Domingo, 30 de octubre de 2016

Reflexión a las lecturas de la solemnidad de Todos los Santos ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Solemnidad de Todos los Santos

 

¡Es ésta una de las fiestas más hermosas del Calendario Cristiano!

A lo largo del año, vamos celebrando la fiesta de muchos santos. Hoy celebramos la Solemnidad de Todos los Santos.

Y se estremece nuestro corazón al considerar que familiares, amigos y conocidos nuestros, se encuentran entre esa multitud, que nos presenta la primera lectura.  ¡Hoy es el día del “santo desconocido!”

Por todo ello es éste un día inmensamente alegre y hermoso. Si por un santo, hacemos fiesta, cuánto más al recordar y celebrar a todos los santos.

Contemplamos hoy la gloria, la felicidad y la grandeza en las que termina la vida de los auténticos seguidores de Cristo.  Por eso nos anima, nos hace mucho bien celebrar esta gran Solemnidad. Incluso, parece como si hoy la santidad fuera más cercana, más asequible.

¿Y por qué son santos todos estos hermanos nuestros? ¿En qué consiste esa santidad?

El Vaticano II nos lo explica: “El Bautismo y la fe los han hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por tanto, realmente santos. Por eso deben, con la gracia de Dios, conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron” (L. G. 40).

La santidad, por tanto, es ante todo y sobre todo, don, gracia de Dios, una consecuencia del Bautismo del que nos habla la segunda lectura de hoy. ¡Somos hechos hijos de Dios y, por lo mismo, “realmente santos!”

El Concilio nos señala, además, que esa santidad que recibimos, hay que conservarla, perfeccionarla y llevarla a plenitud.

De esta forma, se nos señala nuestra tarea fundamental, nuestro trabajo más importante en la vida, aquello por lo que hemos de tener más interés y mayor preocupación.

Y necesitamos recordar con frecuencia esta meta a la que estamos llamados, para que no caigamos en la tentación de instalarnos en la mediocridad y en la medianía. ¡Me gusta decir que el Señor no quiere que seamos buenos sino santos!

Santa Teresa decía: “Qué importante en la vida espiritual es sentirnos animados por un gran deseo”.

¡Hoy es un día apropiado para recordar todas estas cosas!

El Evangelio nos presenta, más en concreto, el camino para alcanzar la santidad: La práctica de las bienaventuranzas.

Los santos son, por último, intercesores nuestros. Y es bueno que contemos con su ayuda en nuestro camino hacia la plenitud de la santidad. Así rezamos en la oración de la Misa hoy: “Concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón”.      

 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!    


Publicado por verdenaranja @ 20:43  | Espiritualidad
 | Enviar

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

El libro del Apocalipsis nos presenta, en medio de su lenguaje simbólico, una visión de la asamblea gloriosa de todos los santos, procedentes de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas. 

 

SEGUNDA LECTURA

          S. Juan nos habla, en esta lectura, de nuestra condición de hijos de Dios, que es el fundamento de la santidad, y una llamada permanente a ser santos: “Todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo como Él es puro”, dice el apóstol. Escuchemos con atención. 

 

TERCERA LECTURA 

          El Evangelio nos señala el camino para ser santos: la práctica de las bienaventuranzas.

Pero antes de escucharlo, aclamemos al Señor con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

          Enla Comuniónel Señor nos ofrece su Cuerpo y su Sangre como alimento y fuerza para avanzar en el camino de la santidad. “Una sola Comunión basta para ser santo”, decía Santa Teresa. Y los que comulgamos con frecuencia, ¿por qué no lo hemos conseguido todavía?


Publicado por verdenaranja @ 20:40  | Liturgia
 | Enviar

Reflexión de monseñor  Felipe Arizmendi Esquivel. 27 octubre 2016. (ZENIT)

Amor y respeto por los difuntos

Conservemos nuestras tradiciones del “día de muertos”, porque nos dan identidad, historia, valores y trascendencia

VER

Se acerca la memoria de nuestros difuntos. Es lamentable que la moda pagana y comercial del Hallowen se vaya difundiendo tanto, en vez de nuestras tradiciones tan llenas de contenido, no sólo sentimental, sino humano, familiar, social, cultural, religioso y trascendente.

En mi programa semanal de radio Pregúntale al Obispo, me han llegado estas y otras preguntas: ¿Es pecado celebrar el día los muertos? Nuestros padres están muertos, pero mis hermanas los visitan cada 8 días y nos han dicho que es malo; ¿es cierto? ¿Es posible volver a reencarnar en otro cuerpo, al morir? ¿La Iglesia permite la incineración?

Varias personas optan por conservar en su casa las cenizas de sus seres queridos difuntos, al menos durante el novenario posterior a su muerte, o en forma permanente. Aducen el cariño y la gratitud; dicen que quieren sentirlos muy cercanos y que no los pueden olvidar. En algunas comunidades indígenas, sepultan a sus muertos en la propia casa, sea en el patio, o en alguna de las habitaciones.

PENSAR

El Papa Francisco, en Amoris laetitia, dice: “A veces la vida familiar se ve desafiada por la muerte de un ser querido. No podemos dejar de ofrecer la luz de la fe para acompañar a las familias que sufren en esos momentos (253).

El duelo por los difuntos puede llevar bastante tiempo. En algún momento del duelo hay que ayudar a descubrir que quienes hemos perdido un ser querido todavía tenemos una misión que cumplir, y que no nos hace bien querer prolongar el sufrimiento, como si eso fuera un homenaje. La persona amada no necesita nuestro sufrimiento, ni le resulta halagador que arruinemos nuestras vidas. Tampoco es la mejor expresión de amor recordarla y nombrarla a cada rato, porque es estar pendientes de un pasado que ya no existe, en lugar de amar a ese ser real que ahora está en el más allá. Su presencia física ya no es posible, pero si la muerte es algo potente, «es fuerte el amor como la muerte» (Ct 8,6). El amor tiene una intuición que le permite escuchar sin sonidos y ver en lo invisible. Eso no es imaginar al ser querido tal como era, sino poder aceptarlo transformado, como es ahora. Jesús resucitado, cuando su amiga María quiso abrazarlo con fuerza, le pidió que no lo tocara (cf. Jn 20,17), para llevarla a un encuentro diferente (255).

Nos consuela saber que no existe la destrucción completa de los que mueren y la fe nos asegura que el Resucitado nunca nos abandonará. Así podemos impedir que la muerte envenene nuestra vida, que haga vanos nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro (256).

Una manera de comunicarnos con los seres queridos que murieron es orar por ellos. Dice la Biblia que «rogar por los difuntos» es «santo y piadoso» (2 M 12,44-45). (257).

No desgastemos energías quedándonos años y años en el pasado. Mientras mejor vivamos en esta tierra, más felicidad podremos compartir con los seres queridos en el cielo. Mientras más logremos madurar y crecer, más cosas lindas podremos llevarles para el banquete celestial” (258).

En cuanto a la cremación y depósito de las cenizas, la Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de indicar: “Siguiendo la antiquísima tradición cristiana, la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados. Cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación, la Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo. La cremación no está prohibida, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la fe cristiana. Las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o en una iglesia. No está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de cenizas en el aire, en la tierra, en el agua o en cualquier otra forma” (Ad resurgendum cum Christo).

ACTUAR
Conservemos nuestras tradiciones del “día de muertos”, porque nos dan identidad, historia, valores y trascendencia. Que no nos domine el mercado, con sus ofertas engañosas. Oremos por nuestros difuntos. El altar tradicional en algunos lugares, con sus fotos, velas, flores y ofrendas alimenticias, es un signo de que los experimentamos cercanos, espiritualmente. ¡En Cristo, hay vida y resurrección!


Publicado por verdenaranja @ 20:25  | Hablan los obispos
 | Enviar
S?bado, 29 de octubre de 2016

 DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO C 

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

        Hoy, en el Evangelio, contemplaremos una escena especialmente entrañable: El encuentro de Jesús con Zaqueo, y escuchamos sus palabras conmovedoras: "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Ese es el estilo de Dios. Y por ello, en esta primera lectura, un sabio del Antiguo Testamento, inspirado por el Espíritu Santo, nos explica cómo Dios se acerca a los pecadores, con amor y  misericordia. 

SALMO

Cantemos en el salmo al Dios clemente y misericordioso, que es bueno y cariñoso con todas sus criaturas. 

SEGUNDA LECTURA

       En la segunda lectura S. Pablo nos habla hoy de un tema que preocupaba mucho a los cristianos de su tiempo y que también se plantea actualmente en alguna ocasión: Se trata de saber si el fin del mundo, o mejor, la Segunda Venida del Señor, está cerca. El apóstol les llama a la tranquilidad y a la paz  de acuerdo con lo que les ha enseñado. 

TERCERA LECTURA  

                Aclamemos ahora, con el canto del aleluya, a Jesucristo nuestro Salvador, que, en su encuentro con Zaqueo nos revela el rostro misericordioso de Dios Padre.

                ¡Qué dicha la nuestra que tenemos un Padre así! 

COMUNIÓN

        En la Comunión Jesucristo el Señor quiere hospedarse en nuestra casa, en nuestro corazón. Que el ejemplo de Zaqueo nos estimule a recibirle muy contentos, a convertirnos más y más cada día y a unirnos más a Él.


Publicado por verdenaranja @ 11:47  | Liturgia
 | Enviar

Reflexión a las lecturas del domingo treintiuno del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR "                      

Domingo 31º del T. Ordinario C

 

Zaqueo era una persona destacada en aquella sociedad en que vivía. San Lucas nos lo presenta como “jefe de publicanos y rico”. 

Y este hombre tiene interés, no sabemos por qué, de ver a Jesús. Y, distinguido como era, se sube a una higuera y se contenta con verlo pasar de cerca.

Pero en realidad, Zaqueo buscaba a Jesús, porque antes Jesús, lo buscaba a él. ¡Es el misterio de la gracia divina, que precede y acompaña la acción humana!

¡Quién vería la cara de aquel hombre, cuando Jesús se para, le mira y le dice: “Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa!”. ¡Qué conmoción tuvo que producirse en su interior!  S. Lucas lo resume todo, diciendo sencillamente: “Él bajó enseguida y lo recibió muy contento”.

De esta forma, este hombre se siente, quizá por primera vez, amado y distinguido por un judío. Quizá, por primera vez, se siente mirado por un judío, sin ser despreciado.

Después, S. Lucas nos presenta una doble escena: La primera, fuera de la casa: “Al ver esto, todos murmuraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. La segunda, dentro de la casa. El Evangelio nos la presenta de forma adversativa: “Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres;  y, si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.

¡Asombroso! ¡Impresionante! 

Todos nos preguntamos enseguida: ¿Qué le ha sucedido a Zaqueo, para que actúe así? ¿Cómo es capaz de convertirse hasta ese extremo?

Está claro: Jesucristo que le buscaba, como decíamos antes, le concedió el don de la conversión.

Mis queridos amigos, la conversión, el cambio de vida, no es fruto exclusivo del hombre, de su voluntad, de su fuerza interior. Es, ante todo, y, sobre todo, don, gracia que el Señor no niega a nadie que quiera cambiar. Sin ese don, la conversión es imposible o es cosa de un momento. Por eso, en la S. Escritura leemos: “Conviértenos, Señor. Y nos convertiremos a ti” (Lam. 5, 7).

Zaqueo es, pues, imagen de todo el que busca un cambio en su vida, comenzar de nuevo, partir de cero otra vez.

Los cristianos no tenemos que envidiarle porque Jesucristo, vivo y resucitado, está presente en medio de nosotros, y nos busca para reproducir en nosotros lo de Zaqueo. Él ha instituido los sacramentos, como signos y lugares de su presencia y de su eficacia salvadora.

En el sacramento de la Penitencia, o mejor, de la Reconciliación, el Señor acoge nuestra conversión y dice también de cada uno de nosotros: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”.

De este modo, se vale el Señor de la fragilidad de lo humano, del ministerio ordenado, para seguir realizando hoy sus maravillas en nosotros, como entonces, en casa de Zaqueo.

                                                                         ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!  


Publicado por verdenaranja @ 11:45  | Espiritualidad
 | Enviar
Viernes, 28 de octubre de 2016

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo treintiuno del Tiempo Ordinario C. 

¿PUEDO CAMBIAR?

Lucas narra el episodio de Zaqueo para que sus lectores descubran mejor lo que pueden esperar de Jesús: el Señor al que invocan y siguen en las comunidades cristianas «ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo han de olvidar.

Al mismo tiempo, su relato de la actuación de Zaqueo ayuda a responder a la pregunta que no pocos llevan en su interior: ¿Todavía puedo cambiar? ¿No es ya demasiado tarde para rehacer una vida que, en buena parte, la he echado a perder? ¿Qué pasos puedo dar?

Zaqueo viene descrito con dos rasgos que definen con precisión su vida. Es «jefe de publicanos» y es «rico». En Jericó todos saben que es un pecador. Un hombre que no sirve a Dios sino al dinero. Su vida, como tantas otras, es poco humana.

Sin embargo, Zaqueo «busca ver a Jesús». No es mera curiosidad. Quiere saber quién es, qué se encierra en este Profeta que tanto atrae a la gente. No es tarea fácil para un hombre instalado en su mundo. Pero este deseo de Jesús va a cambiar su vida.

El hombre tendrá que superar diferentes obstáculos. Es «bajo de estatura», sobre todo porque su vida no está motivada por ideales muy nobles. La gente es otro impedimento: tendrá que superar prejuicios sociales que le hacen difícil el encuentro personal y responsable con Jesús.

Pero Zaqueo prosigue su búsqueda con sencillez y sinceridad. Corre para adelantarse a la muchedumbre, y se sube a un árbol como un niño. No piensa en su dignidad de hombre importante. Solo quiere encontrar el momento y el lugar adecuado para entrar en contacto con Jesús. Lo quiere ver.

Es entonces cuando descubre que también Jesús le está buscando a él pues llega hasta aquel lugar, lo busca con la mirada y le dice: «El encuentro será hoy mismo en tu casa de pecador». Zaqueo se baja y lo recibe en su casa lleno de alegría. Hay momentos decisivos en los que Jesús pasa por nuestra vida porque quiere salvar lo que nosotros estamos echando a perder. No los hemos de dejar escapar.

Lucas no describe el encuentro. Solo habla de la transformación de Zaqueo. Cambia su manera de mirar la vida: ya no piensa solo en su dinero sino en el sufrimiento de los demás. Cambia su estilo de vida: hará justicia a los que ha explotado y compartirá sus bienes con los pobres.

Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de «instalarnos» en la vida renunciando a cualquier aspiración de vivir con más calidad humana. Los creyentes hemos de saber que un encuentro más auténtico con Jesús puede hacer nuestra vida más humana y, sobre todo, más solidaria.

José Antonio Pagola

31 Tiempo ordinario – C (Lucas 19,1-10)

Evangelio del 30/Oct/2016

 


Publicado por verdenaranja @ 21:10  | Espiritualidad
 | Enviar
Jueves, 27 de octubre de 2016

Texto Comentario a la liturgia dominical por el Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey. 26 octubre 2016 (México). (ZENIT – México)

Trigésimo primer domingo del tiempo común Ciclo C

Textos: Sabiduría 11, 23-12, 2 Tes 1, 11-2, 2; Lc 19, 1-10

 

Idea principal: Dios nos toma la delantera siempre porque es misericordioso.

