¡Velen y estén preparados! Por Enrique Díaz Díaz. 25 noviembre 2016 (Zenit)
Primer domingo de Adviento
Isaías 2, 1-5: “De las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas”
Salmo 121: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”
Romanos 13, 11-14: “Ya está cerca nuestra salvación”
San Mateo 24, 37-44: “Velen y estén preparados”
Postrada en la cama de un hospital durante muchos días, se debate entre la vida y la muerte. Son de esos accidentes estúpidos que con un mínimo de atención se pueden evitar. Pero nos absorbe la somnolencia y la apatía; nos decimos internamente: “a mí no me va a pasar”, “sólo es un momento y no me distraigo”… pero ¡nos pasa! Sus ojos fijos en la pantalla del teléfono, sus oídos sumergidos en la conversación, su mente volando a miles de kilómetros queriendo encontrarse con el amigo virtual, y sus pies acelerados por la prisa para llegar a tiempo a su trabajo, todo se juntó para que sucediera lo más terrible. Cuando la joven se dio cuenta ya tenía encima el tráiler embistiéndola y haciéndola trizas. Ni una oportunidad para escaparse. Ella juraría que su distracción fue sólo un segundo, pero un segundo ahora se convierte en eternidad de angustia y de zozobra. Los sentidos embotados no nos permiten estar alerta.
Todo nos invita a estar alerta, con los sentidos despiertos y el corazón anhelante. “¡Casa de Jacob, en marcha! Caminemos a la luz del Señor”, grita esperanzado el profeta Isaías en la primera lectura de este domingo. “Despierten del sueño”, exige San Pablo en su carta a los Romanos. “Velen y estén preparados”, es la amonestación de Jesús a sus discípulos en el Evangelio. “Vayamos con alegría a la casa del Señor”, repetimos en el salmo. Todo es urgencia para ponerse en movimiento, todo es esperanza e ilusión que contagian. Eso es el adviento. ¡Para que luego vengan a decirnos que el cristianismo es tener aplacadas las conciencias! El tiempo de adviento, que señala el principio del año litúrgico, se abre con la exigencia fuerte de despertar y con una orden de partida que no admite excusas.
No nos engañemos: no estamos esperando esa navidad que se reduce a lucecitas y músicas celestiales; ni estamos esperando a que “el último día”, cual ladrón, nos caiga encima, agarrándonos desprevenidos y entre más tarde mejor. No, eso no es el adviento. Ciertamente es tiempo de “espera”, pero esperar no significa sentarse a que venga fatalmente nuestro destino; sino un activo “tender hacia”, moverse, procurar, hacer que llegue. Lo que implica la capacidad y el deseo de despertarse y la decisión de ponerse en camino.
Hay quienes juran que no están dormidos solamente porque tienen una actividad febril y andan de un lado para otro. Pero caminan con los ojos vendados y en somnolencia. El ejemplo que pone Jesús es de lo más claro: comían y bebían, se casaban… pero no estaban despiertos ni atentos a la Venida del Señor. Hoy también la Navidad puede ser un tiempo de inconsciencia y adormilamiento, por más que andemos de pachanga en pachanga y de fiesta en fiesta. Se convierte así en un activismo que nos lleva a enajenarnos y no nos permite pensar. Jesús nos invita a ser reflexivos, a examinar concienzudamente la situación actual y a mirar si nuestra vida está preparando la venida del Señor.
Terrible se nos presenta la situación actual, y quizás tendremos la tentación del desaliento frente a los graves problemas que nos urge afrontar. Iluminador aparece el profeta Isaías proponiendo que de espadas forjemos arados, y de las lanzas podaderas. Muy sabio su consejo y muy práctico a la hora de enfrentarnos a la vida. Hay quien de una dificultad sabe sacar un beneficio, de un accidente una enseñanza y de una deficiencia una ventaja. Hay quien reniega de todo: del frío, del calor, de la lluvia o de la sequía, sin darse cuenta que cada estación, cada lugar y cada circunstancia encierra un cúmulo de posibilidades. Hay quien reniega de su carácter sin darse cuenta que tiene un tesoro, que su energía puede impulsarlo a construir y no a destruir. Las dificultades y los problemas son ocasión de crecer, madurar y sacar nuevas soluciones. Los más grandes inventos han nacido de grandes carencias, y muchos de los más grandes hombres y mujeres se han forjado gracias a las dificultades que encontraron en el camino.
Isaías nos da el tono fundamental del Adviento con un lenguaje lleno de símbolos. El futuro, lugar de lo incierto, desconocido y que nos produce temor, es presentado como una visión gloriosa de la ciudad sobre el monte donde reina Dios, y a donde acuden todos los pueblos gozando de una paz idílica. El futuro pierde su angustia y, desde Dios, se convierte en esperanza. Esta es la llamada fundamental del Adviento: llega Dios y el hombre liberado del miedo, tiene derecho a esperar.
Hoy Cristo nos urge a tomar el momento presente como un tiempo de gracia. No dejarlo pasar, sin prestarle toda la atención. Adviento es este tiempo de gracia donde podemos “soñar” con un mundo diferente, porque cuando Dios se acerca al hombre (o quizás deberíamos decir cuando el hombre deja que Dios se le acerque) todos los sueños son posibles. Quizás nos parezcan duras y amenazantes las palabras de Jesús, pero no se pueden leer fuera de todo el contexto de salvación y liberación que Él nos viene a traer. Dios respeta nuestra libertad y puede entregarnos su Reino solamente si nosotros lo acogemos abriéndole libremente la vida. Junto al respeto a nuestra libertad aparece un amor preocupado, un amor que vela cuando nosotros tendemos a descuidarnos: el aviso apremiante y la apariencia de amenaza son reclamos de amor. Son la metáfora del terrible daño que podemos ocasionarnos si, en el descuido, la inconsciencia o la maldad, cerramos la puerta al Dios que viene a salvarnos. Lo heriríamos a Él, precisamente porque nos heriríamos a nosotros, porque nos perderíamos nosotros y perderíamos la fraternidad.
Estar preparados, abrir los ojos, aguzar el oído, disponer el corazón para caminar hacia la luz del Señor. En este inicio del Adviento las exhortaciones de San Pablo se convierten en preguntas acuciantes que exigen nuestra respuesta: ¿Qué o quiénes hacen que estemos dormidos? ¿Qué obras de tinieblas nos impiden ver la luz? ¿Cómo debe ser el comportamiento de quien camina hacia la luz?
Señor Jesús, hoy que escuchamos tu llamado amoroso a despertar, concédenos que con tu Venida resplandezca la luz de tu Reino, en medio de nuestra oscuridad de injusticias y maldades. Amén.
Reflexión a las lecturas del domingo primero de Adviento A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 1º de Adviento A
En este domingo se nos exige un pequeño esfuerzo para acoger enseguida, lo que se nos ofrece: ¡Un nuevo Año Litúrgico, y su primera etapa, el Tiempo de Adviento!
Un nuevo Año o un Tiempo Litúrgico nuevo constituye un don muy grande de Dios, y merece ser acogido con alegría y gratitud. Y debemos ponernos en marcha desde el primer momento. El Vaticano II nos dice cosas muy hermosas del Año Litúrgico (S. C. 102).
¡Y comenzamos por el Adviento! Es ésta una palabra que significa venida, llegada, advenimiento, y trata de disponer a los fieles para celebrar una Navidad auténtica.
En efecto, cuando llegue la Navidad, muchos cristianos se dirán: “¿Lo que celebra la mayoría la gente es Navidad? Porque en adornos, comidas, felicitaciones, regalos…, parece que se queda casi todo. ¡Y eso sólo no es Navidad!”
Sabemos, por experiencia, que las fiestas del pueblo o del barrio, si no se preparan, o no se celebran o salen mal. ¿Cómo podemos celebrar una Navidad sin Adviento? ¿No será ésa la razón fundamental de este desajuste?
Y comenzamos nuestra preparación para celebrar la primera Venida del Señor en Navidad, recordando que los cristianos vivimos siempre en un adviento continuo, porque estamos esperando siempre la Vuelta Gloriosa del Señor, como hemos venido recordando y celebrando estas últimas semanas del Tiempo Ordinario, y seguiremos haciéndolo hasta el día 17 de Diciembre, en que comienzan las ferias mayores de este Tiempo, cercana ya la Navidad.
Los acontecimientos de la tierra tienen todos un día y una hora, pero el Señor ha querido ocultarnos el de su Venida Gloriosa. De este modo, todas las generaciones cristianas esperan la Venida del Señor, como el acontecimiento más grande e importante que aguardamos.
En el Evangelio de S. Mateo, que nos guía este año, Jesús nos dice este domingo: “Estad en vela porque no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor”. Y también: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”. Al mismo tiempo, el Señor nos da un pronóstico un tanto pesimista de aquel Gran Día: “Sucederá como en tiempos de Noé. Cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”. Pero no deben sorprendernos estas palabras del Señor. Él puede venir esta noche o dentro de 1000 años. No lo sabemos. Pero si viniera esta noche, ¿cómo nos encontraría? ¿Vigilantes? ¿Preparados?, ¿Esperándole? ¿O como en los días de Noé?
Con todo, la Venida del Señor no es una cita con el miedo, el pesimismo, la y la desesperanza. Todo lo contrario. En el salmo responsorial de este domingo, repetimos: “Vamos alegres a la casa del Señor”. Y esa casa es el Cielo, hacia donde nos dirigimos como peregrinos.
En resumen, podríamos subrayar lo que nos dice S. Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! ¡BUEN ADVIENTO!
DOMINGO 1º DE ADVIENTO A
MONICIONES
El profeta Isaías contempla, como desde una atalaya, los tiempos de la venida del Mesías y presenta a todos los pueblos caminando hacia Jerusalén, ciudad de Dios, figura de la Iglesia. Esta profecía hallará su cumplimiento pleno en la Vuelta Gloriosa del Señor. Escuchemos con atención.
SALMO
¡Cantemos al Señor. Jerusalén es figura del Reino de Dios, el Cielo, hacia el cual hemos de dirigirnos con alegría y esperanza.
SEGUNDA LECTURA
El Adviento constituye una llamada muy fuerte a espabilarnos de nuestra modorra y apatía, porque la luz de Cristo que viene, brilla ya.
Pocas palabras podríamos escuchar hoy más adecuadas a nuestra situación, que esta exhortación de S. Pablo.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio el Señor nos advierte de la necesidad de estar en vela y preparados, ante su Venida Gloriosa, para que cuando Él vuelva nos encuentre esperándole. Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.
En la Comunión nos encontramos con Jesucristo, que está ahora glorioso en el Cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Así, de algún modo, se nos anticipa en la tierra, el encuentro pleno y definitivo que tendrá lugar en su Vuelta Gloriosa, como se nos recuerda en este primer domingo de Adviento.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo primero de Adviento A
CON LOS OJOS ABIERTOS
Las primeras comunidades cristianas vivieron años muy difíciles. Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y persecuciones, aquellos cristianos buscaban fuerza y aliento esperando la pronta venida de Jesús y recordando sus palabras: «Vigilad. Vivid despiertos. Tened los ojos abiertos. Estad alerta».
¿Significan todavía algo para nosotros estas llamadas de Jesús a vivir despiertos?
¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en Dios viviendo con los ojos abiertos?
¿Dejaremos que se agote definitivamente en nuestro mundo secular la esperanza en una última justicia de Dios para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que sufren sin culpa alguna?
Precisamente, la manera más fácil de falsear la esperanza cristiana es esperar de Dios nuestra propia salvación eterna mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora mismo en el mundo. Un día tendremos que reconocer nuestra ceguera ante Cristo Juez: ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Este será nuestro diálogo final con él si vivimos con los ojos cerrados.
Hemos de despertar y abrir bien los ojos. Vivir vigilantes para mirar más allá de nuestros pequeños intereses y preocupaciones. La esperanza del cristiano no es una actitud ciega, pues no olvida a los que sufren. La espiritualidad cristiana no consiste solo en una mirada hacia el interior, pues su corazón está atento a quienes viven abandonados a su suerte.
En las comunidades cristianas hemos de cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia y el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre. No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para defender nuestra tranquilidad.
Una esperanza en Dios que se olvida de los que viven en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser considerada como una versión religiosa de un optimismo a toda costa, vivido sin lucidez ni responsabilidad? Una búsqueda de la propia salvación eterna de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de ser un sutil «egoísmo alargado hacia el más allá»?
Probablemente, la poca sensibilidad al sufrimiento inmenso que hay en el mundo sea uno de los síntomas más graves del envejecimiento del cristianismo actual. Cuando el papa Francisco reclama «una Iglesia más pobre y de los pobres», nos está gritando su mensaje más importante e interpelador a los cristianos de los países del bienestar.
José Antonio Pagola
1 Adviento – A (Mateo 24,37-44)
Evangelio del 27/Nov/2016
Publicado el 21/ Nov/ 2016
Texto completo de la homilía del papa Francisco en la misa de clausura del Jubileo de la Misericordia. 20 noviembre 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo corona el año litúrgico y este Año santo de la misericordia. El Evangelio presenta la realeza de Jesús al culmen de su obra de salvación, y lo hace de una manera sorprendente. «El Mesías de Dios, el Elegido, el Rey» (Lc 23,35.37) se presenta sin poder y sin gloria: está en la cruz, donde parece más un vencido que un vencedor. Su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, sino sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas.
Verdaderamente el reino de Jesús no es de este mundo (cf. Jn 18,36); pero justamente es aquí —nos dice el Apóstol Pablo en la segunda lectura—, donde encontramos la redención y el perdón (cf. Col 1,13-14). Porque la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos. De esta forma nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que todo excusa, todo espera, todo soporta (cf. 1 Co 13,7). Sólo este amor ha vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte y el miedo.
Hoy queridos hermanos y hermanas, proclamamos está singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor, que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca (cf. 1 Co 13,8). Compartimos con alegría la belleza de tener a Jesús como nuestro rey; su señorío de amor transforma el pecado en gracia, la muerte en resurrección, el miedo en confianza.
Pero sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida: todo es vano si no lo acogemos personalmente y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar. En esto nos ayudan los personajes que el Evangelio de hoy presenta. Además de Jesús, aparecen tres figuras: el pueblo que mira, el grupo que se encuentra cerca de la cruz y un malhechor crucificado junto a Jesús.
En primer lugar, el pueblo: el Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23,35): ninguno dice una palabra, ninguno se acerca. El pueblo esta lejos, observando qué sucede. Es el mismo pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba entorno a Jesús, y ahora mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se prefiere permanecer en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y hacerse próximo. Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está llamado a seguir su camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los días: «¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?».
Hay un segundo grupo, que incluye diversos personajes: los jefes del pueblo, los soldados y un malhechor. Todos ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la misma provocación: «Sálvate a ti mismo» (cf. Lc 23,35.37.39). Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como lo hizo el diablo al comienzo del Evangelio (cf. Lc 4,1-13), para que renuncie a reinar a la manera de Dios, pero que lo haga según la lógica del mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos. Si es Dios, que demuestre poder y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor: «Sálvate a ti mismo» (vv. 37. 39); no a los otros, sino a ti mismo. Prevalga el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible, la primera y la última del Evangelio. Pero ante este ataque al propio modo de ser, Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de convencer, no hace una apología de su realeza. Más bien sigue amando, perdona, vive el momento de la prueba según la voluntad del Padre, consciente de que el amor dará su fruto.
Para acoger la realeza de Jesús, estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra. Este Año de la misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera. La misericordia, al llevarnos al corazón del Evangelio, nos exhorta también a que renunciemos a los hábitos y costumbres que pueden obstaculizar el servicio al reino de Dios; a que nos dirijamos sólo a la perenne y humilde realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias y poderes cambiantes de cada época.
En el Evangelio aparece otro personaje, más cercano a Jesús, el malhechor que le ruega diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (v. 42). Esta persona, mirando simplemente a Jesús, creyó en su reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y experimentó la misericordia de Dios: «hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Dios, a penas le damos la oportunidad, se acuerda de nosotros. Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar, levantarse de nuevo.
Pidamos también nosotros el don de esta memoria abierta y viva. Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás. Porque, aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza.
Muchos peregrinos han cruzado la Puerta santa y lejos del ruido de las noticias has gustado la gran bondad del Señor. Damos gracias por esto y recordamos que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para ser también instrumentos de misericordia. Continuemos nuestro camino juntos. Nos acompaña la Virgen María, también ella estaba junto a la cruz, allí ella nos ha dado a luz como tierna Madre de la Iglesia que desea acoger a todos bajo su manto. Ella, junto a la cruz, vio al buen ladrón recibir el perdón y acogió al discípulo de Jesús como hijo suyo. Es la Madre de misericordia, a la que encomendamos: todas nuestras situaciones, todas nuestras súplicas, dirigidas a sus ojos misericordiosos, que no quedarán sin respuesta.
Reflexión a las lecturas de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 34º del T. Ordinario C
La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos este domingo, último del Tiempo Ordinario, es para todos los que amamos y seguimos a Jesucristo, una fiesta hermosa, alegre, esperanzadora…
Decíamos el otro día que, en estas fechas, los cristianos recordamos y celebramos cada año, el final de la Historia humana, con la Venida gloriosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Esta solemnidad hemos de encuadrarla, por tanto, en ese marco precioso.
Sea como sea el final de este mundo, que estudian y debaten los científicos, los cristianos tenemos la seguridad de que la Historia de la Humanidad concluirá con la manifestación plena de Cristo, Rey del cielo y de la tierra, Señor de la Historia humana, del tiempo y de la eternidad; y trae unas consecuencias prácticas para nosotros y para la Creación entera, que se verá transformada, para participar en la herencia gloriosa de los hijos de Dios (Rom. 8, 19 ss).
¡Celebramos a Cristo Rey del Universo! Pero, a veces, ante la realidad que contemplamos, podemos llegar a pensar: ¿Cristo es el Rey del Universo? ¿Pero dónde reina Cristo? ¡Hay tantas personas, tantas instituciones, tantos lugares y circunstancias, en las que Cristo no reina!
Esta fiesta, por tanto, nos señala la naturaleza y dimensiones de ese reinado, y el tiempo de su manifestación plena y gloriosa.
Jesucristo ante Pilatos, que lo condena a muerte, o crucificado entre dos malhechores, como nos lo presenta el Evangelio de hoy, es la prueba más evidente de que su Reino no es de aquí (Jn 18, 36 ).
Allí, en la Cruz, los soldados se burlan, precisamente, de su condición de Rey, “ofreciéndole vinagre y diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Y si Jesús, por un imposible, se hubiera bajado de la Cruz, ¿qué hubiera sucedido? ¿Qué hubiera sido de nosotros?
Pilatos, con espíritu profético, manda colocar un letrero, en hebreo, latín y griego, que decía: “Este es el rey de los judíos”. Pero es el buen ladrón el que abre su corazón a la fe en un Reino que no es de aquí. Y escucha de Jesucristo, moribundo, unas palabras que nos hacen estremecer: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Me parece que el prefacio de la Misa hace un resumen hermoso de la naturaleza del reinado de Cristo, y lo trascribo aquí, como una síntesis de todo, para nuestra reflexión, para nuestra contemplación: “… Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu Majestad infinita un reino eterno y universal: El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.
Y hoy se clausura en Roma el Año Santo de la Misericordia. ¡Qué contemplación más hermosa del Reino de Cristo la que se nos ha ofrecido!
Si todo esto es así, ¿no es lógico que deseemos y pidamos, con toda nuestra alma, la Vuelta Gloriosa del Señor?
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 34º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
La primera lectura trata del momento en el que las tribus de Israel escogieron a David como Rey. Este acontecimiento prefigura a Cristo, cuyo reino hemos de acoger con fe y alegría. Escuchemos.
Jerusalén es la ciudad del Rey David, que prefigura a la Iglesia, enviada a extender el Reino de Dios por toda la tierra hasta la Venida gloriosa del Señor.
Como respuesta a la Palabra de Dios, proclamemos la alegría de pertenecer a la Iglesia.
SEGUNDA LECTURA
La lectura que vamos a escuchar es un himno a Jesucristo, Rey y Redentor. En Él convergen todas las cosas y toda la Historia. Él lo llevará todo a su plenitud. Escuchemos con atención y con fe.
TERCERA LECTURA
Ante el reinado de Jesucristo se reacciona de distinta manera: Unos como los soldados, se lo toman a broma y se burlan. Otros lo toman muy en serio, como el ladrón arrepentido.
