Domingo, 25 de junio de 2017

No tengan miedo – XII Domingo Ordinario. Por   Enrique Díaz Díaz. 23 junio 2017 (zenit)

Jeremías 20, 10-13: “El Señor ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados”
Salmo 68: “Escúchame, Señor, porque eres bueno”
Romanos 5, 12-15: “El don de Dios supera con mucho el delito”
San Mateo 10, 26-33: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo”

¿Quién será más testarudo? Todos le dicen que está jugando con fuego, pero él asegura que antes muerto que rendirse. Me explico: tiene un pequeño negocio a la salida de la ciudad. Hasta hace algunos años, le iba bastante bien y hasta para darse “algunos gustos de más”, le alcanzaba. Así fue forjando el futuro de sus hijos, les dio estudios, y alguno ha puesto también ya su negocito… pero de hace algunos años a la fecha, ha sufrido asaltos, extorsiones, cobros de piso… y hasta graves amenazas de muerte. Todos le dicen que se dedique a otra cosa, que busque otro lugar… pero él insiste que hacerlo sería rendirse. “Prefiero morir en la raya, antes que arrodillarme ante el miedo”.

Aunque quisiéramos disimular la realidad, el temor y la inseguridad, como lo demuestran muchas encuestas, son el pan de cada día y una de las mayores preocupaciones de nuestro tiempo. No podemos abandonar la casa, no podemos caminar con seguridad, no podemos ni siquiera confiar en los más cercanos. De todos se duda, la desconfianza ha ganado un espacio en nuestro corazón. Por eso me llama mucho la atención la insistencia del Evangelio de este día: “No tengan miedo” Y se lo dice a sus apóstoles que realmente corrían graves peligros. El pasaje evangélico que hoy leemos forma parte de las instrucciones que Jesús da a sus discípulos cuando los envía a la misión, como ya lo veíamos hace ocho días. Los exhorta a no dejarse vencer por el desánimo, el temor o las críticas de los hombres. Incluso se percibe como una advertencia a no temer a los grupos armados y a las fuerzas que de una y otra parte surgían: Roma para mantener subyugados a los pueblos tributarios y las innumerables rebeliones que buscaban atacar y dañar a Roma. Y, en medio de los conflictos, los mensajeros del Evangelio. ¿Cómo no tener miedo?

El miedo paraliza, el miedo provoca equivocaciones, el miedo nos ata. La invitación a no tener miedo se repite varias veces y recuerda pasajes como el de Jeremías que tenía que proclamar un mensaje molesto para los demás y peligroso para él. Pero en la primera lectura, el profeta aparece confiado en las manos de Dios. Las enseñanzas de Jesús se dirigen a sus discípulos y pretenden infundir fortaleza y valor ante el rechazo o la persecución. Cada vez que se invita a no temer, se mencionan los motivos por los cuales los testigos del Evangelio no deben temer miedo. Así, a cada una de las expresiones: “No tengan miedo”, se suma una nueva razón. En primer lugar el Evangelio posee una fuerza imparable y el mensaje que Jesús ha encargado terminará por hacerse público. En segundo lugar, sitúa a los discípulos ante el juicio final para hacerles comprender que el juicio de los hombres no es definitivo, sino el de Dios. No dependen de la estima que tengan los hombres por ellos, sino de su real fidelidad al amor y a la Palabra de Dios. Por último se establece la mayor seguridad: estamos en manos Dios, Padre providente, cuya solicitud llega a vencer extremos insospechados. El Evangelio, la verdad y el amor de Dios-Padre, son las razones que Jesús ofrece para seguridad de sus discípulos.

Nada más peligroso que la incertidumbre y el temor. Pero, ¿nosotros en qué basamos nuestra seguridad? Construimos fortalezas, ponemos nuevas cerraduras, doble candado y alarma; y terminamos prisioneros de nosotros mismos y con el enemigo dentro de nuestros hogares. Crece entre nosotros el miedo social, la sospecha de todo, la inseguridad y la necesidad de defenderse y buscar cada uno la salida a su propia vida. Pero muchas veces descuidamos lo esencial. Llevamos a nuestros hogares la envidia y el orgullo, la valoración superficial de la persona, se utiliza la mentira, se engaña y se prostituye… Tememos a los que matan el cuerpo, pero llevamos con nosotros a los que matan el alma. El miedo hace imposible la construcción de una sociedad más humana, el miedo destruye la libertad, el miedo ata y empobrece.

Cristo no está exento de peligros y es muy consciente de los que afrontarán sus discípulos, pero también confirma la fuerza y la seguridad de la Buena Nueva que se anuncia, de la verdad que se proclama y del amor en que confiamos. Me cuestiona sobre todo por lo que hacemos todos los días y en especial en el nivel educativo. No estamos educando en los verdaderos valores, en el servicio y en amor. Desde la infancia se adquieren miedos y complejos, ansias y anhelos que no son los que propone Cristo. Queremos salvar el árbol fumigando solamente las ramas pero no vamos a la raíz, donde encuentra su sostén. Cuando un corazón está vacío, ¿cómo podremos convencerlo que luche por grandes ideales? Cuando se ha aprendido a depender en todo momento de las cosas materiales, ¿cómo pedir que se entusiasmen por el proyecto de Jesús que nos pide amar a todos? Cuando lo que importa es el que dirían, ¿cómo construir un corazón sincero y recto? La fama, el dinero, el placer son los criterios que van aprendiendo los niños en casa. Y después se sienten desprotegidos pues no hay dinero suficiente que forje un verdadero hombre o una verdadera mujer, si no se han sembrado los valores en su corazón.

Platiquemos con Jesús cuáles son nuestros miedos, cuáles son nuestras seguridades, si estamos dando más importancia a los que matan el cuerpo o a los que matan el alma, si hemos entrado en la espiral de la violencia. ¿Qué pensamos cuando Cristo nos dice que no tengamos miedo y nos ofrece como seguridad los brazos amorosos de un Padre providente?

Padre misericordioso, que nunca dejas de tu mano a quienes has hecho arraigar en tu amistad, concédenos vivir siempre movidos por tu amor; ayúdanos a descubrir cuáles son los verdaderos peligros que están destruyendo nuestras familias, nuestra sociedad y nuestra Iglesia; y danos la fortaleza y sabiduría necesarias para afrontarlos. Amén.

 


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Texto completo de la catequesis del 21 de junio de 2017 en la audiencia del papa Francisco (ZENIT – Ciudad del Vaticano, 21 Jun. 2017)

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El día de nuestro bautismo, ha resonado para nosotros la invocación a los santos. Muchos de nosotros en ese momento éramos niños en los brazos de nuestros padres. Poco antes de recibir el óleo de la unción bautismal como catecúmenos, símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invita a toda la asamblea a rezar por aquellos que están a punto de recibir el bautismo, invocando la intercesión de los santos.

Esta es la primera vez que en el curso de nuestra vida, nos regalaron la presencia de los hermanos y hermanas ‘mayores’, que han pasado por nuestro mismo camino, que han vivido nuestras mismas fatigas, y viven para siempre en el abrazo de Dios.

La Carta a los Hebreos define esta compañía que nos rodea, con la expresión “multitud de testigos”. Así son los santos: una multitud de testimonios. Los cristianos en el combate contra el mal, no se desesperan. El cristianismo cultiva una confianza inquebrantable: no cree que las fuerzas negativas y disgregantes puedan prevalecer.

La última palabra sobre la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no es la guerra. En cada momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que “nos han precedido con el signo de la fe”, (Canon Romano).

Su existencia nos demuestra sobre todo que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y además nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está compuesta de innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la acción del Espíritu Santo están involucrados en las vivencias de los que todavía viven aquí abajo.

La del bautismo, no es la única invocación a los santos que marca el camino de la vida cristiana. Cuando los novios consagran su amor en el sacramento del Matrimonio, viene invocada de nuevo para ellos –en esta ocasión como pareja– la intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los dos jóvenes que parten hacia el ‘viaje’ de la vida conyugal.

Quien ama de verdad tiene la necesidad y el valor de decir ‘para siempre’, pero también sabe que necesita de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos para poder vivir la vida matrimonial para siempre. No como algunos dicen: ‘hasta el dura el amor’. No: para siempre. Contrariamente es mejor no casarse. O para siempre o nada.

Por esto, en la liturgia nupcial, se invoca la presencia de los santos. Y en los momentos difíciles, hace falta el valor para alzar los ojos al cielo, pensando en tantos cristianos que han pasado por tribulaciones y han conservado blancos sus vestidos bautismales, lavándolos en la sangre del Cordero. Así dice el libro del Apocalipsis.

Dios no nos abandona nunca: cada vez que le necesitemos, vendrá un ángel suyo a levantarnos y a infundirnos su consuelo. “Ángeles” que algunas veces tienen un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondidos en medio de nosotros.

Esto es difícil de entender y también de imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguno invoca un santo o una santa, es justamente porque está cerca de nosotros.

También los sacerdotes custodian el recuerdo de una invocación a los santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más conmovedores de la liturgia de ordenación. Los candidatos se echan a tierra, con la cara hacia el suelo. Y toda la asamblea, guiada por el obispo, invoca la intercesión de los santos. Un hombre, que permanece aplastado por el peso de la misión que se le confía, pero que al mismo tiempo siente todo el paraíso en sus espaldas, que la gracia de Dios no faltará, porque Jesús permanece siempre fiel, y por tanto se puede partir serenos y llenos de ánimo. No estamos solos.

¿Y qué somos nosotros?, somos polvo que aspira al cielo. Débiles en nuestras fuerzas, pero potente el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Somos fieles a esta tierra, que Jesús ha amado en cada instante de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo, donde finalmente no habrá más lágrimas, ni maldad ni sufrimiento. Que el Señor nos de la esperanza de ser santos.

Pero alguien podría preguntarme:
— ‘¿Padre, se puede ser santos en la vida de todos los días?’
— Sí se puede.
— ‘¿Esto significa que tenemos que rezar durante todo el día?’.
– No, significa que uno tiene que hacer su deber todo el día, rezar, ir al trabajo, cuidar a los hijos.
Pero hay que hacer todo esto con el corazón abierto hacia Dios, de manera que en el trabajo, en la enfermedad y en el sufrimiento, y también en las dificultades, estar abiertos a Dios. Y así uno puede volverse santo. Que el Señor nos de la esperanza de ser santos.

¡No pensemos que es algo difícil, que es más fácil ser delincuentes que santos! No. Se puede ser santos porque nos ayuda el Señor y es Él quien nos ayuda. Es el gran regalo que cada uno de nosotros puede devolver al mundo.

Que el Señor nos de la gracia de creer tan profundamente en Él, que podamos volvernos imagen de Cristo en este mundo. Nuestra historia necesita ‘místicos’. Tiene necesidad de personas que rechazan todo dominio, que aspiran a la caridad y a la fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando también una porción de sufrimiento, porque se hacen cargo de la fatiga de los demás. Y sin estos hombres y mujeres el mundo no tendría esperanza.

Por esto les deseo a ustedes –y lo deseo también para mi– que el Señor nos de la esperanza de ser santos. Gracias»

(Traducido por ZENIT desde el audio)

 


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El papa Francisco rezó este martes por la mañana ante la tumba del sacerdote italiano e Don Lorenzo Milani, en el cementerio de la ciudad de Barbiana, en Florencia. (ZENIT – Roma, 20 de abril. 2017)

A continuación el discurso del Santo Padre

«Queridos hermanos y hermanas:

He venido a Barbiana para rendir homenaje a la memoria de un sacerdote que ha dado testimonio de cómo al entregarse a Cristo, se encuentra a los hermanos en sus necesidades, y se les sirve, para que sea defendida y promovida su dignidad como personas, con la misma entrega de sí mismos que Jesús nos enseñó hasta la cruz.

1. Me alegro de encontrar aquí a los que en su tiempo fueron alumnos de don Lorenzo Milani, algunos en la escuela popular de San Donato de Calenzano, otros aquí en la escuela de Barbiana. Sois los testigos de como un sacerdote haya vivido su misión, en los lugares dónde la iglesia lo llamó, con fidelidad plena al Evangelio y por eso precisamente, con fidelidad plena a cada uno de vosotros, a todos los que el Señor le confió. Y vosotros sois testigos de su pasión educativa, de su intento de despertar en las personas lo humano para abrirlas a lo divino.

De aquí, el que se dedicara completamente a la escuela, con una decisión que aquí en Barbiana, llevará a cabo de una forma todavía más radical. La escuela para don Lorenzo, no era algo diferente de su misión como sacerdote, sino el modo concreto con el cual desarrollar esa misión, dándole un fundamento sólido y capaz de subir hasta el cielo. Y cuando la decisión del obispo, lo condujo de Calenzano hasta aquí, entre los chicos de Barbiana, comprendió enseguida que si el Señor había permitido aquella separación, era para darle nuevos hijos, a los que criar y amar.

Devolver la palabra a los pobres, porque sin la palabra no hay dignidad, y por lo tanto, tampoco libertad y justicia: esto es lo que enseña don Milani. Y la palabra, es la que podrá abrir el camino a la plena ciudadanía en la sociedad, mediante el trabajo, y la plena pertenencia a la Iglesia, con una fe consciente. Esto vale también en cierto modo para nuestro tiempo, en el que solamente poseyendo la palabra, podemos discernir entre tantos y a menudo confusos mensajes que nos llueven encima; y también dar expresión a las instancias más profundas de nuestro corazón, como también a las expectativas de justicia de tantos hermanos y hermanas que la esperan. De esa humanización que reivindicamos, para cada persona en esta tierra, además del pan, de la casa, del trabajo y de la familia, es parte también el dominio de la palabra como instrumento de libertad y de fraternidad.

2. Están también aquí algunos jóvenes y niños, que representan para nosotros a tantos jóvenes y niños que necesitan hoy alguien que les acompañe en su camino de crecimiento. Se que vosotros como tantos otros en el mundo, vivís en situaciones marginales, y que alguien está a vuestro lado para no dejaos solos, e indicaos un camino de rescate posible y un futuro que se abra hacia horizontes más positivos. Quiero desde aquí dar las gracias a todos los educadores, a todos los que se ponen al servicio del crecimiento de las nuevas generaciones, en particular de aquellos que se encuentran en situación de malestar.

La vuestra es una misión llena de obstáculos, pero también de alegrías. Pero sobre todo es una misión. Una misión de amor, porque no se puede enseñar sin amar, y sin la conciencia de que lo que se da, es sólo un derecho que se reconoce, el de aprender. Y hay tantas cosas que enseñar, pero la esencial es la del crecimiento de una conciencia libre, capaz de confrontarse con la realidad, y de orientarse en ella, guiada por el amor, por las ganas de comprometerse con los demás, de hacerse cargo de sus fatigas, de sus heridas, de rehuir cualquier egoísmo, para servir al bien común. Encontramos escrito en Carta a una maestra: “He aprendido que el problema de los demás es igual que el mío. Salir todos juntos de ello, es la política a seguir. Salir solos es avaricia.” Esto es una llamada a la responsabilidad. Una llamada que tiene que ver con vosotros, queridos jóvenes, pero sobre todo con nosotros adultos, llamados a vivir la libertad de conciencia en modo auténtico, como búsqueda de lo verdadero, de la belleza y del bien, dispuestos a pagar el precio que esto conlleva. Y sin compromisos.

3. Para terminar, pero no por último, me dirijo a vosotros sacerdotes, que he querido que estuvieráis junto a mí, hoy en Barbiana. Veo entre vosotros sacerdotes ancianos, que habéis compartido con don Lorenzo Milani los años de seminario y ministerio en lugares vecinos ; y también curas jóvenes, que representan el futuro del clero florentino e italiano. Algunos de vosotros sois, por tanto, testigos de la aventura humana y sacerdotal de don Lorenzo, otros sois herederos. A todos quiero recordar que la dimensión sacerdotal de don Lorenzo Milani está en la raíz de todo lo que hasta el momento he recordado de él. La dimensión sacerdotal es la raíz de todo lo que hizo. Todo nace de su ser sacerdote. Pero al mismo tiempo, su ser sacerdote nace de una raíz todavía más profunda: su fe. Una fe “total”, que se convierte en una entrega completa al Señor, y que en el ministerio sacerdotal, encuentra una forma plena y cumplica para el joven convertido.

Son conocidas las palabras de don Raffaele Bensi, su director espiritual, al cual acudieron en aquellos años, las figuras más altas del catolicismo florentino, que tenía tanta vitalidad, a mitad del siglo pasado, bajo el ministerio paterno, del venerable cardenal Elia Dalla Costa. Así decía don Bensi: “Para salvar el alma vino a mi. Desde ese día de agosto hasta el otoño, se empachó, literalmente, de Evangelio y de Cristo. Aquel joven partió inmediatamente hacia el absoluto, sin vías intermedias. Quería salvarse y salvar a cualquier precio. Transparente y duro como un diamante, pronto tenía que herirse y herir”. (Nazzareno Fabbretti , Entrevista a Monseñor Raffaele Bensi, Domenica del Corriere 27 de junio de 1971). Ser sacerdote como forma de vivir el Absoluto. Decía su madre Alicia: “Mi hijo buscaba el Absoluto. Lo encontró en la religión y en la vocación sacerdotal”. Sin esta sed de Absoluto, se puede ser buenos funcionarios de lo sagrado, pero no se puede ser sacerdotes, verdaderos sacerdotes, capaces de hacerse servidores de Cristo en los hermanos.

Queridos sacerdotes, con la gracia de Dios, busquemos ser hombres de fe, una fe franca, no aguada, y hombres de caridad, caridad pastoral hacia todos aquellos que el Señor nos confía como hermanos e hijos. Don Lorenzo nos enseña también a querer a la Iglesia, como él la quiso, con la franqueza y la verdad que pueden crear tensiones, pero nunca fracturas, abandonos. Amemos a la Iglesia, queridos hermanos, y hagámosla amar, mostrándola como madre atenta a todos, sobre todo a los más pobres y frágiles, ya sea en la vida social, como en la vida personal y religiosa. La Iglesia que don Milani ha mostrado al mundo, tiene este rostro materno y atento, dispuesto a dar a todos la posibilidad de encontrar a Dios y ,por lo tanto, de dar consistencia a la propia persona en toda su dignidad.

