Reflexión a las lecturas del domingo diecisiete del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 17º del T. Ordinario A
El Reino de Dios es una expresión muy rica en contenido. Es como el compendio de todos los bienes que nos trae Jesucristo, el Mesías, y que se anuncia como evangelio, es decir, como buena noticia.
Y el Reino de Dios se personifica en Cristo. Con Él llega a la tierra el Reino de los Cielos. Los que aceptan su palabra se incorporan al Reino, que se inicia en la vida de la Iglesia peregrina, y que tiene su punto culminante en la Venida Gloriosa del Señor.
De diversos modos habla el Señor del Reino de los Cielos. Estos domingos a través de unas parábolas, comparaciones sencillas, al alcance de todos. Hoy el Señor compara su Reino a un gran tesoro, y a una perla preciosa, de gran valor.
Nunca compara el Señor su Reino con algo malo, desagradable, pobre, triste…, sino todo lo contrario, con algo valioso: Con unas bodas, con una pesca abundante como en el Evangelio de hoy, con un gran banquete…
Se trata, por tanto, de un tesoro, pero escondido. No se conoce; parece que no hay nada en aquel campo. Todo normal… Hasta que llega uno, y encuentra el tesoro que alguien ha guardado allí. Esto era frecuente en el país de Jesús. Y entonces, “lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene, y compra el campo”.
Al escuchar esta enseñanza, los cristianos tendríamos que preguntarnos: ¿El Reino de los Cielos es para mí algo valioso? ¿Un tesoro tan grande, por el que merece la pena “venderlo todo” para conseguirlo? O, por el contrario, ¿vendemos nosotros “el tesoro del Reino”, por cualquier cosa? Como una señora que tiene una gran cantidad de plata guardada en la bodega de la casa, pero está ennegrecida por el tiempo, y no le da importancia; y termina por dejarla al de la chatarra, por una pequeña cantidad de dinero.
Los santos, especialmente, los mártires, se nos presentan como aquellos que han tenido “la suerte” de encontrar “el tesoro”; y entonces, lo han “vendido todo”, hasta la misma vida, para conseguirlo. ¡Muy seguros tendrían que estar ellos de su valor, para actuar así!
San Pablo escribía: “Todo lo que para mí era ganancia, lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él”. (Fil. 3,7-9).
Y el Papa San Juan Pablo II, escribía a los jóvenes, que se iban a reunir con él en Santiago: “El descubrimiento de Cristo es la aventura más grande de vuestra vida”.
Compara después el Señor su Reino “a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”.
También aquí aparece “la suerte” o “la Providencia”: “La encontró”. Pero advierte el texto, que el que la encuentra es “un comerciante en perlas finas”, alguien que entiende de perlas, un experto, diríamos hoy.
Por eso, para valorar y comprar el tesoro o la perla del Reino de Dios, hace falta “entender”, ser un “tipo listo”, capaz de descubrir “la perla del Reino de Dios”, como algo muy importante, trascendental, por lo que merece la pena sacrificarlo todo. Y ya sabemos que todos “no entienden” de esas cosas, o “no son tan inteligentes” o están cerrados a la luz del Espíritu, y, por eso, se deja o, incluso, se desprecia, muchas veces, el tesoro o la perla del Reino de Dios.
¡Es el misterio del Reino, que las parábolas nos tratan de presentar!
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 17º DEL T. ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El texto del Antiguo Testamento, que leemos como primera lectura, siempre nos prepara para el Evangelio, que escuchamos después. Aquí Salomón no pide salud, ni riquezas, ni victorias sobre los enemigos, sino un corazón dócil para gobernar a su pueblo, para discernir entre el bien y el mal.
SEGUNDA LECTURA
Escucharemos ahora un fragmento muy breve de la Carta a los Romanos, en el que se nos habla del designio de Dios sobre nosotros.
Escuchemos con atención.
TERCERA LECTURA
Como en los domingos anteriores, el Señor Jesús sigue hablándonos en parábolas. Con ejemplos sencillos, nos muestra la grandeza de su Reino.
COMUNIÓN
En la Comunión el Señor Jesús se nos muestra acogedor y disponible y, de alguna forma, nos dice como al rey Salomón: Pídeme lo que quieras. ¿Cuál será nuestra respuesta?
Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo diecisiete del Tiempo Ordinario A.
LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE
El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que descubren el reino de Dios.
Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.
¿Qué podemos decir hoy después de veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en ella ningún «tesoro»? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?
Después del Concilio, Pablo VI hizo esta afirmación rotunda: «Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es relativo». Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: «La Iglesia no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento». El papa Francisco nos viene repitiendo: «El proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios».
Si esta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba «reino de Dios»? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?
La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el «tesoro» del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.
El papa Francisco nos está diciendo que «el reino de Dios nos reclama». Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.
José Antonio Pagola
17 Tiempo ordinario – A (Mateo 13,44-52)
Evangelio del 30 / Jul / 2017
Reflexión a las lecturas del domingo dieciséis del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 16º del T. Ordinario A
A todos nos hace sufrir la existencia del mal. Hay, incluso, hombres y mujeres que no aciertan a conciliar la existencia de un Dios bueno y justo, con tanto mal. Hay muchas clases de males. La Parábola de la Cizaña nos sitúa, este domingo, ante la existencia del mal moral; tanta gente que se dedica a hacer el mal: Desde los grandes criminales, desde las injusticias más graves, hasta las pequeñas faltas de un niño que hace sufrir a otro niño. Desde los grandes pecados de omisión que dividen el mundo en dos partes, el de los países ricos y el de los países pobres, hasta las pequeñas faltas de omisión de cada día. Incluso, dentro de nosotros mismos, constatamos la existencia del bien y del mal. Por todo ello, como los criados de la parábola, le preguntamos al Dueño del campo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?” Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Y era verdad: “Mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó”. Parece que era frecuente en el país de Jesús este tipo de maldades y venganzas entre los agricultores. La respuesta, por tanto, es clave: “¡Un enemigo lo ha hecho!” De este modo, Jesús hace referencia al principio, a la Creación, a lo que conocemos con el nombre de “pecado original”, que ahora, muchos niegan y desprecian, y otros, lo recuerdan vagamente como cosa de niños. ¡Pero ahí está la fuente de todos los males! Y, junto al pecado original, los pecados de todos los hombres, también los nuestros, siguen sembrando en el mundo todo tipo de sufrimientos. “Y por el pecado, la muerte” enseña S. Pablo. (Rom 5, 12.)
Me gusta decir que nosotros no hemos conocido el mundo tal como salió de las manos de Dios: Entonces, “¡todo era bueno!”, “¡todo estaba bien!” Pero el mundo que conocemos ahora, es el del trigo y la cizaña, el mundo trastocado y afeado por el pecado. Y el enemigo, el diablo, ahora está encantado porque dicen que no existe. Le resulta cada vez más fácil ir logrando sus objetivos; recibe muy poca resistencia, pero es y continuará siendo hasta el final, “el padre de la mentira” como le llamó el Señor (Jn, 8, 44). Ya S. Pablo nos advierte que “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. (Ef, 6,12-13).
“Mientras la gente dormía…” ¡Aquí nos encontramos con otra de las claves de la parábola! Si dormimos, si no cuidamos “nuestros sembrados”, ¿de qué nos vamos a quejar después? ¿No sabemos que se está sembrando en el mundo mucho bien y, al mismo tiempo, mucho mal? Ya nos advertía el Señor que “los hijos de este mundo son más astutos con su gente, que los hijos de la luz”.(Lc 16, 8). Y pensamos ahora en los padres de familia, en los que se dedican a la formación de los niños y de los jóvenes, en los gobernantes, en los pastores de la Iglesia… ¡Todos podemos dormirnos alguna vez!, y entonces, la cizaña. Y, al principio, no se nota nada, no se distingue del trigo; pero, más tarde, aparecerá, con toda su fuerza, en nuestro sembrado. Entonces nuestra reacción será la misma que la de los criados de la parábola: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero el Amo del campo nos dirá: “No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. No toleramos contemplar el campo sembrado de trigo con la cizaña. Quisiéramos ver sólo el bien sin mezcla de mal alguno. Quisiéramos dejar de sentir en nuestro interior esos impulsos que nos mueven al mal. Quisiéramos extirpar el mal, todo el mal, del mundo, de nuestra sociedad, de la Iglesia y de nuestra vida. ¡Pero a nuestra manera! ¡Y eso no puede ser! El Señor nos ha señalado el verdadero camino, el de la conversión personal, que vaya convirtiendo, poco a poco, la cizaña en el mejor trigo.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 16º DEL T. ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la lectura que vamos a escuchar, se nos presenta al Señor como Dios compasivo, paciente, y misericordioso, que, en el pecado, siempre da lugar al arrepentimiento.
Escuchemos con atención.
