incesante e inagotable amor de los hombres: Dios es como un padre o como una madre que ama con un amor infinito y lo derrama con abundancia sobre toda criatura.
La muerte de Jesús en la cruz es el culmen de la historia de amor de Dios con el hombre. Un amor talmente grande que solo Dios lo puede realizar. Es evidente que, relacionado con este amor que no tiene medidas, nuestro amor siempre será imperfecto.
Pero, ¡cuando Jesús nos pide ser misericordiosos como el Padre, no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos convertirse en signo, canales, testigos de su misericordia. Y la Iglesia no puede dejar de ser sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en todos los tiempos y hacia toda la humanidad. Todo cristiano, por lo tanto, está llamado a ser testigo de la misericordia, y esto sucede en el camino a la santidad.
¡Pensemos en tantos santos que se volvieron misericordiosos porque se dejaron llenar el corazón con la divina misericordia! Han dado cuerpo al amor del Señor derramándolo en las múltiples necesidades de la humanidad que sufre. En este florecer de tantas formas de caridad es posible reconocer los reflejos del rostro misericordioso de Cristo.
Nos preguntamos: ¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Y esto lo explica Jesús con dos verbos: “perdonar” (v. 37) y “donar” (v. 38). La misericordia se expresa sobre todo en el perdón: “No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados” (v. 37). Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, entretanto recuerda a los discípulos que para tener relaciones fraternas es necesario suspender los juicios y las condenas. De hecho, es el perdón el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana, porque en ella se manifiesta la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado primero.
¡El cristiano debe perdonar! Pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros que estamos aquí, hoy, en la Plaza, todos nosotros, hemos sido perdonados. No hay ninguno de nosotros, que en su vida, no haya tenido necesidad del perdón de Dios. Y porque nosotros hemos sido perdonados, debemos perdonar.
Y lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: “Perdona nuestros pecados; perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas, de tantos pecados. Y así es fácil perdonar. Si Dios me ha perdonado, ¿por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande que Dios? ¿Entienden esto?
Este pilar del perdón nos muestra la gratuidad del amor de Dios, que nos ha amado primero. Juzgar y condenar al hermano que peca es equivocado. No porque no se quiera reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe la relación de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que en cambio no quiere renunciar a ninguno de sus hijos.
No tenemos el poder de condenar a nuestro hermano que se equivoca, no estamos por encima él: al contrario tenemos el deber de llevarlo nuevamente a la dignidad de hijo del Padre y de acompañarlo en su camino de conversión.
A su Iglesia, a nosotros, Jesús nos indica también un segundo pilar: “donar”. Perdonar es el primer pilar; donar es el segundo pilar. «Den, y se les dará […] con la medida con que ustedes midan también serán medidos» (v. 38).
Dios dona muy por encima de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos aquí en la tierra serán generosos. Jesús no dice que cosa sucederá a quienes no donan, pero la imagen de la “medida” constituye una exhortación: con la medida del amor que damos, seremos nosotros mismos a decidir cómo seremos juzgados, como seremos amados. Si observamos bien, existe una lógica coherente: ¡en la medida con la cual se recibe de Dios, se dona al hermano, y en la medida con la cual se dona al hermano, se recibe de Dios!
El amor misericordioso es por esto la única vía que es necesario seguir. Tenemos todos mucha necesidad de ser un poco misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no “desplumar” a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos.
Tenemos que perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor y donar. Este amor permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida de Él, y de reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que ellos practican en la vida se refleja así aquella Misericordia que no tendrá jamás fin (Cfr. 1 Cor 13,1-12).
Pero no se olviden de esto: misericordia y don; perdón y don. Así el corazón crece, crece en el amor. En cambio, el egoísmo, la rabia, vuelve al corazón pequeño, pequeño, pequeño, pequeño y se endurece como una piedra. ¿Qué cosa prefieren ustedes? ¿Un corazón de piedra? Les pregunto, respondan: “No”. No escucho bien… “No”. ¿Un corazón lleno de amor? “Si”. ¡Si prefieren un corazón lleno de amor, sean misericordiosos!”.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veintiséis del Tiempo ordinario C.
NO IGNORAR AL QUE SUFRE
El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Solo piensa en «banquetear espléndidamente cada día».Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir solo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Solo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.
Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.
La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, a través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.
José Antonio Pagola
26 Tiempo ordinario - C
(Lucas 16,19-31)
25 de septiembre 2016
Dede la Delegación Diocesana de Catequesis de Tenerife nos envían la siguiente celebración para el ENVÍO DE LOS CATEQUISTAS el 24 de Septiembre de 2026.
CELEBRACIÓN ENVIO DE CATEQUISTAS
DIOCESIS NIVARIENSE
TENERIFE, LA PALMA, LA GOMERA Y EL HIERRO
“Aquí estoy, Señor”
MONICIÓN DE ENTRADA:
Hoy, como todos los domingos, como discípulos nos reunimos en torno a la mesa del Señor para escuchar su Palabra y compartir su pan de vida. Pero hoy nuestra reunión tiene además un sentido particular.
Hemos dado comienzo al nuevo curso pastoral, y hoy como comunidad queremos llamar y enviar a aquellas personas que, en nombre de la Iglesia, llevarán a cabo, junto al Párroco, la tarea de acompañar en el camino de la fe a nuestros niños, jóvenes y adultos.
Están aquí también un buen grupo de padres y madres, preocupados por la formación religiosa de sus hijos, y la Comunidad Cristiana, parte importante en todo el proceso catequético. Con la alegría que nos da el Señor, comencemos llenos de gozo esta celebración.
Terminada la homilía.
RITO DEL ENVÍO
Monición (un miembro de la Comunidad, preferiblemente que NO sea un catequista):
Se va a proceder ahora al rito del envío de nuestros catequistas que este año quieren INVOLUCRARSE en la misión de ser catequistas en nuestra Parroquia de_______. Es un modo de expresar que no actúan en nombre propio, sino en nombre de la Iglesia, en nombre de esta Comunidad.
El rito comienza con una exhortación del Sacerdote en nombre del Señor; seguirá con la confesión de fe de los catequistas que manifiestan su compromiso y disponibilidad; a continuación, el Párroco pronunciará la bendición del Señor sobre ellos para que Jesús les ayude con su fuerza y los mantenga en su fidelidad; por último, besarán el libro del Evangelio como signo de su discipulado y compromiso evangelizador.
El párroco: ¡Pónganse en pie los que van a recibir la misión de catequista! (se puede llamar a cada catequista por su nombre, respondiendo: AQUÍ ESTOY, se acercan al Cirio Pascual encendiendo una vela)
Queridos hermanos:
Dios, nuestro Padre, reveló y realizó su designio de salvar al mundo por medio de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, quien confió a la Iglesia la misión de anunciar su Evangelio a todos los hombres.
Ustedes, catequistas, que no actúan en nombre propio, sino en nombre de la Iglesia que les envía, tienen una misión muy importante que cumplir: ser testigos del mensaje de Jesús.
Con su respuesta a la llamada de la comunidad no solo se comprometen en el servicio de la Palabra de Dios, sino que se quieren involucrar de lleno en la Misión Diocesana.
No olviden en ningún momento que se trata de llevarlos al encuentro personal con Jesús.
Que sus vidas sean testimonios de Jesucristo y de su mensaje en el seno de la Iglesia que es siempre el punto de referencia de la catequesis.
Profesión de fe y compromiso:
Antes de recibir la misión, es necesario que profesen públicamente su fe; que expresen ante la Iglesia reunida su disponibilidad a la tarea que se les encomienda y la aceptación del compromiso que asumen.
S/ ¿Creen en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?
Catequistas: Sí, creo.
S/¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, proclamó con obras admirables el Evangelio de Dios, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?
Catequistas: Sí, creo.
S/¿Creen en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?
Catequistas: Sí, creo.
S/¿Están dispuestos a realizar su tarea viviendo la fe con sinceridad de corazón y proclamándola de palabra y de obra, según el Evangelio y la Tradición de la Iglesia?
Catequistas: Sí, estoy dispuesto/a
S/ ¿Quieren involucarse de lleno en la Misión Diocesana, formándose y capacitándose para ello, y poniendo al servicio de Dios y de la Iglesia todos vuestros dones y carismas?
Catequistas: Sí, quiero.
S/¿Prometen, con la ayuda del Espíritu Santo, perseverar en la tarea a pesar de las dificultades, realizarla con diligencia según su capacidad y buscar en todo el bien de la Iglesia y de aquellos que se les encomiendan?
Catequistas: Sí, lo prometo.