Nosotros aclamemos a Cristo Rey, con alegría y esperanza, con el canto del aleluya.
Cristo es Rey y Pastor de su pueblo; el pastor bueno que nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre, para que tengamos la fortaleza necesaria para permanecer siempre como miembros fieles de su Reino y para extenderlo hasta los confines de la tierra y de la historia humana como Él nos mandó.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio de la solemnidad de Cristo Rey
CARGAR CON LA CRUZ
El relato de la crucifixión, proclamado en la fiesta de Cristo Rey, nos recuerda a los seguidores de Jesús que su reino no es un reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y entrega total para rescatar al ser humano del mal, el pecado y la muerte.
Habituados a proclamar la «victoria de la Cruz», corremos el riesgo de olvidar que el Crucificado nada tiene que ver con un falso triunfalismo que vacía de contenido el gesto más sublime de servicio humilde de Dios hacia sus criaturas. La Cruz no es una especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.
Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente no es besar la Cruz sino cargar con ella. Y esto consiste sencillamente en seguir sus pasos de manera responsable y comprometida, sabiendo que ese camino nos llevará tarde o temprano a compartir su destino doloroso.
No nos está permitido acercarnos al misterio de la Cruz de manera pasiva, sin intención alguna de cargar con ella. Por eso, hemos de cuidar mucho ciertas celebraciones que pueden crear en torno a la Cruz una atmósfera atractiva pero peligrosa, si nos distraen del seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir la ilusión de un cristianismo sin Cruz. Es precisamente al besar la Cruz cuando hemos de escuchar la llamada de Jesús: «Si alguno viene detrás de mí… que cargue con su cruz y me siga».
Para los seguidores de Jesús, reivindicar la Cruz es acercarse servicialmente a los crucificados; introducir justicia donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde solo hay indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de Cristo.
El teólogo católico Johann Baptist Metz viene insistiendo en el peligro de que la imagen del Crucificado nos esté ocultando el rostro de quienes viven hoy crucificados. En el cristianismo de los países del bienestar está ocurriendo, según él, un fenómeno muy grave: «La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella».
José Antonio Pagola
Solemnidad de Cristo Rey – C (Lucas 23,35-43)
Evangelio del 20/Noviembre/2016
Publicado el 14/ Nov/ 2016
Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 16 de noviembre de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dedicamos la catequesis de hoy a una obra de misericordia que todos conocemos muy bien, pero que quizá no ponemos en práctica como debemos: sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Todos somos muy buenos al identificar una presencia que puede molestar: sucede cuando vemos a alguien por la calle, o cuando recibimos una llamada… En seguida pensamos: “¿durante cuánto tiempo tendré que escuchar los lamentos, los chismes, las peticiones o la jactancia de esta persona?”. Sucede también, a veces, que las personas molestas son las más cercanas a nosotros: entre los parientes siempre hay alguno; en el trabajo no faltan; ni tampoco en el tiempo libre estamos exentos. ¿Qué tenemos que hacer? ¿Por qué entre las obras de misericordia se ha incluido también esta?
En la Biblia vemos que Dios mismo debe usar misericordia para soportar los lamentos de su pueblo. Por ejemplo en el libro del Éxodo, el pueblo resulta realmente insoportable: primero llora por ser esclavo en Egipto, y Dios lo libera; después, en el desierto, se lamenta porque no hay nada que comer (cfr 16,3), y Dios manda el maná (cfr 16,13-16), pero a pesar de esto los lamentos no cesan. Moisés hacía de mediador entre Dios y el pueblo, y también él algunas veces habrá resultado molesto para el Señor. Pero Dios ha tenido paciencia y así ha enseñado a Moisés y al pueblo también esta dimensión esencial de la fe.
Por tanto, surge una primera pregunta espontánea: ¿hacemos alguna vez el examen de conciencia para ver si también nosotros, a veces, podemos resultar molestos a los otros? Es fácil señalar con el dedo los defectos y las faltas de otros, pero deberíamos aprender a ponernos en el lugar de los otros.
Miremos sobre todo a Jesús: ¡cuánta paciencia tuvo que tener en los tres años de su vida pública! Una vez, mientras estaba caminando con sus discípulos, fue parado por la madre de Santiago y Juan, que le dijo: “Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda” (Mt 20,21). La madre creaba las élites para sus hijos, pero era la mamá… Jesús también se inspira en esta situación para dar una enseñanza fundamental: su Reino no es de poder y gloria como los terrenos, sino de servicio y donación a los otros. Jesús enseña a ir siempre a lo esencial y mirar más lejos para asumir con responsabilidad la propia misión. Podremos ver aquí el reclamo a otras dos obras de misericordia espiritual: la de corregir al que se equivoca y la de enseñar al que no sabe. Pensemos en el gran empeño que se puede poner cuando ayudamos a las personas a crecer en la fe y en la vida. Pienso, por ejemplo, en los catequistas –entre los cuales hay muchas madres y religiosas– que dedican tiempo para enseñar a los jóvenes los elementos básicos de la fe. ¡Cuánto trabajo, sobre todo cuando los jóvenes preferirían jugar en vez de escuchar el catecismo!
Acompañar en la búsqueda del esencial es bonito e importante, porque nos hace compartir la alegría de saborear el sentido de la vida. A menudo nos sucede que encontramos personas que se detienen en cosas superficiales, efímeras y banales; a veces porque no han encontrado a nadie que les animara a buscar otra cosa, a apreciar los verdaderos tesoros. Enseñar a mirar a lo esencial es una ayuda determinante, especialmente en un tiempo como el nuestro que parece haber perdido la orientación y perseguir satisfacciones efímeras. Enseñar a descubrir qué quiere de nosotros el Señor y cómo podemos corresponder significa ponernos en el camino para crecer en la propia vocación, el camino de la verdadera alegría. Así las palabras de Jesús a la madre de Santiago y Juan, y después a todo el grupo de discípulos, indican el camino para evitar caer en la envidia, en la ambición y en la adulación, tentaciones que están siempre al acecho también entre nosotros los cristianos. La exigencia de aconsejar, amonestar y enseñar no nos debe hacer sentir superiores a los otros, sino que nos obliga sobre todo a entrar en nosotros mismos para verificar si somos.
Comentario a la liturgia dominical – Solemnidad de Cristo Rey por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 15 noviembre 2016 (Zenit)
TRIGÉSIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN – CLAUSURA DEL AÑO DE LA MISERICORDIA
Ciclo C – Textos: 2 Sam 5, 1-3; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43
Idea principal: Christus vincit, Christus regnat, Christus ímperat.
Síntesis del mensaje: Hoy celebramos la Solemnidad de Cristo Rey. Así cerramos no sólo el año de la Misericordia, sino también el año litúrgico. El próximo domingo comenzamos el Adviento del ciclo A. Esta fiesta de Cristo Rey antes se celebraba el último domingo de octubre, desde el año 1925 en la que la instituyó el Papa Pío XI. Pero en la reforma de Pablo VI, el 1969, se trasladó al último domingo del año litúrgico, el domingo 34 del Tiempo Ordinario. Esta fiesta nos invita a ver nuestra historia como un proceso del Reino que todavía no se manifiesta, pero que se está gestando y madurando hasta el final de los tiempos.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, veamos a nuestros reyes terrenos y a nuestro Rey, Cristo. Los reyes del mundo van rodeados de grandes séquitos, de armas, de delegados, de fasto y pompa, de terciopelos, de valiosas joyas, de lujosos tronos, esplendorosos salones. Sus proclamaciones suelen estar rodeadas de espectaculares ceremonias, brillantes festejos y general regocijo. Los Evangelios nos presentan un Rey cuyo trono es la cruz y cuyo cetro es un clavo que atraviesa su mano. Demasiado fuerte, demasiado escandaloso, demasiado insoportable para el hombre. Más aún: si algo está lejos de lo que es ser Rey, según el sentir humano, es ese Jesús de la Cruz; si algo es imposible conciliar es que Jesús sea Dios y Rey en la Cruz. Pero los evangelistas no se dejan llevar por los prejuicios humanos, no quieren suavizar las cosas para conseguir adeptos; los evangelistas saben que aquí no se puede remozar la realidad, ni siquiera como técnica pedagógica. A la hora de la verdad, ésta es nuestra fe: ante un hombre que está siendo ejecutado como un malhechor entre malhechores, el cristiano proclama que ése y no otro es nuestro Salvador; ése y no otro es el Hijo de Dios; ése y no otro es nuestro Salvador. Que aquí estamos rozando el Misterio de Dios es innegable; y en esta situación no tenemos otra salida que la confianza, porque este Rey es un Rey lleno de misericordia.
En segundo lugar, veamos las reacciones ante este Cristo Rey Misericordioso. El pueblo presencia la escena, probablemente esperando a ver en qué quedaba todo aquello. Las autoridades religiosas hacen sarcásticos comentarios sobre el crucificado: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios”; hay que reconocer que saben “poner el dedo en la llaga”, que lo que dicen está lleno de lógica; pero precisamente por eso, porque están convencidos de que Dios tiene que ser como su lógica les dicta, son incapaces de reconocer a Dios tal y como Él se presenta; y el hecho de que no se presente como el hombre esperaría, no es motivo para rechazarle; pero sí lo fue para aquellas autoridades religiosas. Los soldados romanos, encargados de la ejecución, se burlan de aquel hombre que moría bajo el título de “Rey de los judíos”; ellos sí sabían bien lo que era un rey; y además conocían cuál era la verdadera situación de los judíos; en aquel estado de cosas, pensar que aquel hombre fuese rey era un disparate descomunal en el que ellos, lógicamente, no iban a caer. Sólo un hombre es capaz de leer tras las apariencias, de interpretar los acontecimientos que ante sus ojos se están desarrollando; un ladrón que, en otra cruz, comparte el suplicio y el destino más próximo de Jesús: la muerte. Un hombre al que la ley del Estado no ha dado respuestas en su vida, un hombre al que la lógica humana ha considerado indigno de seguir vivo entre los vivos, irrecuperable, sin solución, inservible para el género humano, y por tanto, digno de ser destruido, eliminado. Este es el único que, a pesar de su situación -¿sería atrevido afirmar que, más bien, gracias a ella?- ya no espera nada de la lógica humana, pero no ha perdido toda esperanza. Le queda una esperanza más definitiva, más absoluta, que iba más allá de lo que la vista y la mente podían alcanzar. Por eso se dirige a Jesús Misericordioso para pedirle: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y por eso encuentra una respuesta en Jesús: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Antes aquel “buen ladrón” ha tenido que ser capaz de superar ideas preconcebidas sobre Dios y reconocerle presente en aquel compañero suyo de suplicio; ha tenido que superar el dejarse esclavizar por los valores al uso en su sociedad y reconocer que, verdaderamente, aquél era Rey y Rey Misericordioso.
Finalmente, ¿a qué nos compromete esta solemnidad? Es necesario que Cristo reine en primer lugar en nuestra inteligencia, por el conocimiento de sus enseñanzas y la recepción amorosa de esas verdades reveladas; es necesario que reine en nuestra voluntad, por la obediencia e identificación cada vez más plena con la voluntad divina. Es preciso que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se anteponga al amor de Dios; y en nuestro cuerpo, que es templo del Espíritu Santo; en nuestro trabajo, en nuestro camino de santidad. Celebrar la fiesta de Cristo Rey implica un compromiso: trabajar con todo empeño para que la voluntad de Dios –como nos dice san Pablo en la 2ª lectura- se manifieste en todas las cosas. En nuestro corazón en primer lugar, y desde allí a todo lo que está a nuestro alrededor, hasta que llegue el día en que el Reino se manifieste en total plenitud, cuando todas las cosas estén definitivamente ordenadas al servicio del hombre nuevo, y Dios sea todo en todos, como dejó escrito el Papa Pío XI en la encíclica “Quas primas”.
Para reflexionar: ¿Es Cristo el Rey de mi corazón, de mi inteligencia y de mi voluntad? ¿Qué hago para llevar el Reino de Cristo a todas partes, ese Reino de justicia, amor, verdad y paz?
Para rezar: ¡Oh Cristo Jesús! Os reconozco por Rey universal. Todo lo que ha sido hecho, ha sido creado para Vos. Ejerced sobre mí todos vuestros derechos. Renuevo mis promesas del Bautismo, renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y prometo vivir como buen cristiano. Y muy en particular me comprometo a hacer triunfar, según mis medios, los derechos de Dios y de vuestra Iglesia. ¡Divino Corazón de Jesús! Os ofrezco mis pobres acciones para que todos los corazones reconozcan vuestra Sagrada Realeza, y que así el reinado de vuestra paz se establezca en el Universo entero. Amén.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected].
Después de la misa celebrada en la basílica de San Pedro con motivo del Jubileo de las personas socialmente excluidas, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio que da a la plaza de San Pedro, donde miles de personas le aguardaban. 13 noviembre 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
“Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días! La lectura del evangelio de hoy, contiene la primera parte de las palabras de Jesús sobre los últimos tiempos, escritas por Lucas. Jesús las pronuncia mientras se encuentra delante al Templo de Jerusalén y se apoya en las expresiones de admiración de la gente por la belleza del santuario y de sus decoraciones. Entonces Jesús dice:
“De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Podemos imaginar el efecto de estas palabras sobre los discípulos de Jesús. Pero él no quiere ofender al templo sino hacerles entender a ellos y también a nosotros hoy, que las construcciones humanas incluso las más sagradas, son pasajeras y no tenemos que poner en ellas nuestras seguridades.
¡Cuántas presuntas certezas en nuestra vida pensábamos que eran definitivas y después se revelaron efímeras! De otra parte ¡cuántos problemas que parecían sin salida y después fueron superados!
Jesús sabe que existen siempre quienes especulan sobre la necesidad que los hombres tienen de seguridades. Por lo tanto dice: ‘Tengan cuidado, no se dejen engañar’, y pone en guardia ante tantos falsos mesías que se presentarán. También hoy los hay. Y Jesús añade que no hay que hacerse terrorizar y desorientar por las guerras, revoluciones y calamidades, porque estas son también parte de la realidad de este mundo.
La historia de la Iglesia es rica en ejemplos de personas que soportaron tribulaciones y sufrimientos terribles con serenidad, porque eran conscientes de estar fuertemente en las manos de Dios. Él es un padre fiel y atento que no abandona nunca a sus hijos. Nunca, y esta certeza debemos tenerla en nuestro corazón. Dios no nos abandona nunca.
Quedarse firmes en el Señor, caminar en la esperanza de que no nos abandona nunca, trabajar para construir un mundo mejor, a pesar de las dificultades y los hechos tristes que marcan la existencia personal y colectiva es lo que realmente cuenta.
Es lo que la comunidad cristiana está llamada a hacer para ir al encuentro del ‘día del Señor’. Justamente en esta perspectiva queremos colocar el empeño que parte después de estos meses en los cuales hemos vivido con fe el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que hoy se concluye en las diócesis de todo el mundo, con el cierre de las Puertas Santas en las iglesias catedrales. El Año Santo nos ha llamado, de una parte, a tener fija la mirada hacia el cumplimiento del Reino de Dios, y de otra a construir el futuro sobre esta tierra, trabajando para evangelizar el presente y para realizar un tiempo de salvación para todos.
Jesús en el Evangelio nos exhorta a tener firme en la mente y en el corazón la certeza de que Dios conduce nuestra historia y conoce el fin último de las cosas y de los eventos.
Bajo la mirada misericordiosa del Señor, se sucede la historia en su fluir incierto y en su entrelazarse del bien y del mal. Pero todo lo que sucede está conservado en Él, nuestra vida no se puede perder porque está en sus manos.
Recemos a la Virgen María, para que nos ayude a través de los hechos gozosos y tristes de este mundo a mantenernos firme en la esperanza de la la eternidad de Dios. Recemos a la Virgen para que nos ayude a entender en profundidad la verdad de que Dios nunca abandona a sus hijos”.
El papa reza el ángelus y después dice las siguientes palabras:
Queridos hermanos y hermanas, en esta semana ha sido restituido a la devoción de los fieles el más antiguo crucifico de madera de la basílica de San Pedro, que se remonta al siglo XIV. Después de una laboriosa restauración fue llevado al antiguo esplendor y será colocado en la capilla del Santísimo Sacramento, para recordar el Jubileo de la Misericordia.
Hoy se celebra en Italia la tradicional Jornada de agradecimiento por los frutos de la tierra y del trabajo humano. Me asocio a los obispos en el deseo que la madre tierra sea siempre cultivada de manera sostenible. La Iglesia está con simpatía y reconocimiento al lado del mundo agrícola y no se olvida de quienes en diversas partes del mundo están privados de dones esenciales como los alimentos y el agua.
Saludo a todos, familias, parroquias, asociaciones y fieles, que han venido desde Italia y tantas partes del mundo. En particular saludo y agradezco a las asociaciones que en estos días han animado el Jubileo de las personas marginadas. Saludo a los peregrinos provenientes de Río de Janeiro, Salerno, Piacenza, Veroli y Acri, y también al consultorio ‘La familia’ de Milán, y a las fraternidades italianas de la Orden secular Trinitaria.
A todos les deseo un buen domingo. Por favor no se olviden de rezar por mi”. Y concluyó con el consueto “¡Buon pranzo e arrivederci!”.
Texto del papa Francisco en la catequesis de la audiencia jubilar del sábado 12 de noviembre de 2016. (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta última audiencia jubilar del sábado, quisiera presentar un aspecto importante de la misericordia: la inclusión. Dios, de hecho, en su diseño de amor, no quiere excluir a nadie, sino que quiere incluir a todos. Por ejemplo, mediante el bautismo, nos hace sus hijos en Cristo, miembros de su cuerpo que es la Iglesia. Y nosotros, cristianos, estamos invitados a usar el mismo criterio: la misericordia es ese modo de actuar, ese estilo, con el que buscamos incluir en nuestra vida a los otros, evitando cerrarnos en nosotros mismos y en nuestras seguridades egoístas.
En el pasaje del Evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, Jesús dirige una invitación realmente universal: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré” (11,28). Nadie está excluido a este llamamiento, porque la misión de Jesús es la de revelar a todas las personas el amor del Padre. A nosotros nos corresponde abrir el corazón, fiarnos de Jesús y acoger este mensaje de amor, que nos hace entrar en el misterio de la salvación.
Este aspecto de la misericordia, la inclusión, se manifiesta en el abrir los brazos para acoger sin excluir; sin clasificar a los otros en base a la condición social, a la lengua, a la raza, a la cultura, a la religión: delante de nosotros hay solamente una persona a la que amar como la ama a Dios.
El que encuentro en mi trabajo, en mi barrio, es una persona a la que amar como lo hace Dios. ‘Pero este es de ese país, de ese otro país, de esta religión, de esta otra…’ Es una persona que Dios ama y yo debo amarla. Esto es incluir, esto es la inclusión.
¡Cuántas personas cansadas y oprimidas encontramos también hoy! Por el camino, en las oficinas públicas, en los ambulatorio médicos… La mirada de Jesús se apoya en cada uno de esos rostros, también a través de nuestros ojos. ¿Y nuestro corazón cómo es? ¿Es misericordioso? ¿Y nuestro modo de pensar y de actuar, es inclusivo? El Evangelio nos llama a reconocer en la historia de la humanidad el diseño de una gran obra de inclusión, que, respetando plenamente la libertad de cada persona, de cada comunidad, de cada pueblo, llama a todos a formar una familia de hermanos y hermanas, en la justicia, en la solidaridad y en la paz, y a formar parte de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo.
¡Cómo son verdaderas las palabras de Jesús que invita a los que están cansados y agobiados a ir a Él para encontrar descanso! Sus brazos abiertos en la Cruz demuestran que nadie está excluido de su amor y de su misericordia. Nadie está excluido de su amor y de su misericordia. Ni siquiera el pecador más grande. Nadie. Todos somos incluidos en su amor y en su misericordia. La expresión más inmediata con la que nos sentimos acogidos e incluidos en Él es la del perdón. Todos necesitamos ser perdonados por Dios. Y todos necesitamos encontrar hermanos y hermanas que nos ayuden a ir a Jesús, a abrirnos al don que nos ha hecho en la Cruz. ¡No nos obstaculicemos! ¡Nadie excluido! Es más, con humildad y sencillez hagámonos instrumentos de la misericordia inclusiva del Padre. La santa madre Iglesia extiende en el mundo el gran abrazo del Cristo muerto y resucitado. También esta plaza, con su columnata, expresa este abrazo. Dejémonos implicar en este movimiento de inclusión de los otros, para ser testigos de la misericordia con la que Dios ha acogido y acoge a cada uno de nosotros.
Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel. 10 noviembre 2016 (Zenit)
Crecen los embarazos de adolescentes, fruto de una cultura que regala anticonceptivos, es contraria a la familia y no educa a la castidad
VER
Hay alarma en el país porque han aumentado considerablemente los embarazos de adolescentes. ¿Por qué se extrañan? Eso es lo que se ha provocado con los libros oficiales de texto, que informan mucho sobre los métodos anticonceptivos para evitar esos embarazos, pero muy poco educan para la castidad. Con tanto que hablan de sexualidad desde Primaria y Secundaria, sin una ética sexual adecuada, lo que más provocan es curiosidad y deseos de experimentar lo que allí se expone.
Y con todas las facilidades que hoy tienen los niños, jóvenes y adolescentes, para informarse de sexo por internet, sin educación moral, los resultados están a la vista. Más con lo que todo mundo ve en las novelas en televisión, en que no pueden faltar escenas eróticas de todo color, se necesita mucha virtud para que alguien permanezca virgen hasta el matrimonio.
Agreguen a esto todas las facilidades que se dan para abortar legalmente… ¡Cómo quieren que no haya embarazos prematuros! Y sin una familia estable, sin unos padres que permanezcan fieles a su matrimonio, y si no hablan con ciencia y con madurez emocional de estos temas con los hijos, los embarazos prematuros y fuera de matrimonio, seguirán en aumento.
La solución no es dar más información sobre métodos anticonceptivos y regalar más condones por parte de la Secretaría de Salud, sino que las familias estén bien cimentadas y eduquen éticamente. Pero lo que las ideologías modernas quieren imponer, destruye la institución familiar. Eso no es moderno. Eso es antihumano y antisocial.
Hay preocupación por la inseguridad social, por la violencia, por el aumento de asaltos, robos y secuestros, por el poder de los grupos narcotraficantes, por el abuso del alcohol y de las drogas, por la inhumanidad de los criminales, por los suicidios juveniles. Los analistas y los que tienen presencia en los medios de comunicación sólo afirman que es por falta de eficacia de las autoridades, por deficiente vigilancia policiaca, por la impunidad en los tribunales, por la inequidad social, por falta de trabajo. Esto es verdad, pero la raíz más profunda está en el resquebrajamiento de las familias, en la facilidad con que se disuelven los matrimonios, en la ausencia de los padres, en la incapacidad de estos para formar a los hijos en valores humanos y cristianos. Una familia bien constituida es la que mejor educa para salir con la frente en alto y es el mejor antídoto contra la degradación social. Pero como muchos creadores de opinión no han conservado la estabilidad en su propio hogar, se defienden sólo culpando al sistema y a la autoridad. Con buenas familias, habrá mejores políticos y honestos líderes sociales.
PENSAR
El Papa Francisco, en su Exhortación sobre La alegría del amor, dice: “El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia” (31).
“Las tensiones inducidas por una cultura individualista exagerada de la posesión y del disfrute generan dentro de las familias dinámicas de intolerancia y agresividad” (33). “La decadencia cultural no promueve el amor y la entrega. Se traslada a las relaciones afectivas lo que sucede con los objetos y el medio ambiente: todo es descartable, cada uno usa y tira, gasta y rompe, aprovecha y estruja mientras sirva. Después, ¡adiós!” (39).
“La crisis de los esposos desestabiliza la familia y, a través de las separaciones y los divorcios, puede llegar a tener serias consecuencias para los adultos, los hijos y la sociedad. Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas” (41).
“Necesitamos ayudar a los jóvenes a descubrir el valor y la riqueza del matrimonio. Deben poder percibir el atractivo de una unión plena que eleva y perfecciona la dimensión social de la existencia, otorga a la sexualidad su mayor sentido, a la vez que promueve el bien de los hijos y les ofrece el mejor contexto para su maduración y educación” (205). “Es preciso recordar la importancia de las virtudes. Entre estas, la castidad resulta condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal” (206).
ACTUAR
Completa y corrige en tu familia la educación sexual que tus hijos reciben en la escuela. Cuida tu familia como el bien supremo, y no la destruyes por los problemas que se presenten. Educa a tus hijos en el respeto a los demás, en el servicio a la comunidad y en la fe en un Dios que nos ama y nos enseña lo que es el verdadero amor.
Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 9 de noviembre de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días
La vida de Jesús, sobre todo en los tres años de su ministerio público, fue un incesante encuentro con personas. Entre ellas, un lugar especial han recibido los enfermos. ¡Cuántas páginas de los Evangelios narran estos encuentros! El paralítico, el ciego, el leproso, el endemoniado, e innumerables enfermos de todo tipo… Jesús se ha hecho cercano a cada uno de nosotros y les ha sanado con su presencia y el poder de su fuerza resanadora. Por lo tanto, no puede faltar, entre las obras de misericordia, la de visitar y asistir a las personas enfermas.
Junto a esta podemos incluir la de estar cerca a las personas que están en la cárcel. De hecho, tanto los enfermos como los presos viven una condición que limita su libertad. Y precisamente cuando nos falta, ¡nos damos cuenta de cuánto es preciosa! Jesús nos ha donado la posibilidad de ser libres a pesar de los límites de la enfermedad y de las restricciones. Él nos ofrece la libertad que proviene del encuentro con Él y del sentido nuevo que este encuentro lleva a nuestra condición personal.
Con estas obras de misericordia, el Señor nos invita a un gesto de gran humanidad: el compartir. Recordemos esta palabra: compartir. Quien está enfermo, a menudo se siente solo. No podemos esconder que, sobre todo en nuestros días, precisamente en la enfermedad se experimenta de forma más profunda la soledad que atraviesa gran parte de la vida.
Una visita puede hacer sentir a la persona enferma menos sola y ¡un poco de compañía es una buena medicina! Una sonrisa, una caricia, un apretón de manos son gestos sencillo, pero muy importantes para quien se siente abandonado.
¡Cuántas personas se dedican a visitar a los enfermos en los hospitales y en sus casas! Es una obra de voluntariado impagable. Cuando se hace en nombre del Señor, entonces se convierte también en expresión elocuente y eficaz de misericordia. ¡No dejemos solas a las personas enfermas! No impidamos que encuentren alivio, y nosotros así enriquecernos por la cercanía de quien sufre. Los hospitales son hoy verdaderas “catedrales del dolor” pero donde se hace evidente también la fuerza de la caridad que sostiene y siente compasión.
Del mismo modo, pienso en los que están encerrados en la cárcel. Jesús tampoco les ha olvidado. Poniendo la visita a los presos entre las obras de misericordia, ha querido invitarnos sobre todo, a no hacernos juez de nadie. Cierto, si uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil. Por eso están descontando su pena en la prisión. Pero cualquier cosa que un preso pueda haber hecho, él sigue siendo amado por Dios. ¿Quién puede entrar en la intimidad de su conciencia para entender qué siente? ¿Quién puede comprender el dolor y el remordimiento?
Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que se ha equivocado. Un cristiano está llamado a hacerse cargo, para que quien se haya equivocado comprenda el mal realizado y vuelva a sí mismo. La falta de libertad es sin duda una de las privaciones más grandes para el ser humano.
Si a esta se añade el degrado de las condiciones –a menudo privadas de humanidad– en la que estas personas viven, entonces realmente es el caso en el cual un cristiano se siente provocado a hacer de todo para restituirles su dignidad.
Visitar a las personas en la cárcel es una obra de misericordia que sobre todo hoy asume un valor particular por las diferentes formas de justicialismo a las que estamos sometidos. Nadie apunte contra nadie. Hagámonos todos instrumentos de misericordia, con actitudes de compartir y de respeto. Pienso a menudo en los presos… pienso a menudo, les llevo en el corazón.
Me pregunto qué les ha llevado a delinquir y cómo han podido ceder a las distintas formas de mal. Y también, junto a estos pensamientos siento que todos necesitan cercanía y ternura, porque la misericordia de Dios cumple prodigios. Cuántas lágrimas he visto correr por las mejillas de prisioneros que quizá nunca en la vida habían llorado; y esto solo porque se han sentido acogidos y amados.
Y no olvidemos que también Jesús y los apóstoles han experimentado la prisión. En los pasajes de la Pasión conocemos los sufrimientos a los que el Señor ha sido sometido: capturado, arrestado como un criminal, escarnecido, flagelado, coronado de espinas… Él, ¡el único Inocente! Y también san Pedro y san Pablo estuvieron en la cárcel (cfr Hch 12,5; Fil 1,12-17).
El domingo pasado –que fue el domingo del Jubileo de los presos– por la tarde vinieron a verme un grupo de presos de Padua. Les pregunté qué harían al día siguiente, antes de volver a Padua. Me dijeron: “Iremos a la Prisión Mamertina para compartir la experiencia de san Pablo”. Es bonito, escuchar esto me ha hecho bien. Estos presos querían encontrar a Pablo prisionero. Es algo bonito, y me ha hecho bien. Y también allí, en la presión, han rezado y evangelizado. Es conmovedora la página de los Hechos de los Apóstoles en las que es contado el encarcelamiento de Pablo: se sentía solo y deseaba que alguno de los amigos le visitara (cfr 2 Tm 4,9-15). Se sentía solo porque la mayoría le había dejado solo… el gran Pablo.
Estas obras de misericordia, como se ve, son antiguas y también actuales. Jesús ha dejado lo que estaba haciendo para ir a visitar a la suegra de Pedro; una obra antigua de caridad. Jesús la ha hecho. No caigamos en la indiferencia, sino convirtámonos en instrumentos de la misericordia de Dios. Todos podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios y esto hará nos más bien a nosotros que a los otros porque la misericordia pasa a través de un gesto, una palabra, una visita y esta misericordia es un acto para restituir la alegría y la dignidad a quien la ha perdido.
Comentario a la liturgia domincal por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 8 noviembre 2016 (ZENIT)
Trigésimo terce domingo del tiempo común
TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN
Ciclo C
Textos: Malaquías 4, 1-2a; 2 Tes 3, 7-12; Lc 21, 5-19
Idea principal: ¿Cómo prepararnos para el final de los tiempos?
Síntesis del mensaje: Estamos terminando el año litúrgico, y es lógico que los textos de este domingo tengan tono y sabor escatológico, es decir, que nos hagan mirar al futuro de la humanidad y el nuestro. A esta mirada hacia el futuro nos invitan, no sólo el evangelio y la 1ª lectura, sino también esta vez la 2ª lectura de san Pablo. Ahora bien, los “últimos tiempos” ya los estamos anticipando siempre en la participación de los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y con la construcción de un mundo más humano y cristiano. Para quienes anuncian insistentemente y con tonos tremendistas que vendrá ya el castigo y el fin de los tiempos, Cristo hoy nos dice que no es inminente: “eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida”. Fe, confianza y perseverancia en el bien.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, en la 1ª lectura, el profeta Malaquías pinta el panorama con total y crudo realismo: “Llega el día, abrasador como un horno. Todos los arrogantes y los que hacen el mal serán como paja; el día que llega los consumirá”. Más claro, imposible. Son imágenes muy gráficas, que remiten a unas grandes verdades. Primera, Dios es el recompensador infinito de aquellos que lo sirven con fidelidad a pesar de las pruebas y el sufrimiento. Segunda verdad, llegará el fin del mundo y, con él, el juicio de Dios. El tiempo en que Dios mismo ponga cada cosa en su lugar, según justicia. Estas palabras de Malaquías no son agradables a la mentalidad moderna, pero no es menos cierto que la justicia que en ellas se manifiesta no invalida la bondad de Dios, que no deja de ser Padre.
En segundo lugar, Cristo en el discurso escatológico del evangelio de hoy desarrolla el mismo tema. Pone en guardia a los cristianos –y a todos- sobre posibles engaños: “Tened cuidado, no os dejéis engañar, porque muchos se presentarán en mi nombre, diciendo: “Soy yo”, y también: “El tiempo está cerca”. No los sigáis”. No hay nada peor que la verdad deformada. No hagamos caso a quienes van por ahí proclamando y anunciando el fin del mundo. La Iglesia ha sido siempre muy cauta en estos temas. Por eso, cuando ha habido supuestamente revelaciones privadas al respecto, la Iglesia no ha dado rápido el veredicto o la aprobación, sino después de un prolongado tiempo de prueba, ya sea aprobándolas o negándolas. Por eso, lo mejor es permanecer tranquilos y serenos en nuestra oración, haciendo el bien a nuestros hermanos y firmes en nuestra adhesión al Magisterio de la Iglesia, y no buscar alarmismos gritando que la justicia de Dios ya está por caer sobre nosotros como un nuevo diluvio, y que tenemos que meternos sabe Dios en qué nuevo arca de Noé. En el plan de Dios, esas guerras, revoluciones, terremotos, epidemias, hambre…tienen la misión de recordarnos que en esta vida todo es transitorio, todo pasa. Llegará el día de los cielos nuevos y la tierra nueva. Sólo así triunfarán la justicia y la felicidad indeficientes.
Finalmente, antes del fin de los tiempos vendrán muchos sufrimientos y persecuciones para quienes quieren ser fieles a Cristo. Ha sido una constante en la vida de la Iglesia, desde sus comienzos en Jerusalén hasta nuestros días. Es conocida aquella sentencia que condenaba a los cristianos como reos de lesa majestad: “Non licet esse vos”, es decir, no tenéis derecho a existir. Se les privaba de la vida, a pesar de que los cristianos eran los más fieles cumplidores de los deberes cívicos. Pero su tenor de vida honrada y limpia era una bofetada implícita a esa vida lujuriosa y desenfrenada de muchos paganos. Hoy también seguimos siendo perseguidos, arrestados, asesinados, no sólo por gobernantes de regímenes comunistas y nazis, sino también por personas de otras religiones y credos. Basta echar una hojeada a las noticias mundiales. Son conocidas las palabras que Tertuliano lanzaba a los perseguidores: “Cuantas veces nos segáis, somos muchos más; semilla de cristianos es la sangre de los mártires”. La Iglesia de siempre enfrenta sin temor y hasta con alegría la persecución, porque la considera un signo de su auténtica identificación con Cristo. Rezar, sufrir, perdonar y dar testimonio de nuestra fe en todas partes, también en las grandes ciudades. Esta es la mejor manera de prepararnos para el final de los tiempos, y no con lenguajes tremendistas y escapando sabe Dios a dónde, para escondernos y vivir una vida tranquila.
Para reflexionar: a unos días de terminar el año de la Misericordia, habría alguno que se preguntaría leyendo hoy este evangelio: ¿dónde está la misericordia y la justicia de Dios? A este respecto, el cardenal Gerhard Ludwig Müller dijo estas palabras: “Hoy sería muy importante comprender que tanto la misericordia como la justicia derivan de la bondad divina como de una misma fuente. Una cierta comprensión actual de la realidad en la que hay una inflación de lo afectivo y de lo sentimental, pretende convencernos de que la misericordia y la justicia son acciones antagónicas. Sin embargo, “la justicia y la misericordia se han abrazado” (Sal 85, 11), es decir, para Dios, decir justicia es decir misericordia, sin oposición. De hecho, es imposible comprender la misericordia de Dios sin tener presente su justicia. Esta no es una especie de balanza en la que juega a equilibrar mis méritos y mis faltas: no lo es, porque sabemos que Dios no nos busca por nuestros méritos ni nos rechaza por nuestras faltas. Tampoco nos mide con reglas o con criterios de justicia externos a Él mismo, por ejemplo, aplicando sin más el Decálogo a nuestra vida¨ (Informe sobre la esperanza, BAC popular, Madrid 2016).
Para rezar: Señor, estoy sereno y tranquilo, y con enorme confianza en Ti, porque al final vendrá la victoria y la felicidad. Te dejo mis preocupaciones y sufrimientos en tus manos. No me hundirán, sino que serán la prueba de mi fe y esperanza. Y al mismo tiempo, quiero seguir haciendo el bien a mi alrededor, con mi palabra y con mi ejemplo. Viviré el “hoy” sin dejar de mirar el “mañana”. Soy peregrino hacia la eternidad y no quiero distraerme en bagatelas y fruslerías. Con la perseverancia, me dijiste, salvaré mi alma. Amén.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected].
Como parte de su visita pastoral a Zambia, el prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos ha hablado durante la apertura del Foro que reúne a obispos, representantes de las asociaciones del clero, de los religiosos y de los laicos, para hablar de la vida y misión la Iglesia en Zambia en el 125 aniversario de la evangelización. (Fides)
Visit of His Eminence Card. Filoni to Zambia
7-10 November 2016
Opening of the National Catholic Forum, Lusaka, Zambia
Brief Introductory Address
Wednesday, 9 November 2016
Your Excellency, the Nuncio to Zambia,
Your Excellencies, the Bishops of the Episcopal Conference of Zambia,
Esteemed members of the Association of Clergy and the Association of Religious,
Dedicated priests, Religious and lay faithful,
Brothers and Sisters in Christ,
1. Greeting: I am delighted to be here at the Official Opening of the National Catholic Forum to give you my support and encouragement as you discuss important issues involving the life and mission of the Church here in Zambia. Being sent by Our Holy Father Pope Francis as His Special Envoy to Malawi on the occasion of the Consecration of the Cathedral in Karonga afforded me the opportunity and privilege to draw near to your Church as well. I have the unique honor of conveying to all of you the greeting and Apostolic Blessing of Pope Francis, who is near to you today through me. As Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples, I would like to thank each of you individually for the cordial welcome and for your dedicated service to the Church’s mission of evangelization.
2. Theme: 125th Anniversary of Evangelization in Zambia: As Pope Francis pointed out during the Ad Limina Visit of the Bishops of Zambia to Rome in 2014, “It is at once evident how plentiful the spiritual harvest in your vast land is – blessed with Catholic-run clinics, hospitals and schools, many parishes alive and growing across Zambia, a wide diversity of lay ministries, and substantial number of vocations to the priesthood.”[1] Through the missionary impulse of the Holy Spirit, the seeds of the faith were first brought here to Zambia by the White Fathers and Jesuit Fathers. Indeed, small seeds were already present in the culture and customs, such that today the faith has entered into the life of many here. What a joy it is to be here with you in the midst of your Jubilee Celebration of 125 years of Catholicism in Zambia! Today, we remember the tireless efforts of Fr. Van Oosten, M.Afr., and his confreres who, while battling malaria and poor living conditions, found a suitable place to establish the first mission, which they successfully did in 1891 at Mambwe-Mwela. Following the lead of the first missionary fathers, many dedicated men and women have continued the work of evangelization here in Zambia up to the present day. Therefore, we thank God today since “despite the sometimes painful meeting of ancient ways with the new hope that Christ the Lord brings to all cultures, the word of faith took deep root, multiplied a hundredfold, and a new Zambian society transformed by Christian values emerged.”[2] You are indeed blessed with a Christian society here. However, I urge you to remain vigilant in not allowing forms of syncretism to dilute the authentic truth of Jesus Christ as taught by the Catholic Church.
As you gather to discuss the state of pastoral life here in Zambia, remember to entrust yourselves and the work of evangelization in this land to the care of our Blessed Lord. This trust in the Lord is especially needed in light of the challenges facing your beloved Country at this time: stressed agricultural production because of drought, unemployment, the resulting poverty felt by many, the terrible affliction of HIV/AIDS and malaria and the struggle to overcome tribal divisions. Do not be discouraged for the Lord is with you every step of the way and will continue to use you to make known the Kingdom of Heaven on earth.
Finally, I encourage you to remain rooted in your life of prayer. The joy of the Gospel grows from and is renewed by a personal encounter with Jesus Christ, which results in a change of life and renewed desire to share the love of Christ with others. In fact, joy, by its nature, always wants and needs to be shared. “For if we have received the love which restores meaning to our lives, how can we fail to share that love with others?” (EG, n. 8).
3. Conclusion: Brothers and sisters, the Church here is still young but certainly growing. May your efforts today and always produce fruit in vocations and in the effective proclamation of the Gospel. As I stated earlier, the Holy Father is near to you and assures you that you are an essential part of the Church of God. You are at the heart of the Church. Therefore, continue to intensify your efforts to promote pastoral work and evangelization, exhorting the young to seek Gospel ideals, forming them to create authentic Christian families founded on the Sacrament of Holy Matrimony as an indissoluble and permanent institution. I now entrust each of you and the work you are about to undertake to the maternal protection of Our Lady of Africa. May the Holy Spirit, through the intercession of the Blessed Virgin Mary and the African Martyrs, strengthen in you the desire to serve God and one another. We remain always united in prayer. God bless you!