4. Antes de concluir, no puedo ocultar, que el gesto de hoy, quiere ser una respuesta a la petición que don Lorenzo hizo tantas veces a su obispo, o sea, que fuera reconocido y comprendido en su fidelidad al Evangelio y en la rectitud de su acción pastoral. En una carta al obispo escribía: “ Si usted no me honra hoy con algún acto solemne, todo mi apostolado aparecerá como un acto privado.”Desde el Cardenal Silvano Piovanelli, de querida memoria, los arzobispos de Florencia, han dado en varias ocasiones este reconocimiento a don Lorenzo. Hoy lo hace el Obispo de Roma. Esto no borra las amarguras que acompañaron la vida de don Milani, – no se trata de cancelar la historia o de negarla, sino de comprender las circunstancias y la humanidad en juego- pero dice que la Iglesia reconoce en esa vida, un modo ejemplar de servir al Evangelio, a los pobres, y a la misma Iglesia.Con mi presencia en Barbiana, con la oración sobre la tumba de don Lorenzo Milani pienso haber respondido a lo que deseaba su madre: “ Quiero sobre todo que se conozca al sacerdote, que se sepa la verdad, que se rinda honor a la iglesia también por lo que él fue en la Iglesia y que la Iglesia le rinda honor a él…..esa Iglesia que le hizo sufrir tanto, pero que también le dio el sacerdocio, y la fuerza de esa fe que sigue siendo para mí el misterio más profundo de mi hijo…..Si no se comprende de verdad el sacerdote que ha sido don Lorenzo, difícilmente se podrá comprender en él todo el resto. Por ejemplo su profundo equilibrio entre dureza y caridad”. (Nazareno Fabbretti, “Incontro con la madre del parroco de Barbiana a tre anni della sua morte” Il Resto del Carlino, Bolonia, 8 de julio de 1970) El sacerdote “transparente y duro como un diamante”, sigue transmitiendo la luz de Dios en el camino de la Iglesia. Tomad la antorcha y llevadla adelante. Gracias».

(Ave María)

(Bendición)

 


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A continuación proponemos el texto completo del discurso del papa Francisco sobre Don Primo Mazzolari, hecho este martes en su parroquia de Bozzolo, después de rezar delante de su tumba. (ZENIT – Roma, 20 de abril. 2017)

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Me han aconsejado que cortase un poco este discurso, porque es algo largo. Traté de hacerlo, pero no pude. Hay tantas cosas que venían, de aquí y allí, … Pero, ¡tened paciencia! Porque no quiero dejar de decir todo lo que quiero decir, de don Primo Mazzolari.

Soy peregrino aquí en Bozzolo y luego en Barbiana, siguiendo las huellas de dos párrocos que han dejado una estela de luz, aunque sea “incómoda” en su servicio al Señor y al pueblo de Dios. He dicho muchas veces que los párrocos son la fuerza de la Iglesia en Italia, y lo repito. Cuando son los rostros de un clero no clerical, como fue este hombre, dan vida a un verdadero y propio “magisterio de los párrocos”, que hace tanto bien a todos. Don Primo Mazzolari ha sido llamado “el párroco de Italia”;y Juan XXIII lo aclamaba como “la tromba del Espíritu Santo en la Baja Padania” .

Creo que la personalidad sacerdotal de Don Primo no es una excepción singular, sino un espléndido fruto de vuestras comunidades, aunque no siempre haya sido comprendido y apreciado. Como el beato Pablo VI dijo: “Caminaba hacia adelante con un paso demasiado largo y muchas veces no podíamos ir detrás de él. Y así sufrío él, y sufrimos también nosotros. Es el destino de los profetas “(Saludo a los peregrinos de Bozzolo y Cicognara, 1 de mayo, 1970). Su formación es hija de la rica tradición cristiana de esta tierra paduana, lombarda, cremonesa. En su juventud le llamó la atención la figura del gran obispo Geremia Bonomelli, protagonista del catolicismo social, pionero de la pastoral de los migrantes.

No es mi tarea contar o analizar la obra de Don Primo. Agradezco a quienes a lo largo de los años se han dedicado a ello. Yo prefiero meditar con vosotros – especialmente con mis hermanos sacerdotes que están aquí y también con los de toda Italia: este fue el “párroco de Italia” – meditar sobre la actualidad de su mensaje, que sitúo simbólicamente en tres escenarios que todos los días llenaban sus ojos y su corazón: el río, la granjay la llanura.

1) El río es una imagen magnífica, que pertenece a mi experiencia, y también a la vuestra. Don Primo desempeñó su ministerio a lo largo de los ríos, símbolos de la primacía y de la potencia de la gracia de Dios que fluye continuamente hacia el mundo. Su palabra, predicada o escrita, sacaba su pensamiento claro y su fuerza persuasiva de la fuente de la Palabra de Dios vivo, del Evangelio meditado y orado, reencontrado en el Crucificado y en los hombres, celebrado en gestos sacramentales no reducidos a mero ritual. Don Mazzolari, párroco de Cicognara y de Bozzolo, no se reparó del río de la vida, del sufrimiento de su gente, que lo plasmó como pastor franco y exigente, primero consigo mismo. A lo largo del río aprendía cada día a recibir el don de la verdad y del amor, para hacerse portador fuerte y generoso.

Predicando a los seminaristas de Cremona, recordaba: ” Ser un” repetidor “es nuestra fuerza. […] Pero, entre un repetidor muerto, un altavoz y un repetidor vivo, hay una diferencia. El sacerdote es un repetidor, pero este repetir suyo no debe ser sin alma, pasivo, sin cordialidad . Al lado de la verdad que repito, tiene que haber, tengo que poner algo mío, para mostrar que creo en lo que digo; debe hacerse de modo que el hermano se sienta invitado a recibir la verdad. “(1) Su profecía se realizaba en el amar su propia época, en unirse a la vida de las personas que encontraba, en aprovechar todas las oportunidades para proclamar la misericordia de Dios. Don Mazzolari no era uno que añoraba la Iglesia del pasado, sino que trató de cambiar la Iglesia y el mundo a través del amor apasionado y la dedicación incondicional.

En su ensayo “La parrocchia”, propone un examen de conciencia sobre los métodos de apostolado, convencido de que las deficiencias de la parroquia de su tiempo se debían a un defecto de encarnación. Hay tres caminos que no conducen en la dirección evangelica.

-El “camino de dejar hacer.” Es el de quien está a la ventana y mira sin ensuciarse las manos – ese “balconear” la vida-. Se contenta con criticar, con “describir con amarga complacencia y con altivez los errores” (2) de todo el mundo. Esta actitud deja la conciencia tranquila, pero no tiene nada de cristiano porque conduce a retirarse, con espíritu de juicio, a veces áspero. Falta una capacidad proactiva, un enfoque constructivo para solucionar los problemas.

– El segundo método equivocado es el del “activismo separatista”. Uno se esfuerza en crear instituciones católicas (bancos, cooperativas, círculos, sindicatos, escuelas …). Así la fe se vuelve más activa pero – advertía Mazzolari – puede generar una comunidad cristiana de élite. Se favorecen intereses y clientelas con una etiqueta católica. Y, sin querer, se construyen barreras que pueden llegar a ser insuperables para el surgimiento de la demanda de fe. Se tiende a afirmar lo que divide respecto a lo que une. Es un método que no facilita la evangelización, cierra las puertas y genera desconfianza.

– El tercer error es el ‘sobrenaturalismo deshumanizador’. Uno se refugia en lo religioso para evitar las dificultades y las decepciones que se encuentran. Uno se aleja del mundo, verdadero campo del apostolado, para preferir devociones. Es la tentación del espiritualismo. El resultado es un apostolado débil, sin amor. “Los alejados no se pueden interesar con una oración que no se convierta en caridad, con una procesión que no ayude a llevar las cruces de cada hora ” (3) El drama se consume en esta distancia entre la fe y la vida, entre la contemplación y la acción.

2) La granja. En la época de don Primo , se trataba de una “familia de familias”, que vivían juntas en estos campos fértiles, que también sufrían miserias e injusticias, a la espera de un cambio, que después se tradujo en el éxodo a las ciudades. La granja, la casa, nos dicen la idea de la Iglesia que tenía don Mazzolari. También él pensaba en una Iglesia en salida, cuando meditaba para los sacerdotes con estas palabras: “Para caminar hay que salir de casa y de la Iglesia si el pueblo de Dios ya no viene; y ocuparse y preocuparse también de esas necesidades que, aunque no sean espirituales, son necesidades humanas y, cómo pueden perder al hombre, también pueden salvarlo. El cristiano se ha separado del hombre, y nuestro discurso no puede entenderse a menos que lo introduzcamos de esta forma, que parece las más alejada y es la más segura. […] Para hacer mucho, (4) hay que amar mucho “. Así decía vuestro párroco. La parroquia es el lugar donde cada hombre se siente esperado, un “hogar que no conoce las ausencias.” Don Mazzolari era un párroco convencido de que “el destino del mundo madura en las periferias “, y que hizo de su propia humanidad un instrumento de la misericordia de Dios, a la manera del padre de la parábola evangélica, tan bien descrita en el libro “La más bella aventura “.

Él fue llamado con razón, “el párroco de los alejados” porque siempre los amó y los buscó, no se preocupó de preparar en teoría un método de apostolado válido para todos y para siempre, sino de proponer el discernimiento como una manera de interpretar el ánimo de cada hombre. Esta mirada misericordiosa y evangélica sobre la humanidad le llevó a dar también valor a la gradualidad necesaria: el sacerdote no es uno que exige la perfección, sino que ayuda a todos a dar lo mejor.

“Contentémonos de lo que pueden dar a nuestras poblaciones. ¡Tengamos sentido común!. No tenemos que masacrar la espalda de la pobre gente “(5). Esto es lo que me gustaría repetir y repetirlo a todos los sacerdotes de Italia e incluso del mundo:. ¡Tengamos sentido común! ¡No masacremos la espalda de la pobre gente! Y si, por estas aperturas, era llamado a la obediencia, la vivía de pie, como adulto, como hombre y, al mismo tiempo. de rodillas, besando la mano a su obispo, que no dejaba de amar.

3) El tercer escenario – el primero era el río, el segundo, la granja – el tercer escenario es el de vuestra gran llanura. Los que han acogido el “Sermón de la Montaña” no tienen miedo de adentrarse, como viandantes y testigos, en la llanura que se abre, sin límites tranquilizadores. Jesús prepara a sus discípulos a esto, llevándolos entre la multitud, entre los pobres, revelando que la cumbre se alcanza desde la llanura, donde se encarna la misericordia de Dios (cf. Homilía en el Consistorio, 19 de Noviembre, 2016).

Ante la caridad pastoral de Don Primo se abrían muchos horizontes, en situaciones complejas que tuvo que enfrentar: las guerras, el totalitarismo, los enfrentamientos fratricidas, la fatiga de la democracia en gestación, la miseria de su gente. Os animo, hermanos sacerdotes, a escuchar al mundo, a los que viven y trabajan en él, para hacéos cargo de todas las peticiones de sentido y esperanza, sin miedo a cruzar los desiertos y las zonas de sombra. Así podemos convertirnos en Iglesia pobre y con los pobres, la Iglesia de Jesús.

Don Primo definía la de los pobres como una “existencia que incomoda” y la Iglesia necesita convertirse al reconocimiento de sus vidas para amarlos tal y como son .”Los pobres deben ser amados como pobres, es decir, tal cual son, sin hacer cálculos sobre su pobreza, sin pretensiones o derechos de hipoteca, ni siquiera la de hacerlos ciudadanos del reino de los cielos y mucho menos prosélitos “. (6)

El no hacía proselitismo, porque no es cristiano. El Papa Benedicto XVI nos dijo que la Iglesia, el cristianismo no crecen por proselitismo, sino por atracción, es decir, por testimonio. Eso es lo que Don Primo Mazzolari hizo: testimonio. El Siervo de Dios vivió como un sacerdote pobre, no como un pobre sacerdote. En su testamento espiritual escribió: “Alrededor de mi altar, como alrededor de mi casa y mi trabajo nunca hubo ” sonido del dinero “. Lo poco que ha pasado por mis manos […] fue donde tenía que ir. Si tuviera alguna amargura sobre esta cuestión, incumbiría a mis pobres y a las obras de la parroquia que hubiera querido ayudar ampliamente”.

Meditó a fondo sobre la diferencia de estilo entre Dios y el hombre: “El estilo de hombre: con mucho hace poco. El estilo de Dios: con nada hace todo” (7 ‘). Por eso la credibilidad del anuncio pasa a través de la sencillez y la pobreza de la Iglesia: “Si queremos que la pobre gente vuelva a su Casa, hace falta que el pobre encuentre “el aire del Pobre” , es decir, de Jesucristo. En su ensayo “La via crucis del povero” Don Primo recuerda que la caridad es una cuestión de espiritualidad y de mirada. “El que tiene poca caridad ve pocos pobres; el que tiene mucha caridad ve muchos pobres; el que no tien caridad no ve ninguno “(8) Y añade: “El que conoce al pobre, conoce el hermano: el que ve al hermano ve a Cristo, el que ve a Cristo ve a la vida y su poesía verdadera, porque la caridad es la poesía del cielo traída a la tierra.”(9) .

Estimados amigos, gracias por haberme recibido hoy en la parroquia de Don Primo. A vosotros y a los obispos os digo: Estad orgullosos de haber generado “sacerdotes así”, y no os canséis de convertíos también vosotros en “sacerdotes y cristianos así”, aunque requiera luchar con vosotros mismos, llamando por su nombre a las tentaciones que nos acosan, dejando que nos cure la ternura de Dios. Si os dieráis cuenta de no haber recogido la lección de don Mazzolari, hoy os invito a atesorarla.

Que el Señor, que ha suscitado siempre en la Santa Madre Iglesia pastores y profetas según su corazón, nos ayude hoy a no ignorarlos de nuevo. Porque ellos han visto lejos, y seguirles nos habría ahorrado sufrimientos y humillaciones. Tantas veces he dicho que el pastor debe ser capaz de ponerse delante del pueblo para indicar el camino, en medio como signo de cercanía o atrás para alentar a quien se ha quedado atrás. (cfr. Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 31).

Y don Primo escribía: “Donde veo que el pueblo resbala hacia bajadas peligrosas, me pongo atrás; donde es necesario subir, me pongo delante. Muchos no entienden que es la misma caridad que me mueve en uno o en otro caso y que nadie la puede hacer mejor que un cura”.

Con este espíritu de comunión fraterna, con vosotros y con todos los sacerdotes de la Iglesia en Italia, con aquellos buenos párrocos, -quisiera concluir con una oración de don Primo- párroco enamorado de Jesús y de su deseo de que todos los hombres se salven».

Así rezaba don Primo:

“Has venido para todos:

para aquellos que creen y para aquellos que dicen que no creen.

Los unos y los otros,

a veces estos más que aquellos, trabajan, sufren, esperan

para que el mundo vaya un poco mejor.

Oh Cristo, has nacido ‘fuera de la casa’ y has muerto ‘fuera de la ciudad’,

para ser de manera todavía más visible el cruce y el punto de encuentro.

Nadie está fuera de la salvación, oh Señor,

para que nadie esté fuera de tu amor,

que no se consterna ni se reduce

por nuestras oposiciones y nuestros rechazos”.

Y ahora os daré la bendición. Recemos a la Virgen, primero, que es nuestra Madre: sin Madre no podemos seguir adelante.

Ave María…

1 P. Mazzolari, Preti così, 125-126.
2 Id., Lettera sulla parrocchia, 51.
3 Ibid., 54.
4 P. Mazzolari, Coscienza sociale del clero, ICAS, Milano, 1947, 32.
5 Id., Preti così, 118-119.
6 Id., La via crucis del povero, 63.
7 Id., La parrocchia, 84.
8 Id., La via crucis del povero, 32.
9 Ibid. 33.
10 Id., Scritti politici, 195.


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Texto completo del Papa en el ángelus del domingo 18 de junio de 2017 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En Italia y en muchos países se celebran este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo: con frecuencia se utiliza el nombre en latín, Corpus Domini o Corpus Christi. Cada domingo la comunidad eclesial se reúne alrededor de la Eucaristía, sacramento instituido por Jesús en la Última cena. Así cada año tenemos la alegría de celebrar la fiesta dedicada a este misterio central de la fe, para expresar en plenitud nuestra adoración a Cristo que se dona como alimento y bebida de salvación.

El pasaje del Evangelio de hoy, tomado de San Juan, es una parte del discurso sobre el “Pan de vida” (cf. 6,51-58). Jesús afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. […] El pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo”(v. 51). Él quiere decir que el Padre lo envió al mundo como alimento de vida eterna y que para ello Él se sacrificará a sí mismo, su carne.

De hecho, Jesús, en la cruz, ha donado su cuerpo y ha derramado su sangre. El Hijo del hombre crucificado es el verdadero Cordero pascual, que hace salir de la esclavitud del pecado y sostiene en el camino hacia la tierra prometida. La Eucaristía es el sacramento de su carne dada para hacer vivir el mundo; quien se nutre de este alimento permanece en Jesús y vive por Él. Asimilar a Jesús significa estar en él, volviéndose hijos en el Hijo.

En la Eucaristía, Jesús, como lo hizo con los discípulos de Emaús, se pone a nuestro lado, peregrinos en la historia, para alimentar en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; para confortarnos en las pruebas; para sostenernos en el compromiso por la justicia y la paz.

Esta presencia solidaria del Hijo de Dios está en todas partes: en las ciudades y en el campo, en el Norte y Sur del mundo, en países de tradición cristiana y en los de primera evangelización.

Y en la Eucaristía Él se ofrece a sí mismo como fuerza espiritual para ayudarnos a poner en práctica su mandamiento: amarnos los unos a otros como Él nos ha amado, mediante la construcción de comunidades acogedoras y abiertas a las necesidades de todos, especialmente de las personas más frágiles, pobres y necesitadas.

Nutrirnos de Jesús Eucaristía significa además abandonarnos con confianza en Él y dejarnos guiar por Él. Se trata de recibir a Jesús en el lugar del propio ‘yo’. De este modo el amor gratuito recibido de Jesús en la comunión eucarística, con la obra del Espíritu Santo, alimenta el amor por Dios y por los hermanos y hermanas que encontramos en el camino de cada día. Nutridos por el Cuerpo de Cristo, nos volvemos cada vez más y concretamente, Cuerpo Místico de Cristo.

