S?bado, 26 de agosto de 2017

Reflexión al evangelio del domingo veintiuno del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 21º del T. Ordinario A

 

En medio del paisaje rocoso de Cesarea de Filipo, se produce una doble e impresionante revelación: La que hace el Padre del Cielo a Simón Pedro, acerca de su Hijo, Jesucristo, y la  que hace Jesucristo sobre su Iglesia, con relación a Pedro.  

Veamos: Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es el Hijo del Hombre, y la respuesta es variada, pero todos piensan que se trata de alguien importante: Juan el Bautista o alguno de los profetas, que ha resucitado. Luego les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Y Pedro le responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Jesús se da cuenta de que aquello no puede proceder de Pedro, sino que es revelación de lo Alto. Y se lo ayuda a comprender a todos. Entonces dirigiéndose  a él, le dice “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”

Ya conocemos la dificultad que la “Doctrina del Primado” entraña en el camino ecuménico y en la misma mentalidad del hombre de hoy, pero comprendemos aquí que se trata de una verdad que atañe a la misma naturaleza de la Iglesia. Por eso, nos viene bien reflexionar este domingo sobre esta realidad, al mismo tiempo que alabamos y damos gracias al Padre por este misterio, reconociendo que “sus decisiones son insondables e irrastreables sus caminos”. (2ª Lect.). Y también oramos incesantemente a Dios, por el Sucesor de Pedro (Hch 12, 5), para que le asista y le proteja.

Todos sabemos la importancia que tienen los cimientos en una casa o en cualquier edificación. Ya el Señor nos habla en una ocasión, de aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca, y del hombre necio, a quien se le ocurre construir una casa sin cimentación, sobre arena. (Mt 7,24-29) Y Jesús, que es el Hombre-Dios, infinitamente prudente, ¿cómo edificará “la Casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad?” (1Tim 3,15). ¿Sobre roca o sobre arena?

S. Pablo nos enseña que estamos “edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular”. (Ef 2,20). Y el Vaticano II nos enseña que, con el fin de que los sucesores de los apóstoles, los obispos, fueran una sola cosa y no estuvieran divididos, “puso a Pedro al frente de los demás apóstoles,  e instituyó en él para siempre el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión”. (Cfr. L. G. 18) Y entre los signos, que señalan esa misión, se subraya hoy el de las llaves.  

Ya sabemos lo que significan unas llaves. Nos convierten en  dueños o administradores de una casa. Y el Señor Jesús le dice a Simón Pedro: “Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo”. En la primera lectura escuchamos: “Colgaré de su hombro (de Eliacín) la llave del palacio de David: Lo que él abra nadie lo cerrará, Lo que él cierre nadie lo abrirá”.

         En resumen, conscientes de la grandeza de esta doctrina, y de la fragilidad de todo lo humano, proclamamos hoy con  el salmo responsorial:  “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.

                                                                           ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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     DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO A      

     Moniciones 

 

 

PRIMERA LECTURA

         La primera lectura de hoy es una profecía de Isaías, en la que se anuncia un cambio en el gobierno del palacio real, significado en unos símbolos externos, entre ellos, la entrega de unas llaves: “Colgaré de su hombro las llaves del palacio de David: Lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá". 

 

SALMO

La Iglesia se contempla y proclama en el salmo, como obra de las manos de Dios. Nosotros, conscientes de la fragilidad de todo lo humano, pedimos al Señor su misericordia y su ayuda continua. 

 

SEGUNDA LECTURA

         La segunda lectura nos presenta un himno de S. Pablo a los designios de Dios, siempre misteriosos y desconcertantes. Escuchemos. 

 

TERCERA LECTURA  

         Jesús dice a Pedro, después de su confesión de fe, que le dará la responsabilidad suprema de la Iglesia.

Aclamémoslo ahora con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

         En la Comunión recibimos a Jesucristo, proclamado hoy por Pedro como el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

         Que Él nos ayude a reconocerle siempre así, en la unidad de la Iglesia, presidida por el Sucesor de Pedro.

 

 


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XXI domingo: ¿Quién soy para ti? – por Mons. Enrique Díaz Díaz (ZENIT)

25 agosto 2017

Isaías 22, 19-23: “Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro”
Salmo 137: “Señor, tu amor perdura eternamente”
Romanos 11, 33-36: “Todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por Él y todo está orientado hacia Él”
San Mateo 16, 13-20: “Tú eres Pedro y Yo te daré las llaves del Reino de los cielos”

Emocionada, con la mano temblorosa, se diría que con cariño, la joven arquitecta comenzó la ardua tarea de quitar capas y capas de pintura de todo tipo que ocultaban la belleza de los retablos del vetusto convento. “¿Cómo pueden ocultar una obra de arte detrás de estas plastas horribles?”. No sé si predominaba en ella la excitación del insospechado descubrimiento que surgía ante sus ojos, o la indignación por la falta de respeto y de cultura de quienes a través de los siglos habían convertido el convento en escuela, prisión, muladar y quién sabe cuántos destinos más a lo que para ella era una joya de la arquitectura y del arte. “Una obra de arte escondida en medio de un pueblo que no sabe apreciarla y la ha destruido con sus afanes de modernidad, actualización o simple respuesta a sus necesidades”. ¿Con Cristo no nos ha pasado algo semejante?

Recuerdo que cierto día, a un ciudadano de Florencia le expresaban toda la admiración por la ciudad, el arte, sus museos, la academia, etc., y él respondía con un tono de desenfado. “Los de lejos son los que les interesan esas obras. Ustedes han visitado más los museos que los que vivimos aquí” y enumeraba con indiferencia los sitios reconocidos internacionalmente pero que él nunca ha visitado. “Los tenemos aquí pero no los conocemos”. Y esta experiencia se repite en cada lugar: los que tienen la riqueza son quienes menos la aprecian. Me parece que a los católicos con Jesús nos pasa igual. Estamos tan acostumbrados a tenerlo toda la vida que no le damos ninguna importancia y no nos dejamos impactar por Él, por su vida, por su pensamiento, por su ejemplo. Pasa a ser como un vecino de toda la vida, relativamente cercano pero sin profundizar en su amistad. Lo vamos ocultando entre capas de egoísmo, indiferencia y apatía. Está con nosotros pero no lo reconocemos.

