Viernes, 26 de mayo de 2017

Reflexión a las lecturas del domingo de la Ascensión del Señor A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

La Ascensión del Señor

 

¡Volver a casa, llegar a casa! ¡Cuánto se desea, cuánto nos conforta,  cuánto nos alegra! Y decimos: ¡Por fin, en casa!

He ahí la primera realidad que contemplamos al celebrar este domingo, la solemnidad de la Ascensión del Señor: El Hijo de Dios “que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del Cielo”, -hablamos en términos humanos - vuelve a su Casa, a la Casa del Padre, con un cuerpo semejante al nuestro, pero resucitado y glorioso. Y se sienta a la derecha de Dios Padre, es decir, en igualdad de grandeza y dignidad con el Padre. Ha terminado su tarea, ha cumplido perfectamente su misión, y ahora vuelve al Padre como Vencedor sobre el pecado, el mal y la muerte. ¡Cuánto nos enseña todo esto!

La Ascensión es el punto culminante de la victoria y exaltación de Cristo, que ha abierto de par en par las puertas del Cielo a todos los hombres. Y aguardamos y anhelamos su Vuelta gloriosa, como les advierten a los discípulos aquellos “dos hombres vestidos de blanco” (1ª lect.).

La Ascensión de Jesucristo marca así el comienzo de su ausencia visible y de su presencia invisible. Por eso puede tener un cierto matiz de pena, de tristeza, como contemplamos, por ejemplo, en el himno de Vísperas: “¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, en soledad y llanto; y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?”.

Es éste sólo un aspecto de esta solemnidad que se celebra, más bien, en un clima de alegría,  como la que contemplamos en los discípulos al volver a Jerusalén “con gran alegría”. (Lc 24,52). Y pocas oraciones, a lo largo del Año Litúrgico, tienen un carácter tan alegre y festivo como la oración colecta de la Misa de hoy: “Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria…”. ¡Somos miembros de su Cuerpo! Por eso escribe S. Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados- nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el Cielo con Él”. (Ef 2, 4-6). Por lo tanto, nuestro destino celestial no es algo que pertenece sólo al futuro, sino que, de algún modo, ha comenzado ya, con Jesucristo y con los santos, especialmente, con la Virgen María, que está en el Cielo también con su cuerpo glorificado. De esta manera, como dice el Vaticano II, la Iglesia “contempla en Ella con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, ansía y espera ser”. (S. C. 103).

Qué grande y qué hermoso es el destino que nos espera: el Cielo, la Casa del Padre, que es como el hogar de una familia muy numerosa y feliz, liberada por fin, del sufrimiento y de la muerte, y colmada de paz  y alegría sin fin. Sólo el pecado grave, que rompe nuestra comunión con Cristo, puede torcer y hacer desgraciado nuestro futuro.

Por todo ello, los cristianos no podemos vivir olvidados del Cielo. Sería absurdo. ¿Cómo vamos a olvidarnos de nuestra casa, cuando vamos de camino hacia ella?  Ya nos advierte el Señor que hemos de tener nuestro corazón en el Cielo, porque donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón. (Mt 6,20-21).

 

 ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 14:22  | Espiritualidad
 | Enviar

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

La Ascensión del Señor y la venida del Espíritu Santo constituyen el comienzo de la misión que se confía a los apóstoles y a todos los cristianos. Es también el comienzo de una esperanza: "El Señor volverá". Escuchemos con atención. 

SEGUNDA LECTURA

He aquí, en la segunda lectura,  una oración de San Pablo. El apóstol pide que tengamos una plena comprensión de la grandeza maravillosa que nos espera en el Cielo. 

EVANGELIO

            En el Evangelio, Jesús, antes de subir al Cielo, envía solemnemente a los apóstoles a anunciar el Evangelio por toda la tierra, y les asegura su presencia y su ayuda constante. 

COMUNIÓN

            En la Comunión recibimos al mismo Cristo, que está en el Cielo, a la derecha del Padre. Por eso la Eucaristía es como un Cielo anticipado. En ella “pregustamos y tomamos parte” de los bienes de allá arriba, de nuestra patria definitiva, y recibimos el alimento y la fuerza que necesitamos para no desfallecer por el camino.


Publicado por verdenaranja @ 14:17  | Liturgia
 | Enviar

 Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del doingo de la Ascensión del Señor A 

ABRIR EL HORIZONTE

 

Ocupados solo en el logro inmediato de un mayor bienestar y atraídos por pequeñas aspiraciones y esperanzas, corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de eternidad. ¿Es un progreso? ¿Es un error?

Hay dos hechos que no es difícil comprobar en este nuevo milenio en el que vivimos desde hace unos años. Por una parte está creciendo en la comunidad humana la expectativa y el deseo de un mundo mejor. No nos contentamos con cualquier cosa: necesitamos progresar hacia un mundo más digno, más humano y dichoso.

Por otra está creciendo al mismo tiempo el desencanto, el escepticismo y la incertidumbre ante el futuro. Hay tanto sufrimiento absurdo en la vida de las personas y de los pueblos, tantos conflictos envenenados, tales abusos contra el planeta, que no es fácil mantener la fe en el ser humano.

Es cierto que el desarrollo de la ciencia y la tecnología están logrando resolver muchos males y sufrimientos. En el futuro se lograrán, sin duda, éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un bienestar físico, psíquico y social.

Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo prodigioso nos va «salvando» solo de algunos males y solo de manera limitada. Ahora precisamente que disfrutamos cada vez más del progreso humano empezamos a percibir mejor que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anhela y busca.

¿Quién nos salvará del envejecimiento, de la muerte inevitable o del poder extraño del mal? No nos ha de sorprender que muchos comiencen a sentir la necesidad de algo que no es ni técnica ni ciencia, tampoco ideología o doctrina religiosa. El ser humano se resiste a vivir encerrado para siempre en esta condición caduca y mortal. Busca un horizonte, necesita una esperanza más definitiva.

No pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la tierra. Al parecer no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor quiero recordar unas palabras de aquel gran científico y místico que fue P. Teilhard de Chardin: «Cristianos a solo veinte siglos de la Ascensión. ¿Qué habéis hecho de la esperanza cristiana?».

En medio de interrogantes e incertidumbres, los seguidores de Jesús seguimos caminando por la vida trabajados por una confianza y una convicción. Cuando parece que la vida se cierra o se extingue, Dios permanece. El misterio último de la realidad es un misterio de amor salvador. Dios es una puerta abierta a la vida eterna. Nadie la puede cerrar.

 José Antonio Pagola

 

Ascensión del Señor – A (Mateo 28,16-20)

Evangelio del 28 / May / 2017

Publicado el 22/ May/ 2017

por Coordinador - Mario González Jurado


Publicado por verdenaranja @ 14:13  | Espiritualidad
 | Enviar
Jueves, 25 de mayo de 2017

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco del 24 de mayo de 2017 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera detenerme en la experiencia de los dos discípulos de Emaús, del cual habla el Evangelio de Lucas. Imaginemos la escena: dos hombres caminaban decepcionados, tristes, convencidos de dejar atrás la amargura de un acontecimiento terminado mal. Antes de esa Pascua estaban llenos de entusiasmo: convencidos de que esos días habrían sido decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el pueblo. Jesús, a quien habían confiado sus vidas, parecía finalmente haber llegado a la batalla decisiva: ahora habría manifestado su poder, después de un largo periodo de preparación y de ocultamiento. Esto era aquello que ellos esperaban, y no fue así.

Los dos peregrinos cultivaban sólo una esperanza humana, que ahora se hacía pedazos. Esa cruz erguida en el Calvario era el signo más elocuente de una derrota que no habían pronosticado. Si de verdad ese Jesús era según el corazón de Dios, deberían concluir que Dios era inerme, indefenso en las manos de los violentos, incapaz de oponer resistencia al mal.

Por ello en la mañana de ese domingo, estos dos huyen de Jerusalén. En sus ojos todavía están los sucesos de la pasión, la muerte de Jesús; y en el ánimo el penoso desvelarse de esos acontecimientos, durante el obligado descanso del sábado. Esa fiesta de la Pascua, que debía entonar el canto de la liberación, en cambio se había convertido en el día más doloroso de sus vidas. Dejan Jerusalén para ir a otra parte, a un poblado tranquilo. Tienen todo el aspecto de personas intencionadas a quitar un recuerdo que duele. Entonces están por la calle y caminan. Tristes. Este escenario –la calle– había sido importante en las narraciones de los evangelios; ahora se convertirá aún más, desde el momento en el cual se comienza a narrar la historia de la Iglesia.

El encuentro de Jesús con esos dos discípulos parece ser del todo casual: se parece a uno de los tantos cruces que suceden en la vida. Los dos discípulos caminan pensativos y un desconocido se les une. Es Jesús; pero sus ojos no están en grado de reconocerlo. Y entonces Jesús comienza su “terapia de la esperanza”. Y esto que sucede en este camino es una terapia de la esperanza. ¿Quién lo hace? Jesús.

Sobre todo pregunta y escucha: nuestro Dios no es un Dios entrometido. Aunque si conoce ya el motivo de la desilusión de estos dos, les deja a ellos el tiempo para poder examinar en profundidad la amargura que los ha envuelto. El resultado es una confesión que es un estribillo de la existencia humana: «Nosotros esperábamos, pero Nosotros esperábamos, pero …».

¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos existen en la vida de cada persona! En el fondo somos todos un poco como estos dos discípulos. Cuántas veces en la vida hemos esperado, cuántas veces nos hemos sentido a un paso de la felicidad y luego nos hemos encontrado por los suelos decepcionados. Pero Jesús camina: Jesús camina con todas las personas desconsoladas que proceden con la cabeza agachada. Y caminando con ellos de manera discreta, logra dar esperanza.

Jesús les habla sobre todo a través de las Escrituras. Quien toma en la mano el libro de Dios no encontrará historias de heroísmo fácil, tempestivas campañas de conquista. La verdadera esperanza no es jamás a poco precio: pasa siempre a través de la derrota.

La esperanza de quien no sufre, tal vez no es ni siquiera eso. A Dios no le gusta ser amado como se amaría a un líder que conduce a la victoria a su pueblo aplastando en la sangre a sus adversarios. Nuestro Dios es lámpara suave que arde en un día frío y con viento, y por cuanto parezca frágil su presencia en este mundo, Él ha escogido el lugar que todos despreciamos.

Luego Jesús repite para los dos discípulos el gesto central de toda Eucaristía: toma el pan, lo bendice, lo parte y lo da. ¿En esta serie de gestos, no está quizás toda la historia de Jesús? ¿Y no está, en cada Eucaristía, también el signo de qué cosa debe ser la Iglesia? Jesús nos toma, nos bendice, “parte” nuestra vida, porque no hay amor sin sacrificio, y la ofrece a los demás, la ofrece a todos.

Es un encuentro rápido, el de Jesús con los discípulos de Emaús. Pero en ello está todo el destino de la Iglesia. Nos narra que la comunidad cristiana no está encerrada en una ciudad fortificada, sino camina en su ambiente más vital, es decir la calle. Y ahí encuentra a las personas, con sus esperanzas y sus desilusiones, a veces enormes. La Iglesia escucha las historias de todos, como emergen del cofre de la conciencia personal; para luego ofrecer la Palabra de vida, el testimonio del amor, amor fiel hasta el final.

Y entonces el corazón de las personas vuelve a arder de esperanza. Todos nosotros, en nuestra vida, hemos tenido momentos difíciles, oscuros; momentos en los cuales caminábamos tristes, pensativos, sin horizonte, sólo con un muro delante. Y Jesús siempre está junto a nosotros para darnos esperanza, para encender nuestro corazón y decir: “Ve adelante, yo estoy contigo. Ve adelante”

El secreto del camino que conduce a Emaús es todo esto: también a través de las apariencias contrarias, nosotros continuamos a ser amados, y Dios no dejará jamás de querernos mucho. Dios caminará con nosotros siempre, siempre, incluso en los momentos más dolorosos, también en los momentos más feos, también en los momentos de la derrota: allí está el Señor. Y esta es nuestra esperanza: vamos adelante con esta esperanza, porque Él está junto a nosotros caminando con nosotros. Siempre.

 


Publicado por verdenaranja @ 12:57  | Habla el Papa
 | Enviar

Homilía del Cardenal Filoni en la Santa Misa de toma de posesión del nuevo obispo de la diócesis de Ebebiyin Su Excelencia Monseñor Miguel Ángel Nguema, SDB   (Ebebiyin, miércoles 24 mayo 2017) (fides)

Fiesta de Santa María Auxiliadora 

Hch. 1, 12-14

Ef. 1, 3-6; 11-12

Mt. 12, 16-50

 

Querido obispo Miguel, Señor Nuncio Apostólico y hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, ilustres autoridades,hermanos y hermanas en Cristo,

 

Estamos celebrando esta solemne liturgia en la catedral de la diócesis de Ebebiyin y vivimos la alegría de ser testimonios de la toma de posesión del nuevo obispo, Su Excelencia Monseñor Miguel Ángel Nguema, salesiano. Al inicio me gustaría saludaros a todos vosotros, reunidos en esta importante circunstancia y compartir vuestro contento. Tras la partida de Su Excelencia Monseñor Juan Nsue Edjang Mayé a la archidiócesis de Malabo, en febrero de 2015 [dos mil quince], vuestra diócesis quedó vacante. Ahora puedo participar de vuestra satisfacción de tener un nuevo Pastor, ordenado hace unos días, a quien el Santo Padre ha puesto como guía de esta diócesis. Como bien sabemos, el nuevo obispo, Monseñor Miguel, comienza su ministerio en esta diócesis que existe ya desde hace treinta y cinco años, pero que, con la creación de la nueva diócesis de Mongomo, tendrá un territorio y un clero más reducidos. Esto es para facilitar al nuevo Pastor el que pueda estar más presente entre vosotros y dedicaros más tiempo. Pero esto comporta también la necesidad de una mayor colaboración por vuestra parte. En efecto, os encontráis en el momento de la reorganización de las estructuras diocesanas, que deben ser precedidas por un profundo análisis de la situación. ¿Queréis tomar parte activa ayudando a vuestro obispo en este discernimiento? Pues entonces, ayudadlo a sentirse Padre para con vosotros, según la hermosa expresión de San Agustín: “con vosotros, soy cristiano; para vosotros, soy un padre”.

El Santo Padre ha elegido al obispo Miguel porque, aunque es joven, es una persona con suficiente experiencia de vida sacerdotal y una buena preparación humana y espiritual. Él ha realizado sus estudios en África y en Roma, y tiene conocimientos pastorales y de gobierno en el ámbito de la Sociedad Salesiana. Creo vivamente, queridos hermanos y hermanas, que si colaboráis juntos en esta diócesis renovada, podréis edificar y reforzar vuestra pertenencia a la Iglesia, trabajando juntos por el bien de todos.

La Liturgia de la Palabra nos propone uno de los tres grandes himnos cristológicos de San Pablo. Este himno de la carta a los Efesios nos hace reflexionar sobre el papel de Jesús en el proyecto de amor del Padre. Trata, en particular, de la predestinación de los creyentes. El proyecto de Dios sobre el hombre se actúa por medio de Jesucristo y consiste en hacer partícipes a todos los creyentes de su condición de Hijo único y amado. Desde el principio de los tiempos, Dios Padre ha pensado en vosotros, para haceros santos, para haceros hijos suyos. Cada uno de vosotros está llamado a este camino de santidad, es decir, a mantener una relación de amor fuerte e incondicional con el Señor. Cada uno de vosotros está llamado a ser parte de la verdadera familia de Jesús, constituida por aquellos que hacen la voluntad de Dios Padre. En esta familia, se distingue San Pablo por su ejemplo de celo apostólico y de unión con Cristo. El encuentro con el Resucitado sobre la vía de Damasco le cambió totalmente la vida. De feroz perseguidor contra los cristianos, se convirtió en gran predicador del Evangelio.

Con su pasión por Cristo, San Pablo intentó convencer a sus oyentes, educados en la cultura y dotados de saber, para aceptar la fe. Parecía que todo su discurso, a pesar del esfuerzo, no había alcanzad un buen resultado. En efecto, se burlaron del Apóstol cuando habló de Jesús Resucitado: “Ya te escucharemos otro día”, le dijeron los atenienses mientras se marchaban. Sin embargo, la gracia de Dios tocó el corazón de algunas personas sencillas y deseosas de conocer la buena noticia de Pablo, y “algunos se unieron a él y se hicieron creyentes” –así lo cuenta el libro de los Hechos, que narra los inicios de la evangelización en Grecia. No obstante las primeras impresiones negativas, también esta predicación de Pablo tuvo sus frutos. También allí alguno descubrió que Cristo podía responder plenamente a aquello de lo se necesita en la vida, no solo a cosas materiales. Para Dios no es importante que nuestras acciones obtengan resultados grandes o pequeños. Lo importante es tener valentía, no cansarse nunca de dar testimonio de nuestra fe y dejar actuar la gracia en los corazones humanos, creer que la gracia actúa verdaderamente. Nosotros, con frecuencia, nos sentimos tentados por la necesidad de ver los resultados de nuestras obras, hasta el punto de que alguno se pregunta si vale la pena hacer algo cuando no está seguro de conseguir un buen resultado. San Pablo no se desanimó, porque, después de haber encontrado a Cristo, había puesto en Él toda su confianza. Es verdad que, a menudo, los resultados no se ven enseguida, pero hay que dar tiempo para que crezcan. San Pablo nos enseña a seguir siempre hacia delante, con generosidad, en la obra de evangelización, en la proclamación de la Palabra de Dios, en el servicio a los pobres y a los necesitados, y, como recuerda el Papa Francisco, en el coraje de ir a los lugares más difíciles y marginados. Este es mi deseo para el obispo Miguel y para esta joven diócesis de Ebebiyin.

¿De dónde, por tanto, tomaba las fuerzas San Pablo, para no desanimarse ante las dificultades? La respuesta se encuentra en la promesa de Jesús: “Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” –dice Jesús-. La fuerza de los apóstoles, la fuerza de la Iglesia, la fuerza del catolicismo en Guinea y en la diócesis de Ebebiyin es la fuerza que viene de lo alto. Esta fuerza supera todas nuestras posibilidades, es capaz de transformar nuestros esfuerzos, que parecen poco prometedores, en un río de gracia. ¿No fue San Pedro el que, anunciando a Jesús Resucitado y su perdón pudo convertir a miles de personas? En realidad, era el Espíritu Santo el que actuaba. ¿No fue San Pablo el que en Atenas, una ciudad difícil, consiguió conducir hasta Jesús a algunos fieles? Todo fue obra del Espíritu Santo, que actuaba en ellos y a través de ellos. “No tengáis miedo de salir e ir al encuentro de estas personas, de estas situaciones. No os dejéis bloquear por los prejuicios, las costumbres, rigideces mentales o pastorales, por el famoso «siempre se ha hecho así». Se puede ir a las periferias sólo si se lleva la Palabra de Dios en el corazón y si se camina con la Iglesia, como san Francisco. De otro modo, nos llevamos a nosotros mismos, no la Palabra de Dios, y esto no es bueno, no sirve a nadie. No somos nosotros quienes salvamos el mundo: es precisamente el Señor quien lo salva” (Papa Francisco, Homilía del 4 de octubre de 2013, Asís). Tened, por tanto, el valor de dejaros guiar por el poder del don del Espíritu.

Queridos hermanos y hermanas, no es imposible que teniendo la fe y la generosidad podamos quedar desilusionados y perder el entusiasmo inicial. Hoy, la Iglesia celebra la Fiesta de María Auxiliadora. María, auxilio de los cristianos. María, a la que Jesús desde la Cruz confió a San Juan. En Él, todos hemos sido confiados a ella. En nuestro obrar, podemos siempre invocar su maternal ayuda, especialmente cuando llegan los momentos de desánimo y de miedo, cuando nos sentimos débiles frente a los desafíos, que parecen más grandes que nuestras posibilidades. Con las palabras del gran devoto de la Virgen, San Bernardo, rezamos: “Acuérdate, o piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti”. Igual que María estuvo presente en Jerusalén, junto a los apóstoles, durante Pentecostés, al inicio de la Iglesia, también ahora protege y guía a la Iglesia durante los siglos. Nos protege y guía a la Iglesia también hoy.

Confiando a María la Iglesia de Ebebiyin y los inicios del ministerio episcopal de vuestro obispo, renuevo mis deseos de que todos vosotros seáis testigos de Cristo, llevando en vosotros la fuerza del Espíritu, la audacia de actuar con generosidad en la misión de bien que se os confía.

Hacemos nuestra la oración mariana del Papa Francisco: “Eres toda belleza, María. Escucha nuestra oración, atiende a nuestra súplica: que el amor misericordioso de Dios en Jesús nos seduzca, que la belleza divina nos salve, a nosotros, a nuestra ciudad y al mundo entero” (Papa Francisco, 8. XII. 2013). 


Publicado por verdenaranja @ 12:52  | Hablan los obispos
 | Enviar

Comentario a la liturgia dominical - Solemnidad de la Ascensión del Señor - por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 23 mayo 2017 (zenit) 

Ciclo A – Textos: Hechos 1, 1-11; Ef. 1, 17-23; Mt 28, 16-20

Idea principal: la Ascensión es la fiesta de la liberación, exaltación y salvación.

Resumen del mensaje: Hoy la Santa Iglesia celebra el misterio de la Ascensión del Señor, el cual, junto con el misterio de Pentecostés, que festejaremos el próximo domingo, configura la consumación del gran misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo Nuestro Señor y viene a ser la fiesta de la liberación, exaltación y salvación.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, sí, la Ascensión es la fiesta de la liberación, pues es una partida de Cristo al Padre, después de haber cumplido su misión redentora aquí en la tierra. Liberación de la soledad y llanto, de los afanes de esta vida, de los achaques pasionales del corazón, de las inclemencias de esta sociedad, de las guerras como ha denunciado el papa Francisco en Belén, de las impertinencias de los hombres o, como diría Teresa de Ávila, de “esta cárcel y estos hierros en que el alma está metida”. Y con la liberación viene el grito de alegría y de júbilo. ¿Por qué querer seguir atados a tantas cadenas? ¿Por qué no ir desde ahora desatando tantos hilos que nos atan a esta tierra y así experimentar en el corazón esa verdadera libertad que nos ganó Cristo con su Ascensión?