Exhortación del cardenal Fernando Filoni en la apertura del National Catholic Forum, que tuvo lugar ayer por la tarde, 9 de noviembre, en Lusaka. (FIDES)
Visit of His Eminence Card. Filoni to Zambia
7-10 November 2016
Homily at the Cathedral of the Child Jesus, Lusaka, Zambia
Wednesday, 9 November 2016
Feast of the Dedication of the Lateran Basilica
Temples of God and Temples of the Holy Spirit
Dear Brothers and Sisters,
It is a joy for me to be with you here in Zambia in this Cathedral of the Child Jesus after serving as the Holy Father’s Special Envoy on the occasion of the Consecration of the Cathedral in Karonga. Indeed it is the Holy Father himself who today, through me, comes in a certain way to your beloved country and Diocese. Therefore, I would like to take this opportunity to convey to all of you the personal greeting and Apostolic Blessing of His Holiness Pope Francis. I would also like to extend my greeting and gratitude to His Excellency, the Most Rev. Telesphore George Mpundu, Archbishop of Lusaka, for all the efforts in coordinating my time in Lusaka as well as for the gracious welcome. To His Excellency, the Most Rev. Julio Murat, Apostolic Nuncio to Zambia, I once again express my appreciation for all the hard work in organizing this visit. Throughout these few days in Zambia, I have truly enjoyed meeting many of you, listening to you and speaking with you. I am honored to be able to pray with you again today as we celebrate the Sacred Mysteries.
Today the Universal Church celebrates the Feast of the Dedication of the Lateran Basilica, the Pope’s Cathedral in Rome. We celebrate this Feast annually to be reminded of two important realities in our faith journey: 1) God dwells here among us, and 2) God dwells in us and fills us with His Spirit so that we can take Him to those in need.
As I reminded the faithful in Malawi last week, a Cathedral or church is a place where God has a home. In the churches of Zambia God truly has a home, very near to your own homes. Indeed, He is “Emmanuel, God with us” (Mt 1:23), making a dwelling among us (cf. Ezekiel 37:27) as He continually guides the growth of this young Church. In today’s Gospel Jesus makes reference to “the temple of his Body.” In the person of Jesus Christ, God became man and dwelt among us. In every Catholic church throughout the world, God continues to dwell with us in the Most Holy Eucharist, always available to us and present with us. “The Eucharist is the source and summit of the Christian Life…for in the blessed Eucharist is contained the whole spiritual good of the Church, namely Christ himself.”[1] Christ’s power and presence comes to us through the Sacraments and fills us with life. Like the water flowing out of the temple in today’s First Reading, the presence of God in his churches, through the Word and the Sacraments, refreshes, gives life and bears the great fruit of joy.
After his return to his Father in Heaven, Jesus sent the Holy Spirit to dwell not only with us but also in us. Each and every baptized Christian has been cleansed so as to become a special dwelling place for God. In other words, we too have been consecrated, or ‘set apart,’ in our Baptism so that God may take up residence in us! St. Paul reminds us, in the Second Reading, that not only is today holy, but you yourselves are holy, for you are temples of God in which the Spirit dwells (cf. vv. 16-17). As Pope Francis reminded all of us during his visit to Uganda one year ago, “We too have received the gift of the Spirit, to make us sons and daughters of God, but also so that we may bear witness to Jesus and make him everywhere known and loved. We received the gift of the Spirit when we were reborn in Baptism, and we were strengthened by his gifts at our Confirmation. Every day we are called to deepen the Holy Spirit’s presence in our life, to ‘fan into flame’ the gift of his divine love so that we may be a source of wisdom and strength to others. The gift of the Spirit is a gift which is meant to be shared. It unites us to one another as believers and living members of Christ’s mystical Body. We do not receive the gift of the Spirit for ourselves alone, but to build up one another in faith, hope and love.”[2]
My dear brothers and sisters, we are called to “daily fan into flame the gift of the Spirit” so as to become the missionary disciples which Christ calls us to be. This mission begins “first in the family, in our homes where charity and forgiveness are learned.”[3] I pray that your homes will always be “a school of love, prayer and work,” like that of the Holy Family.[4] Following the example of Mary and Joseph, may the Child Jesus be the center of our lives. God became a child to be near to us and to evoke a loving response from us. With Christ as your true and only foundation, may the great work of evangelization, effectively underway here in Zambia for over 125 years, continue to draw the people of this great land to the love and mercy of God. I thank you for your efforts in spreading the Good News of Jesus Christ, through the intercession of the Blessed Virgin Mary and St. Joseph, I ask an abundance of God’s blessings upon you.
[1] The Catechism of the Catholic Church, n. 1324 (citing Lumen Gentium, n. 11. and Presbyterorum Ordinis, n.5).
[2] Pope Francis, Homily at Holy Mass for the Martyrs of Uganda, Namugongo (Kampala), 28 November 2015.
[3] Ibid.
[4] Pope Benedict, Homily for the Dedication of the Church of the Sagrada Familia, Barcelona, 7 November 2010.
Reflexión a las lecturas del domingo treintitres del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "COS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 33º del T. Ordinario C
Es posible que cuando S. Lucas escribía el Evangelio, el templo y la misma Ciudad de Jerusalén estuvieran ya destruidos, según el aviso del Señor (Lc 19, 41-44); y es posible también que los cristianos ya estuvieran siendo perseguidos, según Él les había anunciado.
En este caso, a los cristianos les venía bien recordar las palabras del Señor, que hemos escuchado en el Evangelio de hoy.
Sea como fuera, en el Evangelio de este domingo 33º, penúltimo del T. Ordinario C, se entrecruzan dos temas: La destrucción del templo de Jerusalén y de la Ciudad entera, y la Vuelta Gloriosa de Señor.
Estos días, en la Santa Misa, escuchamos algunos textos acerca de este último acontecimiento, que esperamos. Y hemos de distinguir, cuidadosamente, el mensaje específico y concreto de Jesucristo, de la forma literaria, apocalíptica, en la que se expresa.
A lo largo de estas semanas, como decía el otro día, hasta bien entrado el Adviento, recordamos y celebramos esta verdad fundamental que profesamos en el Credo: “Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”. Y también: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”, según el texto que usemos.
Desgraciadamente, esta verdad es poco conocida y vivida, a pesar de celebrarla cada año, durante un tiempo largo.
Y mientras aguardamos ese Día dichoso, ¿qué tenemos que hacer? ¿A qué nos vamos a dedicar?
Algunos cristianos de Tesalónica, a los que S. Pablo escribe con cierta aspereza, pensaban que lo mejor era “dedicarse a no hacer nada”, sencillamente, a esperar que el Señor viniera… De esto nos habla la segunda lectura de hoy. Aquellos cristianos no entendían que Jesucristo quiere encontrarnos, cuando vuelva, realizando la doble tarea que nos ha encomendado: Mejorar la tierra, mediante el trabajo manual e intelectual, y cooperar en la obra de la Redención, anunciando la Buena Noticia al mundo entero, según la vocación de cada uno.
Y hemos de esperar a Cristo no aisladamente, cada uno por su lado, sino en comunidad, en Iglesia. Si vivimos según su espíritu, tendremos la seguridad de prepararnos acertada y adecuadamente para ese gran acontecimiento.
Lo recordamos, especialmente, este domingo en el que celebramos el Día de la Iglesia Diocesana.
Esta Jornada no puede reducirse a una aportación económica un poco más generosa que otros días, o a rellenar el boletín de una suscripción periódica a favor de la Diócesis, que también es necesario, sino que es un día de gracia, en el que hemos de contemplar, de algún modo, el misterio de la Iglesia, casa y camino de salvación, que se hace más cercana, más asequible, más familiar, en cada Diócesis o Iglesia Particular.
De esta forma, nos sentiremos movidos, de manera casi espontánea, a dar gracias a Dios por el don inefable de pertenecer a ella y también buscaremos caminos para trabajar más y mejor en la misión que la Iglesia tiene encomendada.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escucharemos, en la primera lectura, la voz del profeta que anuncia la venida del Señor, que será como una hoguera de fuego para los perversos y sol de justicia para los que le honran.
SEGUNDA LECTURA
Se nos enseña, ahora que la espera de la venida del Señor no debe dispensarnos del trabajo, del cumplimiento fiel y responsable de nuestros deberes.
TERCERA LECTURA
En las palabras del Señor, que ahora escucharemos, se entrelazan dos realidades distintas: la destrucción de la ciudad de Jerusalén y el fin del mundo. Y en medio de todo, se nos invita a la esperanza y a la confianza en Dios.
OFRENDAS
Ayudar a la Iglesia en sus necesidades es uno de los mandamientos que conocemos desde pequeños. La aportación económica que ofrecemos en la santa Misa de hoy para la Iglesia Diocesana debe brotar de nuestro amor y nuestra gratitud hacia ella y también de nuestro deseo ardiente de que tenga todo lo necesario para cumplir su misión.
COMUNIÓN
La Eucaristía es la mesa santa, que el Señor prepara a su Iglesia peregrina, hasta que llegue el día de su Vuelta Gloriosa.
Que el Señor Jesús nos ayude a trabajar, sin desfallecer, en su Iglesia, según el don que cada uno haya recibido.
En la reunión de Su Eminencia el Cardenal Filoni con los formadores de los tres seminarios mayores (St. Dominic., San Agustín y Emaús) en Lusaka, que ha tenido lugar después de la misa, el prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos ha reiterado la importancia de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco. (Fides)
Visit of His Eminence Card. Filoni to Zambia
7-10 November 2016
Meeting with Formators at St. Dominic’s Seminary, Lusaka, Zambia
Address to Formators
Tuesday, 8 November 2016
Dear brother Priests,
1. Greeting: I would like to reiterate what was already mentioned during Holy Mass: it is a joy for me to be here with you and, on behalf of the Congregation for the Evangelization of Peoples, I thank you for your dedication to priestly formation. Your acceptance of the invitation to work in a seminary is truly a gift to the Church in Zambia.
2. Evangelii Gaudium: Your work in seminary formation is an invaluable part of the Church’s mission of evangelization. As I mentioned to the priests and religious in Malawi last week, we must always remember that the call to evangelize comes to us from the Gospel and is continually renewed in our personal encounter with Jesus. For those who serve as formators of future priests there is serious need to regularly renew and strengthen one’s relationship with Jesus Christ. Our life in Christ will bring about a change in us and, at the same time, give us a true and profound joy that always wants and needs to be shared. As Pope Francis mentioned in Evangelii Gaudium, “For if we have received the love which restores meaning to our lives, how can we fail to share that love with others?” (n. 8). It is in radiating that same joy, the fruit of your daily encounters with the Lord, to your seminarians that you effectively carry out your call to evangelize.
3. Spiritual Life: Therefore, dear brother priests, I urge you to remain always grounded in prayer. In the words of St. Paul to the Galatians, “if we live in the Spirit, we walk also according to the Spirit,” (5:25). With these words, the Apostle reminds us that the spiritual life of priests must be nourished and guided by the Spirit of God who leads us to holiness, perfected by charity. “Once a priest stops praying or prays too little, because he says he has too much work, he has already begun to lose his memory,” the memory of what God has done for me and the memory of all that I have received and been asked to give in return.[1] I am well aware that there is a need for more priest formators in the seminaries of Zambia, something which your Bishops are trying to address, and I thank you for your hard work and dedication in light of these challenges. Nevertheless, your daily rootedness in Christ through prayer is essential to your life as a priest and formator. In order to fully live his priestly identity the spiritual life of a priest must be linked to prayer and docility to the Word of God. Pray and listen, as Mary did.
4. Moral Life: I would also like to say a word about celibacy and priestly friendship. This choice in life must be considered in the context of the bond that was forged at your Ordination. For us priests, “Ordination configures [us] to Jesus Christ Head and Spouse of the Church. The Church, as the Spouse of Jesus Christ, needs to be loved by the priest in the total and exclusive way that Jesus Christ Head and Spouse loved her.”[2] Thus, the priest must welcome celibacy “with a free and loving decision that needs to be continually renewed,” being fully aware of the weakness of the human condition.[3] In addition to prayer, one way to persevere in the priestly vocation is to cultivate bonds of friendship with brother priests. The support of fellow priests is always a gift of grace and a precious aid for living our priesthood and ministry. Where fraternal support is lacking among priests, a crisis may not be far away. Always work to maintain and deepen the bonds of your friendship here. “Seminarians must learn to live in community in such a way that the common life may later lead to an authentic experience of the priesthood as close priestly fraternity.”[4] Your example in that regard will be one of the best teachers.
5. Additional Encouragement: Before concluding, please allow me to offer a few additional words of gratitude and encouragement. Thank you for responding to the Bishops’ request to increase the number and quality of the encounters between your seminarians and our Blessed Lord in the Most Holy Eucharist. The practice of adoration and Benediction will bear fruit in the life of the seminary. In addition to Eucharistic devotion, be sure to encourage your seminarians to develop an attentiveness and love for the Word of God. In a world saturated with information from the many forms of mass media, the youth of today are hearing many different voices. Teach them how to listen first to the voice of God through prayer and the Scriptures. The Word of God must be the basis of their daily prayer and, one day, their preaching as well. Remind them, by your example, that we are ordained to a priestly ministry, not a political office, and our preaching and forms of evangelization should be indicative of our service to the Word, not our political preferences.
Finally, be sure to emphasize the psychological and human growth of each candidate.[5] This can only be carried out if formators are committed to closely accompany the seminarians on their vocational journey. Walk with them as their spiritual fathers and, following the wisdom of this Year of Mercy, be always ready to show them the Merciful Face of God.
6. Conclusion: As I conclude, dear brother priests, I thank you, on behalf of Pope Francis and the Congregation for the Evangelization of Peoples, for your hard work and dedicated service in our shared mission of evangelization. “Thank you for your courage in following Jesus.”[6] Your zeal and untiring efforts are a great gift to the Church. Let us go forth, united and strengthened in our common love of our Lord and our Mother, the Church. May Our Lady, St. John Vianney and the great African Saints protect you and accompany you always. We remain united in prayer. God bless you!
[1] Pope Francis, Address to Clergy, Men and Women Religious and Seminarians, Kampala (Uganda), 28 November 2015.
[2] John Paul II, Post-Synodal Apostolic Exhortation Pastores Dabo Vobis, n. 29.
[3] Ibid.
[4] Pope Benedict XVI, Post-Synodal Apostolic Exhortation Africae Munus, 19 November 2011, n. 103 (quoting the Propositio of the Second Special Assembly for Africa of the Synod of Bishops).
[5] Cf. ibid.
[6] Pope Francis, Address to Clergy, Men and Women Religious and Seminarians, Nairobi (Kenya), 26 November 2015.
Como parte de su visita pastoral a Zambia, el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha pasado la mañana de ayer, 8 de noviembre en los Seminarios: ha presidido la celebración eucarística en el Seminario Mayor de Lusaka, dedicada a Santo Domingo, luego se ha reunido con los formadores de los tres seminarios mayores (St. Dominic., San Agustín y Emaús). (Fides)
Visit of His Eminence Card. Filoni to Zambia
7-10 November 2016
Homily at St. Dominic’s Major Seminary, Lusaka, Zambia
Tuesday, 8 November 2016
Tuesday of the Thirty-Second Week in O.T.
In Service of Christ
Dear Brothers in Christ,
It is a joy to be with you here at St. Dominic’s Major Seminary. Having been sent to Malawi as the Holy Father’s Special Envoy on the occasion of the Consecration of the Cathedral in Karonga, afforded me the opportunity to also draw close to the Church in Zambia. At this time, I would like to convey to all of you the greeting and Apostolic Blessing of His Holiness Pope Francis. As Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples, I would like to greet and thank the Very Reverend Father Kennedy Seketa, Rector of this seminary, for the cordial welcome, and all Rectors and formators here present for your service to the Church’s mission of evangelization, carried out so effectively through the education and formation of the next generation of priests. To His Excellency, the Most Rev. Julio Murat, Apostolic Nuncio to Zambia, I thank you for all the hard work in organizing this visit. On behalf of the Missionary Dicastery in Rome, I would like to extend a word of gratitude to the Episcopal Conference and the Most Rev. Benjamin Phiri, Auxiliary Bishop of Chipata and Bishop-Director for Seminaries, for the dedicated leadership of the programs of priestly formation in Zambia.
I would like to direct this brief reflection to you seminarians, whom I now greet and to whom I convey the support and affection of our Holy Father Pope Francis. The liturgy of the Word for today presents us with a passage from the Gospel of Luke, in which we hear Jesus exhorting his Apostles, “When you have done all you have been commanded, say, ‘We are unprofitable servants; we have done what we were obliged to do’” (v. 10). Jesus is reminding his followers of the principle duty of Christian discipleship: service. This obligation and willingness ‘to serve and not to be served’ arises as a response to the generous gift of Mercy and salvation we have first received from God. As we heard in the first Reading, “The grace of God has appeared, saving all and training us to reject godless ways.” God has come to us in the Person of Jesus Christ, “who gave himself for us to deliver us from all lawlessness and to cleanse for himself a people as his own.” We are the recipients of the greatest gift imaginable: life in Christ here on this earth and eternal life with the Blessed Trinity in Heaven. The heart that is aware of the gift of Salvation, which we receive, will be drawn to a proper response of loving service to God and others.
The aspect of service, dear seminarians, should be at the heart of your formative journey.[1] A life of service to the Gospel and the Church’s mission of evangelization is the mark of the life of authentic disciples of Jesus. Our Holy Father Pope Francis, in addressing the seminarians at World Youth Day in Poland, put it this way, “The life of Jesus’ closest disciples, which is what we are called to be, is shaped by concrete love, a love, in other words, marked by service and availability. It is a life that has no closed spaces or private property for our own use, or at least there shouldn’t be. Those who choose to model their entire life on Jesus no longer choose their own places; they go where they are sent in ready response to the one who calls.”[2] The vastness of missionary work urges me to invite you to not limit yourselves to little projects or desire a comfortable and safe life, rather have courage to fully offer yourselves, the best years of your life, in full availability to your Bishop and to the poor and marginalized. Nevertheless, as even happened with some of the Apostles, “We can be tempted to follow Jesus for ambition: ambition for money or power…In our life as disciples of Jesus, there must be no room for personal ambition, for money, for worldly importance. We follow Jesus to the very last step of his earthly life: the cross.”[3]
In order to live out the vocation of generous service to God and His People as priests of Jesus Christ, we must be grounded in prayer and our commitment to celibacy. We are called to a daily dialogue with Christ, meeting Him in the tabernacle and developing a personal friendship with the Lord. As Pope Francis has reminded us, “The way to seek God is through prayer that is transparent and unafraid to hand over to him our troubles, our struggles and our resistance…He is happy when we tell him everything: He is not bored with our lives, which he already knows; he waits for us to tell him even about the events of our day.”[4] We are called to follow the Word of God in prayer and not the voices of the world that we hear on the streets or through the computer. The Word of God and a personal relationship with Jesus through prayer will never fail us.
Finally, dear seminarians, God may be calling you to a life of committed service to his Church to be lived out in the free choice of a life of celibacy. When fully embraced it frees us to follow Jesus more closely. Celibacy draws us into close conformity to Jesus and enables a life of generous service to others. Remember that the Holy Spirit, the font of holiness, is ever-present with the strength necessary to follow Christ by entering into his spousal love for his Bride, the Church, through a life of chaste celibacy.
I am happy to hear that you have spent time reflecting on the theme of Mercy throughout this past year. As this Year of Mercy draws to a close, we are reminded that “each of us holds in his or her heart a very personal page of the book of God’s mercy. It is the story of our own calling, the voice of the love that attracted us and transformed our life, leading us to leave everything at his word and to follow him.”[5] Never forget how much God has done for you. Trust that He will always provide for your needs and do not be afraid to follow Jesus wherever he leads you. Thank you for your openness to God’s will and your willingness to boldly follow Christ’s invitation to “Come, follow me.” God bless you!
[1] John Paul II, Post-Synodal Apostolic Exhortation Pastores Dabo Vobis, nn. 21-23.
[2] Pope Francis, Homily during Mass with Priests, Religious and Seminarians at World Youth Day 2016.
[3] Pope Francis, Address to Clergy, Men and Women Religious and Seminarians, Nairobi (Kenya), 26 November 2015.