En este momento un catequista en nombre de todos los presentes dice las siguientes palabras, mientras que 3 catequistas sostienen en alto los signos que se presentan a continuación)
Coordinador/a parroquial:
Señor, Jesús, tú nos has llamado como catequistas, a ser discípulos misioneros de tu Evangelio, ante la comunidad parroquial aquí reunida queremos involucrarnos en esta tu Misión para esta Diócesis, con tu ayuda queremos:
(BARRO) Con las personas que no se han encontrado contigo y que representan este barro… ser una ayuda para que tú las puedas modelar.
(VASIJA ROTA) Con las personas rotas, ser una ayuda para que tú las puedas reparar.
(VASIJA NUEVA) Con las personas que se han encontrado contigo, una ayuda para que tú las puedas llenar.
(Los 3 signos se depositan ante el altar)
(Los catequistas se arrodillan ahora, mientras todos los demás fieles se ponen en pie)
Bendición de los catequistas
Oremos, pues, al Señor que derrame su luz sobre ellos. (Un instante de silencio, y prosigue con las manos extendidas)
¡Oh Dios, fuente de luz y de bondad, que enviaste a tu Hijo único, Palabra de vida, a revelar a los hombres el misterio de tu amor! Bendice (mientras hace la señal de la cruz) a estos hermanos nuestros, elegidos para el ministerio de catequistas. Ayúdales a meditar asiduamente tu Palabra, para que se dejen penetrar por su enseñanza y la anuncien fielmente a sus hermanos. Por Jesucristo nuestro Señor.
Comunidad: Amen
RECIBID LA PALABRA DE DIOS:
Mediten la Palabra de Dios que llevarán cada día en sus manos en sus labios.
(A continuación, los catequistas van besando el libro del Evangelio y se retiran a sus sitios. Mientras, la asamblea acompaña con un canto apropiado)
ORACIÓN UNIVERSAL DE LOS FIELES (aconsejable que la realice un miembro de la comunidad que NO sea un catequista)
Oremos, hermanos, a Dios por las necesidades de la Iglesia y del mundo, por nosotros y, de modo especial, por quienes se dedican a la tarea de evangelizar.
1. Para que los catequistas, en comunión con el Papa, el Obispo y los sacerdotes, sean auténticos portavoces de la Iglesia, de cuya experiencia de fe les viene su certeza, ROGUEMOS AL SEÑOR.
2. Para que los catequistas, que actúan en nombre de la Iglesia, se vean apoyados por la estima, la colaboración y la oración de toda la comunidad, ROGUEMOS AL SEÑOR.
3. Para que los catequistas sean fieles servidores del Evangelio y sepan transmitirlo intacto y vivo, de un modo comprensible y persuasivo, ROGUEMOS AL SEÑOR.
4. Para que los catequistas den testimonio de la Palabra con la santidad de su vida, en la oración, la meditación y la participación frecuente en los sacramentos, ROGUEMOS AL SEÑOR.
5. Para que nuestra comunidad, con el testimonio de su vida y con la oración, secunde el servicio a la Palabra de los catequistas, ROGUEMOS AL SEÑOR.
6. Para que los padres, a cuyo servicio actúan los catequistas en la formación cristiana de sus hijos, no renuncien a su misión de ser los «primeros anunciadores de la fe», ROGUEMOS AL SEÑOR.
7. Para que cuantos escuchan la Palabra de Dios experimenten el gozo de conocer a Dios y ser conocidos por El, de contemplarlo y abandonarse en El, ROGUEMOS AL SEÑOR.
Oremos: Acoge Padre Santo las suplicas confiadas de tu pueblo, muéstranos siempre tu voluntad y para nosotros será una bendición realizarla. Por Jesucristo Nuestro Señor.
PRESENTACIÓN DE LOS SÍMBOLOS (OFERTORIO)
Simplemente llevar al altar el pan y el vino.
Propuesta:
Se puede realizar la oración por la Misión Diocesana en el momento de poscomunión. Lo puede hacer toda la comunidad o simplemente un catequista. (La oración se encuentra en el material de formación para este curso)
Texto completo del ángelus del 18 de septiembre de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy Jesús nos invita a reflexionar sobre dos estilos de vida contrapuestos: uno el mundano y otro el del Evangelio. El espíritu del mundo no es el espíritu de Jesús. Y lo hace mediante la narración de la parábola del administrador infiel y corrupto, que es alabado por Jesús no obstante su deshonestidad. Es necesario precisar en seguida, que este administrador no es presentado como un modelo que debemos seguir, sino como un ejemplo de astucia.
Este hombre es acusado de una mala gestión de los negocios de su patrón y, antes de ser echado, busca astutamente obtener la benevolencia de los deudores, condonando a ellos una parte de sus deudas para asegurarse así un futuro.
Comentando este comportamiento, Jesús observa: “Los hijos de este mundo son más astutos en su trato con lo demás que los hijos de la luz”.
A tal astucia mundana nosotros estamos llamados a responder con la astucia cristiana, que es un don del Espíritu Santo. Se trata de alejarse del espíritu y de los valores del mundo, que tanto le gustan al demonio, para vivir según el Evangelio.
¿Y la mundanidad cómo se manifiesta? La mundanidad se manifiesta con actitudes de corrupción, de engaño, de prepotencia y constituyen el camino más equivocado, el camino del pecado, porque uno lleva al otro, ¿verdad? Es como una cadena, si bien es verdad que generalmente ese es el camino más cómodo de recorrer.
En cambio, el espíritu del Evangelio requiere un estilo de vida serio –serio pero gozoso, lleno de alegría y comprometido, impostado en la honestidad, en la rectitud, en el respeto a los demás y a su dignidad, con el sentido del deber. ¡Y esta es la astucia cristiana!
El recorrido de la vida necesariamente implica elegir entre estos dos caminos: entre honestidad y deshonestidad, entre la fidelidad y la infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre el bien y el mal. No se puede oscilar entre uno y otro, porque se mueven sobre lógicas diversas y contrapuestas.
El profeta Elías decía al pueblo de Israel que caminaba sobre estas vías: “Ustedes cojean con los dos pies”. Es una bella imagen. Es importante decidir qué dirección tomar y después, una vez decidida aquella justa, caminar con arrojo y determinación, encomendándose a la gracia del Señor y a la ayuda de su Espíritu.
Fuerte y categórico es la conclusión del pasaje evangélico: “Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo”.
Con esta enseñanza, Jesús hoy nos exhorta a hacer una elección clara entre Él y el espíritu del mundo, entre la lógica de la corrupción, de la prepotencia y de la avidez y aquella de la rectitud, de la mansedumbre y del compartir.
Alguno se comporta con la corrupción como con las drogas: piensa de poderlas usar y dejarlas cuando quiere. Se comienza con poco: un manojo de aquí y una coima de allá… Y entre esta y aquella lentamente se pierde la libertad.
También la corrupción produce dependencia, y genera pobreza, explotación, sufrimiento. ¡Y cuantas víctimas existen hoy en el mundo! Cuántas víctimas de esta difundida corrupción.
En cambio, cuando buscamos seguir la lógica evangélica de la integridad, de la transparencia en las intenciones y en los comportamientos, de la fraternidad, nosotros nos convertimos en artesanos de justicia y abrimos horizontes de esperanza para la humanidad. En la gratuidad y en la donación de nosotros mismos a nuestros hermanos, servimos al amo justo: Dios.
La Virgen María nos ayude a escoger en cada ocasión y a todo costo el camino justo, encontrando también el coraje de caminar contra corriente, para poder seguir a Jesús y a su Evangelio”.
Después de rezar la oración mariana dirigió las siguientes palabras
“Queridos hermanos y hermanas
Ayer en la ciudad de Codrongianos (en Sassari) fue proclamada beata Elisabetta Sanna, madre de familia. Cuando se quedó viuda se dedicó totalmente a la oración y al servicio de los enfermos y de los pobres. Su testimonio es modelo de caridad evangélica animada por la fe.
Hoy en Génova se clausura el Congreso Eucarístico Nacional. Envío un saludo especial a todos los fieles que se encuentran allí reunidos y deseo que este evento de gracia reavive en el pueblo italiano la fe en el santísimo sacramento de la eucaristía, en el cual adoramos a Cristo, manantial de vida y de esperanza para cada hombre.
El próximo martes iré a Asís para el encuentro de oración por la paz, treinta años después de aquel histórico que convocó san Juan Pablo II. Invito a las parroquias, asociaciones eclesiásticas, individualmente a los fieles de todo el mundo para que vivan ese día como una Jornada de oración por la paz.