Síntesis del mensaje: Estamos acercándonos al final del año litúrgico y también terminando el año de la misericordia. Nunca más oportuno el mensaje consolador de este domingo: el perdón de Dios que nos toma la delantera, o, como dice el Papa Francisco, “nos primerea”. Ambas lecturas (1ª lectura y evangelio) nos animan a todos, que somos pecadores y que tanto necesitamos de la misericordia de Dios, a confiar en Él. “A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (1ª lectura), “porque el Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Salmo). Dios, no sólo nos perdona, sino que quiere entrar y comer en nuestra casa, -que es nuestra alma- como hizo con Zaqueo (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿quién era Zaqueo? ¿Por qué quería ver a Jesús? ¿Pura curiosidad? Zaqueo es una persona rica y poderosa. Jefe de publicanos. Los publicanos eran considerados pecadores por dos motivos. El primero era su falta de honradez: obligaban a la gente a pagar más de lo debido en el cobro de las tasas, a fin de obtener un beneficio. El segundo tenía su origen en que estaban al servicio de una potencia pagana: cobraban las tasas por cuenta del Imperio romano. Por eso la gente de bien nos les hablaba, no comía en las casas de esos corruptos, ni los invitaba. Ese era Zaqueo, el aduanero pagano, rico por cuenta ajena y, por definición, publicano, hombre sin ley, sin entrañas y sin Dios. Impuro legal y contagioso. Pero, ¿qué pasó? Jesús le tomó la delantera.
En segundo lugar, ¿cómo le trató Jesús? Jesús toma la delantera y se autoinvita a la casa de Zaqueo porque sabía que ese hombre era pecador, pues ha venido al mundo para eso, para salvar al perdido. Atravesaba Jericó en olor de multitudes cuando, al pasar bajo una higuera, levantó los ojos adonde la gente apuntaba con los suyos y escuchó las risas, vio a un hombre encajado de bruces en la horquilla de las ramas. Jesús miró para arriba, su mirada sacudió la encina o la higuera y, con algunas hojas del caso, Zaqueo se cayó de maduro. Porque si hay miradas divinas que fulminan al hombre, esta vez le tocó a Zaqueo una de esas miradas. Y durante la comida, Jesús tocó definitivamente el corazón de Zaqueo y se convierte, sacando unas conclusiones muy concretas para reparar las injusticias que había cometido. Sí, Zaqueo era digno de la misericordia y del perdón de Dios. No es nuestra contrición lo que desencadena la misericordia de Dios sino, al revés, la misericordia de Dios es lo que desencadena la contrición del hombre. Luego viene la Iglesia que, con la absolución sacramental, atestigua la verdad del perdón.

Finalmente, ¿cómo terminó Zaqueo? Cristo le tomó la delantera. Y ahora es la hora de Zaqueo que también le tomó la delantera a Dios. En el momento del brindis, Zaqueo dijo: la mitad de lo que tengo será para los pobres. ¿De qué le habrá hablado Jesús para que salga con esas salidas? Apuesto que le habló del evangelio, que es cosa de pobres y de las bienaventuranzas. Y Zaqueo terminó con el fraude, la estafa y el robo. Y además, restituirá lo robado cuatro veces más. Qué habrán pensado los rabinos que “beatificaban”  cuando alguien restituía el 1/5. El derecho romano mandaba devolver cuatro veces lo robado, pero sólo tras sentencia judicial. El derecho judío mandaba devolver el doble de lo robado (cf. Ex 22, 4.7) con al excepción de la famosa oveja robada y, si sacrificaba, había que pagarle cuatro veces más (cf. Ex 21, 37 con 20, 1). Sólo así Jesús “se hospedó”  en su “casa”, es decir, entró la gracia de Cristo en el alma de Zaqueo. Pero primero hubo contrición de corazón, propósito de enmienda, confesión de boca y satisfacción de obra. Adiós, Zaqueo, te seguimos en la leyenda, que nos informa que fuiste discípulo de san Pedro, que san Pedro te consagró obispo para Cesarea, luego…Luego te perdimos de vista para siempre. Quizás descansas debajo de la higuera.

Para reflexionar: ¿pongo límites a la misericordia de Dios? Cuando he sido injusto con alguien, ¿tomo después medidas prácticas para recompensarlo? ¿Soy crítico superficial de gente de Iglesia que trata con ricos y poderosos? ¿Nos alegramos de la vuelta de los alejados y hacemos fiesta sin poner mala cara, como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo? ¿Soy misericordioso o intolerante fiscal y juez de los demás?

Para rezar: Jesús, piedad y misericordia. Gracias por tu perdón. Gracias por invitarme a tu mesa eucarística y permitirme entrar en comunión contigo, pues te has hecho alimento de mi vida. Que de tu Eucaristía aprenda a ser abierto de corazón y misericordioso para con los demás, a ejemplo tuyo. Que me alegre del cambio de vida de tantos Zaqueos, y que participe con ellos del Cuerpo y Sangre de Cristo, sea cual sea la raza, formación, edad y condición social.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected].


Publicado por verdenaranja @ 23:29  | Espiritualidad
 | Enviar

Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 26 de octubre de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano).

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!!

Proseguimos en la reflexión sobre las obras de misericordia corporal, que el Señor Jesús nos ha entregado para mantener siempre viva y dinámica nuestra fe. Esta obra, de hecho, hace evidente que los cristianos no están cansados ni perezosos en la espera del encuentro final con el Señor, sino que cada día van a su encuentro, reconociendo su rostro en el de tantas personas que piden ayuda. Hoy nos detenemos sobre esta palabra de Jesús: “Estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron” (Mt 25,35-36). En nuestro tiempo es más actual que nunca la obra que se refiere a los forasteros. La crisis económica, los conflictos armados y los cambios climáticos, empujan a muchas personas a emigrar. Aún así, las migraciones no son un fenómeno nuevo, sino que pertenecen a la historia de la humanidad. Pensar que sean propias de estos años es falta de memoria histórica.  

La Biblia nos ofrece muchos ejemplos concretos de migración. Basta pensar en Abrahán. La llamada de Dios lo empuja a dejar su país  para ir a otro: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré”. (Gen 12,1). Y así fue para el pueblo de Israel, que desde Egipto, donde era esclavo, caminó durante cuarenta años en el desierto hasta que llegó a la tierra prometida de Dios. La misma Sagrada Familia — María, José y el pequeño Jesús– se vio obligada a emigrar para huir de la amenaza de Herodes: “José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes” (Mt 2,14-15). La historia de la humanidad es historia de migraciones: en todas partes, no hay pueblo que no haya conocido el fenómeno migratorio.

A lo largo de los siglos hemos asistido a grandes expresiones de solidaridad, aunque no hayan faltado las tensiones sociales. Hoy, el contexto de crisis económica favorece lamentablemente el surgir de actitudes de clausura y de no acogida. En algunas partes del mundo surgen muros y barreras. Parece a veces que la obra silenciosa de muchos hombres y mujeres que, de diversas maneras, hacen todo lo posible para ayudar y asistir a los refugiados y los migrantes se vea oscurecida por el ruido de otros que dan voz a un egoísmo instintivo. Pero cerrarse no es una solución, es más, termina por favorecer los tráficos criminales. El único camino de solución es el de la solidaridad. Solidaridad con el inmigrante, el forastero.

El compromiso de los cristianos en este campo es urgente hoy como en el pasado. Mirando al siglo pasado, recordamos la estupenda figura de santa Francesca Cabrini, que dedicó su vida junto con sus compañeras a los migrantes hacia Estados Unidos. También hoy necesitamos estos testimonios para que la misericordia pueda alcanzar a muchos que están necesitados. Es un compromiso que involucra a todos, no excluye a nadie. Las diócesis, las parroquias, los institutos de vida consagrada, las asociaciones y los movimientos, como los cristianos, todos estamos llamados a acoger a los hermanos y las hermanas que huyen de la guerra, del hambre, de la violencia y de condiciones de vida deshumanas. Todos juntos tenemos una gran fuerza de apoyo para los que han perdido la patria, familia, trabajo y dignidad.

Hace algunos días sucedió una pequeña historia, una historia de ciudad. Había un refugiado que buscaba una calle, y una señora se le acercó. “¿Busca algo?” Y estaba sin zapatos este refugiado. Y él dijo: “yo quisiera ir a san Pedro para entrar por la Puerta Santa”. Y la señora pensó, no tiene zapatos. ¿Cómo va a andar? Llamó un taxi, pero el refugiado olía mal. Y el taxista casi no quería que subiera pero al final le ha permitido y la señora junto a él. La señora preguntó un poco de su historia de refugiado, de migrante. El recorrido hasta llegar aquí. Este hombre contó su historia de dolor, de guerras, de hambre, y por qué había huido de su patria para emigrar aquí.

Cuando llegaron la señora abrió el bolso para pagar y el taxista –el que al inicio no quería que este migrante subiera porque olía mal– le dijo a la señora. “No señora, soy yo que debo pagarla a usted, porque me ha hecho escuchar una historia que me ha cambiado el corazón”.

Esta señora sabía qué era el dolor de un migrante porque tenía sangre armena y conoce el sufrimiento de su pueblo. Cuando hacemos algo así, al principio rechazamos por incomodidad, huele mal. Pero al final de la historia, nos perfuma el alma y nos hace cambiar. Pensemos en esta historia y pensemos qué podemos hacer por los refugiados.

Y la otra cosa es vestir al que está desnudo. ¿Qué quiere decir si no restituir la dignidad a quien la ha perdido?  Ciertamente dando vestido a quien no tiene; pero pensemos también en las mujeres víctimas de la trata en las calles, o en los otros demasiados modos de usar el cuerpo humano como mercancía, incluso de menores. Y también así no tener un trabajo, una casa, un salario justo, o ser discriminados por la raza o por la fe. Y a todas las formas de “desnudez”, frente a las cuales como cristianos estamos llamado a estar atentos, vigilantes y preparados para actuar.

Queridos hermanos y hermanas, no caigamos en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, indiferentes a las necesidades de los hermanos y preocupados solo por nuestros intereses. Es precisamente en la medida en la que nos abrimos a los otros que la vida se hace fecunda, las sociedades adquieren la paz y las personas recuperan su plena dignidad. No se olviden de la señora, del migrante, del taxista.

 


Publicado por verdenaranja @ 23:12  | Habla el Papa
 | Enviar
Martes, 25 de octubre de 2016

 La Iglesia, para ayudar a nuestros hermanos difuntos a purificarse y encontrarse definitivamente con Dios, recomienda ofrecer por ellos:

         -oraciones

         -el sacrificio eucarístico

         -limosnas

         -Indulgencias

         -obras de penitencia       (Catecismo de la Iglesia Católica 958, 1032)

 

ANTE LA FESTIVIDAD DEL DIA 1 Y DIA 2 DE NOVIEMBRE

 

La Iglesia invita a sus hijos a hacer uso de las indulgencias en favor de los fieles difuntos

 

Indulgencias

La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados ya borrados en cuanto a la culpa, que el fiel cristiano, debidamente dispuesto y cumpliendo unas ciertas y determinadas condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos. 

La indulgencia es parcial o plenaria, según libre en parte o en todo de la pena temporal debida por los pecados. 

Las indulgencias, tanto parciales como plenarias, pueden aplicarse siempre a los difuntos como sufragio. 

La indulgencia plenaria sólo puede ganarse una vez al día. La indulgencia parcial puede ganarse varias veces al día. 

Para ganar una indulgencia plenaria, además de la exclusión de todo afecto a cualquier pecado, incluso venial, se requiere la ejecución de la obra enriquecida con indulgencia y el cumplimiento de tres condiciones, que son: la confesión sacramental, la comunión eucarística y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice

Las tres condiciones pueden cumplirse unos días antes o después de la ejecución de la obra prescrita: pero conviene que la comunión y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice se realicen el mismo día en que se cumple la obra. 

La condición de orar por las intenciones del Sumo Pontífice se cumple si se reza según su intención un solo Padrenuestro y Avemaría; pero se concede a cada fiel la facultad de rezar cualquier otra fórmula, según su piedad y devoción.

 

OBRA PRESCRITA:

             . Visitar devotamente el cementerio (el día 1 y 2, también en todas las iglesias y

               oratorios) y orar aunque sea sólo mentalmente por los difuntos.

 

SE CONCEDE: -Indulgencia plenaria, aplicable solamente a las almas del purgatorio, del 1 al   

                             8 de Noviembre.

                            -Indulgencia parcial, los demás días del año.


 | Enviar
Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe “Ad resurgendum cum Christo” acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación, fechada el 15 de agosto de 2016, Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María (25 de octubre de 2016) (AICA)
“Ad resurgendum cum Christo”



1. Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario «dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor» (2 Co 5, 8). Con la Instrucción Piam et constantem del 5 de julio de 1963, el entonces Santo Oficio, estableció que «la Iglesia aconseja vivamente la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos», pero agregó que la cremación no es «contraria a ninguna verdad natural o sobrenatural» y que no se les negaran los sacramentos y los funerales a los que habían solicitado ser cremados, siempre que esta opción no obedezca a la «negación de los dogmas cristianos o por odio contra la religión católica y la Iglesia». Este cambio de la disciplina eclesiástica ha sido incorporado en el Código de Derecho Canónico (1983) y en el Código de Cánones de las Iglesias Orientales (1990).

Mientras tanto, la práctica de la cremación se ha difundido notablemente en muchos países, pero al mismo tiempo también se han propagado nuevas ideas en desacuerdo con la fe de la Iglesia. Después de haber debidamente escuchado a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y muchas Conferencias Episcopales y Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha considerado conveniente la publicación de una nueva Instrucción, con el fin de reafirmar las razones doctrinales y pas-torales para la preferencia de la sepultura de los cuerpos y de emanar normas relativas a la conservación de las cenizas en el caso de la cremación.

2. La resurrección de Jesús es la verdad culminante de la fe cristiana, predicada como una parte esencial del Misterio pascual desde los orígenes del cristianismo: «Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce».

Por su muerte y resurrección, Cristo nos libera del pecado y nos da acceso a una nueva vida: «a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos… también nosotros vivamos una nueva vida». Además, el Cristo resucitado es principio y fuente de nuestra resurrección futura: «Cristo resucitó de entre los muertos, como primicia de los que durmieron… del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo» .

Si es verdad que Cristo nos resucitará en el último día, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En el Bautismo, de hecho, hemos sido sumergidos en la muerte y resurrección de Cristo y asimilados sacramentalmente a él: «Sepultados con él en el bautismo, con él habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos» .Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado.

Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma: y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo». Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. También en nuestros días, la Iglesia está llamada a anunciar la fe en la resurrección: «La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella».

3. Siguiendo la antiquísima tradición cristiana, la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados.

En la memoria de la muerte, sepultura y resurrección del Señor, misterio a la luz del cual se manifiesta el sentido cristiano de la muerte, la inhumación es en primer lugar la forma más adecuada para expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal.

La Iglesia, como madre acompaña al cristiano durante su peregrinación terrena, ofrece al Padre, en Cristo, el hijo de su gracia, y entregará sus restos mortales a la tierra con la esperanza de que resucitará en la gloria.

Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne, y pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el cuerpo comparte la historia. No puede permitir, por lo tanto, actitudes y rituales que impliquen conceptos erróneos de la muerte, considerada como anulación definitiva de la persona, o como momento de fusión con la Madre naturaleza o con el universo, o como una etapa en el proceso de reencarnación, o como la liberación definitiva de la “prisión” del cuerpo.

Además, la sepultura en los cementerios u otros lugares sagrados responde adecuadamente a la compasión y el respeto debido a los cuerpos de los fieles difuntos, que mediante el Bautismo se han convertido en templo del Espíritu Santo y de los cuales, «como herramientas y vasos, se ha servido piadosamente el Espíritu para llevar a cabo muchas obras buenas».

Tobías el justo es elogiado por los méritos adquiridos ante Dios por haber sepultado a los muertos, y la Iglesia considera la sepultura de los muertos como una obra de misericordia corporal.

Por último, la sepultura de los cuerpos de los fieles difuntos en los cementerios u otros lugares sagrados favorece el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana, y la veneración de los mártires y santos.

Mediante la sepultura de los cuerpos en los cementerios, en las iglesias o en las áreas a ellos dedicadas, la tradición cristiana ha custodiado la comunión entre los vivos y los muertos, y se ha opuesto a la tendencia a ocultar o privatizar el evento de la muerte y el significado que tiene para los cristianos.

4. Cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación, ésta no debe ser contraria a la voluntad expresa o razonablemente presunta del fiel difunto, la Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo y por lo tanto no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo.

La Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos, porque con ella se demuestra un mayor aprecio por los difuntos; sin embargo, la cremación no está prohibida, «a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana».

En ausencia de razones contrarias a la doctrina cristiana, la Iglesia, después de la celebración de las exequias, acompaña la cremación con especiales indicaciones litúrgicas y pastorales, teniendo un cuidado particular para evitar cualquier tipo de escándalo o indiferencia religiosa.

5. Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente.

Desde el principio, los cristianos han deseado que sus difuntos fueran objeto de oraciones y recuerdo de parte de la comunidad cristiana. Sus tumbas se convirtieron en lugares de oración, recuerdo y reflexión. Los fieles difuntos son parte de la Iglesia, que cree en la comunión «de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia».

La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas.

6. Por las razones mencionadas anteriormente, no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, de acuerdo con la Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos de las Iglesias Orientales, puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar. Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación.

7. Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos, teniendo en cuenta que para estas formas de proceder no se pueden invocar razones higiénicas, sociales o económicas que pueden motivar la opción de la cremación.

8. En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho.

El Sumo Pontífice Francisco, en audiencia concedida al infrascrito Cardenal Prefecto el 18 de marzo de 2016, ha aprobado la presente Instrucción, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 2 de marzo de 2016, y ha ordenado su publicación.

Roma, de la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 15 de agosto de 2016, Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.


Card. Gerhard Ludwig Muller, prefecto.
Arz. Luis Francisco Ladaria Ferrer, secretario.


Lunes, 24 de octubre de 2016

Texto completo del ángelus del 23 de octubre de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! La segunda lectura litúrgica del día nos presenta la exhortación de san Pablo a Timoteo, su colaborador e hijo predilecto, en la cual reflexiona sobre la propia existencia de apóstol totalmente consagrada a la misión.

Viendo a esta altura cercano el final de su camino terreno, la describe refiriéndose a tres períodos: el presente, el pasado y el futuro.

El presente lo interpreta con la metáfora del sacrificio: “Estoy por ser arrojado como ofrenda”. Por lo que se refiere al pasado, Pablo indica que su vida ha transcurrido con la imagen de la ‘buena batalla’, y de ‘la carrera’ de un hombre que ha sido coherente con sus propios empeños y las propias responsabilidades. Como consecuencia para el futuro confía en el reconocimiento por parte de Dios, que es ‘juez justo’.

Pero la misión de Pablo ha resultado eficaz, justa y fiel debido a la cercanía y a la fuerza del Señor, que hizo de él un anunciador del Evangelio a todos los pueblos. Esta es su expresión: “El Señor me ha estado cercano y me ha dado fuerza, para que pudiera llevar a cumplimiento el anuncio del Evangelio y todos los pueblos lo escucharan”.

En esta narración autobiográfica de san Pablo se refleja la Iglesia, especialmente hoy, en la Jornada Misionera Mundial, cuyo tema es “Iglesia misionera, testimonio de misericordia”.

En Pablo la comunidad cristiana encuentra su modelo, en la convicción de que es la presencia del Señor la que volverá eficaz su trabajo apostólico y la obra de evangelización. La experiencia del Apóstol de las Gentes nos recuerda que debemos empeñarnos en las actividades pastorales y misioneras, de una parte, como si el resultado dependiera de nuestros esfuerzos, con el espíritu de sacrificio del atleta que no se detiene ni siquiera delante a las derrotas; pero de otra, sabiendo que el verdadero éxito de nuestra misión es el don de la Gracia: es el Espíritu Santo quien vuelve eficaz la misión de la Iglesia en el mundo.

¡Hoy es tiempo de misión, es tiempo de coraje!, coraje de reforzar los pasos vacilantes, de retomar el gusto por dedicarse al Evangelio, de retomar confianza en la fuerza que la misión lleva consigo. Es tiempo de coraje, si bien el hecho de tener coraje no significa tener garantizado el éxito.

Se nos pide el coraje de luchar, no necesariamente para vencer; para anunciar, no necesariamente para convertir. Se nos pide el coraje para ser alternativos al mundo, sin nunca volvernos polémicos o agresivos. Se nos piede el coraje de abrirnos a todos, sin disminuir nunca lo absoluto y la unicidad de Cristo, único salvador de todos.

Se nos pide el coraje de resistir a la incredulidad, sin volvernos arrogantes. Se nos pide también el coraje del publicano del Evangelio de hoy, que con humildad no osaba ni siquiera elevar los ojos al cielo, pero se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios, ten piedad de mi pecador”. ¡Hoy es el tiempo del coraje, hoy se necesita coraje!

La Virgen María modelo de la Iglesia “en salida” y dócil al Espíritu Santo, nos ayude a todos a ser, gracias a nuestro Bautismo, discípulos misioneros para llevar el mensaje de la salvación a toda la familia humana”.

El Papa Reza la oración del ángelus y después dirige las siguientes palabras:

“En estas horas dramáticas estoy cerca de toda la población de Irak, en particular a la de la ciudad de Mosul. Nuestros ánimos están consternados por los tremendos actos de violencia que desde hace demasiado tiempo se están cometiendo contra ciudadanos inocentes, sea musulmanes que cristianos o pertenecientes a otras etnias y religiones. He sentido dolor al escuchar noticias del asesinato a sangre fría de numerosos hijos de esta querida tierra, entre los cuales muchos niños. Esta crueldad nos hace llorar, dejándonos sin palabras.

A estas palabra de solidaridad les acompaño asegurándoles que les tengo presente en mi oración, para que Irak, aunque duramente golpeado, sea fuerte y firme en la esperanza de poder ir hacia un futuro de seguridad, de reconciliación y de paz. Por todo esto les pido a todos unirse a mi oración, en silencio”.

(El Santo Padre reza un Ave Mária).

“Queridos hermanos y hermanas, les saludo a todos, peregrinos provenientes de Italia y de varios países, iniciando por los polacos que recuerdan aquí en Roma y en su patria los 1050° aniversario de la presencia del cristianismo en Polonia.

Recibo con alegría a los participantes del Jubileo de los Corales de Italia, a los caminantes provenientes de Asís en representación de las propias localidades italianas, y a los jóvenes de las confraternidades de las diócesis de Italia.

Se encuentran presentes además, grupos de fieles de tantas parroquias italianas: no tengo la posibilidad de saludarlos uno a uno, pero les animo a proseguir con alegría en el camino de la fe.

Un pensamiento especial dirijo a la comunidad peruana de Roma, aquí reunida con la sagrada imagen del Señor de los Milagros.

Les agradezco a todos y les saludo con cariño. ¡Les deseo un buen domingo! Y por favor no se olviden de rezar por mi”. Y concluyo son su habitual “Buon pranzo e arrivederci”.

(Traducido desde el audio por ZENIT).

 


Publicado por verdenaranja @ 22:48  | Habla el Papa
 | Enviar

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Con motivo de la Jornada Misionera Mundial que este año cumple su 90° celebración, el domingo 23 de octubre, la Agencia Fides presenta como de costumbre, algunas estadísticas seleccionadas para ofrecer un cuadro panorámico de la Iglesia misionera en el mundo. Las tablas se han extrapolado del último «Anuario Estadístico de la Iglesia» ( actualizado al día 31 de diciembre de 2014) y conciernen a los miembros de la Iglesia, sus estructuras pastorales, las actividades en el campo sanitario, asistencial y educativo. Entre paréntesis está indicada la variación, aumento (+) o disminución (-) con respecto del año anterior, según la comparación efectuada por la Agencia Fides.


Población mundial
A día 31 de diciembre de 2014 la población mundial era igual a 7.160.739.000 personas, con un aumento de 66.941.000 unidades respecto al año anterior. El aumento global este año también incluye a todos los continentes, a excepción de Europa: los aumentos más consistentes, una vez más son en Asia (+ 37.349.000) y en África (+23.000.000), seguidos por América (+8.657.000) y Oceanía (+649.000). En Europa disminuye (-2.714.000).

Número de católicos
En la misma fecha del 31 de diciembre de 2014 el número de católicos era igual a 1.272.281.000 unidades con un aumento total de 18.355.000 personas con respecto al año anterior. El aumento interesa a todos los continentes con excepción de Europa, es más marcado, como el año pasado, en África (+8.535.000) y en América (+6.642.000), seguidos por Asia (+3.027.000) y Oceanía (+208.000). Disminuye en Europa (-57.000). 
El porcentaje de los católicos ha aumentado del 0,09%, situándose en un 17,77%. Con respecto a los continentes, se han registrado aumentos en África (+0,38), América (+0,12), Asia (+0,05), Europa (+0,14) y Oceanía (+0,09).

Habitantes y católicos por sacerdote
El número de los habitantes por sacerdote ha aumentado este año, complesivamente de 130 unidades alcanzando la cuota de 13.882. La distribución por continentes ve incrementos, como en los años precedentes, en América (+79), Europa (+41) y Oceanía (+289); disminuciones en África (-125) y Asia (-1.100).
El número de católicos por sacerdote ha aumentado complesivamente de 41 unidades, alcanzando el número de 3.060. Se registran aumentos en África (+73), América (+59), Europa (+22) y Oceanía (+83). La única disminución en Asia (-27).

Circunscripciones eclesiásticas y estaciones misioneras
Las circunscripciones eclesiásticas son 9 más con respecto al año precedente, llegando a 2.998, con nuevas circunscripciones creadas en África (+1), América (+3), Asia (+3) y Europa (+2). Oceanía queda sin variaciones.
Las estaciones misioneras con sacerdote residente son complesivamente 1.864 (7 menos con respecto al año anterior) y han aumentado en África (+39) y en Europa (+2). Han disminuido en América (-35), Asia (-8) y Oceanía (-5). 
Las estaciones misioneras sin sacerdote residente han aumentado en toral de 2.703 unidades, alcanzando el número de 136.572. Aumentan en África (+1.151), América (+2.891) y Oceanía (+115). Disminuyen en Asia (-1.452) y Europa (-2).

Obispos 
El número de los Obispos en el mundo ha aumentado de 64 unidades, alcanzando el número de 5.237. Este año también aumentan tanto los obispos diocesanos como los religiosos. Los obispos diocesanos son 3.992 (47 más), mientras que los obispos religiosos son 1.245 (17 más). El aumento de los obispos diocesanos interesa, como el año pasado, a todos los continentes con la excepción de Oceanía (-1): América (+20), Asia (+9), África (+1) y Europa (+18). Los obispos religiosos aumentan en todas partes: África (+5), América (+2), Asia (+3), Europa (+6), Oceanía (+1).

Sacerdotes
El número total de sacerdotes en el mundo ha aumentado de 444 unidades con respecto al año anterior, alcanzando una cuota de 415.792. Se señala una vez más una disminución notable en Europa (-2.564) y en una medida más leve en América (-123) y Oceanía (-86), los aumentos se dan en África (+1.089) y Asia (+2.128). Los sacerdotes diocesanos en el mundo han aumentado globalmente de 765 unidades, alcanzando el número de 281.297, con aumentos en África (+1.023), América (+810) y Asia (+848). La disminución, este año de nuevo se registra en Europa (-1.914) a la que se suma Oceanía (-2).Los sacerdotes religiosos han aumentado en su conjunto de 64 unidades y son 134.816. consolidando la tendencia de los disminuido en conjunto de 321 unidades y son 134.495. consolidando la tendencia de los últimos años, crecen en África (+66) y en Asia (+1.280), mientras las disminuciones afectan a América (-933), Europa (-650) y Oceanía (-84). 

Diáconos permanentes
Los diáconos permanentes en el mundo han aumentados de 1.371 unidades, alcanzando el número de 44.566. El aumento más consistente se confirma una vez más en América (+965) y en Europa (+311), a los que se suman este año África (+25), Asia (+65) y Oceanía (+5). 
Los diáconos permanentes diocesanos en el mundo son 43.954, con un aumento total de 1.304 unidades. Crecen en todas partes: en África (+8), América (+971), Asia (+36), Europa (+285), Oceanía (+4). Los diáconos permanentes religiosos son 612,aumentando de 67 unidades con respecto al año anterior, con aumentos en África (+17), Asia (+29), Europa (+26) y Oceanía (+1), la única disminución se registra en América (-6).

Religiosos y religiosas
Los religiosos no sacerdotes han disminuido por segundo año consecutivo, al contrario de la tendencia de los años precedentes, de 694 unidades, situándose en el número de 54.559. Los aumentos se registran en África (+331) y en Asia (+66), mientras disminuyen en América (-362), Europa (-653) y Oceanía (-76). Este año también se confirma la tendencia a la disminución global de las religiosas, que este año ha sido superior con respecto al anterior, disminuyendo en 10.846 unidades. Son en total 682.729. Los aumentos se registran otra vez, en África (+725) y en Asia (+604), as disminuciones en América (–4.242), Europa (-7.733) y Oceanía (–200).

Institutos seculares
Los miembros de los Institutos seculares masculinos son en total 654, con una disminución global de 58 unidades, casi igual a la del año anterior. A nivel continental este año también crecen sólo en África (+2), mientras disminuyen en América (-13), Asia (-16) y Europa (-31), queda sin variaciones también este año Oceanía.
Los miembros de los Institutos seculares femeninos han aumentado en 243 unidades, sumando un total de 24.198 miembros. Aumentan en Asia (+44) y Europa (+515) mientras disminuyen en África (-7), América (-306) y Oceanía (-3). 

Misioneros laicos y catequistas
El número de Misioneros laicos en el mundo es de 368.520 unidades, con un aumento global de 841 unidades y aumentos en África (+9), Europa (+6.806) y Oceanía (+41). Mientras disminuyen en América (-5.596) y Asia (-419).
Los Catequistas en el mundo han aumentado en total de 107.200 unidades, llegando a la cifra de 3.264.768. Este año también se registran aumentos consistentes en África (+103.084), en Asia (+6.862) y en medida más contenida en Oceanía (+271). Las disminuciones afectan a América (-2.814) y Europa (-203).