Nos lo recuerda el Apóstol Pablo: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan».(1 Cor 10,16-17).

La Virgen María, que siempre ha estado unida a Jesús Pan de Vida, nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, a nutrirnos de ella con fe, para vivir en comunión con Dios y con hermanos».


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El papa Francisco presidió este domingo en Roma celebración de Corpus Domino, en la basílica de San Juan de Letrán. A continuación el texto completo de la homilía (ZENIT – Roma, Abr. 2017)

«En la solemnidad del Corpus Christi aparece una y otra vez el tema de la memoria: «Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer […]. No olvides al Señor, […] que te alimentó en el desierto con un maná» (Dt 8,2.14.16) —dijo Moisés al pueblo—. «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,24) —dirá Jesús a nosotros—. El «pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6,51) es el sacramento de la memoria que nos recuerda, de manera real y tangible, la historia del amor de Dios por nosotros.

Recuerda, nos dice hoy la Palabra divina a cada uno de nosotros. El recuerdo de las obras del Señor ha hecho que el pueblo en el desierto caminase con más determinación; nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Recordar es esencial para la fe, como el agua para una planta: así como una planta no puede permanecer con vida y dar fruto sin ella, tampoco la fe si no se sacia de la memoria de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Recuerda.

La memoria es importante, porque nos permite permanecer en el amor, re-cordar, es decir, llevar en el corazón, no olvidar que nos ama y que estamos llamados a amar. Sin embargo esta facultad única, que el Señor nos ha dado, está hoy más bien debilitada. En el frenesí en el que estamos inmersos, son muchas personas y acontecimientos que parecen como si pasaran por nuestra vida sin dejar rastro. Se pasa página rápidamente, hambrientos de novedad, pero pobres de recuerdos.

Así, eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa dimensión que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos. Entonces la vida exterior se fragmenta y la interior se vuelve inerte. En cambio, la solemnidad de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía.

En el Pan de vida, el Señor nos visita haciéndose alimento humilde que sana con amor nuestra memoria, enferma de frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial del amor de Dios. Ahí «se celebra el memorial de su pasión» (Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona al Magníficat de las II Vísperas), del amor de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo para nuestro caminar. Por eso, nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta, fría o conceptual, sino la memoria viva y consoladora del amor de Dios.

En la Eucaristía está todo el sabor de las palabras y de los gestos de Jesús, el gusto de su Pascua, la fragancia de su Espíritu. Recibiéndola, se imprime en nuestro corazón la certeza de ser amados por él. Y mientras digo esto, pienso de modo particular en vosotros, niños y niñas, que hace poco habéis recibido la Primera Comunión y que estáis aquí presentes en gran número.

Así la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros.

La Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor. La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo.

Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia (cf. Ex 16), así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo.

Nos lo ha recordado san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10,17). La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN espiritual», la construcción de la unidad.

Que este Pan de unidad nos sane de la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores. Y ahora, viviendo la Eucaristía, adoremos y agradezcamos al Señor por este don supremo: memoria viva de su amor, que hace de nosotros un solo cuerpo y nos conduce a la unidad».


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Viernes, 23 de junio de 2017

Reflexión a la lecturas del domingo doce del Tiempo ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 12º del T. Ordinario A

 

En el Evangelio del domingo XI, que este año, no hemos leído, contemplamos cómo Jesucristo se compadecía de la gente, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor. Pero no se queda en lamentaciones, sino que pasa a la acción: En primer lugar, manda rogar al Padre que envíe trabajadores a su mies; luego, envía a los apóstoles a todos los pueblos, con una serie de instrucciones, que nos presenta el Evangelio durante varios domingos.

Él sabe que, enseguida, aparecerán las dificultades, las persecuciones, como les sucede a los profetas. En la primera lectura de este domingo, se nos presenta al profeta Jeremías perseguido. ¡Y entonces aparece el fantasma del miedo!

Y cuando se tiene miedo, se comienza por acomodar el evangelio a lo que le gusta a la gente, a rebajar el mensaje, a huir, y a no dar cara. Y se termina por dejarlo todo. Y Jesús les previene de ese peligro. Y les dice: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna”.

Es el pecado llamado de escándalo: Hacer pecar a otro. Y cuentan que hay perseguidores que lo hacen, incluso, para incrementar el dolor de los cristianos, al verse alejados de Dios en la hora de la muerte.

Qué importante es esta advertencia que hace el Señor: Hay que temer al puede “matar” el alma, porque hay gente que prefiere perder el alma antes que el cuerpo.

Y les dice, además, que deben poner su confianza en el Padre, que se preocupa hasta de los pájaros del cielo. “Valéis más vosotros que muchos gorriones”.

 Y les hace esta advertencia: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”.

 Hemos de acoger, con sumo cuidado, la Palabra del Señor de este domingo, porque es muy actual. Primero, la existencia de las dificultades y persecuciones de las más variadas formas; luego, el miedo y sus consecuencias. Benedicto XVI, en un Viaje al Reino Unido, hablaba de la “persecución del ridículo”.

Ya nos advierte S. Pablo que “todo el que quiera vivir piadosamente en Cristo Jesús, será perseguido”. (2Tim 3, 12). Y, en algunas ocasiones, el Señor nos advierte que los enemigos pueden estar hasta en la propia casa.

Como San Pablo no podemos avergonzarnos del Evangelio de Cristo. Y hemos de seguir su exhortación a Timoteo: “No te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos del Evangelio, según la fuerza de Dios”. (2Tim 1, 8).

A veces pienso por qué tanta sangre ha rodeado siempre la existencia cristiana.

Hoy recordamos a tantos cristianos que sufren persecución, más o menos cruenta, en el mundo. ¡No podemos olvidarlo!

 

                                      ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 12º del T. ORDINARIO  A

MONICIONES 

 

 

PRIMERA LECTURA

                La primera lectura nos presenta al profeta Jeremías perseguido y, al mismo tiempo, lleno de confianza en la fuerza de Dios. 

 

SEGUNDA LECTURA

                No hay proporción entre la culpa original del hombre y su restauración por Jesucristo, nos enseña S. Pablo en la segunda lectura de hoy.

Escuchemos con atención. 

 

TERCERA LECTURA

                En el Evangelio el Señor previene a los apóstoles del peligro de dejarse llevar por el miedo ante las persecuciones y dificultades, inherentes al anuncio del Mensaje del Reino al que los envía.

                Acojámosle  ahora con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

En la Comunión recibimos luz y fuerza sobreabundantes para ser mensajeros humildes y valientes del Evangelio por todas partes, con nuestra palabra y nuestras obras.

 


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Comentario a la liturgia dominical - Domingo XII del tiempo ordinario - por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 20 junio 2017  (zenit) 

 

Ciclo A

Textos: Jr 20, 10-13; Rom 5, 12-15; Mt 10, 26-33

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

Idea principal: ¡Con Dios victoria segura! ¡Fuera el miedo!

Resumen del mensaje: en nuestra vida podemos padecer en nuestra propia carne el drama de la persecución, de la humillación, como Jeremías (primera lectura). Pero no debemos temer pues Dios, fuerte defensor, lleva nuestra causa (primera lectura), ganada y ratificada con la sangre de Cristo (segunda lectura). Al contrario sepamos confesar y gritar aquí en la tierra nuestra fe en Cristo, para que Él nos defienda ante su Padre celestial en la otra vida (evangelio). La vida es una lucha continua. Pero con Dios, victoria segura.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, que la vida es una lucha continua, nadie lo niega. Si no, preguntémosle a Jeremías. Fue llamado por Dios a ser profeta cuando no había cumplido todavía los veinte años. El mensaje que tenía que predicar en nombre de Dios resultó incómodo a todos, especialmente a las autoridades, y por eso le persiguieron, le espiaron y le querían poner traspiés e intentar acabar con él. Es modelo de una persona que vivió intensamente la vocación profética y tuvo que echar mano de toda su fe para no perder la esperanza y seguir confiando en Dios. Confió en Dios y por eso ganó la batalla del desaliento. Todos pasamos por situaciones y horas terribles, como Jeremías en la primera lectura: nos traicionan, nos critican y difaman, nos abandonan y nos dejan en la estacada; se ríen de nosotros; perdemos el trabajo y algún ser querido se nos va de casa; una enfermedad va minando nuestra salud; no podemos pagar nuestra deudas acumuladas. Para qué seguir. Situaciones duras y miedos hoy que acechan el mundo, la Iglesia y nuestras familias e hijos son: la ideología del género, hoy en boga; la cultura de la muerte, a la vuelta de la esquina; el secularismo dictador que echa a Dios fuera de la mesa de nuestras decisiones; el ateísmo militante que boxea contra Dios con la hoz y el martillo; y la despersonalización ideológica del católico, que no se sabe a qué va y con quién comulga. Estos enemigos nos hacen temblar. ¡Con Dios victoria segura!

En segundo lugar, que también nosotros pasamos o pasaremos por momentos de dificultad como Jeremías, es un hecho. Que ser cristiano y católico no es fácil hoy día, es una verdad de a puño. Que muchos nos criticarán y humillarán, tengámoslo por seguro. Que nos interpretarán mal, que nos detendrán y tal vez nos golpearán, no lo descartemos. Que algunos nos tenderán esa sutil red de indiferencia y de burla, está claro. Que tendremos momentos de cansancio, de depresión, de flojera en nuestras convicciones cristianas, sin duda. ¿Qué hacer en esos momentos? Jesús no nos prometió que todo nos saldría bien y nos resultaría fácil. Debemos confiar nuestra causa a Cristo y ser fiel a nuestra fe cristiana, dando testimonio valiente de esa fe delante de todos. En estos momentos debemos escuchar en el corazón la palabra consoladora de Cristo: “No tengáis miedo”. Y Cristo, al decirlo, sabía bien que de sus oyentes, Pedro moriría en Roma cabeza abajo, su hermano Andrés en Patras crucificado en aspa, a Santiago le cortarían la cabeza en Jerusalén y a su hermano Juan le echarían en una sartén, le sacarían ileso y le desterrarían a las minas de metal en Patmos, isla flotante en el Egeo. Parece que ni un solo discípulo murió en la cama. Que Cristo nos lo diga a nosotros “No tengáis miedo”, es otro cantar. No nos metemos con nadie; ante el materialismo, el hedonismo, el secularismo y otros “ismos” ni la piamos; en las pesebreras de la pornografía nos ponemos morados como los demás, en el matrimonio jugamos a la cuerda floja, trampeamos con el fisco, con el ejemplo enseñamos a los hijos las grandes marrullerías….como los demás. Y si soy sacerdote o persona consagrada, no vigilo mis sentidos ni mis afectos y me expongo a llevar una vida doble en mi corazón; total, “necesito una compensación, pues soy humano”. ¿Voy a tener miedo? ¡Fuera el miedo! Así con Cristo, victoria segura.

Finalmente, el Papa Francisco nos está invitando a todos a la evangelización, a salir, a no tener vergüenza de predicar a Cristo; sueña con una Iglesia misionera que sale, y que prefiere una Iglesia “accidentada y herida por salir a la calle que enferma por el encierro y aferrada a sus comodidades”. Debemos llevar la alegría del evangelio, la ternura de Cristo. ¡Ay de mí si no tengo miedo! Señal sería de que no vivo el evangelio radical, de que no soy testigo de nada, de que soy uno más en la camada de este mundo. Malo sería si nadie me insulta de trabajador a conciencia, de libre en el acoso sindical, de respetuoso con Dios cuando al lado retumba el trueno de la blasfemia, de católico comprometido que pisa fuerte en la estera del respeto humano, de sacerdote y consagrado a carta cabal. Pues no, señor, no debemos tener miedo porque estamos en las manos de Dios; si Él lleva cuenta hasta de los cabellos de nuestra cabeza y de los gorriones del campo, cuánto más no cuidará de nosotros, que somos sus hijos. No tengamos miedo, no, pues los que persiguen a los discípulos de Jesús podrán matar el cuerpo, pero no el alma ni la libertad interior. No tengamos miedo, pues el mismo Jesús, ante su Padre, dará testimonio de nosotros si nosotros le hemos sido fieles. Seamos cristianos de ley. ¿Dónde está nuestro miedo? Con Cristo por delante, victoria segura.

Para reflexionar: ¿Tengo la valentía, la constancia, la fe, la confianza en Cristo para luchar por Cristo y su evangelio que es Buena Nueva, aunque muchos se incomoden? ¿Me arrugo ante el primer fracaso y dificultad, o me enardezco interiormente? Grita fuerte: “¡Con Cristo, victoria asegurada!”. ¿A qué tengo miedo? ¿A quién tengo miedo? ¿Por qué tengo miedo? ¿Cómo salir de ese miedo visceral que me paraliza? Mirando a Cristo grita: Señor, en vos confío.

Para rezar: recemos con el Salmo 30

En ti, Señor, me cobijo,
¡nunca quede defraudado!
¡Líbrame conforme a tu justicia,
tiende a mí tu oído, date prisa!
Sé mi roca de refugio,
alcázar donde me salve;
pues tú eres mi peña y mi alcázar,
por tu nombre me guías y diriges.
En tus manos abandono mi vida
y me libras, Señor, Dios fiel.
Me alegraré y celebraré tu amor,
pues te has fijado en mi aflicción,
conoces las angustias que me ahogan.
Ten piedad de mí, Señor,
que estoy en apuros.
La pena debilita mis ojos,
mi garganta y mis entrañas;
mi vida se consume en aflicción,
y en suspiros mis años;
sucumbe mi vigor a la miseria,
mis huesos pierden fuerza.
Pero yo en ti confío, Señor,
me digo: «Tú eres mi Dios».
Mi destino está en tus manos, líbrame
de las manos de enemigos que me acosan.
Dios, no quede yo defraudado
después de haberte invocado.
¡Qué grande es tu bondad, Señor !
La reservas para tus adeptos,
se la das a los que a ti se acogen
a la vista de todos los hombres.
¡Bendito Dios que me ha brindado
maravillas de amor!
¡Y yo que decía alarmado:
«Estoy dejado de tus ojos»!
Pero oías la voz de mi plegaria
cuando te gritaba auxilio”.

Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo doce del Tiempo ordinario A 

NUESTROS MIEDOS

 

Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.

Otras veces nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos atemoriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.

Con frecuencia vivimos preocupados solo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. Quizá no confiamos en nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.

Siempre ha sido tentador para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores. Pero sería un error ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.

La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de Dios y su justicia.

La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad, sino que los anima para el compromiso.

Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: «No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.

José Antonio Pagola

12 Tiempo ordinario – A (Mateo 10,26-33)

Evangelio del 25 / Jun / 2017

Publicado el 19/ Jun/ 2017

por Coordinador - Mario González Jurado


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Viernes, 16 de junio de 2017

Reflexión a las lecturas de la solemnidad del CORPUS CHRISTI ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

La Solemnidad del Corpus A

 

La Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el “Corpus”, es una Fiesta preciosa. El Jueves Santo celebrábamos la Institución de la Eucaristía en medio del espíritu propio de aquellos días de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La Eucaristía, decíamos, es el Memorial, la actualización, de la Muerte y Resurrección de Cristo. Ahora, terminadas las fiestas pascuales, esta solemnidad nos invita a centrar nuestra atención de nuevo en este Misterio, sobre el que nunca reflexionaremos bastante.

Todos recordamos muchas celebraciones del Corpus, desde que éramos niños hasta ahora. Unas más festivas, otras menos. Unas con alfombras, otras sin ellas. ¡Y dejan tantos recuerdos, tantas huellas en el alma…!

Una alfombra puede ser el símbolo de esta gran solemnidad: Horas y horas de dedicación y esfuerzo para el momento en que el Señor “pasa” en procesión sobre ella. ¡Y se terminó la alfombra! ¡Eso no se comprende fácilmente! Pero la gente dice: “¡Es que la habíamos hecho para el Señor!

 ¿Y quién es el que recibe un homenaje así? ¡El Hijo del Dios vivo! ¡El Señor del Universo! ¡El Rey de la Gloria!, real y misteriosamente presente en medio de nosotros.

Estos días recordamos la doctrina de la Eucaristía, que se puede resumir en tres palabras: Presencia, Sacrificio y Banquete.

En esta Fiesta, desde que se inició, se subraya la Presencia real de Cristo en la Eucaristía, que debe ser objeto de adoración y culto, también fuera de la Santa Misa. Es la clave para entender la Procesión del Corpus. Cada año, de los tres en que se divide la Liturgia de la Iglesia, la Palabra de Dios nos invita a centrarnos en un aspecto concreto del Misterio Eucarístico. Este Año, que llamamos 1º ó A, centramos nuestra atención en la Eucaristía como Banquete, como alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, nos dice el Señor en el Evangelio de hoy.

¡Este es un tema apasionante! En resumen, viene a responder a una cuestión fundamental:  ¿Cuántas vidas tenemos los cristianos? Además de la vida humana, ¿no hemos recibido en el Bautismo una vida nueva? Efectivamente, ¡la vida de Dios! Una participación creada del Ser de Dios, de la vida de Dios, de la naturaleza divina, se infundió aquel día en nosotros. ¡Qué impresionante es todo esto!

¿Y quién no entiende que una vida no puede sostenerse sin alimento? “No sólo de pan vive el hombre”, escuchamos en la primera lectura de hoy; y en el Evangelio Jesús nos dice: “Os aseguro que si no coméis la Carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros”.  ¡Es evidente! Por todo ello, ya podemos amontonar excusas para no recibir la Comunión... Todas se estrellan en esta “muralla”: “¡Sin Eucaristía no hay vida de Dios en nosotros!”. Y eso vale, incluso, para los enfermos, que estén dispensados de la Santa Misa. Por eso, desde el principio mismo de la Iglesia, al llegar el momento de la Comunión, los que estaban presentes recibían el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y los diáconos llevaban la Comunión a los ausentes.

¡Cuántas cosas podríamos seguir diciendo! Sólo nos queda espacio para  acoger una: La que nos ofrece S. Pablo en la segunda lectura: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque comemos todos del mismo Pan”. ¡Es evidente!  

Por eso, el Día Nacional de Caridad, que celebramos hoy, es algo que arranca de las mismas entrañas del Misterio Eucarístico.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 18:30  | Espiritualidad
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SOLEMNIDAD DEL CORPUS A  

MONICIONES 

 

 

PRIMERA LECTURA

            En la lectura de la Palabra de Dios que vamos a escuchar, Moisés recuerda al pueblo de Israel cómo Dios lo alimentó con el maná mientras caminaba por el desierto, para que no pereciera de hambre.