Hoy más que nunca tenemos necesidad de paz en esta guerra que existe en todas las partes del mundo. Recemos por la paz siguiendo el ejemplo de san Francisco, hombre de fraternidad y de mansedumbre. Estamos todos llamados a ofrecer al mundo un fuerte testimonio de nuestro empeño común por la paz y la reconciliación entre los pueblos. Así el martes, todos, unidos en oración. Recemos por la paz: cada uno se tome un poco de tiempo, el que pueda para rezar por la paz. Todo el mundo unido.
Saludo con cariño a todos los romanos y peregrinos provenientes de diversos países. En particular saludo a los fieles de la diócesis de Colonia y a los de Marianopoli.
Y a todos les deseo que tengan un bueno domingo y por favor no se olviden de rezar por mi”.
El Papa concluyó con su ya famoso “buon pranzo e arrivederci”.
Reflexión a las lecturas del domingo veinticinco del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 25º del T. Ordinario C
¡Quién duda de que el dinero y los bienes materiales son buenos y necesarios! Tenemos la obligación de trabajar para conseguir las cosas que necesitamos para nosotros mismos, para nuestra familia y, además, para compartir con los que no tienen o tienen menos; especialmente ahora, en esta época de crisis, a cuántas personas y familias se les hace muy difícil o casi imposible encontrar lo necesario.
Pero con el dinero y los bienes materiales sucede como con todo: que se puede usar bien o mal. El Señor nos advierte en el Evangelio que no podemos servir a Dios y al dinero. El Señor habla en términos de esclavitud, servicio total. Los cristianos a los que se dirigía el Evangelio, entre los que había amos y esclavos, entendían perfectamente que un siervo no podía servir a dos amos.
El apego excesivo a los bienes materiales nos hace esclavos, nos incapacita para muchas cosas y nos destruye. Y podemos llegar incluso a convertirlos en un dios. San Pablo nos invita a huir de “la avaricia, que es una idolatría” (Col 3, 5). Todos hemos conocido personas que no piensan sino en tener, tener, tener más, que viven obsesionadas con el dinero; es “la fiebre del oro”. Y se ha dicho que “poderoso caballero es don dinero”.
Cuando esto sucede, para el Señor, “el amo del Cielo”, no tenemos tiempo. Ni tampoco interesa mucho “porque esas cosas no dan de comer”. Los demás llegan a convertirse en objetos de explotación, como nos enseña Amós en la primera lectura de este domingo: aquellos ricos abusan sin compasión de los pobres y viven obsesionados con tener más.
Por este camino llegamos a ser insensibles ante el sufrimiento de los demás y ante otros valores que no son materiales.
¡Pensemos en la inteligencia y en la astucia del administrador de la parábola!, y no olvidemos las palabras del Señor: “Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.
Y en realidad, ¡cuánto esfuerzo, cuánto, trabajo, cuánta ilusión, ponemos a veces, en cosas que nos dan una seguridad engañosa, porque son frágiles y pasan! Y ¡qué poco interés y qué poco entusiasmo ponemos, tantas veces, en las cosas de Dios!
Cuánta verdad y sabiduría contienen aquellas palabras del Señor: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6, 33).
! FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la primera lectura constatamos cómo el amor desordenado al dinero endurece el corazón del hombre, le cierra al sufrimiento de los demás, y le lleva a cometer injusticias, incluso con los más pobres. Escuchemos.
SEGUNDA LECTURA
Orar por los que gobiernan y por todos los hombres es la recomendación que hace S. Pablo en esta lectura que vamos a escuchar.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio el Señor nos habla de nuestra relación con el dinero y los bienes materiales, y del uso que debemos a hacer de él. Acojamos con alegría su enseñanza, cantando el aleluya.
COMUNIÓN
Para el cristiano Dios es su mayor riqueza y la fuente de todo bien. Sus mandatos son “más preciosos que el oro, más que el oro fino, más dulces que la miel de un panal que destila”, como leemos en los salmos.
Por todo ello, se fía plenamente de su palabra: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura".
Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel. 15 SEPTIEMBRE 2016 (ZENIT)
Artesanos de la paz
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Concluimos en Monterrey un taller para obispos, con apoyo del CELAM, en que nos compartieron experiencias de cómo proceder en casos de conflictos, para animarnos a ayudar a construir la paz en diversos ambientes. Estuvieron obispos, sacerdotes y expertos de altísimo nivel, sobre todo de Colombia, que participaron activamente en los diálogos de paz que se realizaron en Cuba entre representantes de las FARC y el gobierno colombiano.
Un momento definitivo para que los levantados en armas aceptaran que ese camino no es viable, fue escuchar a las víctimas de la guerra, que les echaron en cara sus barbaridades, pero también les ofrecieron el perdón. Colombia, en un plebiscito que se hará el 2 de octubre, decidirá si acepta esos acuerdos de La Habana, o todo se viene abajo y habría que empezar de cero. Esperamos que la guerra no sea de nuevo la alternativa. La Iglesia colombiana está empeñada en hacer cuanto sea posible para consolidar la paz y ayudar en la reconstrucción del país, en justicia y paz, en solidaridad y equidad. Esa es nuestra misión.
Con frecuencia, se nos pide a obispos, sacerdotes y religiosas mediar para resolver problemas que hay en las familias, en las comunidades, entre grupos y organizaciones. A veces son problemas conyugales y familiares; otras veces, son pleitos por la tierra, inconformidades postelectorales, violaciones de derechos, bloqueos carreteros, cuestiones laborales y sindicales, etc.
Lo más cómodo es decir: a mí eso no me importa, no es mi competencia, allá ustedes, hagan lo que quieran… Pero eso es dejar a las personas solas, indefensas, expuestas a la muerte y a la represión. Por ello, asumimos el servicio de colaborar en la búsqueda de mecanismos para encontrar lo que es justo, posible y conveniente. Lo ideal es que las partes lleguen a acuerdos consensuados, y que se den la mano en señal de perdón. Es lo más difícil. Aceptan un acuerdo, pero su corazón queda resentido, con odio y deseos de venganza. Allí es donde más entra nuestro servicio de pacificadores, con la fuerza del Evangelio.
PENSAR
El Papa Francisco dijo recientemente: “En este mundo en guerra se necesita fraternidad, se necesita cercanía, se necesita diálogo, se necesita amistad. Y esta es la señal de la esperanza: cuando hay fraternidad… Este mundo está enfermo de crueldad, de dolor, de guerra, de odio, de tristeza. Y por eso siempre os pido la oración: Que el Señor nos dé la paz” (3-VIII-2016).
“La vía maestra es ciertamente la del perdón. Es difícil perdonar. Cuánto nos cuesta perdonar a los demás. Pensémoslo un momento. ¡Qué gran regalo nos ha hecho el Señor enseñándonos a perdonar, para experimentar en carne propia la misericordia del Padre! ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados. Como Dios nos ha perdonado, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Limitarnos a lo justo no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la Cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios. La vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo. Ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir. El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz” (4-VIII-2016).
ACTUAR
Todos podemos hacer algo por la paz. Quizá no podamos lograr triunfos espectaculares como detener una guerra, pero sí podemos ayudar con pequeñas y ocultas acciones, como artesanos, a reconstruir la armonía y el perdón entre esposos, entre padres e hijos, entre vecinos. Podemos escuchar con paciencia y comprensión a personas y grupos que sufren y luchan por diversos motivos, enfrentados a sus contrarios, para ayudarles a encontrar una luz de esperanza, consolarles en sus penas, acompañarles en su dolor, ofrecerles la fortaleza de Dios, y exhortarles a ser capaces de perdonar desde el corazón. Pareciera imposible, mas no lo es para quien ora e intercede ante el Señor.
Reflexión de José Antoniio Pagola a las lecturas del domingo veinticinco del Tiempo Ordinario C
DINERO
La sociedad que conoció Jesús era muy diferente a la nuestra. Solo las familias poderosas de Jerusalén y los grandes terratenientes de Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. Los campesinos apenas podían hacerse con alguna moneda de bronce o cobre, de escaso valor. Muchos vivían sin dinero, intercambiándose productos en un régimen de pura subsistencia.
En esta sociedad, Jesús habla del dinero con una frecuencia sorprendente. Sin tierras ni trabajo fijo, su vida itinerante de profeta dedicado a la causa de Dios le permite hablar con total libertad. Por otra parte, su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos.
Habla del dinero con un lenguaje muy personal. Lo llama espontáneamente «dinero injusto» o «riquezas injustas». Al parecer, no conoce «dinero limpio». La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos.
¿Qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido.«Yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».
Jesús viene a decir así a los ricos: «Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes. Ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva ya de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre». Dicho con otras palabras: la mejor forma de «blanquear» el dinero injusto ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres.
Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él». No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos solo les preocupa conocer y cumplir fielmente la ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida.
Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, esta visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida.
Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.
José Antonio Pagola
25 Tiempo ordinario – C (Lucas 16,1-13)
Evangelio del 18/Sept/2016
Publicado el 12/ Sep/ 2016
Texto completo de la audiencia jubilar del 10 de septiembre de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje que hemos escuchado nos habla de la misericordia de Dios que se realiza en la redención, es decir, en la salvación que se ha donado con la sangre de su Hijo Jesús (cfr 1 Pt 1,18-21). La palabra “redención” es poco usada y aún así es fundamental porque indica la liberación más radical que Dios podía realizar por nosotros, por toda la humanidad y por toda la creación. Parece que el hombre de hoy ya no ame pensar ser liberado y salvado por una intervención de Dios; el hombre de hoy se elude, de hecho, de la propia libertad como fuerza para obtener todo. Presume de esto también. Pero en realidad no es así. ¡Cuántas ilusiones vienen vendidas bajo el pretexto de la libertad y cuántas nuevas esclavitudes se crean en nuestros días en nombre de una falsa libertad! Muchos, muchos esclavos.’Hago esto porque quiero hacerlo, me drogo porque me gusta. Soy libre. Y hago esto…’ Son esclavos. Se convierten en esclavos en nombre de la libertad. Todos hemos visto personas así que al final terminan por el suelo. Necesitamos que Dios nos libere de toda forma de indiferencia, de egoísmo y de autosuficiencia.
Las palabras del apóstol Pedro expresan muy bien el sentido del nuevo estado de vida al que estamos llamados. Haciéndose uno de nosotros, el Señor Jesús no solo asume nuestra condición humana, sino que nos eleva a la posibilidad de ser Hijos de Dios. Con su muerte y resurrección, Jesucristo, Cordero sin mancha, ha vencido a la muerte y al pecado para liberarnos de su dominio. Él es el Cordero que ha sido sacrificado por nosotros, para que podamos recibir un nueva vida hecha de perdón, de amor y de alegría. Bonitas estas tres palabras. Perdón, amor y alegría.
Todo lo que Él ha asumido ha sido también redimido, liberado y salvado. Cierto, es verdad que la vida nos pone a prueba y a veces sufrimos por esto. Aún así, en estos momentos estamos invitados a fijar la mirada en Jesús crucificado que sufre por nosotros y con nosotros, como prueba cierta de que Dios no nos abandona. No olvidemos nunca, por tanto, que en las angustias y en las persecuciones, como en los dolores diarios, somos siempre liberados por la mano misericordiosa de Dios que nos lleva hacia Él y nos conduce a una vida nueva.
El amor de Dios no tiene límites: podemos descubrir signos siempre nuevos que indican su atención hacia nosotros y sobre todo su voluntad de alcanzarnos y de precedernos. Toda nuestra vida, incluso marcada por la fragilidad del pecado, está puesta bajo la mirada de Dios que nos ama. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura nos habla de la presencia, de la cercanía y de la ternura de Dios por cada hombre, especialmente por los pequeños, los pobres y los afligidos! Dios tiene una gran ternura, un gran amor por los más pequeños, por los más débiles, los descartados de la sociedad.
Cuanto más estamos en la necesidad, más se llena de misericordia su mirada sobre nosotros. Él siente una gran compasión hacia nosotros porque conoce nuestras debilidades. Conoce nuestros pecados y nos perdona, perdona siempre. Es muy bueno, es muy bueno nuestro Padre.
Por eso, queridos hermanos y hermanos, abrámonos a Él, ¡acogamos su gracia! Porque, como dice el Salmo, “porque en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia” (130,7). ¿Habéis escuchado bien? “Porque en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia ”. Repitamos todos juntos, todos. Porque en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia¡Gracias!
Reflexión a las lecturas del domingo veinticuatro del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 24º del T. Ordinario C
Es impresionante constatar que, cuando Dios viene hasta nosotros, no anda con la gente buena, que la había, ni con la gente de cultura, ni siquiera con la gente más religiosa, sino que anda con gente de mala fama: publicanos y pecadores de todo tipo.
¡Nunca reflexionaremos bastante sobre este misterio!
Es lógico que los fariseos y escribas se extrañen y murmuren entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”.
Pero Jesucristo tiene una misión concreta: viene “a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10).
De este modo, nos revela el rostro de Dios Padre, que tiene un corazón bueno, misericordioso y compasivo, que en el pecado, da lugar siempre al arrepentimiento. ¡Con Él siempre se puede comenzar de nuevo!, ¡comenzar de cero!
Viene a traer y anunciar el Reino de los Cielos, es decir, la forma de ser y de vivir que hay allí, de modo que la tierra se parezca al Cielo, sea una antesala de la Casa del Padre.
El Evangelio de este domingo nos recuerda que el Cielo no está tan lejos de nosotros como a veces pensamos. Que hay una relación entre la tierra y el Cielo. Que lo que pasa en la tierra tiene repercusión en la Casa del Padre: “Os digo que así también habrá más alegría en el Cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Y también: “Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.
La Carta a los Hebreos nos enseña que en el Cielo se contempla a la tierra: “Una nube ingente de espectadores nos rodea” (Hb 12, 1).
Las lecturas de la Palabra de Dios de este domingo nos recuerdan la grandeza infinita de la misericordia del Padre. La primera lectura nos presenta el momento en el que el pueblo de Israel, liberado de la esclavitud Egipto y testigo de “las maravillas de Dios”, se fabrica un becerro de oro, lo adora y le hace fiesta; y cómo el Señor le perdona ante la intercesión de Moisés. S. Pablo nos enseña, en la segunda lectura, que Dios vino a salvar a los pecadores y él es el primero. El Evangelio nos presenta “las Parábolas de la Misericordia”. Es la respuesta de Jesús a las críticas de los fariseos y escribas, porque “acoge a los pecadores y come con ellos”.
Ellos no son capaces comprender esta actitud de Jesucristo, porque no tienen el corazón de un buen pastor, ni de buena ama de casa, ni de un buen padre, que nos presentan las parábolas. Y, sobre todo, no tienen la experiencia de ser perdonados.
¡Qué importante, mis queridos amigos, es tener un corazón agradecido, en deuda permanente con el Señor! Sólo así se puede tener la capacidad de vivir como verdaderos hijos, a semejanza de Jesucristo, el Hijo único del Padre, abiertos a la compasión y a la misericordia, como verdaderos constructores de “la civilización del amor”.
Este es el camino de la Iglesia, que tiene que mostrar, como Cristo, el verdadero rostro de Padre, que es rico en misericordia. Es lo que interesa subrayar en este año jubilar, el “Año de la Misericordia”.
Las fiestas de “los Cristos de Tenerife”, que celebramos en el mes de septiembre nos brindan una ocasión propicia para reflexionar sobre estas cosas.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 24º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escucharemos en la primera lectura, cómo el pueblo de Israel, apenas establecida la alianza con Dios en el monte Sinaí, peca gravemente contra Él. El Señor quiere exterminar al pueblo y comenzar de nuevo, pero la mediación de Moisés consigue el perdón. Escuchemos.
SALMO
También nosotros necesitamos el perdón de Dios, también hemos quebrantado su alianza. Por eso expresamos en el salmo, nuestra voluntad de acogernos a su misericordia.
SEGUNDA LECTURA
Durante algunos domingos escucharemos, en la segunda lectura, fragmentos de las cartas que S. Pablo escribe a su discípulo Timoteo, responsable de la Iglesia de Éfeso. Hoy expresa su ánimo agradecido al Señor que se ha mostrado con él rico en misericordia.
TERCERA LECTURA
Acojamos con el canto del aleluya la buena noticia que Jesús nos trae: Hay mucha alegría en el Cielo por la vuelta a Dios Padre, de un pecador arrepentido.
Carta pastoral del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández. (ZENIT – Madrid)
La misión de la Iglesia es evangelizar, anunciar la buena noticia del Evangelio a todos los hombres, pregonar que Dios ama al hombre concreto, sea cual sea su situación, y quiere salvarlo, llevarlo a la plenitud de hijo disfrutando de los dones de su Casa. El Evangelio predica el amor de hermanos, para parecernos a nuestro Padre del cielo, el perdón hacia quienes nos ofenden, la misericordia hacia los están necesitados material o espiritualmente.