[4] Pope Francis, Homily during Mass with Priests, Religious and Seminarians at World Youth Day 2016.
[5] Ibid.
Texto completo de la homilía del papa Francisco en el jubileo de los reclusos (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
El mensaje que la Palabra de Dios quiere comunicarnos hoy es ciertamente de esperanza.
Uno de los siete hermanos condenados a muerte por el rey Antíoco Epífanes dice: «Dios mismo nos resucitará» (2M 7,14). Estas palabras manifiestan la fe de aquellos mártires que, no obstante los sufrimientos y las torturas, tienen la fuerza para mirar más allá. Una fe que, mientras reconoce en Dios la fuente de la esperanza, muestra el deseo de alcanzar una vida nueva.
Del mismo modo, en el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús con una respuesta simple pero perfecta elimina toda la casuística banal que los saduceos le habían presentado. Su expresión: «No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» (Lc 20,38), revela el verdadero rostro del Padre, que desea sólo la vida de todos sus hijos. La esperanza de renacer a una vida nueva, por tanto, es lo que estamos llamados a asumir para ser fieles a la enseñanza de Jesús.
La esperanza es don de Dios. Está ubicada en lo más profundo del corazón de cada persona para que pueda iluminar con su luz el presente, muchas veces turbado y ofuscado por tantas situaciones que conllevan tristeza y dolor. Tenemos necesidad de fortalecer cada vez más las raíces de nuestra esperanza, para que puedan dar fruto. En primer lugar, la certeza de la presencia y de la compasión de Dios, no obstante el mal que hemos cometido. No existe lugar en nuestro corazón que no pueda ser alcanzado por el amor de Dios. Donde hay una persona que se ha equivocado, allí se hace presente con más fuerza la misericordia del Padre, para suscitar arrepentimiento, perdón, reconciliación.
Hoy celebramos el Jubileo de la Misericordia para vosotros y con vosotros, hermanos y hermanas reclusos. Y es con esta expresión de amor de Dios, la misericordia, que sentimos la necesidad de confrontarnos. Ciertamente, la falta de respeto por la ley conlleva la condena, y la privación de libertad es la forma más dura de descontar una pena, porque toca la persona en su núcleo más íntimo. Y todavía así, la esperanza no puede perderse. Una cosa es lo que merecemos por el mal que hicimos, y otra cosa distinta es el «respiro» de la esperanza, que no puede sofocarlo nada ni nadie. Nuestro corazón siempre espera el bien; se lo debemos a la misericordia con la que Dios nos sale al encuentro sin abandonarnos jamás (cf. san Agustín, Sermo 254,1).
En la carta a los Romanos, el apóstol Pablo habla de Dios como del «Dios de la esperanza» (Rm 15,13). Es como si nos quisiera decir que también Dios espera; y por paradójico que pueda parecer, es así: Dios espera. Su misericordia no lo deja tranquilo. Es como el Padre de la parábola, que espera siempre el regreso del hijo que se ha equivocado (cf. Lc 15,11-32). No existe tregua ni reposo para Dios hasta que no ha encontrado la oveja descarriada (cf. Lc 15,5).
Por tanto, si Dios espera, entonces la esperanza no se le puede quitar a nadie, porque es la fuerza para seguir adelante; la tensión hacia el futuro para transformar la vida; el estímulo para el mañana, de modo que el amor con el que, a pesar de todo, nos ama, pueda ser un nuevo camino… En definitiva, la esperanza es la prueba interior de la fuerza de la misericordia de Dios, que nos pide mirar hacia adelante y vencer la atracción hacia el mal y el pecado con la fe y la confianza en él.
Queridos reclusos, es el día de vuestro Jubileo. Que hoy, ante el Señor, vuestra esperanza se encienda. El Jubileo, por su misma naturaleza, lleva consigo el anuncio de la liberación (cf. Lv 25,39-46). No depende de mí poderla conceder, pero suscitar el deseo de la verdadera libertad en cada uno de vosotros es una tarea a la que la Iglesia no puede renunciar.
A veces, una cierta hipocresía lleva a ver sólo en vosotros personas que se han equivocado, para las que el único camino es la cárcel. Cada vez que entro una cárcel me pregunto ‘por que ellos y no yo’, todos tenemos al posibilidad de equivocarnos, todos de una u otra manera nos hemos equivocados.
Y esa hipocresía hace que no se piense piense en la posibilidad de cambiar de vida, hay poca confianza en la rehabilitación. Pero de este modo se olvida que todos somos pecadores y, muchas veces, somos prisioneros sin darnos cuenta.
Cuando se permanece encerrados en los propios prejuicios, o se es esclavo de los ídolos de un falso bienestar, cuando uno se mueve dentro de esquemas ideológicos o absolutiza leyes de mercado que aplastan a las personas, en realidad no se hace otra cosa que estar entre las estrechas paredes de la celda del individualismo y de la autosuficiencia, privados de la verdad que genera la libertad. Y señalar con el dedo a quien se ha equivocado no puede ser una excusa para esconder las propias contradicciones.
Sabemos que ante Dios nadie puede considerarse justo (cf. Rm 2,1-11). Pero nadie puede vivir sin la certeza de encontrar el perdón. El ladrón arrepentido, crucificado junto a Jesús, lo ha acompañado en el paraíso (cf. Lc 23,43). Ninguno de vosotros, por tanto, se encierre en el pasado. La historia pasada, aunque lo quisiéramos, no puede ser escrita de nuevo.
Pero la historia que inicia hoy, y que mira al futuro, está todavía sin escribir, con la gracia de Dios y con vuestra responsabilidad personal. Aprendiendo de los errores del pasado, se puede abrir un nuevo capítulo de la vida. No caigamos en la tentación de pensar que no podemos ser perdonados. Ante cualquier cosa, pequeña o grande, que nos reproche el corazón, sólo debemos poner nuestra confianza en su misericordia, pues «Dios es mayor que nuestro corazón» (1Jn 3,20).
La fe, incluso si es pequeña como un grano de mostaza, es capaz de mover montañas (cf. Mt 17,20). Cuantas veces la fuerza de la fe ha permitido pronunciar la palabra perdón en condiciones humanamente imposibles. Personas que han padecido violencias y abusos en sí mismas o en sus seres queridos o en sus bienes. Sólo la fuerza de Dios, la misericordia, puede curar ciertas heridas. Y donde se responde a la violencia con el perdón, allí también el amor que derrota toda forma de mal puede conquistar el corazón de quien se ha equivocado. Y así, entre las víctimas y entre los culpables, Dios suscita auténticos testimonios y obreros de la misericordia.
Hoy veneramos a la Virgen María en esta imagen que la representa como una Madre que tiene en sus brazos a Jesús con una cadena rota, las cadenas de la esclavitud y de la prisión. Que ella dirija a cada uno de vosotros su mirada materna, haga surgir de vuestro corazón la fuerza de la esperanza para vivir una vida nueva y digna en plena libertad y en el servicio del prójimo.
Texto completo del papa Francisco en el ángelus del 6 de noviembre de 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días. A pocos días después de la solemnidad de Todos los Santos y de la Conmemoración de los fieles difuntos, la liturgia de este domingo nos invita nuevamente a reflexionar sobre el misterio de la resurrección de los muertos.
El Evangelio presenta a Jesús que se enfrenta con algunos saduceos, los cuales no creían en la resurrección y concebían la relación con Dios solamente en la dimensión de la vida terrena.
Y por lo tanto para poner en ridículo la resurrección y en dificultad a Jesús le proponen un caso paradójico y absurdo: el de una mujer que tuvo siete maridos, todos hermanos entre ellos y los cuales murieron uno después del otro. Entonces la pregunta maliciosa dirigida a Jesús es: ¿aquella mujer en la resurrección de quién será esposa?
Jesús no cae en la trampa y reitera la verdad de la resurrección explicando que la existencia después de la muerte será diversa de aquella en la tierra. Él hace entender a sus interlocutores que no es posible aplicar las categorías de este memundo a las realidades que van más allá y son más grandes de lo que vimos en esta vida. Dice de hecho: “Los hijos de este mundo toman mujer y toman marido pero aquellos que son juzgados dignos de la viga futura y la resurrección de los muertos, no toman ni mujer ni marido”.
Con estas palabras Jesús quiere explicar que aquí en este mundo vivimos realidades provisorias que terminan. En cambio en el más allá, después de la resurrección, no tendremos más la muerte como holizonte y viviremos todo, también las relaciones humanas, en la dimensión de Dios, de manera transfigurada.
También el matrimonio signo e instrumento del amor de Dios en este mundo resplandecerá transformado en plena luz en la comunión gloriosa de los santos en el paraíso.
Los “hijos del cielo y de la resurrección” no son unos poco privilegiados, sino todos los hombres y todas las mujeres. Porque la salvación traída por Jesús es para cada uno de nosotros. Y la vida de los resucitados será similar a aquella de los ángeles, o sea toda sumergida en la luz de Dios, toda dedicada a su alabanza, en una eternidad llena de alegría y de paz.
Pero atención, la resurrección no es el hecho de resurgir después de la muerte, sino un nuevo tipo de vida que ya podemos experimentar hoy; es la victoria sobre la nada que ya podemos pregustar.
La resurrección es el fundamento de la fe cristiana. Si no existiera la referencia al paraíso y a la vida eterna, el cristianismo se reduciría a una ética, a una filosofía de vida. En cambio el mensaje de la fe cristiana viene desde el cielo, es revelado por Dios y va más allá de este mundo.
Creer en la resurrección es escencial para que cada acto de nuestro amor cristiano no sea efímero y finalizado a sí mismo, sino que se vuelva una semilla destinada a brotar en el jardín y a producir frutos de vida eterna.
La Virgen María, reina del cielo y de la tierra nos confirme en la esperanza de la resurrección y nos ayude a hacer fructificar las obras buenas y las palabras de su Hijo, sembradas en nuestros corazones”.
El Papa reza la oración del ángelus y después dice:
“Queridos hermanos y hermanas, en ocasión del actual Jubileo de los Reclusos quiero dirigir un llamado para que sean mejoradas las condiciones de vida en las cárceles en todo el mundo, para que sea plenamente respetada la dignidad humana de los detenidos. Además deseo reiterar la importancia de reflexionar sobre la necesidad de una justicia penal que no sea exclusivamente punitiva, sino abierta a la esperanza y a la perspectiva de reinsertar al reo en la sociedad.
De manera especial pongo a la consideración de las autoridades civiles competentes la posibilidad de cumplir en este Año Santo de la Misericordia, un acto de clemencia hacia aquellos presos que se considerarán idóneos a beneficiarse de la medida.
Hace dos días atrás entró en vigor el Acuerdo de París sobre el clima del planeta. Este importante paso adelante demuestra que la humanidad tiene la capacidad para colaborar en proteger lo que ha sido creado y poner la economía al servicio de las personas y construir la paz y la justicia.
Mañana, además, en Marrakech, en Marruecos inicia una nueva sesión de la Conferencia sobre el clima, finalizada además para la actuación de tal acuerdo. Deseo que todo este proceso pueda ser guiado por la conciencia de nuestra responsabilidad en la custodia de la casa común.
Ayer en Scutari, Albania, fueron proclamados beatos 38 mártires: dos obispos, numerosos sacerdotes y religiosos, un seminarista y algunos laicos, víctimas de la durísima persecución del régimen ateo que dominó por muchos años aquel país durante el siglo pasado.
Ellos prefirieron sufrir la cárcel, las torturas y también la muerte, con tal de permanecer fieles a Cristo y a su Iglesia. Su ejemplo nos ayude a encontrar en el Señor la fuerza que sostiene en los momentos de dificultad y que inspira actitudes de bondad, perdón y paz.
Saludo a los peregrinos que han venido desde diversos países: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular saludo a los fieles de Sidney y de San Sebastián de los Reyes, al Centro académico romano Fundación y a la Comunidad católica venezolana en Italia; así como la los grupos de Adria-Rovigo, Mendrisio, Roccadaspide, Nova Siri, Pomigliano D’Arco y Picerno. A todos les deseo un buen domingo y por favor no se olviden de rezar por mi”.
Y concluyó “¡Buon pranzo e arrivederci!”.
Tras su visita pastoral a Malawi, el cardenal Fernando Filoni llegó a Zambia en la tarde de ayer, 7 de noviembre y se reunió de inmediato con la Conferencia Episcopal, en Lusaka, llevando el saludo y la bendición del Papa Francisco, y expresando su agradecimiento como prefecto de la Congregación para la evangelización de los Pueblos, por el compromiso y dedicación de los obispos a la evangelización.
Visit of His Eminence Card. Filoni to Zambia
7-10 November 2016
Meeting with Bishops, Lusaka, Zambia
Address to the Bishops of Zambia
Monday, 7 November 2016
Your Excellency, the Nuncio to Zambia,
Dear President of the Episcopal Conference of Zambia,
My Brothers in the Episcopacy,
1. Greeting: It is a great joy to be with you today in this country so adorned with beauty, such as Victoria falls, and abundantly blessed with cultural diversity, many natural resources and, most importantly, the Christian Faith. Having been sent by Pope Francis as His Special Envoy to Malawi on the occasion of the Consecration of the Cathedral in Karonga, I am happy to be able to spend a couple of days encountering the many components of the People of God in Zambia: priests, religious men and women, seminarians, civic officials and many dedicated lay faithful. This particular occasion is one of honor as I meet with you, the Shepherds of the Church here in Zambia. As with your Ad Limina Visit to our Missionary Dicastery in Rome two years ago, my presence now is again an expression of our closeness and attentiveness to your Church. I also have the unique honor of conveying to you Pope Francis’s personal greeting as well as his Apostolic Blessing. As Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples, I would like to thank the Episcopal Conference and each of you individually for the cordial welcome and for your dedicated service to the Church’s mission of evangelization.
2. The Church in Zambia: As Pope Francis pointed out during your Ad Limina Visit to Rome in 2014, “It is at once evident how plentiful the spiritual harvest in your vast land is – blessed with Catholic-run clinics, hospitals and schools, many parishes alive and growing across Zambia, a wide diversity of lay ministries, and a substantial number of vocations to the priesthood.”[1] However, I am also well aware of the challenges facing your beloved Country at this time: stressed agricultural production because of drought, unemployment, the resulting poverty felt by many, and the terrible affliction of HIV/AIDS and malaria. This is in addition to the cultural challenges brought about by the many different ethnicities, which still struggle to overcome tribal divisions. Nevertheless, what rises above these difficulties is the good work carried out by you bishops who, when speaking with one voice, effectively promote catholic values, the values necessary for good political engagement, and the importance of unity.
3. Evangelii Gaudium: Dear brothers, the Apostolic Exhortation Evangelii Gaudium is a valuable document, because it represents the vision of Pope Francis for the Church in the coming years. The Pope says that the joy of the Gospel is the foundation of evangelization. The joy of the Gospel grows from and is renewed by a personal encounter with Jesus Christ, which results in a change of life and a renewed desire to share the love of Christ with others. In fact, joy, by its nature, always wants and needs to be shared. “For if we have received the love which restores meaning to our lives, how can we fail to share that love with others?” (EG, n. 8). The desire to evangelize is the natural consequence of this joy, which consists in having encountered the Lord and having been renewed by Him. Pope Francis reminds us in his Encyclical Lumen Fidei, referred to also in Evangelii Gaudium, that “The Church does not grow by proselytism but by attraction” (n. 14). There are few things more attractive to the human heart than authentic joy. We are blessed to be in a Christian country, where believers in Christ account for nearly 95% of the population. However, we must constantly be renewed in Christ to bring about growth in the Church, which constitutes only a little over one-quarter of all Christian. The Church must continue to reach out to the poor who, “in their struggle for survival are led astray by empty promises in false teachings that seem to offer quick relief in time of desperation.”[2]
4. Ad Gentes: Less than a year ago we celebrated the 50th anniversary of the Conciliar Decree “Ad Gentes” on the missionary activity of the Church, which, the document reminds us, springs directly from the very nature of the Church. Through this missionary impulse, the seeds of the faith were brought here to Zambia by the White Fathers and Jesuit Fathers. Small seeds were already present in the culture and customs, such that today the faith has entered into the life of many here. What a joy it is to be here with you in the midst of your Jubilee Celebration of 125 years of Catholicism in Zambia, inaugurated this past August! Dear brothers, you are standing on the shoulders of the great missionaries who so boldly and selflessly labored to bring the Good News to this blessed land. In particular, we remember the tireless efforts of Fr. Van Oosten, M.Afr., and his confreres who, while battling malaria and poor living conditions, found a suitable place to establish the first mission, which they successfully did in 1891 at Mambwe-Mwela. We also honor with our memory the first bishop consecrated on Zambian soil, the Most Rev. Joseph Dupont, M.Afr. Following the lead of these first missionary fathers, many fine men and women have continued the work of evangelization here in Zambia up to the present day. Therefore, we thank God today since “despite the sometimes painful meeting of ancient ways with the new hope that Christ the Lord brings to all cultures, the word of faith took deep root, multiplied a hundredfold, and a new Zambian society transformed by Christian values emerged.”[3] Each of you, dear brothers, must continue to assume the personal responsibility to evangelize, because “the mandate of Christ to preach the Gospel to every creature (Mark 16:15) primarily and immediately concerns [bishops], with Peter and under Peter” (AG, n. 38). And Peter, who came to you in the person of Pope St. John Paul II in 1989 is also present to you today in the person of Pope Francis, in a unique way through me, the Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples, as well as through his Representative, the Most Rev. Julio Murat. Please know that we are pleased to hear that the Church here in Zambia still enjoys a strong missionary spirit.
Nevertheless, there is still much work to do. The conciliar document Ad Gentes remains valid still today. The Holy Father Pope Francis, in Evangelii Gaudium, citing Redemptoris Missio, reiterated, “Indeed, ‘today missionary activity still represents the greatest challenge for the Church’ and ‘the missionary task must remain foremost,’” especially as it pertains to the responsibility of bishops. The bishop, as head and center of the diocesan apostolate, must promote, direct and coordinate missionary activity, as well as encourage all the members of the People of God to participate in the work of evangelization. Priests and religious men and women, as the bishop’s close collaborators in spreading the Gospel, are called to live their proper vocation and charism, so as to become the “salt of the earth and the light of the world.” In the one Body of Christ, which is the Church, every baptized member has received from God a personal call to be a witness to the Gospel in every circumstance in which he finds himself. It is worth noting that the duty of evangelization “is one and the same everywhere and in every condition, even though it may be carried out differently according to circumstances” (AG, n. 6). This means that the path of evangelization is not easy. We certainly must not forget, though, that St. Paul urged that the Word of God be proclaimed regardless of “whether the time is favorable or unfavorable” (2 Tim 4:2). As in many places around the world, here you are facing particular challenges regarding threats against family life and the Gospel values inherent in it. We must continue to “be solicitous whether in or out of season, by supporting this “sanctuary of life” (Africae Munus, n. 42), which is the family, for it is here that the Church’s well-being in Zambia must grow and be fostered.”[4] To carry out the work of “affirm[ing] Catholic couples in their desire for fidelity in conjugal life and in their yearning to provide a stable spiritual home for their children,”[5] together with your priests, you will need patience and fortitude. In this regard we can draw from the example of the African Martyrs who witnessed to hope and the Mercy of God through the exercise of patience and fortitude, especially when faced with the pain of torture and death. Missionary patience will also help promote a culture of dialogue, of which Pope Francis often speaks and which is much-needed on a social and political level here in Zambia. In summary, always remember that “your first duty is to bring the good news of salvation to all.”[6] In this often daunting but necessarily task, know always of my prayers and support and those of the Holy Father.
5. Additional Encouragement: Dear brothers, please allow me a few additional words of commendation and encouragement. I commend you for the good work of evangelization, as you continue to utilize radio to spread the Gospel, as well as your recent initiatives to involve the use of television. I likewise commend you for your efforts in defense of Catholic values for family life and your pledge to follow the counsel given to you by our Holy Father during your Ad Limina Visit in 2014.
I encourage you to keep promoting vocations to the priesthood, while never being hasty in ordaining a man who may not be properly suited to assume the responsibilities of Sacred Orders. Assist with the good discernment of candidates through the generous support of your Seminaries, staffing them with an adequate number of qualified formators, chosen from among those priests who clearly exhibit good human, intellectual, spiritual and pastoral qualities. In this light, I commend you for the efforts already undertaken, with the aid of the Pontifical Society of St. Peter, to properly form your priests for this important work.