SEGUNDA LECTURA
El apóstol S. Pablo nos enseña que cada uno tiene, en su corazón, el Espíritu Santo, que ora en su interior, y le enseña a pedir lo que conviene.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio continuamos escuchando las parábolas del Reino, de San Mateo, que comenzábamos el domingo pasado. Hoy centra nuestra atención en la Parábola de la Cizaña.
Acojamos al Señor con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
Al acercarnos a comulgar, pidámosle al Señor que nos ayude a estar vigilantes siempre, de modo que no permitamos que el enemigo siembre la mala semilla en nosotros ni en los hermanos. Y también, que aprendamos a ser pacientes y misericordiosos con los defectos y pecados de los hermanos, a la espera del desenlace final.
Trigo, levadura y mostaza – XVI Domingo Ordinario - por Enrique Díaz Díaz. 20 julio 2017 (zenit)
Sabiduría 12, 13.16-19: “Al pecador le das tiempo para que se arrepienta”
Salmo 85: “Tú, Señor, eres bueno y clemente”
Romanos 8, 26-27: “El Espíritu intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras”
San Mateo 13, 24-43: “Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha”
¿Hay mucha maldad en el mundo? ¿Nos provoca desaliento y tenemos la tentación de abandonar la misión evangelizadora? ¿Los otros tienen la culpa? Entre las muchas novedades que nos ofrece el Papa Francisco, está su invitación al optimismo pero también a quitarnos esa aureola de bondad y santidad que muchas veces los católicos nos autoimponemos, mirando farisaicamente y con recelo a los demás. “Nosotros los buenos, ellos…”. Es frecuente dividir, hasta la ridiculez, el mundo, la historia y las sociedades en buenos y malos. Los que piensan distinto a nosotros, los que son de otro grupo o religión, los de diferentes partido… no solamente son “los otros”, con frecuencia son considerados perversos, separados y en extremos opuestos. Han cometido el delito de ser diferentes. Se multiplican las historias de Caín y Abel: atacar al otro simplemente porque es distinto. Las actuales guerras, los conflictos internacionales, las diferencias políticas, son casi imposibles de resolver porque no aceptamos las razones de los otros, porque los juzgamos incapaces de tener algo bueno y se condena a priori cualquier propuesta o posible solución que los otros presentan. Cuando se parte de la condenación y la descalificación del otro, es imposible encontrar la paz. La parábola de la cizaña tiene sus grandes enseñanzas: es realidad el mal en nuestra vida, no podemos arrancar al otro simplemente porque a nosotros nos parezca mal, sólo hay un verdadero juez que en el momento justo develará la verdad…
Jesús hoy nos conduce muy suavemente para hacernos caer en cuenta de esta actitud condenatoria y nos narra tres parábolas muy sencillas. Cada una diferente pero cada una complementaria con la otra. Con la parábola del trigo y la cizaña, Jesús nos enseña que Dios está en todas partes y que a todos acoge, y lo expresa despertando el respeto por los demás, alentando la paciencia y fortaleciendo la esperanza en que habrá un día en que se puedan alcanzar niveles de justicia, de igualdad y de paz. Pero el camino no es exterminando, destruyendo, sino respetando procesos y diferencias. Una parábola contra la discriminación y también una autorreflexión y reconocimiento del mal que está no sólo en nuestro mundo, sino en nuestra propia persona. Tenemos que reconocer que en el corazón de cada uno de nosotros descubrimos grandes riquezas, pero también hay graves errores, tropiezos, egoísmos y equivocaciones. Nos cuesta mucho discernir los propios sentimientos, los afectos y las acciones. Es fácil reconocer los defectos de los demás pero ¡qué difícil es reconocer nuestras propias deficiencias! También nos ayuda esta parábola a cuestionarnos sobre el bien y el mal, porque adoptamos dos actitudes extremas: pesimismo creyendo que todo es pecado y maldad; o por el contrario tenemos esa tendencia actual a disculpar todo y caminar como si cada quien pudiera hacer lo que le venga en gana sin importar si es bueno o malo. Y Jesús nos recuerda que en el mundo también hay el mal y que no lo podemos llamar “bien”, pero que también existe el bien y al final resplandecerá.
Para los pesimistas añade la parábola de la semilla de mostaza: pequeña pero bella y alentadora. Con palabras sencillas nos enseña en la teoría lo que Jesús sabe vivir en la práctica. Muchos de sus seguidores al mirar lo poco que hace, el reducido campo de acción, los pocos éxitos que obtiene, se cuestionan si Jesús será verdaderamente el Mesías. Hoy sucede igual. Muchos cristianos pretenden irse por el camino fácil de la propaganda más que por el camino de la vida; interesa más la cantidad que la calidad; impresionan más las exhibiciones que la profundidad del Evangelio. A algunos les parecería que Jesús debe endulzar y aligerar un poco su doctrina con tal de tener más seguidores. Pero Jesús es muy claro y nos lo repite en esta parábola: se necesita profundidad, se necesita apertura para recibir la semilla, se necesita paciencia para dejarla crecer y se necesita constancia para que dé fruto. ¿Qué dice Jesús a la Iglesia de hoy con esta parábola?
Y para no dejarnos con dudas la parábola de la levadura continúa y profundiza el mismo tema: el Evangelio no se trata de conquista, sino de contagiar. No vamos a enseñar sino a participar, y, sobre todo, el resultado dependerá no sólo de nuestras acciones, sino del don del Señor, pero también es fundamental nuestra actitud y compromiso. La ley de la resonancia también se da en el Evangelio. Una pequeña acción positiva desencadena un sinnúmero de cosas buenas; una omisión, una actitud negativa, afectará gravemente, no sólo a nuestra persona, sino a nuestra comunidad. El Reino debe implicar para el discípulo de Jesús una acción transformadora en la vida cotidiana, que llegue hasta lo más profundo de la persona humana. Es un llamado constante y permanente a construir e influir en las estructuras de la sociedad para crear un mundo más justo, más hermano y más comprensivo. Se trata de cambiarlo desde dentro y entonces cambiarán las estructuras, se necesita un cambio de corazón… pero si nosotros no cambiamos ¿cómo transformar el mundo?
Son tres pequeñas parábolas que dejan, o que deberían dejar, una gran inquietud en cada uno de nosotros. Conscientes de que en nuestro propio interior encontramos esa dualidad del bien y el mal, ¿cómo actuamos frente a los que son diferentes o con nosotros mismos cuando nos descubrimos pecadores? ¿Cuánta paciencia tenemos a los demás y nos tenemos a nosotros mismos? ¿Somos semilla de mostaza, levadura o somos solamente palabrería y llamarada de petate? Son tres parábolas que debemos sembrar en nuestro pensamiento y en nuestro corazón y dejarlas que crezcan arriesgándonos a las consecuencias.
Míranos, Señor, con amor y multiplica en nosotros los dones de tu gracia para que, llenos de fe, esperanza y caridad, permanezcamos siempre fieles en el cumplimiento de tus mandatos. Amén.
Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas: Sembrar esperanza, no amargura. 19 julio 2017(zenit)
Demos ánimos y esperanzas a los que sufren
VER
Ya casi no me dan ganas de ver los noticiarios de la televisión, pues lo que más difunden son robos, asesinatos, accidentes, casos de corrupción, secuestros, fallas del sistema penal o judicial, desgracias por las lluvias, contaminación, casos de pederastia, guerras, etc. Son pocos los ejemplos de éxito, de solidaridad, de honradez, de trabajo, de superación, de familias armónicas, de jóvenes honestos, de políticos rectos, de servidores de la comunidad. Se queda uno con amargura en el corazón, con tristeza y decepción por nuestra realidad. Pareciera que todo está mal. Como dice la propaganda: Lo bueno no se cuenta. ¡Hay tantas cosas buenas entre nosotros, y no se conocen, no se difunden; no son noticia!
Hay personas en nuestra sociedad, e incluso en nuestros grupos, que son especialistas en descubrir y resaltar el prietito negro en el arroz. Sólo tienen ojos, mente y corazón para denunciar lo que consideran que está mal. Nunca sale de su boca una palabra alentadora, un agradecimiento, una valoración del bien que alguien ha hecho. Pareciera que alabar a alguien por algo justo y digno es una adulación, una degradación, una traición a la misión profética. Hay corazones amargados y con visiones unilaterales, incapaces de animar y felicitar. ¿Cómo habrá sido su infancia? ¿Por qué siempre están a la defensiva, o mejor dicho, a la ofensiva? ¿Qué complejos vienen arrastrando?
En días pasados, fui a una comunidad tseltal, cien por ciento indígena. Al terminar la Misa, muchas personas se me acercaban con el deseo intenso de recibir una bendición personal. Me querían compartir, más con su rostro que con palabras, sus dolencias, sus enfermedades, sus problemas, y me pedían con insistencia una oración. Para mi sorpresa, pues son pobres, me daban alguna moneda, o un billete de baja denominación, algunos incluso con un papel escrito y con dinero dentro, en que me solicitaban plegarias por algunos de sus familiares enfermos. Me destroza el alma sentir su dolor, su enfermedad, sus carencias, y al mismo tiempo lo poco que puedo hacer para remediar sus males. No me pedían medicinas ni dinero, sino sólo una bendición, una oración. Y al hacerla, en sus ojos brillaba el consuelo, la esperanza, la paz. No dejo de orar todos los días por sus necesidades. Y lo mismo nos pasa con tantos migrantes y personas necesitadas que se nos acercan con confianza. Piden una ayuda económica, pero sobre todo ser escuchados, orientados y animados.