Nos encontramos en la última etapa del Año de la misericordia (que concluirá el 20 de noviembre). Nuestra diócesis de Córdoba peregrina a Roma del 16 al 20 de octubre para alcanzar las gracias del jubileo, cruzando la puerta santa, visitando las principales basílicas romanas, acudiendo con el Papa a escuchar su palabra y expresarle nuestra plena comunión eclesial como Sucesor del apóstol Pedro, sobre el que Cristo ha fundado su Iglesia. Más adelante, del 4 al 11 de noviembre, peregrinación diocesana a Tierra Santa. Todo este curso que ahora comenzamos estará marcado por la presencia de María Santísima, al cumplirse el primer centenario de las apariciones de Fátima. “Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo” (Is 66,13), es el lema de este año. La Virgen de Fátima ha sido el gran consuelo de los cristianos perseguidos a lo largo del siglo XX y seguirá siéndolo. En nuestra diócesis muchas personas han peregrinado a Fátima alguna vez y han podido captar el sencillo mensaje de oración y penitencia que desde allí nos transmite la Virgen. Un mensaje que hemos de actualizar este año entre nosotros. Una imagen peregrina recorrerá las parroquias y las instituciones que lo deseen. María visita a su pueblo y nos trae siempre la alegría de Jesús y de su Evangelio.
Durante el presente curso nos prepararemos para el gran Encuentro Diocesano de Laicos, que tendrá lugar el 7 de octubre de 2017, para que valoremos cada vez más la presencia de los laicos en la vida de la Iglesia, en nuestra diócesis de Córdoba. Son varios miles los que colaboran habitualmente en la parroquias, muchos de ellos con presencia significativa en la vida pública y en el tejido social. El Encuentro tiene como objetivos vivir y manifestar la alegría del Evangelio en este momento, expresar nuestra pertenencia a la Iglesia, en la que nos sentimos fieles hijos, y nuestra actitud de comunión con los pastores y con los demás miembros de la Iglesia, para afrontar juntos los retos del presente y del futuro con la luz y la sal del Evangelio: el ámbito de la familia y de la vida, el ámbito de la educación de nuestro hijos en los valores del Evangelio, el ámbito de los pobres en el que la Iglesia se juega su credibilidad.
Evangelizar a través del arte es tarea propia de quienes han recibido grandes monumentos fruto de la fe de los siglos anteriores, y hemos de mostrarlo a nuestros contemporáneos, que son más sensibles a este patrimonio espiritual y cultural. Pongamos todo este patrimonio al servicio de la evangelización en todas las parroquias e instituciones de la Iglesia, especialmente en la Santa Iglesia Catedral, monumento único en el mundo por su condición de antigua mezquita.
Queremos afrontar decididamente un itinerario de varios años para alcanzar la autofinanciación de la Iglesia. Ya se han dado grandes pasos, pero hemos de avanzar por ese camino de manera que nuestros fieles caigan más en la cuenta de que la Iglesia hemos de sostenerla entre todos los católicos, sin despreciar las ayudas que puedan venirnos de otras entidades públicas o privadas, pues los católicos somos ciudadanos que cumplimos pagando nuestros impuestos.
Y no nos cansemos de pedir a Dios más sacerdotes, más vocaciones entre los jóvenes de nuestra diócesis, para que no falten los ministros de Cristo que nos lleven por el camino de una vida santa.
Son objetivos que, en medio de la pastoral ordinaria, podremos acentuar entre todos como signo de comunión eclesial en nuestra diócesis de Córdoba. Dios nos asista, y María Santísima de Fátima nos acompañe especialmente en este Año dedicado a ella.
Recibid mi afecto y mi bendición: + Demetrio
Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 7 de septiembre de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hemos escuchado un pasaje del Evangelio de Mateo (11, 2-6). El intento del evangelista es el de hacernos entrar más profundamente en el misterio de Jesús, para acoger su bondad y su misericordia. El episodio es el siguiente: Juan Bautista manda a sus discípulos a ver a Jesús, y Juan estaba en la cárcel, para hacerles una pregunta muy clara: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (v. 3). Era precisamente el momento de la oscuridad, el Bautista esperaba con ansia el Mesías y en su predicación lo había descrito con fuerza, como un juez que finalmente habría instaurado el reino de Dios y purificado a su pueblo, premiando a los buenos y castigando a los malos.
Él predicaba así: “El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,10). Ahora que Jesús había empezado su misión pública con un estilo muy diferente, Juan sufre y en la doble oscuridad, la de la celda y la del corazón, no entiende este estilo y quiere saber si es precisamente Él el Mesías, o si se debe esperar a otro.
La respuesta de Jesús parece a primera vista no corresponder a la petición del Bautista. Jesús, de hecho, dice: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!” (vv. 4-6). Esta es la respuesta de Jesús. Aquí se hace claro el intento del Señor Jesús: Él responde ser el instrumento concreto de la misericordia del Padre, que va al encuentro de todos llevando la consolación y la salvación, y de esta forma manifiesta el juicio de Dios. Los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos, recuperan su dignidad y ya no son excluidos por su enfermedad, los muertos vuelven a la vida, mientras que a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Y esto se convierte en la síntesis de la acción de Jesús, que de esta forma hace visible y tangible el actuar mismo de Dios. El mensaje que la Iglesia recibe por este pasaje de la vida de Cristo es muy claro. Dios no ha mandado a su Hijo en el mundo para castigar a los pecadores ni para destruir a los malvados.
Sin embargo, a ellos se les dirige la invitación a la conversión para que, viendo los signos de la bondad divina, puedan reencontrar el camino de vuelta. Como dice el Salmo: “Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido”. (130, 3-4).
La justicia que el Bautista ponía al centro de su predicación, en Jesús se manifiesta en primer lugar como misericordia. Y las dudas del Precursor no hacen otra cosa que anticipar el desconcierto que Jesús suscitará después con sus acciones y sus palabras. Se comprende por tanto, la conclusión de la respuesta de Jesús: ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo! (v. 6). Escándalo significa obstáculo. Por eso Jesús advierte de un peligro particular: si el obstáculo para creer son sobre todo sus acciones de misericordia, esto significa que se tiene una falsa imagen del Mesías. Beatos sin embargo aquellos que, frente a los gestos y a las palabras de Jesús, dan alegría al Padre que está en el cielo.
La advertencia de Jesús siempre es actual: también hoy el hombre construye imágenes de Dios que le impiden gustar su presencia real. Algunos se crean una fe “hágalo usted mismo” que reduce a Dios en el espacio limitado de los propios deseos y de las propias convicciones. Pero esta fe no es conversión al Señor que se revela, es más, le impide provocar nuestra vida y nuestra conciencia.
Otros reducen a Dios a un falso ídolo; usan su santo nombre para justificar los propios intereses o incluso el odio y la violencia. Para otros, Dios es solo un refugio psicológico donde se puede estar seguros en los momentos difíciles: se trata de una fe plegada sobre sí misma, impermeable a la fuerza del amor misericordioso de Jesús que empuja hacia los hermanos. Otros consideran a Cristo solo un buen maestro de enseñanzas éticas, uno entre los muchos de la historia. Finalmente, hay quien sofoca la fe en una relación puramente íntima con Jesús, anulado su impulso misionero capaz de transformar el mundo y la historia. Nosotros cristianos creemos en el Dios de Jesús, el cristiano cree en el Dios de Jesucristo y su deseo es el de crecer en la experiencia viva de su misterio de amor.
Comprometámonos a no poner ningún obstáculo al actuar misericordioso del Padre, pero pidamos el don de una fe grande para convertirnos también nosotros en signos e instrumentos de misericordia.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veinticuatro del Tiempo ordinario C
UNA PARÁBOLA PARA NUESTROS DÍAS
En ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan profundamente en el misterio de Dios y en el misterio de la condición humana. Ninguna otra es tan actual para nosotros como esta del «Padre bueno».
El hijo menor dice a su padre: «dame la parte que me toca de la herencia». Al reclamarla, está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser libre, romper ataduras. No será feliz hasta que su padre desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.
¿No es esta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie.
El hijo se marcha a «un país lejano». Necesita vivir en otro país, lejos de su padre y de su familia. El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo… ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?
Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada». El término original no sugiere solo un desorden moral sino una existencia insana, desquiciada, caótica. Al poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Sobreviene un «hambre terrible» y solo sobrevive cuidando cerdos como esclavo de un extraño. Sus palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».
El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía de Dios. No es fácil el camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?
El joven «entró dentro de sí mismo» y, ahondando en su propio vacío, recordó el rostro de su padre asociado a la abundancia de pan: en casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta el deseo de una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me pondré en camino y volveré a mi padre».
¿Nos pondremos en camino hacia Dios nuestro Padre? Muchos lo harían si conocieran a ese Dios que, según la parábola de Jesús, «sale corriendo al encuentro de su hijo, se le echa al cuello y se pone a besarlo efusivamente». Esos abrazos y besos hablan de su amor mejor que todos los libros de teología. Junto a él podríamos encontrar una libertad más digna y dichosa.