A mitad del camino de su vida pública, Jesús hace un alto para cuestionar a sus discípulos sobre el significado de su obra y su persona para cada uno de ellos. Lanza la pregunta sobre lo  que opina la gente. “Juan el Bautista”, es la primera respuesta. Pero Juan, a pesar de ser un hombre valiente, coherente y honrado, no es el Mesías. “Elías, Jeremías o uno de los profetas”, son profetas, personajes que tuvieron una influencia decisiva para la historia del pueblo de Israel, pero que no son el Mesías. A Cristo se le compara, se le admira, se le ponen adjetivos, pero para saber quién es, se necesita tener una experiencia personal con Él, descubrirlo, comprometerse con Él.

De ahí surge la pregunta de Cristo para Pedro y para cada uno de nosotros. No se puede afirmar que Cristo es un profeta, que habla en nombre de Dios, y quedarse tan tranquilos, porque Cristo es el Profeta, la Palabra de Dios hecha carne, que se mete en nuestra vida, que la transforma y la cambia, que nos hace ver el mundo de forma diferente. Pero si no escuchamos la Palabra, hablaremos de ideologías y no de vivencias. Pedro afirma que Cristo es el Mesías, pero tiene que adentrarse en todo lo que significa ser “mesías” al estilo de Jesús: no viene a destruir, sino a dar vida; no viene a ser servido, sino a servir; no viene a poner en el pedestal a Israel, sino a construir la fraternidad de todos los pueblos, y esto lo hace por el camino de la pequeñez, de la entrega, de la muerte y la resurrección.

Cuando Pedro hace la preciosa confesión, que brota del corazón: “Tú eres el Hijo de Dios vivo”, no se imagina todo lo que esta frase encierra; lo harán después en su reflexión las comunidades cristianas. Es Dios que, tomando carne, asume nuestra condición y comparte nuestro destino. Siendo Dios se hace uno de los nuestros para darnos vida y salvación. Él comparte nuestra vida pero quiere hacernos compartir su vida en un maravilloso intercambio. Pero si nosotros cerramos nuestro corazón, si no nos abrimos a toda la riqueza de este intercambio, nos quedaremos vacíos, a pesar de estar tan cerca de Él. Quedará sepultado detrás de imágenes más o menos hermosas, pero no la persona viva que toca, que seduce y enamora. Por eso hoy resuena para cada uno de nosotros la pregunta, al mismo tiempo amorosa y exigente, de Jesús: “y para ti ¿quién soy Yo?”. Es la pregunta del enamorado queriendo mirar el corazón de la persona amada, es un reclamo de amor. ¿Qué le respondemos al Señor? ¿Cómo es nuestra relación personal con Él? ¿Tenemos diálogo con Él, le damos tiempo, lo tomamos en serio?

Limpiar el rostro de Cristo, descubrir sus rasgos de amor, dejarse seducir por su persona y por su Reino será de vital importancia para cada uno de nosotros. Hoy es una oportunidad para retomar nuestra relación con Jesús y adentrarnos en su amor y en su proyecto. No tengamos miedo y dejémonos cuestionar sobre nuestro amor y nuestra vida. El Papa Benedicto al iniciar su Pontificado nos decía: “¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!… Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera… ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí: abran, abran de par en par las puertas a Cristo y encontrarán la verdadera vida”.

Dios Padre, que te has hecho presente de un modo inefable en el amor extremo que nuestro hermano Jesús ha vivido; haz que, como Él mismo quiso, viviendo su palabra, su ejemplo y su amistad, encontremos el camino hacia la realización de tu voluntad y la construcción del Reino de la Vida y del Amor. Amén.


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Reflexión de José Antonio Pagola al Evangelio del Domingo veintiuno del Tiempo Ordinario A

QUÉ DECIMOS NOSOTROS 

 

También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?

¿Nos esforzamos por conocer cada vez mejor a Jesús o lo tenemos «encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos» de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?

¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? Quienes se acercan a nuestras comunidades, ¿pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?

¿Nos sentimos discípulos de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?

¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba él? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?

¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo mejor de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?

¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Cristo? ¿Creemos en Jesús resucitado, que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza resucitadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?

José Antonio Pagola

21 Tiempo ordinario – A (Mateo 16,13-20)

Evangelio del 27 / Ago / 2017

Publicado el 21/ Ago/ 2017

por Coordinador - Mario González Jurado

 


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S?bado, 19 de agosto de 2017

Reflexión a las lecturas del domingo veinte del Tiemppo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"  

 Domingo 20º del T. Ordinario A

 

La Liturgia de este domingo nos trae un mensaje acerca de la universalidad de la salvación: ¡Jesucristo ha venido para todos!

A nosotros nos resulta algo ya sabido, porque lo hemos conocido y vivido desde niños; pero no siempre se entendió así, y,  con alguna frecuencia, la Palabra de Dios  nos lo recuerda.

El pueblo de Israel tuvo siempre una conciencia muy viva de ser el pueblo elegido; y, por medio de él, se incorporarían los demás pueblos a la salvación.  Recordemos aquella crisis tan grave que tuvo lugar en la Iglesia primitiva, cuando lo de los judaizantes. (Hch 15, 1-2).        

Cuando leemos el Evangelio, constatamos que Jesús tiene una  clara conciencia de que ha sido enviado solamente al pueblo de Israel, como había sucedido con los profetas, que también habían anunciado, en algunas ocasiones, la  universalidad de la salvación, como escuchamos en la primera lectura de hoy.

En este contexto, las palabras del Evangelio no deben parecernos extrañas: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Y también: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Y cuando manda a los apóstoles de dos en dos, les dice: "No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id  a las ovejas descarriadas de Israel". (Mt. 10, 5-7).

Es por el Misterio Pascual, por el que Jesucristo hace de los dos pueblos -judíos y gentiles- un pueblo nuevo, la Iglesia, a la que San Pablo llama “el Israel de Dios”. (Gál 6, 16). El mismo apóstol escribe en otro lugar: “Ahora, gracias a Cristo Jesús, los que en un tiempo estabais lejos, estáis cerca, por la sangre de Cristo. Él es nuestra paz: El que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando, en su cuerpo de carne, el muro que los separaba: La enemistad. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y decretos, para crear de los dos, en sí mismo, un único hombre nuevo, haciendo  las paces. Reconcilió con Dios a los dos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte en Él, a la enemistad”. (Ef 2, 13-16). Y en la segunda lectura de hoy contemplamos  cómo  el mismo Pablo, se presenta como “apóstol de los gentiles”, al mismo tiempo que manifiesta su intensa preocupación por la suerte del pueblo judío.