PENSAR
El Papa Francisco, en su catequesis del miércoles anterior a Pentecostés, nos decía: “El Espíritu Santo no nos hace sólo capaces de esperar, sino también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros -como El y gracias a El- ‘paráclitos’, es decir, consoladores y defensores de los hermanos, sembradores de esperanza. Un cristiano puede sembrar amarguras, puede sembrar perplejidad, y esto no es cristiano. Quien hace esto, no es un buen cristiano. ¡Siembra esperanza: siembra aceite de esperanza, siembra perfume de esperanza, y no vinagre de amargura y de desesperanza! Y son sobre todo los pobres, los excluidos y no amados, quienes necesitan a alguien que se haga para ellos ‘paráclito’; es decir, consolador y defensor, como el Espíritu Santo hace con cada uno de nosotros. Nosotros tenemos que hacer lo mismo con los más necesitados, con los más descartados, con los que más lo necesitan, los que sufren más. ¡Defensores y consoladores! Que el Espíritu Santo nos haga abundar en la esperanza. Os diré más: Nos haga derrochar esperanza con todos aquellos que están más necesitados, más descartados, y por todos aquellos que tienen necesidad” (31-V-2017).
ACTUAR
Aprendamos a ponernos en los zapatos de los otros. ¿Qué necesitan? ¿Qué anhela su corazón? ¿Qué les duele? ¿Qué les ayudaría más? ¿Qué puedo hacer por ellos? Si yo estuviera en su situación, ¿qué valoraría más?
Además de ser críticos y denunciar lo que en verdad está mal, pues eso nunca debemos dejar de hacerlo cuando sea necesario, demos ánimos y esperanzas a los que sufren. Si no podemos resolver todos sus problemas, hagamos lo que más podamos por ellos. Que no se sientan solos, sino que cuentan con nuestro apoyo y nuestra solidaridad, material y espiritual.
Comentario a la liturgia dominical - Domingo XVI del Tiempo ordinario - por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 18 julio 2017 (zenit)
Ciclo A – Textos: Sab 12, 13.16-19; Rm 8, 26-27; Mt 13, 24-43
Idea principal: ¿Por qué permite Dios tanta cizaña –tanto mal- en el campo del mundo?
Resumen del mensaje: A esa pregunta nos responde la primera lectura de hoy: “Al pecador le das tiempo para que se arrepienta”. Y para eso, Dios nos manda su Espíritu que nos ayuda en nuestra debilidad (segunda lectura). Además, Dios es bueno y clemente (salmo). Pero también tenemos que poner nuestra parte: vigilancia, porque el enemigo de nuestra alma no duerme y quiere sembrar también su cizaña en los momentos de somnolencia y despiste por parte nuestra (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, es un hecho que Dios día y noche siembra en nuestro corazón semilla excelente de bondad, verdad, belleza, honestidad, justicia, pureza, caridad. Y lo hace apenas entramos con el alma abierta en oración y abrimos la Biblia, o vamos a misa y participamos consciente y fervorosamente de la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, o cuando escuchamos atentamente una homilía o asistimos con gusto a un retiro, o estamos sentados departiendo y conversando con buenos amigos, o en medio de un traspiés o enfermedad. Dios no duerme nunca.
En segundo lugar, pero también es un hecho que el enemigo de nuestra alma, el diablo, tampoco duerme, y nos acecha y nos rodea como león rugiente, buscando a quién devorar. Él no quiere destruir la buena semilla de Dios, sino que él quiere sembrar su cizaña para que ella crezca y se confunda con la buena semilla, e incluso quiere conquistar esa buena semilla y convertirla en cizaña. Y todo con un único objetivo: perder nuestra alma. No quiere que el buen trigo de Dios se expanda por los rincones de este mundo, de las familias, de los corazones. Quiere sembrar la cizaña del odio, de la división, de la mentira, de la deshonestidad, de la injustica, de la ira, de la ambición, de la insensibilidad e indiferencia delante de tanta pobreza y miseria de muchos hermanos nuestros. Y quiere sembrarla en el campo de la medicina con esos métodos anticonceptivos y abortivos; en el recinto sagrado del matrimonio sembrando la ideología del género y aplaudiendo la legalización de las uniones de personas del mismo sexo; en el campo de la cultura, inoculando el liberalismo y la dictadura del relativismo; hasta se ha metido en la Iglesia santa de Cristo y ha sembrado y provocado durante siglos y siglos herejías y cismas y escándalos y confusiones.
Finalmente, ¿cuál es la reacción de Dios delante de la acción del enemigo? Él podría perfectamente arrancar de tajo la cizaña y tapar la boca a Satanás, y ya, pues para eso es omnipotente. Pero no lo hace. Alguna razón tendrá en su corazón; sí, su amor misericordioso. Por una parte, tiene paciencia y misericordia y espera que algún día esa cizaña se convierta en buen trigo, pues Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Por otra parte, también quiere que el buen trigo haga sin parar y con conciencia su trabajo de fermento y se pruebe delante de la cizaña, para que así se fortalezca y crezca más firme y convencido. Dios nos quiere libres y respeta nuestra libertad.
Para reflexionar: mirando mi corazón, ¿qué abunda: buena semilla o cizaña? Si hay más buena semilla, ¿qué hago para hacerla crecer, regarla, abonarla, derramarla por doquier, con la ayuda de Dios y de su Espíritu? Y si hay cizaña, ¿a qué espero para irla convirtiendo en buena semilla, desde la oración y los sacramentos?
Para rezar: Jesús, gracias por tu paciencia y comprensión ante mi debilidad. Dame la fuerza de tu Espíritu Santo para que sea capaz de arrancar enérgicamente toda la cizaña que disimuladamente he dejado crecer en mi vida. Me ofrezco a Ti con todo lo que soy, porque no quiero que haya nada en mí que no te pertenezca. Quiero vivir mi fe con autenticidad y con un espíritu puro y nuevo. Amén.
Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]
Palabras del Papa antes del ángelus del 16 de julio de 2017 (ZENIT)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Jesús cuando hablaba, utilizaba un lenguaje simple y se servía también de imágenes que eran ejemplos de vida cotidiana de manera que pudiera ser comprendido fácilmente por todos. Por eso la gente le escuchaba, apreciaba su mensaje que llegaba directamente a su corazón. No era un lenguaje complicado de entender, el lenguaje que utilizaban los doctores de la ley en el Templo, a veces no se entendía bien, como normas rígidas que alejaban a la gente. Y con este lenguaje, Jesús hacía comprender el misterio del Reino de Dios. No era una teología complicada.
El Evangelio de hoy es un ejemplo: la parábola del sembrador (cf. Mt. 13, 1-23). El sembrador es Jesús: notemos como con esta imagen él se presenta como uno que no se impone, se propone; no nos atrae conquistándonos, sino dándose; él esparce con paciencia y generosidad su Palabra, que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar fruto. De qué manera puede dar fruto? Si lo acogemos.
Por lo tanto la parábola tiene que ver mucho con nosotros: habla del terreno más que del sembrador, Jesús realiza, por así decir, una “radiografía espiritual” de nuestro corazón, que es el terreno sobre el que cae la semilla de la Palabra. Nuestro corazón, como un terreno puede ser bueno, entonces la palabra da fruto, pero también puede ser duro, impermeable. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra, pero esta nos resbala como sobre un camino. No entra.
Entre el terreno bueno y el camino, que es el asfalto, si tiramos una semilla allí no sale nada, el terreno bueno y la carretera existen pero hay dos terrenos intermedios que podemos tener en nosotros de manera distinta, por ejemplo, el primero puede ser el terreno pedregoso, intentemos imaginar, el terreno pedregoso es un terreno donde no hay mucha tierra” (cf. v.5) por lo tanto la semilla germina pero no consigue tener raíces profundas. Es el corazón superficial, que acoge al Señor, quiere orar, amar y testimoniar, pero no persevera, se cansa y no “despega” nunca. Es un corazón sin espesor, donde las piedras de la pereza prevalecen sobre la buena tierra, donde el amor es inconstante y pasajero. Pero el que acoge al Señor solo cuando le apetece no da fruto.