Escuchemos. 

SEGUNDA LECTURA

S. Pablo nos enseña que formamos un solo Cuerpo los que nos alimentamos del mismo Pan. Por eso, la Eucaristía es exigencia de amor, perdón y ayuda fraterna. 

TERCERA LECTURA 

            En el Evangelio Jesucristo se nos manifiesta como el verdadero maná, el Pan vivo bajado del Cielo, para la vida del mundo. Sin este alimento no es posible la vida de Dios en nosotros. 

OFRENDAS

El día de Corpus celebramos la Jornada Nacional de Caridad. Llevamos a la práctica lo que hemos escuchado en la segunda Lectura: Formamos un solo Cuerpo los que nos alimentamos de un mismo Pan.

            Hoy se nos urge preocuparnos, de una manera efectiva, de tantos hermanos nuestros, que se encuentran necesitados.

 

COMUNIÓN

En la Comunión recibimos el "Corpus Christi", el Cuerpo de Cristo, como alimento de la vida de Dios en nosotros.

¡Cuántos pensamientos y sentimientos, al acercarnos al Señor en este día! Pidámosle que nos ayude a alimentarnos, con frecuencia y bien dispuestos, con este Pan del Cielo. Y que luego, “manifestemos con obras de caridad, piedad y apostolado, lo que hemos recibido por la fe y el Sacramento”.


Publicado por verdenaranja @ 18:16  | Liturgia
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Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas. 15 junio 2017 (zenit)

Pastores con misericordia

VER

Organizamos un pequeño curso de formación permanente para los presbíteros de nuestra diócesis, con el objetivo de actualizarnos en algunos puntos de Moral y Derecho Canónico, para ser mejores servidores del sacramento de la reconciliación y de la pastoral familiar, en el espíritu del capítulo VIII de Amoris laetitia. Nos auxiliaron dos profesores de la Universidad Pontificia, expertos en esas materias. Los puntos principales fueron: Análisis de dicho capítulo VIII y su alcance concreto en los aspectos sacramentales y de participación en la vida de la Iglesia. Requisitos esenciales para la validez de un matrimonio. Principales capítulos de nulidad en un proceso matrimonial. Desafíos que atentan contra la vida y la familia: Métodos de planificación familiar, píldora del día siguiente, Técnicas de Reproducción Humana Artificial. Gradualidad en la moral y normas de discernimiento. Desafíos a la moral de la familia: Directrices anticipadas, Eutanasia, Homosexualidad. Pasos que se han de dar para un juicio de nulidad y la normativa pontificia reciente (Mitis Iudex Dominus Iesus). Facultades de los párrocos y de los Vicarios Episcopales para un matrimonio.

Nos planteamos asuntos que con frecuencia se nos presentan en la pastoral: ¿Se puede dar la comunión a casados por la Iglesia que se han separado y viven en una nueva unión? ¿Se puede admitir al bautismo a una persona mayor que vive con una pareja con la que no puede casarse por la Iglesia, y por tanto, también darle su Confirmación y la Comunión, ésta por única vez? ¿Pueden confesarse y comulgar personas que quieren recibir la Confirmación, pero viven en una situación irregular, que no pueden resolver, y quieren recibir la fuerza del Espíritu, que necesitan sinceramente? En caso de una enfermedad grave, o antes de una operación delicada, ¿pueden confesar y comulgar quienes viven en una situación no regular?

Estos y otros planteamientos no son elucubraciones de academia, sino casos concretos de cada día en el ministerio pastoral. La respuesta habitual en estos casos era casi siempre la negativa. Pero desde antes de que llegara el Papa Francisco, ya nos significaba un remordimiento de conciencia excluir a estas personas de todos los sacramentos, de una forma tajante y poco comprensiva. Si una persona vivía en amasiato y estaba gravemente enferma, aunque nos pidiera la confesión y los demás auxilios espirituales, se los negábamos con la conciencia de estar haciendo lo mejor. Pero, ¿esa es la actitud de Jesús? ¿Un legalismo sin misericordia, sin análisis de cada caso particular?

PENSAR

El Papa Francisco, en el capítulo VIII de Amoris laetitia, insiste de una forma obsesiva que nunca hemos de traicionar el ideal del matrimonio y que siempre hay que procurarlo; pero, con un realismo evangélico y pastoral, nos invita a ser misericordiosos. Nunca afirma, en forma explícita, que se admita a esas personas a la comunión sacramental, pero nos da criterios de discernimiento, apegados a la práctica de Jesús, para que nosotros tomemos la decisión pertinente en cada caso. Yo ya he concretado algunos criterios para el clero diocesano.

Dice el Papa: “Aunque la Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo matrimonial va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos… Aunque siempre propone la perfección e invita a una respuesta más plena a Dios, la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza” (291).

“Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. El camino de la Iglesia es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero” (296).

“Los divorciados en nueva unión pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral” (298).

“Los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no sólo sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino que puedan tener una experiencia feliz y fecunda” (299).

ACTUAR

¿Qué hacer? Dice el Papa: “Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza. La tibieza, cualquier forma de relativismo, o un excesivo respeto a la hora de proponerlo, serían una falta de fidelidad al Evangelio y también una falta de amor de la Iglesia hacia los mismos jóvenes. Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano” (307).

“Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (308). 


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Jueves, 15 de junio de 2017

Comentario a la liturgia dominical, Domingo XI del tiempo ordinario, por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 13 junio 2017 (zenit)

Ciclo A

Textos: Éxodo 19, 2-6; Romanos 5, 6-11; Mateo 9, 36 – 10, 1-8

Idea principal: Nuestro Dios es un Dios de Alianzas porque quiere ofrecernos la salvación.

Resumen del mensaje: Dios, para salvarnos, hizo una Alianza con el hombre en el Antiguo Testamento, a través de Moisés (primera lectura). Y con la sangre de Cristo hizo la Nueva Alianza (segunda lectura) comenzando con los doce apóstoles (evangelio). La palabra Alianza proviene del término hebreo: BERIT, pacto, que significa las relaciones recíprocas entre dos partes con todos los derechos y deberes que de tal reciprocidad se siguen; es decir, bienestar, integridad total de la persona y de cuanto le pertenece. Dios hace Alianza con su pueblo y promete buscar su felicidad total. Alianza que exige, por parte del hombre, una voluntad, una fe, una obediencia a sus cláusulas, una reciprocidad de amor. Con la primera Alianza Dios nos hace un reino de sacerdotes y una nación santa (primera lectura). Con la Nueva Alianza en Cristo nos hace un pueblo misionero para salir a las periferias (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en el Antiguo Testamento, la alianza (bérit) aparece claramente como el fundamento de la vida social, moral y religiosa del pueblo de Israel. Los profetas aluden indirectamente a ella para señalar la singularidad de los vínculos que unen a Dios con su pueblo y con la imagen de la alianza nueva alimentan la esperanza y la ilusión de un futuro de bienes, de paz y de familiaridad profunda entre Yahveh e Israel. A la luz del Antiguo Testamento se puede decir muy bien que “Israel vivió de la alianza» y que Dios es el Dios de la alianza, que pronuncia palabras de alianza al pueblo de la alianza y hace culminar estas relaciones en una suprema alianza. El Antiguo Testamento resalta continuamente y con energía tanto la gratuidad de la alianza que tiene como fundamento exclusivo la benevolencia divina, como sus efectos salvíficos (redención, perdón, solicitud, providencia, misericordia) y la necesidad de la adhesión libre del hombre a la misma. Del encuentro entre la libertad de Dios y la de Israel (del hombre) se derivan frutos de bien, de paz, de armonía, en una palabra, la salvación. Hoy, el Señor dijo en la Alianza que hizo con Moisés en el Antiguo Testamento y que leímos en la primera lectura: “Si me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal…y un reino de sacerdotes y una nación santa” (primera lectura). “Propiedad personal” de Dios, ¡qué privilegio! “Sacerdotes” mediadores de la esperanza y de la alegría de Dios para con los demás. “Nación santa” para santificar a los que están a nuestro alrededor.

En segundo lugar, según los autores del Nuevo Testamento, la alianza (diathéke) asume un carácter de novedad, de plenitud y de definitividad gracias al don del Hijo y del Espíritu que hace el Padre a la humanidad. En la sangre de Cristo se estipula el pacto nuevo y eterno que liga a los hombres con Dios, haciéndolos un pueblo Nuevo, llamado a vivir en comunión con su Señor. Por este motivo, la realidad de la alianza encuentra su manifestación histórica en la Eucaristía, sacrificio agradable que elimina el pecado y restablece la comunión perdida. En la Nueva Alianza, Jesús da un paso más: llama a unos hombres con nombre y apellido –los apóstoles–, los prepara y forma, y los envía en su nombre para llevar la salvación a todos, especialmente a esas ovejas sin pastor y a esos campos de mies que necesitan más “braceros” para la cosecha (evangelio). Salvación que le supuso la entrega de toda su sangre para reconciliarnos con su Padre (segunda lectura).

Finalmente, Cristo quiere seguir ofreciendo su Alianza a tantos hombres y mujeres que están cansados, desorientados, como ovejas sin pastor, buscando el sentido de la vida. Estos hermanos nuestros, nos deberían conmover las entrañas del corazón y lanzarnos a anunciar el mensaje salvador de Cristo, especialmente a los marginados de la sociedad, y que viven en las periferias existenciales, pues “debemos salir de la propia comodidad y atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, n. 20). Por eso, Cristo necesita hoy de manos, de bocas, de pies, de corazones…para que llegue su Alianza a todos. “Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, n. 23). ¿Qué implica el que Dios quiera hacer una alianza con nosotros? El corazón mismo de nuestra alianza con Dios implica que ambas partes tienen sus propias responsabilidades que cumplir. Por la parte de Dios, el Señor nos promete darnos su Espíritu Santo, grabar sus leyes en nuestro corazón, perdonarnos y cuidarnos para nuestro bienestar y felicidad. A su vez, Dios nos pide que, por nuestra parte, vivamos como el pueblo de su propiedad, es decir que lo amemos, seamos fieles a su voluntad, recurramos a él cuando necesitemos ayuda, rechacemos toda forma de idolatría y cumplamos fielmente sus mandamientos.

Para reflexionar: Hay mucha mies, se necesitan brazos. ¿Por qué no ofreces los tuyos? Hay muchos rostros que enjugar, ¿por qué no ofreces el pañuelo de tu ternura? Tú, vehículo de esta Alianza de Jesús.

Para rezar: Gracias Señor Jesús por ser siempre fiel a tus promesas, especialmente a la de estar siempre con nosotros. Que Tu presencia misericordiosa nos mueva a caminar en fe confiando en tu eterno amor y fidelidad.  “Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán, mi Nombre le asegurará la victoria.” (Salmo 89, 25).

Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]

 

 


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Mensaje del santo padre Francisco para la I Jornada Mundial de los Pobres. 13 junio 2017 (ZENIT – Cuidad del Vaticano)

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 19 noviembre 2017

“No amemos de palabra sino con obras”

1. «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3,16). Un amor así no puede quedar sin respuesta. Aunque se dio de manera unilateral, es decir, sin pedir nada a cambio, sin embargo inflama de tal manera el corazón que cualquier persona se siente impulsada a corresponder, a pesar de sus limitaciones y pecados. Y esto es posible en la medida en que acogemos en nuestro corazón la gracia de Dios, su caridad misericordiosa, de tal manera que mueva nuestra voluntad e incluso nuestros afectos a amar a Dios mismo y al prójimo. Así, la misericordia que, por así decirlo, brota del corazón de la Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.

2. «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7). La Iglesia desde siempre ha comprendido la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide que se elijan a siete hombres «llenos de espíritu y de sabiduría» (6,3) para que se encarguen de la asistencia a los pobres. Este es sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres. Esto fue posible porque comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía que manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cf. Mt 5,3). «Vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la comunión de bienes en la primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los creyentes de cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más necesitados. El apóstol Santiago manifiesta esta misma enseñanza en su carta con igual convicción, utilizando palabras fuertes e incisivas: «Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? […] ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta» (2,5-6.14-17).

  1. Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial. Ha suscitado, en efecto, hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en servicio de los pobres. Cuántas páginas de la historia, en estos dos mil años, han sido escritas por cristianos que con toda sencillez y humildad, y con el generoso ingenio de la caridad, han servido a sus hermanos más pobres. Entre ellos destaca el ejemplo de Francisco de Asís, al que han seguido muchos santos a lo largo de los siglos. Él no se conformó con abrazar y dar limosna a los leprosos, sino que decidió ir a Gubbio para estar con ellos. Él mismo vio en ese encuentro el punto de inflexión de su conversión: «Cuando vivía en el pecado me parecía algo muy amargo ver a los leprosos, y el mismo Señor me condujo entre ellos, y los traté con misericordia. Y alejándome de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo» (Test 1-3; FF 110). Este testimonio muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos. No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles. Son siempre actuales las palabras del santo Obispo Crisóstomo: «Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez» (Hom. in Matthaeum, 50,3: PG 58). Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma.4. No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45). Sigamos, pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza. Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida.5. Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada. Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.

Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.

6. Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres. Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.

7. Es mi deseo que las comunidades cristianas, en la semana anterior a la Jornada Mundial de los Pobres, que este año será el 19 de noviembre, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, se comprometan a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo, de tal modo que se manifieste con más autenticidad la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del universo, el domingo siguiente. De hecho, la realeza de Cristo emerge con todo su significado más genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre, desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la vez que hace evidente el poder de este Amor, que lo resucita a nueva vida el día de Pascua. En ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2), sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre.

8. El fundamento de las diversas iniciativas concretas que se llevarán a cabo durante esta Jornada será siempre la oración. No hay que olvidar que el Padre nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan expresa la confianza en Dios sobre las necesidades básicas de nuestra vida. Todo lo que Jesús nos enseñó con esta oración manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la precariedad de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que pedían a Jesús que les enseñara a orar, él les respondió con las palabras de los pobres que recurren al único Padre en el que todos se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una oración que se dice en plural: el pan que se pide es «nuestro», y esto implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.

9. Pido a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos —que tienen por vocación la misión de ayudar a los pobres—, a las personas consagradas, a las asociaciones, a los movimientos y al amplio mundo del voluntariado que se comprometan para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que sea una contribución concreta a la evangelización en el mundo contemporáneo. Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.

Vaticano, 13 de junio de 2017

Memoria de San Antonio de Padua – FRANCISCO
©  Libreria Editrie Vaticana

 


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Mensaje del Papa Francisco sobre las migraciones (texto completo) (ZENIT)

A la señora Blanca Alcalá

Presidente del Parlamento Latinoamericano y Caribeño

Estimada en el Señor:

Con motivo del Foro «Diálogo Parlamentario de Alto Nivel sobre Migración en América Latina y el Caribe: Realidades y Compromisos rumbo al Pacto Mundial», la saludo en su calidad de Presidenta y, junto a usted, a todos los que tomarán parte en este evento. Los felicito por esta iniciativa que tiene como objetivo ayudar y hacer la vida más digna a aquellos que, teniendo una patria, lloran por no encontrar en sus países condiciones adecuadas de seguridad y subsistencia, viéndose obligados a emigrar a otros lugares.

Del título de su encuentro me gustaría destacar tres palabras, que invitan a la reflexión y al trabajo: realidad, diálogo y compromiso.

En primer lugar, la realidad. Es importante conocer el porqué de la migración y qué características presenta en nuestro continente. Esto requiere no sólo analizar esta situación desde «la mesa de estudio», sino tomar contacto con las personas, es decir con rostros concretos. Detrás de cada emigrante se encuentra un ser humano con una historia propia, con una cultura y unos ideales. Un análisis aséptico produce medidas esterilizadas; en cambio, la relación con la persona de carne y hueso, nos ayuda a percibir las profundas cicatrices que lleva consigo, causadas por la razón o la sinrazón de su migración. Este encuentro ayudará a dar respuestas factibles en favor de los emigrantes y de los países receptores, asimismo contribuirá a que los acuerdos y las medidas de seguridad sean examinados desde la experiencia directa, observando si concuerdan o no con la realidad. Como miembros de una gran familia, debemos trabajar para colocar en el centro a la «persona» (cf. Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 9 enero 2017); ésta no es un mero número ni un ente abstracto sino un hermano o hermana que necesita sentir nuestra ayuda y una mano amiga.

En este trabajo es indispensable el diálogo. No se puede trabajar de forma aislada; todos nos necesitamos. Tenemos que ser «capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida» (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, 2014). La colaboración conjunta es necesaria para elaborar estrategias eficientes y equitativas en la acogida de los refugiados. Lograr un consenso entre las partes es un trabajo «artesano», minucioso, casi imperceptible pero esencial para ir dando forma a los acuerdos y a las normativas. Se tienen que ofrecer todos los elementos a los gobiernos locales como también a la Comunidad internacional, a fin de elaborar los mejores pactos para el bien de muchos, especialmente de los que sufren en las zonas más vulnerables de nuestro planeta, como también en algunas áreas de Latinoamérica y el Caribe. El diálogo es fundamental para fomentar la solidaridad con los que han sido privados de sus derechos fundamentales, como también para incrementar la disponibilidad para acoger a los que huyen de situaciones dramáticas e inhumanas.

Para dar una respuesta a las necesidades de los emigrantes, se requiere el compromiso de todas las partes. No podemos quedarnos en el análisis minucioso y en el debate de ideas, sino que nos apremia dar una solución a esta problemática. Latinoamérica y el Caribe tienen un rol internacional importante y la oportunidad de convertirse en actores claves ante esta compleja situación. En este compromiso «se necesita establecer planes a medio y largo plazo que no se queden en la simple respuesta a una emergencia» (Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 11 enero 2016). Estos sirven para establecer prioridades en la región también con una visión de futuro, como la integración de los emigrantes en los países que los reciben y la ayuda al desarrollo de los países de origen. A éstas se suman otras muchas acciones que son urgentes, como la atención a los menores: «Todos los niños tienen derecho a jugar […], tienen derecho en definitiva a ser niños» (Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, 2017). Ellos necesitan nuestra solicitud y ayuda, también sus familias. A este respecto, renuevo mi llamado para detener el tráfico de personas, que es una lacra. Los seres humanos no pueden ser tratados como objetos ni como mercancía, pues cada uno lleva consigo la imagen de Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 197-201).