In your collaboration as the Bishops of Zambia, be attentive of the need to overcome temptations to distrust and skepticism caused by cultural differences. Your efforts to seek and maintain fraternal communion will be a motivating witness to unity for the People of God and the Zambian society at large. “Continue working with your political leaders for the common good,” while properly educating your clergy about the Church’s teaching on the prudent engagement of politics by ordained ministers.[7]
Finally, I urge you to always strive to love with a fatherly and brotherly love all those whom God entrusts to you. Foremost, have particular care for your priests. “Never tire of being kind and firm fathers to your priests, helping them to resist materialism and the standards of the world, while recognizing their just needs,” with particular attention to those suffering from HIV/AIDS and alcoholism.[8] As Pope Francis gently reminded the bishops during the Seminar for New Bishops this past September, always remember that “your closest neighbor is your priest!” Thus, be always available to your priests and ever patient with them.[9] I thank you for your continued efforts to limit the lucrative motives of some of your priests while striving to bring about greater equity in pay to others. “Continue also to promote the treasure of religious life in your Dioceses, so that outstanding examples may be brought forth of Zambian men and women seeking to love the Lord with undivided hearts.”[10] Also, I encourage you to remain always present and available to the lay faithful, who are an integral part in the work of evangelization in Zambia. As Successors to the Apostles you are called to a life of fatherly service, not “being served” as the authority figure, rather leading by example in generously giving of yourself in service to others, as Jesus himself teaches us. Finally, strive to limit the time spent outside of your Diocese, for your priests and all the faithful need you.
6. Conclusion: As I conclude this brief reflection, I would like to express to you, dear brothers in the Episcopacy, a word of appreciation, on behalf of Pope Francis and the Congregation for the Evangelization of Peoples, for your hard work and dedicated service in our shared mission of evangelization, for your generosity in pastoral work and for your praiseworthy communion with the Holy Father. May the People of God in Zambia continue to “receive the gift of the Gospel from you with fresh vigor, as you offer them Christ’s joy and mercy anew.”[11]
I entrust each one of you, your Dioceses and your pastoral ministry to the maternal protection of Our Lady of Africa. May the Holy Spirit, through the intercession of the Blessed Virgin Mary and the African Martyrs, strengthen in you the desire to serve the Kingdom of God, with all your heart and all your strength, in solidarity with the Holy Father and with one another. We remain always united in prayer. God bless you!
[1] Pope Francis, Address to the Bishops of the Episcopal Conference of Zambia, Monday, 17 November 2014.
[2] Pope Francis, Address to the Bishops of the Episcopal Conference of Zambia, Monday, 17 November 2014.
[3] Ibid.
[4] Pope Francis, Address to the Bishops of the Episcopal Conference of Zambia, Monday, 17 November 2014.
[5] Ibid.
[6] Pope Benedict XVI, Post-Synodal Apostolic Exhortation Africae Munus, 19 November 2011, n. 103.
[7] Pope Francis, Address to the Bishops of the Episcopal Conference of Zambia, Monday, 17 November 2014.
[8] Ibid.
[9] Cf. Pope Francis, Homily at an Episcopal Consecration in St. Peter’s Basilica, Saturday, 19 March 2016.
[10] Pope Francis, Address to the Bishops of the Episcopal Conference of Zambia, Monday, 17 November 2014.
[11] Ibid.
Palabras del cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en la homilía de la misa que celebró ayer por la mañana, 7 de noviembre, en la capilla del monasterio de las Clarisas en Lilongwe. (FIDES)
Visit of His Eminence Card. Filoni to Malawi
3-7 November 2016
Homily at the Poor Clare’s Monastery, Lilongwe, Malawi
Monday, 7 November 2016
Thirty-second Week in Ordinary Time
Seeking the Merciful Face of God
Dear Sisters,
I am very happy to be able to offer Mass in this Monastery of dedicated Poor Clares. In the words of Pope Francis, communities like yours, “set like cities on a hill or lamps on a stand (Mt 5:14-15),…visibly represent the goal towards which the entire ecclesial community journeys.”[1] I thank you for your witness to consecrated life, as well as your exemplary work and the continual prayers offered as a contribution to this local Church. My time with you today confirms what I had already heard through the Nuncio, that this Monastery is a guiding-light and a beacon of spirituality, a flowering of local vocations with the mission to provide prayerful support each day for the work of evangelization that takes place on the other side of these walls.[2] This is a great gift to the Church in Malawi. As the Holy Father’s Special Envoy on the occasion of the Consecration of the Cathedral in Karonga and in my capacity as the Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples, I would like to take this opportunity to convey to all of you the support, personal greeting and Apostolic Blessing of His Holiness Pope Francis.
The Responsorial Psalm for today’s liturgy speaks of the longing in the heart of God’s people to see His face. The Psalmist first asks, “Who can ascend the mountain of the Lord? Or who may stand in His holy place?” He responds by saying that those who seek His face, those who strive for holiness with a clean heart, will indeed “receive a blessing from the Lord, a reward from God his savior.” The longing in our hearts to see God’s face in a “dialogue of love with the Creator” is common to “all men and women who, drawn by a passionate desire for happiness and fulfilment, never remain fully satisfied.”[3] However, “In seeking God, we quickly realize that no one is self-sufficient.”[4] In our “pilgrimage of seeking the true God” we need the presence of others to show us the joy of seeking God’s face and to guide us on our journey to the Lord. This is the great role of the contemplative life, of which Pope Francis recently wrote in his Apostolic Constitution Vultum Dei Quaerere. You have listened to the Spirit and chosen to dedicate your lives to Christ in a life that “produces a rich harvest of grace and mercy.”[5]
However, as our Holy Father points out, “The great challenge faced by consecrated persons is to persevere in seeking God…and to continue to offer…Christ’s life of chastity, poverty and obedience as a credible and trustworthy sign, thus becoming a ‘living ‘exegesis’ of God’s word.’”[6] The vocation to consecrated life is a demanding one that needs to be sustained daily through prayer. In this regard, it is precisely the Gospel that reminds us of when the disciples of Jesus, who faced difficult and, at times, terrifying situations, asked him, “Increase our faith!” (Lk 17:5). This was considered the “most profound prayer of the heart” by the desert fathers in Egypt, members of that most ancient form of religious life. This humble request for deeper faith is like the simple but true invocation of a baby when he asks his mother to provide much-needed food or water. And it was the intimate prayer of the heart of St. Francis and St. Clare, from whom you, dear sisters, must draw inspiration in your daily encounter with Jesus.
The challenges of community life will be overcome, as Pope Francis points out, through good spiritual formation, silence and prayer: the prayerful reading of God’s word, the Holy Eucharist and Reconciliation. Do not forget: your common life together is meant to be a reflection of the love of the Holy Trinity.[7] I urge you to always be generous with one another in granting forgiveness. We are required to be merciful because we are, first, the recipients of Mercy. Never tire of seeking forgiveness and “never tire of forgiving: forgive always.”[8]
My dear sisters, it is good to be with you today as together we seek the merciful face of God. I once again thank you, using the very words of our Holy Father, for “without you what would the Church be like…The Church greatly esteems your life of complete self-giving. The Church counts on your prayers and on your self-sacrifice to bring today’s men and women to the good news of the Gospel. The Church needs you!”[9] May Mary, humble and faithful disciple, most caring Mother, Saint Clare and the African Saints be ever at your side encouraging you to never stop joyfully seeking God’s face. God bless you!
[1] Pope Francis, Apostolic Constitution Vultum Dei Quaerere, On Women’s Contemplative Life, n. 2.
[2] Cf. “Appunti per la Visita ‘Ad Limina Apostolorum’ dei Vescovi del Malawi”, 05-12 novembre 2014 (Prot. N. 3503/14), p. 23.
[3] Pope Francis, Apostolic Constitution Vultum Dei Quaerere, On Women’s Contemplative Life, n. 1.
[4] Ibid.
[5] Loc. cit., n. 5.
[6] Pope Francis, Apostolic Constitution Vultum Dei Quaerere, On Women’s Contemplative Life, n. 2.
[7] Cf. John Paul II, Post-synodal Apostolic Exhortation Vita Consecrata, n. 41.
[8] Pope Francis, “Meditazione mattutina nella cappella della Domus Sanctae Marthae”, Scandalosi cristiani, 10 November 2014.
[9] Pope Francis, Apostolic Constitution Vultum Dei Quaerere, On Women’s Contemplative Life, n. 6.
EMBARGO 20 HS - 112° Asamblea Plenaria (Pilar, 7-11 de noviembre)
Misa de Apertura - Homilía de Mons. José María Arancedo
Queridos hermanos:
Iniciamos una nueva Asamblea en la que reflexionaremos el camino y las orientaciones pastorales de la Conferencia Episcopal. La pertenencia al cuerpo episcopal es un don, una gracia al servicio del Pueblo de Dios que, vivido como “expresión del afecto eclesial” guía nuestra “acción evangelizadora y afianza la comunión eclesial”. Qué bien nos hace en este ámbito volver a las palabras del salmista, cuando nos habla del gozo del encuentro fraterno: “¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos…. Allí el Señor da su bendición” (Sal. 133). Vivir la alegría de nuestro encuentro es un signo de la presencia del Espíritu.
Al iniciar la 112° Asamblea Plenaria no podemos dejar de tener una mirada agradecida a Dios por este año que estamos concluyendo. Hemos sido testigos de varios acontecimientos que hacen a la Historia de la Iglesia en Argentina y que han enriquecido la vida de nuestras comunidades. En el marco del Año Santo de la Misericordia con su mensaje de conversión y santidad, celebramos en Tucumán, junto al Bicentenario de nuestra Patria, el XI Congreso Eucarístico Nacional que fue una Fiesta de fe eucarística y comunión eclesial. Asistimos, finalmente, a la Beatificación de Mama Antula, y a la canonización de nuestro Cura Brochero, ya nombrado Patrono del clero argentino. ¡Cuántos momentos fuertes y fecundos hemos vivido!
En un mundo con tantas actividades y envueltos en esa fugacidad que debilita la asimilación de los acontecimientos vividos, no dejemos de valorar su espesura y profundidad histórica y de gracia, son hechos que han marcado nuestro camino eclesial a lo largo del año. Es el Señor de la Historia quién nos ha visitado y hemos sido testigos de su paso. Este tiempo vivido compromete, además, nuestro reconocimiento y gratitud a las personas e instituciones que han sido instrumentos en este año de gracia. Que sepamos, Señor, vivir y desarrollar todas las riquezas espirituales y pastorales que encierra este camino de gracia.
Celebramos la memoria de Santa María, Madre y medianera de la gracia. El evangelio de san Lucas nos presenta a María en las bodas Caná, intercediendo ante su Hijo. Es una imagen que nos revela su cercanía de Madre ante las necesidades humanas, y nos muestra su papel de intercesora. Así lo vivió y trasmitió la tradición, así lo definió la Iglesia. Son muchas los signos que nos hablan de esta misión de María. Nuestros Santuarios son un testimonio elocuente de su intercesión. Ella orienta nuestro corazón al encuentro con su Hijo.
Con su simple: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn. 2, 5), es ella misma la que nos manifiesta su lugar en el plan de Dios. Cuánta confianza nos da el saber que está atenta y nos acompaña con su amor de madre. Ante la multiplicidad de temas que nos ocupan, somos los primeros necesitados de su presencia maternal e intercesora. En la intimidad de este ámbito colegial quiero decirle, una vez más: María, intercede por nosotros, tus hijos, llamados a ser pastores del pueblo que la Iglesia nos ha confiado.
Esta atenta y activa actitud de María ante las necesidades humanas, es una imagen en la que encontramos rasgos que nos ayudan en nuestro ministerio pastoral. Es una presencia cercana que ve y se hace cargo de la necesidad del otro. Ella vive su misión con la certeza de ese amor providente de Dios que en su Hijo nos manifestó su amor y misericordia. Su mirada de fe la hace vivir con gozo su “pequeñez de servidora”, y lo hace con la confianza de que su fuerza proviene de lo alto, “el todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas” (Lc. 1, 46). Esta experiencia de María es, también para nosotros como pastores, la certeza de vivir un camino sostenido por el amor providente de Dios.
Su cercanía y sensibilidad es, además, una escuela que nos enseña a asumir las necesidades materiales y espirituales de nuestros hermanos, sobre todo los más necesitados. Conocemos la realidad de la pobreza y las dificultades en la que viven muchos hermanos nuestros. Sabemos que la situación social sigue siendo difícil, incluido especialmente el flagelo del narcotráfico con su secuela de destrucción y muerte. Esta deuda social reclama caminos que permitan cubrir tanto las necesidades básicas como la creación de trabajos dignos que, junto a la educación y capacitación, eleve y aliente proyectos de vida, de modo especial en los jóvenes.
Para alcanzar una sociedad más justa e inclusiva, es necesario junto a la presencia activa del Estado, el compromiso de una dirigencia capaz de salir de una cultura individualista encerrada en sus intereses, para abrirse a las exigencias de la solidaridad y el bien común. La pobreza no es solo un tema económico, es también un tema moral y cultural.
Vuelvo a un tema pendiente en nuestra sociedad. Como argentinos venimos de una historia de desencuentros y heridas que necesitan ser sanadas, para crear juntos una Patria de hermanos. Este espíritu nos llevó a ordenar y disponer nuestros archivos como un servicio que ilumine nuestra historia reciente, de acuerdo a lo dispuesto por la Asamblea de noviembre de 2012. Cuando hablamos de reconciliación lo hacemos desde el evangelio y la dignidad de la persona humana. La reconciliación no es impunidad ni debilidad, ella necesita de la verdad y del ejercicio de una justicia respetuosa de las garantías constitucionales, en la que todos se sientan incluidos. Cuando abrimos nuestra mente y nuestro corazón al valor humano, espiritual y social de la reconciliación caminamos en la justicia hacia la concordia. La reconciliación mira el pasado, ciertamente, pero es camino y profecía de una sociedad nueva. No hay, por lo mismo, futuro posible de una Patria de hermanos sin espíritu de reconciliación.
Pongo a los pies de María Santísima, Nuestra Madre de Luján, el comienzo de los trabajos de esta Asamblea Plenaria para que nos acompañe y nos haga mirar a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Continuando su visita pastoral a Malawi, el Cardenal Fernando Filoni ha celebrado la misa en la parroquia de San Patricio, en Lilongwe, en la tarde del domingo, 6 de noviembre luego ha realizado un breve discurso a los laicos.
Visit of His Eminence Card. Filoni to Malawi
3-7 November 2016
Homily at St. Patrick’s Parish, Lilongwe, Malawi
Sunday, 6 November 2016
Thirty-second Sunday in Ordinary Time
Life in Christ
Dear Brothers and Sisters,
It is a joy to be back with you here in Lilongwe after serving as the Holy Father’s Special Envoy on the occasion of the Consecration of the Cathedral in Karonga, which took place yesterday. I would like to take this opportunity to convey to all of you once again the greeting and Apostolic Blessing of His Holiness Pope Francis. To His Excellency, the Most Rev. Tarcisius Ziyaye, Archbishop of Lilongwe, I greet and thank you and your support staff for all the efforts in coordinating my time in Lilongwe, as well as for the gracious welcome. I once again express my appreciation to His Excellency, the Most Rev. Julio Murat, Apostolic Nuncio to Malawi, for all the hard work in organizing this visit. To all here present, throughout these days in Malawi, I have truly enjoyed meeting you, listening to you and speaking with you. I am honored to be able to pray with you again today as we celebrate the Sacred Mysteries.
In today’s Gospel Jesus speaks about the ‘God of the living, not of the dead.’ Through Abraham, Isaac and Jacob, God entered into a covenant family relationship with his people. Through our Baptism we entered into that same covenant and became the children of God. Since we are now members of the same family, the God of Abraham, Isaac and Jacob is “also the God with my name, with your name…with our names. The God of the living!”[1] He is truly our God.[2]
Jesus is a living God, present to us and in a relationship with us. “He himself is the Covenant, he himself is the Life and the Resurrection.”[3] Our union with him means that he who is the Life draws us into a new life in him. Our life in Christ is meant to bring about a peace and joy so powerful that it can overcame any difficulty. Jesus knows that many Malawians struggle with poverty, tribal divisions and hostilities, as well as temptations to witchcraft. However, if we remain alive in Christ, he will bring about unity and solidarity, for his love seeks to heal and unite. We can be confident that “He accompanies each one of us with his eternal faithfulness.”[4] He will never leave us and his love and Mercy are always near to us, especially in the Sacraments and in our common bonds of friendship.
My dear brothers and sisters, it is good to be with you today as we, once again, encounter the living God, Jesus Christ, in the Word, in the Holy Eucharist and in each other. May His love give us the strength to overcome the challenges before us and make us ever more eager to share that same love with others. We have a responsibility to share the Good News with others because we live in the faith and hope of a God who “continually amazes us with his love and with his mercy.”[5] May the intercession of Our Lady of Africa and the great African Saints keep you always rooted in that same love and always desirous of God’s abundant mercy. God bless you!
Después de presidir la consagración de la catedral de Karonga, en la tarde del sábado 5 de noviembre de 2016, el Card. Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, se ha reunido con los obispos de Malawi en el obispado de la diócesis. (Fides 05/11/2016)
Visit of His Eminence Card. Filoni to Malawi
3-7 November 2016
Meeting with Bishops, Karonga, Malawi
Address to the Bishops of Malawi
Saturday, 5 November 2016
Your Excellency, the Nuncio to Malawi,
Dear President of the Episcopal Conference of Malawi,
My Brothers in the Episcopacy,
1. Greeting: It is a great joy to be with you today, and I am privileged to have been chosen by Pope Francis as His Special Envoy to Malawi on the occasion of the Dedication of the Cathedral in Karonga, but also as an expression of the Holy Father’s closeness to each of you. I have the unique honor of conveying to you Pope Francis’s personal greeting as well as his Apostolic Blessing. My time in your country affords me the opportunity to encounter many components of the People of God in Malawi: priests, religious men and women, seminarians, civic officials and many dedicated lay faithful. This particular occasion is one of honor as I meet with you, the Shepherds of the Church here in Malawi. Accordingly, I would like to thank the Episcopal Conference as a whole and each of you individually for the cordial welcome and for your dedicated service to the Church’s mission of evangelization.
2. The Church in Malawi: I am well aware of the challenges facing your beloved Country at this time: the food crisis caused by drought in the North and flooding in the South, the economic challenges caused by these same occurrences as well as by other factors, the resulting poverty felt by many, and the lack of social services for people, many who suffer from all sorts of ailments, not the least of which is HIV/AIDS. Nevertheless, I am also aware of the good work carried out by the Church in these times of need. Your support of those affected by this past year’s misfortunes is praiseworthy. The continued good work of education and care for the poor is also worthy of mention. This confirms the presence of a Church alive and growing, despite the struggles of daily life. I have seen with my own eyes the strengths of your Community of Faith. I know of the valuable presence of Religious men and women as well as the dedicated service of the lay faithful. Also, I know of your dedication to bring about further growth and development in both the Church and the society.
3. Evangelii Gaudium: Dear brothers, the Apostolic Exhortation Evangelii Gaudium is a valuable document, because it represents the vision of Pope Francis for the Church in the coming years. The Pope says that the joy of the Gospel is the foundation of evangelization. The joy of the Gospel grows from and is renewed by a personal encounter with Jesus Christ, which results in a change of life and renewed desire to share the love of Christ with others. In fact, joy, by its nature, always wants and needs to be shared. “For if we have received the love which restores meaning to our lives, how can we fail to share that love with others?” (EG, n. 8). The desire to evangelize is the natural consequence of this joy, which consists in having encountered the Lord and having been renewed by Him.