En segundo lugar, sí, la Ascensión además de ser una liberación es una exaltación. Es la exaltación de Cristo, como Hijo predilecto del Padre, ahora ya sentado a la diestra de Dios. El Hijo de Dios, que en la tierra no tenía dónde reclinar su cabeza. Exaltación, después de la terrible humillación de la pasión y muerte, donde quedó postrado Jesucristo nuestro Señor. Exaltación, pero mostrando ya gloriosos los signos y estigmas de su flagelación. Hoy es el día de la exaltación de los grandes valores trascendentales frente a los contravalores terrenos. Los valores del alma, del espíritu. Los valores religiosos, los valores éticos y morales. Hoy es el día que Dios exaltó la humildad de Cristo y la nuestra, por encima de la soberbia; la caridad de Cristo y la nuestra, por encima del odio y el egoísmo; el perdón de Cristo y el nuestro, por encima de las venganzas; la paz de Cristo y la nuestra, por encima de las guerras; la obediencia de Cristo y la nuestra, por encima de las rebeldías; la vida santa de Cristo y la nuestra, por encima de la mediocridad y tibieza. ¡Bendita fiesta de la exaltación auténtica!

Finalmente, la Ascensión, es el día de la salvación. La salvación existe y es posible. Hoy tenemos un hombre seguro de su salvación: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Hoy tenemos un hombre-Dios que nos ofrece su salvación, y por eso nos precedió y nos está preparando esa salvación que es el cielo. Está preparando ya los cuartos para cada uno de nosotros. Sin excepción. ¿Querrán todos llegar? Esto es motivo de gran alegría para todos. ¡La salvación es posible! La salvación completa, cuerpo y alma. También para los hombres y mujeres, y no sólo para los ángeles. Nuestra naturaleza humana participará también de esta salvación en Cristo y con Cristo. Y esta salvación la tenemos que predicar a todos los vientos, porque nos da paciencia en la lucha, alegría en la vida, fortaleza en las dificultades. ¡Luchemos por conquistar ese cielo ya abierto y ganado para nosotros por Cristo! Y ese cielo tiene un nombre: es Jesús y su amistad.

Para reflexionar: podemos resumir lo dicho en ese verso del poeta Fray Luis de León: “¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle, hondo oscuro, en soledad y llanto, y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?”. ¿Experimento la Ascensión del Señor como una invitación a la liberación, exaltación y salvación de mi propia vida escondida en Cristo?

Para rezar: Recemos con Fray Luis de León en su Oda “En la Ascensión”.

¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, obscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

A aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay! Nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ¡ay!, nos dejas!

Tú llevas el tesoro
que sólo a nuestra vida enriquecía,
que desterraba el lloro,
que nos resplandecía
mil veces más que el puro y claro día.

¿Qué lazo de diamante,
¡ay, alma!, te detiene y encadena
a no seguir tu amante?
¡Ay! Rompe y sal de pena,
colócate ya libre en luz serena.

¿Que temes la salida?
¿Podrá el terreno amor más que la ausencia
de tu querer y vida?
Sin cuerpo no es violencia
vivir; más es sin Cristo y su presencia.

Dulce Señor y amigo,
dulce padre y hermano, dulce esposo,
en pos de ti yo sigo:
o puesto en tenebroso
o puesto en lugar claro y glorioso.

Poesía de Fray Luis de León
Agustino, catedrático de Salamanca (1527-1591)

Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]

 


Publicado por verdenaranja @ 12:45  | Espiritualidad
 | Enviar

Encuentro del Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos con los sacerdotes y religiosos de la nueva diócesis Mongomo (Mongomo, lunes 22 mayo 2017) (FIDES) 

 

Os saludo a todos, queridos hermanos y hermanas, y os traigo la bendición del Santo Padre Francisco. Saludo a los hermanos obispos aquí presentes y, en particular, a Su Excelencia Monseñor Juan Domingo-Beka Esono Ayang, primer obispo de vuestra diócesis, al cual reitero mi felicitación y le aseguro mis oraciones por un ministerio episcopal feliz y fructuoso. Saludo con gran estima y afecto fraterno al Nuncio Apostólico, a cuyo celo se debe la resolución de haber creado esta diócesis de Mongomo.

Doy gracias a la Divina Providencia por el hecho de encontrarme entre vosotros en este preciso momento histórico. Mi presencia entre vosotros es manifestación de la solicitud del Santo Padre y de la Iglesia Universal hacia la Iglesia-Familia de Dios. Por eso, deseo manifestaros en persona el apoyo de mi afecto y de mi oración en este largo y bello camino que debéis recorrer para realizar el objetivo para el cual el Santo Padre ha aprobado la creación de vuestra diócesis, respondiendo a la petición de los obispos de Guinea Ecuatorial. Estos, con ocasión de la Asamblea Ordinaria Plenaria de la Conferencia Episcopal que tuvo lugar del 27 [veintisiete] al 28 [veintiocho] de junio de 2011 [dos mil once], los obispos de Guinea Ecuatorial consideraron que la creación de nuevas circunscripciones eclesiásticas era una prioridad por motivos pastorales y organizativos. Lo que se pretendía era dar un nuevo impulso a la evangelización y, al mismo tiempo, asegurar a los fieles una formación cristiana más profunda, así como prepararlos a resistir a la invasión de las sectas. Se pensó también que la situación general de vuestra Iglesia, que está viva y en crecimiento, así como el renovado interés por el Evangelio y la misión, requerían un gobierno pastoral más eficaz de las diócesis, un cuidado pastoral mejor organizado y más cercano a los fieles, junto a un mayor apoyo espiritual y moral al clero.

La creación de la nueva circunscripción eclesiástica es, sin duda, el resultado de un largo proceso de maduración y de crecimiento de la fe en esta provincia, pero es también un signo elocuente de la confianza del Papa Francisco, que os confía la importante tarea de plantar y hacer creer la Iglesia de vuestra provincia. Os corresponde a vosotros el gran reto de poner en marcha la nueva diócesis, de levantar las estructuras necesarias para la organización pastoral y administrativa. Más allá de las estructuras, esta nueva diócesis necesita que se le infunda un espíritu. Sin el espíritu misionero, las estructuras, por muy bien organizadas que estén, no podrán hacer que se desarrolle una Iglesia auténticamente misionera.

  “Si vivimos del Espíritu, caminemos también según el Espíritu”, enseña San Pablo a los Gálatas (5, 25). Con estas palabras, el apóstol nos recuerda que la vida espiritual del sacerdote y del religioso debe ser animada y guiada por el Espíritu de Dios, que nos conduce a la santidad, perfeccionada por la caridad. Más aún que los demás fieles, vosotros estáis llamados a la santidad por vuestra misma identidad: habéis sido consagrados por la unción y el mandato de anunciar el Evangelio. La santificación del sacerdote consiste, sobre todo, en su relación íntima y profunda con Jesús, Cabeza y Pastor de la Iglesia. Estáis llamados a vivir el compromiso del Evangelio siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente. El presbítero está llamado, antes que nada, a configurarse con Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote. En otras palabras, debemos tener el corazón de Jesús, es decir, amar como Jesús ama, pensar como Jesús piensa, obrar como Jesús obra, servir como Jesús sirve en cada momento de la vida. Según las palabras del Papa Francisco “el corazón del pastor de Cristo solo conoce dos direcciones: el Señor y la gente. El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el amor del Señor; por esto ya no se mira a sí mismo –no debería mirarse a sí mismo– sino que se dirige a Dios y a los hermanos”. (Homilía en ocasión del Jubileo de los Sacerdotes, 3 de junio de 2016). Para vivir plenamente la identidad sacerdotal, la vida espiritual del sacerdote se debe unir a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios. Oración y escucha, como María. Este es el comportamiento propio de quien pone su confianza en el poder de Dios, se deja transfigurar por Jesús, buen Pastor, se deja corregir por Dios y deja actuar a Dios en su propia vida.

No es solo tarea del obispo trabajar para alcanzar tales objetivos. Por lo tanto, quiero aprovechar este encuentro para dirigiros unas palabras de ánimo y haceros algunas recomendaciones útiles que os ayuden a afrontar los nuevos retos que se os presentan.

La participación de todos vosotros, en cuanto que sois primeros colaboradores del obispo, es indispensable para poner en marcha y llevar adelante la diócesis. Os exhorto a vivir vuestra identidad y vuestro ministerio sacerdotal en plena comunión con el obispo que el Señor ha elegido y establecido como Padre y Pastor de esta Iglesia. Amad a la diócesis. Estad dispuestos a colaborar con fidelidad y generosidad en la vida y en la pastoral diocesana, poniendo en común vuestras cualidades sacerdotales y pastorales, así como vuestras capacidades organizativas. Sentíos todos plenamente responsables de dar impulso a la nueva diócesis y de asegurarle una buena guía pastoral.

Como sacerdotes y religiosas, responsables de la Iglesia local, estáis llamados a ser “la sal y la luz” (cfr. Mt. 5,13-15) en esta sociedad, siguiendo el ejemplo de Jesús, Buen Pastor (Jn. 10). No hay nada que haga sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de los sacerdotes, religiosos y religiosas, es decir, de aquellos que, de custodios de las ovejas, se transforman en “ladrones de las ovejas” (Jn. 20, 1ss), ya sea porque las inducen a errores con sus doctrinas particulares o desviadas, ya sea porque las aprisionan en la red del pecado y de la muerte. La falta de testimonio o, lo que es peor, el anti-testimonio de los sacerdotes, religiosos y religiosas, sigue creciendo hoy. En realidad, la división entre los sacerdotes, la falta de colaboración con el obispo, la falta de obediencia, la falta de consideración a los laicos por parte de los pastores, la falta de compromiso pastoral y los escándalos, reducen la eficacia de la acción pastoral y ofuscan la imagen del sacerdote como custodio del rebaño de Dios, y la imagen del religioso o de la religiosa como testimonio de Cristo casto, pobre y obediente.

Y aquí, no puedo no preguntar: ¿qué figura de sacerdote queréis forjar en vuestra Iglesia? ¿Un sacerdote funcionario y administrador de lo sagrado y de lo social, aburguesado, señoril y autoritario, cuya vida no está en armonía con la santidad del ministerio inherente al sacerdocio? En efecto, como ha recordado el Papa Francisco: “No necesitamos… sacerdotes funcionarios que, mientras desempeñan un papel, buscan lejos de Dios la propia consolación. Solo quien tiene la mirada fija sobre lo que es verdaderamente esencial puede renovar su propio sí al don recibido y, en las distintas temporadas de la vida, perseverar en el don de sí; quien se deja configurar con el Buen Pastor encuentra la unidad, la paz y la fuerza en la obediencia del servicio” (cfr. Carta a los participantes en la Asamblea General Extraordinaria de la Conferencia Episcopal Italiana, 8 noviembre 2014).

 “Nuestro ser sacerdotes no es más que un nuevo y radical modo de unión con Cristo. Ésta se nos ha dado sustancialmente para siempre en el Sacramento. Pero este nuevo sello del ser puede convertirse para nosotros en un juicio de condena, si nuestra vida no se desarrolla entrando en la verdad del Sacramento”. (cfr. Benedicto XVI, Homilía de la Misa Crismal, 2009). La santidad personal del sacerdote resplandece siempre en favor de aquellos que le han sido confiados a su cuidado pastoral, a los cuales debe servir con pasión y altruismo. Vuestra vida de oración irradiará desde dentro vuestro apostolado. El sacerdote y el consagrado deben ser personas enamoradas de Cristo. La autoridad moral y la autoridad que sostiene el ejercicio de vuestro ministerio y de vuestro apostolado, podrán venir solamente de vuestra santidad de vida (cfr. Africae munus, 100). Y esto que se ha dicho para el sacerdote, vale también para el religioso y la religiosa.

En consecuencia, debéis vivir fielmente y con alegría vuestra identidad sacerdotal y religiosa. Esta fidelidad se refiere tanto a la pobreza, como a la obediencia, como a la castidad, de lo que os quiero hablar ahora.

La pobreza evangélica nos hace superar todo egoísmo y nos enseña a confiar en la Providencia de Dios. La verdadera pobreza nos enseña a ser solidarios con nuestro pueblo, a saber compartir con caridad. Esta se manifiesta también en una sobriedad de vida y nos pone en guardia contra los ídolos materiales, que ofuscan el sentido auténtico de la vida.

Por lo tanto, la búsqueda del bienestar y el apego a las cosas materiales son un peligro contra el cual debemos resguardarnos. Es un anti-testimonio que los sacerdotes y las personas consagradas se den al business, a los negocios, a la búsqueda de ciertos intereses solamente materialistas. En base a todo esto, querría confirmar en vuestro corazón la fidelidad a vuestra misión sacerdotal y religiosa, que es fidelidad de amor al anuncio del Evangelio, al servicio de los sacramentos, al carisma de la Congregación, al apoyo de las comunidades cristianas con una adhesión desinteresada a la Iglesia. El grito de san Pablo: “¡Ay de mí si no predico el Evangelio!” (1 Cor. 9,16), puede movilizar siempre más energías físicas, intelectuales y espirituales de un sacerdote y de una persona consagrada.

Al igual que Jesús, los sacerdotes y las personas consagradas tienen el deber de llevar la alegría del Evangelio a cuantos desean escuchar y cumplir la voluntad de Dios, en la obediencia a Dios. Pero la obediencia a Dios pasa también a través de las mediaciones humanas. La voluntad de Dios se autentifica en la Iglesia por la moción interior del Espíritu Santo. Por favor, obedeced a vuestro obispo como a vuestro padre. Que sea una colaboración generosa, positiva y obediente. La obediencia es una vida en la lógica del Evangelio. Quiero subrayar que el ejercicio de la autoridad es el servicio: no nos debemos olvidar jamás, como obispos, párrocos o superiores de comunidades, que el verdadero poder, a cualquier nivel, es el servicio, cuyo faro es la Cruz. No seáis autoritarios, sino padres con autoridad: “Vosotros sabéis que los gobernantes de las naciones las dominan… Que entre vosotros no sea así…, sino que quien quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor, y quien quiera ser el primero entre vosotros sea vuestro servidor” (Mt. 20, 25-27).

La elección del celibato sacerdotal se debe considerar en el contexto de la “relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo, como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado” (Pastores Dabo Vobis, n. 29). Así acogerán el celibato el sacerdote y los religiosos, o sea, “con una libre y amorosa decisión que ha de renovarse continuamente” (ibid.), siendo conscientes de la debilidad de la propia condición humana. Sabemos, sin embargo, que, “para vivir todas las exigencias morales, pastorales y espirituales del celibato sacerdotal, es absolutamente necesaria la oración humilde y confiada” (ibid.). Una forma de conservar la vida sacerdotal es cultivar una relación fraterna con los hermanos en el sacerdocio y en la vida religiosa. El acompañamiento y el apoyo de los hermanos son siempre un don de gracia y un socorro precioso para vivificar nuestra vida y nuestro ministerio. Allí donde falta una relación serena y armoniosa entre sacerdotes, surgen siempre crisis. Es necesario conservar una buena relación de estima y confianza también con el propio obispo, padre y cabeza de nuestra Iglesia local.

Anunciad a vuestros hermanos la Palabra de vida. Pero esto solo es posible si vuestra Iglesia está en estado permanente de misión, es decir, no se trata de una estructura burocrática para organizarse la vida. Junto al obispo, debéis poneros en la primera línea para pasar “de una pastoral de simple observación a una pastoral decididamente misionera” Evangelii Gaudium, 15). La Iglesia, por su misma naturaleza, es misionera. Por este motivo, la evangelización es una prioridad. El Papa Francisco lo ha corroborado en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Hay que anunciar a Cristo, ir a las periferias. Además de la necesidad de profundizar en la fe que tienen los fieles cristianos, vuestros conciudadanos tienen sed de ver, de encontrar, de creer en Jesús. “¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?”, escribía San Pablo a los cristianos de Roma (cfr. Rm. 10,14-15). Pero, como recuerda el Santo Padre, no se trata de imponer la propia fe, sino de anunciar y dar testimonio: “La Iglesia no crece por proselitismo. La Iglesia crece por atracción, la atracción del testimonio que cada uno de nosotros da al Pueblo de Dios” (EG, 14). Es necesario el anuncio y el buen testimonio de vida en el plano espiritual, moral y pastoral.

Por lo que se refiere a la vida pastoral, el Santo Padre Francisco nos ha advertido del riesgo que corre quien pierde el gusto de la propia vida consagrada y del propio ministerio, “como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante” (EG, n. 81). Para dedicar toda la vida y todas las fuerzas al servicio de la Iglesia, tenemos necesidad de la caridad pastoral de Jesús, que ha dado la vida por su rebaño. Debemos imitar a Jesús en la donación de sí mismo y en su servicio. La caridad pastoral de la que nos hemos impregnado en algún momento, enriquecerá nuestro ministerio sacerdotal y determinará “nuestro modo de pensar y actuar, nuestro modo de relacionarnos con la gente” (Pastores Dabo Vobis, n. 23). La caridad pastoral nos exige una conversión pastoral, nos empuja a “salir de la propia comodidad y tener el coraje de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG, n. 20). Los destinatarios privilegiados de la caridad pastoral son los pobres, los marginados, los pequeños, los enfermos, los pecadores y los incrédulos. La caridad pastoral se muestra siempre disponible a asumir cualquier tarea por el bien de la Iglesia y de las almas.   

Después de algunos años de vida sacerdotal o religiosa, podrían surgir algunas debilidades, entre ellas, el riesgo de sentirse funcionarios de lo sagrado (cfr. Pastores Dabo Vobis, n. 72). El sacerdocio no es un oficio ni un empleo burocrático que se puede desarrollar en el tiempo y luego se acaba. El sacerdocio es un estilo de vida, es un servicio a Dios y a la Iglesia, no un trabajo. Para ser siempre vivaces en la vida sacerdotal y religiosa será oportuno cuidar siempre vuestra formación permanente -que encomiendo a vuestro obispo-, para asegurar la fidelidad al ministerio sacerdotal, en un camino de continua conversión, para reavivar el don recibido por la ordenación (cfr. Pastores Dabo Vobis, n.70).

Queridos hermanos en el sacerdocio, os doy las gracias por el celo y la incansable solicitud con que lleváis adelante la evangelización. Caminemos hacia el frente, animados por el amor que compartimos por el Señor y por la Santa Madre Iglesia. Quedemos unidos en la oración, para que María, modelo misionero de la Iglesia, os enseñe a todos vosotros a generar y a conservar por todas partes la presencia viva y misteriosa del Señor Resucitado, el cual renueva y colma de gozosa misericordia las relaciones entre las personas, las culturas y los pueblos.

Recordad: de vosotros depende la construcción en Mongomo de una Iglesia según el Corazón de Cristo. De vosotros depende que la Iglesia de Guinea Ecuatorial sea de primera, segunda o tercera categoría. Queridos sacerdotes y religiosos, levantaos y caminad en y con vuestra Iglesia.

Y el Espíritu Santo os conceda una íntima consolación en vuestro trabajo.

 


Publicado por verdenaranja @ 12:40
 | Enviar

Homilía del cardenal Filoni en la Misa con los obispos de Guinea Ecuatorial  (Mongomo, lunes 22 mayo 2017) (FIDES) 

Lunes, VI semana de Pascua

 Hch. 16, 11-15; Sal. 149; Jn. 15, 26-16.4a

 

Queridos hermanos: 

Durante el encuentro que acabamos de finalizar, os he hablado de la importancia de la comunión con Cristo y a todos los niveles de la vida eclesial, entre los obispos, el clero, los miembros de la vida consagrada y en el interior del Pueblo de Dios. El obispo tiene que ser, en efecto, un hombre de comunión, cercano a todos, capaz de compartir la vida del rebaño, incluidos los más pobres y lejanos, los excluidos y los marginados. Esto exige, según el Papa Francisco, una especial “sensibilidad eclesial” que se revela, concretamente, en la colegialidad y en la comunión entre los obispos y sus sacerdotes; en la comunión entre los mismos obispos; entre las diócesis material y vocacionalmente ricas y aquellas que pasan dificultades; entre el centro y las periferias. Esta comunión es obra del Espíritu Santo, que actúa gracias a los obispos pastores y no “obispos pilotos” (Discurso a los obispos italianos, 18 mayo 2015).

Pues bien, la Liturgia de la Palabra me ofrece la ocasión de proponer una meditación sobre la tarea misionera del obispo. Jesús dice en el Evangelio: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio” (Jn. 15, 26-27).

El contexto en el que se sitúan estos dos versos habla de odio y de persecuciones que se avecinarán sobre los seguidores de Jesús, porque “un siervo no es mayor que su señor” y si a Él lo persiguieron, también a ellos los perseguirán (cfr. Jn. 15, 20). Aunque en Guinea Ecuatorial no existan hoy persecuciones contra los cristianos, como en algunos países del Medio Oriente, de Asia y de ciertas zonas de África, sí que hay varios problemas que amenazan la fe cristiana, en particular, la actividad agresiva de las sectas, la brujería, las envidias, el materialismo, el aislamiento, el individualismo, así como el degrado de la moralidad.

Frente a tales problemas, no debéis tener miedo (cfr. Lc. 12, 4-7). Hay que seguir adelante con valentía y confianza. Jesús ha prometido y ha enviado su Espíritu, y hay que destacar especialmente su esencial relación con la verdad: es el Espíritu de la verdad el que puede sostener la fe oscilante de los discípulos con su firme testimonio, de modo que también ellos puedan desarrollar su misión hacia los hermanos, dando testimonio, a su vez, de que Cristo es el único salvador del hombre.

Como Jesús, Pastor de pastores, vosotros estáis llamados a vivir enteramente para el Padre y, al mismo tiempo, a volveros con la mirada llena de compasión hacia todos, en el don cotidiano de vosotros mismos, para ofrecer a vuestro país, sediento de verdad y de amor, la prueba de que Dios nunca se cansa de buscar a los hombres y de transmitirles su amor y su misericordia.

A la luz de las lecturas de hoy, os quiero exhortar a un compromiso misionero más fuerte y decidido, apoyándoos sobre estas palabras de San Agustín: el episcopado “no es un título de honor, sino de servicio”. El que es jefe recibe la exigente tarea de servir a Cristo y, en su nombre, hacerse “siervo de sus siervos”, es decir, “pastor con olor de oveja y sonrisa de padre” (Papa Francisco), imagen y signo del amor incondicional de Cristo por cada persona humana.