Pero ya antes de su Muerte y Resurrección, Jesús anticipa y profetiza, en algunas ocasiones, la universalidad de la salvación, acogiendo y  realizando curaciones de algunos paganos, que sobresalieron por su fe, como contemplamos este domingo, en aquella mujer cananea. Ella tenía una hija con “un demonio muy malo”. Se trataba, probablemente, de alguna enfermedad grave. Y, saliendo de uno de aquellos lugares, pertenecientes al territorio de Tiro y Sidón, empieza a llamar a gritos a Jesucristo, para que la atienda. ¡Grita y vuelve a gritar, hasta “molestar” a los discípulos!  Ellos interceden ante Jesús, y la mujer puede acercarse y presentarle su petición: “Señor, socórreme”. Jesús le contesta con una especie de refrán: “No está bien  tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Y como aquella mujer posee una fe humilde y viva, se coloca en su lugar: Ella es una mujer pagana  y no puede venir con exigencias; y acierta a decirle: “Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas, que caen de la mesa de los amos”. El Señor quedó profundamente sorprendido de su respuesta y le dijo: “Mujer, qué grande es tu fe: Que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija”.

¡Cuánto valora Jesucristo la fe; una fe humilde y viva, que nos lleve a colocarnos en nuestro propio lugar ante Él!

Concluyamos nuestra reflexión de hoy, proclamando con el salmo responsorial: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”.  

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 20º DEL TIEMPOP ORDINARIO A 

Moniciones 

 

 

PRIMERA LECTURA

          En tiempos de Jesús muchos creían que sólo estaban llamados a la salvación los que practicaban la religión del pueblo de Israel. Jesús mismo quiso anunciar el Reino de Dios, preferentemente, a los judíos. Escuchemos ahora una antigua profecía que nos habla de una salvación para todos. 

 

SALMO

          Todos los pueblos están llamados a la salvación, lograda por Jesucristo, el Señor. Proclamémoslo ahora todos, con el salmo responsorial. 

 

SEGUNDA LECTURA

          San Pablo expresa, en esta lectura, su preocupación por la suerte de su pueblo Israel; y sueña con el día en que se incorpore a la Iglesia de Jesucristo. 

 

TERCERA LECTURA 

          Contemplamos ahora a Jesucristo en su encuentro con una mujer, que no pertenecía al pueblo de Israel. Aclamémoslo, antes de escuchar el Evangelio, con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

          En la Comunión nos encontramos con el mismo Jesús del Evangelio, que ha venido para salvarnos a todos. Ojalá que nos acerquemos ahora a Él, con la fe de la mujer cananea. 


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Reflexión del Evangelio en el XX Domingo del Tiempo Ordinario: “Tres tareas”, por Mons. Enrique Díaz Díaz (ZENIT)

 

 Isaías 56, 1. 6-7: “Conduciré a los extranjeros a mi monte santo”

Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos”

Romanos 11, 13-15. 29-32: “Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección”

San Mateo 15, 21-28: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

Sólo el camellón, donde se resguarda, conoce sus penas. Día a día, tratando de simular una sonrisa, se acerca a los vehículos a ofrecer sus mercancías. Recibe la mayoría de las veces un “no” rotundo, un desprecio o una ignorancia disimulada. “También hay quien me sonríe, pregunta por mis mercancías y me compra algo. Así voy sobreviviendo, pero para una mujer sola, con mi niño, con las dificultades para entender la castilla… es muy difícil. Aunque Irapuato es también México, muchos me miran con desprecio y me siento extranjera en mi tierra por ser indígena y mujer. Pero ya no quiero volver a mi comunidad. También a veces me molestan los que andan drogados o la policía… como si uno estuviera robando. Qué difícil ser mujer indígena en la ciudad”.

Si preguntáramos, todo mundo nos contestaría que no es partidario de la discriminación, pero la hay y está a la vista. Y así como nos chocan las realidades de nuestro entorno, seguramente nos chocarán las expresiones que hoy encontramos tan fuertes en el Evangelio. Nos habíamos acostumbrado, sobre todo en los últimos domingos, a un Jesús misericordioso y compasivo. A quien hablaba de un amor universal, hoy lo encontramos diciendo: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”. Quien había hecho la multiplicación de los panes como signo de una mesa universal, ahora afirma: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos” y se muestra duro para conceder un favor a una pobre mujer cananea. Dos de sus más grandes presupuestos: la universalidad y el amor incondicional y respetuoso a la mujer y a cualquier persona, hoy parecería que son puestos en tela de juicio por esta narración.

¿Qué encontramos tras la narración de la mujer cananea? Está la ideología del tiempo de Jesús donde Israel se autonombraba como el único portador de las esperanzas de salvación y llamaba infieles a los otros pueblos. Adoptaba una postura intransigente ante los pueblos paganos llamándolos incluso “perros” como sinónimo de incrédulo y en contraposición a la “oveja”, el arquetipo de la docilidad y pertenencia al pueblo. Es posible que en su memoria estuvieran algunas de las deidades vecinas que presentaban figuras de canes en cuerpos de hombre. Por otro lado está toda la discriminación y desprecio que la mujer israelita sufría considerada con frecuencia impura y ocasión de pecado. Si en un primer momento Jesús se muestra acorde con esta ideología, pronto rompe estas esclavitudes y abre el camino a la libertad. El sufrimiento no conoce fronteras y la compasión de Dios llega a todos por igual.