 Seminaristas mayores

El número de seminaristas mayores, diocesanos y religiosos, este año también han disminuido globalmente de 1.312 unidades, alcanzando el número de 116.939. Como en el año anterior, los aumentos se han registrado en África (+636), mientras disminuyen en América (-676), Asia (-635), Europa (-629) y Oceanía (-8). 
Los seminaristas mayores diocesanos son 70.301 (-1.236 respecto al año precedente) y los religiosos 46.638 (-76). Para los seminaristas diocesanos el aumento se produce sólo en África (+222) y las disminuciones en América (-594), Asia (-373), Europa (-471) y Oceanía (-20).Los seminaristas mayores religiosos disminuyen en tres continentes: América (-82), Asia (-262) y Europa (-158). Aumentan en África (+414) y Oceanía (+12).

Seminaristas menores
El número total de seminaristas meno res, diocesanos y religiosos, este año ha aumentado de 1.014 unidades, alcanzando el número de 102.942. Han aumentado en todos los continentes excepto en Oceanía (-42): África (+487), América (+1), Asia (+174), Europa (+394).
Los seminaristas menores diocesanos son 78.489 (-67) y los religiosos 24.453 (+1.081). Para los seminaristas diocesanos la disminución se registra en América (-47), Asia (-668) y Oceanía (-37), el aumento en África (+291) y Europa (+394). 
Los seminaristas menores religiosos han aumentado en África (+196), América (+48) y Asia (+842), mientras han disminuido en Oceanía (-5) y permanecen estables en Europa. 

Institutos de instrucción y educación
En el campo de la instrucción y la educación la Iglesia administra en el mundo 73.580 escuelas infantiles frecuentadas por 7.043.634 alumnos; 96.283 escuelas primarias con 33.516.860 alumnos; 46.339 institutos de secundaria con 19.760.924 alumnos. Además sigue a 2.477.636 alumnos de escuelas superiores y 2.719.643 estudiantes universitarios.

Institutos sanitarios, de beneficencia y asistencia 
Los institutos de beneficencia y asistencia administrados en el mundo por la Iglesia engloban: 5.158 hospitales con mayor presencia en América (1.501) y África (1.221); 16.523 dispensarios, la mayor parte en África (5.230), América (4.667) y Asia (3.584); 612 leproserías distribuidas principalmente en Asia (313) y África (174); 15.679 casas para ancianos, enfermos crónicos y minusválidos la mayor parte en Europa (8.304) y América (3.726); 9.492 orfanatos en su mayoría en Asia (3.859); 12.637 guarderías con el mayor número en Asia (3.422) y América (3.477); 14.576 consultorios matrimoniales, en gran parte en Europa (5.670) y América (5.634); 3.782 centros de educación o re-educación social y 37.601 instituciones de otros tipos.

Circunscripciones eclesiásticas dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
Las circunscripciones eclesiásticas dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Cep) a fecha del 4 de octubre de 2016 son en total 1.108, tres circunscripciones menos respecto al año precedente.
La mayor parte de las circunscripciones eclesiásticas dependientes de Propaganda Fide se encuentran en África (508) y en Asia (480). Seguidas por América (74) y Oceanía (46). (SL) (Agencia Fides 23/10/2016)

LINK
El texto completo de las Estadísticas 2016: -> http://www.fides.org/es/attachments/view/file/ESTADISTICAS_2016_-SP.doc


 | Enviar
Domingo, 23 de octubre de 2016

Texto del papa Francisco en la catequesis de la audiencia jubilar del sábado 22 de octubre de 2016 (ZENIT – Roma)

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El fragmento del Evangelio de Juan que hemos escuchado narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Lo que conmueve de este encuentro es el diálogo tan cerrado entre la mujer y Jesús. Esto hoy nos permite subrayar un aspecto muy importante de la misericordia, que es precisamente el diálogo.

El diálogo permite a las personas conocerse y comprender las exigencias los unos de los otros. Sobre todo, es una señal de gran respeto, porque pone a las personas en actitud de escucha y en condiciones de acoger los mejores aspectos del interlocutor. En segundo lugar, el diálogo es expresión de caridad porque –aun sin ignorar las diferencias- puede ayudar a buscar y compartir el bien común. Por otra parte, el diálogo nos invita a ponernos delante del otro viéndolo como un don de Dios, que nos interpela y nos pide ser reconocido.

Muchas veces no nos encontramos a los hermanos, incluso viviendo al lado, sobre todo cuando hacemos prevalecer nuestra posición sobre la del otro. No dialogamos cuando no escuchamos lo suficiente o tenemos a interrumpir al otro para demostrar que tenemos razón. Pero cuántas veces, cuántas veces estamos escuchando a una persona, la paramos y decimos: “¡No!¡No!¡No es así!” y no dejamos que termine de explicar lo que quiere decir. Y esto impide el diálogo: esto es agresión. El verdadero diálogo, en cambio, necesita momentos de silencio, en los que acoger el don extraordinario de la presencia de Dios en el hermano.

Queridos hermanos y hermanas, dialogar ayuda a las personas a humanizar las relaciones y a superar las incomprensiones. Hay mucha necesidad de diálogo en nuestras familias, ¡y cómo se resolverían más fácilmente las cuestiones si se aprendiera a escucharse mutuamente! Es así en la relación entre marido y mujer, y entre padres e hijos. Cuánta ayuda puede venir también del diálogo entre los enseñantes y sus alumnos; o entre dirigentes y trabajadores, para descubrir las exigencias mejores del trabajo.

De diálogo vive también la Iglesia con los hombres y las mujeres de cada época, para comprender las necesidades que están en el corazón de cada persona y para contribuir a la realización del bien común. Pensemos en el gran don de la creación y en la responsabilidad que todos tenemos de salvaguardar nuestra casa común: el diálogo sobre un tema tan central es una exigencia ineludible. Pensemos en el diálogo entre las religiones, para descubrir la verdad profunda de su misión en medio de los hombres, y para contribuir a la construcción de la paz y de una red de respeto y de fraternidad.

Para concluir, todas las formas de diálogo son expresión de la gran exigencia de amor de Dios, que va al encuentro de todos y en cada uno pone una semilla de su bondad, para que pueda colaborar con su obra creadora.

El diálogo abate los muros de las divisiones y de las incomprensiones; crea puentes de comunicación y no consiente que uno se aísle, encerrándose en el propio pequeño mundo. No lo olvidéis: dialogar es escuchar lo que me dice el otro y decir con mansedumbre lo que pienso yo. Si las cosas son así, la familia, el barrio, el puesto de trabajo, serán mejores. Pero si yo no dejo que el otro diga todo lo que tiene en el corazón y comienzo a gritar –hoy en día se grita mucho– no irá a buen fin esta relación entre nosotros; no irá a buen fin la relación entre marido y mujer, entre padres e hijos. Escuchar, explicar, con mansedumbre, no ladrar al otro, no gritar, sino tener un corazón abierto.

Jesús conocía bien lo que había en el corazón de la samaritana, una grande pecadora; y a pesar de eso no le negó que se pudiera expresar, la dejó hablar hasta el final, y entró poco a poco en el misterio de su vida. Esta enseñanza vale también para nosotros. A través del diálogo podemos hacer crecer las señales de la misericordia de Dios y convertirlas en instrumento de acogida y de respeto”.

Después de haber resumido su catequesis en distintas lenguas, el Papa ha saludado a los grupos de fieles presentes.

La Audiencia Jubilar ha concluido con el canto del Pater Noster y la Bendición Apostólica.


Publicado por verdenaranja @ 19:22  | Habla el Papa
 | Enviar
Viernes, 21 de octubre de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo treinta del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"                       

Domingo 30º del T. Ordinario C 

Hace algunos domingos que reflexionábamos sobre la virtud de la humildad.

Decíamos que hablar de la humildad puede parecernos una cosa pasada, propia de otros tiempos, de un sentido distinto de la vida y de las realidades humanas. Sin embargo, enseguida nos dábamos cuenta de que una verdadera humildad es imprescindible, a la hora de dar un paso adelante en la vida cristiana.

Hoy lo comprobamos en el Evangelio, que nos enseña la necesidad de orar con humildad.

Jesús lo ilustra con una parábola: La del fariseo y el publicano.

El texto nos indica el objetivo de la parábola: “Por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás”. Es una definición perfecta del orgullo de los fariseos.

Ojalá tuviéramos tiempo para detenernos aquí, e ir analizando, poco a poco, esta descripción impresionante.

Comienza la parábola diciendo: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro era un publicano”.

Y termina la parábola diciendo que el publicano bajó a su casa justificado y el fariseo, no.

De este modo, el publicano se convierte, una vez más, en el ejemplo, a seguir.

¿Por qué? ¿Qué ha pasado? Veamos:

El fariseo, en realidad, no ora; no alaba al Señor por sus maravillas, ni se acoge a su misericordia, ni solicita su ayuda. No ora, se exhibe delante de Dios, como un hombre que estuviera “justificado por sus obras”. Se presenta como un buen cumplidor de la Ley de Moisés; y es posible que lo fuera; pero su orgullo es como una polilla, que lo carcome todo, desde dentro, y lo inutiliza delante de Dios.

Constatamos aquí cómo ese orgullo le lleva a “sentirse seguro de sí mismo y a despreciar a los demás”; en este caso, al publicano.

Éste, en cambio, ora desde lo profundo de su corazón, porque se siente pecador, necesitado de la misericordia y del auxilio de Dios. De este modo, obtiene el perdón del Señor, que es rico en misericordia, y que no ha enviado a su Hijo para los justos, sino para los pecadores (Mt 9,13).

Y se repite la misma sentencia del evangelio del otro día: “Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

De este modo se realiza lo que escuchamos en la primera lectura de hoy: “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan”.

Vislumbramos también aquí el tema de “la justificación por la fe”, que irá reapareciendo, de tiempo a tiempo, a lo largo de la Historia.

La  virtud de la  humildad, por tanto, es fundamental en la oración y en todo; y, conscientes de nuestra fragilidad, a la hora de practicarla, nos dirigimos al Señor este domingo, diciéndole: “Oh Jesús, manso y humilde de corazón, danos un corazón semejante al tuyo”.

Son estas las disposiciones con las que debemos celebrar hoy la Jornada de las Misiones, EL DOMUND.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 19:24  | Espiritualidad
 | Enviar

DOMINGO 30º DEL T. ORDINARIO  C   

MONICIONES

 PRIMERA LECTURA

        La primera lectura es un canto a la eficacia de la oración. Cuando asciende al Cielo desde los labios de los pobres y humildes, siempre llega a su destino: el corazón misericordioso de Dios. 

SEGUNDA LECTURA

        La lectura de las cartas de S. Pablo a su discípulo Timoteo, que hemos venido escuchando los últimos domingos, termina hoy.

        Ante la proximidad de su muerte, el apóstol hace una preciosa síntesis de su vida, y nos transmite un mensaje de fortaleza y confianza en el Señor. 

TERCERA LECTURA     

        En el Evangelio escuchamos la parábola del fariseo y el publicano.

        Aclamemos ahora a Jesucristo, manso y humilde de corazón, con el canto del aleluya. 

COMUNIÓN

        Hemos de acercarnos a recibir al Señor con auténtica hambre de Dios, fruto de un corazón humilde y pobre, para que Él nos llene de su luz y de su fortaleza. 


Publicado por verdenaranja @ 19:16  | Liturgia
 | Enviar
Jueves, 20 de octubre de 2016

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo Treinta del Tiempo Ortdinario C.

LA POSTURA JUSTA

 

Según Lucas, Jesús dirige la parábola del fariseo y el publicano a algunos que presumen de ser justos ante Dios y desprecian a los demás. Los dos protagonistas que suben al templo a orar representan dos actitudes religiosas contrapuestas e irreconciliables. Pero ¿cuál es la postura justa y acertada ante Dios? Esta es la pregunta de fondo.

El fariseo es un observante escrupuloso de la ley y un practicante fiel de su religión. Se siente seguro en el templo. Ora de pie y con la cabeza erguida. Su oración es la más hermosa: una plegaria de alabanza y acción de gracias a Dios. Pero no le da gracias por su grandeza, su bondad o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.

En seguida se observa algo falso en esta oración. Más que orar, este hombre se contempla a sí mismo. Se cuenta su propia historia llena de méritos. Necesita sentirse en regla ante Dios y exhibirse como superior a los demás.

Este hombre no sabe lo que es orar. No reconoce la grandeza misteriosa de Dios ni confiesa su propia pequeñez. Buscar a Dios para enumerar ante él nuestras buenas obras y despreciar a los demás es de imbéciles. Tras su aparente piedad se esconde una oración «atea». Este hombre no necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.

La oración del publicano es muy diferente. Sabe que su presencia en el templo es mal vista por todos. Su oficio de recaudador es odiado y despreciado. No se excusa. Reconoce que es pecador. Sus golpes de pecho y las pocas palabras que susurra lo dicen todo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador».

Este hombre sabe que no puede vanagloriarse. No tiene nada que ofrecer a Dios, pero sí mucho que recibir de él: su perdón y su misericordia. En su oración hay autenticidad. Este hombre es pecador, pero está en el camino de la verdad.

El fariseo no se ha encontrado con Dios. Este recaudador, por el contrario, encuentra en seguida la postura correcta ante él: la actitud del que no tiene nada y lo necesita todo. No se detiene siquiera a confesar con detalle sus culpas. Se reconoce pecador. De esa conciencia brota su oración: «Ten compasión de este pecador».

Los dos suben al templo a orar, pero cada uno lleva en su corazón su imagen de Dios y su modo de relacionarse con él. El fariseo sigue enredado en una religión legalista: para él lo importante es estar en regla con Dios y ser más observante que nadie. El recaudador, por el contrario, se abre al Dios del Amor que predica Jesús: ha aprendido a vivir del perdón, sin vanagloriarse de nada y sin condenar a nadie.

José Antonio Pagola

30 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,9-14)

Evangelio del 23/Oct/2016

Publicado el 17/ Oct/ 2016

por Coordinador Grupos de Jesús


Publicado por verdenaranja @ 18:38  | Espiritualidad
 | Enviar

Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 18 octubre 2016 (ZENIT)

TRIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN

Ciclo C

Textos: Eclesiástico 35, 15b-17.20-22a; 2 Tm 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14

 

Idea principal: ¿Dónde estamos retratados cuando oramos a Dios: en el fariseo orgulloso o en el humilde publicano?

Síntesis del mensaje: Si Dios tiene una debilidad es ésta: ante el humilde se conmueve, lo bendice, lo llena de bienes, lo escucha (salmo y evangelio). Sí, los gritos del humilde y pobre atraviesan las nubes (1ª lectura). El domingo pasado Dios nos invitaba a ser agradecidos, reconociendo lo que Él hace por nosotros. Hoy nos disuade de adoptar una actitud de soberbia y engreimiento, en nuestra oración y en nuestra vida. San Pablo al decir que ha combatido bien el combate de la fe no lo hace para presumir como el fariseo del evangelio, sino para reconocer la obra de Dios en él y en las comunidades cristianas por él fundadas (2ª lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugarobservemos al fariseo. Es la personificación de la soberbia encarnada. Tomemos nota de sus actitudes. Está de pie, en vez de rodillas. Se auto alaba y abanica, en vez de adorar y alabar a Dios. Tapa la boca a Dios, y sólo habla de sí mismo, en vez de escuchar a Dios. Juzga al pobre publicano, en vez de mirar su mezquino y podrido corazón. Orgulloso, autosuficiente, vanidoso, justo satisfecho de sí mismo y que mira por encima del hombro a los otros. Se cree buena persona porque cumple como el primero, no roba ni mata, ayuda cuando toca y paga lo que hay que pagar. Pero no ama. Está lleno de su propia santidad, y no hay lugar para la gracia de Dios. Es justo, pero con poca fe, humildad y sinceridad dentro. Orgulloso de sus virtudes, y da gracias a Dios por lo bueno que es, y no porque Dios le da gracias para ser bueno y honesto. Enumera con gusto la lista de virtudes y sus méritos. Su oración fue un estallido de soberbia. ¿Resultado? Sale del templo peor que entró, pues la oración del soberbio no llega a Dios (1ª lectura). Este tipo de personas repugna a Dios.