Hay un último terreno, espinoso, lleno de zarzas que asfixian a las buenas plantas. Qué representan estas zarzas? “Las preocupaciones del mundo y la seducción de la riqueza” (v. 22), dice Jesús explícitamente. Las zarzas son los vicios que pelean, que luchan con Dios, que sofocan su presencia: antes que nada los ídolos de la riqueza mundana, la vida, ávida para sí mismo, para el tener y el poder. Si cultivamos estas zarzas, asfixiamos el crecimiento de Dios en nosotros. Cada uno puede reconocer sus pequeñas y grandes zarzas, los vicios que habitan en su corazón, esos arbustos más o menos enraizados que no le agradan a Dios e impiden tener un corazón limpio. Es necesario arrancarlos, sino la Palabra no da fruto, la semilla no crecerá.
Queridos hermanos y hermanas, Jesús nos invita hoy a mirar en nosotros: a darle gracias por esa buena tierra y a trabajar sobre esas tierras que aún no son buenas. Preguntémonos si nuestro corazón está abierto para acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si en nosotros las piedras de la pereza son todavía muchas y grandes; identifiquemos y llamemos por su nombre a las zarzas de los vicios, tengamos el valor de hacer un buen saneamiento del terreno, llevando al Señor en la confesión y en la oración nuestras piedras y nuestras zarzas. Haciendo esto, Jesús el buen sembrador, estará feliz de cumplir un trabajo suplementario: purificar nuestro corazón, quitando las piedras y los espinos que asfixian su Palabra.
Que la Madre de Dios, que hoy recordamos con el título de Nuestra Señora del Monte Carmelo, incomparable en la acogida de la Palabra de Dios y en su puesta en práctica (cf. Lc 8,21) nos ayude a purificar nuestro corazón y a proteger la presencia del Señor.
Traducción de ZENIT, Raquel Anillo
Reflexión a las lecturas del domingo quince del tiempo ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 15º del T. Ordinario A
La escena que nos presenta el Evangelio de este domingo no puede ser más hermosa: ¡Jesús sale de casa a enseñar! Y se reúne tanta gente, que tiene que subirse a una barca y, ¡desde la barca, sentado, les habla! El texto evangélico dice: “Les habló mucho rato en parábolas”, es decir, en comparaciones sencillas, que todo el mundo entiende y, al mismo tiempo, ¡qué misterio!, en las que “los sabios y entendidos” tropiezan porque “miran sin ver y escuchan sin oír ni entender”.
Estos domingos el Evangelio de S. Mateo nos va presentando las “parábolas del Reino” que suelen comenzar diciendo: “El reino de los cielos se parece a…”
La parábola de este domingo es la de “El Sembrador”. Un texto verdaderamente hermoso: ¡Un agricultor sale a sembrar! Y al echar la semilla, cae en diversos tipos de tierra: Al borde del camino, en terreno pedregoso, entre zarzas y en tierra buena. Y, como diversa es la tierra, diverso es también el resultado de la siembra. Al llegar a casa explica a los discípulos su significado.
La parábola va dirigida a los que escuchan. De los que no escuchan, de los alejados, que diríamos hoy, no dice nada. Va para los cristianos, más o menos, practicantes, los que oyen su Palabra, ¡los que van a Misa!
A la luz de esta parábola hay que reflexionar seria y detenidamente sobre esta cuestión fundamental: ¿Qué clase de tierra soy yo? Tendríamos que preguntarnos, en concreto: ¿En qué clase de tierra está cayendo la Palabra de Dios en mi vida? ¿Seré borde del camino? No se entiende la Palabra y el Maligno roba lo sembrado en el corazón. ¿Seré terreno pedregoso? La Palabra se escucha y se acepta con alegría, pero no queda bien “enraizada”, no hay constancia, y, en cuanto llega una dificultad o “persecución por la Palabra”, sucumbe. ¿Seré yo tierra de zarzas? La Palabra de Dios se escucha, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas, la ahogan y se queda estéril. ¿O seré, por ventura, tierra buena, donde la Palabra se entiende y da fruto? ¿Tendré esa dicha? Y cuánto fruto doy yo? ¿Será el ciento por uno? ¿O será, más bien, el sesenta o el treinta?
¡Esto es como la función del estómago en el cuerpo humano!
Es ésta una de las cuestiones más importante que podemos plantearnos. Y hemos de estar siempre pendientes porque es algo decisivo; de vida o de muerte, en nuestra existencia cristiana. No olvidemos que el agricultor es paciente, pero también muy exigente. Tiene que garantizar los recursos que necesita. Y, cuando no lo consigue, deja la agricultura y se dedica a otro trabajo más rentable y más seguro. Ya nos advierte el Señor: “Yo soy la vid y mi Padre es el viñador; a todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca y a todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto”. (Jn 15, 1-2). “¡Que dé más fruto!”. ¡Ese es el anhelo de todo agricultor! Y, en este caso, el agricultor, el sembrador, es Cristo.
¿Y si veo que soy tierra muy mala, en la que la simiente no produce ni siquiera el treinta por uno, qué tengo que hacer? Muy sencillo: ¡Cambiar la tierra!, ¡renovar la tierra! Los agricultores lo saben hacer muy bien: Van enriqueciendo la tierra: Van echando un poco de tierra nueva y abono, y va cambiando el terreno… ¡Y comienza a dar fruto la simiente! ¡Algo así habría que hacer en nuestro corazón! No olvidemos que la semilla, la Palabra de Dios, tiene una energía y una capacidad enorme, como nos recuerda la primera lectura. Lo demás es cosa de la tierra. Es lo que dice el canto: “No es culpa del sembrador, ni es culpa de la semilla, la culpa estaba en el hombre, y en como la recibía”. Por eso, siempre es posible que se realice en nosotros lo que proclamamos hoy en el salmo responsorial: “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 15º DEL T. ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La Palabra de Dios es fuerte y poderosa; es viva y eficaz, como la lluvia y la nieve que caen del cielo. Escuchemos.
SALMO RESPONSORIAL
Compuesto para ser cantado en una fiesta de acción de gracias por la cosecha, este salmo nos invita a pensar en otra cosecha: La que produce la Palabra de Dios, que se siembra en nuestros corazones, y es capaz de realizar maravillas de santidad, vida y salvación.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo nos habla ahora de la participación de toda la Creación en la gloria de los hijos de Dios, cuando el Señor vuelva. Es el día glorioso de nuestra victoria definitiva sobre el sufrimiento y la muerte.
TERCERA LECTURA
Comenzamos a escuchar hoy algunas parábolas del Reino, que nos refiere S. Mateo. Hoy escucharemos una de las más hermosas e importantes: La parábola del Sembrador. Pero antes del Evangelio, cantemos el aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión nos acercamos a Jesucristo, el Señor; Él es el sembrador de la Palabra de Dios en el mundo, y en cada uno de nosotros. Pidámosle que seamos tierra buena donde su Palabra dé fruto abundante.
Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas. 12 julio 2017 (zenit)
Ojalá todos fueran así
VER
En un vuelo reciente, en el asiento delantero al mío, iba un matrimonio con tres hijos. Uno como de nueve años, muy tranquilo y sin dar mayores preocupaciones; una niña como de seis años, inquieta y preguntando por todo; y una pequeñita como de año y medio, que no dejaba en paz a sus papás: moviéndose de aquí para allá, caprichuda, que todo se le antojaba y nada le gustaba, sin importarle los demás pasajeros. Pero lo que quiero resaltar es la actitud de los papás: serenos, tranquilos, atendiendo a cada uno de los hijos; nada de gritos ni golpes. Y sobre todo la actitud del papá: ayudando en todo a la mamá, cargando a la pequeñita, con cariño y ternura, con paciencia y comprensión. Y la niña mediana, accediendo a los gustos de la pequeña. En fin, una familia normal, pero muy bonita, muy integrada, con la figura serena y madura del papá, que nunca relegaba todo a la mamá, sino asumiendo su papel de padre.
En otro vuelo, igual, delante de mí venían el papá con una de las hijas, como de seis años, y la mamá con otra como de nueve años. Lo que más me sorprendió ver el cariño de las hijas con sus padres, que reflejaba la confianza que éstos han generado en ellas. Yo veía de reojo al papá que les trataba con mucho cariño, atento siempre a lo que preguntaban o querían, manifestándoles mucho afecto, que era bien correspondido. Pareciera que iban juntos de vacaciones, con ilusión y armonía. Una de las hijas “se comía a besos” a su mamá. Y yo pensaba: Ojalá así fueran todos los matrimonios.
Lamentablemente, en muchos hogares sucede todo lo contrario. Un papá ausente, violento o borracho; una mamá saturada de quehaceres, malhumorada por tantas responsabilidades que le dejan, preocupada por la poca respuesta de sus hijos. Estos no se sienten a gusto en su casa y forman pandillas donde encuentran comprensión y apoyo; o tienen que trabajar desde pequeños, a veces limpiando parabrisas en las esquinas, aunque esté lloviznando. Se te desmorona el alma cuando ves estas escenas, que no podemos plenamente remediar. Una moneda sirve de algo, pero el problema familiar es muy profundo.