Nos causan admiración y criticamos fuertemente las situaciones de Israel que parecen perdidas en el tiempo y en el espacio. Sin embargo constantemente somos testigos de cómo nuestras modernas civilizaciones aceptan y justifican la discriminación a los pueblos diferentes y de cómo la mujer continúa viviendo en un ambiente de inferioridad y opresión. La xenofobia sigue haciendo estragos en nuestras sociedades. Las fronteras son cada día más custodiadas para impedir el paso de los hermanos que buscan una mejor vida. Nos escandalizamos de la palabrería insultante de Trump y del trato que reciben los migrantes mexicanos más allá de nuestras fronteras, pero mexicanos y centroamericanos siguen pasando las de Caín en nuestro propio territorio. Hay mexicanos de primera y de segunda; y hay mexicanos que no tienen voz, ni ningún derecho. La mujer con grandes trabajos va logrando espacios en la sociedad y en la Iglesia, sin embargo sigue siendo explotada y oprimida. Se le utiliza y se le denigra. Se le considera objeto de lujo o de placer y como a “objeto” se le trata. Su trabajo es menos remunerado y se le chantajea y acosa. Son violadas y denigradas. Es escandaloso el número de mujeres que sufren violencia en el propio hogar o son reducidas a un trabajo doméstico, obligado, sin retribución y sin aspiraciones.

¿Tiene Jesús estas palabras en su corazón? ¿Cambió su actitud obligado por la oración de la mujer o por la insistencia de los apóstoles? Hay quienes afirman que la tenacidad y la fuerza de la oración de aquella madre provocan este milagro al igual que en Caná la insistencia de María provocó la conversión del agua en vino. Hay quienes dicen que es pedagogía de Jesús para enseñar no solamente el valor de la oración, sino también para abrir la puerta a los gentiles y reconocer la dignidad de la mujer. El mensaje de esperanza de Jesús va destinado a todos los hombres y mujeres, sea cual sea su nación o su condición. Así lo anuncia el profeta Isaías en la primera lectura: “Mi templo será la casa de oración para todos los pueblos”, hablando expresamente de la acogida a los extranjeros que se han adherido al Señor. Desde el inicio del evangelio de hoy se nos anunciaba cómo Jesús se dirigía a la comarca de Tiro y de Sidón para escándalo de los judíos. Era acercarse descaradamente a los paganos. Y el mismo Evangelio concluye con una alabanza: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. Precisamente aquello de lo que más se enorgullecía Israel, su credo, ahora lo escucha pero atribuido a ¡una mujer!, ¡una mujer pagana!, ¡cananea! 

El Papa Francisco ha insistido constantemente en las tres tareas que nos deja hoy Jesús: la primera es el sentido de universalidad, Dios no se encierra en nuestros pobres esquemas de capillismo, de sentirnos los únicos, de no querer ver como hermanos a los que son de otro grupo, otra raza, de otro pueblo, de otro credo. La segunda será la lucha seria por un verdadero equilibrio entre la dignidad del hombre y la mujer, su papel y su participación dentro de la sociedad y de la Iglesia. Y la tercera, el poder de la oración insistente. La mujer cananea, llena de fe, arrodillada a los pies de Jesús será una escuela de oración y una invitación a valorar el sentido de la oración. ¿Cómo podremos abrirnos a los hermanos diferentes? ¿Qué podemos hacer para un respeto de la dignidad de la mujer? ¿Cómo es nuestra oración, sobre todo cuando no alcanza en un primer momento lo que nosotros quisiéramos?

Padre Bueno, enciende nuestros corazones con el fuego de tu amor para que, amándote, difundamos tu amor entre todos los hombres, respetemos la dignidad de cada uno, en especial de la mujer y hagamos vida el Evangelio de tu Hijo, Jesús. Amén.


Publicado por verdenaranja @ 12:53  | Espiritualidad
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Reflexión de José Antonio pagola al evangelio del domingo veinte del Tiempo Ordinario A

JESÚS ES DE TODOS 

 

Una mujer pagana toma la iniciativa de acudir a Jesús, aunque no pertenece al pueblo judío. Es una madre angustiada que vive sufriendo con una hija «maltratada por un demonio». Sale al encuentro de Jesús dando gritos: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David».

La primera reacción de Jesús es inesperada. Ni siquiera se detiene para escucharla. Todavía no ha llegado la hora de llevar la Buena Noticia de Dios a los paganos. Como la mujer insiste, Jesús justifica su actuación: «Dios me ha enviado solo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».

La mujer no se echa atrás. Superará todas las dificultades y resistencias. En un gesto audaz se postra ante Jesús, detiene su marcha y, de rodillas, con un corazón humilde, pero firme, le dirige un solo grito: «Señor, socórreme».

La respuesta de Jesús es insólita. Aunque en esa época los judíos llamaban con toda naturalidad «perros» a los paganos, sus palabras resultan ofensivas a nuestros oídos: «No está bien echar a los perrillos el pan de los hijos». Retomando su imagen de manera inteligente, la mujer se atreve desde el suelo a corregir a Jesús: «Eso es cierto, Señor, pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de los amos».

Su fe es admirable. Seguro que en la mesa del Padre se pueden alimentar todos: los hijos de Israel y también los «perros» paganos. Jesús parece pensar solo en las «ovejas perdidas» de Israel, pero también ella es una «oveja perdida». El Enviado de Dios no puede ser solo de los judíos. Ha de ser de todos y para todos.

Jesús se rinde ante la fe de la mujer. Su respuesta nos revela su humildad y su grandeza: «Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla como deseas». Esta mujer está descubriendo a Jesús que la misericordia de Dios no excluye a nadie. El Padre bueno está por encima de las barreras étnicas y religiosas que trazamos los humanos.

Jesús reconoce a la mujer como creyente, aunque vive en una religión pagana. Incluso encuentra en ella una «fe grande», no la fe pequeña de sus discípulos, a los que recrimina más de una vez como «hombres de poca fe». Cualquier ser humano puede acudir a Jesús con confianza. Él sabe reconocer su fe, aunque viva fuera de la Iglesia. Todos podrán encontrar en él un Amigo y un Maestro de vida.

Los cristianos hemos de alegrarnos de que Jesús siga atrayendo hoy a tantas personas que viven fuera de la Iglesia. Jesús es más grande que todas nuestras instituciones. Él sigue haciendo mucho bien, incluso a aquellos que se han alejado de nuestras comunidades cristianas.

José Antonio Pagola

20 Tiempo ordinario – A (Mateo 15,21-28)

Evangelio del 20 / Ago / 2017

Publicado el 14/ Ago/ 2017

por Coordinador - Mario González Jurado

 


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Domingo, 13 de agosto de 2017

Reflexión a las lecturas de la solemnidad de la Asunción ofrecida por el scerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

La Asunción de la Virgen María

 

 Es esta una fiesta hermosa, alegre, esperanzadora… Viene a confirmar nuestra fe, nuestra certeza, en nuestra victoria definitiva sobre la muerte. ¡Es la Pascua de María! Su glorificación. “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección”, escuchamos en la segunda lectura.