José Antonio Pagola
24 Tiempo ordinario – C (Lucas 15,1-32)
Evangelio del 11/Sept/2016
Publicado el 05/ Sep/ 2016
por Coordinador Grupos de Jesús
Intervención del Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el viernes dos de septiembre, durante su intervención en el Simposio organizado por AsiaNews en la Universidad Pontificia Urbaniana con motivo de la canonización de la Madre Teresa de Calcuta. (FIDES)
“Madre Teresa di Calcutta, Missionaria della Carità”
San Giovanni Paolo II beatificando Madre Teresa proprio nel giorno della Giornata Missionaria Mondiale, il 19 ottobre 2003, così diceva: «Non è forse significativo che la sua beatificazione avvenga proprio nel giorno in cui la Chiesa celebra la Giornata Missionaria Mondiale? Con la testimonianza della sua vita Madre Teresa ricorda a tutti che la missione evangelizzatrice della Chiesa passa attraverso la carità, alimentata nella preghiera e nell’ascolto della parola di Dio. Emblematica di questo stile missionario è l’immagine che ritrae la nuova Beata mentre stringe, con una mano, quella di un bambino e, con l'altra, fa scorrere la corona del Rosario. Contemplazione e azione, evangelizzazione e promozione umana: Madre Teresa proclama il Vangelo con la sua vita tutta donata ai poveri, ma, al tempo stesso, avvolta dalla preghiera».
Madre Teresa ha uno stile missionario, fatto di contemplazione e azione, evangelizzazione e promozione umana; la sua proclamazione del Vangelo viene fatta mediante il dono dei sé ai poveri e mediante la preghiera. La cifra di lettura del suo essere missionaria viene tutta racchiusa nella carità.
Madre Teresa di Calcutta è una Missionaria della Carità, questo è proprio il nome non casuale della sua Congregazione, un nome che racchiude l’essenza della missionarietà di questa donna e della Missione della Chiesa in quanto tale.
Madre Teresa sente l’attrattiva per la missione fin da giovanissima, quando partecipa alle attività del Sodalizio, un gruppo di preghiera e aiuto alle Missioni, ed ha l’occasione di incontrare dei Padri Gesuiti che erano missionari in Calcutta. Giovanissima entra nella Congregazione delle Suore di Nostra Signora di Loreto in Irlanda, e quando viene mandata in India trova negli ultimi i destinatari della propria missione e, rispondendo a una insopprimibile chiamata, fonda le Suore Missionarie della Carità nel 1950, i Fratelli Missionari della Carità nel 1963, e una intera famiglia missionaria che si allarga, include laici, cooperatori, persone in vari modi coinvolte dal carisma missionario di Madre Teresa.
Il Carisma dei Missionari della Carità viene così spiegato: «Noi siamo Missionari, ciò significa che ‘siamo stati mandati’. La nostra Missione è fare in modo che la Buona Novella venga sperimentata specialmente dai più poveri tra i poveri, da coloro che sembrano [apparentemente] più lontani [o fuori] dall'amore di Dio. Noi trasmettiamo questo messaggio spesso più con gli atti che con le parole. Carità è un'altra parola per ‘amore’. Noi preghiamo ogni giorno che possiamo essere strumenti o canali dell'amore di Dio. Dio ha reso se stesso, in Gesù, il fratello di tutti. Per il nostro battesimo, anche noi siamo chiamati ad essere Fratelli per ogni persona, con i poveri al centro della nostra famiglia».
Dunque la missione della Carità consiste nell’essere mandati a far sperimentare l’amore di Dio proprio a chi ne sembra più lontano. Esplicitamente la missione di Madre Teresa consiste nell’essere strumento o canale dell’amore di Dio.
L’essere canale dell’amore è una immagine significativa, significa essere umili portatori dell’acqua che disseta i poveri, un’acqua che scorre e non si ferma, sempre in cammino, nella capacità di vedere in ogni povero l’immagine di Gesù che ha sete.
Madre Teresa teneva fisso lo sguardo su Gesù crocifisso, privato di ogni consolazione, solo, disprezzato, spogliato di tutto, moribondo e assetato. Dio fatto uomo ha una sete infinita, e Madre Teresa ha dedicato la vita a saziare questa sete infinita e ardente di Gesù.
Come ricorda San Giovanni Paolo II nel Discorso della Beatificazione: «Il grido di Gesù sulla croce, ‘Ho sete’ (Gv 19, 28), che esprime la profondità del desiderio di Dio dell'uomo, è penetrato nell'anima di Madre Teresa e ha trovato terreno fertile nel suo cuore. Placare la sete di amore e di anime di Gesù in unione con Maria, Madre di Gesù, era divenuto il solo scopo dell'esistenza di Madre Teresa, e la forza interiore che le faceva superare sé stessa e ‘andare di fretta’ da una parte all'altra del mondo al fine di adoperarsi per la salvezza e la santificazione dei più poveri tra i poveri».
La missione di Madre Teresa consiste nel dissetare con l’acqua e con l’amore, in una sintesi delle opere di misericordia corporale e spirituale.
Madre Teresa ama rappresentare questa missione in termini di strumento: essere “canale” o essere “matita”, come spesso diceva. Il suo essere missionaria consiste nel lasciar passare l’amore di Dio, nell’essere come uno strumento nelle sue mani, senza alcun protagonismo. Il soggetto è Dio che dà l’acqua del suo amore e che scrive la nostra storia.
La forza della sua missione di carità veniva infatti dal continuo contatto con il Signore. Nel rigido programma di vita delle Missionarie della Carità il tempo della preghiera contemplativa è lo stesso del lavoro attivo. L’Eucaristia è il centro della missione e muove questo donarsi senza fine, fino a quando fa male, come ancora ricorda San Giovanni Paolo II: «La sua grandezza risiede nella sua abilità di dare senza calcolare i costi, di dare ‘fino a quando fa male’. La sua vita è stata un vivere radicale e una proclamazione audace del Vangelo».
Ricevendo il Premio Nobel per la pace nel 1979, Madre Teresa diceva: «Ha fatto male a Gesù amarci, gli ha fatto male». La sua missione è amare, come Gesù Cristo, fino a quando fa male. E così continua: «E per essere sicuro che ricordassimo il suo grande amore si fece pane della vita per soddisfare la nostra fame del suo amore. La nostra fame di Dio, perché siamo stati creati per questo amore. Siamo stati creati a sua immagine. Siamo stati creati per amare ed essere amati, ed Egli si è fatto uomo per permettere a noi di amare come Lui ci ha amato. Egli è l’affamato, il nudo, il senza casa, l’ammalato, il carcerato, l’uomo solo, l’uomo rifiutato e dice: ‘L’avete fatto a me’».
La missione di madre Teresa si fonda sulla consapevolezza che siamo creature letteralmente affamate di amore, affamate di Dio, perché siamo stati creati per amare ed essere amati. In Gesù Cristo, Dio si è fatto pane per soddisfare la nostra fame, indicandoci quale è la via dell’amore, e ci ha anche svelato il volto divino di ogni povero che ha fame, perché Gesù Cristo stesso è l’affamato, e Gesù stesso, continua madre Teresa, “è affamato del nostro amore”.
Dunque Gesù è l’affamato ed è anche il pane per sfamare. La missione di Madre Teresa consiste nel portare ai poveri, agli ultimi, ai moribondi, agli abbandonati, l’amore di Gesù Cristo, riconoscendo in loro stessi il vero volto di Gesù.
Gli stessi poveri restituiscono l’amore di Gesù a Madre Teresa, che spesso si sofferma a raccontare il sorriso dei suoi poveri, il loro morire sorridendo e ringraziando, il loro donare amore mediante la riconoscenza.
Il povero è l’immagine di Gesù che ha sete, che ha fame, che è nudo, che è solo, e il sorriso del povero che ringrazia è il sorriso di Gesù
Madre Teresa porta l’amore di Gesù agli ultimi e da loro riceve l’amore di Gesù in persona.
Si tratta di un concetto di povertà molto profondo; i poveri sono gli indesiderati, i non amati, e Madre Teresa sottolinea spesso come tale povertà possa essere sperimentata anche nei paesi ricchi, anche da parte di chi non ha fame di cibo, perché la vera fame è fame di amore.
Madre Teresa vedeva realmente nei poveri la presenza di Gesù. Nel discorso in occasione del Premio Nobel ancora afferma: «Forse svolgiamo un lavoro sociale agli occhi della gente, ma in realtà siamo contemplative nel cuore del mondo. Perché tocchiamo il Corpo di Cristo ventiquattro ore al giorno. Abbiamo ventiquattro ore di questa presenza».