El trabajo es enorme y se necesitan hombres y mujeres de buena voluntad que, con su compromiso concreto, puedan dar respuesta a este «grito» que se eleva desde el corazón del emigrante. No podemos cerrar nuestros oídos a su llamado. Exhorto a los Gobiernos nacionales a asumir sus responsabilidades para con todos los que residen en su territorio; y renuevo el compromiso de la Iglesia Católica, a través de la presencia de las Iglesias locales y regionales, en responder a esta herida que llevan consigo tantos hermanos y hermanas nuestros.

Por último, los animo en esta tarea que realizan y pido la intercesión de la Virgen Santa. Ella, que también vivió la emigración huyendo a Egipto con su esposo y su Hijo Jesús (Mt 2,13), los cuide y sostenga con su ayuda maternal.

Por favor, les pido que recen por mí; y pido al Señor que los bendiga.

Vaticano, 7 de junio de 2017

FRANCISCO

[Texto original: Español]

(c) Libreria Editrice vaticana

 


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio de la solemnidad del Corpus Christi 

ESTANCADOS


El papa Francisco está repitiendo que los miedos, las dudas, la falta de audacia… pueden impedir de raíz impulsar la renovación que necesita hoy la Iglesia. En su Exhortación La alegría del Evangelio llega a decir que, si quedamos paralizados por el miedo, una vez más podemos quedarnos simplemente en «espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia».

Sus palabras hacen pensar. ¿Qué podemos percibir entre nosotros? ¿Nos estamos movilizando para reavivar la fe de nuestras comunidades cristianas o seguimos instalados en ese «estancamiento infecundo» del que habla Francisco? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas para reaccionar?

Una de las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II fue impulsar el paso desde la «misa», entendida como una obligación individual para cumplir un precepto sagrado, a la «eucaristía» vivida como celebración gozosa de toda la comunidad para alimentar su fe, crecer en fraternidad y reavivar su esperanza en Jesucristo resucitado.

Sin duda, a lo largo de estos años hemos dado pasos muy importantes. Quedan muy lejos aquellas misas celebradas en latín en las que el sacerdote «decía» la misa y el pueblo cristiano venía a «oír» la misa o a «asistir» a la celebración. Pero, ¿no estamos celebrando la eucaristía de manera rutinaria y aburrida?

Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical, porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe débil y vacilante.

Sin duda, todos, presbíteros y laicos, nos hemos de preguntar qué estamos haciendo para que la eucaristía sea, como quiere el Concilio, «centro y cumbre de toda la vida cristiana». ¿Cómo permanece tan callada e inmóvil la jerarquía? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación y nuestro dolor con más fuerza?

El problema es grave. ¿Hemos de seguir «estancados» en un modo de celebración eucarística tan poco atractivo para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es esta liturgia que venimos repitiendo desde hace siglos la que mejor puede ayudarnos a actualizar aquella cena memorable de Jesús donde se concentra de modo admirable el núcleo de nuestra fe?

José Antonio Pagola

Cuerpo y Sangre de Cristo – A (Juan 6,51-58)

Evangelio del 18 / Jun / 2017

Publicado el 12/ Jun/ 2017

por Coordinador - Mario González Jurado


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Viernes, 09 de junio de 2017

Reflexión a las lecturas del domingo de la Santísima Trinidad ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo de la S.  Trinidad A

 

En todos los tiempos, el hombre se ha esforzado por descubrir la existencia de Dios y relacionarse con Él. De este modo, ha buscado una respuesta al sufrimiento, al mal y a la muerte, y abrirse a la esperanza. Así se han formado lo que conocemos con el nombre de “religiones naturales”.

Pero también Dios ha querido encontrarse con el hombre, manifestarse a él, tratar de los temas fundamentales del hombre caído: Su salvación, su anhelo de trascendencia, su relación con Él, su vida junto a Él para siempre. Son las llamadas "religiones reveladas". Entre ellas está el cristianismo. Éste nos enseña que Dios se ha ido revelando progresivamente al hombre, a través de los patriarcas y los profetas, a través de los acontecimientos todos de la Historia Santa, hasta que llega la plenitud de los tiempos,  y  Dios se acerca al hombre al máximo, en Jesús de Nazaret, el Hombre - Dios, que viene a salvarnos.

En medio de este proceso,  Dios se nos ha ido revelando como  comunidad perfectísima de vida y amor, como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es la Santísima Trinidad, cuya solemnidad celebramos este domingo.

Éste es el Misterio más grande que Jesucristo nos ha revelado acerca de Dios. Misterio quiere decir que, en parte, se nos ha manifestado y, en parte, permanece oculto. No podemos pretender una comprensión total de Dios.

En la Liturgia de la Palabra de hoy, Dios se nos manifiesta, en la primera lectura, como un Ser “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. En la segunda, como Comunidad de Personas, que nos ofrecen gracia, amor y comunión. Y el Evangelio nos presenta la conversación de Jesús con Nicodemo, en la que le dice: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar el mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Lógico es que el salmo responsorial sea un himno de alabanza y acción de gracias: “A ti gloria y alabanza por los siglos”.

Y si esto es así, no podemos vivir como si Dios no existiera, sin relacionarnos con Él, sin entrar en comunicación y en comunión con Él. Muchas realidades se encargan de recordárnoslo con frecuencia, especialmente, “los testigos de Dios” en el mundo. Precisamente, en esta solemnidad recordamos a los monjes y monjas de clausura, cuyos monasterios son como un faro de luz, que están siempre indicando, desde una vida de silencio, oración y trabajo, la existencia de Dios, su amor y su misericordia, su acción constante en la Iglesia y en el mundo.

Es, por tanto, importante, fundamental,  que Dios ocupe su lugar en nuestra vida y en toda la historia humana, con todas sus dimensiones, como quería, especialmente, el Papa Benedicto. “No vaya a ser que se repita el error de quien, queriendo construir un mundo sin Dios, sólo ha conseguido construir una sociedad contra el hombre”. (S. Juan Pablo II)                     

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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 DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD A 

MONICIONES

PRIMERA LECTURA

Después del trágico episodio del becerro de oro, había que renovar la Alianza. Moisés sube al Monte llevando las tablas de la Ley. Cuando manifiesta su deseo de ver a Dios, pasa el Señor junto a Él y se manifiesta como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”.

Escuchemos con fe y devoción esta lectura. 

SALMO RESPONSORIAL

La presencia de Dios junto a nosotros como Trinidad santa, nos impulsa, en primer lugar, a la adoración y a la alabanza. Es lo que hacemos ahora, como respuesta a la Palabra de Dios.

 

SEGUNDA LECTURA

La segunda lectura es la conclusión de la segunda carta de S. Pablo a los corintios. El apóstol sintetiza su mensaje en pocas palabras. Y se despide de ellos, deseándoles la gracia, el amor y la comunión  como dones de las tres Personas Divinas.

 

EVANGELIO

                En el Evangelio contemplamos a Jesucristo diciendo a Nicodemo, que el amor de Dios Padre es tan grande, que nos envió a su Hijo, para que el mundo se salve por Él.

Pero antes de escuchar el Evangelio cantemos el aleluya.

 

COMUNIÓN

                Al acercarnos hoy a la Comunión, podemos recordar aquellas palabras de Jesús: "El Padre que vive me ha enviado y Yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí". Comulgar es, por tanto, participar de la misma vida de Dios, de la Santísima Trinidad, que Jesucristo ofrece a todos, como alimento y fortaleza, para que no desfallezcamos por el camino. Por eso, ¡qué grande es comulgar! ¡Cuántas gracias hemos de darle al Señor! 


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Jueves, 08 de junio de 2017

Texto completo de la catequesis del papa Francisco, en la audiencia del 7 de junio de 2017 (ZENIT – Ciudad del Vaticano, 7 Jun. 2017)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Había algo de atractivo en la oración de Jesús, era tan fascinante que un día sus discípulos le pidieron que les enseñara. El episodio se encuentra en el Evangelio de Lucas, que entre los Evangelistas es quien ha documentado mayormente el misterio del Cristo orante. El Señor rezaba.

Los discípulos de Jesús están impresionados por el hecho de que Él, especialmente en la mañana y en la tarde, se retira en la soledad y se sumerge en la oración. Y por esto, un día, le piden de enseñarles también a ellos a rezar. (Cfr. Lc 11,1).

Es entonces que Jesús transmite aquello que se ha convertido en la oración cristiana por excelencia: el “Padre Nuestro”. En verdad, Lucas, en relación a Mateo, nos transmite la oración de Jesús en una forma un poco abreviada, que inicia con una simple invocación: «Padre» (v. 2).

Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión ‘nos atrevemos a decir’.

De hecho, llamar a Dios con el nombre de “Padre” no es para nada un hecho sobre entendido.

Seremos llevados a usar los títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos de su trascendencia. En cambio, invocarlo como Padre, nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él.

Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, siempre nos fascina y nos hace sentir pequeños, pero no nos da más miedo, no nos aplasta, no nos angustia.

Esta es una revolución difícil de acoger en nuestro ánimo humano; tanto es así que incluso en las narraciones de la Resurrección se dice que las mujeres, después de haber visto la tumba vacía y al ángel, ‘salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí’. (Mc 16,8).

Pero Jesús nos revela que Dios es Padre bueno, y nos dice: ‘No tengan miedo’. Pensemos en la parábola del padre misericordioso (Cfr. Lc 15,11-32). Jesús narra de un padre que sabe ser sólo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de entregarle su parte de herencia y dejarlo ir fuera de casa.

Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no existe ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola.

Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre albedrío del hombre, capaz sólo de conjugar el verbo amar. Cuando el hijo rebelde, después de haber derrochado todo, regresa finalmente a su casa natal, ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino siente sobre todo la necesidad de perdonar, y con su brazo hace entender al hijo que en todo ese largo tiempo de ausencia le ha hecho falta, ha dolorosamente faltado a su amor de padre.

¡Qué misterio insondable es un Dios que nutre este tipo de amor en relación con sus hijos! Tal vez es por esta razón que, evocando el centro del misterio cristiano, el Apóstol Pablo no se siente seguro de traducir en griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba: ‘Abbà’.

En dos ocasiones san Pablo, en su epistolario (Cfr. Rom 8,15; Gal 4,6), toca este tema, y en las dos veces deja esa palabra sin traducirla, de la misma forma en la cual ha surgido de los labios de Jesús, ‘abbà’, un término todavía más íntimo respecto a ‘padre’, y que alguno traduce ‘papá’, ‘papito’.

Queridos hermanos y hermanas, no estamos jamás solos. Podemos estar lejos, hostiles, podemos también profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él no será jamás un Dios “sin el hombre”. ¡Es Él quien no puede estar sin nosotros y este es un gran misterio!

Esta certeza es el manantial de nuestra esperanza, que encontramos conservada en todas las invocaciones del Padre Nuestro. Cuando tenemos necesidad de ayuda, Jesús no nos dice de resignarnos y cerrarnos en nosotros mismos, sino de dirigirnos al Padre y pedirle a Él con confianza.

Todas nuestras necesidades, desde las más evidentes y cotidianas, como el alimento, la salud, el trabajo, hasta aquellas de ser perdonados y sostenidos en la tentación, no son el espejo de nuestra soledad: en cambio está un Padre que siempre nos mira con amor, y que seguramente no nos abandona. Ahora les hago una propuesta: cada uno de nosotros tiene tantos problemas y tantas necesidades: pensemos un poco, en silencio, en estos problemas y en estas necesidades. Pensemos también al Padre, a nuestro Padre que no puede estar sin nosotros, y que en este momento nos está mirando. Y todos juntos con confianza y esperanza recemos: “Padre Nuestro, que estás en el Cielo…”.

(Traducido y ampliado por ZENIT con los añadidos dese el audio)

 


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Comentario a la liturgia dominical -Solemnidad de la Santísima Trinidad- por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 6 junio 2017 (zenit)

Ciclo A – Textos: Ex 34, 4.6.8-9; 2Co 13, 11-13; Jn 3, 16-18

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

Idea principal: Adentrémonos de rodillas a contemplar este Misterio de la Santísima Trinidad.

Resumen del mensaje: Hoy la Iglesia celebra el misterio más elevado de la doctrina revelada, su misterio central. El enunciado del misterio es muy simple, como lo aprendimos en el Catecismo: La Santísima Trinidad es el mismo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Misterio insondable que nos lleva a tres actitudes: adorar, agradecer y amar. Sólo lo comprenderemos en el cielo. El misterio de la Trinidad viene a desafiar todas las religiones y filosofías humanas. Mientras esas religiones, sobre todo las más depuradas, como el hinduismo y las creencias orientales, conciben a Dios como un todo impersonal, rozando a veces en el panteísmo, el Cristianismo nos presenta a un Dios personal, capaz de conocer y amar a sus creaturas. Ninguna religión llegó a concebir que la divinidad amase realmente a los hombres.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar nos preguntamos si este misterio, que sólo entenderemos en el cielo, nos servirá a nosotros aquí y ahora. Podríamos responder: realmente el misterio de la Santísima Trinidad no nos sirve para nada, porque Dios no sirve a nadie y a nada. Dios está para ser servido por nosotros y no para que nosotros nos sirvamos de Él. Tenemos que cuidarnos del criterio utilitarista tan propio de nuestra época, que juzga todo según sirva o no al capricho del hombre. Hay bienes que son deseables y amables por sí mismos, sin necesidad de estar buscándoles utilidades a nuestra medida. Los antiguos llamaban a estos bienes “honestos” porque se deseaban por sí mismos, sin buscar la utilidad o el deleite, que los convertiría en medios. ¡Te adoro, Dios Trinidad!

En segundo lugar, realmente deberíamos agradecer a Dios porque al ser un misterio inaccesible a nuestra mente, nos ha hecho el gran favor de humillarnos, de abajar nuestra inteligencia y nuestra cabeza, y colocarnos en nuestro verdadero lugar y de rodillas. Dios no es un objeto del cual podamos disponer a nuestro arbitrio, sino que es nuestro Señor y Creador, al que tenemos que adorar y ante el cual debemos doblegar nuestras rodillas. Contra la soberbia del hombre moderno, que cree poder conocer y dominar todas las cosas, aún las mas sagradas, como el alma y la vida humana, se alza el misterio insondable de la Una e indivisa Trinidad que la Iglesia proclama hoy, como hace dos mil años. ¡Te agradezco, Dios Trinidad!

Finalmente, la revelación de este misterio es otra muestra más del infinito amor de Dios hacia los hombres. Él no se contenta con amarnos, sino que goza en nuestro amor por Él, y como nadie puede amar lo que no conoce, para excitar más nuestro amor por Él quiso mostrarnos los secretos de su vida íntima. Porque eso es en definitiva lo que Dios nos revela en este misterio, nada más y nada menos que su intimidad. De este modo, sabemos que Dios no es un solitario encerrado en su inalcanzable grandeza, sino que en Él hay un dinamismo vital de conocimiento y amor. Dios Padre, desde toda la eternidad, engendra al conocerse una Persona, su Imagen plena, el Hijo de Dios. Y el amor entre la primera y segunda Persona, entre el Padre y el Hijo, es tan profundo, por ser divino, que de él brota una tercera Persona, el Espíritu Santo. ¡Te amo, Dios Trinidad!

Para reflexionar: Piensa en esta frase de san Pablo: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni entró en pensamiento humano, lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Co 2, 9).

Para rezar: oración de la beata Isabel de la Trinidad

¡Oh Dios mío, trinidad adorable, ayúdame a olvidarme por entero para establecerme en ti!

¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Siento mi impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que identifiques mi alma con todos lo movimientos de tu alma; que me sustituyas, para que mi vida no sea más que una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como adorador, como reparador y como salvador…

¡Oh fuego consumidor, Espíritu de amor! Ven a mí, para que se haga en mi alma una como encarnación del Verbo; que yo sea para él una humanidad sobreañadida en la que él renueve todo su misterio.

Y tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre tu criatura; no veas en ella más que a tu amado en el que has puesto todas tus complacencias.

¡Oh mis tres, mi todo, mi dicha, soledad infinita, inmensidad en que me pierdo! Me entrego a vos como una presa; sepultaos en mí para que yo me sepulte en vos, en espera de ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.

Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]


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Mensaje del  papa Francisco para la Jornada Misionera que se celebrará el 22 de octubre.

La misión en el corazón de la fe cristiana

Queridos hermanos y hermanas:
Este año la Jornada Mundial de las Misiones nos vuelve a convocar entorno a la persona de Jesús, «el primero y el más grande evangelizador» (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 7), que nos llama continuamente a anunciar el Evangelio del amor de Dios Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Esta Jornada nos invita a reflexionar de nuevo sobre la misión en el corazón de la fe cristiana. De hecho, la Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería sólo una asociación entre muchas otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y desapareciendo. Por ello, se nos invita a hacernos algunas preguntas que tocan nuestra identidad cristiana y nuestras responsabilidades como creyentes, en un mundo confundido por tantas ilusiones, herido por grandes frustraciones y desgarrado por numerosas guerras fratricidas, que afectan de forma injusta sobre todo a los inocentes. ¿Cuál es el fundamento de la misión? ¿C uál es el corazón de la misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?

La misión y el poder transformador del Evangelio de Cristo, Camino, Verdad y Vida
1. La misión de la Iglesia, destinada a todas las personas de buena voluntad, está fundada sobre la fuerza transformadora del Evangelio. El Evangelio es la Buena Nueva que trae consigo una alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo resucitado, el cual, comunicando su Espíritu dador de vida, se convierte en Camino, Verdad y Vida por nosotros (cf. Jn 14,6). Es Camino que nos invita a seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como nuestro Camino, experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que es la plena comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos libera de toda forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.
2. Dios Padre desea esta transformación existencial de sus hijos e hijas; transformación que se expresa como culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23-24), en una vida animada por el Espíritu Santo en la imitación del Hijo Jesús, para gloria de Dios Padre. «La gloria de Dios es el hombre viviente» (Ireneo, Adversus haereses IV, 20,7). De este modo, el anuncio del Evangelio se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que proclama (cf. Is 55,10-11), es decir Jesucristo, el cual continuamente se hace carne en cada situación humana (cf. Jn 1,14).