The work of evangelization, built upon and renewed by a personal encounter with the living God, takes place in the context of personal relationships, of which the foremost is the family. Pope Francis, quoting Evangelii Gaudium, highlighted this important aspect when he addressed you during your Ad Limina visit in 2014. He reminded you of the following: “‘Pastoral activity needs to bring out more clearly the fact that our relationship with the Father demands and encourages a communion which heals, promotes and reinforces interpersonal bonds’ (n. 67) – a humanizing and sanctifying process that begins, and finds its natural fulfillment, in the family.”[1] You know well the “admirable spirit of the Malawian people…who remain strong in their commitment to family life.” You also know the challenges they face. Thus, “as fathers and shepherds, you are called to nurture, protect and strengthen [family life]” by “keep[ing] always before you the needs, experiences and realities of families in your efforts to spread the Gospel.”[2]
4. Ad Gentes: Less than a year ago we celebrated the 50th anniversary of the Conciliar Decree Ad Gentes, on the missionary activity of the Church, which, the document reminds us, springs directly from the very nature of the Church (n. 2). Through this missionary impulse, the seeds of the faith were brought here to Malawi, first by the Jesuits and then by the White Fathers and Montfort Fathers. Small seeds were already present in the culture and customs, such that today the faith has entered into the life of many here. In 2001, the Church in Malawi celebrated the 100th Anniversary of Evangelization, marking a century since the first official mission was established in this area, located in Nzama. The solemn celebration was blessed with the presence of the Pope’s Special Envoy for the occasion, in the person of Francis Cardinal Arinze. Today we remember with grateful hearts so many blessed years since the first evangelization took place here. The beginning of the creation of a local hierarchy indicated the passage from the status of Missio to the initial ecclesial configuration, and eventually Bishops began to assume a direct responsibility over the local Church. Today, this responsibility rests on you. And “as the Church in Malawi continues to mature, it is imperative that the strong foundations laid by generations of faithful missionaries be built upon by local men and women evangelizers.”[3] Your apostolate to families will bear the great fruit of religious vocations and lay missionaries.
The conciliar document Ad Gentes remains valid still today. The Holy Father Pope Francis, in Evangelii Gaudium, citing Redemptoris Missio, reiterated that “Indeed, ‘today missionary activity still represents the greatest challenge for the Church’ and ‘the missionary task must remain foremost’” (n. 15), especially as it pertains to the responsibility of bishops. The bishop, as head and center of the diocesan apostolate, must promote, direct and coordinate missionary activity, as well as encourage all the members of the People of God to participate in the work of evangelization. Priests and religious men and women, as the bishop’s close collaborators in spreading the Gospel, are called to live their proper vocation and charism, so as to become the salt of the earth and the light of the world. In the one Body of Christ, which is the Church, every baptized member has received from God a personal call to be a witness to the Gospel in every circumstance in which he finds himself. He must avoid an egoistic mentality that tries to possess the faith only for personal salvation, and, instead, he needs to contribute to the establishment and growth of the community, occupying himself with apostolic work. He must remember the following words of Pope Francis: “Every Christian is a missionary to the extent that he or she has encountered the love of God in Christ Jesus: we no longer say that we are ‘disciples’ and ‘missionaries’, but rather that we are always ‘missionary disciples’” (EG, n. 120). We must not forget that this missionary work can be realized only with the collaboration and prayer of the entire Church. It is worth noting that the duty of evangelization “is one and the same everywhere and in every condition, even though it may be carried out differently according to circumstances” (AG, n. 6). This means that the path of evangelization is not easy, in fact, “circumstances are sometimes such that, for the time being, there is no possibility of expounding the Gospel directly and forthwith” (ibid.). We certainly must not forget, though, that St. Paul urged that the Word of God be proclaimed regardless of “whether the time is favorable or unfavorable” (2 Tim 4:2).
Your task as Shepherds is to “preach Christ with conviction and love, thus promoting the stability of family life and contributing to a more just and virtuous culture.”[4] In this regard we can draw from the example of the African Martyrs who witnessed to hope and the Mercy of God through the exercise of kindness, patience and fortitude, even when faced with the pain of torture and death. Missionary patience will help promote a culture of dialogue, of which Pope Francis often speaks. In summary, as bishops “your first duty is to bring the good news of salvation to all.”[5] In this often daunting but necessarily task, know always of my prayers and support and those of the Holy Father.
5. Additional Encouragement: Dear brothers, please allow me to offer a few additional words of encouragement. First, I would like to reiterate the praise you received from Pope Francis during your Ad Limina Visit: “The effectiveness of your pastoral and administrative efforts is the fruit of your faith as well as of the unity and fraternal spirit that characterize your episcopal conference. The communion that you live, which is a sign of oneness with God and of the unity of the universal Church, has enabled you to speak with one voice on matters of importance to the nation at large,” as effectively expressed through your much-appreciated annual Pastoral Statement.[6] Continue to seek creative ways to integrate local, civil and social realities and draw together the strengths of the persons and groups that make up the Church, so as to effectively coordinate the work of evangelization, which is the primarily role of your Episcopal Conference.
Keep promoting vocations to the priesthood, while never being hasty in ordaining a man who may not be properly suited to assume the responsibilities of Sacred Orders. Assist with the good discernment of candidates through the generous support of your Seminaries, staffing them with an adequate number of qualified formators, chosen from among those priests who clearly exhibit, not only intellectual, but good human, spiritual and pastoral qualities as well. In order to ensure the good formation of the priests of tomorrow, Bishops must be willing to staff seminaries with those priests who are already well-formed. In this light, I commend you for the efforts already undertaken to properly form your priests for this important work.
Finally, I urge you to always strive to love with a fatherly and brotherly love all those whom God entrusts to you. Foremost, have particular care for your priests. “They need to know that you love them as a father should.”[7] As Pope Francis gently reminded the bishops during the Seminar for New Bishops this past September, always remember that “your closest neighbor is your priest!” Thus, be always available to your priests and ever patient with them.[8] I thank you for your continued efforts to improve their overall sustenance. Support the religious so generously serving in your Diocese with prayers, remuneration and respect for their proper autonomy. Also, I encourage you to remain always present and available to the lay faithful, who are an integral part in the work of evangelization in Malawi. As Successors to the Apostles you are called to a life of fatherly service, not ‘being served as the authority figure,’ rather leading by example in generously giving of yourself in service to others, as Jesus himself teaches us.
6. Conclusion: As I conclude this brief reflection, I would like to express to you, dear brothers in the Episcopacy, a word of appreciation, on behalf of Pope Francis and the Congregation for the Evangelization of Peoples, for your hard work and dedicated service in our shared mission of evangelization, for your generosity in pastoral work and for your praiseworthy communion with the Holy Father.
I entrust each one of you, your Dioceses and your pastoral ministry to the maternal protection of Our Lady of Africa. May the Holy Spirit, through the intercession of the Blessed Virgin Mary and the African Martyrs, strengthen in you the desire to serve the Kingdom of God, with all your heart and all your strength, in solidarity with the Holy Father and with one another. We remain always united in prayer. God bless you!
[1] Pope Francis, Address to the Bishops of the Episcopal Conference of Malawi on their Ad Limina Visit, 6 November 2014.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Pope Francis, Address to the Bishops of the Episcopal Conference of Malawi on their Ad Limina Visit, 6 November 2014.
[5] Pope Benedict XVI, Post-Synodal Apostolic Exhortation Africae Munus, 19 November 2011, n. 103.
[6] Pope Francis, Address to the Bishops of the Episcopal Conference of Malawi on their Ad Limina Visit, 6 November 2014.
[7] Pope Francis, Address to the Bishops of the Episcopal Conference of Malawi on their Ad Limina Visit, 6 November 2014.
[8] Cf. Pope Francis, Homily at an Episcopal Consecration in St. Peter’s Basilica, Saturday, 19 March 2016.
Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel. 5 noviembre 2016 (ZENIT - HSM)
Católicos y luteranos por la unidad
VER
El Papa Francisco ha estado en Suecia, con católicos y luteranos, para conmemorar el 500 aniversario del inicio de la Reforma que promovió Lutero en el año 1517, y cuya intención no era fundar otra Iglesia, sino reformar las costumbres que le parecían poco evangélicas en la Iglesia Católica. Se mezclaron intereses políticos de los príncipes de aquellos tiempos, que vieron en este movimiento una oportunidad de fortalecer sus dominios temporales, y se inició una división religiosa que hizo mucho daño a la cristiandad. Se ha criticado al Papa por este acercamiento con los luteranos, como si quisiera dar a entender que da lo mismo ser de una confesión que de otra, o como si hubiera ido a celebrar la reforma protestante. No es así. No fue a festejar esa ruptura eclesial, sino a tender puentes de unidad y a sanar heridas del pasado. Es lo que hoy necesitamos: no pelear más entre creyentes.
En las tres diócesis de Chiapas, desde hace muchos años ha habido una gran pluralidad de religiones protestantes. Como la Iglesia Católica no atendía suficientemente a toda la población, por falta de ministros y de personal apostólico, diversas confesiones ofrecieron una evangelización que cubrió la sed de Dios que tienen nuestros pueblos. Esto provocó enfrentamientos, a veces violentos, por la división religiosa que afectó gravemente la unidad tradicional de las comunidades. Esto se ha superado, salvo incidentes aislados. En general, hay convivencia respetuosa.
Desde hace 23 años, formamos el Consejo Interreligioso de Chiapas, en que compartimos fraternalmente obispos y líderes de las más importantes religiones evangélicas. Nos reunimos cada cuatro meses, no para discutir temas doctrinales, sino para ver caminos de unidad y reconciliación en situaciones de conflicto religioso, y para promover valores cristianos en la sociedad. En diciembre próximo, tendremos el XVI Concierto Interconfesional “Voces por la paz”, en que nos unimos para cantar el nacimiento de Jesús, cada quien desde su convicción religiosa. En la televisión estatal, tendremos una semana con temas sobre la familia, desarrollados por las distintas creencias, para construir el bien común. Seguimos siendo diferentes y cada quien vive su fe, pero nos esforzamos por conocernos, amarnos y trabajar juntos por nuestro pueblo. Jesús nos une y nos congrega.
Es muy lamentable, por otra parte, que dentro de las mismas comunidades parroquiales, por las diversas formas de vivir la fe católica, unos excluyen y descalifican a otros; unos insisten más en los aspectos devocionales, otros en el compromiso social. En vez de complementarse y trabajar juntos por la evangelización integral, pierden energías en discusiones y marginaciones, que dañan la unidad. Por ello, es muy importante el ejemplo ecuménico del Papa Francisco.
PENSAR
En Suecia, ha dicho el Papa: “Católicos y luteranos hemos empezado a caminar juntos por el camino de la reconciliación. No podemos resignarnos a la división y al distanciamiento que la separación ha producido entre nosotros. Tenemos la oportunidad de reparar un momento crucial de nuestra historia, superando controversias y malentendidos que a menudo han impedido que nos comprendiéramos unos a otros.
Debemos mirar con amor y honestidad nuestro pasado y reconocer el error y pedir perdón: solamente Dios es el juez.
Nos hemos encerrado en nosotros mismos por temor o prejuicios a la fe que los demás profesan con un acento y un lenguaje diferente.
Con gratitud reconocemos que la Reforma ha contribuido a dar mayor centralidad a la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. Pidamos al Señor que su Palabra nos mantenga unidos, porque ella es fuente de alimento y vida; sin su inspiración no podemos hacer nada.
Los cristianos seremos testimonio creíble de la misericordia en la medida en que el perdón, la renovación y reconciliación sean una experiencia cotidiana entre nosotros.
La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos”.
ACTUAR
Construyamos puentes de unidad en las comunidades, no muros ni aduanas infranqueables.
Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 3 noviembre 2016 (ZENIT – México)
Trigésimo segundo domingo del tiempo común Ciclo C
Textos: 2 Mac 7, 1-2. 9-14; 2 Tes 2, 15- 3, 5; Lc 20, 27-38
Idea principal: Creo con fe firme en el dogma de la resurrección de la carne.
Síntesis del mensaje: Dentro de dos domingos –domingo 34 del tiempo ordinario- termina el año de la misericordia. En este domingo el Señor nos invita a meditar con fe y serenidad en las verdades eternas que viviremos después de nuestra muerte. ¿Qué habrá después de esta vida? La muerte, el juicio, el veredicto de Dios: o el premio –después de una purificación en el purgatorio– o el castigo, que Dios nunca quiso, pero que nosotros nos ganamos con nuestra rebeldía y desamor, y finalmente la resurrección de nuestro cuerpo en la vida eterna. Todo el mes de noviembre está impregnado por estas verdades, sobre todo con la celebración de la fiesta de todos los Santos y la de los fieles Difuntos. El Catecismo de la Iglesia católica en el número 988 dice así: “el Credo cristiano —profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna”. Y en el número 990 declara: “La “resurrección de la carne” significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” (Rm 8, 11) volverán a tener vida”.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la primera lectura nos muestra que algunos mártires, en medio de una persecución contra los judíos, tuvieron una gran fe en la resurrección. Los judíos de los siglos precedentes no habían descubierto todavía la fe en la resurrección. Su creencia era similar a la de muchos pueblos –los griegos, por ejemplo- que pensaban que los hombres, tras la muerte, continuaban teniendo una existencia en los infiernos (que los judíos llamaban sheol), pero una existencia miserable, una existencia espectral, indigna de la naturaleza humana, y todavía menos de Dios. La muerte se les presentaba como una ruptura irreparable. Pero algunos recibieron la inspiración de Dios de una esperanza más allá de la muerte: “No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción” (Salmo 15, 10). Esperanza de que Dios les llevará consigo. Estos judíos estaban convencidos de que, para tener una vida plena junto a Dios, también debía resucitar su cuerpo. Preguntemos, si no, a la madre de los siete hijos (1ª lectura), a quien el rey Antíoco exigía –para que abandonaran su religión- comer carne de cerdo, prohibida por la ley de Moisés, por ser animal impuro. Para conservar la pureza ritual había que abstenerse absolutamente de comer de cerdo. Estos jóvenes resistieron y fueron fieles a la ley. Lo que les mantenía en su lucha contra el perseguidor era la fe en la resurrección. Tenían confianza de que Dios les recompensaría con una resurrección gloriosa. Dios no puede abandonar a sus fieles.
En segundo lugar, ahora es Jesús en el evangelio de hoy quien profesó esta certeza de la resurrección; más aún, anunció su propia resurrección. Ante la pregunta ridícula de los saduceos sobre la mujer que se casó siete veces -¿de quién será mujer, de los siete esposos que tuvo?-, da una respuesta luminosa y decisiva al misterio de la resurrección. Les hace ver que tienen una idea equivocada de la resurrección. No es el retorno a la vida terrena, sino una resurrección que inaugura una vida completamente nueva de relación con Dios, llena de alegría y gozo, sin mezcla de tristeza ni fatiga, que sólo se dan aquí en la tierra. En esta nueva vida con Dios ya no hay necesidad de casarse ni de relaciones íntimas. Hay amor, pero no vida sexual, que en la tierra era consuelo, placer y bendición entre esposo y esposa para reforzar el amor entre los esposos y procrear. La vida allá no es continuación de la de aquí, llena de placeres sensibles y carnales, aunque legítimos y buenos, dentro de un matrimonio santo. No se necesita procrear, porque allá habrá sólo vida, no muerte. Allá seremos como ángeles, dice Jesús, con existencia espiritual, aunque con su cuerpo resucitado. Lo que esperamos no es una vida terrena, aunque mejorada, sino una vida celestial en plenitud, al lado de Dios y sus santos.
Finalmente, creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella” (Tertuliano, De resurrectione mortuorum 1, 1). Busquemos ya aquí en la tierra los valores celestiales: amor, alegría, paz y unión con Dios y con todos los hermanos, sin odios ni egoísmos. Es una felicidad más profunda y completa, que aquí en la tierra era un sorbo, un aperitivo, mezclado a veces con la hiel y el vinagre. La 2ª lectura nos ayuda a prepararnos para esa resurrección: con confianza en Dios y esperanza inquebrantable, aún en medio de luchas y tribulaciones, pues el amor de Dios prevalecerá al final. Cristo nos ha prometido esta resurrección.
Para reflexionar: Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad: «Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos […] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos […] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).
Para rezar: agradezcamos la gracia de la vida eterna con las palabras de uno de los grandes doctores de la Iglesia, San Agustín:
“Entonces seremos libres y veremos,
veremos y amaremos,
amaremos y alabaremos.
He aquí lo que sucederá al fin sin fin”.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: [email protected].
Reflexión a las lecturas del domingo treintidos del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 32º del T. Ordinario C
Ya sabemos que el Evangelio de San Lucas se estructura como un camino hacia Jerusalén. El domingo 13º contemplábamos el comienzo de ese camino. Hoy llega a su fin. El texto de hoy nos lo presenta ya en Jerusalén, donde enseñaba a diario en el templo (Lc 19, 47).
Uno de esos días, unos saduceos, que se distinguían de los fariseos, en que negaban la resurrección y la existencia de espíritus, se acercan a Jesús para presentarle una objeción acerca de la resurrección.
Se trata de una mujer que, de acuerdo con la Ley de Moisés, estuvo casada con siete hermanos, y ha muerto. Y le preguntan: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?”
Seguro que irían frotándose las manos y diciéndose unos a otros: “A este Maestro de Nazaret, lo vamos a dejar en ridículo, se va a quedar sin palabras, cuando le presentemos nuestro caso. Verá que es absurda esa doctrina que enseña. Si fuera verdad, ¡qué líos se iban a formar, después de la muerte!”
Si nos preguntaran esto a nosotros, creyentes en la resurrección, ¿qué responderíamos? Jesús lo resuelve muy fácilmente: ¡En la resurrección no existirá el matrimonio!
Recuerdo que en una Jornada Mundial de la Juventud, Juan Pablo II decía a los jóvenes reunidos, que hay cuestiones en las que Jesucristo es “el único interlocutor competente”, porque Jesucristo es el único que conoce y entiende de esos temas. Nosotros los conocemos, porque Él nos lo ha enseñado. En la conversación con Nicodemo, le dice: “Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo?” (Jn 3, 11-13).
¡Está claro que la resurrección de los muertos es una de aquellas cuestiones de las que habla el Papa!
Pero hay más. Sigue diciendo el Señor: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos”.
¡Qué importante y decisivo es, mis queridos amigos, tener una fe cierta, convencida, en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro! Esa fe es la que sostuvo en el martirio a aquellos muchachos, los macabeos, que nos presenta la primera lectura de este domingo. Y esa fe es la que ha sostenido, a lo largo de los siglos, a muchos hombres y mujeres en medio de las mayores dificultades, sin excluir la misma muerte.
Y al terminar el Año Litúrgico, hoy es ya el domingo 32º, se nos presentan estos temas, porque cada año, por estas fechas, recordamos y celebramos el término de la Historia humana, con la Segunda Venida del Señor, que dará paso a la resurrección de los muertos y a la vida del mundo futuro.
¡Qué dicha la nuestra que, desde pequeños, sabemos estas cosas!
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchamos en la primera Lectura una historia impresionante. Siete hermanos judíos y su madre, son detenidos y forzados a quebrantar la Ley de Dios; pero ellos prefieren afrontar los tormentos y la muerte, seguros de que el Señor del Universo les resucitará.
SALMO
También nosotros esperamos alcanzar la vida eterna, siguiendo el camino del Señor. Por eso proclamamos en el salmo: “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”.
SEGUNDA LECTURA
El apóstol San Pablo exhorta a los fieles a mantenerse firmes en la fe, practicando toda clase de obras buenas y orando para que la palabra de Dios se siga extendiendo.
TERCERA LECTURA
Frente a la grave dificultad, que le presentan los saduceos, Jesús reafirma la realidad de la resurrección y la vida después de la muerte.
Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
Al acercarnos hoy a comulgar, recordemos las palabras del Señor: "El que come y carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día".
Pidámosle al Señor que acreciente en nosotros la certeza de nuestra victoria definitiva sobre la muerte y que seamos en todas partes testigos y mensajeros de esta esperanza.
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo treintidos del Tiempo Ordinario C.
A DIOS NO SE LE MUEREN SUS HIJOS
Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas.
Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.
Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente «nueva». Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la «vida eterna». Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que «el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman».
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una «novedad» que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida «preparada» por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: «Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado» (Salmo 25,1-2).
José Antonio Pagola
32 Tiempo ordinario – C (Lucas 20,27-38)
Evangelio del 06/Noviembre/2016
Publicado el 31/ Oct/ 2016
El Card. Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, al clero, a los religiosos y a las religiosas con los que se ha reunido el 3 de noviembre por la tarde, después de la celebración de la Misa en la Catedral de Lilongwe (Fides 03/11/2016).