Y continúa diciéndonos. “Pero cada uno en su puesto: Primero Cristo, como primicia, después cuando Él vuelva, todos los que son de Cristo”. “El último enemigo aniquilado será la muerte”. Por eso, todos continuamos sufriendo la muerte. Y el Apóstol añade: “Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies”. “Entonces se cumplirá la Palabra escrita: La muerte ha sido absorbida en la victoria”. (1 Co 15, 54)

En la Asunción de María no tratamos, por tanto, de una ilusión, de una imaginación, o de un deseo… ¡Se trata de un dato fundamental de nuestra fe!

Entonces ¿qué nos dice, nos grita, esta solemnidad?

Que la Virgen no ha tenido que esperar, como nosotros, hasta la Segunda Venida  del Señor, para ser glorificada, sino que, terminada su vida en la tierra, ha sido llevada en cuerpo y alma al Cielo.   

Por tanto, la Palabra de Dios acerca de la resurrección de los muertos y de la vida del mundo futuro, ha comenzado a cumplirse ya, en la Virgen, Madre de Dios. Fue el Vaticano II el que nos enseñó que la Iglesia contempla ahora en María, lo que ella misma espera y ansía ser. (S.C. 103). Ella es, por tanto, el espejo en el que podemos contemplar nuestro futuro eterno.

Hoy es un día en el que experimentamos la dicha de creer. “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, escuchamos en el Evangelio de este día. Una antífona de esta fiesta dice: “Que se ha cumplido ya en ti”.

En esta solemnidad comprendemos mejor la necesidad de conservar y acrecentar nuestra fe, y también de transmitirla a todos, especialmente, a los que lloran la muerte de seres queridos.

La Santa Misa, que celebramos, es acción de gracias. ¡Cómo daremos gracias al Señor, que nos concede un destino tan glorioso! Y Jesús nos dice: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día”. (Jn 6, 54). Por tanto, el que quiera tener vida, ya sabe dónde se encuentran las fuentes de la vida.

La Iglesia, que peregrina rumbo a la Eternidad gloriosa, levanta siempre los ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos.     (L.G.65). Ella, “asunta al Cielo, no ha olvidado su función salvadora, sino que continúa procurándonos, con su múltiple intercesión, los dones de la salvación eterna. Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan  y viven entre angustias y peligros, hasta que lleguen a la patria feliz” (L. G. 62).

Esta condición gloriosa de María la contemplamos en la mayoría de sus imágenes como, por ejemplo, en la de la Virgen de la Candelaria, Patrona de nuestras islas, que recordamos y festejamos este día. En esta imagen bendita, en efecto, está representada su condición gloriosa, que contemplamos en la primera lectura. No en vano la vemos con  una corona en su cabeza, con un manto enriquecido con prendas, con la luna bajo sus pies, llena de luces y flores. Y en el salmo cantamos: “De pie a tu derecha está la Reina, enjoyada con oro de Ofir”.

Toda esta grandeza, ha de tener su repercusión en la vida de cada día: “Os anima a esto, nos dice San Pablo, lo que Dios os tiene reservado en los cielos…” (Col 1, 5). 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR! 


Publicado por verdenaranja @ 21:25  | Espiritualidad
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SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN  

Moniciones 

 

PRIMERA LECTURA

               Dentro de un lenguaje simbólico, propio del libro del Apocalipsis, se nos presenta ahora una visión de la Iglesia, que lucha y que triunfa sobre el enemigo y sobre el mal.  María es figura y primicia de esa Iglesia, que un día será glorificada.

 

SALMO                             

El salmo responsorial, que hoy recitamos, contempla y proclama la gloria de la Virgen María en el Cielo, donde vive para siempre junto a Dios, como la reina madre de una antigua corte real. 

 

SEGUNDA LECTURA

               Entre la glorificación de Cristo y de todos los cristianos cuando Él vuelva, se sitúa la glorificación de María, llevada en cuerpo y alma al Cielo. Es la solemnidad que hoy celebramos. Escuchemos. 

 

TERCERA LECTURA

               En la Asunción de María llegan a su punto culminante las palabras de su célebre cántico: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”. 

 

COMUNIÓN

               El Banquete de la Eucaristía, en el que participamos ahora, es un anticipo del Banquete festivo del Cielo, hacia donde nos dirigimos como peregrinos; y al mismo tiempo, es garantía de nuestra futura resurrección.

               Ojalá participemos siempre de la Eucaristía como lo hacía María, la Madre del Señor.

 


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Reflexión del Evangelio en el XIX Domingo del Tiempo Ordinario por Mons. Enrique Díaz Díaz (ZENIT)

“No teman. Soy yo” 

 

I Reyes 19, 9, 11-13: “Quédate en el monte porque el Señor va a pasar”

 Salmo 84: “Muéstranos, Señor, tu misericordia”

 Romanos 9, 1-5: “Hasta quisiera verme separado de Cristo, si esto fuera para bien de mis hermanos”

 San Mateo 14, 22-33: “Mándame ir a ti caminando sobre el agua”

Toda su vida había sido muy seguro, pero con las canas llegaron también las dudas y los temores. Siempre se arriesgaba en aventuras comprometedoras y difíciles, y ahora la más pequeña responsabilidad lo hace temblar. “¿Por qué he perdido mi seguridad? Los fantasmas me ahogan y me amenazan. Tengo una inseguridad terrible que no me deja actuar. Me da miedo todo, el futuro, mi seguridad, la enfermedad, la vejez… ¿Cómo luchar contra mis fantasmas?”. Son las expresiones de una persona madura, sin que pueda decirse que es propiamente un anciano, pero son también las inquietudes y los fantasmas de muchos que ante las tormentas y los embates de la moderna sociedad, han perdido seguridad. Es un ambiente que nos contagia y nos envuelve: inseguridad, fantasmas, miedos.