La missione del Vangelo di Gesù avviene nella Sua stessa presenza; amando come Egli ha amato e riconoscendo nel prossimo lo stesso Gesù, si vive nella Sua presenza. Per questo, paradossalmente, il servizio ai poveri, ai sofferenti, ai moribondi appare una missione gioiosa.
Tra le caratteristiche richieste alle suore della Carità, infatti, c’è l’indole allegra. E l’immagine delle Missionarie della Carità è, come quella di Madre Teresa, l’immagine di donne semplici, attive, accoglienti, forti, serene, allegre. L’amore è allegro, di quel gaudio evangelico che papa Francesco pone come nome della stessa missione della Chiesa.
La gioia del Vangelo non è mai anestetica nei confronti della sofferenza, significa invece viverla fino in fondo. Madre Teresa ha sperimentato l’abbandono, il buio, la desolazione interiore, senza mai interrompere la sua missione di amore. Infatti, «Con Gesù Cristo sempre nasce e rinasce la gioia», come scrive Papa Francesco nella Evangelii Gaudium, l’esortazione apostolica sulla gioia del Vangelo in cui parla proprio di madre Teresa come esempio, insieme a San Francesco, di una fede che cambia il mondo, amandolo nelle sue fragilità: «Chi oserebbe rinchiudere in un tempio e far tacere il messaggio di san Francesco di Assisi e della beata Teresa di Calcutta? Essi non potrebbero accettarlo. Una fede autentica – che non è mai comoda e individualista – implica sempre un profondo desiderio di cambiare il mondo, di trasmettere valori, di lasciare qualcosa di migliore dopo il nostro passaggio sulla terra. Amiamo questo magnifico pianeta dove Dio ci ha posto, e amiamo l’umanità che lo abita, con tutti i suoi drammi e le sue stanchezze, con i suoi aneliti e le sue speranze, con i suoi valori e le sue fragilità».
Nel nome stesso che Madre Teresa scelse per se stessa troviamo la chiave della missione della carità; infatti, scelse il nome di Teresa pensando a santa Teresa di Lisieux, che nel 1927 fu dichiarata “patrona speciale dei missionari, uomini e donne, esistenti nel mondo” al pari di San Francesco Saverio, pur essendo sempre vissuta nel suo Carmelo, perché lo scopo della sua vita era “sentirsi nel cuore della Chiesa l’amore”, esattamente come madre Teresa, missionaria della gioia del Vangelo, missionaria della Carità.
2 settembre 2016
Texto completo de la catequesis del Papa en el Jubileo de los voluntarios. 3 SEPTIEMBRE 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Hemos escuchado el himno de la caridad que el apóstol Pablo escribió a la comunidad de Corinto, y que constituye una de las páginas más hermosas y más exigentes para el testimonio de nuestra fe (cf. 1 Co 13,1-13). San Pablo ha hablado muchas veces del amor y de la fe en sus escritos; sin embargo, en este texto se nos ofrece algo extraordinariamente grande y original. Él afirma que el amor, a diferencia de la fe y de la esperanza, «no pasará jamás» (v. 8). Es para siempre. Esta enseñanza debe ser para nosotros una certeza inquebrantable; el amor de Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida ni en la historia del mundo. Es un amor que permanece siempre joven, activo y dinámico, y que atrae hacia sí de un modo incomparable. Es un amor fiel que no traiciona, a pesar de nuestras contradicciones. Es un amor fecundo que genera y va más allá de nuestra pereza. En efecto, de este amor todos somos testigos. El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida que nos arrolla pero sin aniquilarnos; más bien, es condición de vida: «Si no tengo amor, no soy nada», dice san Pablo (v. 2). Cuanto más nos dejamos involucrar por este amor, tanto más se regenera nuestra vida. Verdaderamente deberíamos decir con toda nuestra fuerza: soy amado, luego existo.
El amor del que nos habla el Apóstol no es algo abstracto ni vago; al contrario, es un amor que se ve, se toca y se experimenta en primera persona. La forma más grande y expresiva de este amor es Jesús. Toda su persona y su vida no es otra cosa que una manifestación concreta del amor del Padre, hasta llegar al momento culminante: «la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores» (Rm 5,8). Esto es amor, no son palabras ¿eh? Es amor. Del Calvario, donde el sufrimiento del Hijo de Dios alcanza su culmen, brota el manantial de amor que cancela todo pecado y que todo recrea en una vida nueva. Llevemos siempre con nosotros, de modo indeleble, esta certeza de la fe: Cristo «me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Esta es la gran certeza, Cristo me ha amado y ha dado su vida por mí, por ti, por ti, por ti, por cada uno de nosotros. Nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios (cf. Rm 8,35-39). Por tanto, el amor es la expresión más alta de toda la vida y nos permite existir.
Ante este contenido tan esencial de la fe, la Iglesia no puede permitirse actuar como lo hicieron el sacerdote y el levita con el hombre abandonado medio muerto en el camino (cf.Lc 10,25-36). No se puede mirar para otro lado y dar la espalda para no ver muchas formas de pobreza que piden misericordia. Y este mirar para otro lado para no ver el hambre, la enfermedad, y a las personas explotadas, esto es un pecado grave. Y también es un pecado moderno, es un pecado de hoy. Nosotros cristianos no podemos permitirnos esto. No sería digno de la Iglesia ni de un cristiano «pasar de largo» y pretender tener la conciencia tranquila sólo porque se ha rezado o porque he ido a misa el domingo. No. El Calvario es siempre actual; no ha desaparecido ni permanece sólo como un hermoso cuadro en nuestras iglesias. Ese vértice de com-pasión, del que brota el amor de Dios hacia la miseria humana, nos sigue hablando hoy, animándonos a ofrecer nuevos signos de misericordia. No me cansaré nunca de decir que la misericordia de Dios no es una idea bonita, sino una acción concreta; no hay misericordia sin concreción, la misericordia no es un hacer un bien de paso, es implicarse donde está el mal, donde hay enfermedad, hambre, epxlotaciones humanas. También la misericordia humana no será auténtica, es decir, humana y misericordia, hasta que no se concrete en el actuar diario. La admonición del apóstol Juan sigue siendo válida: «Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,18). De hecho, la verdad de la misericordia se comprueba en nuestros gestos cotidianos que hacen visible la acción de Dios en medio de nosotros.
Hermanos y hermanas, vosotros representáis el gran y variado mundo del voluntariado. Entre las realidades más hermosas de la Iglesia os encontráis vosotros que cada día, casi siempre de forma silenciosa y oculta, dais forma y visibilidad a la misericordia. Sois artesanos de misericordia, con vuestras manos, con vuestros ojos, con vuestra escucha, vuestra cercanía, vuestras caricias, artesanos. Vosotros manifestáis uno de los deseos más hermosos del corazón del hombre: hacer que una persona que sufre se sienta amada.
En las distintas condiciones de indigencia y necesidad de muchas personas, vuestra presencia es la mano tendida de Cristo que llega a todos. Vosotros sois la mano tendida de Cristo. ¿Habéis pensando esto? La credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a través de vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres sin comida ni trabajo, los ancianos, los sintecho, los prisioneros, los refugiados y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido golpeados por las catástrofes naturales… En definitiva, dondequiera que haya una petición de auxilio, allí llega vuestro testimonio activo y desinteresado. Vosotros hacéis visible la ley de Cristo, la de llevar los unos los pesos de los otros (cf. Ga 6,2; Jn 13,24). Queridos hermanos y hermanos, vosotros tocáis la carne de Cristo con vuestras manos, no lo olvidéis. Vosotros tocáis la carne de Cristo con vuestras manos. Sed siempre diligentes en la solidaridad, fuertes en la cercanía, solícitos en generar alegría y convincentes en el consuelo. El mundo tiene necesidad de signos concretos de solidaridad, sobre todo ante la tentación de la indiferencia, y requiere personas capaces de contrarrestar con su vida el individualismo, el pensar sólo en sí mismo y desinteresarse de los hermanos necesitados. Estad siempre contentos y llenos de alegría por vuestro servicio, pero no dejéis que nunca sea motivo de presunción que lleva a sentirse mejores que los demás. Por el contrario, vuestra obra de misericordia sea la humilde y elocuente prolongación de Jesucristo que sigue inclinándose y haciéndose cargo de quien sufre. De hecho, el amor «edifica» (1 Co 8,1) y, día tras día, permite a nuestras comunidades ser signo de la comunión fraterna.