En segundo lugarobservemos al publicano. El publicano era un sinvergüenza integral. Era el recaudador de la Hacienda del fisco y de los impuestos. Tenía las aduanas ganadas a subasta o a contrata o a soborno. Y recaudaba para los arcones de Roma, para las arcas del templo y, de paso, para su bolsillo. Sí, había tarifas, pero ¿qué le importaba? Los griegos tenían un refrán ‘los recaudadores, todos pecadores’. El publicano no tenía ni derechos civiles. Pero, este publicano de hoy fue tocado por el dedo de Dios y vino a pedir perdón al Señor. Ejemplo de humildad. Tomemos nota de sus actitudes. Se mantiene a distancia, porque no se cree digno de acercarse al Dios tres veces santo. Se reconoce pecador delante de Dios, y no justo y santo. Tal vez no era muy dado a rezar, pero el día que se decidió a ir al templo, oró con toda su alma, golpeándose el pecho. Subió al templo a orar y se echó a llorar. Su oración fue un estallido de desconsuelo. Y Cristo lo alabó, pues vino al mundo como abogado de causas perdidas. ¿Resultado? Sale del templo justificado, es decir, perdonado, reconciliado por Dios y con Dios. Si hay una debilidad en Dios es ésta: bendice al humilde pecador que pide perdón.

Finalmenteobservémonos a nosotros mismos. Para los oyentes de Jesús, esta parábola del fariseo y del publicano, tuvo que ser una sorpresa, un escándalo y un rechazo. Porque, ¿qué ha hecho de malo el fariseo? ¿Qué ha hecho de bueno el publicano? ¿De manera que Dios le hace ascos al fariseo, cumplidor fiel de la ley, y prefiere al que de la ley ha hecho mangas y capirotes? Pues entonces, ancha es Castilla y, ¡a vivir, que son cuatro días! ¡Cuidado! Jesús no condenó al fariseo religioso y cumplidor, ni canonizó al publicano, sino que mejoró a los dos. ¿Qué somos: fariseos o publicanos? Seremos fariseos orgullosos, si no nos reconocemos pecadores y necesitados de misericordia divina; si vamos pregonando nuestras virtudes y buenas obras como si fueran conquistas de nuestros músculos y no gracias de Dios correspondidas y secundadas; si juzgamos a los demás y nos consideramos mejores que ellos, cuando sólo Dios conoce el corazón de cada uno; cuando cumplimos por cumplir y ganarnos la salvación, y no para contentar a Dios y ayudar al prójimo. Seremos publicanos mirados y bendecidos por Dios, cuando acudimos a orar a Dios para alabarle, adorarle, bendecirle, pedirle perdón por nuestros pecados; cuando consideramos a los demás mejores que nosotros, e incluso los perdonamos sin rencor cuando no nos asisten o nos abandonan, como le pasó a san Pablo (2ª lectura); cuando cumplimos por amor a Dios. Yo saco esta moraleja: aquí todos o fariseos o publicanos. ¿Que uno cumple como un robot? Conviértase a la cordialidad con Dios como el publicano. ¿Que uno vive como un publicano? Recuerde que, además, tiene que cumplir como un fariseo de los buenos. Dios mejorará a los dos. Es lo que me sugiere esta parábola.

Para reflexionar: ¿En cuál de los dos personajes nos sentimos reflejados: en el que está contento y seguro de sí mismo y desprecia a los demás, o en el pecador que invoca el perdón de Dios? ¿Cuánto tengo de fariseo y cuánto de publicano? ¿Voy a la oración con humildad, confianza y anhelo de ser perdonados y perdonar?

Para rezar: recemos con santa Teresita de Liseux esta oración para pedir la gracia de la humildad: “Te ruego, divino Jesús, que me envíes una humillación cada vez que yo intente colocarme por encima de las demás. Yo sé bien Dios mío, que al alma orgullosa tú la humillas y que a la que se humilla le concedes una eternidad gloriosa; por eso, quiero ponerme en el último lugar y compartir tus humillaciones, para tener parte contigo en el Reino de los cielos. Pero Tú, Señor, conoces mi debilidad. Cada mañana hago el propósito de practicar la humildad, y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo. Por eso, quiero, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en Ti. Para alcanzar esta gracia de tu infinita misericordia, te repetiré muchas veces: ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!”.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected]


Publicado por verdenaranja @ 18:33  | Espiritualidad
 | Enviar
Viernes, 14 de octubre de 2016

Reflexión a las lecturas del domingo veintinueve del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"           

Domingo 29º del T. Ordinario C

 

Comienza el Evangelio de hoy diciendo: “Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre, sin desanimarse…” Y nos presenta la parábola del “juez inicuo”: Una mujer viuda que, a base de insistencia, consigue que el juez le haga justicia.

Con cierta frecuencia, nos habla el Señor de la oración de petición, que es sólo uno de los tipos de oración. Él quiere que le pidamos con frecuencia y con insistencia, porque Él, que nos ha colmado y nos colma continuamente de dones, ha querido concedernos otros, si se los pedimos.

Pero, una mala inteligencia de éste y otros textos parecidos del Evangelio, ha llevado a muchos cristianos a “desanimarse”, es decir, a perder la confianza en la oración e, incluso, a alejarse de Dios.

Es verdad que, en una reflexión como ésta, que tiene que ser breve, no podemos abordar toda la problemática de la oración de petición, pero intentaremos acercarnos un poco.

Lo primero es que, en esos textos del Evangelio, el Señor se expresa, como dicen los entendidos, “de forma absoluta”, es decir, sin  más explicaciones, ni matizaciones: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá…” (Mt. 7, 7) Por eso,  hay que interpretarlos correctamente y, dentro de las demás enseñanzas del Señor, de los apóstoles y de toda la Tradición de la Iglesia.

La oración nunca se ha entendido, como un medio para conseguir todo lo que queramos, de un modo inmediato, de forma que sea como una de esas máquinas modernas, en las que ponemos una moneda, y nos sale un café u otra cosa que hayamos elegido. La oración no es así.

Ni tampoco, se ha considerado nunca como “una victoria” sobre la voluntad de Dios. Como si con la oración consiguiéramos cambiar el parecer de Dios.

Recordemos aquella escena trágica del Evangelio en la que el Señor ora en el Huerto de los Olivos (Cfr. Lc 22,39). El Padre no le concede al Hijo lo que le pide, no puede hacerlo, pero le envía un ángel para que le conforte en la agonía. La oración es siempre eficaz. Siempre se nos concede algo. Al mismo tiempo se nos enseña aquí la forma correcta de orar: “Padre, que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. La oración, por tanto, se sitúa siempre en el contexto de la voluntad de Dios, que no es “el capricho de Dios”, sino lo que realmente nos conviene.

¡Jesús experimenta, como nosotros a veces, el aparente “silencio de Dios!”

Y cuánto nos enseña y nos ayuda también esa escena conmovedora que nos presenta la primera lectura de este domingo: Moisés sube a la montaña para orar. Cuando tiene los brazos en alto, vence el ejército de Israel; cuando los baja, por el cansancio, vence Amalec. Es una imagen de lo que tiene que ser nuestra vida y la vida de la Iglesia: oración y acción.

En medio de la sociedad actual en la que parece que el hombre se basta a sí mismo, los cristianos poseemos “el secreto de la oración”. Y no dejamos de repetir constantemente  lo que hemos proclamado hoy, en el salmo responsorial: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.

 

                                                                     ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

 


Publicado por verdenaranja @ 23:00  | Espiritualidad
 | Enviar

DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO C      

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

          Contemplamos ahora una escena del Antiguo Testamento. El avance o retroceso de la lucha del ejército de Israel contra Amalec, depende, en cada momento, de la oración insistente de Moisés en lo alto de la montaña. Escuchemos con atención. 

 

SALMO

          En medio de las dificultades, el creyente conoce una fuerza y una ayuda superior: el auxilio del Señor que hizo el cielo y la tierra. 

 

SEGUNDA LECTURA

          S. Pablo manda a su discípulo Timoteo que alimente su fe con la lectura de la Sagrada Escritura, y le ordena solemnemente, en nombre de Cristo, que no decaiga en la proclamación de la Palabra de Dios. 

 

TERCERA LECTURA

          En el Evangelio el Señor nos recomienda que oremos con insistencia y sin desanimarnos. Y lo ilustra con una parábola.

          Aclamémosle ahora con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

          La Eucaristía es la gran oración de la Iglesia. Ahora recibimos al mismo Cristo, y tenemos la oportunidad de presentarle, de la mejor manera, nuestra oración, nuestras peticiones, por la Iglesia que avanza en la realización del plan de Dios en el mundo.

         

 

 


Publicado por verdenaranja @ 22:57  | Liturgia
 | Enviar

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo veintinueve del Tiempo Ordinario C. 

EL CLAMOR DE LOS QUE SUFREN

 

La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, como tantos otros, un relato abierto que puede suscitar en los oyentes diferentes resonancias. Según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar en que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. ¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?

En la tradición bíblica la viuda es símbolo por excelencia de la persona que vive sola y desamparada. Esta mujer no tiene marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Solo tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento de nadie.

Lo que pide la mujer no es un capricho. Solo reclama justicia. Esta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: «Buscad el reino de Dios y su justicia».

Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Esta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa.

Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos solo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso.

¿Por qué nuestra comunicación con Dios no nos hace escuchar por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas: «Hacednos justicia»? Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre?

La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos alimentando nuestras devociones privadas olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses, sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Y si orar fuese precisamente olvidarnos de nosotros y buscar con Dios un mundo más justo para todos?

José Antonio Pagola

29 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,1-8)

por Coordinador Grupos de Jesús


Publicado por verdenaranja @ 22:54  | Espiritualidad
 | Enviar

Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel,  Obispo de San Cristóbal de Las Casas. 12 octubre 2016 (ZENIT - HSM)

Construir la paz

Son frecuentes los conflictos en nuestras comunidades, por problemas de tierras, por inconformidades postelectorales, por insatisfacción ante las autoridades, por hechos violentos entre personas, grupos, partidos y organizaciones. Queda uno que otro caso de intolerancia religiosa entre creyentes, aunque casi siempre se mezcla la religión con otro tipo de razones políticas, económicas y sociales. Ante esto, algunos querrían que los obispos interviniéramos más. Otros, al contrario, nos critican cuando damos una palabra pacificadora, pues dicen que no debemos meternos en política.

En dos municipios con mayoría de población indígena, Oxchuc y Chenalhó, dos mujeres originarias ganaron las elecciones del año pasado para ser presidentas municipales. Sin embargo, por diversas razones políticas, históricas y culturales, sus mismos pueblos las hicieron que presentaran su renuncia. Como esto fue bajo presión, ellas acudieron a instancias superiores y obtuvieron que se les reponga en su puesto. Con todo, no lo han podido hacer plenamente. He afirmado ante los medios que es muy difícil que sus comunidades les permitan ejercer su cargo en forma pacífica, porque hay historias y agravios que, desde fuera, no se comprenden.

He sugerido que se busquen alternativas políticas y administrativas, para evitar derramamiento de sangre y más violencia. Por motivos semejantes, fue asesinado el presidente municipal de San Juan Chamula, y acaba de renunciar el sustituto. Lo que me importa como obispo no es quién queda en un cargo, sino que haya paz social, que no se promuevan más enfrentamientos de graves consecuencias, que nuestros pueblos vivan con seguridad y progreso. Sin embargo, en dos noticieros nacionales se presentó en forma sesgada mi opinión, como si yo estuviera de acuerdo en que dichas mujeres no ocupen su cargo sólo por ser mujeres. Nada más falso. Son mujeres muy preparadas, con estudios y visión. Una de ellas ya fue presidenta municipal en otro periodo y cada día las mujeres van ocupando estos cargos de importancia. Lo que he afirmado es que, si regresan, puede haber más violencia, puede haber heridos y muertos, porque así lo han expresado sus paisanos. Esto es lo que queremos evitar. Como mujeres, tienen todo nuestro respeto y respaldo. No es cuestión de género, sino de intereses políticos y económicos. Desde su mesa de conductores de televisión, no tienen la visión de lo que pasa entre nosotros, y emiten juicios sin fundamento en la verdad. Pueden hasta calumniar.

PENSAR

Nuestra misión es ayudar a construir la paz, como dijo el Papa Francisco en el encuentro reciente de Asís, en una jornada de oración con líderes de muchas confesiones religiosas:

Hemos implorado el don santo de la paz. Hemos orado para que las conciencias se movilicen y defiendan la sacralidad de la vida humana, promuevan la paz entre los pueblos y cuiden la creación, nuestra casa común. La oración y la colaboración concreta nos ayudan a no quedar encerrados en la lógica del conflicto y a rechazar las actitudes rebeldes de los que sólo saben protestar y enfadarse. La oración y la voluntad de colaborar nos comprometen a buscar una paz verdadera, no ilusoria: no la tranquilidad de quien esquiva las dificultades y mira hacia otro lado, cuando no se tocan sus intereses; no el cinismo de quien se lava las manos cuando los problemas no son suyos; no el enfoque virtual de quien juzga todo y a todos desde el teclado de un ordenador (una computadora), sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos, ni ensuciarse las manos para ayudar a quien tiene necesidad.

Nuestro camino es el de sumergirnos en las situaciones y poner en el primer lugar a los que sufren; el de afrontar los conflictos y sanarlos desde dentro; el de recorrer con coherencia el camino del bien, rechazando los atajos del mal; el de poner en marcha pacientemente procesos de paz, con la ayuda de Dios y con la buena voluntad.

Deseamos que los hombres y mujeres de religiones diferentes, allá donde se encuentren, se reúnan y susciten concordia, especialmente donde hay conflictos. Nuestro futuro es el de vivir juntos. Por eso, estamos llamados a liberarnos de las pesadas cargas de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio. Que los creyentes sean artesanos de paz, invocando a Dios y trabajando con los hombres. Y nosotros, como responsables religiosos, estamos llamados a ser sólidos puentes de diálogo, mediadores creativos de paz” (20-IX-2016).

ACTUAR

Oremos por la paz en nuestros pueblos, confiando en la fuerza eficaz de la oración. Y sostenidos por el Dios del amor y de la paz, contribuyamos todos, autoridades y ciudadanos, a construir la paz familiar y social. ¡De todos depende!