PENSAR
El Papa Francisco nos ofreció su Exhortación Amoris laetitia, que recomiendo ampliamente, “en primer lugar, como una propuesta para las familias cristianas, que las estimule a valorar los dones del matrimonio y de la familia, y a sostener un amor fuerte y lleno de valores como la generosidad, el compromiso, la fidelidad o la paciencia. En segundo lugar, porque procura alentar a todos para que sean signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se realiza perfectamente o no se desarrolla con paz y gozo” (5).
“En el horizonte del amor, central en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia, se destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales: la ternura” (28).
“Esa persona que vive con nosotros lo merece todo, ya que posee una dignidad infinita por ser objeto del amor inmenso del Padre. Así brota la ternura, capaz de suscitar en el otro el gozo de sentirse amado. Se expresa, en particular, al dirigirse con atención exquisita a los límites del otro, especialmente cuando se presentan de manera evidente” (323).
“El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida del padre, sino más bien su ausencia, el hecho de no estar presente. El padre está algunas veces tan concentrado en sí mismo y en su trabajo, y a veces en sus propias realizaciones individuales, que olvida incluso a la familia. Y deja solos a los pequeños y a los jóvenes. La presencia paterna, y por tanto su autoridad, se ve afectada también por el tiempo cada vez mayor que se dedica a los medios de comunicación y a la tecnología de la distracción” (176).
ACTUAR
Cuidemos la familia; es lo más hermoso que tenemos, y lo que más se lamenta cuando no se disfruta de un hogar armonioso y en paz. En especial, que el papá sepa combinar su autoridad, siempre necesaria y educadora, con la ternura, la comprensión, la paciencia y el cariño. Que sea capaz de sentarse a dialogar con los hijos, sean pequeños, adolescentes, jóvenes y aún mayores, no en plan de pleito y regaño sistemáticos, sino con apertura, con afecto, con serenidad, ofreciendo criterios humanos y cristianos, que les ayuden a crecer sanos y confiados, con la seguridad de que no están solos y abandonados de la vida, sino con ilusiones y con la confianza de que cuentan con alguien que les ama. Sólo así se refleja la familia que Dios quiere.
Comentario a la liturgia dominical - Domingo XV del Tiempo ordinario - por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 11 julio 2017 (zenit)
Ciclo A – Textos: Is 55, 10-11; Rm 8, 18-23; Mt 13, 1-23
Idea principal: Diversos tipos ante la Palabra que Dios siembra a diario en el corazón.
Resumen del mensaje: El primero es el torpe, el segundo es el aerostático; el tercero es el agobiado; y el último, el bueno. No es problema del sembrador, que es magnífico. No es problema de la semilla, que tiene la potencia de germinar y dar fruto. El problema es el terreno donde cae esa semilla.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, analicemos al primer tipo, el torpe. Hombre y mujer ligeros, superficiales, baratos. Tipo que no pasa de moda, que siempre se llevó. Es el vulgar, el sensorial que se tira la vida acodado a la venta de los sentidos. Personas fuera de juego, de la realidad, fuera del campo, gentes vereda. Gente que, ante palabras como religión, compromiso, activismo, operación testigo de Dios en el mundo…miran al interlocutor con ojos de pulpo en garaje y se preguntan qué es eso. Van por la vida como payasos de circo por el redondel, haciendo el pino: de cabeza y con los pies por alto. Y entonces la escala de valores se les queda al revés. O sea, arriba el amor, el dinero, el placer, el éxito, etc., y abajo la honradez, el trabajo, la virtud, la fidelidad, Dios. Personas religiosamente torpes. La Palabra de Dios bota, rebota y se la lleva en el pico el primer pájaro en vuelo rasante.
En segundo lugar, analicemos el segundo tipo, el aerostático. Hombre y mujer inconstantes. Ejemplar entusiasta a la primera, triunfalista a la segunda y acabado a la tercera…de cambio. Tampoco pasa de moda. Una idea grande, noble, mesiánica…es hidrógeno que le hincha, como a un globo, globo que, sin sacos terreros ni lastre de constancia en la barquilla, se eleva, se cansa, explota y cae hecho añicos. Peligrosos porque se entusiasman lo mismo para el bien que para el mal, la verdad o el error; son pólvora, ruido y humo pero ni carácter ni voluntad ni personalidad ni constancia ni madurez. Héroes por un día. La inconstancia es una roca tapizada de humus: cae la palabra de Dios y queda, brota espiga triunfal y muere en cuanto le pega el sol en las aristas.
En tercer lugar, analicemos el tercer tipo, el agobiado. Es ese que lee el periódico mientras desayuna, despacha asuntos mientras come, se informa de las noticias mientras cena y, mientras duerme, planifica los asuntos que al día siguiente resolverá mientras desayuna, come y cena. Gentes con tiempo para todo, sin tiempo para nada, sin zonas verdes para el espíritu, barbechos para abrojos y cardos borriqueros. Que caiga ahora, mansa y humilde, la palabra de Dios inspirador, exigente…y ¡a morir! Y nos queda por analizar también el bueno. Tiene la sabiduría reposada. Le da la acogida que el torpe le negó. Le ofrece la seriedad que no le dio el aerostático. Le tiende la dedicación que se escondió el agobiado. Este deberíamos ser todos. Aquí la palabra de Dios fructifica según la capacidad y los talentos de cada uno. Y reparte por doquier migajas de su fruto: en casa, en el trabajo, en la plaza, en la iglesia. Y todos, tan contentos. Y con esas migajas alimentamos a los necesitados, a los pobres y a los enfermos.
Finalmente, analicemos el terreno bueno. Tierra fértil, limpia, preparada, húmeda, buena, como Samaria (cf. Jn 4,35-37; Hech 8,5-12); los 3000 en el día de Pentecostés (Hech 2,41); el eunuco (Hech 8,35-39); Saulo de Tarso (Hech 9,18; 22,16; 26,19); Cornelio (Hech 10,33,48); Lidia (Hech 16,13-15); el carcelero (Hech 16,30-34); los corintios (Hech 18,10); y los efesios (Hech 19,1-5). Este terreno oye la palabra, la entiende, la obedece y lleva fruto. Riega la semilla en la oración. La escarda con el sacrificio. La cuida con la vigilancia para que no entren raposas y se la coman. “Son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”. Es el corazón bueno que puede ser conmovido por las grandes verdades del evangelio, y que celosamente las guarda. Oye la palabra atentamente, la estudia, la entiende y la obedece no importa quién la predique, ni con qué motivos la predique, ni quién más la obedezca, ni cuántas ofensas vengan. Tierra blanda, a diferencia del duro suelo, pedregoso; está limpia, a diferencia del terreno infectado por espinos. Aquí las semillas se abren a la vida y dan una hermosa cosecha. El modelo perfecto de esta tierra buena es la Virgen María, en cuyo seno germinó Jesús.
Para reflexionar: ¿Cuál de los cuatro tipos soy? ¿Qué fruto estoy dando en mi vida personal, familiar, profesional, laboral, ministerial: cardos, espinas, piedras, pura hoja, ramas secas?
Para rezar: Señor, quiero ser terreno bueno para recibir tu semilla y producir fruto para la vida eterna. Ayúdame a arrancar de mi alma las piedras de mi soberbia, las espinas de mis deseos innobles. Que tome muy en serio tu semilla, pues está llamada a dar excelente fruto de virtudes en mi vida personal, familia, profesional. Que a ejemplo de tu Santísima Madre, yo reciba la semilla en la fe, la interiorice en la oración, me la apropie y me deje transformar por ella. Amén.
Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]
Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “maiorem hac dilectionem” sobre el ofrecimiento de la vida
“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
Son dignos de consideración y honor especial aquellos cristianos que, siguiendo más de cerca los pasos y las enseñanzas del Señor Jesús, han ofrecido voluntaria y libremente su vida por los demás y perseverado hasta la muerte en este propósito.
Es cierto que el ofrecimiento heroico de la vida, sugerido y sostenido por la caridad, expresa una imitación verdadera, completa y ejemplar de Cristo y, por tanto, es merecedor de la admiración que la comunidad de los fieles suele reservar a los que han aceptado voluntariamente el martirio de sangre o han ejercido heroicamente las virtudes cristianas.
Confortado por la opinión favorable de la Congregación para las Causas de los Santos, que en el Pleno del 27 de septiembre de 2016 estudió cuidadosamente si estos cristianos merecen la beatificación, establezco que se observen las siguientes normas:
ART. 1
El ofrecimiento de la vida es un nuevo caso del iter de beatificación y canonización, distinto del caso de martirio y de heroicidad de las virtudes
ART. 2
El ofrecimiento de la vida, para que sea válido y eficaz para la beatificación de un Siervo de Dios, debe cumplir los siguientes criterios:
a) ofrecimiento libre y voluntario de la vida y heroica aceptación propter caritatem de una muerte segura, y a corto plazo;
b) relación entre el ofrecimiento de la vida y la muerte prematura;
c) el ejercicio, por lo menos en grado ordinario, de las virtudes cristianas antes del ofrecimiento de la vida y, después, hasta la muerte;
d) existencia de la fama de santidad y de los signos, al menos después de la muerte;
e) necesidad del milagro para la beatificación, sucedido después de la muerte del Siervo de Dios y por su intercesión.