La misión y el kairos de Cristo
3. La misión de la Iglesia no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una ética sublime. Muchos movimientos del mundo saben proponer grandes ideales o expresiones éticas sublimes. A través de la misión de la Iglesia, Jesucristo sigue evangelizando y actuando; por eso, ella representa el kairos, el tiempo propicio de la salvación en la historia. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado que fecunda lo humano y la creación, como la lluvia lo hace con la tierra. «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276).
4. Recordemos siempre que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 1). El Evangelio es una persona, que continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en su misterio pascual de muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así, por medio del Bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado, iluminada y transformada por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación, se hace unción fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y estrategias nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía se convierte en el alimento del hombre nuevo, «medicina de inmortalidad» (Ignacio de Antioquía, Epístola ad Ephe sios, 20,2).
5. El mundo necesita el Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia, continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por caminos tortuosos y sin una meta. Gracias a Dios no faltan experiencias significativas que dan testimonio de la fuerza transformadora del Evangelio. Pienso en el gesto de aquel estudiante Dinka que, a costa de su propia vida, protegió a un estudiante de la tribu Nuer que iba a ser asesinado. Pienso en aquella celebración eucarística en Kitgum, en el norte de Uganda, por aquel entonces, ensangrentada por la ferocidad de un grupo de rebeldes, cuando un misionero hizo repetir al pueblo las palabras de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», como expresión del grito desesperado de los hermanos y hermanas del Señor crucificado. Esa celebración fue para la gente una fuente de gran consuelo y valor. Y podemos pensar en muchos, numerosísimos testimonios de cómo el Evangelio ayuda a superar la cerrazón, los conflictos, el racismo, el tribalismo, promoviendo en todas partes y entre todos la reconciliación, la fraternidad y el saber compartir.

La misión inspira una espiritualidad de éxodo continuo, peregrinación y exilio
6. La misión de la Iglesia está animada por una espiritualidad de éxodo continuo. Se trata de «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20). La misión de la Iglesia estimula una actitud de continua peregrinación a través de los diversos desiertos de la vida, a través de las diferentes experiencias de hambre y sed, de verdad y de justicia. La misión de la Iglesia propone una experiencia de continuo exilio, para hacer sentir al hombre, sediento de infinito, su condición de exiliado en camino hacia la patria final, entre el «ya» y el «todavía no» del Reino de los Cielos.
7. La misión dice a la Iglesia que ella no es un fin en sí misma, sino que es un humilde instrumento y mediación del Reino. Una Iglesia autorreferencial, que se complace en éxitos terrenos, no es la Iglesia de Cristo, no es su cuerpo crucificado y glorioso. Es por eso que debemos preferir «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (ibíd., 49).

Los jóvenes, esperanza de la misión
8. Los jóvenes son la esperanza de la misión. La persona de Jesús y la Buena Nueva proclamada por él siguen fascinando a muchos jóvenes. Ellos buscan caminos en los que poner en práctica el valor y los impulsos del corazón al servicio de la humanidad. «Son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado [...]. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean “callejeros de la fe”, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!» (ibíd., 106). La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el año 2018 sobre el tema «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», se presenta como una oportunidad providencial para involucrar a los jóvenes en la responsabilidad misionera, que necesita de su rica imaginación y creatividad.

El servicio de las Obras Misionales Pontificias
9. Las Obras Misionales Pontificias son un instrumento precioso para suscitar en cada comunidad cristiana el deseo de salir de sus propias fronteras y sus seguridades, y remar mar adentro para anunciar el Evangelio a todos. A través de una profunda espiritualidad misionera, que hay que vivir a diario, de un compromiso constante de formación y animación misionera, muchachos, jóvenes, adultos, familias, sacerdotes, religiosos y obispos se involucran para que crezca en cada uno un corazón misionero. La Jornada Mundial de las Misiones, promovida por la Obra de la Propagación de la Fe, es una ocasión favorable para que el corazón misionero de las comunidades cristianas participe, a través de la oración, del testimonio de vida y de la comunión de bienes, en la respuesta a las graves y vastas necesidades de la evangelización.

Hacer misión con María, Madre de la evangelización
10. Queridos hermanos y hermanas, hagamos misión inspirándonos en María, Madre de la evangelización. Ella, movida por el Espíritu, recibió la Palabra de vida en lo más profundo de su fe humilde. Que la Virgen nos ayude a decir nuestro «sí» en la urgencia de hacer resonar la Buena Nueva de Jesús en nuestro tiempo; que nos obtenga un nuevo celo de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte; que interceda por nosotros para que podamos adquirir la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación.

Vaticano, 4 de junio de 2017
Solemnidad de Pentecostés
FRANCISCO


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Viernes, 02 de junio de 2017

Reflexión a las lecturas del domingo de la solemnidad de Pentecostés ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo de Pentecostés A

 

Por fin hemos llegado a Pentecostés. De este modo, llega a su plenitud, a su punto culminante, el clima festivo y alegre que compartimos los cincuenta días de Pascua. Y se llama pentecostés porque son cincuenta días.

Dice el Catecismo: “¿Qué celebramos el Domingo de Pentecostés? “El Domingo de Pentecostés celebramos que Jesús ha enviado el Espíritu Santo sobre los apóstoles, y que continúa enviándolo sobre nosotros”.

¡Se trata de dos realidades distintas: La Venida del Espíritu Santo a los discípulos, el día de Pentecostés, y la Venida del Espíritu del Señor a cada cristiano!

Del Espíritu Santo ya decíamos algo el domingo 6º de Pascua, pero este domingo todo nos habla del Espíritu. La primera lectura nos narra el acontecimiento de Pentecostés: La casa, los discípulos, el viento recio, las lenguas de fuego, el asombro de todos los que les escuchan hablar en lenguas extranjeras, la gran transformación que se realiza en ellos, la explicación de S. Pedro… ¡Es todo muy hermoso!

Ya Jesús les había advertido: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el confín de la tierra”. (Hch 1, 8). Y el Libro de los Hechos, el llamado “Evangelio del Espíritu Santo”, es la narración del cumplimiento de estas palabras del Señor.

Pero los apóstoles no sólo recibieron el Espíritu Santo, sino también la misión de darlo a cada cristiano. ¡Y con cuánto interés procuraban hacerlo! (Hch 19, 1-8)

Cada uno necesita “su pentecostés”, que haga posible su existencia cristiana, en su ser y en su hacer. Y nuestro pentecostés es el sacramento de la Confirmación. Los obispos, sucesores de los apóstoles, por la oración, la imposición de las manos y la unción con el santo crisma,  nos dan el Espíritu Santo.

Y, además, ¿qué un ser humano sin espíritu? Un cadáver. Y se dice “expiró”, es decir, exhaló el espíritu. Pues eso es un ser humano sin el Bautismo, que lo infunde de un modo inicial y sin la Confirmación que lo da en plenitud.

¡Un cadáver en el ser y en el hacer cristiano! Nos lo recuerda S. Pablo en la segunda lectura de hoy: “Nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. Y el Evangelio nos presenta a Jesucristo transmitiendo a los discípulos el Don del Espíritu, al anochecer  del mismo día de la Resurrección. ¡Como si tuviera prisa el Señor en dar el Espíritu!  ¡Es el fruto más importante de la Pascua, fuente y garantía de todos los demás!

¡Jesucristo Resucitado se convierte así en el “Dador” del Espíritu Santo! En el Evangelio de la Misa de la Vigilia, nos dice S. Juan: “Todavía  no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado”. (Jn 7,39).

Para eso nos hemos venido preparando estos días: Para acoger una nueva efusión del Espíritu del Señor en nosotros mismos, en la Iglesia y en el Universo entero, especialmente, renovando aquel Don del Espíritu, que recibimos en el Bautismo y, sobre todo, en la Confirmación.

Y todo, como decía antes, para ser, por todas partes, testigos y mensajeros de la Pascua. Por eso, nos viene bien celebrar este día la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar.

                                                               ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

 


Publicado por verdenaranja @ 13:11  | Espiritualidad
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DOMINGO DE PENTECOSTÉS  

MONICIONES

PRIMERA LECTURA

Escuchemos ahora, con espíritu de fe y devoción, la narración de la Venida del Espíritu Santo y el impacto que produce en Jerusalén.

Pidamos al Señor que “no deje de realizar hoy, en el corazón de sus fieles, aquellas mismas maravillas que obró en los comienzos de la predicación evangélica”. 

SALMO

            Uniéndonos a las palabras del salmo, pidamos al Señor que envíe sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre el mundo, el don de su Espíritu.

 SEGUNDA LECTURA

La segunda lectura nos presenta unas enseñanzas de S. Pablo sobre la acción del Espíritu del Señor en nosotros y en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que tiene “variedad de ministerios, pero unidad misión:” Anunciar y llevar la Redención de Cristo a todos los pueblos, hasta su Vuelta.         

SECUENCIA

            Leemos hoy, antes de escuchar el Evangelio, una antigua plegaria al Espíritu Santo -la Secuencia-. Unámonos a ella desde el fondo de nuestro corazón, pidiéndole al Espíritu Divino que venga a nosotros, nos renueve y nos acompañe.

 EVANGELIO

            En el Evangelio se nos narra la primera aparición de Jesucristo Resucitado a los discípulos, su envío al mundo y la donación del Espíritu Santo.

Aclamemos al Señor con el canto del aleluya.

COMUNION

"Nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo", hemos escuchado en la segunda lectura. Realmente, sin Él no podemos ser ni hacer nada.

            Pidamos a Jesucristo que renueve en nuestro interior el don de su Espíritu, para que sostenga y acreciente nuestra fe en su presencia en la Eucaristía, nos impulse a recibirle con frecuencia y debidamente preparados en la Comunión y a dar el fruto que exige la recepción de este Sacramento.


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Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del 31 de mayo de 2017 (ZENIT – Ciudad del Vaticano, 31 May. 2017)

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Ante la inminencia de la Solemnidad de Pentecostés no podemos dejar de hablar de la relación existente entre la esperanza cristiana y el Espíritu Santo. El Espíritu es el viento que nos impulsa adelante, que nos mantiene en camino, nos hace sentir peregrinos y forasteros, y no nos permite recostarnos y convertirnos en un pueblo “sedentario”.

La Carta a los Hebreos compara la esperanza con un ancla (Cfr. 6,18-19); y a esta imagen podemos agregar aquella de la vela. Si el ancla da seguridad a la barca y la tiene “anclada” entre el oleaje del mar, la vela en cambio, la hace caminar y avanzar sobre las aguas. La esperanza es de verdad como una vela; esa recoge el viento del Espíritu Santo y la transforma en fuerza motriz que empuja la nave, según sea el caso, al mar o a la orilla.

El apóstol Pablo concluye su Carta a los Romanos con este deseo, escuchen bien, escuchen bien qué bonito deseo: ‘Que el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe, para que la esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santo’ (15,13). Reflexionemos un poco sobre el contenido de estas bellísimas palabras.

La expresión “Dios de la esperanza” no quiere decir solamente que Dios es el objeto de nuestra esperanza, es decir, de Quien tenemos la esperanza de alcanzar un día en la vida eterna; quiere decir también que Dios es Quien ya ahora nos da esperanza, es más, nos hace ‘alegres en la esperanza’ (Rom 12,12): alegres de en la esperanza, y no solo la esperanza de ser felices.

Es la alegría de esperar y no esperar de tener la alegría. Hoy. “Mientras haya vida, hay esperanza”, dice un dicho popular; y es verdad también lo contrario: mientras hay esperanza, hay vida. Los hombres tienen necesidad de la esperanza para vivir y tienen necesidad del Espíritu Santo para esperar.

San Pablo –hemos escuchado– atribuye al Espíritu Santo la capacidad de hacernos incluso ‘sobreabundar en la esperanza’. Abundar en la esperanza significa no desanimarse nunca; significa esperar ‘contra toda esperanza’ (Rom 4,18), es decir, esperar incluso cuando disminuye todo motivo humano para esperar, como fue para Abraham cuando Dios le pidió sacrificar a su único hijo, Isaac, y  aún más como fue para la Virgen María bajo la cruz de Jesús.

El Espíritu Santo hace posible esta esperanza invencible dándonos el testimonio interior de que somos hijos de Dios y sus herederos (Cfr. Rom 8,16). ¿Cómo podría Aquel que nos ha dado a su propio Hijo único no darnos todo con Él? (Cfr. Rom 8,32). ‘La esperanza –hermanos y hermanas– no defrauda: la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado’ (Rom 5,5). Por esto no defrauda, porque está el Espíritu Santo dentro que nos impulsa a ir adelante, siempre adelante. Y por esto la esperanza no defrauda.

Hay más: el Espíritu Santo no nos hace sólo capaces de tener esperanza, sino también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros –como Él y gracias a Él– los ‘paráclitos’, es decir, consoladores y defensores de los hermanos. Sembradores de esperanza.

Un cristiano puede sembrar amargura, puede sembrar perplejidad y esto no es cristiano, y si tú haces esto no eres un buen cristiano. Siembra esperanza: siembra el bálsamo de esperanza, siembre el perfume de esperanza y no el vinagre de la amargura y de la falta de esperanza. El beato Cardenal Newman, en uno de sus discursos decía a los fieles: ‘Instruidos por nuestro mismo sufrimiento, por el mismo dolor, es más, por nuestros mismos pecados, tendremos la mente y el corazón ejercitados a toda obra de amor hacia aquellos que tienen necesidad. Seremos, según nuestra capacidad, consoladores a imagen del Paráclito –es decir, del Espíritu Santo– y en todos los sentidos que esta palabra comporta: abogados, asistentes, dispensadores de consolación. Nuestras palabras y nuestros consejos, nuestro modo de actuar, nuestra voz, nuestra mirada, serán gentiles y tranquilizantes’ (Parochial and plain Sermons, vol. V, Londra 1870, pp. 300s.).

Son sobre todo los pobres, los excluidos, los no amados los que necesitan de alguien que se haga para ellos “paráclito”, es decir, consoladores y defensores, como el Espíritu Santo se hace para cada uno de nosotros, que estamos aquí en la Plaza, consolador y defensor. Nosotros debemos hacer lo mismo por los más necesitados, por los descartados, por aquellos que tienen necesidad, aquellos que sufren más. Defensores y consoladores.

El Espíritu Santo alimenta la esperanza no sólo en el corazón de los hombres, sino también en la entera creación. Dice el Apóstol Pablo –esto parece un poco extraño, pero es verdad. Dice así: que también la creación ‘está proyectada con ardiente espera’ hacia la liberación y ‘gime y sufre’ con dolores de parto (Cfr. Rom 8,20-22). ‘La energía capaz de mover el mundo no es una fuerza anónima y ciega, sino es la acción del Espíritu de Dios que ‘aleteaba sobre las aguas’ (Gen 1,2) al inicio de la creación’ (Benedicto XVI, Homilía, 31 mayo 2009). También esto nos impulsa a respetar la creación: no se puede denigrar un cuadro sin ofender al artista que lo ha creado.

Hermanos y hermanas, la próxima fiesta de Pentecostés –que es el cumpleaños de la Iglesia: Pentecostés– esta próxima fiesta de Pentecostés nos encuentre concordes en la oración, con María, la Madre de Jesús y nuestra. Y el don del espíritu Santo nos haga sobreabundar en la esperanza. Les diré más: nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que están más necesitados, los más descartados y por todos aquellos que tienen necesidad. Gracias».

(Traducción de ZENIT)


Publicado por verdenaranja @ 12:59  | Habla el Papa
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Comentario a la liturgia dominical - Solemnidad de Pentecostés - por el  P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 30 mayo 2017   (zenit)

 Solemnidad de Pentecostés Ciclo A

Textos: Hechos 2, 1-11; 1Co 12, 3-7.12-13; Jn 20, 19-23

Idea principal: la acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia, a través de un viento estruendoso, un fuego y unas lenguas (primera lectura).

Resumen del mensaje: en el sexto domingo de Pascua vimos la acción invisible del Espíritu Santo en el alma de cada uno de nosotros: es nuestro Consolador o Paráclito. Hoy, Pentecostés, la liturgia resalta la acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia. El Espíritu Santo convierte a la Iglesia en misionera y católica, cuyos efectos son: viento que lleva el polen divino, fuego que quema con la caridad cuanto toca y lengua para llevar el mensaje de Cristo.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, el Espíritu Santo hoy se manifiesta como viento, como soplo vivificador. El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia, que infunde santidad y estabilidad, a pesar de todos los pecados y miserias de sus integrantes. Es soplo que barre toda escoria para dejar en cada corazón el aroma del cielo. Si la Iglesia fuese solamente una institución humana, hace tiempo que se hubiera corrompido y desaparecido totalmente; como sucedió a tantas empresas e imperios humanos. La Iglesia, a pesar de retrocesos, contramarchas y crisis terribles, permanece siempre con el aroma de lo esencial, pues el Espíritu es soplo que limpia y purifica. Y ese aroma es transmitido como polen divino que fecundará todas las culturas con el amor de Cristo.

En segundo lugar, el Espíritu Santo también se manifiesta como fuego. Ese viento se convierte también en fuego que nos arde por dentro y nos lleva a salir fuera a todas las periferias existenciales, como diría el Papa Francisco, para incendiar este mundo con la palabra del Evangelio. En Pentecostés nace la Iglesia misionera y ardorosa, lanzada a llevar el calor divino a todos los lugares del mundo. Siempre tendremos la tentación de volver al Cenáculo y a cerrar la puerta, especialmente cuando fuera soplan vientos de contradicción. Solamente el Espíritu nos dará fuerza para vencer esos miedos y parálisis, como hizo con los primeros apóstoles, que de apocados y miedosos, los convirtió en intrépidos y audaces mensajeros de la Buena Nueva, que llevaron con ardor misionero el mensaje de salvación de Jesús.

Finalmente, el Espíritu Santo se manifiesta como lengua. Lengua, no lenguas, como pasó en la Babel soberbia del Génesis donde nadie se entendía. La lengua del Espíritu Santo es una: la caridad, que nos une a todos en un mismo corazón y una misma alma. Y con esa lengua, la caridad, formamos un solo cuerpo en Cristo por el Espíritu (segunda lectura); y con esa lengua podemos hacernos entender por todas partes, como sucedió a los apóstoles, y llevar a todo el mundo el mensaje del amor y perdón traído por Cristo a este mundo (primera lectura y evangelio). Lo que destruye esta lengua del Espíritu son los mil dialectos ideológicos que a veces queremos hablar en las relaciones con los demás para defender nuestro egoísmo, nuestros intereses y nuestras ambiciones. En el Cenáculo, donde el Espíritu Santo es infundido, las diferencias y las divisiones son superadas. La verdadera unidad sólo proviene de Dios Espíritu que es principio de cohesión (segunda lectura).