Publicado por verdenaranja @ 22:49  | Hablan los obispos
 | Enviar
Jueves, 13 de octubre de 2016

Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 12 de octubre de 2016. 12 octubre 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las catequesis precedentes nos hemos adentrado poco a poco en el gran misterio de la misericordia de Dios. Hemos meditado sobre el actuar del Padre en el Antiguo Testamento y después, a través de los pasajes evangélicos, hemos visto cómo Jesús, en sus palabras y en sus gestos, es encarnación de la Misericordia. Él, a su vez, ha enseñado a sus discípulos: “Sed misericordiosos como el Padre” (Lc 6,36). Es un compromiso que interpela la conciencia y la acción de cada cristiano. De hecho, no basta con experimentar la misericordia de Dios en la propia vida; es necesario que quien la recibe se convierta también en signo e instrumento para los otros. La misericordia, además, no está reservada solo a los momentos particulares, sino que abraza toda nuestra existencia cotidiana.

Entonces, ¿cómo podemos ser testigos de la misericordia? No pensemos que se trata de cumplir grandes esfuerzos o gestos sobrehumanos. No, no es así. El Señor nos indica un camino mucho más sencillo, hecho de pequeños gestos pero que a sus ojos tienen un gran valor, a tal punto que nos ha dicho que seremos juzgados por los gestos. De hecho, una de las páginas más bonitas del Evangelio de Mateo nos lleva a la enseñanza que podemos considerar de alguna manera como el “testamento de Jesús” por parte del evangelista, que experimentó directamente en sí la acción de la Misericordia.

Jesús dice que cada vez que damos de comer a quien tiene hambre y de beber a quien tiene sed, que vestimos a una persona desnuda y acogemos a un forastero, que visitamos a un enfermo a un preso, lo hacemos a Él  (cfr Mt 25,31-46). La Iglesia ha llamado estos gestos “obras de misericordia corporal” porque socorren a las personas en sus necesidades materiales.

Hay también otras siete obras de misericordia llamadas “espirituales”, que se refieren a otras exigencias humanas importantes, sobre todo hoy, porque tocan la intimidad de las personas y a menudo hacen sufrir más.

Todos seguramente recordamos una que ha entrado en el lenguaje común: “soportar con paciencia a las personas molestas”. Y las hay, hay personas molestas. Podría parecer algo poco importante, que nos hace reír, sin embargo contiene un sentimiento de profunda caridad; y así es también para los otros seis, que nos viene bien recordar: dar buen consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, corregir al que se equivoca, rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.

 Son cosas de todos los días, ‘pero yo estoy dolido, Dios te ayudará, no tengo tiempo’. No. Me paro, escucho, pierdo el tiempo y consuelo. Ese es un gesto de misericordia. Y esto no se hace solo a él, se hace a Jesús. En las próximas catequesis nos detendremos en estas obras, que la Iglesia nos presenta como el modelo concreto para vivir la misericordia. A lo largo de los siglos, muchas personas sencillas las han puesto en práctica, dando así genuino testimonio de la fe.

La Iglesia, por otra parte, fiel a su Señor, nutre un amor preferencial por los más débiles. A menudo son las personas más cercanas a nosotros las que necesitan ayuda. No tenemos que ir a la búsqueda de quién sabe qué asuntos. Es mejor iniciar por los más sencillos, que el Señor nos indica como los más urgentes.

En un mundo lamentablemente golpeado por el virus de la indiferencia, las obras de misericordia son el mejor antídoto. Nos educan, de hecho, a la atención hacia las exigencias más elementales de nuestros “hermanos más pequeños” (Mt 25,40), en los que está presente Jesús. Siempre Jesús está presente ahí donde hay una necesidad, una persona que tiene una necesidad, sea material o espiritual, ahí está Jesús.

Reconocer su rostro en el de quien está en la necesidad es un verdadero desafío hacia la indiferencia. Nos permite estar siempre vigilantes, evitando que Cristo nos pase al lado sin que lo reconozcamos. Vuelve a la mente la frase de san Agustín: “Timeo Iesum transeuntem” (Serm., 88, 14, 13). Tengo miedo de que el Señor pase y yo no lo reconozca. Que el Señor pase delante de mí en una de estas personas pequeñas, necesitadas, y yo no me dé cuenta de que es Jesús. Tengo miedo de que el Señor pase y yo no lo reconozca.

Me he preguntado por qué san Agustín ha dicho de de temer el paso de Jesús. La respuesta, lamentablemente, está en nuestros comportamientos: porque a menudo estamos distraídos, somos indiferentes, y cuando el Señor pasa cerca de nosotros perdemos la ocasión de encuentro con Él.

Las obras de misericordia despiertan en nosotros la exigencia y la capacidad de hacer viva y operante la fe con la caridad. Estoy convencido de que a través de estos gestos sencillos cotidianos nosotros podemos cumplir una verdadera revolución cultural, como ha ocurrido en el pasado. Si cada uno de nosotros, cada día, hace una de estas, esto será una revolución en el mundo, pero todos, cada uno de nosotros.

¡Cuántos santos son recordados todavía hoy no por las grandes obras que han realizado sino por la caridad que han sabido transmitir! Pensemos en Madre Teresa, canonizada hace poco: no la recordamos por las muchas casas que ha abierto en el mundo, sino porque se arrodillaba ante cada personas que encontraba en el camino para restituirle la dignidad.

¡Cuántos niños abandonados ha tenido entre sus brazos! ¡Cuántos moribundos ha acompañado al umbral de la eternidad dándoles la mano! Estas obras de misericordia son los rasgos del Rostro de Jesucristo que cuida a sus hermanos más pequeños para llevar a cada uno la ternura y la cercanía de Dios. Que el Espíritu Santo nos ayude, que el Espíritu Santo encienda en nosotros el deseo de vivir con este estilo de vida. Al menos hacer una cada día, al menos. Aprendamos de nuevo de memoria las obras de misericordia corporal y espiritual y pidamos al Señor que nos ayude a ponerlas en práctica cada día en el momento en el que vemos a Jesús en una persona que está necesitada.


Publicado por verdenaranja @ 22:21  | Habla el Papa
 | Enviar
Mi?rcoles, 12 de octubre de 2016

Lema y cartel DOMUND 2016, publicado en la revista de pastoral misionera ILLUMINARE, Nº 398 - octubre 2016, recibida en la parroquia con los materiales para su celebración el 23 de Octubre.

"Sal de tu tierra" lema del Domund 2016

“Sal... Es la invitación que nos hace el papa Francisco a salir de nosotros mismos, de nuestras fronteras y de la propia comodidad, para, como discípulos misioneros, poner al servicio de los demás los propios talentos y nuestra creatividad, sabiduría y experiencia. Es una salida que implica un envío y un destino. 

... de tu tierra” La expresión resulta evocadora del origen del que parte el misionero que es enviado a la misión, y también del destino al que llega. La misión ad gentes es universal y no tiene fronteras. Solo quedan excluidos aquellos ámbitos que rechazan al misionero. Aun así, también en ellos se hace presente con su espíritu y su fuerza.

Cartel Domund 2016

El conjunto. Sobre un fondo blanco, el cartel muestra un primer y único mensaje: “DOMUND”, el día en que tiene lugar la Jornada Mundial de las Misiones. El resto de las informaciones son complementarias, para contextualizar la celebración tanto en el tiempo, como en el espacio virtual. 

Las huellas. Son expresión del lema “Sal de tu tierra”. Los tonos empleados para las huellas del caminante y para el fondo son familiares a quienes desde hace muchos años han identificado los cinco continentes con colores distintos. El mandato de Yaveh Dios a Abrahán, para que saliera de su tierra y fuera a la tierra prometida, está permanentemente actualizado por los discípulos misioneros, que han hecho propia la repetida expresión del papa Francisco: “una Iglesia en salida”.

Las cruces. Es un detalle que podría pasar inadvertido, pero que permite distinguir esas pisadas de las de otras personas que salen de su tierra por otros motivos diversos. Las cruces que discretamente aparecen en la marca de esas huellas recuerdan la cruz que cada misionero o misionera recibe el día de su envío por parte de la Iglesia; cruz que es el distintivo de su misión de amor y misericordia, continuadora de la de Cristo.


Publicado por verdenaranja @ 18:58  | Misiones
 | Enviar

REFLEXIÓN PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES - DOMUND 2016, publicada en la revista de pastoral misionera ILLUMINARE, Nº 398 - octubre 2016, recibida en la parroquia con los materiales para su celebración el 23 de Octubre.

SALIR A LA MISIÓN 

 

“La misión hace a la Iglesia y la mantiene fiel al querer salvífico de Dios”, recordaba el papa Francisco, el pasado 4 de junio, a los directores nacionales de las OMP. Expresaba así el fundamento y la fuerza de la misión evangelizadora de la Iglesia, que apunta a su origen, Dios mismo. Del origen y fin de la misión brota el mandato que Cristo entrega a sus discípulos: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos...” (Mt 28,19-20). Este mandato, dice el Papa en su Mensaje para el DOMUND, “no está agotado, es más, nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales, a sentirnos llamados a una nueva «salida» misionera” (n. 6).

 

Tiene su fuente en la misión del Hijo y en la del Espíritu Santo, y su fin en hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor. Para diseñar el recorrido que une el origen con el fin, nace la Iglesia en su condición de itinerante. Por eso, no es posible entender esta hermosa realidad de la Iglesia si no es desde la perspectiva de la peregrinación. Esta convicción está explícitamente expuesta en Ad gentes: “La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. Este designio dimana del «amor fontal» o de la caridad de Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo” (AG 2).

La contemplación del Misterio encarnado que nace de Dios para llegar a los hombres es la manifestación más genuina de su amor maternal por nosotros. Dios “sale” de su misterio, desvela su intimidad, en la persona de su Hijo, que se hace presente en el tiempo y en el espacio; la misericordia divina “sale” de su mismidad para ir al encuentro de la creación, y en especial de aquel que puede reconocer el amor que justifica esta peregrinación. “La manifestación más alta y consumada de la misericordia se encuentra en el Verbo encarnado”, afirma Francisco (n. 3).

El Mensaje para este DOMUND solo puede entenderse desde esta perspectiva: el misterio de amor tiene un carácter itinerante, que entraña el compromiso de estar en movimiento, en un continuo recorrido, jalonado por diversas etapas. 

Punto de partida 

La Jornada Mundial de las Misiones tiene su origen en el corazón de una laica muy sensible al compromiso de la fe. Paulina Jaricot siente la necesidad de “salir” de su pequeño mundo, para ayudar a sus amigos misioneros que, desde la otra orilla, le piden ayuda (cf. Hch 16,9). Lo que inicialmente fue una respuesta solidaria de un pequeño grupo de personas cercanas se convirtió en una corriente de caridad en la que la Iglesia entera se siente implicada. Ella se pone en camino, y con ella, millones de personas, que hacen posible un verdadero movimiento misionero, en el que el Papa ve reflejada la deseada “Iglesia en salida”.

De esto habla en su Mensaje, cuando invita a los cristianos a salir al encuentro del otro para poner a disposición del Evangelio sus propios talentos y capacidades. Este salir supone primariamente un romper las cadenas que aherrojan a la persona en sus egoísmos y condicionamientos internos. “Salir” como discípulos misioneros, enviados por el Espíritu, enviados por la Iglesia: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (n. 6; EG 20).

El Mensaje evoca la experiencia de la madre que da a luz a su hijo. Es el mejor referente para entender del sentido de fe que embarga el trabajo del misionero que recorre los caminos mostrando el rostro de Dios, rico en misericordia. Cuando el misionero sale de su tierra, tiene bien experimentada la “salida” de sí mismo y la certeza de que es su madre, la Iglesia, quien le envía y acompaña: “[...] la Biblia para referirse a la misericordia remite al seno materno: es decir, al amor de una madre a sus hijos, esos hijos que siempre amará, en cualquier circunstancia y pase lo que pase, porque son el fruto de su vientre” (n. 2). 

Destino: la misión ad gentes 

Alguien definió el mundo actual diciendo: “Nunca se corrió tan deprisa hacia ninguna parte”. Cuando se pierde el punto de mira y la meta desaparece en el horizonte, todos los vientos son adversos, como para el navegante que no ve el faro. No es así en la misión ni puede serlo en la vida de un cristiano. La meta está clara. El destino es llevar la Buena nueva de la ternura y del amor de Dios a los hombres; un mensaje de misericordia que penetra en el interior de quien lo recibe y provoca la conversión. Destinatarios de esta salida son todas las personas, sin distinciones: “Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos” (n. 6).

La principal característica de la Jornada Mundial de las Misiones es hacer visible la universalidad de la Iglesia. Los destinatarios más inmediatos del DOMUND son los mismos cristianos, que descubren el infinito amor de Dios con la predilección por la oveja perdida y la urgente invitación a las otras noventa y nueve para que salgan del redil en busca de las que todavía no conocen al Buen Pastor y andan perdidas por el mundo. Es el mandato misionero, para hacer partícipes a otros del amor de Dios.

La misión ad gentes tiene como destinatarios principales a quienes aún no conocen el Evangelio. Así comenzó esta singladura peregrinante, en la que se puede afirmar con certeza que la vitalidad de las comunidades cristianas se puede medir por su vibración misionera. Amplios son aún los espacios geográficos, culturales y sociales que están esperando la luz del Evangelio, y por eso Francisco no duda en afirmar que la misión ad gentes es una “grande e inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material” (n. 1).

El Papa reitera la predilección que vivió Jesús en la tierra: “los pequeños, los descartados, los oprimidos” (n. 2). Ya expresó la misma inquietud con motivo de la Jornada del pasado año: “¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico? [...] Los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen cómo pagarte. La evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha venido a traer” (Mensaje DOMUND 2015). Dios Padre “se dirige también con amor a los más frágiles, porque su grandeza y su poder se ponen de manifiesto precisamente en su capacidad de identificarse” con ellos (n. 2). 

Equipamiento para la misión 

En este 90 aniversario del DOMUND, Francisco hace un claro reconocimiento de la mujer en el ámbito de la misión. Fue una mujer, Paulina Jaricot, quien puso en marcha esta corriente de solidaridad misionera, y se cuentan por millones las mujeres que han salido de su tierra para mostrar el amor materno de Dios a la humanidad. Nadie mejor que una misionera puede vivir el anuncio del Evangelio como el ejercicio de la caridad que nada puede romper, porque para una mujer lo primero son las personas; solo después, las estructuras. Ellas, que viven la fidelidad y la ternura maternal de Dios con todos, son fuente de inspiración para la actividad misionera de la Iglesia.

Aun cuando la respuesta a la vocación de Dios es personal, esta necesita insertarse en el seno de una comunidad cristiana. Así ocurrió al principio, cuando la llamada de Dios maduraba y se discernía en aquella “pequeña Iglesia” que crecía escuchando la Palabra de Dios, celebrando la fe y compartiendo sus dones. Aparentemente eran grupos pequeños, pero que se iban expandiendo, y de su interior el Espíritu hacía salir a algunos para la misión que les estaba reservada. Del mismo modo sucede hoy, cuando la semilla sembrada por el misionero comienza a enraizarse en el corazón de algunos, insertándose en la comunidad cristiana donde crecen y maduran, para después “salir” a otros lugares y dar gratis lo que gratis han recibido. 