Para vosotros, obispos, y para todo el Pueblo de Dios de este país, servir a Cristo significa dar testimonio y proclamar el Evangelio. En efecto, el encuentro con Jesús suscita en cada creyente la necesidad de anunciar a los demás, con la palabra y con el testimonio de vida, la alegría del Evangelio. El encuentro con Jesús nos hace discípulos-misioneros. En este sentido, la tarea misionera os concierne a todos los miembros de la unidad cristiana, como miembros del único cuerpo de Cristo, piedras vivas del único edificio espiritual. La misión no es una “cuestión privada” ni un encargo solitario, sino que implica a toda la Iglesia, misterio de comunión, a la que todos nosotros pertenecemos. No se puede guardar para uno mismo el don de la fe. Esta se debe comunicar a todas las personas que desean encontrarse con Cristo y creer en Él.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos enseña que la obra de evangelización está inspirada y guiada por el Espíritu Santo. San Pablo sintetiza bien la idea al declarar que, “movido por el Espíritu” (Hch. 20, 22-23), se va a Jerusalén sin saber lo que le espera. Además de enseñarle la verdad, el Paráclito defiende a la Iglesia, la orienta, la guía en su actividad misionera y dispone a las personas para la misión (cfr. Hch. 13, 2-3). Esto debe animarnos a poner a nuestra Iglesia en un estado permanente de misión, sin miedo ni temor.

Queridísimos hermanos, el impulso misionero es señal de vitalidad y de crecimiento de una Iglesia (cfr. Rm. 2). Os deseo de corazón que os dejéis guiar por el Espíritu Santo (Gal. 5, 25), para que progreséis cada día más en vuestra configuración con Cristo, Buen Pastor, y para que dirijáis con un renovado ardor la obra de evangelización de este hermoso país.


Publicado por verdenaranja @ 12:33  | Hablan los obispos
 | Enviar

Encuentro del Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, con los obispos de Guinea Ecuatorial  (Mongomo, lunes 22 mayo 2017) (FIDES)  

Queridísimos hermanos en el episcopado: 

Antes que nada, me gustaría manifestar mi alegría de poder vivir con vosotros este momento especial, como cuerpo episcopal de este país, aumentado por la presencia de los nuevos miembros. Esta es una señal de crecimiento de la Iglesia y, al mismo tiempo, una fuerte invitación a una colaboración mayor entre vosotros. En efecto, al haber sido reunidos como pastores y hermanos, formáis, como los apóstoles en torno al Maestro, un cuerpo de personas responsables de la Iglesia de Guinea Ecuatorial. El Señor os ha llamado, con vuestras diversas historias de vida y de experiencias humanas y pastorales, porque siempre pueden servir en la búsqueda de soluciones concretas, para la difusión del mensaje de salvación que os ha sido confiado.

En general, la situación eclesial de vuestro país presenta algunos elementos positivos y esperanzadores, que hacen entrever un renovado interés por el Evangelio y por la misión. A ese respecto, la creación de dos nuevas diócesis es un signo tangible del dinamismo y del crecimiento de la fe. Este resultado es mérito vuestro y de los muchos agentes pastorales –sacerdotes, religiosos, religiosas y catequistas- que se dedican con generosidad y espíritu de sacrificio a la obra de la evangelización.

Permitidme, por tanto, queridos hermanos, que aproveche la ocasión para manifestaros la gratitud de la Sede Apostólica por el notable progreso de vuestra Iglesia y que comparta con vosotros algunas reflexiones, para responder al anhelo misionero.

Ya he mencionado la importancia de la comunión, palabra que expresa nuestra unidad en Cristo. Esto no quita las diferencias, los dones específicos, sino que manifiesta nuestra pertenencia. Esta comunión presente en el ámbito de la Conferencia, necesita ser sostenida y reforzada en cada una de las diócesis. Habéis sido elegidos por Cristo para ser pastores, padres y hermanos. Esta paternidad y fraternidad deben expresarse, particularmente, hacia nuestros primeros colaboradores, que son los sacerdotes. Como formamos una familia en Cristo, debemos crear este clima de comprensión y de solidaridad entre nuestro clero, para poder ayudar a los sacerdotes a sentirse miembros de una familia. Ciertamente, el derecho canónico nos da indicaciones para formar las necesarias estructuras diocesanas, como, por ejemplo, el Consejo Presbiteral, el Colegio de Consultores, el Consejo Pastoral y Económico, que no deben existir en la teoría, sino realmente, y que deben facilitar la colaboración y la corresponsabilidad en el servicio de nuestras Iglesias particulares. El buen trabajo de nuestros sacerdotes debe ser apreciado, así como también las pequeñas acciones, los pequeños logros, en particular, cuando alguno experimente muchas dificultades. El obispo debe tener siempre el hábito, como recomienda con frecuencia el Papa Francisco, de estar disponible a tiempo completo para los hermanos sacerdotes.

La comunión a nivel diocesano se debe manifestar además en la continua colaboración con los religiosos y religiosas. En vuestro país tenéis una buena presencia de institutos de vida consagrada, también gracias a la  histórica ayuda proveniente de España. Estos años de incansable trabajo misionero, de compromiso formativo, educativo y catequético, de silencioso trabajo en el campo sanitario, merecen realmente un fuerte aprecio. Procurad, queridísimos, sostener esta preciosa colaboración, ayudando a todos los institutos presentes en vuestro territorio también en su obra vocacional. Creo que comprendéis bien la importancia de esta indicación, porque algunos de vosotros provenís de institutos religiosos. Las palabras de la última Exhortación Apostólica del Sínodo sobre África decían: “Que el Señor bendiga a los hombres y mujeres que han decidido seguirlo sin condiciones. Su vida oculta es como la levadura en la masa. Su oración constante sostendrá el esfuerzo apostólico de los obispos, sacerdotes, de otras personas consagradas, de los catequistas y de toda la Iglesia” (Africae munus, 119).

El aspecto positivo de la Iglesia local está, por desgracia, contrastado por algunos límites debidos al inconstante acompañamiento de formación, a la escasa vida espiritual y al deseo de hacer carrera de algunos presbíteros y personas consagradas. De esto se sigue un gradual decaimiento de la moralidad, un cierto aburguesamiento y una progresiva autonomía en la toma de decisiones de algunos sacerdotes que se sienten solos. La comunidad cristiana sufre también de divisiones étnicas, envidas y rencores. Quiero llamar, además, vuestra atención sobre la infiltración entre el Pueblo de Dios de las sectas. Donde nosotros nos retiramos o perdemos el celo, allí se abre la puerta a la cizaña, a las sectas. Por favor, afrontad este problema con vuestro clero, con los religiosos y con los líderes laicos.

Queridos hermanos, a vosotros se os ha confiado la grave responsabilidad (munus) de enseñar, gobernar y santificar al Pueblo de Dios. El ejercicio de un encargo tal exige de vosotros una permanente configuración con Jesús Buen Pastor. Debéis sentir, obrar y amar como Él. ¿Sois realmente conscientes de ello? ¿Qué clase de Iglesia queréis para el futuro de Guinea? Amad a vuestra Iglesia, trabajad no para vosotros mismos, sino por el bien de la Iglesia y de los fieles que se os han encomendado. Recordad las palabras con las que el papa Benedicto XVI [dieciséis] concluyó la Exhortación Apostólica Africae Munus: Levántate y camina” (Jn. 5, 8), para mantener viva la llama de la fe, sin tener miedo de afrontar con espíritu paterno y firmeza los problemas que afligen a la Iglesia.

El obispo es padre de la diócesis. Padre quiere decir responsable; es el punto de referencia para la familia; es el que escucha para luego decidir; es el que ama y tiene una mirada hacia el futuro. Este amor y esta responsabilidad deben ayudar a crecer a los demás. El buen padre, por tanto, tiene la valentía de regañar al hijo cuando toma un camino equivocado. En este sentido, el obispo, como padre, ayuda a que la Iglesia que se le ha confiado crezca y favorece la formación de los sacerdotes, por ejemplo, con los ejercicios espirituales anuales, los retiros, las jornadas de oración, las celebraciones litúrgicas que manifiestan la unidad del presbiterio diocesano. Mira al presente, pero tiene también una visión de futuro: por ejemplo, prepara a sacerdotes prometedores para los estudios superiores, con el fin de adquirir una cualificada colaboración en la diócesis. Cuida las nuevas vocaciones. En esto, debo decir que aprecio muchísimo los esfuerzos que la Iglesia de Guinea Ecuatorial ha hecho para reforzar el Seminario Nacional y animo a mantener una continua solicitud en ese campo. Recientemente, la Congregación del Clero, con la ayuda de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha preparado un importante documento-guía para la formación de los sacerdotes, titulado “El don de la vocación sacerdotal”. Es importante el estudio de este documento para adaptarlo a las exigencias y a los retos de la Iglesia guineana. Considero de una importancia suprema el que los candidatos al sacerdocio encuentren en el seminario formadores íntegros y preparados desde el punto de vista intelectual y espiritual, para que acompañen en el discernimiento de la vocación a los jóvenes seminaristas. Necesitáis nuevos sacerdotes, pero, sobre todo, necesitáis sacerdotes idóneos al ministerio y de vida santa.

La solicitud paterna del obispo no se expresa solamente hacia los sacerdotes, sino hacia todo el Pueblo de Dios que constituye la realidad diocesana. Hoy en día, la pastoral de la familia, profundamente tocada por tantas crisis, ocupa un papel crucial. Justamente en el ambiente familiar tiene lugar también el primer desarrollo de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Hay que cuidar de forma especial a las familias jóvenes. Todo esto implica la necesidad de tener líderes parroquiales buenos y bien formados. En todas las parroquias sería bueno proponer diversas iniciativas sociales y espirituales, valiéndose también de la colaboración de los movimientos que se han desarrollado en los últimos tiempos, siempre bajo la guía y la responsabilidad de los sacerdotes que trabajan in loco. De este modo, la parroquia se convierte en lugar de crecimiento, de cultura, de desarrollo humano, capaz de responder a las diversas exigencias de nuestros fieles. Y, lo que es más importante, la parroquia debe ser un lugar de profunda vida cristiana, de encuentro y de anuncio evangélico. Tened el arrojo de crear y sostener, en cada una de ellas, equipos de base que las ayuden ser verdaderos centros de dinamismo cristiano. Animad a los laicos a asumir con alegría la responsabilidad de “sembrar la buena semilla del Evangelio en la vida del mundo, a través del servicio de la caridad, del compromiso político, a través también de la pasión educativa y de la participación en el confronto cultural” (Papa Francisco, Discurso a la Acción Católica Italiana, 30 abril 2017).

Queridísimos hermanos, estamos viviendo este tiempo de alegría y de crecimiento de la Iglesia guineana. Debemos, verdaderamente, dar gracias al Señor que nos ayuda en este camino. Cuanto más adelante vayamos, más notaremos el mucho trabajo pastoral que aún nos queda. Os agradezco todo lo que hacéis; os exhorto a no cansaros nunca en la difusión del mensaje de salvación que se os ha confiado. El Papa Francisco nos enseña y nos da ejemplo de cómo salir de la visión de una Iglesia cómoda y nos empuja a ir hacia las periferias reales y existenciales; nos pide que seamos hombres de diálogo, que llevan un auténtico mensaje espiritual que nuestra sociedad realmente necesita. Concluyo con las palabras de San Juan Pablo II [segundo], dirigidas justamente a la Iglesia de Guinea, para que sea cierto su deseo: “Confío en que la acción generosa que lleváis a cabo dará sus frutos en orden a una evangelización cada vez más intensa, capaz de penetrar en el corazón y la mente de los hombres y mujeres de Guinea Ecuatorial” (Papa San Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Guinea Ecuatorial, 15 febrero 2003). Antes de terminar, dejadme decir unas palabras de aprecio y gratitud al Nuncio Apostólico por su trabajo entre vosotros. Gracias, Excelencia. Que el Señor se lo recompense.

La Virgen Santísima, Madre del Verbo, Reina de África, os ayude a ser incansables portadores de esta palabra de salvación, capaces de ofrecer siempre un testimonio de esperanza.

Sea alabado Jesucristo.


Publicado por verdenaranja @ 12:29  | Hablan los obispos
 | Enviar

Encuentro del Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos con los sacerdotes y religiosos de la  nueva diócesis Evinayong (Evinayong, domingo 21 mayo 2017) (FIDES) 

 

Os saludo a todos, queridos hermanos y hermanas, y os traigo la bendición del Santo Padre Francisco. Saludo a los hermanos obispos aquí presentes y, en particular, a Su Excelencia Monseñor Calixto Paulino Esono Abaga Obono, primer obispo de vuestra diócesis, al cual reitero mi felicitación y le aseguro mis oraciones por un ministerio episcopal feliz y fructuoso. Saludo con gran estima y afecto fraterno al Nuncio Apostólico, a cuyo celo se debe la resolución de haber creado esta diócesis de Evinayong.

Mi presencia entre vosotros es manifestación de la solicitud del Santo Padre y de la Iglesia Universal hacia la Iglesia-Familia de Dios presente en la provincia centro-meridional y, en particular, hacia vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas de la nueva diócesis de Evinayong. La creación de la nueva circunscripción eclesiástica es, sin duda, el resultado de un largo proceso de maduración y de crecimiento de la fe en esta provincia, pero es también un signo elocuente de la confianza del Papa Francisco, que os confía la importante tarea de plantar y hacer creer la Iglesia de vuestra provincia. Os corresponde a vosotros el gran reto de poner en marcha la nueva diócesis, de levantar las estructuras necesarias para la organización pastoral y administrativa, así como el desarrollo de la actividad misionera. Doy gracias a la Divina Providencia por el hecho de encontrarme entre vosotros en este preciso momento histórico. Esto me permite manifestaros en persona el apoyo de mi afecto y de mi oración en este largo y bello camino que debéis recorrer para realizar el objetivo para el cual el Santo Padre ha aprobado la creación de vuestra diócesis.

Con ocasión de la Asamblea Ordinaria Plenaria de la Conferencia Episcopal que tuvo lugar del 27 [veintisiete] al 28 [veintiocho] de junio de 2011 [dos mil once], los obispos de Guinea Ecuatorial consideraron que la creación de nuevas circunscripciones eclesiásticas era una prioridad por motivos pastorales y organizativos. Lo que se pretendía era dar un nuevo impulso a la evangelización y, al mismo tiempo, asegurar a los fieles una formación cristiana más profunda, así como prepararlos a resistir a la invasión de las sectas. Se pensó también que la situación general de vuestra Iglesia, que está viva y en crecimiento, así como el renovado interés por el Evangelio y la misión, requerían un gobierno pastoral más eficaz de las diócesis, un cuidado pastoral mejor organizado y más cercano a los fieles, junto a un mayor apoyo espiritual y moral al clero.

No es solo tarea del obispo trabajar para alcanzar tales objetivos. Por lo tanto, quiero aprovechar este encuentro para dirigiros unas palabras de ánimo y haceros algunas recomendaciones útiles que os ayuden a afrontar los nuevos retos que se os presentan.

La participación de todos vosotros, en cuanto que sois primeros colaboradores del obispo, es indispensable para poner en marcha y llevar adelante la diócesis. Os exhorto a vivir vuestra identidad y vuestro ministerio sacerdotal en plena comunión con el obispo que el Señor ha elegido y establecido como Padre y Pastor de esta Iglesia. Amad a la diócesis. Estad dispuestos a colaborar con fidelidad y generosidad en la vida y en la pastoral diocesana, poniendo en común vuestras cualidades sacerdotales y pastorales, así como vuestras capacidades organizativas. Sentíos todos plenamente responsables de dar impulso a la nueva diócesis y de asegurarle una buena guía pastoral.

Como sacerdotes y religiosas, responsables de la Iglesia local, estáis llamados a ser “la sal y la luz” (cfr. Mt. 5,13-15) en esta sociedad, siguiendo el ejemplo de Jesús, Buen Pastor (Jn. 10). Debéis vivir fielmente y con alegría vuestra identidad sacerdotal y religiosa. Anunciad a vuestros hermanos la Palabra de vida. Pero esto solo es posible si vuestra Iglesia está en estado permanente de misión, es decir, no se trata de una estructura burocrática para organizarse la vida. Junto al obispo, debéis poneros en la primera línea para pasar “de una pastoral de simple observación a una pastoral decididamente misionera” Evangelii Gaudium, 15).

La Iglesia, por su misma naturaleza, es misionera. Por este motivo, la evangelización es una prioridad. El Papa Francisco lo ha corroborado en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Hay que anunciar a Cristo, ir a las periferias. Además de la necesidad de profundizar en la fe que tienen los fieles cristianos, vuestros conciudadanos tienen sed de ver, de encontrar, de creer en Jesús. “¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?”, escribía San Pablo a los cristianos de Roma (cfr. Rm. 10,14-15). Pero, como recuerda el Santo Padre, no se trata de imponer la propia fe, sino de anunciar y dar testimonio: “La Iglesia no crece por proselitismo. La Iglesia crece por atracción, la atracción del testimonio que cada uno de nosotros da al Pueblo de Dios” (EG, 14). Es necesario el anuncio y el buen testimonio de vida en el plano espiritual, moral y pastoral.

  “Si vivimos del Espíritu, caminemos también según el Espíritu”, enseña San Pablo a los Gálatas (5, 25). Con estas palabras, el apóstol nos recuerda que la vida espiritual del sacerdote y del religioso debe ser animada y guiada por el Espíritu de Dios, que nos conduce a la santidad, perfeccionada por la caridad. Más aún que los demás fieles, vosotros estáis llamados a la santidad por vuestra misma identidad: habéis sido consagrados por la unción y el mandato de anunciar el Evangelio. La santificación del sacerdote consiste, sobre todo, en su relación íntima y profunda con Jesús, Cabeza y Pastor de la Iglesia. Estáis llamados a vivir el compromiso del Evangelio siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente. El presbítero está llamado, antes que nada, a configurarse con Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote. En otras palabras, debemos tener el corazón de Jesús, es decir, amar como Jesús ama, pensar como Jesús piensa, obrar como Jesús obra, servir como Jesús sirve en cada momento de la vida. Según las palabras del Papa Francisco “el corazón del pastor de Cristo solo conoce dos direcciones: el Señor y la gente. El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el amor del Señor; por esto ya no se mira a sí mismo –no debería mirarse a sí mismo– sino que se dirige a Dios y a los hermanos”. (Homilía en ocasión del Jubileo de los Sacerdotes, 3 de junio de 2016). El sacerdocio no es un oficio ni un empleo burocrático que se puede desarrollar en el tiempo y luego se acaba. El sacerdocio es un estilo de vida, no un trabajo. Para vivir plenamente la identidad sacerdotal, la vida espiritual del sacerdote se debe unir a la oración, a la escucha de la Palabra de Dios. Oración y escucha, como María. Este es el comportamiento propio de quien pone su confianza en el poder de Dios, se deja transfigurar por Jesús, buen Pastor, se deja corregir por Dios y deja actuar a Dios en su propia vida.

Respecto a la vida moral, me gustaría hablar del celibato sacerdotal. Esta elección se debe considerar en el contexto de la “relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo, como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado” (Pastores Dabo Vobis, n. 29). Así acogerán el celibato el sacerdote y los religiosos, o sea, “con una libre y amorosa decisión que ha de renovarse continuamente” (ibid.), siendo conscientes de la debilidad de la propia condición humana. Sabemos, sin embargo, que, “para vivir todas las exigencias morales, pastorales y espirituales del celibato sacerdotal, es absolutamente necesaria la oración humilde y confiada” (ibid.). Una forma de conservar la vida sacerdotal es cultivar una relación fraterna con los hermanos en el sacerdocio y en la vida religiosa. El acompañamiento y el apoyo de los hermanos son siempre un don de gracia y un socorro precioso para vivificar nuestra vida y nuestro ministerio. Allí donde falta una relación serena y armoniosa entre sacerdotes, surgen siempre crisis. Es necesario conservar una buena relación de estima y confianza también con el propio obispo, padre y cabeza de nuestra Iglesia local.

Por lo que se refiere a la vida pastoral, el Santo Padre Francisco nos ha advertido del riesgo que corre quien pierde el gusto de la propia vida consagrada y del propio ministerio, “como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante” (EG, n. 81). Para dedicar toda la vida y todas las fuerzas al servicio de la Iglesia, tenemos necesidad de la caridad pastoral de Jesús, que ha dado la vida por su rebaño. Debemos imitar a Jesús en la donación de sí mismo y en su servicio. La caridad pastoral de la que nos hemos impregnado en algún momento, enriquecerá nuestro ministerio sacerdotal y determinará “nuestro modo de pensar y actuar, nuestro modo de relacionarnos con la gente” (Pastores Dabo Vobis, n. 23). La caridad pastoral nos exige una conversión pastoral, nos empuja a “salir de la propia comodidad y tener el coraje de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG, n. 20). Los destinatarios privilegiados de la caridad pastoral son los pobres, los marginados, los pequeños, los enfermos, los pecadores y los incrédulos. La caridad pastoral se muestra siempre disponible a asumir cualquier tarea por el bien de la Iglesia y de las almas.    

Después de algunos años de vida sacerdotal o religiosa, podrían surgir algunas debilidades, entre ellas, el riesgo de sentirse funcionarios de lo sagrado (cfr. Pastores Dabo Vobis, n. 72). El sacerdocio no es un oficio ni un empleo burocrático que se puede desarrollar en el tiempo y luego se acaba. El sacerdocio es un estilo de vida, es un servicio a Dios y a la Iglesia, no un trabajo. Como ha recordado el Papa Francisco: “No necesitamos… sacerdotes funcionarios que, mientras desempeñan un papel, buscan lejos de Dios la propia consolación. Solo quien tiene la mirada fija sobre lo que es verdaderamente esencial puede renovar su propio sí al don recibido y, en las distintas temporadas de la vida, perseverar en el don de sí; quien se deja configurar con el Buen Pastor encuentra la unidad, la paz y la fuerza en la obediencia del servicio” (cfr. Carta a los participantes en la Asamblea General Extraordinaria de la Conferencia Episcopal Italiana, 8 noviembre 2014).

Para ser siempre vivaces en la vida sacerdotal y religiosa será oportuno cuidar siempre vuestra formación permanente -que encomiendo a vuestro obispo-, para asegurar la fidelidad al ministerio sacerdotal, en un camino de continua conversión, para reavivar el don recibido por la ordenación (cfr. Pastores Dabo Vobis, n.70).