Simbolismo y realidad. El episodio de Jesús caminando sobre las aguas es sorprendente y provocador. Jesús surge entre la neblina de la madrugada y hace saltar entre los asustados pescadores sus fantasmas más ancestrales. Los discípulos eran marineros experimentados y curtidos. En muchas ocasiones les había tocado luchar y trabajar en el fragor de la tormenta, en medio de los vientos. Pero toda esta escena, sin quitar el realismo evidente, tiene mucho de simbólico. Desde que los discípulos acompañan al maestro van apareciendo constantes dificultades que obstaculizan la construcción del Reino: la oposición de las autoridades tanto civiles como religiosas, la presión de la gente, la lucha por el poder que no entiende Jesús, la exigencia de despojo, el cargar la cruz, el servicio como primordial, el perdón y tantas otras novedades que les va clavando Jesús en el corazón. Es una tormenta que se abate sobre la pequeña comunidad de discípulos. Y por eso esta narración se mueve en los dos niveles: la narración de un acontecimiento para manifestar a Jesús y, por otra parte, la justificación del proyecto nuevo de Jesús que a ellos pueden parecerles muy atrevido, diferente y contrastante. En los dos casos, Jesús se muestra no como un fantasma, sino como alguien muy cercano, que tiende la mano, que los lanza a caminar sobre las aguas de la inseguridad y del miedo, que es Hijo de Dios.

En la tormenta del mundo actual, para muchos Jesús aparece como un fantasma y provoca miedo. Un fantasma que con su doctrina de igualdad y liberación puede poner en riesgo el sistema neoliberal; un fantasma que con su pasión por la vida y por el respeto a la dignidad de cada persona, cuestiona las ambiciones y la vida placentera a la que el mundo convoca; un fantasma que con sus exigencias de rectitud y justicia pone en evidencia la economía del más fuerte. Un fantasma que cuestiona toda nuestra filosofía actual, porque nos dice que hay más importancia en el servir que en el servirse; que hay mayor valor en el dar que en el apoderarse; que es más grande el más pequeño. Y a este “fantasma” se le ataca, se le denigra o se le desprecia. Preferimos ignorarlo, o decir que es invención y lo dejamos a un lado, sin hacerle mucho caso, con un poco de temor, sin comprometernos con él. Jesús exclama también hoy: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”, con todo lo que estas palabras indican. La manifestación de un Dios, “Yo soy”, que viene a dar paz y a tomarnos de la mano. Un Dios que navega con nosotros en medio de las peores tempestades. No viene para quitar las tempestades, sino para asegurarnos su presencia en medio de ellas y junto con Él vencerlas a pesar de nuestros miedos.

El miedo tiene sentido en nuestra existencia. No es malo el miedo que se despierta en nosotros al enfrentarnos a una situación de peligro o de inseguridad. Es el instinto de conservación, la señal de alarma, que nos pone en guardia ante el peligro. El grito de Pedro, “¡Sálvame, Señor!”, es el grito de todo cristiano que confía firmemente en su Señor a pesar de sus miedos y angustias. Todo parecería seguir igual después de este grito, su oración y clamor no lo dispensan de buscar soluciones concretas y comprometidas, a sus problemas. Pero todo cambia si en el fondo de su corazón se despierta esa confianza en Dios. Dios no es un fantasma, como algunos han querido hacernos ver. El concepto de Dios no es una creación humana para dar solución a nuestra ignorancia. La experiencia de Dios, el sentirnos en su mano, es el paso más decisivo de nuestra existencia para encontrar nuestra verdadera esencia y nuestra plena realización. Dios es una mano tendida que nadie nos puede quitar, no es un fantasma. Jesús es el amor de Dios hecho mano que salva, que acompaña, que consuela, que atiende.

Quizás hemos querido reducir a Jesús a una especie de fantasma, a una imagen o amuleto… y solamente acudimos a Él, en contadas ocasiones, pero no para los momentos importantes y decisivos de nuestra vida, no para el acontecer diario donde se fraguan las grandes obras… ha quedado como fuera de nuestra vida. El texto evangélico nos propone a este Jesús tan cercano, que se da tiempo para despedir a la gente, que le roba tiempo al descanso para hacerlo plegaria, que acompaña al discípulo en la tormenta, que nos lanza a caminar sobre las aguas de los miedos y temores, que tiende la mano a quien se hunde ¿Cómo vives y experimentas a Jesús en tu vida? ¿Cómo lo haces presencia en tu diario caminar? ¿Cómo te dejas acompañar de Él en tus miedos e inseguridades? ¿A qué le temes de la propuesta de Jesús?

Padre bueno y amoroso, hoy nos confiamos a tus cuidados, nos ponemos en tus manos para vencer nuestros miedos y enfrentar nuestras dificultades. Concédenos sabiduría y valor para vencer las tempestades con Cristo, tu Hijo. Amén

© Misioneros Del Sagrado Corazón En Perú


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Viernes, 11 de agosto de 2017

Reflexión a las lecturas del domingo diecinueve del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 19º del T. Ordinario A

 

La imagen de Cristo caminando sobre el Lago embravecido, ha sido siempre algo muy querido para los cristianos. Con frecuencia,  se compara a la Iglesia y a la misma vida del cristiano con una barca, surcando el mar de la existencia. ¡Y es fácil que surja la tormenta! En el Lago de Galilea es un fenómeno frecuente.

Después de aquella jornada de la Multiplicación de los panes y los peces, Jesús urge a los discípulos a pasar a la otra orilla, mientras Él se queda para despedir a la gente; luego, sube a la montaña para orar. Allí encuentra paz y sosiego después de aquel día tan intenso. Y desde allí,  contempla a los discípulos, agobiados, luchando en medio del Lago, porque “el viento era contrario”. Entonces va en su ayuda caminando sobre el mar, en medio de la tempestad.

¡Jesús caminando sobre el oleaje! ¡Qué imagen más hermosa y más admirable! No deberíamos olvidarla nunca. ¡Cuánta paz, confianza y consuelo despierta en nosotros!

¡Sobre el mar, tantas veces embravecido de nuestra vida, camina también el Señor! ¡Él es más fuerte que cualquier  tempestad! Y cuando Él quiera, volverá la calma.

En un primer momento, la misma ayuda Dios se convierte para los discípulos en una  gran dificultad: ¡Creen ver un fantasma! Se asustan y gritan: ¡Lo que faltaba! ¡Ahora, en medio de la noche y de la tormenta, un fantasma! Gracias que Jesús les grita enseguida: “¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!”