El envío, por la Iglesia, de un misionero a la misión hay que situarlo dentro de un período muy largo de formación y discernimiento. Ellos han dedicado tiempo a su preparación. Bien saben que la fuerza les llega de lo más profundo de sí, donde ha arraigado la fe en Jesucristo. De ahí la alusión del papa Francisco a la tarea educativa de los misioneros. El misionero bien formado puede ser considerado como el sembrador que, con paciencia y confianza en la fecundidad del corazón, lanza la semilla del Evangelio en los lugares más insólitos de la Tierra: “Anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y su amor” (n. 5).

La celebración del DOMUND es un don para la Iglesia, porque le ayuda a reconocer su propia identidad eclesial; algo esencial para recorrer el camino de la fe y hacer posible la misión en el seno de la humanidad. El misionero, al constatar esa identidad, descubre la raíz de pertenencia en la comunidad cristiana en la que ha sido alumbrado. Su testimonio se trueca en anuncio, muchas veces silencioso, que interpela al otro a interesarse por su forma de ser y de vivir. Estilo y talante misioneros que hoy adquieren unas modalidades especiales, al mostrarse en diálogo respetuoso con todas las culturas y religiones, con la certeza de que Dios abre caminos y precede en el corazón y en la mente del otro. 

Llegada y meta final 

En el horizonte de este peregrinar misionero aparece con fuerza persuasiva la meta, esa frontera que el atleta, exhausto por el desgaste del recorrido, vislumbra como alcanzable. La misión ad gentes tiene como primera meta y finalidad la universalidad del mensaje. La Iglesia “tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio” (n. 1; MV 12), y de proclamarla por todo el mundo, hasta que llegue a toda mujer, hombre, anciano, joven y niño. El misionero es enviado a ellos para que “todos se salven y experimenten el amor del Señor” (n. 1).

Claras y definitorias son las últimas palabras de Francisco, urgiendo a la donación espiritual y material en favor de la misión ad gentes con motivo de la Jornada, para destinar al DOMUND “todas las ofertas que las diócesis, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones y movimientos eclesiales de todo el mundo pudieran recibir para auxiliar a las comunidades cristianas necesitadas y para fortalecer el anuncio del Evangelio hasta los confines de la tierra”. Este es su llamamiento: “No dejemos de realizar también hoy este gesto de comunión eclesial misionera. No permitamos que nuestras preocupaciones particulares encojan nuestro corazón, sino que lo ensanchemos para que abarque a toda la humanidad” (n. 7).

Hacemos nuestra su petición final: “Que Santa María, modelo misionero para la Iglesia, enseñe a todos, hombres, mujeres y familias, a generar y custodiar la presencia viva y misteriosa del Señor Resucitado, que renueva y colma de gozosa misericordia las relaciones entre las personas, las culturas y los pueblos”. 

Anastasio Gil García

Director Nacional de OMP España

 


Publicado por verdenaranja @ 18:49  | Misiones
 | Enviar

Presentación de la Jornada Domund 2016, publicada en la revista de pastoral misionera ILLUMINARE, nº 398 OCTUBRE 2016, recibida en la parroquia con los materiales para su celebración el 23 DE OCTUBRE: DOMUND 2016.

SALIR, romper con la inercia

 

El hombre es relación: no puede vivir para sí mismo. Dios le ha hecho capaz de darse, y su realidad más profunda solo aflora y se consolida en la medida en que sale hacia el otro. La falsa seguridad que nos proporciona el no movernos de nuestro ámbito, para no afrontar dificultades imprevistas ni perturbar nuestra paz, solo lleva al estancamiento. Al contrario, salir de uno mismo puede implicar riesgos y hasta fracasos y equivocaciones, pero será siempre mejor que el “moho” que crea la instalación en nuestras comodidades. Es lo que, en términos de Iglesia, y frente a la tentación de mirar hacia dentro, ha expresado el papa Francisco: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (Evangelii gaudium, 49). 

Es cierto que los motivos para salir físicamente hacia otro lugar pueden ser muy variados. En unos casos, puede tratarse de un viaje gratificante, por motivos de placer, laborales o de estudios. En otros, tristemente, de un desplazamiento forzado y cargado de sufrimientos, como el de tantos inmigrantes y refugiados, expulsados de sus tierras por el hambre, las guerras, las ideologías totalitarias... Pero hay todavía otro “salir”, que, a diferencia del primero, no se centra en las posibles ventajas para quien lo realiza, sino que es un vencimiento del yo; y que, al contrario que el segundo, no viene provocado por imposiciones de otros, sino que es fruto de una radical libertad. Es el “salir” que nos enseñan los misioneros.

El estilo de vida de estos hombres y mujeres es una propuesta a contracorriente para la sociedad actual. En contraste con el individualismo que se pone de espaldas a las necesidades de la humanidad para centrarse en las propias —a veces, creadas—, la generosidad de los misioneros constituye una auténtica contribución social, que ayuda a ver al otro como hermano y no como enemigo, y a hacer posible que entre todos tejamos una red de solidaridad y justicia. Su entrega y disponibilidad para el servicio son el contrapunto del gran pecado de la indiferencia y una muestra evidente —y reconocida hasta por las voces más recalcitrantes— de lo que es la Iglesia que vive las exigencias del Evangelio. 

Del aislamiento al encuentro 

El lema elegido para este DOMUND, en su 90 “cumpleaños” —la Jornada fue instituida por Pío XI en 1926—, está completamente en sintonía con el Magisterio de Francisco, que con tanta vehemencia nos anima a vencer comodidades y a salir. Las palabras de Dios a Abrahán, “Sal de tu tierra” (Gén 12,1), son también una invitación a nosotros, cristianos llamados a abandonar la inercia y a dejar los recintos cerrados para salir al encuentro del necesitado; es decir, a romper el círculo “de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad” (EG 8), para ser una “Iglesia en salida” (EG 24). Porque —dicho ahora con palabras de san Juan Pablo II, aunque parezcan de Francisco— “una Iglesia cerrada en sí misma, sin apertura misionera, es una Iglesia incompleta o una Iglesia enferma” (Mensaje DOMUND 1981) 

El misionero es el mejor ejemplo del cristiano que deja de mirarse a sí mismo, y vence los propios egoísmos y miedos, porque se fía del Señor que le ha prometido darle “otra tierra”: la “tierra sagrada” del otro como hermano; la “tierra sagrada” del que sufre necesidad y en el que Cristo pobre se manifiesta misteriosamente. La salida de los misioneros y misioneras nace de la interiorización y no del impulso, e implica, además de esa confianza absoluta en Dios, un trabajo propio de preparación espiritual y cultural. Y no solo una vez: las que hagan falta, como vemos en tantos misioneros que han tenido que abandonar un territorio, después de mucho esfuerzo por inculturarse y ser uno más entre su pueblo, para ir a otra región donde su presencia se hace más necesaria.

El misionero “sale de su tierra” porque el Evangelio “sale de su corazón”, queriendo llegar a tantos pueblos que no han oído hablar de Cristo. Sin olvidar que, cuando se habla de la labor misionera, no hay contraposición entre evangelización y ayuda en los diversos campos de promoción de la persona, porque, como expresó el beato Pablo VI, “la actividad misionera anuncia el Evangelio y abre el camino al desarrollo humano” (Mensaje DOMUND 1970). 

Sin tirar balones fuera 

Año tras año, la Jornada Mundial de las Misiones nos pide que tengamos siempre presentes las necesidades del mundo y la impresionante labor callada de esos misioneros que se dejan la piel al servicio de los demás, en los lugares más olvidados o difíciles. Todo el “Octubre Misionero” es un tiempo especial para recordar que la misión es expresión de la universalidad de la Iglesia, que se preocupa también, y de manera especial, de quienes no conocen el Evangelio, en las periferias de cualquier tipo y hasta los confines del orbe. Lo que se nos solicita es que no dejemos de poner nuestro grano de arena y de confiar en Aquel que puede hacer fructificar cada mínimo gesto realizado en favor de esta tarea inmensa. 

El DOMUND nos anima a colaborar con nuestra oración y nuestra ayuda económica, pero también a que cambiemos las actitudes que nos encierran en las preocupaciones particulares, por las que ensanchan la mirada y el corazón a los horizontes de toda la humanidad. No vale tirar balones fuera, convirtiendo esto en un deseo etéreo, porque hablamos de un paso bien concreto y posible: “«salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana”, según dice el papa Francisco en su Mensaje para esta Jornada. Es hacer de la propia vida un don gratuito, un signo de la bondad del Señor.

Permitir que, a través de nuestras obras de misericordia, alcance a los demás esa ternura del amor materno de Dios es el primer “movimiento misionero” que podemos abrigar en nuestro interior. Pero es que realmente el mundo, cada persona, tiene ansia de Dios, y no logrará saciarla si nosotros, individual y comunitariamente, “en Iglesia”, no le ofrecemos la palabra que se lo anuncie. Si esto es así respecto a nuestro entorno inmediato, cómo no iba a serlo cuando se trata de cumplir el mandato misionero del Señor y de hacer efectivo el derecho de todas las personas y culturas de recibir el anuncio de la salvación que transforma la vida.

Por eso, es inevitable escuchar el “Sal de tu tierra” como una invitación a plantearse y, en su caso, acoger la vocación misionera. Es necesario que haya nuevas personas abiertas y dispuestas a “pasar a la otra orilla”, urgidas por todos esos pueblos que aún no han oído hablar de un Dios que es amor, bondad y ternura. Hacen falta más testigos de Jesucristo que salgan “de su patria y de la casa de su padre” para recorrer los caminos del mundo y llegar a todas esas periferias que necesitan la luz del Evangelio, y especialmente a los pobres. También esto forma parte de nuestra responsabilidad misionera: pedir al Señor que nos envíe vocaciones para la misión ad gentes y nos impulse a todos a dejar atrás la inmovilidad, para participar en una renovada “salida” misionera de la Iglesia.

 

Rafael Santos

Director de Illuminare


Publicado por verdenaranja @ 18:41  | Misiones
 | Enviar

Comentario a la liturgia dominical por el Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 11 octubre 2016 (ZENIT – México)

Vigésimo Noveno Domingo del tiempo común Ciclo C

Textos: Ex 17, 8-13; 2 Tim 3, 14; 4, 2; Lc 18, 1-8

 

Idea principal: La oración de súplica.

Síntesis del mensaje: Lucas es también el evangelista de la oración. Es el que más veces nos presenta a Jesús orando y enseñando cómo debemos orar. El domingo pasado nos invitaba a dar gracias. Hoy, a la oración de súplica, como esa viuda a quien habían hecho una injusticia (evangelio). También Moisés en la primera lectura es modelo de oración de súplica por su pueblo, acosado por los amalecitas. El salmo refuerza este mensaje, pues toda ayuda nos vendrá del Señor, que nos guarda de todo mal. Toda oración debe partir de la Palabra de Dios, que orienta y purifica nuestra oración de súplica (2ª lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿cómo debe ser nuestra oración de súplica para que Dios nos escuche? Nos responde santo Tomás en el proemio a la Oración dominical: “confiada, recta, ordenada, devota y humilde”. ¿Cómo debe ser, pues, nuestra oración? Primero, oración confiada. Para que la súplica obtenga mayor resultado, en ella debe trasparecer una confianza toda amorosa y humilde para provocar la misericordia de Dios: “me invocará y lo escucharé” (Sal 90, 15). Dirá san Claudio de la Colombière:  “los que se cansan después de haber rogado durante un tiempo, carecen de humildad o de confianza; y de este modo no merecen ser escuchados. Parece como si pretendierais que se os obedezca al momento vuestra oración como si fuera un mandato; ¿no sabéis que Dios resiste a los soberbios y que se complace en los humildes? ¿Qué? ¿Acaso vuestro orgullo no os permite sufrir que os hagan volver más de una vez para la misma cosa? Es tener muy poca confianza en la bondad de Dios el desesperar tan pronto, el tomar las menores dilaciones por rechazos absolutos” (El abandono confiado a la Divina Providencia). Segundo, oración ordenada. Es decir, debemos pedir las cosas en orden a la salvación eterna, y por lo mismo, el vernos libres de caer en las tentaciones. Tercero, oración perseverante, machacona, como la de la viuda del evangelio. La perseverancia es el hábito que vigoriza la voluntad para que no abandone el camino del bien. Y cuarto, oración devota. La devoción no es otra cosa que una voluntad pronta de entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios.
En segundo lugar, ¿por qué nuestra oración no llega a Dios? Aquí están algunas de las causas. Primera, el hombre le dice a Dios: “Dame la tierra y quédate con el cielo”. Materialismo se llama esto. Nada, que pedimos a Dios cosas terrenas, de la tierra, tierra: salud y dinero, trabajo y suerte, aprobados y ascensos. ¿Y de las cosas espirituales: la gracia y la fe, fidelidad a Dios y honradez de conciencia, sentido de la justicia y de la Iglesia, vivencias de Dios e ilusión por los destinos eternos…? Segunda causa, el hombre le dice a Dios: “O me das la tierra o te quedas con el cielo”. Empecinamiento. Para algunos cristianos, la oración es una partida de “parcheese”.  Entran en el templo, tiran los dados de su oración a rodar por el tablero mágico del altar  y…Y una de dos: o les toca, y entonces malo, o no les toca, y entonces peor. Este no es el Dios auténtico, sino pagano. Oración comercial. Y tercera causa, el hombre le dice a Dios: “Dame el cielo y de la tierra ya hablaremos”. Esta oración sí llega al trono de Dios. Este hombre o mujer que así oran serán escuchados por Dios, y sabrán sobreponerse a esta sociedad materialista, hedonista, sexista, laicista, neopagana, decadente…y serán hijos de Dios, cuando la mayor parte de los hombres se quedan en hijos de hombres, del tiempo y del ocaso. 

Finalmente, orar pidiendo algo a Dios no significa dejarlo todo en sus manos y nosotros sentarnos en el sillón de la pereza. Moisés, aunque hoy aparezca orando con los brazos elevados, no es ciertamente una persona sospechosa de pereza e inhibición. Fue el gran servidor y conductor activo del pueblo; pero daba a la oración una importancia decisiva. Tampoco Jesús nos invita a la pereza: en la parábola de los talentos queda claro que debemos hacer rendir los talentos de Dios para bien de todos. También hoy queda claro que Dios no está obligado a darnos lo que pedimos. Él sabe lo que necesitamos. Será san Agustín quien nos dirá por qué Dios no nos escucha, o nos escucha con el silencio. Y lo dice de forma lapidaria en latín, su lengua, jugando con las palabras: “Cuando nuestra oración no es escuchada es porque: aut mali, aut male, aut mala. Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros” (La ciudad de Dios, 20, 22). Jesús acaba su parábola con una pregunta desconcertante: “cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Sin la oración llena de fe, no moveremos las montañas de nuestros problemas y los de la humanidad y de la Iglesia. 

Para reflexionar: ¿Qué significa orar en el nombre de Jesús? ¿Qué significa orar sin cesar? ¿Qué es el poder de la oración? ¿Cómo es la oración una comunicación con Dios? ¿Cuál es la manera correcta de orar? ¿Cuáles son algunos obstáculos para la oración afectiva y efectiva? ¿La oración en silencio es bíblica? ¿Qué es la oración intercesora y de súplica?

Para rezar: Ejemplo de oración de intercesión: “Se acercó Abraham y le dijo:—¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás y no perdonarás a aquel lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él?  Lejos de ti el hacerlo así, que hagas morir al justo con el impío y que el justo sea tratado como el impío. ¡Nunca tal hagas! El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gn 18- 23-25).

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected].