Queridos hermanos en el sacerdocio, os doy las gracias por el celo y la incansable solicitud con que lleváis adelante la evangelización. Caminemos hacia el frente, animados por el amor que compartimos por el Señor y por la Santa Madre Iglesia. Quedemos unidos en la oración, para que María, modelo misionero de la Iglesia, os enseñe a todos vosotros a generar y a conservar por todas partes la presencia viva y misteriosa del Señor Resucitado, el cual renueva y colma de gozosa misericordia las relaciones entre las personas, las culturas y los pueblos.

Recordad: de vosotros depende la construcción en Evinayong de una Iglesia según el Corazón de Cristo. De vosotros depende que la Iglesia de Guinea Ecuatorial sea de primera, segunda o tercera categoría. Queridos sacerdotes y religiosos, levantaos y caminad en y con vuestra Iglesia.

Y el Espíritu Santo os conceda una íntima consolación en vuestro trabajo.


Publicado por verdenaranja @ 12:25  | Hablan los obispos
 | Enviar

Homilía de Su Eminencia el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Evinayong, domingo 21 mayo 2017)

VI Domingo de Pascua

Excelentísimos hermanos en el episcopado,
Excelentísimo Representante Pontificio,
estimadas autoridades,
queridos hermanos y hermanas en Cristo, 

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.
No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros” (Jn. 14, 15.18):

 

Estas palabras de Jesús, dirigidas a sus discípulos antes de su Pascua, es decir, antes de morir y volver al Padre, resuenan nuevamente hoy, en este edificio que se eleva como Iglesia Catedral de Evinayong. Estamos aquí reunidos con la convicción de que Él, el Viviente, el Resucitado, está en medio de nosotros, como nos ha prometido Él mismo: “No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros” (Jn. 14, 18).  Esta presencia suya es motivo no solo de consolación, sino, sobre todo, de confianza y de ánimo; por lo tanto, no estamos solos ni huérfanos.

Con gran agrado os traigo el saludo y la bendición apostólica del Santo Padre, el Papa Francisco, que tiene muy en su corazón el bien de esta Iglesia de Guinea Ecuatorial. Tanto es así, que ha creado las nuevas diócesis de Evinayong y Mongomo. Ayer, justamente, en Mongomo, vivimos un gran momento de alegría por la consagración episcopal de tres nuevos hermanos. Renovando mis más sinceros deseos de un fructuoso ministerio episcopal a vuestro Pastor, Su Excelencia Monseñor Calixto-Paulino, os saludo con afecto y manifiesto mi aprecio por el camino que la Iglesia de Guinea Ecuatorial está siguiendo, consciente de la misión que esta tiene entre el Pueblo de esta noble tierra. A los sacerdotes, religiosos y religiosas dirijo mis palabras de ánimo, sabiendo que vuestra misión requiere mucho celo en medio de dificultades de todo tipo. Queridos hermanos y hermanas, os exhorto también a vosotros a colaborar en la formación de esta diócesis como Iglesia-Familia y os deseo a todos la “gracia y la paz de parte de Dios Padre y de Nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 1, 3).

La primera lectura de este domingo, el sexto después de la Pascua, nos recuerda que la Iglesia ha nacido para evangelizar. En efecto, Jesús eligió a sus discípulos y los constituyó testigos de su resurrección. En base a esta vocación de difundir el anuncio de la resurrección, inicia la misión confiada por Jesús a los apóstoles; así también el diácono Felipe partió para una ciudad de Samaria, para predicar a Cristo muerto y resucitado. Desde entonces, la Iglesia continúa esa misma misión, que constituye para todos los bautizados un compromiso irrenunciable y permanente. Predicar a Cristo es la misión de la Iglesia, de la que ninguno está excluido, porque predicar a Jesús es un compromiso obligatorio para todos los bautizados.

Hace siglos, en 1645 [mil seiscientos cuarenta y cinco], al igual que Felipe iba a Samaria, los Capuchinos fueron los primeros en llegar a la actual Guinea Ecuatorial. Ellos, así como otros misioneros que les siguieron –los sacerdotes de Toledo, los Jesuitas y, sobre todo, los Claretianos- han predicado aquí a Cristo, mostrándose como sus fieles testigos. Se han esforzado por indicar a los hermanos de esta tierra el camino de la salvación y han anunciado a Jesús. A todos ellos, con vosotros, rindo aquí mi homenaje de gratitud y estima por ese gran trabajo de evangelización que han realizado, plantando los cimientos de la Iglesia en medio de vosotros. Por lo tanto, ninguno puede poner un cimento distinto.

Justamente sobre estos cimientos, se erige hoy, como edificio espiritual, esta nueva comunidad eclesial de Evinayong, abriendo así un nuevo capítulo de la Iglesia en Guinea Ecuatorial. Como en todo nacimiento en una familia, también hoy nos surge espontáneamente la pregunta: “¿Qué será de esta realidad que es la diócesis de Evinayong?” (cfr. Lc. 1, 66).

Esta interrogación pone de manifiesto, al mismo tiempo, una gran preocupación y una viva esperanza. Tal preocupación y tal esperanza traducen, en efecto, el mayor deseo que mora en los corazones de todos, es decir, el ver que la nueva diócesis de Evinayong crezca y pueda enriquecer a toda la Iglesia con su fuerza vital. De esta preocupación y de esta esperanza no está exenta toda la comunidad cristiana de Guinea Ecuatorial, por la creación en su interior de una nueva diócesis. La Iglesia Católica de Guinea Ecuatorial, como cualquier familia, espera de la nueva diócesis de Evinayong un desarrollo generoso y un enriquecimiento espiritual, junto con un nuevo impulso evangelizador.

Seguro que sabemos que la nueva diócesis no quedará sola, porque el Señor Jesús nos garantizó su presencia constante con las palabras: “No os dejaré huérfanos”. En efecto, frente al grave riesgo de sentirse solos y abandonados, las palabras de Jesús son reconfortantes. Nos hacen experimentar la seguridad que viene de la experiencia de una presencia que consuela, que acoge, que acompaña hacia la esperanza de poder vivir y crecer.

Queridos hermanos y hermanas, vuestra nueva diócesis está llamada a esta esperanza de poder vivir y crecer. Pero ha sido confiada a vuestros cuidados; depende de vosotros como un recién nacido depende de los cuidados maternos y paternos. Como una pequeña semilla, vuestra nueva diócesis se os confía como a competentes agricultores. Esa semilla tiene que crecer para llegar a ser un árbol que, como dice Jesús en la comparación de la pequeña semilla que se convierte en árbol, pueda ofrecer refugio a los pájaros del cielo y la comida de sus frutos. En el pasado, ya otros han sembrado y plantado la palabra de Dios; ahora os toca a vosotros regar el campo para que crezca y dé fruto el bien. De este modo, como miembros de esta Iglesia, contribuiréis al crecimiento de esta planta que es vuestra diócesis de Evinayong. No sembréis la cizaña en este campo del Señor, es decir, no sembréis ni confusión, ni odio, ni celos; no murmuréis.

Estáis llamados a ser buenos constructores de esta nueva Iglesia. Construid, por tanto, sobre Cristo, el cimiento indestructible. Que cada uno sea un atento constructor y un sabio arquitecto, nos enseña San Pablo. Llevad a la construcción de esta Iglesia la preciosidad de la caridad fraterna, de la comunión y de la unidad; usad como piedras preciosas el perdón, la solidaridad, la verdad y la justicia. No aportéis la discordia, ni el interés personal, ni el pecado de la mentira. Estad, pues, atentos para que Jesús pueda ser acogido y tenga la alegría de encontrar su casa aquí entre vosotros.

En esta obra de construcción de vuestra diócesis, todos vosotros sois colaboradores de Dios. En realidad, es Él, Dios, el verdadero arquitecto de la Iglesia, es Él quien hace crecer la simiente. Por consiguiente, es a Él a quien hay que adorar en el corazón, para estar siempre dispuestos a responder a cualquiera que os pregunte sobre la razón de la fe y de la esperanza cristiana.

La promesa del Seños: “volveré a vosotros”, nos asegura que no debemos tener miedo, porque el Señor Jesús mismos mantendrá su promesa de estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (cfr. Mt. 28m, 20).

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”, nos ha dicho hoy el Evangelio de San Juan. Estas palabras de Jesús nos hacen entender que el secreto de todo es el amor por Cristo. Nuestra misión cristiana y eclesial brota e un profundo acto de amor, si no, se reduce a una simple actividad social. Todo compromiso apostólico, toda actividad misionera, todo servicio en la Iglesia tiene su origen en el amor por Cristo, al que no se debe anteponer nada. Recordemos la triple pregunta de Jesús a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”; “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”; “Simón, hijo de Juan, ¿me amas verdaderamente”. Y la respuesta de Pedro fue generosa: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. De este amor a Cristo brotó su misión apostólica: “Apacienta mis ovejas” (Jn. 21, 16.17)

Toda obra cristiana y pastoral tiene su origen en el amor por el Señor; la misión en la Iglesia se orienta al amor y a la caridad. Por lo tanto, la misión de la Iglesia se resume, antes que nada, en el testimonio de Cristo, el Maestro y el Señor. Como dice el Papa Francisco: “El testimonio de Cristo es la vía maestra de la evangelización”. Sobre el modelo del amor de Dios, que “se ha manifestado a nosotros en su Hijo unigénito” (1 Jn. 4, 9), también el amor del cristiano por su Señor debe ser generoso y total.

Queridos hermanos y hermanas, estas palabras de Jesús que he comentado son una invitación a vivir cada vez más coherentemente nuestra vocación de Iglesia-familia. Por lo tanto, os ruego que deis testimonio del Evangelio con valentía, llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren, a los abandonados, a los desesperados, a aquellos que tienen sed de amor, de libertad, de verdad y de paz.

Que María Santísima, nuestra Madre, os ayude siempre en este propósito de hacer el bien y os acompañe en la construcción de vuestra diócesis como verdadera familia de Dios.

¡Mucho ánimo! Y, ahora, ¡caminad con Cristo!


Publicado por verdenaranja @ 12:21  | Hablan los obispos
 | Enviar
Domingo, 21 de mayo de 2017

Palabras del Papa antes del Regina Coeli (ZENIT- Ciudad del Vaticano, 21 de mayo de 2017)

Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El evangelio de hoy (cf. Jn 14,15-21), continuación de la del domingo pasado nos lleva a ese momento emocionante y dramático que es la Última Cena de Jesús con sus discípulos. El evangelista Juan, recoge de la boca y del corazón del Señor, sus últimas enseñanzas antes de su pasión y de su muerte. Jesús promete a sus amigos en ese momento triste, sombrío, que después de Él recibirían “otro Paráclito” (v.16) es decir otro “Abogado”, otro defensor, otro consolador, “el Espíritu de verdad” (v.17); y añade: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros” (v.18). Estas palabras transmiten la alegría de una nueva venida de Cristo: resucitado y glorificado, él permanece en el Padre y al mismo tiempo, viene a nosotros en el Espíritu Santo. Y en esta nueva venida se revela nuestra unión con Él y con el Padre: “Reconoceréis que estoy en mi Padre, y que vosotros estáis en mí, y yo en vosotros” (v.20).

Mediante estas palabras de Jesús, hoy percibimos con el sentido de la fe, que somos el pueblo de Dios en comunión con el Padre y con Jesús por el Espíritu Santo. En este misterio de comunión, la Iglesia encuentra la fuente inagotable de su misión, que se realiza por el amor. Jesús dice en el Evangelio de hoy: El que recibe mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; yo también le amaré y me manifestaré a él” (v.21).

Es el amor el que nos introduce en el conocimiento de Jesús, gracias a la acción de este “abogado” que Jesús ha enviado, el Espíritu Santo. El amor hacia Dios y hacia el prójimo es el mayor mandamiento del Evangelio. El Señor hoy nos llama a corresponder generosamente a la llamada evangélica del amor, poniendo a Dios en el centro de nuestra vida y dedicándonos al servicio de los hermanos, y especialmente a aquellos que más necesidad tienen de apoyo y consuelo.

Si hay una actitud que nunca es fácil, que nunca se da por seguro, incluso para una comunidad cristiana, es la de saberse amar, de amarse al ejemplo del Señor y por su gracia. A veces, los conflictos, el orgullo, la envidia, divisiones, dejan una marca en el bello rostro de la Iglesia. Una comunidad de cristianos debería vivir en la caridad de Cristo, y por el contrario, es precisamente aquí donde el mal “se involucra” y, a veces nos dejamos engañar.

Son las personas espiritualmente débiles quienes están pagando el precio. Cuantas de entre ellas, – y vosotros conocéis a algunas – cuantas de entre ellas se han alejado porque no se han sentido acogidas, no se han sentido comprendidas, no se han sentido amadas. Cuantas personas se han alejado, por ejemplo de una parroquia o de una comunidad, a causa del ambiente de críticas, de celos y de envidias, que han encontrado.

Para un cristiano también, saber amar no se adquiere de una vez por todas; hay que recomenzar cada día, es necesario ejercitarse para que nuestro amor hacía los hermanos y hermanas que encontramos sea maduro y purificado de estas limitaciones o pecados que le hacen parcial, egoísta, estéril e infiel.

Escuchad bien esto, cada día hay que aprender el arte de amar, cada día hay que seguir con paciencia la escuela de Cristo, cada día hay que perdonar y mirar a Jesús, y esto con la ayuda de este “Abogado”, de este Consolador que Jesús nos ha enviado, que es el Espíritu Santo.

Que la Virgen María, perfecta discípula de su Hijo y señor, nos ayude a ser siempre más dóciles al Paráclito, el Espíritu de verdad, para aprender cada día a amarnos como Jesús nos ha amado.

Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 


Publicado por verdenaranja @ 21:07  | Habla el Papa
 | Enviar

Su Presencia, nuestra fuerza – VI Domingo de Pascua. 20 mayo 2017. Por Sergio Mora Sergio Mora

 

Pentecostés - (Autor: Jean II Restout, 1732 - Wiki commons)

Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17: “Les impusieron las manos y recibieron al Espíritu Santo”
Salmo 65: “Las obras del Señor son admirables. Aleluya”
I San Pedro 3, 15-18: “Murió en su cuerpo y resucitó glorificado”
San Juan 14, 15-21: “Yo le rogaré al Padre y Él les dará otro Paráclito”

Él ya no es un jovencito pero lo lleva prendido en su mente y en su corazón. Y aunque ya hace muchos años que falleció su padre, platica sus últimos momentos como si fuera ayer. “Es que sus últimas palabras las llevo grabadas en mi corazón y no las puedo olvidar. Para mí fueron como la gran herencia que me dejó para toda la vida. Más que las riquezas sus consejos últimos me han sostenido en todas las dificultades”. Y me detalla sus conceptos sobre los valores, sobre la verdad, sobre el trabajo, sobre Dios. “Ahora ya no hay valores que sostengan la vida. Hay palabras que valen más que un tesoro”.

Jesús no quiere dejar en la orfandad a sus discípulos, ni los quiere desprotegidos, ni que vivan como abandonados. En la intimidad de la Última Cena, abre su corazón y les confía sus tesoros más preciados: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos”. Coloca Jesús el amor como el más valioso de sus tesoros, como el imprescindible para ser su discípulo, como la señal distintiva. No les dice, si ustedes son muy valientes, si me obedecen o si no quieren ir al infierno. La razón fundamental del cristiano, lo que lo mueve, el estilo propio de su conducta es el amor. Podríamos aducir muchas otras motivaciones, muchas implicaciones, pero si en la base no está el amor, es mentira que seamos cristianos. Quizás hemos perdido mucho tiempo en busca de disciplina, doctrina u organización y hemos descuidado lo fundamental: el amor a Cristo y a los hermanos. Es su mandamiento fundamental. Jesús no espera soldados que lo defiendan, Jesús no busca científicos que demuestren su verdad, Jesús no llama legisladores que sostengan su ley, Jesús busca enamorados que vivan a plenitud su misma vida. Entonces sí, bienvenidos los evangelizadores, bienvenidos los soldados, bienvenidos los legisladores, porque si tienen en su corazón el amor sabrán proclamar su Evangelio.

El hombre sufre de angustia y de inseguridad. Le teme al silencio, al fracaso y a la soledad. Porque es cierto que “la soledad purifica pero la ausencia mata”. El evangelio de este domingo está envuelto en la atmósfera de despedida. Jesús está dando las últimas instrucciones a sus discípulos porque ya se va. Los discípulos empiezan a entrever el dolor de la ausencia, pero Jesús anuncia, promete y revela una nueva presencia. Una presencia que cambia el concepto antiguo de Dios y la relación del hombre con Él. En el Antiguo Testamento, y quizás en la mente y vivencia de muchos de nosotros, se tenía el concepto de un Dios como una realidad exterior al hombre y como distante de él. Se necesitan mediaciones para llegar a Él. Así se ponen una serie de elementos que nos llevan a Dios: el templo, la observancia de las leyes, los sacrificios, el sacerdote, los santos. Dios quedaba fuera del mundo y nosotros a veces nos quedábamos anclados en los signos y no llegábamos a Dios, y no es raro que terminábamos dando más importancia al rito, a la ley, al signo que al mismo Dios.

Y Cristo hoy nos descubre una relación dinámica, interior, vivificante. Cristo anuncia esa nueva presencia divina en nosotros, muy dentro en nuestro corazón, en nuestra vida diaria. Y nos asegura tres diferentes modos de presencia que sostendrán la comunidad: su permanencia viva en medio de nosotros, la donación del Espíritu Santo y la presencia íntima de la Trinidad en el corazón de los creyentes al darnos a conocer “Yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes”. No estamos solos, Cristo nos asegura: “No los dejaré desamparados”. Y nos descubre este profundo cambio de relación entre Dios y nosotros. La comunidad y cada miembro se convierten en morada de la divinidad. Nos hacemos templo y santuario de Dios. Dios ya no está fuera de nosotros, sino en nosotros mismos y de ahí brotan infinidad de consecuencias: la dignidad del hombre y de la naturaleza, la exigencia del respeto al otro que también es santuario de Dios, la primacía del amor sobre los ritos y de la vida sobre la doctrina. Dios está vivo en medio de nosotros, no es doctrina, ni ley, sino vida.

Jesús se va y se queda. Al marcharse el que es el Guía, cuando parece que se agrieta y se desmorona el grupo ante la ausencia del Maestro, recibe la promesa de esta nueva presencia que se hará realidad en la vida de la primera Iglesia, al recibir el Espíritu Santo y descubrir la realidad de la presencia y asistencia de Jesús en medio de todas las vicisitudes de una Iglesia que recién empieza. A pesar de los riesgos que los apóstoles corrían cuando Jesús los dejó “solos”, siguieron conservando su identidad y su tarea porque contaban con el dinamismo del Espíritu Santo. Cada paso, cada nueva crisis, siempre es resuelta con la presencia de Jesús y con la asistencia del Espíritu Santo. Pero es también todo un reto, porque están más propensos a construir su propia iglesia, su propio grupo y olvidarse de la Iglesia de Jesús. Todo esto tiene una condición: “si me aman…” Si no, todo está perdido.

Hoy debemos preguntarnos seriamente: ¿Qué importancia le damos nosotros a este amor que nos propone Jesús? ¿No hemos perdido demasiado el tiempo en cosas secundarias y nos hemos olvidado de amar al estilo de nuestro Maestro y Pastor? ¿Cuál sería la señal distintiva de nosotros cristianos, de nuestras familias y de nuestras comunidades? ¿Es el amor?

Gracias, Padre Bueno, por el regalo que nos has hecho de la presencia de Jesús. Él es nuestro pastor, nuestro camino y nuestro guía. Concédenos vivir plenamente su mandamiento de amarte y amarnos unos a otros para ser sus dignos discípulos. Amén.

 

 


Publicado por verdenaranja @ 20:59  | Espiritualidad
 | Enviar

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco en la audiencia del 17 de mayo de 2017 (ZENIT – Ciudad del Vaticano, 17 MAY. 2017)

«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

En estas semanas, nuestra reflexión se mueve, por decir así, en la órbita del misterio pascual. Hoy, encontramos a aquella que, según los Evangelios, fue la primera en ver a Jesús Resucitado: María Magdalena. Acababa de terminar el descanso del sábado. El día de la pasión no había habido tiempo para completar los ritos fúnebres; por ello, en ese amanecer lleno de tristeza, las mujeres van a la tumba de Jesús, con los ungüentos perfumados. La primera que llega es ella: María de Magdala, una de las discípulas que habían acompañado a Jesús desde Galilea, poniéndose al servicio de la Iglesia naciente. En su camino hacia el sepulcro, se refleja la fidelidad de tantas mujeres, que durante años acuden con devoción a los cementerios, recordando a alguien que ya no está. Los lazos más auténticos no se quiebran ni siquiera con la muerte: hay quien sigue amando, aunque la persona amada se haya ido para siempre.

El Evangelio (cfr Jn 20, 1-2-11-18) describe a la Magdalena subrayando enseguida que no era una mujer que se entusiasmaba con facilidad. En efecto, después de la primera visita al sepulcro, vuelve desilusionada al lugar donde los discípulos se escondían; refiere que la piedra ha sido movida de la entrada del sepulcro y su primera hipótesis es la más sencilla que se pueda formular: alguien debe haberse llevado el cuerpo de Jesús. Así, el primer anuncio que María lleva no es el de la resurrección, sino el de un robo que algunos desconocidos han perpetrado, mientras toda Jerusalén dormía.

Luego, los Evangelios cuentan otra ida de la Magdalena al sepulcro de Jesús. Era una testaruda ésta, ¿eh? Fue, volvió… y no, no se convencía…Esta vez su paso es lento, muy pesado. María sufre doblemente: ante todo por la muerte de Jesús, y luego por la inexplicable desaparición de su cuerpo.