Para reflexionar: ¿Dejaré la puerta y las ventanas abiertas de mi ser para que entre el viento y el fuego del Espíritu Santo en este Pentecostés para después contagiarlo a mi alrededor con mi lengua y conducta? ¿Experimento en mí otros vientos y fuegos que quieren destruirme y devorar mi vida de gracia y mi amor a Cristo? ¿Hablo la lengua del Espíritu Santo que es la caridad o tengo otros dialectos ideológicos?

Para rezar: oración al Espíritu Santo

No te conozco, pero sé que nos sostienes
No te veo, pero te siento
Cuando estoy débil, me levantas
Cuando me alejo de Dios, me acercas hasta El
Cuando olvido a Jesús, Tú me lo recuerdas

¡ESPIRITU SANTO, VEN!

Si no doy testimonio de mi fe, Tú me animas
Si me duermo en la comodidad, Tú me despiertas
Si me conformo con los mínimos, Tú me perfeccionas
Si estoy confundido, Tú me aclaras
Si tengo miedo, Tú me das valentía

¡ESPÍRITU SANTO, VEN!

Si caigo, Tú me sostienes
Si me equivoco, Tú me corriges
Si me enojo, Tú me das la paz
Si caigo en la tristeza, Tú me regalas la alegría

¡ESPIRITU SANTO, VEN!

 Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]

 


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El  Card. Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en su discurso pronunciado ayer por la tarde ante la Asamblea general de las Obras Misionales Pontificias (OMP), que se está celebrando en Roma Assemblea Generale POM. Roma 29 maggio 2017 (fides) 

Cardinal FERNANDO FILONI,  Prefetto della Congregazione per la Evangelizzazione dei Popoli, Presidente del Consiglio Supremo delle POM  

Un caro saluto a voi direttori nazionali delle Pontificie Opere Missionarie. Come ogni anno ci ritroviamo per vivere un importante momento di comunione fraterna e di riflessione sul nostro servizio missionario in favore di tutta la Chiesa. Ringrazio tutti voi cari direttori nazionali per tutto ciò che fate a questo riguardo, per il vostro instancabile lavoro di animazione missionaria. Un saluto al presidente mons. Protase Rugambwa, ai segretari generali e all'Incaricato per l'amministrazione. 

Riconoscere che la missione stia al cuore della fede cristiana implica che la dinamica dell'Amore trinitario stabilisce e da forma ad ogni relazione con Dio e con il mondo. La Pasqua di Risurrezione del Figlio di Dio costituisce l'irreversibilità trasformativa del mondo affinché quest’ultimo diventi sempre più conforme al volere di Dio, che è il bene di ogni uomo. Proprio perché pasquale la fede cristiana mette in movimento di conversione tutti coloro che l'abbracciano, mette in stato di permanente annuncio tutti coloro che ne vengono coinvolti. Credere in Cristo morto e Risorto, cioè che è vivo, credere nella nostra risurrezione dai morti fa di ogni discepolo un vero missionario: siamo spinti ed inviati dallo Spirito di Pentecoste a uscire, andare ed annunciare che il Regno di Dio già è all'opera nella nostra storia. Nella logica dell’Amore trinitario della Pasqua siamo condotti a riconoscere che la missione sta al cuore della fede proprio perché Dio Padre possa efficacemente fare di Cristo, suo Figlio, il cuore del mondo, ossia il centro del cuore rinnovato di ognuno di noi (Ef. 1, 3ss). 

Come ci ricorda Papa Francesco nella sua prima enciclica, la fede "non è un rifugio per gente senza coraggio, ma la dilatazione della vita. Essa fa scoprire una grande chiamata, la vocazione all'amore, e assicura che questo amore è affidabile, che vale la pena di consegnarsi ad esso, perché il suo fondamento si trova nella fedeltà di Dio, più forte di ogni fragilità[1]" (Lumen Fidei 53). Noi, come Chiesa siamo il frutto e gli attivi collaboratori di questo movimento che l'amore di Dio costantemente inizia e accompagna a partire dal cuore di ogni uomo. Il mondo in Dio, negli spazi del suo Infinito Amore, si ritrova come Chiesa. La fede rende, nello Spirito Santo, il nostro cuore trasparente e obbediente al Padre coinvolgendoci così nella missione universale della sua Chiesa. A Pentecoste, che tra qualche giorno nella liturgia celebreremo, la Chiesa riconosce che nel suo cuore materno incontriamo l’inizio terreno della redenzione, oggetto e promotore della missione. La sua obbedienza a Dio, come Vergine e Madre, la rende capace di generare suo Figlio al mondo. La sua fede cristallina e pura fa del suo cuore il luogo dove la missione per la salvezza del mondo è iniziata ed è maternalmente accompagnata e sostenuta. La missione della Chiesa è dunque cosa di cuore: sta al cuore della fede che professiamo, richiede la conversione del nostro cuore. Come i discepoli di Emmaus, la missione pasquale ci trasforma in discepoli missionari. La Scrittura e l’Eucaristia convertono i nostri cuori (Lc 24, 25.32) affinché Cristo possa diventare il cuore del mondo, il centro del cosmo e della storia[2].

 Tutta la nostra azione ritrova nella fede motivazione, forma e finalità. Nessuno invia in missione se non Dio solo, coinvolgendoci nella Pasqua del suo Figlio. Nessuno riceve la missione se non chi, nella fede, si scopre lui stesso inviato, coinvolto nell’amore misericordioso che salva e trasforma. Il superamento della distinzione geografica di Chiese che inviano e di Chiese che ricevono, richiede conseguentemente il superamento della inadeguata distinzione tra azione pastorale e missione. Nessuna comunità cristiana è costituita definitivamente. Nessuna Chiesa locale è mai perfettamente stabilita. Il Vangelo non è mai completamente annunciato. I nostri cuori non saranno mai pienamente convertiti e salvati, se non nella pienezza della risurrezione. La missione è dunque il cuore della fede perché il movimento dell'Amore redentore di Dio non ha mai fine. Ogni Chiesa ha sempre bisogno di rinnovamento, di ringiovanire nel suo cuore, perché ogni suo figlio sarà sempre bisognoso di conversione, ogni sua figlia bisognosa di redenzione. Non solo il nostro peccato richiede l'annuncio continuo della Pasqua riconciliatrice di Gesù. In tempi opportuni e non opportuni l'annuncio della sovrabbondante Misericordia di Dio richiede il nostro impegno missionario, costante, fedele e instancabile (cfr. 2Tim 4,2). Un cuore appassionato, ardente e amoroso non si stanca mai di amare, annunciare, proclamare e servire. Quando la stanchezza e la fatica si faranno sentire, allora sarà giunta l’ora di ritornare alla Casa del Padre, luogo di ristoro, di riposo e di gioia senza fine. Così stanchezza e fatica saranno segni di matura predisposizione ad essere raccolti, accolti e chiamati per rimanere sempre con Lui (Mt. 11, 28ss; 25,21.23).

 

Da alcuni anni Papa Francesco stimola le Pontificie Opere Missionarie e ci richiama a ravvivare l'ardore e la passione dei santi e dei martiri, senza di cui ci ridurremmo ad essere una ONG di raccolta e di distribuzione di aiuti materiali e di sussidi[3]. Il suo ripetuto monito e la chiara inesorabile tendenza nella diminuzione degli aiuti raccolti, ci devono interpellare e mettere nuovamente in movimento, pena l'inesorabile e lento svuotamento.

 

Propongo dunque alla nostra riflessione alcune considerazioni in merito.

 

  1. La necessità della permanente conversione personale nella contemplazione orante del Signore Gesù. La testimonianza personale rimane fondamentale per la missione. Se la fede consiste nell'incontro personale con Cristo (DCE 1), l'incontro vivo con testimoni di Cristo è cruciale per la missione, intesa come significativa trasformazione di sé e del mondo secondo il disegno di Dio, per la gloria di Dio e la nostra eterna comunione con lui. L'attività di animazione missionaria deve facilitare la conoscenza, l'incontro e il coinvolgimento vocazionale con questi testimoni della missione.

 

  1. Al fine di poter ravvivare presso il Popolo di Dio la consapevolezza battesimale della partecipazione di tutti i fedeli alla missione della Chiesa, il Santo Padre Papa Francesco ha accolto la nostra richiesta di indire, per tutta la Chiesa, un Mese Straordinario dedicato alla preghiera, alla carità, alla catechesi e alla riflessione teologica sulla Missione. Il mese di Ottobre dell’anno 2019, tradizionalmente dedicato alla Missio ad Gentes, sarà proposto a tutte le Chiese come momento per celebrare il centenario della Lettera Apostolica Maximum Illud (MI), promulgata da Papa Benedetto XV il 30 novembre 1919. La celebrazione non si ridurrà alla sola commemorazione di questo testo del Magistero papale, tanto cruciale per la missionarietà di tutta la Chiesa, ma soprattutto sarà l’occasione per ravvivare in tutti una vera conversione missionaria e un autentico discernimento pastorale affinché tutti, fedeli e pastori, vivano in stato permanente di missione (Evangelii Gaudium 25). Il risvegliare la coscienza missionaria, il rinnovare la consapevolezza della Missio ad Gentes e il riprendere con ardore la propria responsabilità verso l’annuncio del Vangelo, accomuna la sollecitudine pastorale di Papa Benedetto XV nella Maximum Illud e la missionarietà dell’Esortazione Apostolica Evangelii Gaudium. Scrive Papa Giacomo Della Chiesa: “E appunto per assecondare questo movimento e dargli vigoroso impulso in tutto il mondo, come dobbiamo e ardentemente auspichiamo, Noi, dopo avere implorato insistentemente lume ed aiuto dal Signore, inviamo a voi, Venerabili Fratelli, questa lettera, che infervori voi, il vostro clero e i popoli a voi affidati, e vi indichi in qual modo possiate giovare a questa santissima causa” (MI), la causa dell’annuncio missionario. Invito già da ora tutti voi direttori nazionali, segretari generali e presidente delle POM a lavorare per la preparazione e l’adeguata attuazione di questo importante appuntamento missionario per il mese di Ottobre 2019.

 

  1. Le nuove circostanze ecclesiali e culturali ci richiedono di ripensare le modalità di azione e di lavoro delle Quattro Pontificie Opere affinché le Chiese siano poste in costante movimento di missione. Bisognerebbe trovare delle modalità affinché i progetti e le richieste di aiuto economico possano essere valutati anche nella loro capacità di mettere le Chiese richiedenti e le Chiese donanti in stato permanente di missione. Valutare non solo quantitativamente, ma anche qualitativamente la viabilità dei sussidi richiesti. Non dare mai per scontato che la povertà del richiedente ne stabilisca l'inderogabile obbligo della concessione dell'aiuto. Non c’è nessuno così povero che non possa dare dalla sua stessa povertà.

 

  1. Aiutiamo le Chiese nei nostri territori missionari economicamente più autosufficienti a offrire parte dei loro sussidi per sostenere Chiese locali più necessitate. Più che rinunciare a ciò che si pensa di aver diritto di ricevere, si tratterebbe di una migliore condivisione attenta ai bisogni di ciascuno. La vera finalità deve essere sempre l’annuncio del Vangelo. Rileviamo con soddisfazione che alcune chiese hanno messo a disposizione parte dei loro sussidi ordinari e straordinari affinché chiese sorelle più bisognose possano usufruirne. Le risposte positive date alla mia lettera che invitava a rivedere con più oculatezza le domande di sussidio, manifestano una buona disposizione per il cammino di revisione delle modalità di richiesta e distribuzione degli aiuti universali.

 

  1. Educhiamoci a una maggiore trasparenza e a una onesta e fraterna collaborazione nelle relazioni tra direzioni nazionali, segretariati internazionali, amministrazione POM e Domus Missionalis. Non agiamo separatamente, ciascuno a nome proprio quasi come se potessimo destinare aiuti e fondi secondo i nostri criteri nazionali o internazionali. A volte le stesse Conferenze Episcopali pensano a gestioni indipendenti, in base al principio di collaborazione tra chiese locali, e dimenticano il principio della sollecitudine del Papa verso tutta la Chiesa, che è la vera motivazione delle Pontificie Opere Missionarie. Dobbiamo crescere nello spirito ecclesiale inclusivo dell'unica missione. Le POM nelle loro direzioni nazionali, nei loro segretariati internazionali, nelle loro fondazioni, servono tutte ed insieme l'unica sollecitudine Missionaria del Papa che, come Pastore universale si interessa e si preoccupa delle Chiese grazie agli aiuti provenienti dai cristiani sparsi in tutto il mondo. Tutti donano affinché tutti possano universalmente ricevere. Chiese sorelle legate dalla cooperazione missionaria o la presenza di preti diocesani o religiose e missionari conosciuti e amici non possono esaurire l’orizzonte della collaborazione materiale e spirituale del nostro operare e pregare come POM.

 

  1. Si continua a lavorare per la costituzione di un unico polo tecnologico digitale di informazione delle POM. FIDES, OMNIS TERRA e il PORTALE POM devono diventare sempre più integrati in un unico servizio diversificato di informazione digitale delle POM. FIDES è l'agenzia di informazione e di notizie delle POM che dovrebbe dare sempre più voce e partecipazione visibile alla fede e alla vita delle Chiese locali. OMNIS TERRA diventa la rivista online di cultura e missione delle quattro POM, per offrire insieme testimonianze, storie e narrazioni di vita missionaria, oltre a commenti, analisi e riflessioni su fatti, notizie e avvenimenti riguardanti popoli e terre dove le Chiese locali vivono in stato permanente di missione. Il PORTALE POM rappresenta il luogo digitale dove le direzioni nazionali e i segretariati internazionali POM comunicano, mettendo in circolazione materiale di animazione e di formazione missionaria di comune interesse. Questo processo di integrazione digitale a servizio dell'informazione ecclesiale missionaria delle POM richiede una attenta ridefinizione quantitativa e qualitativa anche del personale lavorativo oggi operante a FIDES.

 

  1. Il processo di riforma del segretariato internazionale della PUM assieme al CIAM continui nella linea del servizio della formazione permanente alla missione della Chiese locali chiamate ad aprire i propri bisogni formativi sempre più all'universalità cattolica. Specialmente le Chiese che vivono la propria missione in territori di competenza della CEP vengano sostenute nei loro bisogni locali di formazione permanente. Laici, clero, congregazioni religiose e missionari in collaborazione con il segretariato internazionale della PUM cerchino di far fronte alle sfide e alle esigenze di cristiani in costante conversione e permanente formazione. La loro testimonianza ecclesiale esige preghiera, esperienza, fraterna comunione, adeguata preparazione teologica e culturale sempre aggiornata ai bisogni dell'evangelizzazione. Riformandosi nell'ascolto e nella collaborazione con le Chiese locali, la PUM, cuore pensante delle POM, potrà offrire uno stimolo di rinnovamento a tutte le altre POM. Anche i fondi economici, che la POPF deve mettere a disposizione per questo sforzo formativo attraverso la PUM, servono alle stesse Chiese locali che, in modo ordinario e straordinario, la POPF assiste con i suoi importanti sussidi.

 

  1. La POSI potrebbe riscoprire, collaborando con la PUM, un servizio formativo a favore e in unione con le Chiese locali, su temi legati all'infanzia, quali ad esempio, la famiglia, la maternità e la paternità, la vita umana, l'educazione e la scuola, i giovani. Il Santo Padre Francesco è molto sensibile e continuamente richiama alla protezione dell’infanzia; a tale sensibilità dobbiamo aderire e uniformarci, e bisogna essere molto attivi, particolarmente attraverso l’educazione di genitori, formatori, parroci, ecc. L'occasione poi del prossimo Sinodo - "I giovani, la fede, il discernimento vocazionale"-, oltre all'Esortazione Apostolica post-sinodale Amoris Laetitia, ci si presentano provvidenziali per il lavoro formativo permanente della POSI assieme alla PUM.

 

  1. Assieme ai vescovi e ai formatori, alla POSPA spetta di sostenere le nostre Chiese locali nel processo di implementazione della Nuova Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis per la formazione seminaristica dei candidati al sacerdozio ministeriale. Inoltre, molte congregazioni religiose di diritto diocesano, sorte nei nostri territori di competenza, sono cresciute e hanno urgente bisogno di sostegno per dare una formazione, anche di buon livello accademico, ai loro consacrati e alle loro consacrate chiamate al servizio dell’autorità. Mentre alla PUM spetterebbe preoccuparsi della formazione permanente dei religiosi già professi, alla POSPA compete assistere, in accordo con i responsabili delle Chiese locali, alla loro formazione iniziale.

 

Termino augurando a tutti un proficuo lavoro e una intensa esperienza di comunione al servizio della missione affidataci come Pontificie Opere Missionarie. Prego per voi. Pregate per me. Insieme chiediamo al Signore di accompagnarci con la sua grazia assistiti dalla materna intercessione della Vergine Maria, Regina delle Missioni perché a Pentecoste fu Madre della Chiesa. Grazie ancora per il vostro prezioso lavoro.



 

[2] S. Giovanni Paolo II, Redemptor Hominis, n. 1, Vaticano 4 marzo 1979.

 

[3] Papa Francesco, Discorso ai Partecipanti dell’Assemblea Generale delle Pontificie Opere Missionarie 2016, Vaticano, 4 giugno 2016.


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Encuentro de Su Eminencia el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, con los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los consagrados de la diócesis de Bata (Bata, jueves 25 mayo 2017) 

 

Mi visita a vuestro país, con ocasión de la ordenación episcopal de tres nuevos obispos, la pongo bajo el signo de la solidaridad y en apoyo por parte de la Sede Apostólica hacia la Iglesia-Familia de Dios que está en Guinea Ecuatorial. Por eso, querría, antes que nada, transmitiros a todos el cordial saludo y la bendición apostólica del Santo Padre, el Papa Francisco. El Papa reza por vosotros y tiene muy en su corazón la situación pastoral de esta Iglesia local, así como de todos los que la componen: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos.