Publicado por verdenaranja @ 18:26  | Espiritualidad
 | Enviar

Texto completo de la homilía del papa Francisco en el Jubileo Mariano. 9 octubre 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)

 

El Evangelio de este domingo (cf. Lc 17,11-19) nos invita a reconocer con admiración y gratitud los dones de Dios. En el camino que lo lleva a la muerte y a la resurrección, Jesús encuentra a diez leprosos que salen a su encuentro, se paran a lo lejos y expresan a gritos su desgracia ante aquel hombre, en el que su fe ha intuido un posible salvador: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros» (v. 13).

Están enfermos y buscan a alguien que los cure. Jesús les responde y les indica que vayan a presentarse a los sacerdotes que, según la Ley, tenían la misión de constatar una eventual curación.

De este modo, no se limita a hacer una promesa, sino que pone a prueba su fe. De hecho, en ese momento ninguno de los diez ha sido curado todavía. Recobran la salud mientras van de camino, después de haber obedecido a la palabra de Jesús.

Entonces, llenos de alegría, se presentan a los sacerdotes, y luego cada uno se irá por su propio camino, olvidándose del Donador, es decir del Padre, que los ha curado a través de Jesús, su Hijo hecho hombre.

Sólo uno es la excepción: un samaritano, un extranjero que vive en los márgenes del pueblo elegido, casi un pagano. Este hombre no se conforma con haber obtenido la salud a través de propia fe, sino que hace que su curación sea plena, regresando para manifestar su gratitud por el don recibido, reconociendo que Jesús es el verdadero Sacerdote que, después de haberlo levantado y salvado, puede ponerlo en camino y recibirlo entre sus discípulos.

Saber agradecer, saber agradecer, saber alabar por todo lo que el Señor hace en nuestro favor. Qué importante es esto. Nos podemos preguntar: ¿Somos capaces de saber decir gracias? ¿Cuántas veces nos decimos gracias en familia, en la comunidad, en la Iglesia? ¿Cuántas veces damos gracias a quien nos ayuda, a quien está cerca de nosotros, a quien nos acompaña en la vida?

Con frecuencia damos todo por descontado. Y lo mismo hacemos también con Dios. Es fácil ir al Señor para pedirle algo, pero regresar a darle las gracias… Por eso Jesús remarca con fuerza la negligencia de los nueve leprosos desagradecidos: «¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» (Lc 17,17-18).

En esta jornada jubilar se nos propone un modelo, más aún, el modelo que debemos contemplar: María, nuestra Madre. Ella, después de haber recibido el anuncio del Ángel, dejó que brotara de su corazón un himno de alabanza y acción de gracias a Dios: «Proclama mi alma la grandeza del Señor…». Pidamos a la Virgen que nos ayude a comprender que todo es don de Dios, y a saber agradecer: entonces nuestra alegría será plena. Solamente aquel que sabe agradecer sube a la plenitud de la gloria

Para saber agradecer se necesita también la humildad. En la primera lectura hemos escuchado el episodio singular de Naamán, comandante del ejército del rey de Aram (cf. 2 R 5,14- 17). Enfermo de lepra, acepta la sugerencia de una pobre esclava y se encomienda a los cuidados del profeta Eliseo para curarse, que para él es un enemigo.

Sin embargo, Naamán está dispuesto a humillarse. Y Eliseo no pretende nada de él, sólo le ordena que se sumerja en las aguas del río Jordán. Esa indicación desconcierta a Naamán, más aún, lo decepciona: ¿Puede ser realmente Dios uno que pide cosas tan insignificantes? Quisiera irse, pero después acepta bañarse en el Jordán, e inmediatamente se curó.

El corazón de María, más que ningún otro, es un corazón humilde y capaz de acoger los dones de Dios. Y Dios, para hacerse hombre, la eligió precisamente a ella, a una simple joven de Nazaret, que no vivía en los palacios del poder y de la riqueza, que no había hecho obras extraordinarias. Preguntémonos si estamos dispuestos a recibir los dones de Dios o si, por el contrario, preferimos encerrarnos en las seguridades materiales, en las seguridades intelectuales, en las seguridades de nuestros proyectos.

Es significativo que Naamán y el samaritano sean dos extranjeros. Cuántos extranjeros, e incluso personas de otras religiones, nos dan ejemplo de valores que nosotros a veces olvidamos o descuidamos.

El que vive a nuestro lado, tal vez despreciado y discriminado por ser extranjero, puede en cambio enseñarnos cómo avanzar por el camino que el Señor quiere. También la Madre de Dios, con su esposo José, experimentó el estar lejos de su tierra. También ella fue extranjera en Egipto durante un largo tiempo, lejos de parientes y amigos. Su fe, sin embargo, fue capaz de superar las dificultades. Aferrémonos fuertemente a esta fe sencilla de la Santa Madre de Dios; pidámosle que nos enseñe a regresar siempre a Jesús y a darle gracias por los innumerables beneficios de su misericordia.


Publicado por verdenaranja @ 18:08  | Habla el Papa
 | Enviar
Viernes, 07 de octubre de 2016

Reflexión a  las lecturas del domingo veintiocho del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"              

Domingo 28º del T. Ordinario C

 

¡Qué importante en la vida es tener un corazón agradecido, en deuda, con el Señor y con los demás!

Digo en deuda, porque hay cosas que no se pueden pagar. Si una persona, por ejemplo, se está ahogando en el mar, y otra, con gran esfuerzo, le salva, ¿Cómo le va a pagar? ¿Con qué? ¿No estará más bien agradecida toda su vida y no sabrá nunca qué hacer para compensar ese favor?

En nuestras relaciones con el Señor sucede lo mismo. Hay un salmo que dice: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”  (Sal. 115, 12).

Algo de eso le pasaba  al leproso samaritano, curado, del Evangelio de este domingo. Era lógico que se volviera “alabando a Dios a grandes gritos”, y se echara por tierra, “a los pies de Jesús, dándole gracias”. Y es que la lepra era una enfermedad incurable y terrible. Las personas mayores pueden recordar todavía las campañas contra la lepra de Raúl Follerau y de otros. Y también, la película “Molokay, la Isla maldita”, que nos presenta la vida de San Damián, el apóstol de los leprosos.

En la época de Jesús, el leproso tenía que vivir alejado de la sociedad, por el peligro de contagio. Y tenía que estar gritando siempre: “¡Impuro, impuro…, soy  impuro!

La lepra era considerada un castigo por el pecado. De esta forma, el leproso era maldito ante Dios y ante la sociedad.

Solían vivir en grupo. La desgracia común hacía que se unieran unos con otros. Es normal que fueran diez los leprosos del Evangelio de hoy. Se pararon a lo lejos, y a gritos, le dijeron al Señor: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. Y el Señor, se compadeció de ellos y los curó cuando iban de camino hacia los sacerdotes, que tenían que certificar su curación e integrarlos en la comunidad.

Viéndose curados los diez leprosos, los nueve judíos siguieron a  presentarse a los sacerdotes y nada más. Ellos estaban acostumbrados a profetas y milagros y, tantas veces, eran insensibles a la gratitud ante “las acciones de Dios”. El extranjero, el samaritano, como en otro tiempo, Naamán, el sirio (1ª Lect.), despierta a la fe y vuelve a Jesucristo, que no le manda ya a los sacerdotes judíos, porque Él es el nuevo y  único Sacerdote del Nuevo Testamento, que le integra en un pueblo nuevo, la Iglesia, y le dice: “Levántate, vete: tu fe te ha salvado”.

El corazón de Cristo, más sensible que el nuestro, muestra su extrañeza  porque los otros nueve, a pesar del milagro, no se abren a la fe en el Mesías y a la acción de gracias a Dios por sus maravillas.  A mí me gusta decir que los milagros no siempre consiguen la fe de todos. “Si no hacen caso a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto”, escuchábamos en el Evangelio, hace algunos domingos. Ya Jesús, en la Sinagoga de Nazaret, había dicho: “Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno fue curado más que Naamán, el sirio”. “Y se extrañaba de su falta de fe” (Mc 6, 6).

Hoy es un día apropiado para reflexionar sobre la importancia de la gratitud a Dios y a los demás. La lepra hace insensibles los miembros del cuerpo afectados por la enfermedad. ¡Huyamos, pues, de la “lepra de la ingratitud”,  y, con el salmo, cantemos la bondad y la misericordia de Dios, que hace maravillas en nuestro favor!

    

                                                                                                   ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

 


Publicado por verdenaranja @ 14:30  | Espiritualidad
 | Enviar

DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO C  

 MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

         Las lecturas de la Palabra de Dios de este Domingo, centran nuestra atención en la gratitud ante los dones de Dios, que no excluye a nadie.

         En la primera lectura escuchamos el diálogo entre un extranjero, Naamán, el sirio, y el profeta Eliseo, después de la curación de aquel de la lepra. 

 

SALMO

         La fuerza de Dios ha librado a Naamán de su enfermedad. Unámonos ahora en la acción de gracias a Dios, que manifiesta su salvación a toda la tierra. 

 

SEGUNDA LECTURA

         En la segunda lectura, continuamos escuchando fragmentos de las cartas del Apóstol S. Pablo a Timoteo.

         Hoy son palabras de optimismo y de invencible confianza en Cristo, las que S. Pablo le dirige desde la cárcel. 

 

TERCERA LECTURA

         Contemplemos en el Evangelio la curación de unos leprosos, que, desde lejos, gritan al Señor, con especial referencia al samaritano, que vuelve dando gracias.

         Pero antes de escuchar el Evangelio, aclamemos a Cristo Salvador con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

         Recibir a Jesucristo en la Comunión es un don inmenso que Dios nos hace. Démosle gracias de corazón, y pidámosle que nos ayude a vivir en constante acción de gracias.


Publicado por verdenaranja @ 14:22  | Liturgia
 | Enviar
Martes, 04 de octubre de 2016

Comentario de la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 4 OCTUBRE 2016 (ZENIT)

 

VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN  Ciclo C

Textos: 2 Re 5, 14-17; 2 Tim 2, 8-13; Lc 17, 11-19

 

Idea principal: La gratitud es virtud que abre el corazón de Dios y de los hombres.

Síntesis del mensaje: Hoy la síntesis del mensaje de este domingo me la ofrece don Miguel de Cervantes en su famosa obra “El Quijote”: “Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno. Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón; y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando éstos no bastan, las publico” (II parte, capítulo 58).

Puntos de la idea principal:

En primer lugarveamos a los leprosos del evangelio de hoy. Le saltaron al camino que Jesús llevaba de Samaría a Jerusalén y le vocearon desde los 50 metros reglamentarios que debían separar siempre al leproso de los sanos. Jesús curó a los diez y se lo agradeció uno. Si por cada diez agraciados hay un agradecido, por cada cien agraciados, echemos la cuenta. Sólo el 10% de los hombres y mujeres es agradecido. ¡Es una pena! O mejor, un pecado, que lastima a Cristo; de ahí su queja: “¿No fueron diez los curados? ¿Dónde están los otros nueve?”. Los ingratos, los nueve ingratos del evangelio, tal vez son judíos: los que iban por la vida de orgullosos de remate porque eran los preferidos de Dios, los elegidos en exclusiva para la salvación, los creídos con derecho a todo. ¿Darle las gracias a Jesús? Que se las dé el cismático, pagano y desgraciado del samaritano, que es lo que tiene que hacer. En laprimera lectura, Naamán agradece a Eliseo el don de la curación. Curación de cuerpo y alma, pues desde ese momento Naamán no volvió a servir a otros dioses. El salmo también nos invita a ser agradecidos con Dios por su gran misericordia y fidelidad. Y san Pablo en lasegunda lectura le dice a Timoteo que haga memoria de cuanto ha hecho Cristo por nosotros. Sólo así incentivaremos la gratitud.

En segundo lugarla gratitud es virtud rara y sólo se da en almas nobles. Es de bien nacidos, el ser agradecidos. Por eso, de pequeños, nuestros papás nos decían: “¿cómo se dice, hijito?”,cuando alguien nos daba algo. “Gracias” –respondíamos. ¿Qué es la gratitud? La gratitud es ese fino sentimiento, que mueve a valorar el bien recibido y a corresponder con otro, al menos con el deseo, siquiera con la publicación del bien y de la persona que me lo hizo. Para Don Quijote, español si alguno y cristiano de ley, la ingratitud es el pecado mayor del hombre, para Jesús la queja íntima de Dios, para el hombre la piedra del tropezón diario y para mí un misterio bochornoso. El ser humano es un puro beneficio de Dios de pies a cabeza y del seno materno al ataúd de madera, pero no lo reconoce. El ser humano, suyo, lo que se dice suyo, no tiene más que el pecado, el de ingratitud, primero, pero Dios no puede convertirlo porque no se deja. La gratitud es directamente proporcional a la elegancia de espíritu e inversamente proporcional al favor recibido. O sea, que a grandes beneficios, grandes ingratitudes. Eso es chapuza de espíritu, vileza de corazón, orgullo sin nombre. Por eso, el pobre es más agradecido que el rico, el sencillo más que el grande y el débil más que el poderoso.

Finalmente¿qué tenemos que agradecer a Dios? El don de la creación y la vida. El don de la redención y de la fe. El don del Espíritu Santo. El don de la Virgen Santísima. El don de la Iglesia y los sacramentos. El don de nuestra familia. El don de nuestra patria y del trabajo. Las cualidades que tenemos en el orden físico, intelectual, profesional. Agradecer el sol que nos alumbra y calienta. La luna y las estrellas que nos cobijan en la noche. El rocío de las mañanas. Y también el hielo o la nieve. Agradecer la salud, y también la enfermedad. Por eso, para el cristiano, el deber de la gratitud es claro e indeclinable. Le es impuesto por la Palabra de Dios. El apóstol Pablo exhortaba a los Efesios a vivir gozosamente «dando siempre gracias por todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5, 19-20). A los Tesalonicenses les instaba a «dar gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Ts 5, 18). Y a los Colosenses les recuerda, entre otros, ese mismo deber: «Y sed agradecidos» (Col 3, 15). La ausencia de gratitud no sólo afea nuestro carácter. Revela la negrura de la mente y el corazón humanos cuando hace oídos sordos a la revelación natural. Pablo traza atinadamente el perfil de los paganos de su tiempo diciendo que, «habiendo conocido a Dios (vv 19, 20), no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (Rm 1, 19-21). La Iglesia desde el inicio ha sido consciente de la gratitud para con Dios. Por eso llamó a la santa Misa, Eucaristía, es decir, acción de gracias, porque Jesús empezó la Última Cena –donde instituyó la Eucaristía- dando gracias a Dios, antes de partir el pan y de presentar el cáliz.

Para reflexionar: ¿Soy ingrato o agradecido? ¿Por qué tengo que ser agradecido? ¿Qué tengo que hacer para mejorar la virtud de la gratitud? ¿Vivo cada misa para agradecer a Dios todos sus beneficios? ¿Agradezco al acostarme todas las gracias que Dios me ha dado durante el día? ¿Y al levantarme comienzo con un: “gracias”, mi Dios, por el nuevo día?

Para rezar: Recemos con el salmo 103, 1-2

Bendice, alma mía, al Señor,

Y bendiga todo mi ser su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

Y no olvides ninguno de sus beneficios.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected].


Publicado por verdenaranja @ 22:02  | Espiritualidad
 | Enviar