Es mientras está inclinada cerca de la tumba, con los ojos llenos de lágrimas, cuando Dios la sorprende de la manera más inesperada. El evangelista Juan subraya cuán persistente es su ceguera: no se da cuenta de la presencia de los dos ángeles que la interrogan y ni siquiera sospecha viendo al hombre a sus espaldas, creyendo que era el guardián del jardín. Y, sin embargo, descubre el acontecimiento más sobrecogedor de la historia humana cuando finalmente es llamada por su nombre: ¡«María!» (v. 16)

¡Qué lindo es pensar que la primera aparición del Resucitado según los evangelios, fue de una forma tan personal! Que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y desilusión, que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre. Es una ley que encontramos grabada en muchas páginas del Evangelio. Alrededor de Jesús hay tantas personas que buscan a Dios; pero la realidad más prodigiosa es que, mucho antes, es ante todo Dios el que se preocupa por nuestra vida, que quiere volverla a levantar, y para hacer esto nos llama por nuestro nombre, reconociendo el rostro personal de cada uno. Cada hombre es una historia de amor que Dios escribe en esta tierra. Cada uno de nosotros es una historia de amor de Dios. A cada uno de nosotros, Dios nos llama por nuestro nombre: nos conoce por nombre, nos mira, nos espera, nos perdona, tiene paciencia con nosotros. ¿Es verdad o no es verdad? Cada uno de nosotros tiene esta experiencia.

Y Jesús la llama: «¡María!»: la revolución de su vida, la revolución destinada a transformar la existencia de todo hombre y de toda mujer, comienza con un nombre que resuena en el jardín del sepulcro vació. Los Evangelios nos describen la felicidad de María: la resurrección de Jesús n es una alegría dada con cuentagotas, sino una cascada que arrolla toda la vida. La existencia cristiana no está entretejida con felicidades blandas, sino con oleadas que lo arrollan todo. Intenten pensar también ustedes, en este instante, con el bagaje de desilusiones y derrotas que cada uno de nosotros lleva en el corazón, que hay un Dios cercano a nosotros, que nos llama por nuestro nombre y nos dice: «¡Levántate, deja de llorar, porque he venido a liberarte!». Esto es muy bello.

Jesús no es uno que se adapta al mundo, tolerando que perduren la muerte, la tristeza, el odio, la destrucción moral de las personas… Nuestro Dios no es inerte, sino que nuestro Dios –me permito la palabra– es un soñador: sueña la transformación del mundo y la ha realizado en el misterio de la Resurrección.

María quisiera abrazar a su Señor, pero Él ya está orientado hacia el Padre celeste, mientras que ella es enviada a llevar el anuncio a los hermanos. Y así aquella mujer, que antes de encontrar a Jesús estaba en manos del maligno (cfr Lc 8,2), ahora se ha vuelto apóstol de la nueva y mayor esperanza. Que su intercesión nos ayude a vivir también nosotros esa experiencia: en la hora del llanto, en la hora del abandono, escuchar a Jesús Resucitado que nos llama por nombre y, con el corazón lleno de alegría, ir a anunciar: «¡He visto al Señor!». ¡He cambiado vida porque he visto al Señor! Ahora soy diferente a como era antes, soy otra persona. He cambiado porque he visto al Señor. Ésta es nuestra fortaleza y ésta es nuestra esperanza. Gracias»

(Fuente: Radio Vaticano)

 


Publicado por verdenaranja @ 20:49  | Habla el Papa
 | Enviar
Viernes, 19 de mayo de 2017

Reflexión a las lecturas del domingo sexto de Pascua A ofrecida por el sacerdote Don Juan Mnuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"                        

Domingo 6º de Pascua A

 

La marcha de Jesús, como ya hemos comentado, despierta en los discípulos una gran turbación. Jesús lo sabe y trata de “prepararles”. Lo ha hecho ya algunas veces. Ahora lo intensifica, en la “Última Cena”. Les dice: “En la Casa de mi Padre hay muchas estancias”. “Me voy a prepararos sitio”. “Volveré y os llevaré conmigo”. ¡Lo hemos escuchado y reflexionado el domingo pasado!

En el Evangelio de hoy les dice: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad…” ¡Qué título más hermoso! El Espíritu de la Verdad!

¡Por tanto, en la ausencia visible de Cristo, no van a quedar solos y desamparados, porque el Padre les va a enviar “otro Defensor”, que esté siempre con ellos, el Espíritu Santo.

Ya sabemos que la presencia del Espíritu del Señor en la Iglesia es fundamental e imprescindible. Ya dice S. Pablo: “Nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. (1Co 12, 3). Por eso, Jesucristo ha querido garantizar su presencia y su acción, en cada cristiano, mediante la existencia de dos sacramentos: El Bautismo y, más especialmente, la Confirmación. “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”, dice el obispo al administrar el sacramento.

¡Qué importante es todo esto! Por eso, se observa con mucha preocupación en la Iglesia de nuestro tiempo, el desinterés que existe en gran número de cristianos, por recibirlo. El no confirmado está en una situación tal, que no puede admitirse, ni siquiera, como padrino de Bautismo. “El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo”, escribía S. Pablo. (Rom 8,9).    

Precisamente, en la primera lectura de hoy, se nos presenta la primera Confirmación de la historia. No puede hacerla el diácono Felipe. Tiene que ser un apóstol. Por eso bajan, desde Jerusalén, Pedro y Juan. Oran por ellos, les imponen las manos y reciben el Espíritu Santo. “Aún no había bajado sobre ninguno”, dice el texto.

Ahora, cuando nos disponemos a terminar la celebración de la Pascua, con la solemnidad de Pentecostés, es una ocasión privilegiada para repensar estas cosas. A ello nos ayudan las lecturas de la celebración diaria de la Eucaristía de esta semana.

En resumen: “¡Me voy a prepararos sitio!” “¡Vendrá otro Defensor!” Estas dos realidades constituyen la respuesta de Jesucristo, a la turbación de los discípulos.

Dice el Evangelio que el día de la Ascensión, los discípulos volvieron a Jerusalén, no tristes y decepcionados, sino “con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. (Lc 24, 52). ¡Es el resultado de la “catequesis” del Señor en la Última Cena!

Los cristianos solemos prepararnos, al terminar la Pascua, especialmente después del día de la Ascensión, para la Solemnidad de Pentecostés, implorando, cada día, de Dios Padre una especial efusión del Espíritu Defensor.

En este contexto celebramos hoy, como cada año, “la Pascua del Enfermo.” ¡Cuántas cosas podríamos decir! 

Para el enfermo el Espíritu Santo es fortaleza  y consuelo; es gozo y esperanza! Es el  Espíritu que se infunde en la Santa Unción, “el sacramento de los enfermos”. ¡Es el Espíritu que anima y estimula los avances continuos de la medicina, en su lucha contra la enfermedad y la muerte! ¡Es el Espíritu de la luz y de la fortaleza de los que trabajan y se esfuerzan, con el mejor ánimo, en el cuidado de los enfermos en los hospitales y en las casas! Es, en fin, el Espíritu que hace presente a la Iglesia en los lugares donde se trabaja y se lucha intensamente por la salud integral de todos.  

                                           ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!        


Publicado por verdenaranja @ 17:57  | Espiritualidad
 | Enviar

   DOMINGO 6º DE PASCUA A 

   MONICIONES 

 

 

PRIMERA LECTURA

Hoy, dentro del Tiempo de Pascua, es el Domingo de la expansión misionera de la Iglesia. En la primera lectura contemplamos cómo el diácono Felipe anuncia a Cristo a los samaritanos, y los apóstoles Pedro y Juan les dan el Espíritu Santo. Es la primera Celebración de la Confirmación que conocemos. Escuchemos. 

SALMO RESPONSORIAL

Como respuesta a la Palabra de Dios, que hemos escuchado, proclamamos, en el salmo  responsorial,  nuestro deseo de que toda la tierra, llena del Espíritu Santo, proclame las maravillas del Señor 

SEGUNDA LECTURA

S. Pedro se dirige a unos cristianos que sufren persecución, y les recuerda la muerte de Cristo y su resurrección por el poder del Espíritu Santo. Al mismo tiempo, les anima a dar razón de su esperanza. 

EVANGELIO

En el Evangelio Jesús conforta a los discípulos diciéndoles que, en su ausencia visible, van a contar con la  presencia y la ayuda del Espíritu Santo, que será su Defensor y estará siempre con ellos.

 COMUNIÓN

El Espíritu Santo es el que hace posible que descubramos la presencia de Jesucristo en la Eucaristía. "Nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo", nos enseña San Pablo. Que la gracia incomparable de la Comunión nos ayude a descubrir la presencia y la necesidad del Espíritu Santo en toda nuestra vida, especialmente, en los momentos de dificultad.


Publicado por verdenaranja @ 17:53  | Liturgia
 | Enviar

El Papa a los enfermos de Huntington: “Valiosos para Dios, valiosos para la Iglesia” – (ZENIT – Ciudad del Vaticano, 18 May. 2017)

A continuación las palabras del Santo Padre:

“Queridos hermanos y hermanas: les recibo con alegría y les saludo a cada uno de los que están aquí presentes en esta reunión y reflexión dedicada a la enfermedad de Huntington. Doy las gracias sinceramente a todos los que se han esforzado para que esta jornada se pudiera realizar. Agradezco a la señora Cattaneo y al señor Sabine sus palabras de presentación.

Me gustaría extender mi saludo a todos los que llevan en su cuerpo y en su vida las huellas de esta enfermedad, así como a los que sufren otras enfermedades denominadas raras. Sé que algunos de vosotros han tenido que realizar un viaje muy largo y difícil para estar hoy aquí. Lo agradezco y me alegro de vuestra presencia.

He escuchado vuestras historias y las dificultades que cada día tienen que afrontar; conozco la tenacidad y la dedicación con que vuestras familias, los médicos, el personal sanitario y los voluntarios están a vuestro lado en este camino lleno de cuestas arriba, algunas muy duras.

“Durante mucho tiempo –indicó el Santo Padre– los temores y las dificultades que han caracterizado la vida de las personas enfermas de Huntington han provocado a su alrededor malentendidos, barreras, verdaderas marginaciones”.

Y “en muchos casos, los enfermos y sus familias han experimentado el drama de la vergüenza, del aislamiento, del abandono. Pero hoy estamos aquí porque queremos decir a nosotros mismos y al mundo. «Nunca más oculta».

No se trata simplemente de un eslogan, sino de un compromiso que todos debemos asumir. La fuerza y la convicción con que pronunciamos estas palabras se derivan precisamente de la misma enseñanza de Jesús. Durante su ministerio, él se encontró con muchos enfermos, se hizo cargo de su sufrimiento, derribó los muros del estigma y de la marginación que a muchos de ellos les impedía sentirse respetados y queridos.

Para Jesús, la enfermedad nunca ha sido obstáculo para acercarse al hombre, sino todo lo contrario. Él nos ha enseñado que la persona humana es siempre valiosa, que tiene siempre una dignidad que nada ni nadie le puede quitar, ni siquiera la enfermedad.

La fragilidad no es un mal. Y la enfermedad, que es expresión de la fragilidad, no puede y no debe llevarnos a olvidar el inmenso valor que siempre tenemos ante Dios. También la enfermedad puede ser una oportunidad para el encuentro, la colaboración, la solidaridad.

Los enfermos que se encontraban con Jesús quedaban regenerados sobre todo por esta toma de conciencia. Se sentían escuchados, respetados, amados. Ninguno de vosotros no debe sentirse nunca solo, ninguno se debe sentir una carga, ninguno debe sentir la necesidad de escapar. Ustedes son valiosos para Dios, son valiosos para la Iglesia.

Me dirijo ahora a las familias. Quien sufre la enfermedad de Huntington sabe que nadie puede superar la soledad y la desesperación si no tiene a su lado personas que con abnegación y constancia se transforman en «compañeros de viaje». Ustedes son todo esto: padres, madres, esposos, esposas, hijos, hermanos y hermanas, que cada día, de manera silenciosa pero eficaz, acompañáis a vuestros familiares en este duro camino.

También para vosotros el camino se hace a veces cuesta arriba. Por eso les animo también a que no se sientan solos; a que no cedan a la tentación del sentimiento de vergüenza y de culpa.

La familia es un lugar privilegiado de vida y dignidad, y pueden contribuir a crear esa red de solidaridad y de ayuda que sólo la familia es capaz de asegurar y a la que está llamada a vivir en primer lugar. Y me dirijo a vosotros, médicos, personal sanitario, voluntarios de las asociaciones que se dedican a la enfermedad de Huntington y a las personas afectadas por ella.

Entre vosotros hay también personal del Hospital «Casa Sollievo della Sofferenza» que, con su atención y su investigación, son una manifestación de la aportación que la Santa Sede quiere dar en este ámbito tan importante a través de una obra suya.

El servicio de todos vosotros es muy valioso, porque la esperanza y el impulso de las familias que se confían a vosotros depende ciertamente de vuestro compromiso e iniciativa. Son muchos los retos que plantea la enfermedad desde el punto de vista diagnóstico, terapéutico y asistencial.

Que el Señor bendiga vuestro trabajo: que sean un punto de referencia para los pacientes y sus familias, que en muchas ocasiones se ven obligados a hacer frente a las ya duras pruebas que la enfermedad comporta en un contexto socio-sanitario que, con frecuencia, no corresponde a la dignidad de la persona humana. Así las dificultades aumentan.

Con frecuencia, la enfermedad se agrava por la pobreza, las separaciones forzadas y una sensación general de confusión y desconfianza. Por eso, las asociaciones y los organismos nacionales e internacionales son decisivos.

Ustedes son como las manos de Dios que siembran esperanza. Son la voz de estas personas que quieren reivindicar sus derechos. Por último, están aquí presentes genetistas y científicos que sin escatimar energías se dedican desde hace tiempo al estudio y la búsqueda de una terapia para la enfermedad de Huntington.

Es obvio que se mira a vuestro trabajo con mucha expectativa: la esperanza de encontrar un camino para la curación definitiva de la enfermedad depende de vuestros esfuerzos, pero también para la mejora de las condiciones de vida de estos hermanos y para su acompañamiento, especialmente en la etapa delicada del diagnóstico, cuando aparecen los primeros síntomas.

Que el Señor bendiga vuestros esfuerzos. Les animo a realizarlo siempre con medios que no contribuyan a alimentar esa «cultura del descarte» que a veces se insinúa también en el mundo de la investigación científica. Algunas líneas de investigación, de hecho, utilizan embriones humanos provocando inevitablemente su destrucción.

Pero sabemos que ningún fin, aunque en sí mismo sea noble -como la posibilidad de una utilidad para la ciencia, para otros seres humanos o para la sociedad- puede justificar la destrucción de embriones humanos.

Hermanos y hermanas, como ven ustedes una comunidad grande y motivada. Que la vida de cada uno de vosotros, marcada directamente por la enfermedad de Huntington o comprometida cada día en acompañar el dolor y la dificultad de los enfermos, sea un testimonio vivo de la esperanza que Cristo nos ha dado. Incluso a través del dolor pasa un camino fecundo de bien que podemos recorrer juntos. Gracias a todos. Por favor, no se olviden de rezar por mí, igual que yo rezaré por vosotros.


Publicado por verdenaranja @ 17:51  | Habla el Papa
 | Enviar

Sexto domingo de Pascua por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 16 mayo 2017 (zenit)

Ciclo A – Textos: Hechos 8, 5-8.14-17; 1 Pe 3, 15-18; Jn 14, 15-21

Idea principal: con este domingo comenzamos un pequeño Adviento de preparación a la Solemnidad de Pentecostés, cuando Cristo nos enviará su Espíritu como Consolador o Paráclito.

Resumen del mensaje: La Iglesia se prepara para celebrar en las próximas semanas los misterios de la Ascensión del Señor (próximo domingo) y de Pentecostés (en quince días), culminación del supremo misterio del Triduo Pascual, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Nada más apropiado que este pasaje del sermón de despedida del Señor para disponer nuestros corazones para estas solemnidades. Sermón que constituye el testamento de Jesús, como broche de oro de toda su predicación aquí en la tierra, para transmitir a sus discípulos predilectos los misterios más profundos del evangelio y llenarles del Consuelo del Espíritu Santo.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la primera lectura de hoy, donde se nos narra la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad de Samaria por la oración y la imposición de la manos de Pedro y Juan, es una invitación para todos nosotros a esperar y desear la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Pero, ¿quién es el Espíritu Santo que debemos esperar con ansia y en oración? Cristo nos dice hoy que es Paráclito o Consolador (evangelio). El Espíritu Santo no sólo es luz y consejo. Ni tampoco es sólo fuerza. El hombre tiene necesidad sobre todo de consuelo para vivir. Muchas veces estamos inquietos, sentimos la soledad, el cansancio; el futuro nos da miedo y los amigos nos fallan.

En segundo lugar, este consuelo de Dios se encarnó primero en Jesús. Pasó toda su vida pública consolando todo tipo de sufrimiento, físicos y morales, y predicando el consuelo de las bienaventuranzas: “Felices los pobres, los mansos, los misericordiosos, los hambrientos y sedientos, los sufridos…”. Y antes de partir de este mundo, Jesús le pidió a su Padre que nos mandase otro Consolador, que permaneciese con nosotros siempre como Dulce Huésped. Este otro Consolador es el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, tercera persona divina de la Santísima Trinidad, que mora dentro de nosotros consolando nuestras tristezas, curando nuestras heridas y ayudándonos a sufrir haciendo el bien (segunda lectura).

Finalmente, ¿qué debemos hacer para recibir el Espíritu como Consuelo de Dios? Tenemos que llamarle, pues Paráclito significa en pasivo griego “aquel que es llamado en defensa”, aquel del que se busca el Consuelo. ¡Cuántas veces acudimos a otras fuentes de consuelo, a cisternas rotas como pueden ser las riquezas, los placeres, las distracciones mundanas y mil futilidades, o mendigamos consuelos humanos que no nos consuelan el alma y el corazón, sino que nos dejan más heridos y vacíos! El Espíritu Santo es el auténtico Consuelo que necesitamos en esta vida que a veces se nos presenta tan cruel, tan sin sentido, tan injusta. ¡Qué hermoso sería que después de llenarnos de ese Consuelo de Dios en la oración seamos también nosotros paráclitos para nuestros hermanos, es decir, seamos personas que sepamos aliviar la aflicción, confortar la tristeza, ayudar a superar el miedo y disipar la soledad.

Para reflexionar: ¿busco en mi vida el Consuelo de Dios o el consuelo del mundo? ¿Soy también consuelo y paráclito para mis hermanos o motivo de angustia, tristeza y pecado?

Para rezar:

Dios, me siento triste,
mira cómo me he sentido en este tiempo,
te ruego que me consueles y me confortes,
sana mis heridas y dame un nuevo deseo de vivir.

Tú eres mi Dios salvador,
el libertador de todas mis angustias,
el que me sacia de bien,
quien me rejuvenece y me renueva.

Te alabo mi Señor con todo mi corazón,
aún en medio de mi dolor, bendigo tu nombre,
gracias por tu consuelo y por mostrarme tu amor.

Enséñame, Dios mío, el camino que tengo que seguir a partir de ahora,
no permitas que me hunda en mi aflicción
sino que me levante y te dé gloria
por todo lo que haces en mi vida.

Tú eres quien me rescata, me sacia de bien
tú eres mi buen Pastor y te adoro con todo mi ser. Amén.

Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]


Publicado por verdenaranja @ 17:43  | Espiritualidad
 | Enviar

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo sexto de Pascua A 

EL ESPÍRITU DE LA VERDAD 

 

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ve tristes y abatidos. Pronto no le tendrán a él. ¿Quién podrá llenar su vacío? Hasta ahora ha sido él quien ha cuidado de ellos, los ha defendido de los escribas y fariseos, ha sostenido su fe débil y vacilante, les ha ido descubriendo la verdad de Dios y los ha iniciado en su proyecto humanizador.

Jesús les habla apasionadamente del Espíritu. No los quiere dejar huérfanos. Él mismo pedirá al Padre que no los abandone, que les dé «otro Defensor» para que «esté siempre con ellos». Jesús lo llama «el Espíritu de la verdad». ¿Qué se esconde en estas palabras de Jesús?

Este «Espíritu de la verdad» no ha de ser confundido con una doctrina. Esta verdad no hay que buscarla en los libros de los teólogos ni en los documentos de la jerarquía. Es algo mucho más profundo. Jesús dice que «vive con nosotros y está en nosotros». Es aliento, fuerza, luz, amor… que nos llega del misterio último de Dios. Lo hemos de acoger con corazón sencillo y confiado.

Este «Espíritu de la verdad» no nos convierte en «propietarios» de la verdad. No viene para que impongamos a otros nuestra fe ni para que controlemos su ortodoxia. Viene para no dejarnos huérfanos de Jesús, y nos invita a abrirnos a su verdad escuchando, acogiendo y viviendo su Evangelio.

Este «Espíritu de la verdad» no nos hace tampoco «guardianes» de la verdad, sino testigos. Nuestro quehacer no es disputar, combatir ni derrotar adversarios, sino vivir la verdad del Evangelio y «amar a Jesús guardando sus preceptos».

Este «Espíritu de la verdad» está en el interior de cada uno de nosotros defendiéndonos de todo lo que nos pueda apartar de Jesús. Nos invita a abrirnos con sencillez al misterio de un Dios Amigo de la vida. Quien busca a este Dios con honradez y verdad no está lejos de él. Jesús dijo en cierta ocasión: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Es cierto.

Este «Espíritu de la verdad» nos invita a vivir en la verdad de Jesús en medio de una sociedad donde con frecuencia a la mentira se la llama estrategia; a la explotación, negocio; a la irresponsabilidad, tolerancia; a la injusticia, orden establecido; a la arbitrariedad, libertad; a la falta de respeto, sinceridad…

¿Qué sentido puede tener la Iglesia de Jesús si dejamos que se pierda en nuestras comunidades el «Espíritu de la verdad»?

¿Quién podrá salvarla del autoengaño, las desviaciones y la mediocridad generalizada?

¿Quién anunciará la Buena Noticia de Jesús en una sociedad tan necesitada de aliento y esperanza?

 José Antonio Pagola

 

6 Pascua – A (Juan 14,15-21)

Evangelio del 21 / May / 2017

Publicado el 15/ May/ 2017

por Coordinador - Mario González Jurado


Publicado por verdenaranja @ 17:32  | Espiritualidad
 | Enviar
S?bado, 13 de mayo de 2017

Texto de la oración que el papa Francisco reza ante la imagen de Nuestra Señora de Fátima, este viernes 12 de mayo, después de haber rezado el santo rosario. (ZENIT – Roma, 12 May. 2017)

El Santo Padre:


Salve Reina, Bienaventurada Virgen de Fátima, Señora del Corazón Inmaculado,
refugio y camino que conduce a Dios.