En nuestros problemas y dificultades es muy importante mantener la confianza en el poder de Dios, en su  amor y en su misericordia. Alguna vez puede darnos la impresión de que Dios no está, de que se ha olvidado de nosotros, de que es impotente como nosotros. Sin embargo, ¡Él está siempre con nosotros! Siempre dispuesto a ayudarnos. ¡Aunque pensemos, en un primer momento, que es “un fantasma!”.

Pedro quiere ir hacia Jesús caminando sobre el mar, pero, luego, duda, desconfía, le entra miedo, y comienza a hundirse. Y es hermosa y simpática, la actitud de Jesús, cogiéndole de la mano y reprochándole su falta de fe.

Cuando S. Mateo escribía el Evangelio, los cristianos, probablemente, estarían siendo perseguidos. La barca de la Iglesia estaría, por tanto, zarandeada por olas gigantescas, ¡el enorme oleaje de la persecución!  En ese contexto, los cristianos recordarían estos hechos de la vida del Señor, porque les infundía valor, fortaleza y confianza.

¡Y nunca faltan persecuciones en la vida de la Iglesia! Nunca faltan dificultades en la vida de los cristianos, en nuestra vida. También ahora, los cristianos están siendo perseguidos en muchos lugares de la tierra. El Vaticano II nos presenta a la Iglesia como peregrina “entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”. “Está fortalecida, dice, con la fuerza del Señor Resucitado, para poder superar, con paciencia y amor, todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste, en todo su esplendor, al final de los tiempos”. (L.G. 8) Cuando llegue la hora de Dios, Él mismo subirá a la barca, y, entonces, amainará el viento y pasará la tempestad. Entonces, postrados  ante la grandeza y el poder de Dios, diremos a Jesús lo mismo que los discípulos en la barca: “Realmente eres Hijo de Dios”.                                                                                                                                  

FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO A

Moniciones 

 

PRIMERA LECTURA

Escuchemos una bella página del Antiguo Testamento. El profeta Elías, perseguido por la reina Jezabel, que le busca para matarle, huye hasta la Montaña donde Dios, en otro tiempo, había hablado a Moisés. Allí Dios se le manifiesta de una manera inusual e inesperada para él.   

Escuchemos con atención y con fe.

 

SEGUNDA LECTURA

                Como en los domingos anteriores, escucharemos ahora la lectura de la Carta de S. Pablo a los cristianos de Roma. Hoy nos manifiesta su enorme preocupación por la suerte de su pueblo, Israel, que no ha reconocido a Jesús como el Mesías,  el enviado del Padre.

Escuchemos.

 

TERCERA LECTURA

                En el Evangelio contemplamos a Jesucristo retirándose a orar a la montaña, tras la intensa jornada que culminó con la Multiplicación de los panes. De madrugada, acude en ayuda de los discípulos, que luchan en medio del Lago, en medio de una gran tormenta.

Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

                En la Comunión nos encontramos con el Señor, que camina sobre el oleaje de nuestra vida, de la vida de la Iglesia. Manifestémosle nuestra fe y nuestra confianza.


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Mi?rcoles, 09 de agosto de 2017

Comentario a la liturgia dominical, Domingo XIX del Tiempo Ordinario, por Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 8 agosto 2017 (zenit)

Ciclo A – Textos: 1 Re 19, 9.11-13; Rm 9, 1-5; Mt 14, 22-33

Idea principal: Habrá días que la Barca de mi vida será sacudida por las olas porque el viento será contrario.

Resumen del mensaje: este es uno de los episodios evangélicos que mejor ilustra, por una parte, la situación de la comunidad cristiana (la de Mateo y la de todos los tiempos) en su histórico camino en medio de la dificultad y de la tribulación; y por otra, la presencia permanente del Señor resucitado en la barca de Pedro.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿de qué barca se trata? Una barca zarandeada por las olas y el viento son un buen símbolo de tantas situaciones personales y comunitarias que se van repitiendo en la historia y en nuestra vida. Y vientos fuertes. No sólo alisios –vientos suaves, regulares, no violentos- sino también “monzónicos” –calientes con lluvias. Elías en la primera lectura experimentó que su barca estaba para zozobrar. Elías, después de un gran éxito, al dejar en evidencia él solo y mandar castigar delante de todo el pueblo a los más de cuatrocientos profetas y sacerdotes del dios falso Baal, sabiéndose perseguido a muerte por la reina Jezabel, tiene que huir al desierto. Estaba harto. No quería ser ya más profeta. Todo eran sinsabores. ¿Para qué seguir? ¿Y Pedro en el evangelio? Su barca, símbolo de lo que sería la barca de la Iglesia, cuyo primer timonel sería él, representando a Jesús, está en situación comprometida. Parece hundirse. No hace pie. Veintiún siglos de tempestades y olas encrespadas para la barca de Pedro, comenzando con las primeras persecuciones de los emperadores romanos, pasando por las herejías y cismas, y hoy por tanta confusión doctrinal que quieren estrellar esta barca en materia moral, matrimonial, litúrgica y exegética.

En segundo lugar¿qué hacen Pedro y sus compañeros? El miedo se apodera de ellos. Pedro no teme porque se hunde, sino que se hunde porque teme. La duda le hace perder la seguridad y comienza a hundirse. Mateo quiere mostrar el itinerario espiritual del primer apóstol: cuando Jesús se identifica, lo reconoce; solicita su llamada y la sigue con audacia confiada; titubea, falla en el peligro y es salvado por Jesús. Figura ejemplar para la Iglesia. La comunidad en medio de la tormenta se olvida del Jesús de la solidaridad y lo ven únicamente como un fantasma que se aproxima en la oscuridad. Quieren ir hacia Él, pero se dejan amedrentar por las fuerzas adversas. El evangelio nos invita a hacer una experiencia total de Jesús, rompiendo nuestros prejuicios y nuestras seguridades. Debemos dejar que sea Él quien nos hable a través del libro de la Biblia, de la Tradición y del Magisterio, y del libro de la vida. Cristo nos invita a no dudar nunca, pues Él está en la barca. Y nos dice: “¡Ánimo, soy Yo, no tengáis miedo!”. 