A estos paternales sentimientos del Sumo Pontífice, me permito unir también la profunda comunión de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y su benévola disponibilidad para sostener los esfuerzos de vuestra Iglesia en su obra de evangelización en esta amada tierra de Guinea Ecuatorial. La presencia entre nosotros del Nuncio Apostólico indica el gran afecto y la estima con que él ha trabajado por la Iglesia en Guinea Ecuatorial y su crecimiento.

Es, por tanto, para mí, un gran placer encontrarme con vosotros para dirigiros también una palabra de ánimo y aprecio, y también para escuchar vuestras preocupaciones como estrechos colaboradores del obispo. Saludo con afecto a Su Excelencia Monseñor Juan Matogo, vuestro Pastor, y a todos vosotros, hermanos y hermanas. Os manifiesto mi gratitud y aprecio por vuestra activa presencia y vuestro generoso compromiso en la pastoral diocesana y, en particular, en la catequesis, en el ámbito de la educación y de la salud. Vuestras diversas y multiformes actividades pastorales constituyen una ayuda preciosa y necesaria para la actividad misionera de la Iglesia y manifiesta su naturaleza misionera.

La Iglesia ha nacido para evangelizar. Esta es su misión natural que, en nuestro tiempo, es considerada en todo el mundo como un importante reto. La solemnidad de la Ascensión del Señor, que hoy celebramos, pone a la luz la exigencia fundamental del testimonio que la Iglesia está llamada a dar al mundo. Y, si bien el testimonio de la Iglesia se pide a todos sus miembros, recae de forma particular sobre los sacerdotes y las personas consagradas, en virtud de su especial unión con Cristo.

El valor y el significado del testimonio en nuestro tiempo ya fueron expuestos claramente por el Beato Papa Pablo VI [sexto], que afirmó: “El hombre contemporáneo escucha con más gusto a los testigos que a los maestros o, si escucha a los maestros, es porque dan testimonio”. La I [primera] Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos sobre África destacó este desafío al elegir el tema: «La Iglesia en África y su misión evangelizadora hacia el año 2000 [dos mil]: “Seréis mis testigos” (Hch. 1, 8)». Y al mismo compromiso de testimonio volvió a apelar el Papa Benedicto XVI [dieciséis] en la II [segunda] Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos sobre África, para que la Iglesia en África fuera verdaderamente “sal de la tierra” y “luz del mundo” (cfr. Mt. 5, 13-14), especialmente en el servicio por la reconciliación, la justicia y la paz.

Queridísimos hermanos en el sacerdocio y hermanas en Cristo, para responder a nuestras responsabilidades pastorales, el Santo Juan Pablo II [segundo] invitó a la Iglesia, al inicio del nuevo milenio, mientras se cerraba el Gran Jubileo del 2000 [dos mil], a volver a partir desde Cristo. En esta estela os propongo yo también mi invitación y os exhorto a vivir generosamente vuestro seguimiento de Cristo. Vuestra santidad personal debe resplandecer en beneficio de aquellos que han sido confiados a vuestro cuidado pastoral y a los que vosotros debéis servir. Vuestra vida de oración irradiará desde dentro vuestro apostolado. El sacerdote y el consagrado deben ser personas enamoradas de Cristo. La autoridad moral y la autoridad que sostiene el ejercicio de vuestro ministerio y de vuestro apostolado, podrán venir solamente de vuestra santidad de vida (cfr. Africae munus, 100).

Para ser, hoy y en este país, auténticos testigos de la presencia vivificante de su amor, es imprescindible que los sacerdotes y las personas consagradas vuelvan a la fuente, es decir, a Cristo, para emprender el camino: “Duc in altum”, o sea, “rema mar adentro”. Como bien sabéis, la vida sacerdotal y consagrada son, esencialmente, un don de Dios a la Iglesia. A través de este don, Dios quiere que los ministros sagrados y las personas consagradas, mediante la observancia de los consejos evangélicos, hagan visible en medio del mundo los rasgos característicos de Jesús misionero –pobre, casto y obediente-, que desde el inicio de su ministerio público decía: “El Espíritu del Señor está sobre mí; para esto me ha consagrado con la unción y me ha mandado a llevar a los pobres la buena noticia, a proclamar a los prisioneros la libertad y a los ciegos la vista; a liberar a los oprimidos” (Lc. 4, 18).

En consecuencia, es inderogable que cada uno se pregunte: ¿Qué clase Iglesia quiero yo para Guinea Ecuatorial y para Bata? ¿Qué clase de sacerdocio, qué vida religiosa o consagrada vivo yo? ¿Obro en vi vida de tal modo que la Iglesia de Bata sea un testimonio de Cristo?

Al igual que Jesús, vosotros, sacerdotes, y vosotras, personas consagradas, estáis llamados a llevar la alegría del Evangelio a los pobres. El Papa Francisco insiste en que la Iglesia debe ir a las periferias reales y existenciales, dando testimonio de Cristo, que, de rico que era, se hizo pobre por nosotros, para que nosotros fuéramos ricos a través de su pobreza (cfr. 2 Cor. 8,9). En efecto, la pobreza evangélica nos hace superar todo egoísmo y nos enseña a confiar en la Providencia de Dios. La verdadera pobreza nos enseña a ser solidarios con nuestro pueblo, a saber compartir con caridad. Esta se manifiesta también en una sobriedad de vida y nos pone en guardia contra los ídolos materiales, que ofuscan el sentido auténtico de la vida.

Por eso, es motivo de preocupación el éxodo hacia los países europeos de sacerdotes que, después de los estudios no vuelven para servir a sus diócesis. Igualmente preocupante es el rechazo de los sacerdotes y religiosos a llegar a algunos lugares a los que son enviados, porque se trata de zonas lejanas o más pobres. Es preocupante que se busque la parroquia en la ciudad, pero no en las estaciones misioneras de los pueblos lejanos. Recordad las palabras del Señor: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt. 6, 33). La búsqueda del bienestar y el apego a las cosas materiales son un peligro contra el cual debemos resguardarnos. Es un anti-testimonio que los sacerdotes y las personas consagradas se den al business, a los negocios, a la búsqueda de ciertos intereses solamente materialistas. En base a todo esto, querría confirmar en vuestro corazón la fidelidad a vuestra misión sacerdotal y religiosa, que es fidelidad de amor al anuncio del Evangelio, al servicio de los sacramentos, al carisma de la Congregación, al apoyo de las comunidades cristianas con una adhesión desinteresada a la Iglesia. El grito de san Pablo: “¡Ay de mí si no predico el Evangelio!” (1 Cor. 9,16), puede movilizar siempre más energías físicas, intelectuales y espirituales de un sacerdote y de una persona consagrada.

Al igual que Jesús, vosotros, sacerdotes, y vosotras, personas consagradas, estáis llamados a llevar el buen anuncio del Evangelio a los pobres con un corazón libre. En tal perspectiva, la castidad es un carisma, un don precioso. Esta amplía la libertad y lleva a Dios a los demás, con la ternura, la misericordia, la cercanía de Cristo. La castidad por el Reino de los Cielos muestra cómo la afectividad tiene su puesto en una libertad madura y se convierte en un signo del mundo futuro, para hacer que resplandezca siempre el primado de Dios.

Por consiguiente, la castidad debe ser “fecunda”, es decir, una castidad que se traduce en comunión, en unidad y colaboración en el seno del presbyterium y de las comunidades, siendo antídoto contra los gérmenes de división y ayudando a ponerse a la escucha del Espíritu Santo. Cuando digo “gérmenes de división”, pienso en el espíritu de envidia y de confrontación que, a veces, se manifiesta bajo la forma de calumnia, con acusaciones recíprocas y falsas. Todo esto es grave, especialmente, en el clero, que está llamado a la unidad con el obispo y consigo mismo.

Al igual que Jesús, los sacerdotes y las personas consagradas tienen el deber de llevar la alegría del Evangelio a cuantos desean escuchar y cumplir la voluntad de Dios, en la obediencia a Dios. Pero la obediencia a Dios pasa también a través de las mediaciones humanas. La voluntad de Dios se autentifica en la Iglesia por la moción interior del Espíritu Santo. Por favor, obedeced a vuestro obispo como a vuestro padre. Que sea una colaboración generosa, positiva y obediente. La obediencia es una vida en la lógica del Evangelio. Quiero subrayar que el ejercicio de la autoridad es el servicio: no nos debemos olvidar jamás, como obispos, párrocos o superiores de comunidades, que el verdadero poder, a cualquier nivel, es el servicio, cuyo faro es la Cruz. No seáis autoritarios, sino padres con autoridad: “Vosotros sabéis que los gobernantes de las naciones las dominan… Que entre vosotros no sea así…, sino que quien quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor, y quien quiera ser el primero entre vosotros sea vuestro servidor” (Mt. 20, 25-27). Prestad atención, por tanto, a ese mal escondido, o sea, el querer subir y hacer carrera, que tantas veces ha denunciado también el Papa Francisco.

Queridísimos hermanos y hermanas, haced que todo vuestro ser proclame el gozoso anuncio del Evangelio en la pobreza, la castidad y la obediencia. Los males actuales que afligen a nuestra sociedad y empañan el rostro de la Iglesia no los podemos desafiar si no es con el redescubrimiento y la vivencia de los valores evangélicos. Y vosotros estáis llamados a ser modelos de ello. Por tanto, os exhorto a renovar el don de Dios en vosotros (cfr. 2 Tim. 1, 6), en bien de la eficacia del testimonio de la vida sacerdotal, religiosa y consagrada en este país vuestro. Y esto solo podrá suceder si cada día descubrís con alegría que sois discípulos de Jesús. De ahí se deriva también la exigencia de cuidar siempre vuestra propia vida espiritual, viviendo profundamente la amistad con Cristo, que os llama a seguirlo todos los días por los caminos del mundo y que os acompaña por las calles de la misión como a los discípulos de Emaús.

Que la Bienaventurada Virgen María Auxiliadora, Estrella de la Evangelización y Reina de las Misiones, interceda por todos vosotros. 


Publicado por verdenaranja @ 12:28  | Hablan los obispos
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Homilía de Su Eminencia el Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, en la Solemnidad de la Ascensión del Señor  (Bata, jueves 25 mayo 2017)

 

“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”
(Mt. 28, 19-20). 

 

Hermanos y hermanas, hoy en esta iglesia de Bata resuenan nuevamente las palabras de Jesús que acabamos de oír, dirigidas a sus discípulos el día de la Resurrección. Jesús Resucitado manda a sus discípulos a la misión. Los manda hacia todos los pueblos a evangelizar y bautizar.

Estamos aquí reunidos con la convicción de que el Resucitado está en medio de nosotros, como él mismo nos ha prometido: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). Esta presencia suya es motivo de confianza y consolación. Con gran gusto vengo a veros y os traigo el cordial saludo y la bendición apostólica del Santo Padre, el Papa Francisco, que tiene en su corazón la situación pastoral de esta Iglesia local y de su misión evangelizadora. Al mismo tiempo, también yo os saludo con afecto. Quiero manifestar mi aprecio a vuestro amado pastor, Su Excelencia Monseñor Juan Matogo Oyana, renovando mi felicitación por sus 40 años de sacerdocio y sus 25 años de episcopado, cumplidos en diciembre y enero, respectivamente. A los sacerdotes, religiosos y religiosas dirijo mis palabras de ánimo, sabiendo que ejercéis vuestra misión con celo, a pesar de todas las dificultades.

A los hermanos obispos va mi cordial saludo y les doy las gracias por el bien que hacen. La presencia entre nosotros del Nuncio Apostólico indica el gran afecto y la estima con que él ha trabajado por la Iglesia en Guinea Ecuatorial y su crecimiento. Queridos hermanos y hermanas, laicos y laicas, os deseo a todos “la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor” (1 Co. 1,3).

La liturgia de la Palabra de este día nos revela que la Iglesia ha nacido para evangelizar, modo en que expresa su naturaleza propia. Y esta misión está abierta a todos los bautizados, sin excluir a ninguno. Siglos atrás, en 1645, la palabra de Cristo Resucitado: “Id y evangelizad”, movió a los Capuchinos, que fueron los primeros en llegar a esta tierra, la actual Guinea Ecuatorial, a venir aquí; ellos, como los demás misioneros que les han sucedido –sacerdotes de Toledo, Jesuitas y, sobre todo, Claretianos-, han demostrado su fidelidad al mandato del Maestro de enseñar a toda la gente (cf. Mt 28,19), y se han esforzado por indicar a los hermanos de esta tierra la salvación de Jesús. A todos ellos rindo aquí un tributo de gratitud y de estima por este gran trabajo de evangelización que han desarrollado, poniendo los fundamentos de la Iglesia en medio de vosotros.

Este mismo mandato misionero lo recomendó también el Señor en el día de su Ascensión al Cielo a aquellos que estaban con él, que andaban preocupados por saber cuál era su misión y por cuánto tiempo. Y Jesús les respondió: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch. 1, 8). Hay, por tanto, una conexión igualmente imprescindible entre misión y testimonio. La misión se hace a través del testimonio. “El hombre contemporáneo escucha con más gusto a los testigos que a los maestros –decía el beato Papa Pablo VI [sexto]- o, si escucha a los maestros, es porque dan testimonio”.

Esta responsabilidad de la Iglesia os concierne a todos vosotros, y no solo a vuestros pastores, sacerdotes, religiosos y religiosas, como piensan muchos. Cada uno, en base a su propia identidad, cristiana o religiosa, está llamado a dar testimonio de Cristo Resucitado. Todos estamos llamados a ser luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt. 5, 13-14) y a iluminar las tinieblas de nuestro mundo: pensemos, por ejemplo, en la inmoralidad actual, el uso de la droga, el robo como sistema de vida, la brujería, la violencia en la familia y en la sociedad, los sembradores de cizaña y de confusión en la fe.

Queridos fieles, la Iglesia realiza su misión, particularmente, a través de vosotros, sus miembros laicos, que la hacen presente y activa en la vida del mundo. Ese es también el sentido de la pregunta que hicieron a los apóstoles, que miraban al cielo después de la Ascensión de Jesús: “¿Por qué estáis ahí parados mirando al cielo?” (Hch. 1, 11).

Jesús volverá, y entonces recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que os hará capaces de dar testimonio de Cristo en todo el mundo. Fijemos, pues, la mirada en Cristo, que nos ha sido anunciado en la fe de la Iglesia para que encontremos en él encontraréis el sentido de nuestra vida cristiana. La fe no es una fuga de la tierra o del mundo, sino que nos indica la vía del bien por los caminos de nuestra vida. En efecto, es en nuestro camino cotidiano donde las personas que encontramos a diario hallan su camino hacia Jesús. Es en la historia de cada persona donde se puede reconocer la presencia de Dios. Es en las personas, sean quienes sean, donde se puede servir y amar a Dios.

Vosotros, laicos, tenéis un gran papel que desarrollar en la sociedad. Os invito de todo corazón a asumir vuestras responsabilidades en el campo político, económico y social. Sois, ciertamente, los “embajadores de Cristo” (2 Cor. 5, 20) en el espacio público, en el corazón del mundo (cfr. Africae Munus, n. 100). Haced que las realidades de vuestro país y de vuestra cultura se impregnen del sabor del Evangelio. Guardaos también de la confusión de las sectas.

Los que estaban con el Resucitado, estaban preocupados por saber si ya había llegado el tiempo en el que iba a reconstruir un reino material: “Señor, ¿es ahora cuando vas a reconstruir el reino de Israel?” (Hch. 1, 6). Pero el Señor Jesús respondió a esa preocupación haciendo notar a los suyos que ellos eran los artífices de un nuevo reino. Queridos hermanos y hermanas, Jesús no reconstruirá el reino de Dios en este mundo sin nuestra contribución, la de los cristianos. La venida del reino de Dios, que es un reino de amor, de verdad, de justicia y de paz, constituye un reto para todos aquellos que reconocen pertenecer a Cristo, para los cuales su causa es la más importante. Tenemos que ser testigos de Jesús, que vive en la Iglesia y en los corazones de los hombres para la salvación del mundo.

¡Queridos hermanos y hermanas! Vuestra Iglesia es como planta que crece y está destinada a llegar a ser un árbol. Como miembros suyos, estáis invitados a contribuir a su crecimiento. Os ruego que deis un valiente testimonio del Evangelio, llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren, a los abandonados, a los desesperados, a aquellos que tienen sed de amor, de libertad, de verdad y de paz. Recordad que la perseverancia en las enseñanzas de los apóstoles y la comunión fraterna son las que han hecho crecer a la comunidad de los discípulos de Cristo desde el principio.

No tengáis miedo de la exigencia de la misión, rechazad cualquier temor o incertidumbre, porque el mismo Señor Jesús nos ha hecho una solemne promesa: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). Que María Santísima, Nuestra Madre, nos ayude siempre en este propósito e interceda siempre por nosotros.


Publicado por verdenaranja @ 12:25  | Hablan los obispos
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Reflexión de José Antonio pagola al evangelio de día de Pentecostés A 

VIVIR A DIOS DESDE DENTRO

 

Hace algunos años, el gran teólogo alemán Karl Rahner se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos era su «mediocridad espiritual». Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es «seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual».

El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.

La sociedad moderna ha apostado por lo «exterior». Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando qué es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta hoy una dimensión esencial: la interioridad.

Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios mientras nuestro corazón está ausente.

En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?

Acoger a Dios en nuestro interior quiere decir al menos dos cosas. La primera: no colocar a Dios siempre lejos y fuera de nosotros, es decir, aprender a escucharlo en el silencio del corazón. La segunda: bajar a Dios de la cabeza a lo profundo de nuestro ser, es decir, dejar de pensar en Dios solo con la mente y aprender a percibirlo en lo más íntimo de nosotros.

Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, puede transformar nuestra fe. Uno se sorprende de cómo hemos podido vivir sin descubrirla antes. Es posible encontrar a Dios dentro de nosotros en medio de una cultura secularizada. Es posible también hoy conocer una alegría interior nueva y diferente. Pero me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.

José Antonio Pagola

Pentecostés – A (Juan 20,19-23)

Evangelio del 04 / Jun / 2017

Publicado el 29/ May/ 2017

por Coordinador - Mario González Jurado


Publicado por verdenaranja @ 12:18  | Espiritualidad
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