Peregrino de la Luz que procede de tus manos, doy gracias a Dios Padre que,
siempre y en todo lugar, interviene en la historia del hombre;

peregrino de la Paz que tú anuncias en este lugar, alabo a Cristo, nuestra paz,
y le imploro para el mundo la concordia entre todos los pueblos;

peregrino de la Esperanza que el Espíritu anima, vengo como profeta y mensajero
para lavar los pies a todos, en torno a la misma mesa que nos une.

Estribillo cantado por la asamblea:


Ave o clemens, ave o pia! Salve Regina Rosarii Fatimæ. Ave o clemens,
ave o pia! Ave o dulcis Virgo Maria.

El Santo Padre:


¡Salve, Madre de Misericordia, Señora de la blanca túnica!
En este lugar, desde el que hace cien años manifestaste a todo el mundo
los designios de la misericordia de nuestro Dios,
miro tu túnica de luz y, como obispo vestido de blanco,
tengo presente a todos aquellos que, vestidos con la blancura bautismal,
quieren vivir en Dios y recitan los misterios de Cristo para obtener la paz.

Estribillo…

El Santo Padre:


¡Salve, vida y dulzura, salve, esperanza nuestra, Oh Virgen Peregrina, oh Reina Universal!
Desde lo más profundo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira los gozos del ser humano cuando peregrina hacia la Patria Celeste.
Desde lo más profundo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
mira los dolores de la familia humana que gime y llora en este valle de lágrimas.

Desde lo más íntimo de tu ser, desde tu Inmaculado Corazón,
adórnanos con el fulgor de las joyas de tu corona y haznos peregrinos como tú fuiste peregrina.

Con tu sonrisa virginal, acrecienta la alegría de la Iglesia de Cristo.
Con tu mirada de dulzura, fortalece la esperanza de los hijos de Dios.
Con tus manos orantes que elevas al Señor, une a todos en una única familia humana.

Estribillo …

El Santo Padre:


¡Oh clemente, oh piadosa, Oh dulce Virgen María,
Reina del Rosario de Fátima!
Haz que sigamos el ejemplo de los beatos Francisco y Jacinta,
y de todos los que se entregan al anuncio del Evangelio.

Recorreremos, así, todas las rutas, seremos peregrinos de todos los caminos,
derribaremos todos los muros y superaremos todas las fronteras,
yendo a todas las periferias, para revelar allí la justicia y la paz de Dios.

Seremos, con la alegría del Evangelio, la Iglesia vestida de blanco,
de un candor blanqueado en la sangre del Cordero
derramada también hoy en todas las guerras que destruyen el mundo en que vivimos.

Y así seremos, como tú, imagen de la columna refulgente que ilumina los caminos del mundo,
manifestando a todos que Dios existe, que Dios está,
que Dios habita en medio de su pueblo, ayer, hoy y por toda la eternidad.

Estribillo…

El Santo Padre junto con todos los fieles:


¡Salve, Madre del Señor, Virgen María, Reina del Rosario de Fátima!
Bendita entre todas las mujeres, eres la imagen de la Iglesia vestida de luz pascual,
eres el orgullo de nuestro pueblo, eres el triunfo frente a los ataques del mal.
Profecía del Amor misericordioso del Padre,
Maestra del Anuncio de la Buena Noticia del Hijo,
Signo del Fuego ardiente del Espíritu Santo,
enséñanos, en este valle de alegrías y de dolores,
las verdades eternas que el Padre revela a los pequeños.

Muéstranos la fuerza de tu manto protector.
En tu Corazón Inmaculado, sé el refugio de los pecadores
y el camino que conduce a Dios.
Unido a mis hermanos, en la Fe, la Esperanza y el Amor, me entrego a Ti.
Unido a mis hermanos, por ti, me consagro a Dios,
Oh Virgen del Rosario de Fátima.
Y cuando al final me veré envuelto por la Luz que nos viene de tus manos,
daré gloria al Señor por los siglos de los siglos.

Amén.


Publicado por verdenaranja @ 22:03  | Habla el Papa
 | Enviar

El santuario de Fátima anunció la concesión de una indulgencia plenaria por mandato del papa Francisco, durante este año jubilar que inició el 27 de noviembre de 2016 y concluirá el 26 de noviembre de 2017. 

(ZENIT – Roma)

Durante este Año Jubilar, la indulgencia será concedida:

A los fieles que visiten en peregrinación el Santuario de Fátima y participen devotamente de alguna celebración o oración en honor de la Virgen María, recen la oración del Padre Nuestro, reciten el Símbolo de la Fe (Credo) e invoquen a Nuestra Señora de Fátima;

A los fieles que visiten devotamente una imagen de la Virgen de Fátima expuesta a la veneración en iglesias, capillas o lugares adecuados en los días del aniversario de las Apariciones (día 13 de cada mes, de mayo a octubre de 2017), participen en celebraciones o oraciones en honor de la Virgen María, recen la oración del Padre Nuestro, reciten el Símbolo de la Fe (credo) e invoquen a Nuestra Señora de Fátima;

– a los fieles que por razón de edad, enfermedad o graves motivos no puedan moverse, estén arrepentidos de sus pecados y tengan la firme intención de poner en práctica, tan pronto como sea posible, las tres condiciones indicadas ante una pequeña imagen de la Virgen de Fátima; Y en los días de las Apariciones, se unan espiritualmente a las celebraciones jubilares, ofreciendo con confianza a Dios misericordioso, por medio de María, sus oraciones, sufrimientos y dificultades.

Para obtener la indulgencia plenaria, los fieles sinceramente arrepentidos y animados por la caridad deben cumplir las siguientes condiciones: confesión sacramental, comunión eucarística y oraciones por las intenciones del Papa.

Documento del santuario

nosotros si nos fiamos de Él!   

      ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


 | Enviar

Reflexión a las lecturas del domingo quinto de Pascua A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"          

Domingo 5º de Pascua A

 

Conocí una vez en la catequesis a una niña a quien se le había muerto su madre. Era preciosa, simpática y alegre. Ya ha pasado mucho tiempo. Alguien me dijo que su madre, antes de morir, había “preparado” a la niña para su ausencia. ¡Y lo había hecho muy bien!

En el Evangelio de este domingo contemplamos cómo el Señor “prepara”  a sus discípulos, que están tristes y abatidos por su marcha. Es su Muerte y su Resurrección. Y les señala, entre otras, dos cuestiones fundamentales  sobre el sentido de su  marcha: No se trata de una huída ni de un abandono. No va a terminarse todo. Se trata de ir a prepararles sitio en la Casa del Padre. Y además no les va a dejar solos. El Padre, desde el Cielo, va a enviarles  "otro Defensor", el Espíritu Santo, que estará siempre con ellos.  El primer tema será objeto de nuestra atención este domingo. El segundo, el próximo.

¿Y por qué estos temas? ¿Por qué estos textos del evangelio y no otros?

Porque el Tiempo de Pascua se va acercando a su fin. Y eso quiere decir que vamos a celebrar pronto dos solemnidades muy importantes: La Ascensión y Pentecostés. La Ascensión marca la ausencia visible y definitiva de Cristo, que vuelve al Padre. No podemos verle hasta su Vuelta Gloriosa. Pentecostés es la Venida del Espíritu Santo. Porque ¡llega su hora! Según el modo humano que tenemos los cristianos de atribuir las obras de Dios a las tres divinas Personas, el Padre ha realizado la obra de la Creación y su designio de salvación; el Hijo ha hecho la Redención; y sube al Cielo.  Ahora toca al Espíritu Santo, que es el don más importante de la Pascua. Él nos lleva al Padre, por el Hijo, en un mismo Espíritu. Estamos, por tanto en la “época del Espíritu Santo”. Son, como decía, formas humanas de hablar.

Por todo ello, estas últimas semanas, en la celebración eucarística de cada día, la lectura del Evangelio tiene acento de despedida. Escuchamos textos de la Última Cena, que es la despedida fundamental de Jesucristo. La semana siguiente, se refieren al Espíritu Santo.

El Evangelio de hoy nos trae una gran revelación: “¡En la Casa del Padre hay muchas estancias!”. Y Jesucristo va a prepararnos sitio, porque quiere que donde Él está, estemos también nosotros para siempre.  

¡Qué grandeza! ¡Qué futuro más hermoso  nos ofrece el Señor! Y la pregunta de Tomás es fundamental: “Señor, queremos estar contigo para siempre, pero ¿cómo podremos llegar hasta allí? ¿Por dónde se va? ¿Cuál es el camino?”. Y Jesús responde a Tomás: “¡Yo soy el camino!” Es decir, la Palabra de Cristo, sus mandatos, su ejemplo…, constituyen el camino seguro para llegar a la Casa del Padre.

¡Qué dicha la nuestra! ¡Conocemos el camino!

¿Y cómo será la Casa donde Dios vive…? ¡Ese es nuestro destino definitivo! Y añade algo sorprendente: “Nadie va al Padre sino por mí”. Está claro. “Todo no vale”. No podemos hacernos ilusiones de llegar hasta allí por cualquier camino, con cualquier estilo vida. Es evidente que no. ¡Si no vamos por el verdadero camino, no llegaremos nunca al final! ¡Por mucho que caminemos!  Si vamos, por ejemplo, por un camino, en dirección contraria, cuanto más caminemos, más nos alejaremos del lugar a donde queremos ir.

        ¡Y hacen falta, además, las provisiones para el camino! Pero ¡Jesús es también la verdad y la vida! ¡Dichosos nosotros si nos fiamos de Él!   

      ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 21:43  | Espiritualidad
 | Enviar

 DOMINGO 5º DE  PASCUA A        

  MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

Como contemplamos en la primera lectura, también en la primitiva Iglesia existían dificultades y tensiones internas, que los apóstoles resolvían con gran sabiduría y de común acuerdo con todos. Es lo que hacen en esta ocasión. Así crean unos ministros ordenados, que nosotros llamamos “diáconos” para el servicio de la comunidad. Escuchemos con atención. 

SEGUNDA LECTURA

Con diversas imágenes, S. Pedro nos presenta a la Iglesia, como un edificio en construcción, del que nosotros somos piedras vivas. En él Cristo resucitado vive y actúa. 

TERCERA LECTURA

Con las fiestas de la Ascensión y Pentecostés que se acercan, llega a su culminación  el tiempo de Pascua que estamos celebrando. Por eso las palabras de Jesús que escucharemos en el Evangelio, tienen acento de despedida.

Aclamémosle ahora con el canto del aleluya. 

COMUNIÓN

En la ausencia visible de Jesucristo, le encontramos de una manera especial, en el sacramento de la Eucaristía, que vamos a recibir. Que Él nos ayude a vivir en la Iglesia de tal manera, que podamos alcanzar un día ese lugar de felicidad  y de gloria que Él ha ido a prepararnos a todos.

 


Publicado por verdenaranja @ 21:39  | Liturgia
 | Enviar

Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo quinto de  Pascua A.

EL CAMINO

Al final de la última cena, los discípulos comienzan a intuir que Jesús ya no estará mucho tiempo con ellos. La salida precipitada de Judas, el anuncio de que Pedro le negará muy pronto, las palabras de Jesús hablando de su próxima partida, han dejado a todos desconcertados y abatidos. ¿Qué va a ser de ellos?

Jesús capta su tristeza y su turbación. Su corazón se conmueve. Olvidándose de sí mismo y de lo que le espera, Jesús trata de animarlos: «No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí». Más tarde, en el curso de la conversación, Jesús les hace esta confesión: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre sino por mí». No lo hemos de olvidar nunca.

«Yo soy el camino»

El problema de muchos no es que vivan extraviados o descaminados. Sencillamente viven sin camino, perdidos en una especie de laberinto: andando y desandando los mil caminos que, desde fuera, les van indicando las consignas y modas del momento.

¿Y qué puede hacer un hombre o una mujer cuando se encuentra sin camino? ¿A quién se puede dirigir? ¿Adónde puede acudir? El que camina tras los pasos de Jesús podrá seguir encontrándose con problemas y dificultades, pero está en el camino acertado que conduce al Padre. Esta es la promesa de Jesús.

«Yo soy la verdad»

Estas palabras encierran una invitación escandalosa a los oídos modernos. Y, sin embargo, también hoy hemos de escuchar a Jesús. No todo se reduce a la razón. El desarrollo de la ciencia no contiene toda la verdad. El misterio último de la realidad no se deja atrapar por los análisis más sofisticados. El ser humano ha de vivir ante el misterio último de su existencia.

Jesús se presenta como camino que conduce y acerca a ese Misterio último. Dios no se impone. No fuerza a nadie con pruebas ni evidencias. El Misterio último es silencio y atracción respetuosa. Jesús es el camino que nos puede conducir a confiar en su bondad.

«Yo soy la vida»

Jesús puede ir transformando nuestra vida. No como el maestro lejano que ha dejado un legado de sabiduría admirable a la humanidad, sino como alguien vivo que, desde lo más profundo de nuestro ser, infunde en nosotros un germen de vida nueva.

Esta acción de Jesús en nosotros se produce casi siempre de forma discreta y callada. El mismo creyente solo intuye una presencia imperceptible. A veces, sin embargo, nos invade la certeza, la alegría incontenible, la confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna. Nunca entenderemos la fe cristiana si no acogemos a Jesús como el camino, la verdad y la vida.

José Antonio Pagola

5 Pascua – A (Juan 14,1-12)

Evangelio del 14 / May / 2017

Publicado el 08/ May/ 2017

por Coordinador - Mario González Jurado

 


Publicado por verdenaranja @ 21:36  | Espiritualidad
 | Enviar
Domingo, 07 de mayo de 2017

Reflexión a las lecturas del domingo cuarto de Pascua A ofrecida por el sacerdote Don Juan Maneul Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"                 

 Domingo IV de Pascua A

 

“¡Ha resucitado el buen Pastor, que entregó la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey! Aleluya”.

Esta es la exclamación que surge hoy de los labios y del corazón de toda la Iglesia, exultante de gozo, al llegar al Domingo del Buen Pastor.

Una de las imágenes más atrayentes de Jesucristo es ésta, que nos lo presenta como el Buen Pastor de su pueblo. Todos sabemos qué es un pastor y lo que hace un pastor: Cuida de las ovejas. De todas y de cada una. Las alimenta, las guía, las cura, las guarda en el aprisco. ¡De igual modo, cuida el Señor Resucitado de cada uno de nosotros!

¡Cuántas reflexiones podríamos hacer sobre todo ello!

El Evangelio de hoy nos dice que “las ovejas atienden a su voz, y Él va llamando por su nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando las ha sacado todas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz”.

De esta forma, el Señor Jesús se asemeja al Padre, que, en el Antiguo Testamento, se presenta como el Pastor de su pueblo Israel.

En el salmo proclamamos llenos de confianza y de alegría: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”.

¡Dichosos nosotros que tenemos un Pastor así!

Este domingo Jesús se presenta también como “la Puerta” del redil de las ovejas. Y dice: "Quien entre por mí,  se salvará y podrá entrar  y salir, y encontrará pastos…”  “El que no entra por la puerta en el aprisco de las  ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido”.

La puerta es el lugar de acceso, por ejemplo, a una casa, a un aprisco… Y es hermoso también contemplar a Jesucristo Resucitado como “la Puerta”, el lugar de acceso a la salvación, a la vida, a la dicha temporal y eterna. Por eso, cuando el día de Pentecostés, la gente pregunta a Pedro y a los demás apóstoles qué tienen que hacer, Pedro les contesta: “Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo…”  “Y aquel día, nos dice la primera lectura, se les agregaron unos tres mil”.

Y en este marco celebramos hoy la Jornada Mundial de  Oración por las Vocaciones y la de las Vocaciones Nativas. Y es que Jesucristo, para continuar siendo el Buen Pastor de su pueblo, ha querido tener necesidad de nosotros, de todos y cada uno de nosotros. Así toda la Iglesia ha quedado asociada a este misterio de vida y salvación universal. La Iglesia es Cuerpo de Cristo, Buen Pastor. Y, entre todos, elige el Señor a niños y jóvenes para que entreguen toda su vida, todo su tiempo, toda su capacidad de amar…, al servicio de esta misión formidable. Para ello se consagran, de un modo nuevo, al servicio del Reino de Dios; por eso hablamos de “vocaciones de especial consagración al servicio de la Iglesia”. Son los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los misioneros y misioneras, etc. Y ya sabemos que en la vida de la Iglesia “todo es don”. Por eso la oración es fundamental, como nos enseñó el Señor Jesús: “Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies” (Mt 9, 37-38).

Y además, quiere el Señor que colaboremos también con Él, haciéndonos portavoces de su llamada, porque Él hace resonar su voz en diversas edades y en las circunstancias más diversas.

Se suele decir que en esto, como en todo, “donde se trabaja hay vocaciones”. 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 20:58  | Espiritualidad
 | Enviar

DOMINGO IV DE PASCUA A 

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

                              En la primera lectura, S. Pedro presenta a Cristo glorificado después de su Pasión, como  Señor y Mesías. Ahora es necesario convertirse y bautizarse. Es lo que hacen unos tres mil oyentes. Escuchemos.       

 

SALMO

                              En el salmo responsorial proclamamos al Señor como nuestro Pastor, el Pastor bueno de su pueblo. 

SEGUNDA LECTURA

                              Cristo es el Buen Pastor. Él padeció por nosotros. Su entrega, paciencia y confianza en aquel "que juzga justamente" es el ejemplo que tenemos que seguir los cristianos. 

TERCERA LECTURA

                              Frente a la actitud de los fariseos, sacerdotes y escribas, Jesús se presenta como el verdadero y único Pastor. Y hoy se manifiesta también como  Puerta del rebaño.

                              Acojámosle ahora con gozo, con el canto del aleluya. 

COMUNIÓN

                              En la Comunión recibimos a Jesucristo, el Pastor bueno de su pueblo, que se ha entregado a la muerte por nosotros y nos alimenta con su Cuerpo y con Sangre, como el verdadero Cordero de la Pascua nueva.

                              Pidámosle que nos ayude en nuestra tarea de fomentar las vocaciones, con nuestra oración, con nuestra palabra, con nuestro ejemplo de vida. 


Publicado por verdenaranja @ 20:55  | Liturgia
 | Enviar
Viernes, 05 de mayo de 2017

Cuarto domingo de Pascua.  Comentario a la liturgia dominical por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 2 mayo 2017 (zenit)

Ciclo A

Textos: Hechos 2, 14.36-41; 1 Pe 2, 20-25; Jn 10, 1-10

Idea principal: Sólo Cristo es el Buen Pastor y Puerta de salvación. Nosotros somos su rebaño.

Resumen del mensaje: en este domingo la liturgia propone la figura de Cristo como Buen Pastor (Evangelio y Salmo). En este día tiene lugar cada año la jornada mundial de oración por las vocaciones. Jesús es el Buen Pastor prometido por Dios, es la única Puerta de salvación y nosotros somos el rebaño de su pertenencia, abierto a la conversión (primera lectura) y a la imitación del Pastor (segunda lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Cristo es nuestro Buen Pastor. Pastor que va delante, guiándonos; detrás, protegiéndonos; a nuestro lado, animándonos. Pastor que nos conoce por nuestro nombre, conoce nuestras cualidades y defectos. Nos ama. Nos alimenta con los sacramentos y con su palabra y con el magisterio de la Iglesia. Nos cura cuando estamos heridos por haber saltado del redil y caído en alguna zarza o trampa. Nos defiende de los lobos que nos rodean, de los mercenarios y de los falsos pastores que nos engañan con sus ideologías, que nos esquilan y engordan a costa de nuestra lana, que huyen en los momentos de peligros dejándonos solos. Contra todos estos falsos pastores, Cristo reivindica su papel: “Yo soy el Buen Pastor. Conozco mis ovejas y las mías Me conocen”. Es el Buen Pastor porque es el Camino, la Verdad y la Vida.

En segundo lugar, un pastor tiene su rebaño; el rebaño es su vida. Nosotros somos rebaño de Cristo. Esta comparación no tiene nada de negativo en la Biblia, al contrario, está cargada de ternura. Rebaño que es objeto de disputa y de conquista por fuerzas opuestas, mediante silbidos cautivadores, pero falaces. Debemos distinguir entre mil voces que seducen y la voz de Cristo nuestro Pastor. La voz de Cristo es tan distinta a la voz de los falsos pastores. Es una voz que pacifica el alma, que ilumina la mente, que purifica el corazón y la afectividad, que fortalece la voluntad. Es una voz que nos invita al amor, a la justicia, a la verdad, a la solidaridad, a la pureza y a la paz.

Finalmente, Cristo nos ha hecho partícipe de su tarea de pastor a todos nosotros. Porque pastor es el Papa que apacienta y gobierna toda la Iglesia con el cayado de Cristo. Pastor es el obispo que cuida su diócesis. Pastor es el sacerdote que se desvive por su parroquia. Pastores son los papás de familia que día y noche se ocupan y se preocupan de sus hijos. Pastor es ese gobernante al frente de una nación. Pastor es el maestro de escuela que forma no sólo la mente, sino también el corazón de sus alumnos. Pastor es el jefe de una empresa al cuidado de sus empleados. Pastor es el catequista encargado de la transmisión de la fe. Pastor es el que está al frente de una comunidad o de un movimiento eclesial como servidor humilde. San Agustín comentando el capítulo 34 de Ezequiel dice: “Si existen buenas ovejas, hay también buenos pastores, porque de las buenas ovejas se hacen los buenos pastores. Pero todos los buenos pastores coinciden en uno, son uno. Cuando ellos apacientan, Cristo apacienta… es él mismo quien apacienta cuando ellos apacientan; el Señor dice: Yo apaciento; porque en ellos está su voz, en ellos está su amor”. Pero el título de Puerta, Cristo lo ha reservado sólo para Sí, porque es el único mediador entre Dios y los hombres. Una sola es la Puerta de la Salvación: Jesús. “El que entra por mí se salvará”. Entramos por esa puerta el día de nuestro bautismo, formando parte de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. Ciertamente que la misericordia de Dios puede alcanzar a algunos la salvación por caminos ocultos y extraordinarios.

Para reflexionar: ¿Siento a Jesús como mi Buen Pastor o tengo los oídos abiertos a otros pastores? ¿Conozco perfectamente ya la voz de Cristo Pastor? ¿Trato de seguir sus pasos, imitándolo? ¿Qué ladrones y falsos pastores suelen asaltarme?