Finalmente, ¿qué debemos hacer nosotros cuando parece que nos ahogamos en un vaso de agua? Entre el temor y la esperanza, debemos añorar la cercanía del Señor. Resignarse a la lejanía no es una buena señal para la fe. La fe genera confianza y ésta se manifiesta en la osadía que vence al miedo. Nos hundiremos cuando nos apoyemos sólo en nuestras fuerzas o razones humanas. No es nuestro propio poder y saber el que nos mantiene a flote, sino la fuerza del Señor. Es buena la autoestima con tal de que no degenere en autosuficiencia. Y no nos cansemos de invitar a Cristo todos los días a nuestra barca y confesar con fe: “Realmente eres Hijo de Dios”. Este es el anuncio que se espera de nuestros labios y de nuestra vida entera. Y ayudemos desde la caridad a otras barcas que tal vez se estén ahogando.

Para reflexionar: ¿Qué olas sacuden mi barca? ¿Le grito con la fuerza de la fe a Cristo en la oración que me salve? ¿Cuántas veces he escuchado de Cristo: “Hombre de poca fe”? ¿Creía que mi vida cristiana sería un crucero de placer?

Para rezar: Qué mejor que rezar el salmo 143 en los momentos duros de mi vida:

Señor, escucha mi oración
atiende a mi súplica.
Tú eres justo y fiel; ¡respóndeme!
Pero no me juzgues con dureza,
pues ante ti nadie puede justificarse.

Mi enemigo me ha perseguido con saña;
ha puesto mi vida por los suelos.
Me hace vivir en tinieblas, como los muertos.
Mi espíritu está totalmente deprimido;
tengo el corazón totalmente deshecho…

Señor, ¡respóndeme, que mi espíritu se apaga!
¡No te escondas de mí,
o seré contado entre los muertos!
Muéstrame tu misericordia por la mañana,
porque en ti he puesto mi confianza.
Muéstrame el camino que debo seguir,
porque en tus manos he puesto mi vida.

Señor, líbrame de mis enemigos,
pues tú eres mi refugio.
10 Tú eres mi Dios; enséñame a hacer tu voluntad,
y que tu buen espíritu me guíe por caminos rectos.

11 Señor, por tu nombre, vivifícame;
por tu justicia, líbrame de la angustia;
12 por tu misericordia, acaba con mis enemigos;
¡destruye a los que atentan contra mi vida,
porque yo soy tu siervo!

Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: [email protected]


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Palabras del Papa Francisco antes y después del ángelus el 6 de agosto de 2017 (ZENIT)

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Este domingo, la liturgia celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor. La página evangélica de hoy cuenta que los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan han sido testigos de este acontecimiento extraordinario.

Jesús los toma con él “y los conduce aparte, sobre una alta montaña” (Mt 17,1) y, mientras que él ora, su cara cambia de aspecto, brilla como el sol, y sus vestidos se vuelven blancos como la luz.

Moisés y Elías aparecen, entrando en diálogo con Él. En ese momento, Pedro le dice a Jesús: “¡Señor, es bueno para nosotros estar aquí! Si tú quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (v.4). No había terminado aún de hablar cuando una nube luminosa los envuelvió.

El acontecimiento de la Transfiguración del Señor nos ofrece un mensaje de esperanza -estaremos también nosotros con Él-: nos invita a encontrar a Jesús, para estar al servicio de nuestros hermanos.

La ascensión de los discípulos hacía el Monte Tabor nos conduce a reflexionar sobre la importancia de este desapego de las cosas del mundo, para cumplir un camino hacia lo alto y contemplar a Jesús. Se trata de disponernos a la escucha atenta y orante de Cristo, Hijo bien amado del Padre, buscando momentos íntimos de oración que permitan la acogida dócil y gozosa de la Palabra de Dios.

Estamos llamados a descubrir el silencio pacificador y regenerador de la meditación del Evangelio, que conduce a un fin rico en belleza, en esplendor y en alegría.

En esta perspectiva, el tiempo de verano es un momento providencial para crecer en nuestro empeño de búsqueda y de encuentro con el Señor.

En este periodo, los estudiantes están libres de sus compromisos escolares y tantas familias están de vacaciones; es importante que en el periodo de reposo y de despreocupación de las ocupaciones cotidianas, podamos rehacer las fuerzas del cuerpo y del espíritu, profundizando en el camino espiritual.

Al término de la experiencia admirable de la Transfiguración, los discípulos descienden de la montaña (cf. v.9) Los ojos y el corazón transfigurados por el encuentro con el Señor. Es el camino que nosotros podemos hacer también. El descubrimiento cada vez más vivo de Jesús no es un fin en sí, sino que nos induce a “descender de la montaña” revigorizados por la fuerza del Espíritu divino para decidir a dar nuevos pasos  de conversión auténtica y para testimoniar constantemente de la caridad, como ley de nuestra vida cotidiana.

Transformados por la presencia de Cristo y por el ardor de su palabra, seremos el signo concreto del amor vivificante de Dios por todos nuestros hermanos, especialmente por los que sufren, por aquellos que se encuentran en la soledad y en el abandono, por los enfermos y por la multitud de hombres y de mujeres que, en las diferentes partes del mundo, son humillados por la injusticia, el abuso de poder y la violencia.

En la Transfiguración, oímos la voz del Padre celestial que dice: “Este es mi Hijo amado. Escuchadle!” (v.5). Miremos a María, la Virgen de la escucha, siempre dispuesta a acoger y a guardar en su corazón cada palabra de su divino Hijo (cf. Lc 1, 51). Quiere la celeste Madre de Dios ayudarnos a entrar en armonía con la Palabra de Dios, de manera que Cristo se convierta en luz y guía de toda nuestra vida. Confiemosle las vacaciones de todos, para que sean serenas y fecundas, pero sobre todo el verano de los que no pueden hacer vacaciones porque están impedidos por la edad, por razones de salud, por problemas económicos, o por otros problemas, para que sea de todas maneras un tiempo de relajación, entretenido por la presencia de amigos y por  momentos alegres.

Palabras del Papa Francisco después del ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

Os saludo a todos, Romanos y peregrinos de diferentes países: familias, asociaciones, fieles individuales.

Diferentes grupos de adolescentes y de jóvenes están hoy: yo os saludo a todos con una gran afecto!, en particular al grupo de la pastoral de jóvenes de Verona, los jóvenes de Adria, Campodarsego, Offanengo.

Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de orar por mí. Buen provecho y adiós.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo


Publicado por verdenaranja @ 19:16  | Habla el Papa
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