Hablad al Señor de estas cosas, llamad, haced como ha hecho la hermana que nos ha contado, llamado a la puerta del tabernáculo, valiente. El Señor nos escucha, llamad. Señor mira esto, tanta pobreza, tanta indiferencia, tanto mirar al otro lado… “esto a mí no me toca, a mí no me importan”. Hablarlo con el Señor ¿por qué? Señor ¿por qué? ¿Por qué soy tan débil y tú me has llamado a hacer este servicio? Señor ayúdame, dame fuerza y humildad. El núcleo de la misericordia es este diálogo con el corazón misericordioso de Jesús.
Mañana, tendremos la alegría de ver a Madre Teresa proclamada santa, ¡lo merece! Este testimonio de misericordia de nuestro tiempo se añade a la innumerable lista de hombres y mujeres que han hecho visible con su santidad el amor de Cristo. Imitemos también nosotros su ejemplo, y pidamos ser instrumentos humildes en las manos de Dios para aliviar el sufrimiento del mundo, y dar la alegría y la esperanza de la resurrección.
Antes de dar la bendición invito a todos a rezar en silencio por tantas personas que sufren, por tanto sufrimiento, por tantos que viven descartados de la sociedad. Rezar también por muchos voluntarios como vosotros que van al encuentro de la carne de Cristo para tocarla, cuidarla, sentirla cerca. Rezar también por muchos que delante de tanta miseria miran a otro lado, en el corazón escuchan la voz que le dice “a mí no me toca, no me importa”. Rezamos en silencio
Reflexión a las lecturas del domingo veintitrés del Tiempo Ordinario C ofrecida por el scerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 23º del Tiempo Ordinario C
Este domingo Jesús nos habla con toda claridad, de su seguimiento. Si queremos ser discípulos suyos, tenemos que posponer todo lo demás: “No anteponer nada a Cristo”, que diría S. Benito. Podríamos decir que es como el primer mandamiento aplicado a Jesucristo.
Nos sorprende la claridad y la franqueza con la que habla. Normalmente, no sucede así. Los que quieren captar a la gente para su partido, para su líder, en una campaña electoral, por ejemplo, suelen resaltar las ventajas de sus programas y ocultar o disimular las cosas menos atrayentes o negativas. ¡Jesucristo no actúa así! ¡Lo hace casi al revés! Es lo que contemplamos en el Evangelio de este domingo: “Si alguno quiere venirse conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”.
Por eso nos invita a pensarlo bien antes de decidirnos a seguirle, como lo hace el que proyecta la construcción de una torre o se ve atacado por un enemigo.
Por tanto, el seguimiento de Jesucristo se sitúa después de un proceso de reflexión, estudio, oración…, para ver si somos capaces de afrontar todas las condiciones y exigencias que lleva consigo. De otro modo, podríamos hacer el ridículo, presentándonos como seguidores de Jesucristo, cuando, en realidad, no lo somos. Es lo que sucede con frecuencia. No resulta aceptable el seguimiento de Jesús que dicen tener muchos cristianos.
Si nos situamos en el contexto del camino hacia Jerusalén –con su Pasión y su Gloria- lo entendemos todo mejor.
Pero no trata el Señor de amargarnos la vida con una serie de exigencias, de dificultades, de negaciones…, sino presentarnos el camino de la verdadera liberación, de la verdadera grandeza, de la verdadera dicha, en el tiempo y en la eternidad. ¡Y Él ha ido delante para que nosotros sigamos sus pasos! (1 Pe 2, 21).
La vida del mismo Jesucristo y de los santos –con su Pasión y su Gloria- avalan la importancia y trascendencia de este camino; su validez permanente y definitiva.
Si recordamos las parábolas del Reino, nos resulta todo más inteligible. Nos dice el Señor que su Reino se parece a “un tesoro escondido” en el campo, que el que lo descubre, es capaz de vender todo lo que tiene para comprar el campo aquel. O a un comerciante en perlas finas que, al descubrir “una perla de gran valor”, va y vende lo que tiene para conseguirla (Mt, 13, 44 -46). ¡Se nos presenta, por tanto, muy inteligente el discípulo de Cristo!
El problema está en que “nacemos cristianos” y, tal vez, a lo largo de nuestra vida, no hemos tenido un verdadero encuentro personal con Jesucristo, un redescubrimiento de su persona y de su mensaje, que nos lleve a una opción real y radical por Él. Además, ¿no es verdad que estamos acostumbrados a dejar tantas veces a Cristo y a su Reino para el final o para el último lugar?
El descubrimiento de Jesucristo, por tanto, es fundamental para seguirle de verdad, como nos pide el Evangelio de hoy. Entonces le diremos como el aquel escriba entusiasmado del Evangelio: “Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas (Mt 8, 18).
Ya escribía el Papa Juan Pablo II a los jóvenes de Santiago: “El descubrimiento de Jesucristo es la aventura más importante de vuestra vida”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera lectura de hoy nos presenta las reflexiones de un hombre sabio del Antiguo Testamento, inspirado por el Espíritu Santo. Se pregunta cómo se puede saber lo que Dios quiere que hagamos. La respuesta la hallaremos en el Evangelio. Escuchemos.
SEGUNDA LECTURA
La segunda Lectura es un fragmento de una carta pequeña pero muy importante de S. Pablo. Se refiere a un esclavo llamado Onésimo que se había fugado de la casa de su amo, un cristiano de buena posición, llamado Filemón. San Pablo le pide que lo reciba como a un hermano cristiano, como si fuera a él mismo.
¡Cuánto había cambiado ya, con el cristianismo, la concepción y la relación con los esclavos!
TERCERA LECTURA
El Señor quiere que todo el que esté dispuesto seguirle, sepa bien de qué se trata y piense primero si será capaz de llevarlo a cabo.
Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos de pie, el aleluya
COMUNIÓN
El camino que nos señala Jesucristo es, a primera vista, muy difícil. Por eso, necesitamos venir aquí, a alimentarnos con su Palabra y con su Cuerpo.
¡Nadie puede decir que es imposible seguir a Jesucristo, cuando nos ofrece tantos medios para conseguirlo!
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veintitrés del Tiempo Ordinario C.
REALISMO RESPONSABLE
Los ejemplos que emplea Jesús son muy diferentes, pero su enseñanza es la misma: el que emprende un proyecto importante de manera temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas para lograr lo que pretende, corre el riesgo de terminar fracasando.
Ningún labrador se pone a construir una torre para proteger sus viñas, sin tomarse antes un tiempo para calcular si podrá concluirla con éxito, no sea que la obra quede inacabada, provocando las burlas de los vecinos. Ningún rey se decide a entrar en combate con un adversario poderoso, sin antes analizar si aquella batalla puede terminar en victoria o será un suicidio.
A primera vista, puede parecer que Jesús está invitando a un comportamiento prudente y precavido, muy alejado de la audacia con que habla de ordinario a los suyos. Nada más lejos de la realidad. La misión que quiere encomendar a los suyos es tan importante que nadie ha de comprometerse en ella de forma inconsciente, temeraria o presuntuosa.
Su advertencia cobra gran actualidad en estos momentos críticos y decisivos para el futuro de nuestra fe. Jesús llama, antes que nada, a la reflexión madura: los dos protagonistas de las parábolas «se sientan» a reflexionar. Sería una grave irresponsabilidad vivir hoy como discípulos de Jesús, que no saben lo que quieren, ni a dónde pretenden llegar, ni con qué medios han de trabajar.
¿Cuándo nos vamos a sentar para aunar fuerzas, reflexionar juntos y buscar entre todos el camino que hemos de seguir? ¿No necesitamos dedicar más tiempo, más escucha del evangelio y más meditación para descubrir llamadas, despertar carismas y cultivar un estilo renovado de seguimiento a Jesús?
Jesús llama también al realismo. Estamos viviendo un cambio sociocultural sin precedentes. ¿Es posible contagiar la fe en este mundo nuevo que está naciendo, sin conocerlo bien y sin comprenderlo desde dentro? ¿Es posible facilitar el acceso al Evangelio ignorando el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿No es un error responder a los retos de hoy con estrategias de ayer?
Sería una temeridad en estos momentos actuar de manera inconsciente y ciega. Nos expondríamos al fracaso, la frustración y hasta el ridículo. Según la parábola, la «torre inacabada» no hace sino provocar las burlas de la gente hacia su constructor. No hemos de olvidar el lenguaje realista y humilde de Jesús que invita a sus discípulos a ser «fermento» en medio del pueblo o puñado de «sal» que pone sabor nuevo a la vida de las gentes.
José Antonio Pagola
23 Tiempo ordinario – C (Lucas 14,25-33)
Evangelio del 04/Sept/2016
Publicado el 29/ Ago/ 2016
por Coordinador Grupos de Jesús