Para rezar: recemos hoy con provecho el Salmo 23, leído en la santa misa: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas…”.

Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]

 


Publicado por verdenaranja @ 12:48  | Espiritualidad
 | Enviar

Texto completo de las palabras del papa Francisco en la Universidad de Al-Azhar (ZENIT – Roma, 28 Abr. 2017)

“Al Salamò Alaikum!  (La paz sea con vosotros).

Es para mí un gran regalo estar aquí, en este lugar, y comenzar mi visita a Egipto encontrándome con vosotros en el ámbito de esta Conferencia Internacional para la Paz.

Agradezco al Gran Imán por haberla proyectado y organizado, y por su amabilidad al invitarme. Quisiera compartir algunas reflexiones, tomándolas de la gloriosa historia de esta tierra, que a lo largo de los siglos se ha manifestado al mundo como tierra de civilización y tierra de alianzas.

Tierra de civilización. Desde la antigüedad, la civilización que surgió en las orillas del Nilo ha sido sinónimo de cultura. En Egipto ha brillado la luz del conocimiento, que ha hecho germinar un patrimonio cultural de valor inestimable, hecho de sabiduría e ingenio, de adquisiciones matemáticas y astronómicas, de admirables figuras arquitectónicas y artísticas. La búsqueda del conocimiento y la importancia de la educación han sido iniciativas que los antiguos habitantes de esta tierra han llevado a cabo produciendo un gran progreso. Se trata de iniciativas necesarias también para el futuro, iniciativas de paz y por la paz, porque no habrá paz sin una adecuada educación de las jóvenes generaciones.

Y no habrá una adecuada educación para los jóvenes de hoy si la formación que se les ofrece no es conforme a la naturaleza del hombre, que es un ser abierto y relacional.

La educación se convierte de hecho en sabiduría de vida cuando consigue que el hombre, en contacto con Aquel que lo trasciende y con cuanto lo rodea, saque lo mejor de sí mismo, adquiriendo una identidad no replegada sobre sí misma. La sabiduría busca al otro, superando la tentación de endurecerse y encerrarse; abierta y en movimiento, humilde y escudriñadora al mismo tiempo, sabe valorizar el pasado y hacerlo dialogar con el presente, sin renunciar a una adecuada hermenéutica.

Esta sabiduría favorece un futuro en el que no se busca la prevalencia de la propia parte, sino que se mira al otro como parte integral de sí mismo; no deja, en el presente, de identificar oportunidades de encuentro y de intercambio; del pasado, aprende que del mal sólo viene el mal y de la violencia sólo la violencia, en una espiral que termina aislando. Esta sabiduría, rechazando toda ansia de injusticia, se centra en la dignidad del hombre, valioso a los ojos de Dios, y en una ética que sea digna del hombre, rechazando el miedo al otro y el temor de conocer a través de los medios con los que el Creador lo ha dotado.1

Precisamente en el campo del diálogo, especialmente interreligioso, estamos llamados a caminar juntos con la convicción de que el futuro de todos depende también del encuentro entre religiones y culturas. En este sentido, el trabajo del Comité mixto para el Diálogo entre el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y el Comité de Al-Azhar para el Diálogo representa un ejemplo concreto y alentador. El diálogo puede ser favorecido si se conjugan bien tres indicaciones fundamentales: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones.

El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación.

Educar, para abrirse con respeto y dialogar sinceramente con el otro, reconociendo sus derechos y libertades fundamentales, especialmente la religiosa, es la mejor manera de construir juntos el futuro, de ser constructores de civilización. Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro. Y con el fin de contrarrestar realmente la barbarie de quien instiga al odio e incita a la violencia, es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien: jóvenes que, como árboles plantados, estén enraizados en el terreno de la historia y, creciendo hacia lo Alto y junto a los demás, transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad.

En este desafío de civilización tan urgente y emocionante, cristianos y musulmanes, y todos los creyentes, estamos llamados a ofrecer nuestra aportación: «Vivimos bajo el sol de un único Dios misericordioso. […] Así, en el verdadero sentido podemos llamarnos, los unos a los otros, hermanos y hermanas […], porque sin Dios la vida del hombre sería como el cielo sin el sol».2

Salga pues el sol de una renovada hermandad en el nombre de Dios; y de esta tierra, acariciada por el sol, despunte el alba de una civilización de la paz y del encuentro. Que san Francisco de Asís, que hace ocho siglos vino a Egipto y se encontró con el Sultán Malik al Kamil, interceda por esta intención.

Tierra de alianzas. Egipto no sólo ha visto amanecer el sol de la sabiduría, sino que su tierra ha sido también iluminada por la luz multicolor de las religiones. Aquí, a lo largo de los siglos, las diferencias de religión han constituido «una forma de enriquecimiento mutuo del servicio a la única comunidad nacional».3

Creencias religiosas diferentes se han encontrado y culturas diversas se han mezclado sin confundirse, reconociendo la importancia de aliarse para el bien común. Alianzas de este tipo son cada vez más urgentes en la actualidad. Para hablar de ello, me gustaría utilizar como símbolo el «Monte de la Alianza» que se yergue en esta tierra.

El Sinaí nos recuerda, en primer lugar, que una verdadera alianza en la tierra no puede prescindir del Cielo, que la humanidad no puede pretender encontrar la paz excluyendo a Dios de su horizonte, ni tampoco puede tratar de subir la montaña para apoderarse de Dios (cf. Ex 19,12).

Se trata de un mensaje muy actual, frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad y, por el otro, se confunden la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente.

Existe el riesgo de que la religión acabe siendo absorbida por la gestión de los asuntos temporales y se deje seducir por el atractivo de los poderes mundanos que en realidad sólo quieren instrumentalizarla. En un mundo en el que se han globalizado muchos instrumentos técnicos útiles, pero también la indiferencia y la negligencia, y que corre a una velocidad frenética, difícil de sostener, se percibe la nostalgia de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida, que las religiones saben promover y que suscitan la evocación de los propios orígenes: la vocación del hombre, que no ha sido creado para consumirse en la precariedad de los asuntos terrenales sino para encaminarse hacia el Absoluto al que tiende.

Por estas razones, sobre todo hoy, la religión no es un problema sino parte de la solución: contra la tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina en esta tierra, nos recuerda que es necesario elevar el ánimo hacia lo Alto para aprender a construir la ciudad de los hombres.

En este sentido, volviendo con la mente al Monte Sinaí, quisiera referirme a los mandamientos que se promulgaron allí antes de ser escritos en la piedra.4 En el corazón de las «diez palabras» resuena, dirigido a los hombres y a los pueblos de todos los tiempos, el mandato «no matarás» (Ex 20,13).

Dios, que ama la vida, no deja de amar al hombre y por ello lo insta a contrastar el camino de la violencia como requisito previo fundamental de toda alianza en la tierra. Siempre, pero sobre todo ahora, todas las religiones están llamadas a poner en práctica este imperativo, ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que justifique cualquier forma de violencia. La violencia, de hecho, es la negación de toda auténtica religiosidad.

Como líderes religiosos estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de supuesta sacralidad, apoyándose en la absolutización de los egoísmos antes que en una verdadera apertura al Absoluto. Estamos obligados a denunciar las violaciones que atentan contra la dignidad humana y contra los derechos humanos, a poner al descubierto los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de las religiones y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios: su nombre es santo, él es el Dios de la paz, Dios salam. 5

Por tanto, sólo la paz es santa y ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre. Juntos, desde esta tierra de encuentro entre el cielo y la tierra, de alianzas entre los pueblos y entre los creyentes, repetimos un «no» alto y claro a toda forma de violencia, de venganza y de odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. Juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar.

Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica. La fe que no nace de un corazón sincero y de un amor auténtico a Dios misericordioso es una forma de pertenencia convencional o social que no libera al hombre, sino que lo aplasta. Digamos juntos: Cuanto más se crece en la fe en Dios, más se crece en el amor al prójimo.

Sin embargo, la religión no sólo está llamada a desenmascarar el mal sino que lleva en sí misma la vocación a promover la paz, probablemente hoy más que nunca.6

Sin caer en sincretismos conciliadores,7  nuestra tarea es la de rezar los unos por los otros, pidiendo a Dios el don de la paz, encontrarnos, dialogar y promover la armonía con un espíritu de cooperación y amistad. Como cristianos «no podemos invocar a Dios, Padre de todos los hombres, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios».8

Más aún, reconocemos que inmersos en una lucha constante contra el mal, que amenaza al mundo para que «no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad», «a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles».9

Por el contrario, son esenciales: En realidad, no sirve de mucho levantar la voz y correr a rearmarse para protegerse: hoy se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción.

Asistimos perplejos al hecho de que, mientras por un lado nos alejamos de la realidad de los pueblos, en nombre de objetivos que no tienen en cuenta a nadie, por el otro, como reacción, surgen populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad.

Ninguna incitación a la violencia garantizará la paz, y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia.

Para prevenir los conflictos y construir la paz es esencial trabajar para eliminar las situaciones de pobreza y de explotación, donde los extremismos arraigan fácilmente, así como evitar que el flujo de dinero y armas llegue a los que fomentan la violencia. Para ir más a la raíz, es necesario detener la proliferación de armas que, si se siguen produciendo y comercializando, tarde o temprano llegarán a utilizarse.

Sólo sacando a la luz las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra se pueden prevenir sus causas reales. A este compromiso urgente y grave están obligados los responsables de las naciones, de las instituciones y de la información, así como también nosotros responsables de cultura, llamados por Dios, por la historia y por el futuro a poner en marcha –cada uno en su propio campo– procesos de paz, sin sustraerse a la tarea de establecer bases para una alianza entre pueblos y estados. Espero que, con la ayuda de Dios, esta tierra noble y querida de Egipto pueda responder aún a su vocación de civilización y de alianza, contribuyendo a promover procesos de paz para este amado pueblo y para toda la región de Oriente Medio.

Al Salamò Alaikum!  (La paz esté con vosotros).

______________________________________________________

NOTAS:

1 «Por otra parte, una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero»: Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2017. La no violencia: un estilo de una política para la paz, 5.
2 Juan Pablo II, Discurso a las autoridades musulmanas, Kaduna–Nigeria (14 febrero 1982).
3 Id., Discurso durante la ceremonia de bienvenida, El Cairo (24 febrero 2000).
4 «Fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal, válida en todo tiempo y en todo lugar». Estos ofrecen la «base auténtica para la vida de las personas, de las sociedades y de las naciones. Hoy, como siempre, son el único futuro de la familia humana. Salvan al hombre de la fuerza destructora del egoísmo, del odio y de la mentira. Señalan todos los falsos dioses que lo esclavizan: el amor a sí mismo que excluye a Dios, el afán de poder y placer que altera el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad humana y la de nuestro prójimo»: Id., Homilía en la celebración de la Palabra en al Monte Sinaí, Monasterio de Santa Catalina (26 febrero 2000).
5 Cf. Discurso en la Mezquita Central de Koudoukou, Bangui-República Centroafricana (30 noviembre 2015).
6 «Probablemente más que nunca en la historia ha sido puesto en evidencia ante todos el vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz» (Juan Pablo II, Discurso a los Representantes de las Iglesias y de Comunidades eclesiales cristianas y de las religiones mundiales, Asís (27 octubre 1986). 7 Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 251. 8 Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Nostra aetate, 5. 9 Id., Const. past. Gaudium et spes, 37-38.

 


Publicado por verdenaranja @ 12:39  | Habla el Papa
 | Enviar

El santo padre Francisco tuvo un encuentro de oración con el clero, los religiosos y religiosas, y los seminaristas. Fue en el seminario de Maadi, y allí dio siete consejos. (ZENIT – Roma, 29 Abr. 2017)

A continuación el texto  completo del discurso del Papa

Beatitudes, queridos hermanos y hermanas: Al Salamò Alaikum! ¡La paz esté con vosotros!

«Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Cristo ha vencido para siempre la muerte. Gocemos y alegrémonos en él». Me siento muy feliz de estar con vosotros en este lugar donde se forman los sacerdotes, y que simboliza el corazón de la Iglesia Católica en Egipto.

Con alegría saludo en vosotros, sacerdotes, consagrados y consagradas de la pequeña grey católica de Egipto, a la «levadura» que Dios prepara para esta bendita Tierra, para que, junto con nuestros hermanos ortodoxos, crezca en ella su Reino (cf. Mt 13,13).

Deseo, en primer lugar, daros las gracias por vuestro testimonio y por todo el bien que hacéis cada día, trabajando en medio de numerosos retos y, a menudo, con pocos consuelos. Deseo también animaros. No tengáis miedo al peso de cada día, al peso de las circunstancias difíciles por las que algunos de vosotros tenéis que atravesar.

Nosotros veneramos la Santa Cruz, que es signo e instrumento de nuestra salvación. Quien huye de la Cruz, escapa de la resurrección. «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino» (Lc 12,32).

Se trata, por tanto, de creer, de dar testimonio de la verdad, de sembrar y cultivar sin esperar ver la cosecha. De hecho, nosotros cosechamos los frutos que han sembrado muchos otros hermanos, consagrados y no consagrados, que han trabajado generosamente en la viña del Señor.

Vuestra historia está llena de ellos. En medio de tantos motivos para desanimarse, de numerosos profetas de destrucción y de condena, de tantas voces negativas y desesperadas, sed una fuerza positiva, sed la luz y la sal de esta sociedad, la locomotora que empuja el tren hacia adelante, llevándolo hacia la meta, sed sembradores de esperanza, constructores de puentes y artífices de diálogo y de concordia.

Todo esto será posible si la persona consagrada no cede a las tentaciones que encuentra cada día en su camino. Me gustaría destacar algunas significativas.

1. Ustedes oas conocen porque estas tentaciones fueron bien descriptas por los primeros monjes de EgitpoLa tentación de dejarse arrastrar y no guiar. El Buen Pastor tiene el deber de guiar a su grey (cf. Jn 10,3-4), de conducirla hacia verdes prados y a las fuentes de agua (cf. Sal 23). No puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo: «Pero, ¿qué puedo hacer yo?». Está siempre lleno de iniciativas y creatividad, como una fuente que sigue brotando incluso cuando está seca. Sabe dar siempre una caricia de consuelo, aun cuando su corazón está roto. Saber ser padre cuando los hijos lo tratan con gratitud, pero sobre todo cuando no son agradecidos (cf. Lc 15,11-32). Nuestra fidelidad al Señor no puede depender nunca de la gratitud humana: «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4.6.18).2. La tentación de quejarse continuamente. Es fácil culpar siempre a los demás: por las carencias de los superiores, las condiciones eclesiásticas o sociales, por las pocas posibilidades. Sin embargo, el consagrado es aquel que con la unción del Espíritu transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa. Quien anda siempre quejándose en realidad no quiere trabajar. Por eso el Señor, dirigiéndose a los pastores, dice: «fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» (Hb 12,12; cf. Is 35,3).3. La tentación de la murmuración y de la envidia. Y esta es fea. El peligro es grave cuando el consagrado, en lugar de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos y hermanas, se deja dominar por la envidia y se convierte en uno que hiere a los demás con la murmuración. Cuando, en lugar de esforzarse en crecer, se pone a destruir a los que están creciendo, y cuando en lugar de seguir los buenos ejemplos, los juzga y les quita su valor. La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo: «Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir» (Mc 3,24-25). De hecho, «por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sb 2,24). Y la murmuración es el instrumento y el arma.4. La tentación de compararse con los demás. La riqueza se encuentra en la diversidad y en la unicidad de cada uno de nosotros. Compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento, compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza. Quien tiende siempre a compararse con los demás termina paralizado. Aprendamos de los santos Pedro y Pablo a vivir la diversidad de caracteres, carismas y opiniones en la escucha y docilidad al Espíritu Santo.

5. La tentación del «faraonismo», Estamos en Egipto. Es decir, de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás. Es la tentación de sentirse por encima de los demás y de someterlos por vanagloria, de tener la presunción de dejarse servir en lugar de servir. Es una tentación común que aparece desde el comienzo entre los discípulos, los cuales —dice el Evangelio— «por el camino habían discutido quién era el más importante» (Mc 9,34). El antídoto a este veneno es: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).

6. La tentación del individualismo. Como dice el conocido dicho egipcio: «Después de mí, el diluvio». Es la tentación de los egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de pensar en los demás, piensan sólo en sí mismos, sin experimentar ningún tipo de vergüenza, más bien al contrario, se justifican. La Iglesia es la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación de un miembro está vinculada a la santidad de todos (cf. 1Co 12,12-27; Lumen gentium,

7). El individualista es, en cambio, motivo de escándalo y de conflicto. 7. La tentación del caminar sin rumbo y sin meta. El consagrado pierde su identidad y acaba por no ser «ni carne ni pescado». Vive con el corazón dividido entre Dios y la mundanidad. Olvida su primer amor (cf. Ap 2,4). En realidad, el consagrado, si no tiene una clara y sólida identidad, camina sin rumbo y, en lugar de guiar a los demás, los dispersa. Vuestra identidad como hijos de la Iglesia es la de ser coptos —es decir, arraigados en vuestras nobles y antiguas raíces— y ser católicos —es decir, parte de la Iglesia una y universal—: como un árbol que cuanto más enraizado está en la tierra, más alto crece hacia el cielo. Queridos consagrados, hacer frente a estas tentaciones no es fácil, pero es posible si estamos injertados en Jesús: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4). Cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos.

Así el consagrado conservará la maravilla, la pasión del primer encuentro, la atracción y la gratitud en su vida con Dios y en su misión. La calidad de nuestra consagración depende de cómo sea nuestra vida espiritual. Egipto ha contribuido a enriquecer a la Iglesia con el inestimable tesoro de la vida monástica.

Les exhorto, por tanto, a sacar provecho del ejemplo de san Pablo el eremita, de san Antonio Abad, de los santos Padres del desierto y de los numerosos monjes que con su vida y ejemplo han abierto las puertas del cielo a muchos hermanos y hermanas; de este modo, también serán sal y luz, es decir, motivo de salvación para vosotros mismos y para todos los demás, creyentes y no creyentes y, especialmente, para los últimos, los necesitados, los abandonados y los descartados.

Que la Sagrada Familia les proteja y les bendiga a todos, a vuestro País y a todos sus habitantes. Desde el fondo de mi corazón deseo a cada uno de vosotros lo mejor, y a través de vosotros saludo a los fieles que Dios ha confiado a vuestro cuidado. Que el Señor les conceda los frutos de su Espíritu Santo: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5,22-23). Los tendré siempre presentes en mi corazón y en mis oraciones. Ánimo y adelante, guiados por el Espíritu Santo. «Este es el día en que actúo el Señor, sea nuestra alegría». Y por favor, no se olviden de rezar por mí.

 


Publicado por verdenaranja @ 12:32  | Habla el Papa
 | Enviar

El papa Francisco celebró hoy en el Estadio de la Aeronáutica militar, la santa misa. Es el segundo y último día de su viaje apostólico a Egipto, y la eucaristía celebrada en un sábado por la mañana fue válida para el precepto dominical. (ZENIT – Roma, 29 Abr. 2017)

A continuación la homilía del Santo Padre.

Al Salamò Alaikum / La paz sea con vosotros.

Hoy, III domingo de Pascua, el Evangelio nos habla del camino que hicieron los dos discípulos de Emaús tras salir de Jerusalén. Un Evangelio que se puede resumir en tres palabras: muerte, resurrección y vida.

Muerte: los dos discípulos regresan a sus quehaceres cotidianos, llenos de desilusión y desesperación. El Maestro ha muerto y por tanto es inútil esperar. Estaban desorientados, confundidos y desilusionados. Su camino es un volver atrás; es alejarse de la dolorosa experiencia del Crucificado. La crisis de la Cruz, más bien el «escándalo» y la «necedad» de la Cruz (cf. 1 Co 1,18; 2,2), ha terminado por sepultar toda esperanza. Aquel sobre el que habían construido su existencia ha muerto y, derrotado, se ha llevado consigo a la tumba todas sus aspiraciones.

No podían creer que el Maestro y el Salvador que había resucitado a los muertos y curado a los enfermos pudiera terminar clavado en la cruz de la vergüenza. No podían comprender por qué Dios Omnipotente no lo salvó de una muerte tan infame. La cruz de Cristo era la cruz de sus ideas sobre Dios; la muerte de Cristo era la muerte de todo lo que ellos pensaban que era Dios. De hecho, los muertos en el sepulcro de la estrechez de su entendimiento.

Cuantas veces el hombre se auto paraliza, negándose a superar su idea de Dios, de un dios creado a imagen y semejanza del hombre; cuantas veces se desespera, negándose a creer que la omnipotencia de Dios no es la omnipotencia de la fuerza o de la autoridad, sino solamente la omnipotencia del amor, del perdón y de la vida.

Los discípulos reconocieron a Jesús «al partir el pan», en la Eucarística. Si nosotros no quitamos el velo que oscurece nuestros ojos, si no rompemos la dureza de nuestro corazón y de nuestros prejuicios nunca podremos reconocer el rostro de Dios.

Resurrección: en la oscuridad de la noche más negra, en la desesperación más angustiosa, Jesús se acerca a los dos discípulos y los acompaña en su camino para que descubran que él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Jesús trasforma su desesperación en vida, porque cuando se desvanece la esperanza humana comienza a brillar la divina: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27; cf. 1,37).

Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz (cf. Hb 11,34).

Los dos discípulos, de hecho, luego de haber encontrado al Resucitado, regresan llenos de alegría, confianza y entusiasmo, listos para dar testimonio. El Resucitado los ha hecho resurgir de la tumba de su incredulidad y aflicción. Encontrando al Crucificado-Resucitado han hallado la explicación y el cumplimiento de las Escrituras, de la Ley y de los Profetas; han encontrado el sentido de la aparente derrota de la Cruz.

Quien no pasa a través de la experiencia de la cruz, hasta llegar a la Verdad de la resurrección, se condena a sí mismo a la desesperación. De hecho, no podemos encontrar a Dios sin crucificar primero nuestra pobre concepción de un dios que sólo refleja nuestro modo de comprender la omnipotencia y el poder.

Vida: el encuentro con Jesús resucitado ha transformado la vida de los dos discípulos, porque el encuentro con el Resucitado transforma la vida entera y hace fecunda cualquier esterilidad (cf. Benedicto XVI, Audiencia General, 11 abril 2007). En efecto, la Resurrección no es una fe que nace de la Iglesia, sino que es la Iglesia la que nace de la fe en la Resurrección.