Visit of His Eminence Card. Filoni to Malawi
3-7 November 2016
Meeting with Priests and Religious at Maula Cathedral Hall,
Lilongwe, Malawi
Address to Priests and Religious
Thursday, 3 November 2016
Dear brother Priests and dedicated Religious,
1. Greeting: It is a great joy to be with you today, and I am privileged to have been chosen by Pope Francis as His Special Envoy to Malawi on the occasion of the Consecration of the Cathedral in Karonga, but also as an expression of the Holy Father’s closeness and attentiveness to each of you. I have the unique honor of conveying to you Pope Francis’s personal greeting as well as his Apostolic Blessing. To His Excellency, the Most Rev. Julio Murat, Apostolic Nuncio to Malawi, I would like to express my appreciation for all the hard work in organizing this visit. As Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples, I would like to thank all the priests and Religious serving in this local Church for the dedication to the work of evangelization. You are called to be “the salt of the earth and the light of the world” (Mt 5:13-14), therefore it is my sincere hope that this occasion will serve to encourage you in your faith, so that your hearts may be ever more open to God, more radiant with love of Him and ever more zealous in spreading the Gospel.
2. Evangelii Gaudium: Dear brothers and sisters, the theme of evangelization is still relevant today, and always will be, because the Church is missionary by her very nature (AG, n. 2). This theme has been repeated and underlined by Pope Francis, especially in his Apostolic Exhortation Evangelii Gaudium. This precious document should be a point of reference for the Church in Malawi, which is called to remain on the path of conversion and to embrace the obligation of evangelization. As such, we remember that the call to evangelize comes to us from the Gospel and is continually renewed in our personal encounter with Jesus. This encounter brings about a change in our life and, at the same time, gives a true and profound joy that always wants and needs to be shared. “For if we have received the love which restores meaning to our lives, how can we fail to share that love with others?” (EG, n. 8). To evangelize is to encounter Christ, to announce him, and be renewed by him. Pope Francis reminds us in his Encyclical Lumen Fidei, referred to also in Evangelii Gaudium, that “The Church does not grow by proselytism but by attraction” (n. 14). We have become the children of God and the priests and Religious of the Lord, and as evangelizers we are able to experience the joy of the Gospel in serving the faithful we encounter in our ministry and those who have been entrusted to our care. It is our joy in serving others that helps draw people to the Lord and brings about growth in the Church. In order to keep the fire of charity alive in our hearts we must be attentive to three things: our spiritual life, our moral life and our ministerial life.
3. Spiritual Life: First, I would like to talk about the spiritual life of priests and Religious, because, in the words of St. Paul, “if we live in the Spirit, we walk also according to the Spirit” (Gal 5:25). With these words, the Apostle reminds us that the spiritual life of priests and Religious must be nourished and guided by the Spirit of God who leads us to holiness and perfects us charity. We priests and Religious have a particular call to holiness, which comes by way of our very consecration to the Lord, either through the Sacrament of Holy Orders or by the profession of religious vows.
To you brother priests, our sanctification consists above all in the intimate bond we have with Jesus, as Head and Shepherd of the Church. Priests are called to live the Gospel radically in following Jesus: chaste, poor and obedient. The priesthood is, above all, a call to be configured to Christ, the Eternal High Priest. In other words, we must love as Jesus loved, think as Jesus thought, act as Jesus acted, and serve as Jesus served, every moment of our lives. The priesthood is not a profession or bureaucratic office that is carried out only for a time and then ends. The priesthood is a “way of life” and not a job. The priest lives his priesthood, but does not possess it. In order to fully live the priestly identity the spiritual life of the priest must be linked to prayer and openness to the Word of God. Pray and listen, as Mary did. This is the attitude of one who trusts in the power of God: to allow oneself to be transfigured by Jesus, the Good Shepherd, to allow oneself to be guided by God and to let God act in one’s life.
To you dear Religious brothers and sisters, your sanctification also consists in an intimate bond with Jesus, in the particular way you have been called and set apart to follow Him closely through the profession of the evangelical counsels, guided by the Holy Spirit, in total dedication “to God who is loved most of all” and as a sign of future heavenly glory (can. 573 §1). He has sought you out and invited you into a deeply personal relationship. As Pope Francis recently pointed out, by virtue of your consecration you are called to “follow the Lord in a special way, in a prophetic way. [You] are called to recognize the signs of God’s presence in daily life and wisely to discern the questions posed to us by God and the men and women of our time. [Your] great challenge,” he continues, “is to persevere in seeking God ‘with the eyes of faith in a world which ignores his presence’, and to continue to offer that world Christ’s life of chastity, poverty and obedience as a credible and trustworthy sign, thus becoming ‘a living ‘exegesis’ of God’s word’.”[1] You are called to nourish the longing to “find and contemplate God in the heart of the world.”[2] This longing, even if it at times appears weak, will never go away so long as you are dedicated to your life of prayer.
4. Moral Life: With regard to the moral life, I would like to speak about celibacy. This choice in life must be considered in the context of the bond that is forged at either Ordination or religious profession.
For us priests, “Ordination configures [us] to Jesus Christ Head and Spouse of the Church. The Church, as the Spouse of Jesus Christ, needs to be loved by the priest in the total and exclusive way that Jesus Christ, Head and Spouse, loved her.”[3] Thus, the priest must welcome celibacy “with a free and loving decision that needs to be continually renewed,” being fully aware of the weakness of the human condition.[4] We know that in order “to live with all the moral, pastoral and spiritual demands of priestly celibacy it is absolutely necessary to have a humble and faithful prayer life.”[5] Another way to persevere in the priestly vocation is to cultivate bonds of friendship with brother priests. The support of fellow priests is a gift of grace and a precious aid for living our priesthood and ministry. Where fraternal support is lacking among priests, a crisis is not far away. It is necessary to maintain a good relationship also with your Bishop, in esteem and confidence, the father and head of the local Church.
And you, dear Religious men and women, are united to Christ in a spousal bond brought about through your consecration (cf. can. 607 §1). The vow of chastity brings with it the invitation and obligation to live exclusively for him in a life of freely embraced celibacy, for the sake of the kingdom of heaven (cf. can. 599). This particular call, “which is a sign of the world to come and a source of more abundant fruitfulness in an undivided heart” must also be regularly nourished and renewed (can. 599). Throughout the history of the Church, holy men and women have come to understand the mutual relationship between celibacy and simplicity of life. As such, the way you live your daily life will have a direct relationship to how you live your consecrated life in the Lord. Pope Francis encourages you to lovingly embrace a life of asceticism. “The practice of asceticism,” he says, “by drawing upon all those means that the Church proposes for self-control and the purification of the heart, is also a path to liberation from ‘worldliness’. Asceticism fosters a life in accordance with the interior logic of the Gospel, which is that of gift, especially the gift of self as the natural response to the first and only love of your life. In this way, you will be able to respond not only to the expectations of your brothers and sisters, but also to the moral and spiritual demands inherent in the three evangelical counsels that you professed with a solemn vow. Your life of complete self-giving thus takes on a powerful prophetic meaning. Your moderation, your detachment from material things, your self-surrender in obedience, your transparent relationships – these become all the more radical and demanding as a result of your free renunciation ‘of space, of contacts, of so many benefits of creation…[as a] particular way of offering up [your] body’.”[6]
5. Ministerial Life: Turning now to your ministerial work, whether carried out in parishes, hospitals, schools or in any other work of evangelization, it is important to recall the words of Pope Francis who, in Evangelii Gaudium, alerted us to the following danger:
At a time when we most need a missionary dynamism which will bring salt and light to the world, many lay people fear that they may be asked to undertake some apostolic work and they seek to avoid any responsibility that may take away from their free time. For example, it has become very difficult today to find trained parish catechists willing to persevere in this work for some years. Something similar is also happening with priests who are obsessed with protecting their free time. This is frequently due to the fact that people feel an overbearing need to guard their personal freedom, as though the task of evangelization was a dangerous poison rather than a joyful response to God’s love which summons us to mission and makes us fulfilled and productive. Some resist giving themselves over completely to mission and thus end up in a state of paralysis and acedia. (n. 81)
In order to dedicate all of our time and energy in service to the Church, we need the pastoral and ministerial charity of Jesus who gave his life for his sheep. We must imitate Jesus in his gift of self and in his service to others. In fact, it is this same charity, once we allow it to pervade our very being, that will enrich our ministry and determine “our way of thinking and acting, our way of relating to people.”[7] Pastoral and ministerial charity calls us to conversion and demands that we “go forth from our own comfort zone in order to reach all the ‘peripheries’ in need of the light of the Gospel” (EG, n. 20). The privileged beneficiaries of our pastoral and ministerial charity are the poor, the marginalized, the little ones of society, the sick, sinners and unbelievers.
Together with our brothers and sisters throughout the world, we cannot forget to pay attention to immigrants and the “slaves” of today. In his message for the World Day of Peace 2015, the Holy Father spoke of the many modern forms of slavery: when workers are reduced to mere servitude, when migrants are not afforded their rights and freedom, when men and women are subject to human trafficking, and so on. In his Message for the World Day of Migrants and Refugees 2015, the Pope wrote that “Jesus is ‘the evangelizer par excellence and the Gospel in person’ (EG, n. 209). His solicitude, particularly for the most vulnerable and marginalized, invites all of us to care for the frailest and to recognize his suffering countenance, especially in the victims of new forms of poverty and slavery.” Pastoral and ministerial charity renders us always available to take on any type of work for the good of the Church and of souls.
6. Conclusion: As I conclude, dear brother priests and dedicated Religious, I thank you, on behalf of Pope Francis and the Congregation for the Evangelization of Peoples, for your hard work and dedicated service in our shared mission of evangelization. Your zeal and untiring efforts are a great gift to the Church. “Thank you for your courage in following Jesus.”[8] Let us go forth, united and strengthened in our common love of our Lord and our Mother, the Church. May Our Lady and the great African Saints protect you and accompany you always. We remain united in prayer. God bless you!
[1] Pope Francis, Apostolic Constitution Vultum Dei Quaerere, On Women’s Contemplative Life, n. 2.
[2] Ibid.
[3] John Paul II, Post-Synodal Apostolic Exhortation Pastores Dabo Vobis, n. 29.
[4] Ibid.
[5] Ibid.
[6] Pope Francis, Apostolic Constitution Vultum Dei Quaerere, On Women’s Contemplative Life, n. 35.
[7] John Paul II, Post-Synodal Apostolic Exhortation Pastores Dabo Vobis, n. 23.
[8] Pope Francis, Address to Clergy, Men and Women Religious and Seminarians, Nairobi (Kenya), 26 November 2015.
Palabras pronunciadas por el Card. Fernando Filoni en su homilia durante la Misa que ha presidido en la Catedral de la capital de Malawi, Lilongwe, en la tarde de ayer, jueves 3 de noviembre, primer momento de su visita pastoral en el país africano (Fides 03/11/2016).
Visit of His Eminence Card. Filoni to Malawi
3-7 November 2016
Homily at Maula Cathedral, Lilongwe, Malawi
Thursday, 3 November 2016Thursday of the Thirty-First Week in O.T.
The Joy and Mission of Mercy
Dear Brothers and Sisters,
As our Holy Father’s Special Envoy on the occasion of the Consecration of the Cathedral in Karonga and as Prefect of the Congregation for the Evangelization of Peoples, I am truly honored to be with you in this Cathedral here in Lilongwe. Indeed it is the Holy Father himself who, through me, comes in a certain way to your beloved country and Archdiocese. I would like to extend a personal greeting to His Excellency, the Most Rev. Tarcisius Ziyaye, Archbishop of Lilongwe, along with a word of gratitude for the cordial welcome, hospitality and dedicated leadership of this local Church. I would also like to express my appreciation to His Excellency, the Most Rev. Julio Murat, Apostolic Nuncio to Malawi, for organizing this visit.
My time in Malawi affords me the opportunity to draw near to the local Church and to meet with her Bishops, priests, religious, seminarians and lay faithful. I thank you each of you for your tireless efforts in building up the Church and society here in Malawi, and I would like to convey to all of you the personal greeting and Apostolic Blessing of His Holiness Pope Francis. I look forward to meeting you, to listening to you and to speaking with you in order to understand more deeply your joys and strengths, as well as your struggles. At this time it is a joy for me to pray with you, as we unite our hearts and our voices in this solemn liturgy, in which we celebrate the Mysteries of our salvation and receive, once again, the merciful Love of God.
In today’s Gospel we are presented with the parables of the lost sheep and the lost coin. Through these stories, along with the parable that follows, that of the Merciful Father and Prodigal Son, Jesus helps us to understand God’s attitude toward sinners. Our Holy Father Pope Francis recently reminded us that “God the Father is the first one to have a welcoming and merciful attitude toward sinners.”[1] This is presented in stark contrast to those who were complaining about the fact that Jesus welcomed sinners and ate with them (cf. v. 2).
In the first parable, we hear about the shepherd who leaves the 99 sheep to go in search of the one that is lost. In the second parable, Jesus speaks of the woman who, “having ten coins and losing one,” goes in search of the lost coin, “sweeping the house and searching carefully until she finds it” (v. 8). With these parables, “Jesus presents to us the true face of God, a God with open arms, a God who deals with sinners with tenderness and compassion.”[2] He shows us the face of a God who is willing to go to the ends of the earth and back in search of those who are lost, those who are distanced from the Lord. Pope Francis also reminds us that God “doesn’t stop halfway on the path of salvation.”[3] Instead, “God…goes all out, all the way to save even just one person.”[4]
This awareness of God’s merciful love should bring about the following responses in us who receive it: joy and missionary zeal. Jesus himself in today’s Gospel says, “There will be more joy in heaven over one sinner who repents than over ninety-nine righteous people who have no need of repentance” (v. 7). This means that every time the Gospel is proclaimed and the work of evangelization is carried out there is a celebration going on in heaven.[5] This is cause for us to rejoice, since heaven itself is rejoicing.
The joy of God’s Mercy should motivate us to want to share what we have received. We see in today’s Gospel parables a joy that is “so uncontainable that it must be shared with friends and neighbors.”[6] A true Christian has a missionary zeal motivating him to labor such that no one should be lost.[7] We are called by Jesus to be joyfully zealous in going out in search of those in need of God’s love and mercy.
My dear brothers and sisters, as this Year of Mercy draws to a close, I earnestly hope that, after having rediscovered the generous embrace of the Father’s love, you will be ever more eager to share that same Mercy with your families, friends and all those you meet, especially those who are lukewarm or have not yet encountered Our Lord Jesus Christ. I urge you to never forget that, as St. Paul reminded us today, “the supreme good” is “knowing Christ Jesus my Lord” (Philemon 3:8). May this visit encourage you to carry on the good work of evangelization with ever-renewed fervor and dedication, helping others to seek and find the Supreme Good, Jesus Christ. And may Our Lady and the great African Saints continue to guide you, protect you and intercede for you.
[1] Pope Francis, Angelus, Saint Peter’s Square, Sunday, 11 September 2016.
[2] Ibid.
[3] Pope Francis, “Meditazione mattutina nella cappella della Domus Sanctae Marthae”, Dio va sempre al limite, 6 novembre 2014.
[4] Ibid.
[5] Cf. Pope Francis, Angelus, 11 September 2016.
[6] Ibid.
[7] Cf. Pope Francis, “Meditazione…Dio va sempre al limite, 6 November 2014.
Texto completo de las palabras del Santo Padre en la oración del ángelus. 30 octubre 2016 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos presenta un hecho sucedido en Jericó, cuando Jesús llegó a la ciudad y fue acogido por la multitud (cfr Lc 19,1-10). En Jericó vivía Zaqueo, el jefe de los “publicanos”, es decir, de los recaudadores de impuestos. Zaqueo era un colaborador rico de los odiados ocupantes romanos, un explotador de su pueblo. También él, por curiosidad, quería ver a Jesús, pero su condición de pecador público no le permitía acercarse al Maestro; aún más, era de baja estatura; por eso sube a un árbol, una higuera, en el camino por donde Jesús tenía que pasar.
Cuando llega cerca de ese árbol, Jesús levanta la mirada y le dice: Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de quedarme en tu casa” (v. 5). ¡Podemos imaginar el estupor de Zaqueo! ¿Pero por qué Jesús dice ‘he de quedarme en tu casa’? ¿De qué deber se trata? Sabemos que su deber supremo es realizar el diseño del Padre sobre la humanidad, que se cumple en Jerusalén con su condena a muerte, la crucifixión y, al tercer día, la resurrección. Es el diseño de salvación de la misericordia del Padre. Y en este diseño está también la salvación de Zaqueo, un hombre deshonesto y despreciado por todos, y por eso necesitado de conversión. De hecho, el Evangelio dice que, cuando Jesús lo llamó, “comenzaron todos a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en casa de un pecador” (v. 7). El pueblo ve en él un villano, que se ha enriquecido a costa del prójimo. Y si Jesús hubiera dicho “baja tú, explotador, traidor del pueblo y ven a hablar conmigo para hacer cuentas’ seguro el pueblo hubiera aplaudido. Pero aquí comenzaron a murmurar. Jesús va a su casa, el pecador, el explotador.
Pero Jesús, guiado por la misericordia, le buscaba precisamente a él. Y cuando entra en casa de Zaqueo dice: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido” (vv. 9-10). La mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios; y esto es importante y debemos aprenderlo, la mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios, ve a la persona con los ojos de Dios, que no se detiene en el mal pasado, sino que ve el bien futuro; no se resigna a la clausura, sino que se abre siempre a nuevos espacios de vida; no se detiene a las apariencias, sino que mira al corazón. Y aquí ha mirado el corazón herido de este hombre, herido del pecado, la avaricia, cosas feas que había hecho Zaqueo y mira este corazón herido y va ahí.
A veces tratamos corregir y convertir a un pecador reprochándole, echándole en cara sus errores y su comportamiento injusto. La actitud de Jesús con Zaqueo nos indica otro camino: el de mostrar a quien se equivoca su valor, ese valor que Dios continúa viendo a pesar de todo. A pesar de todos sus errores. Esto puede provocar una sorpresa positiva, que enternece el corazón y empuja a la persona a sacar lo bueno que tiene. Es el dar confianza a las personas que le hace crecer y cambiar. Así se comporta Dios con todos nosotros: no está bloqueado por nuestro pecado, sino que lo supera con el amor y nos hace sentir la nostalgia del bien. Y esto, todos hemos sentido esta nostalgia del bien después de un error. Y así hace nuestro Padre Dios, así hace Jesús. No existe una persona que no tiene algo bueno. Esto mira Dios para sacarlo del mal.
La Virgen María nos ayude a ver lo bueno que hay en las personas que encontramos cada día, para que todos sean animados a sacar la imagen de Dios impresa en su corazón. ¡Y así podemos alegrarnos por las sorpresas de la misericordia de Dios! Nuestro Dios, que es el Dios de las sorpresas.
Después del ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ayer, en Madrid, fueron proclamados beatos José Antón Gómez, Antolín Pablos Villanueva, Juan Rafael Mariano Alcocer Martínez y Luis Vidaurrázaga, mártires, asesinados en España el siglo pasado, durante la persecución contra la Iglesia. Eran sacerdotes benedictinos. Alabamos al Señor y encomendamos a su intercesión a los hermanos y las hermanas que lamentablemente todavía hoy, en distintas partes del mundo, son perseguidos por la fe en Cristo.
Expreso mi cercanía a la población del centro de Italia afectada por el terremoto. También esta mañana ha habido un fuerte movimiento. Rezo por los heridos y por las familias que han sufrido mayores daños, como también por el personal que trabaja en las labores de socorro y asistencia. El Señor Resucitado les dé fuerza y la Virgen les cuide.
Saludo con afecto a todos los peregrinos de Italia y de distintos países, en particular a los procedentes de Ljubliana (Eslovenia) y de Sligo (Irlanda). Saludo a los participantes de la peregrinación mundial de los peluqueros y esteticistas, la Federación Nacional Procesiones y Juegos históricos, los grupos juveniles de Petosino, Pogliano Milanese, Carugate y Padua. Saludo también a los peregrinos de Unitalsi de Cerdeña.
Los próximos dos días realizará un viaje apostólico a Suecia, con ocasión de la conmemoración de la Reforma, que verá a católicos y luteranos reunidos en el recuerdo y en la oración. Os pido a todos que recéis para que este viaje sea una nueva etapa en el camino de fraternidad hacia la plena comunión.
Os deseo un feliz domingo, hay buen sol, y una buena fiesta de Todos los Santos. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
El papa Francisco presidió hoy, 1 de Noviembre de 2016, festividad de Todos los Santos, una misa en el estadio Swedbak de Malmö, Suecia, en el segundo y último día de su visita a Suecia. (AICA)
Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos a lo largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos.
Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales.
Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta, su patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.
Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre todas ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa. Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.
Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida.
Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su vida e intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad.+