ART. 3
La celebración de la encuesta diocesana o eparquial y la relativa Positio están reguladas por la Constitución Apostólica Divinus perfectiones Magister del 25 de enero de 1983, en Acta Apostolicae Sedis Vol LXXV (1983, 349-355), y por las Normae servandae in inquisitionibus ab Episcopis facendis in Causis Sanctorum de 7 de febrero del mismo año en Acta Apostolicae Sedis Vol. LXXV (1983, 396-403), excepto en lo siguiente.
ART. 4
La Positio sobre el ofrecimiento de vida debe responder al dubium: An constet de heroica oblatione vitae usque ad mortem propter caritatem necnon de virtutibus christianis, saltem in gradu ordinario, in casu et aa effectum de quo agitur.
ART. 5
Los siguientes artículos de la citada Constitución Apostólica se modifican como sigue:
Art. 1: “Compete a los obispos diocesanos y de más jerarquías
equiparadas en derecho, dentro de los límites de su jurisdicción, sea de oficio, sea a instancias de fieles o de grupos legítimamente constituidos o de sus procuradores, el derecho a investigar sobre la vida, virtudes , ofrecimiento de la vida o martirio y fama de santidad , de ofrecimiento de la vida o martirio, milagros atribuidos, y, si se considera necesario, el antiguo culto al Siervo de Dios, cuya canonización se pide “.
Art 2.5.: “Hágase por separado el examen de los milagros atribuidos y el examen de las virtudes, del ofrecimiento de la vida o del martirio. “.
Art. 7.1.: “Estudiar juntamente con los colaboradores externos las causas a ellos encomendadas y preparar las ponencias sobre las virtudes , sobre el ofrecimiento de la vida o sobre el martirio “.
Art 13.2.: “Determínese a qué relator a de ser confiada la causa, si en dicho Congreso se juzgare que dicha causa ha sido instruida conforme a las normas de la ley; el relator junto con un colaborador externo, elabore la ponencia sobre las virtudes, sobre el ofrecimiento de la vida o sobre el martirio según las reglas de la crítica que se observan en hagiografía. “.
ART. 6
Los siguientes artículos de la mencionada Normae servandae in inquisitionibus ab Episcopis facendis in Causis Sanctorumse modifican como sigue:
Art. 7:“La causa puede ser reciente o antigua. Será reciente si el martirio o las virtudes o el ofrecimiento de la vida del Siervo de Dios pueden probarse por las declaraciones orales de testigos oculares; será antigua si las pruebas sobre el martirio o sobre las virtudes sólo pueden fundarse en fuentes escritas. “.
Art. 10.1 °: “tanto en las causas recientes como en las antiguas, una biografía del Siervo de Dios, de cierto rigor histórico, si la hay; o, si no la hubiera, una relación muy cuidada, compuesta cronológicamente, sobre la vida y hechos del mismo Siervo de Dios, sobre sus virtudes o sobre el ofrecimiento de la vida o sobre el martirio, sobre la fama de santidad y de milagros, sin omitir cuanto parezca contrario o menos favorable a la misma causa. ”
Art. 10.3 °: solamente en las causas recientes, una lista de personas que puedan ayudar a esclarecer la verdad sobre las virtudes o sobre el ofrecimiento de la vida o sobre el martirio del Siervo de Dios, sobre la fama de santidad o de milagros y también de las personas que se opongan a ello.”
Art. 15, a: “Recibido este informe, el Obispo haga entrega al promotor de justicia, o a otro experto en estas cosas, de todo lo que hasta ahora ha ido recibiendo, a fin de que prepare unos interrogatorios apropiados para dilucidar la verdad sobre la vida del Siervo de Dios, sobre las virtudes , el ofrecimiento de la vida o el martirio, sobre la fama de santidad, de ofrecimiento de la vida o del martirio.”.
Art. 15, b: “En las causas antiguas, los interrogatorios se referirán únicamente a la fama de santidad, de ofrecimiento de la vida o del martirio que aún se dé en la actualidad y, si fuera el caso, al culto que se haya tributado al Siervo de Dios en los últimos tiempos.”
Art. 19: “Para probar el martirio o el ejercicio de las virtudes, o el ofrecimiento de la vida, así como la fama de milagros de un Siervo de Dios que perteneció a un Instituto de vida consagrada, una parte notable de los testigos debe ser ajena al instituto, salvo que por la vida peculiar del Siervo de Dios eso no sea posible. “.
Art. 32: “La investigación sobre los milagros ha de instruirse separadamente de la de las virtudes, del ofrecimiento de la vida o del martirio y ha de hacerse según las normas que siguen ” .
Art. 36: “Se prohíben las solemnidades o panegíricos en las iglesias acerca de los Siervos de Dios cuya santidad de vida está aún sometida a legítimo examen. Y aun fuera de las iglesias, hay que abstenerse de cualquier acto que pueda inducir a los fieles a la falsa idea de que la investigación hecha por el Obispo sobre la vida y virtudes o el martirio o sobre el ofrecimiento de la vidadel Siervo de Dios lleva consigo la certidumbre de su futura canonización “.
Todo lo que he deliberado con esta Carta Apostólica en forma de Motu proprio, ordeno que se observe en todas sus partes, no obstante cualquier disposición contraria, aunque digna de mención, y establezco que se promulgue mediante la publicación en el diario “L ‘ Osservatore Romano”, entrando en vigor el mismo día de la promulgación y que, sucesivamente, se incorpore al Acta Apostolicae Sedis.
Dado en Roma, en San Pedro, el día 11 de julio, quinto de Nuestro Pontificado.
FRANCISCO
Reflexión a las lecturas del domingo trece del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 13º del T. Ordinario A
Terminan hoy las instrucciones de Jesús a sus discípulos, con una llamada radical a su seguimiento y con una identificación con sus enviados.
Aprendemos aquí, en primer lugar, que hemos recibido nuestra vida para darla, no para quemarla en la hoguera del egoísmo. Ya el Vaticano II nos enseña que el hombre no logrará jamás su plenitud, si no entrega su vida al servicio de los demás. (G. et Sp, 24)
El Evangelio de hoy nos enseña que la vida hay que entregarla en primer lugar, a Jesucristo, y por Él, a los hermanos. En caso contrario, “se pierde”: No agradamos al Señor ni somos dignos de Él y nuestra existencia es estéril. Es como el primer mandamiento aplicado a Cristo. Amarle más que a todas las personas y las cosas, estar dispuesto a dejarlo todo por Él; o, como decía S. Benito, “no anteponer nada a Cristo”.
El Señor no quiere organizar un conflicto en nuestra vida, sino establecer una jerarquía salvadora. Por este camino, se consigue cien veces más en esta vida, y la vida eterna. Ni un vaso de agua quedará sin recompensa. No hay nadie en el mundo que “pague” así.
Por eso, cuando, verano tras verano, contemplamos una respuesta muy pobre a las llamadas de Señor, al plan de Dios sobre nosotros, quiere decir que algo está marchando mal entre nosotros. Me refiero, entre otras cosas, al Cursillo de Selección del Seminario.
Y el Señor se identifica con sus enviados. Por eso nos dice: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”. Más, en concreto: “El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro”. Y el Señor tiene palabras muy duras para aquellos pueblos o personas que no acojan a sus enviados. Y esto se ha cuidado siempre en la Iglesia, desde el principio. Recordemos, por poner sólo un ejemplo, este texto de S. Pablo: “Os rogamos, hermanos, que apreciéis el esfuerzo de los que trabajan entre vosotros, cuidando de vosotros por el Señor y amonestándoos. Mostradles toda estima y amor por su trabajo”. (1Tes 5, 12-13).
Estas actitudes no han faltado nunca nuestros pueblos y ciudades, pero resultan preocupantes ciertas “hierbas amargas”, que brotan, con frecuencia, por un lado y por otro, en sentido contrario. El Papa Francisco ha tenido que corregir severamente a una Diócesis de África, que no ha recibido al nuevo obispo, que él ha nombrado, porque es de una tribu distinta”.
En la oración por los sacerdotes, que realizamos, con frecuencia, en la parroquia, suelo decir a la gente, que recordemos, especialmente, a aquellos sacerdotes, que han tenido alguna relación especial con nosotros, porque nos han bautizado, o dado la primera comunión, o nos han confesado, etc.
La primera lectura nos recuerda que ya, en el Antiguo Testamento, era éste el proceder de Dios con los que acogen a sus enviados, y premia a aquellos esposos, que acogen al profeta Eliseo en su casa, con el nacimiento de un niño.