Dice san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Co 15,14). El Resucitado desaparece de su vista, para enseñarnos que no podemos retener a Jesús en su visibilidad histórica: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,29 y cf. 20,17). La Iglesia debe saber y creer que él está vivo en ella y que la vivifica con la Eucaristía, con la Escritura y con los Sacramentos. Los discípulos de Emaús comprendieron esto y regresaron a Jerusalén para compartir con los otros su experiencia. «Hemos visto al Señor […]. Sí, en verdad ha resucitado» (cf. Lc 24,32).

La experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña que de nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón (cf. 1 S 16,7) y detesta la hipocresía (cf. Lc 11,37-54; Hch 5,3-4).[1] Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita.

La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados (cf. Mt 25,31-45).

La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño.

Queridos hermanos y hermanas:

A Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada.

Ahora, como los discípulos de Emaús, regesen a vuestra Jerusalén, es decir, a vuestra vida cotidiana, a vuestras familias, a vuestro trabajo y a vuestra patria llenos de alegría, de valentía y de fe. No tengan miedo a abrir vuestro corazón a la luz del Resucitado y dejen que él transforme vuestras incertidumbres en fuerza positiva para vosotros y para los demás.

No tengan miedo a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente.

La Virgen María y la Sagrada Familia, que vivieron en esta bendita tierra, iluminen nuestros corazones y les bendiga y al amado Egipto que, en los albores del cristianismo, acogió la evangelización de san Marcos y ha dado a lo largo de la historia numerosos mártires y una gran multitud de santos y santas.

‘Al Massih Kam, Bilhakika kam’ (Cristo ha Resucitado. Verdaderamente ha Resucitado).


Publicado por verdenaranja @ 12:25  | Habla el Papa
 | Enviar

Reflexión  de josé Antonio Pagola al evanglio del domingo cuarto de Pascua A  

NUEVA RELACIÓN CON JESÚS

 

En las comunidades cristianas necesitamos vivir una experiencia nueva de Jesús reavivando nuestra relación con él. Ponerlo decididamente en el centro de nuestra vida. Pasar de un Jesús confesado de manera rutinaria a un Jesús acogido vitalmente. El evangelio de Juan hace algunas sugerencias importantes al hablar de la relación de las ovejas con su pastor.

Lo primero es «escuchar su voz» en toda su frescura y originalidad. No confundirla con el respeto a las tradiciones ni con la novedad de las modas. No dejarnos distraer ni aturdir por otras voces extrañas que, aunque se escuchen en el interior de la Iglesia, no comunican su Buena Noticia.

Es importante, además, sentirnos llamados por Jesús «por nuestro nombre». Dejarnos atraer por él. Descubrir poco a poco, y cada vez con más alegría, que nadie responde como él a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades últimas.

Es decisivo «seguir» a Jesús. La fe cristiana no consiste en creer cosas sobre Jesús, sino en creerle a él: vivir confiando en su persona; inspirarnos en su estilo de vida para orientar nuestra propia existencia con lucidez y responsabilidad.

Es vital caminar teniendo a Jesús «delante de nosotros». No hacer el recorrido de nuestra vida en solitario. Experimentar en algún momento, aunque sea de manera torpe, que es posible vivir la vida desde su raíz: desde ese Dios que se nos ofrece en Jesús, más humano, más amigo, más cercano y salvador que todas nuestras teorías.

Esta relación viva con Jesús no nace en nosotros de manera automática. Se va despertando en nuestro interior de forma frágil y humilde. Al comienzo es casi solo un deseo. Por lo general crece rodeada de dudas, interrogantes y resistencias. Pero, no sé cómo, llega un momento en el que el contacto con Jesús empieza a marcar decisivamente nuestra vida.

Estoy convencido de que el futuro de la fe entre nosotros se está decidiendo, en buena parte, en la conciencia de quienes en estos momentos nos sentimos cristianos. Ahora mismo la fe se está reavivando o se está extinguiendo en nuestras parroquias y comunidades, en el corazón de los sacerdotes y fieles que las formamos.

La increencia empieza a penetrar en nosotros desde el mismo momento en que nuestra relación con Jesús pierde fuerza o queda adormecida por la rutina, la indiferencia y la despreocupación. Por eso, el papa Francisco ha reconocido que «necesitamos crear espacios motivadores y sanadores […] lugares donde regenerar la fe en Jesús». Hemos de escuchar su llamada.

José Antonio Pagola

4 Pascua – A (Juan 10,1-10)

Evangelio del 07 / May / 2017

por Coordinador - Mario González Jurado

 


Publicado por verdenaranja @ 12:16  | Espiritualidad
 | Enviar

Desde la Delegación de Pastoral de la Salud dela Diócesis de Tenerife reenvían el material para la Pascua del Enfermo 2017.

PASCUA DEL ENFERMO

Pastoral de la salud y ecología integral

“Salud para ti, salud para tu casa” (1 Sam.25,6)

L I T U R G I A           21 de mayo   

 

  • La Pascua del Enfermo (VI Domingo de Pascua) es el final de un itinerario que se inicia el 11 de febrero, Jornada Mundial del Enfermo.
  • La Campaña se centra en la Prevención de la enfermedad, a raíz de la llamada que el Papa Francisco nos hace en la Encíclica Laudato Si, alertando de los riesgos que el deterioro del medio ambiente tiene para la salud. Así como los beneficios sanitarios que produce un cuidado del entorno ambiental.
  • La Iglesia española se acerca tradicionalmente en este domingo, en el seno de sus comunidades parroquiales, al mundo de los enfermos, sus familias y los profesionales sanitarios, así como mostrando el rostro de Cristo curando y acompañándoles.
  • La importancia de los símbolos en las celebraciones: el tema propuesto nos llama a resaltar varios posibles signos: el Cirio pascual como luz de Cristo que ilumina nuestra acción y nuestra esperanza; el Espíritu Santo, como defensor ante las dificultades y angustias de la enfermedad; cualquier signo de la naturaleza (planta, fuente, paisaje,…) para mostrar el regalo que Dios nos ha hecho como casa de todos, y origen de nuestra salud; y los signos naturales que ya se utilizan en la liturgia (pan, vino, aceite,…).
  • También se puede y debe usar:
    • Cartel y estampa de la Campaña,
    • Subsidios litúrgicos,
    • Signos propuestos. 

 


Monición de entrada

Desde hace 32 años la Iglesia española celebra la Pascua del enfermo el VI domingo de Pascua. El tema de este año es “Pastoral de la salud y ecología integral”.

Con él, queremos centrarnos en la Prevención de la enfermedad, a raíz de la llamada que el Papa Francisco nos hace en la Encíclica Laudato Si, alertando de los riesgos que el deterioro del medio ambiente tiene para la salud; así como los beneficios sanitarios que produce un cuidado del mismo.

Cuidar que el ambiente en que vivimos sea sano, produce salud; al contrario, vivir en un medioambiente degradado es origen de muchas enfermedades. En esta Campaña queremos, pues, tomar conciencia de esto, sabiendo lo que ya nos recuerda el refrán “más vale prevenir que curar”.

Ante ello, la Iglesia estamos llamados a sensibilizar y alertar de los riesgos, a denunciar aquellas situaciones medioambientales perjudiciales, así como a cuidar y curar a quienes se han visto afectados por enfermedades relacionadas con la degradación medioambiental.

Con este deseo, y uniéndonos a Cristo Resucitado, (acogemos también en esta celebración a los hermanos que van a recibir el Sacramento de la Unción).

Con alegría y gozo, iniciamos esta celebración. 

 

Sugerencias para la Homilía

  1. 1.      Las lecturas del día

Hch. 8,5-8.14-17: Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo. En la evangelización de la Iglesia naciente se nos muestra la necesidad de la fuerza del Espíritu Santo para llevar a cabo la misión universal.

Esta evangelización se expresa con signos, entre los que destacan las curaciones, la atención a los enfermos, tal como había sido una constante en la vida de Jesús. Hoy uno de esos signos debe ser trabajar por evitar enfermedades, cuidado el entorno en el que vivimos; reduciendo lo más posible el número de enfermos.

Todo esto provoca Alegría. Es la alegría del Resucitado que sigue dando Vida. Es por ello que en nuestra misión eclesial con los enfermos –párrocos, grupos parroquiales de pastoral de la salud y cristianos todos- no podemos quedarnos en la tristeza del sufrimiento, sino llevarles la Buena Noticia y el testimonio alegre del Resucitado, “aún cuando hay que sembrar entre lágrimas” (EG.10).

 

Sal. 65,1-3a.4-5.6-7a.16.20: Aclamad al Señor, tierra entera. El salmista nos invita a descubrir las maravillas que el Señor ha hecho, también en la creación, donde ha preparado todo al servicio de sus hijos, y a saltar de alegría.

En la experiencia de la enfermedad es común la oración de petición, pero mucho menos lo es la de alabanza y acción de gracias. En este salmo se nos invita a alabar a Dios por sus grandes obras a favor de los hombres (v.5), y también a favor de cada uno, personalmente (v.16).

 

1P. 3,15-21: Como era hombre, lo mataron, pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. En este texto Pedro habla a la comunidad sobre los sufrimientos pastorales y sociales que tienen que afrontar, y cómo afrontarlos.

Indica que el cristiano, apoyado en Cristo, está llamado a dar razón de su esperanza, con palabras y con la propia vida; especialmente desde un estilo sin miedos, con delicadeza y respeto.

Un texto que puede ser estímulo de vida para cada enfermo y familia. Confiados en el Resucitado, damos razón de por qué vivimos y actuamos así, con esperanza y sin miedos.

 

Jn. 14,15-21: Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor. Se sitúa este texto dentro de la última cena de Jesús el cual les está dirigiendo un discurso de despedida en intimidad a sus discípulos. Parece como si estuviéramos escuchando las últimas voluntades de un ser querido al pie de la cama. Jesús no está enfermo, pero sabe que va a morir, por eso quiere tranquilizarlos y darles esperanza.

Acaba de predecirles la traición de Judas y la negación de Pedro, y pedirles que sirvan y se amen unos a otros. De decirles directamente que lo van a traicionar y abandonar en el peor momento, pero Él no se lo tendrá en cuenta, pues Él es siempre fiel, jamás nos abandona, por eso nos deja al Espíritu Santo “defensor”. Su promesa sigue fiel, una ‘promesa de presencia’ que dura por siempre.

También el Papa nos invita en Laudato Si a ser ‘defensores de los pobres y frágiles’, pues generalmente son los que más sufren las consecuencias de la degradación medioambiental (cf.LS.48,79,91). 

 

[Rito del Sacramento de la Unción: (allí donde haya personas enfermas para recibir el sacramento) 

 

Imposición de las manos. El sacerdote/obispo, en silencio, les impone las manos. 

Si el óleo está ya bendecido, dice sobre él una oración de acción de gracias: 

V. Bendito seas Dios, Padre todopoderoso, que por nosotros y por nuestra salvación enviaste tu Hijo al mundo.

R. Bendito seas por siempre, Señor.

V. Bendito seas Dios, Hijo unigénito, que te has rebajado haciéndote hombre como nosotros, para curar nuestras enfermedades.

R. Bendito seas por siempre, Señor.

V. Bendito seas Dios, Espíritu Santo Defensor, que con tu poder fortaleces la debilidad de nuestro cuerpo.

R. Bendito seas por siempre, Señor.

 

V. Mitiga, Señor, los dolores de estos hijos tuyos, a quienes ahora, llenos de fe, vamos a ungir con el óleo santo; haz que se sientan confortados en su enfermedad y aliviados en sus sufrimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

 

El sacerdote toma el santo óleo y unge al enfermo en la frente y en las manos, diciendo una sola vez:

 

POR ESTA SANTA UNCIÓN Y POR SU BONDADOSA MISERICORDIA TE AYUDE EL SEÑOR CON LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO. (Cruz en la frente)

R. AMÉN.

 

PARA QUE, LIBRE DE TUS PECADOS, TE CONCEDA LA SALVACIÓN Y TE CONFORTE EN LA ENFERMEDAD. (Cruz en la palma de las manos)

R. AMÉN.

 

Después dice esta oración:

 

Oremos.

Te rogamos, Redentor nuestro, que por la gracia del Espíritu Santo, cures el dolor de estos enfermos, sanes sus heridas, perdones sus pecados, ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y de su alma y les devuelvas la salud espiritual y corporal, para que, restablecidos por tu misericordia, se incorporen de nuevo a los quehaceres de su vida. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.] 

 

Oración de los Fieles: (puede escogerse alguna de las preces propuestas o todas)

Elevemos nuestra oración a Dios Padre, en quien ponemos nuestra confianza en este tiempo Pascual. Lo hacemos por mediación de María, salud de los enfermos, respondiendo:

 

R. Señor resucitado, escúchanos.

—    Por la Iglesia: para que ésta se muestre cercana a las angustias y esperanzas de los hombres, y promueva un estilo de vida y de mundo saludable. Oremos.

—    Por la creación entera, obra preciosa del Padre, tantas veces degradada por las ambiciones y pecados de los hombres: para que, a través de nuestra acción, se convierta de nuevo en hogar habitable, en casa común del Padre para todos. Oremos.

—    Por nuestros hermanos enfermos: para que, experimentando a Cristo Resucitado como su Defensor, se llenen siempre de esperanza y vida. Oremos.

—    Por los enfermos a causa de problemas medioambientales: para que sientan que la Iglesia los tenemos en el centro de nuestras preocupaciones, y que su ejemplo nos motiva para seguir luchando por la prevención. Oremos.

—    Por las familias de los enfermos, los profesionales sanitarios, los voluntarios, y todos aquellos que les atienden y cuidan, para que se conviertan en el rostro de Jesús al lado de quien sufre. Oremos.

—    Por nuestra comunidad cristiana: para que lleve a cumplimiento las palabras de Jesús: “nunca os dejaré huérfanos”, y se convierta en hogar y familia para todos, especialmente aquellos que están más solos o no tiene una familia a su lado. Oremos.

 

Escucha, Padre, nuestra oración y danos tu Espíritu de vida, para que nos mostremos siempre más atentos a las necesidades de nuestros hermanos que sufren y nos comprometamos, sin miedo, a acompañarles. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

 

ORACIÓN:

 

Dios Padre, amigo de la vida,

que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,

derrama en nosotros la fuerza de tu amor.

 

Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar y cuidar
a los abandonados y olvidados de esta tierra 

que tanto valen a tus ojos.

 

Sana nuestras vidas,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.

 

Toca nuestros corazones
y enséñanos a descubrir el valor

de cada persona y de cada cosa,

porque todos somos custodios

de la salud de nuestros hermanos

y de la salud del mundo.

 

Amén

 

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL

DEPARTAMENTO DE PASTORAL DE LA SALUD


Publicado por verdenaranja @ 12:09  | Liturgia
 | Enviar

 MENSAJE DE LOS OBISPOS DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL Pascua del Enfermo, 21 de Mayo de 2017

PASTORAL DE LA SALUD Y ECOLOGÍA INTEGRAL

Salud para ti, salud para tu casa

(1 Sam. 25,6)

La resurrección del Señor es el acontecimiento culmen de la vida de Cristo. Esa Vida se hace presente también en la celebración de la Pascua del Enfermo. Acogiendo la llamada del Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si, en esta Campaña 2017 queremos responder a los desafíos de la salud más allá de la atención a los enfermos. Jesucristo curó a los enfermos, pero también nos trajo con la salvación un estilo de vivir que es sanante, y llama a “dar vida y vida en abundancia” (Jn.10,10). Es una llamada a prevenir la enfermedad, a cuidar de los hermanos y del entorno en que vivimos para dar salud.

1. El Papa Francisco alerta sobre las consecuencias para la salud que están generando las agresiones al medio ambiente, la falta de una ética ecológica y la no atención a los riesgos medioambientales. Consecuencias que se convierten en enfermedades y sufrimiento, especialmente para los más pobres (cf. LS.20,21,29,183).

2. En España tenemos en la memoria los casos del petrolero Prestige, las minas de Alnazcóllar, Seseña o los constantes incendios. Todos ellos desastres ecológicos, con repercusiones sobre la salud de sus poblaciones, y que podrían ser evitados. Pero a la vez constatamos otros riesgos que –por habituales- solemos no dar tanta importancia. Así, estamos expuestos a los efectos perjudiciales sobre la salud de: la contaminación atmosférica en nuestras grandes ciudades, la radiación solar, los contaminantes químicos, las radiaciones ionizantes, electromagnéticas o acústicas, la exposición al gas radón, o los efectos de las olas de calor y frío. Todos ellos son factores de enfermedades tales como el cáncer, asma, neumopatías, enfermedades neuro-psiquiátricas o cardiovasculares, cataratas, sordera u otras. Más de 1,7 millones de niños mueren al año en el mundo por estas causas1, y en España 80.000 personas enferman anualmente por exposiciones en su lugar de trabajo2.

3. El Papa nos recuerda que todo está conectado (cf. LS.91). Pensar en los enfermos y los pobres como centro de las preocupaciones del Señor y de la Iglesia nos exige trabajar por un ambiente que promueva su salud. Una pastoral de la salud con mirada preventiva que informe de los riesgos a los que estamos expuestos y ello nos lleve a evitarlos. Pues “la acción de la Iglesia no sólo intenta recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo tiempo debe proteger sobre todo al hombre” (LS.79).

4. Así, la cultura del descarte y de la indiferencia hace que en muchas ocasiones las decisiones empresariales o políticas no tengan en cuenta la salud de áreas poblacionales más pobres o rurales, y en aras de un supuesto interés mayor se juegue con la salud de éstos. De hecho, la degradación ambiental tiene mucho que ver con una degradación ética y social. Por ello, necesitamos imperiosamente que la economía y la política se pongan al servicio de la persona, especialmente la más débil y amenazada. (cf. LS.48,189).

 

1 Informe World Health Organization (OMS), Don’t pollute my future! The impact of the environment on children’s health, 20017, p.13.

2 Ministerio de Sanidad y Consumo. Agencia de Evaluación de Tecnologías Sanitarias. Instituto de Salud Carlos III. Evaluación de Impacto en Salud y Medio Ambiente, Madrid 2007, p.29.

 

5. Teológicamente vemos, en la Sagrada Escritura, cómo Dios Padre crea un mundo armonioso donde el hombre puede vivir saludablemente en él. Es la acción pecaminosa de éste la que rompe con los demás y con la naturaleza, de modo que sufrirá sus consecuencias hasta que no se convierta y reconstruya esa armonía (cf. Gen.1-2). Pero Cristo nos devuelve la salvación, un nuevo modo de vivir a semejanza de Dios, en una relación plena con todo, que culminará en “un cielo y una tierra nueva (…) donde ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor” (Ap.21,1.4). Esta es nuestra tarea, llamar a la conversión y comunicar la buena noticia de la salvación, que se convierte al mismo tiempo en salud para la persona.

6. Así, pastoralmente, invitamos a nuestras diócesis y parroquias a coger el testigo de ser custodios de los dones que Dios ha puesto en nuestras manos y, gracias a ello, aliviar los sufrimientos de nuestros hermanos. Custodiar a las personas es una de las tareas más bellas que el Señor nos ha concedido, y los que vivimos esta misión en el día a día con nuestros hermanos enfermos lo atestiguamos, damos gracias a Dios por ello, y os invitamos a todos a vivirlo.

7. Para hacer realidad este objetivo debemos, en primer lugar, atrevernos a vivir una conversión ecológica que contemple e imite el modo de relacionarse de Cristo con el mundo que le rodeaba, apostar por un estilo de vida donde la felicidad no se busque en las cosas ni en el consumir, y vivir una espiritualidad y una mística evangélicas que modulen nuestro pensar, sentir y vivir en relación con lo creado y con los hermanos enfermos.

8. Unas vivencias individuales que, así mismo, creen acciones comunitarias de denuncia de riesgos sanitarios, fomento de estudios de impacto sobre la salud, promoción de actitudes y políticas saludables, apuesta por colocar siempre a las personas en el centro de la economía, y una sensibilización y formación que, desde la familia, la escuela y la Iglesia construya una ‘cultura del cuidado’ hacia la naturaleza, pero en especial hacia las personas más frágiles.

9. Esta línea de promoción de la salud no excluye que sigamos trabajando en el día a día por hacer llegar a los que sufren la presencia de Cristo, salud de los enfermos. Especialmente a aquellos que han enfermado por factores relacionados con la degradación ambiental. Damos gracias a todas las familias, sacerdotes, profesionales de la salud, voluntarios parroquiales, que estáis al lado de cada enfermo. Gracias por vuestro generoso servicio y testimonio. Así como a cada enfermo, que con su modo de vivir el sufrimiento se convierte en testigo del Evangelio para los demás.

10. En este mes de mayo, además, hemos celebrado el Día del Trabajo. En las empresas se juegan muchos de los riesgos para la salud, es por ello que quisiéramos pedirles que pongan todos los medios de seguridad para que éstos se reduzcan al mínimo. Pensamos en las grandes empresas pero también en los trabajos agrarios, donde están tan expuestos a pesticidas y otros tóxicos. Corresponde a los directivos, pero también a los propios trabajadores, ser sensibles a ello. La Iglesia quiere que sepáis que siempre estaremos para acompañaros y defender vuestra salud.

11. Es también el mes de María. Nos unimos a ella como Madre de la salud que cuida especialmente de los niños y las mujeres, primeras víctimas más frágiles ante estos factores. Pero, al mismo tiempo, esas mismas mujeres son el rostro de la lucha por la salud y de la relación armónica con la naturaleza, los demás y Dios; rostros del cuidado de la fragilidad humana, y testigos de la dignidad de cada persona desde el inicio al fin de sus vidas.

12. Para concluir, pedimos al Padre que nos ilumine a todos en este camino, que abra nuestros ojos y nuestro corazón para poner en el centro de nuestra vida los sufrimientos de los más débiles, y haga de nosotros verdaderos custodios del Reino que Él quiere para todos.

 

Los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral

D. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo

D. Francesc Pardo Artigas, Obispo de Girona

D. José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva

D. Santiago Gómez Sierra, Obispo Auxiliar de Sevilla

D. Luis Javier Argüello García, Obispo Auxiliar de Valladolid


Publicado por verdenaranja @ 11:59  | Hablan los obispos
 | Enviar