Nuestra reflexión de hoy nos recuerda, por tanto, cuestiones fundamentales en nuestra vida de cristianos.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 13º DEL T. ORDINARIO A
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la primera lectura se nos narra la acogida que ofrecen una familia al profeta Eliseo, y la recompensa que recibe de Dios.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo nos recuerda que, por el Bautismo, hemos muerto al pecado, para vivir sólo para Dios, sólo para el bien.
TERCERA LECTURA
Concluyen hoy las instrucciones de Jesús a los discípulos, sobre la misión que les encomienda. Son enseñanzas importantes para nosotros.
Acojamos a Cristo con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos al Señor que ha ido delante de nosotros por el camino del amor y de la entrega, para que sigamos sus pasos. El, que nos invita a seguirle, por encima de todo, nos dará también la fuerza que necesitamos para conseguirlo.
El santo padre Francisco rezó este jueves, solemnidad de san Pedro y san Pablo, la oración del ángelus desde su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, donde le esperaban miles de fieles y peregrinos. (ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017)
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los Padres de la Iglesia amaban comparar a los santos Apóstoles Pedro y Pablo con dos columnas, sobre las cuales se apoya la construcción visible de la Iglesia. Ambos han confirmado con su propia sangre el testimonio dado a Cristo con la predicación y el servicio a la naciente comunidad cristiana. Este testimonio es puesto en evidencia en las Lecturas bíblicas de la liturgia hodierna, Lecturas que indican el motivo por el cual su fe, confesada y anunciada, ha sido luego coronada con la prueba suprema del martirio.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles (Cfr. 12,1-11) narra el evento de la reclusión y de la consiguiente liberación de Pedro. Él experimentó el rechazo del Evangelio ya en Jerusalén, donde había sido encerrado en la prisión por el rey Herodes, «su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo» (v. 4). Pero fue salvado de modo milagroso y así pudo llevar a termine su misión evangelizadora, primero en la Tierra Santa y después en Roma, poniendo todas sus energías al servicio de la comunidad cristiana.
También Pablo ha experimentado hostilidad de las cuales ha sido liberado por el Señor. Enviado por el Resucitado en muchas ciudades con poblaciones paganas, él encontró fuertes resistencias sea de parte de sus correligionarios que de parte de las autoridades civiles. Escribiendo al discípulo Timoteo, reflexiona sobre su propia vida y sobre su propio recorrido misionero, como también sobre las persecuciones sufridas a causa del Evangelio.
Estas dos “liberaciones”, de Pedro y de Pablo, revelan el camino común de los dos Apóstoles, los cuales fueron enviados por Jesús a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y en ciertos casos hostiles. Ambos, con sus acontecimientos personales y eclesiales, demuestran y nos dicen a nosotros, hoy, que el Señor está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás. Especialmente en el momento de la prueba, Dios nos extiende la mano, viene en nuestra ayuda y nos libera de las amenazas de los enemigos.
Pero recordémonos que nuestro verdadero enemigo es el pecado, y el Maligno que nos empuja a ello. Cuando nos reconciliamos con Dios, especialmente en el Sacramento de la Penitencia, recibiendo la gracia del perdón, somos liberados de los vínculos del mal y aliviados del peso de nuestros errores. Así podemos continuar nuestro recorrido de gozosos anunciadores y testigos del Evangelio, demostrando que nosotros en primer lugar hemos recibido misericordia.
A la Virgen María, Reina de los Apóstoles, dirigimos nuestra oración, que hoy es sobre todo por la Iglesia que vive en Roma y para esta ciudad, de los cuales Pedro y Pablo son sus patronos. Ellos le obtengan el bienestar espiritual y material. La bondad y la gracia del Señor sostengan a todo el pueblo romano, para que viva en fraternidad y concordia, haciendo resplandecer la fe cristiana, testimoniado con intrépido ardor por los santos Apóstoles Pedro y Pablo.
Homilía del papa Francisco en la solemnidad de san Pedro y san Pablo – Texto completo – 29 junio 2017 (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
«La liturgia de hoy nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración. La confesión es la de Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13).
Y de esta «encuesta» se revela de distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15).
A este punto, responde sólo Pedro: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’ (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida.
Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: ‘¿Quién soy yo para ti?’. Es como si dijera: ‘¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?’.
Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a ‘arder’ por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con ‘vivir al día’ o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo.
Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que el Apóstol Pablo afirma antes de ‘ser –como escribe– derramado en libación’ (2 Tm 4,6). Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20). De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también su propia vida.
Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber tampoco un cristiano. En efecto, ‘es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males’ (Agustín, Disc. 46.13), como Jesús.
Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros.
Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos ‘atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados’ (2 Co 4,8-9). Soportar es saber vencer con Jesús, a la manera de Jesús, no a la manera del mundo.
Por eso Pablo –lo hemos oímos– se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8) y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose. Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse.
Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús.
La tercera palabra es oración. La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas.
Nos lo recuerda la primera lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide, toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas. Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros, queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que confesaron la fe con su sangre.
Estará también cerca de vosotros, queridos hermanos arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre sus hombros.
El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y custodie también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, y al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.
Texto completo del discurso del papa Francisco al sindicato italiano CISL, En la audiencia realizada en el Aula Pablo VI (ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017)
«Les doy la bienvenida con motivo de vuestro congreso, y agradezco al Secretario General su presentación.
Han elegido un lema muy hermoso para este congreso: “Para la persona, para el trabajo.” Persona y trabajo son dos palabras que pueden y deben juntarse. Porque si pensamos y decimos trabajo sin decir persona, el trabajo termina por convertirse en algo inhumano que , olvidándose de las personas se olvida y se pierde a sí mismo.
Pero si pensamos en la persona sin el trabajo decimos algo parcial, incompleto, porque la persona se realiza plenamente cuando se convierte en trabajador, en trabajadora; porque el individuo se convierte en persona cuando se abre a los demás, en la vida social, cuando florece en el trabajo. La persona florece en el trabajo. El trabajo es la forma más común de cooperación que la humanidad haya producido en su historia. Cada día, millones de personas cooperan simplemente trabajando: educando a nuestros hijos, maniobrando equipos mecánicos, resolviendo asuntos en una oficina … El trabajo es una forma de amor cívico, no es un amor romántico ni siempre intencional, pero es un amor verdadero, auténtico, que nos hace vivir y saca adelante el mundo.
Por supuesto, la persona no es sólo trabajo… Tenemos que pensar en la saludable cultura del ocio, de saber descansar. No es pereza, es una necesidad humana. Cuando pregunto a un hombre, a una mujer, que tiene dos, tres hijos: “Pero dígame, ¿Usted juega con sus hijos? ¿Tiene este “ocio?”- “¡Eh!, sabe, cuando voy al trabajo, todavía están dormidos, y cuando vuelvo ya están acostados”. Esto es inhumano. Por eso, junto con el trabajo, hay que tener la otra cultura. Porque la persona no es solamente trabajo; porque no trabajamos siempre y no siempre tenemos que trabajar.
De niños no se trabaja y no se debe trabajar .No trabajamos cuando estamos enfermos, no trabajamos cuando somos ancianos. Hay muchas personas que todavía no trabajan, o que ya no trabajan. Todo esto es cierto y sabido, pero hay que recordarlo también hoy , cuando en el mundo todavía hay demasiados niños y chicos que trabajan y no estudian, mientras el estudio es el único “trabajo” bueno de los niños y de los jóvenes.
Y cuando no siempre y no a todos se les reconoce el derecho a una jubilación justa – ni demasiado pobre ni demasiado rica: las “jubilaciones de oro” son un insulto al trabajo no menos grave que el de las jubilaciones demasiado pobres, porque vuelven perennes las desigualdades del tiempo del trabajo. O cuando un trabajador enferma y se le descarta del mundo del trabajo en nombre de la eficiencia – y, sin embargo, si una persona enferma puede, dentro de sus límites, trabajar, el trabajo también desempeña una función terapéutica- : a veces uno se cura trabajando con los demás , trabajando juntos, para los demás .
Es una sociedad necia y miope la que obliga a las personas mayores a trabajar demasiado tiempo y a una entera generación de jóvenes a no trabajar cuando deberían hacerlo para ellos y para todos. Cuando los jóvenes están fuera del mundo del trabajo, las empresas carecen de energía, de entusiasmo, de innovación, de alegría de vivir, que son bienes comunes preciosos que mejoran la vida económica y la felicidad pública.
Es urgente un nuevo contrato social humano, un nuevo contrato social para el trabajo, que reduzca las horas de trabajo de los que están en la última temporada laboral para crear puestos de trabajo para los jóvenes que tienen el derecho y el deber de trabajar. El don del trabajo es el primer don de los padres y de las madres a los hijos y a las hijas, es el primer patrimonio de una sociedad. Es la primera dote con que los ayudamos a despegar hacia el vuelo libre de la vida adulta.
Me gustaría hacer hincapié en dos desafíos trascendentales que el hoy el movimiento sindical debe afrontar y superar si quiere seguir desempeñando su papel esencial para el bien común.
El primero es la profecía, y se refiere a la naturaleza misma del sindicato, a su verdadera vocación. El sindicato es una expresión del perfil profético de una sociedad. El sindicato nace y renace cada vez que, como los profetas bíblicos, da voz a los que no la tienen, denuncia al pobre “vendido por un par de sandalias” (cfr Amós 2,6), desenmasca a los poderosos que pisotean los derechos de los trabajadores más vulnerables, defiende la causa del extranjero, de los último, de los “descartes”.
Como demuestra la gran tradición de la CISL, el movimiento sindical tiene sus grandes temporadas cuando es profecía. Pero en nuestras sociedades capitalistas avanzadas el sindicato corre el peligro de perder esta naturaleza profética y de volverse demasiado parecido a las instituciones y a los poderes que, en cambio, debería criticar. El sindicato, con el pasar del tiempo, ha acabado por parecerse demasiado a la política, o mejor dicho, a los partidos políticos, a su lenguaje, a su estilo. En cambio, si se olvida de esta dimensión típica y diferente, también su acción dentro de las empresas pierde potencia y eficacia. Esta es la profecía.
Segundo desafío : innovación. Los profetas son centinelas, que vigilan desde su atalaya. También el sindicato tiene que vigilar desde las murallas de la ciudad del trabajo, como un centinela que mira y protege a los que están dentro de la ciudad del trabajo, pero que mira y protege también a los que están fuera de las murallas. El sindicato no realiza su función esencial de innovación social si vigila solo a los que están dentro, si sólo protege los derechos de las personas que trabajan o que ya están retiradas. Esto se debe hacer, pero es la mitad de vuestro trabajo. Vuestra vocación es también proteger los derechos de quien todavía no los tiene, los excluidos del trabajo que también están excluidos de los derechos y de la democracia.
El capitalismo de nuestro tiempo no comprende el valor del sindicato, porque se ha olvidado de la naturaleza social de la economía, de la empresa. Este es uno de los pecados más graves. Economía de mercado: no. Digamos economía social de mercado, como enseñaba san Juan Pablo II: economía social de mercado. La economía se ha olvidado de la naturaleza social de su vocación, de la naturaleza social de la empresa, de la vida, de los lazos, de los pactos. Pero tal vez nuestra sociedad no entiende al sindicato porque no lo ve luchar lo suficiente en los lugares de los “derechos del todavía no”, en las periferias existenciales, entre los descartados del trabajo. Pensemos en el 40% de jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo.
Aquí, en Italia. ¡Y allí es donde tienen que luchar! Son periferias existenciales. No lo ve luchar entre los inmigrantes, de los pobres, que están bajo las murallas de la ciudad ; o simplemente no lo entiende por qué a veces -pero pasa en todas las familias- la corrupción ha entrado en el corazón de algunos sindicalistas. No os dejéis bloquear por esto. Sé que se están esforzando ya desde hace tiempo en la dirección justa, sobre todo con los migrantes, con los jóvenes y con las mujeres.
Y lo que digo ahora podría parecer superado, pero en el mundo del trabajo la mujer es todavía de segunda clase. Podrían decirme: “No, hay esa empresaria, esa otra…”. Sí, pero la mujer gana menos, se la explota con más facilidad…Hagan algo. Les animo a continuar y, si es posible, a hacer más. Vivir las periferias puede convertirse en una estrategia de acción, en una prioridad del sindicato de hoy y de mañana.
No hay una buena sociedad sin un buen sindicato, y no hay un buen sindicato que no renazca todos los días en las periferias, que no transforme las piedras descartadas por la economía en piedras angulares. Sindicato es una hermosa palabra que viene del griego “dike”, es decir justicia y “syn” juntos. Es decir, “justicia juntos”. No hay justicia juntos si no es junto con los excluidos de hoy.
Les agradezco este encuentro, los bendigo, bendigo vuestro trabajo y deseo lo mejor para vuestro Congreso y vuestro trabajo diario. Y cuando nosotros en la Iglesia hacemos una misión , por ejemplo, en una parroquia el obispo dice: “Hagamos la misión para que toda la parroquia se convierta, es decir vaya a mejor”. También ustedes ‘conviértanse’: mejoren el trabajo, que sea mejor. ¡Gracias!
Y ahora les pido que recen por mí, porque yo también tengo que convertirme en mi trabajo; cada día tengo que ir a mejor para ayudar y cumplir mi vocación. Recen por mí y quisiera darles la bendición del Señor».
Comentario a la liturgia dominical, XIII domingo del Tiempo ordinario, por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 27 junio 2017(zenit)
Ciclo A
Textos: 2 Re 4, 8-11.14-16; Rom 6, 3-4.8-11; Mt 10, 37-42
Idea principal: El que no toma su cruz y sigue al Señor, no es digno de Él.
Resumen del mensaje: Hoy el lenguaje de Cristo en el evangelio es duro de oír y de vivir. El seguimiento de Cristo comporta renuncias y sacrificios. En tantas ocasiones de la vida nos encontramos ante la encrucijada de opciones contradictorias: aceptar o no la cruz, optar por los valores del evangelio o por los más fáciles de este mundo. Hoy Cristo nos dice que debemos optar por él, por encima de intereses económicos o de lazos familiares, si queremos alcanzar la vida.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la cruz era en tiempo de Jesús la más abyecta de las ejecuciones capitales, que los romanos aprendieron de los cartagineses y éstos de los bárbaros sometidos a las satrapías orientales; torturas exclusivas de esclavos. Tanto que al esclavo se le llamaba “portador de la cruz” (furcifer). En la comedia Miles gloriosus, de Plauto, sale un esclavo y dice: “Sé que la cruz será mi sepulcro; allí están colgados mis antecesores: padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo” (2, 4, 372-373). Le temblaban las carnes a cualquiera con sólo oírlo. Ni idea puede tener el hombre del siglo XXI de la descarga eléctrica –miedo, repugnancia, escándalo- que les corrió por la espalda a los apóstoles cuando por primera vez le oyeron a Jesús decir: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”.
En segundo lugar, sabemos que hay cementerios de guerra en Centroeuropa con 2.000, 8.000 cruces idénticas a tresbolillo. ¡Qué pesadilla onírica! Nuestro mundo es una plantación de cruces morales, familiares, sociales, matrimoniales, políticas, diarias, físicas, espirituales. Y en cada cruz, un Cristo: el prisionero sin esperanza, el revolucionario derrotado, el condenado a muerte, el mártir de las estructuras injustas sin posibilidad de revolucionarlas, la mujer con la lanza de la traición clavada en el costado, el moribundo por un mal diagnóstico, el hijo muerto por sobredosis de droga, ese muchacho víctima de un pedófilo o pederasta. Los 15 millones de leprosos, los 800 millones de analfabetos, los 1.500 millones sin derechos humanos, los 4.650 millones de hambrientos, etc. Esto es un oleaje sin fin de sangre, sudor y lágrimas, dolor, tristeza y miedo, desesperación. ¿Por qué, para qué, por qué yo, precisamente yo y ahora, qué sentido tiene, a qué viene…? Y un eco místico en la tarde rebota por valles, almas y siglos: “El que no toma mi cruz y me sigue…”.
Finalmente, preguntémonos, ¿por qué nos da tanto miedo la cruz? ¿Y por qué San Francisco Javier al acercarse en 1542 a las costas de la actual Kenia, al ver en la altura la columna que en 1498 levantó Vasco de Gama, una cruz de piedra roja, escribió: “En verla, sólo Dios sabe cuánta consolación recibimos, viéndola así sola y con tanta victoria entre tanta morería”. Al contemplar este mundo, este campo de cruces, se nos debería ensanchar el corazón porque estamos viviendo lo que dice Jesús en el evangelio de hoy: “El que no toma su cruz y me sigue…”. Estamos por buen camino. No hay que buscar la cruz, sino soportarla, como hizo Jesús. Más que soportarla, hay que combatirla, como Jesús hizo con sus milagros. Más que combatirla hay que transfigurar la cruz por la aceptación y diálogo con Jesús. Más que transfigurarla hay que liberar la cruz, como Jesús: con ella a cuestas pero no abrumado, clavado pero no desesperado, muerto pero resucitado.
Para reflexionar: ¿Qué estoy haciendo con mi cruz, con esa astilla de la cruz que Cristo me ha participado de su enorme cruz? ¿La he tirado a la cuneta y cargado en los hombros de los demás ? ¿Refunfuño y la lleva a regañadientes? ¿Me he abrazado a ella, uniéndola a la cruz de Cristo para darle valor redentor y expiatorio?
Para rezar:
No te pido Señor,
que me quites la cruz,
sino que me des una
espalda fuerte para llevarla,
un corazón generoso para amarla
y una sonrisa para aceptarla.
Llevar la cruz con dignidad,
no sólo llevarla con paciencia.
Sólo así mi vida podrá llamarse
verdaderamente cristiana porque
se transformará en ti y llegaré
a ser otro Cristo.
Amen.
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