Comentario del 16º Domingo Ordinario por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. julio 17, 2018 12:57 (zenit)
DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Textos: Jr 23, 1-6; Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34
Idea principal: ¿Cómo debe ser el pastor?
Síntesis del mensaje: El domingo 4º de Pascua se nos presentaba Jesús como el Buen Pastor, con mayúscula. Hoy la liturgia nos presenta los buenos y los malos pastores. Aquellas personas puestas al cuidado de los demás, social o eclesiásticamente deben tener unas cualidades. De lo contrario, las personas a su cuidado se desorientan, como ovejas sin pastor, y pueden perderse.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Jeremías denuncia fuertemente, por el bien de Dios, a los malos pastores y líderes religiosos de su pueblo (1ª lectura). A ellos no les interesa realmente el pueblo; más aún, dispersan el rebaño, los explotan y poco se preocupan de él. A veces es la gente la que se queja de los malos pastores. Esta vez es Dios mismo quien se queja de ellos. Pero los profetas nunca denunciaron sin la esperanza de un anuncio. El anuncio de Jeremías es la venida del Buen Pastor, lleno de justicia y compasión por su gente. ¿Quién fue ese Buen Pastor, sino Jesús?
En segundo lugar, no es fácil apacentar, guiar, cuidar y defender nuestras ovejas. Unas están enfermas y cansadas. Otras son rebeldes y ariscas. También hay ovejas que se han tragado el veneno que los falsos pastores les ofrecieron y están casi muertas: el veneno de la teología de la prosperidad, el veneno del consumismo, el veneno del liberalismo sin freno, el veneno de tantas ideologías que están ahogándonos, el veneno de tantos paraísos psicodélicos, el veneno de la corrupción. No sólo las ovejas pueden estar en situación de riesgo; también los mismos pastores: están cansados, dejaron de rezar o rezan poco, tienen también el peligro de escuchar otros silbidos sibilinos y engañosos. ¿Qué hacer? Lo que hizo Jesús y que se nos narra en el evangelio de hoy. Para con las ovejas: ver, sentir compasión y ponerse a predicar y a enseñar. Ver cómo está cada oveja. Sentir un infinito amor por ellas. Curarlas. Alimentarlas con el pan de la Palabra. Y para los pastores Cristo recomienda descanso, es decir, retiro espiritual para rezar y reponer fuerzas.
Finalmente, es bueno hoy preguntarnos cómo estamos viviendo nuestra vocación de “pastor”, pues todos tenemos esta misión en cierto sentido. Pastores son los padres de familia para con sus hijos; ¿qué alimentos les dan: cariño, diálogo, consejo, ejemplo? Pastores, como nos recuerda el Antiguo Testamento, también son los gobernantes, que gobernaban al pueblo en representación de Dios…pero, ¿tienen conciencia de esto algunos de nuestros gobernantes que esquilman las ovejas, las explotan y humillan, buscando sólo el lucro? Pastores son también los maestros y profesores con sus alumnos y discípulos; ¿a qué pastos les conducen: a la verdad científica, filosófica y teológica? Pastores son también los responsables de los diversos movimientos eclesiales para con sus hermanos; ¿a dónde los quieren dirigir: a su propio “ghetto” cerrado y fanático o un discernimiento profético de las necesidades más urgentes de la Iglesia? Pastores son los sacerdotes al servicio de sus parroquias; ¿cómo tratamos las ovejas que son de Cristo y que Él nos encomendó: paternalismo o paternidad, autoritarismo o autoridad, respetando los talentos y ayudándolos a ponerlos al servicio de la parroquia? Pastores son los obispos en sus diócesis. Pastor es el Papa al servicio de la Iglesia universal. A todos el Papa Francisco nos pide cuidarnos de “la cultura y la globalización de la indiferencia”, que no ve las necesidades de tantas ovejas que están perdiéndose y desorientadas y heridas y con hambre. Y a los pastores de la Iglesia –obispos y sacerdotes- nos pide huir del carrerismo y el afán de lucro en el servicio que prestamos a nuestra gente, como pastores.
Para reflexionar: ¿Hoy Cristo me tendría que reprender o felicitar sobre mi misión de pastoreo? ¿Siento compasión al ver tantas ovejas sin pastor? ¿Qué hago por esas ovejas?
Para rezar: nos servirá el salmo 23:
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]
Reflexión a las lecturas el domingo dieciséis del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 16º del T. Ordinario B
Vuelven los apóstoles de la misión, contando a Jesús “todo lo que habían hecho y enseñado”. El domingo pasado contemplábamos cómo los enviaba, de dos en dos, a todos los pueblos, con una serie de recomendaciones.
¡Estar con Jesucristo, ser enviado por Él y volver a Él! ¡He ahí las características, que constituyen la vida del apóstol, del discípulo misionero!
Hay cristianos que, cuando van a realizar una tarea apostólica, de modo individual o en grupo, comienzan ante el Sagrario de la parroquia y, después que la han terminado, vuelven de nuevo al Señor, contándole “todo lo que han hecho y enseñado”.
Jesús se lleva a los doce en barca a un sitio tranquilo y apartado, a descansar un poco. ¡Se los lleva de vacaciones!
¡Qué importante es ir de vacaciones con el Señor!
Yo digo, a veces, que en la vida espiritual no puede haber vacaciones. Porque ésta no consiste sólo en el cumplimiento de unas normas o de unos deberes religiosos, sino que comporta, fundamentalmente, el cuidado de una vida nueva, la vida de Dios en nosotros, con todas sus necesidades y exigencias.
Cuando S. Juan Bosco hablaba a los jóvenes, que atendía en el colegio, de las vacaciones, les decía que eran la “vendimia del diablo”. ¡Que no sea así para nosotros! Que en las vacaciones, los que puedan tenerlas, haya espacio para la vida espiritual.
Hay cristianos, muchos cristianos, que lo hacen así. Y ¿quién no recuerda las actividades de verano, que organizan colegios, parroquias y otras instituciones de la Iglesia, para que muchos puedan descansar un poco?
Cuando Jesús y sus discípulos llegan al lugar elegido, se encuentran con una multitud, que les había visto embarcar, y se les adelantaron. Y dice el Evangelio que a Cristo “le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles con calma”.
¡Le estropearon las vacaciones al Señor!
Pero su reacción no fue de enfado o nerviosismo; no les dice: “¿No saben que tenemos que descansar?” Nosotros, en una ocasión similar, diríamos: “¿No saben que estamos de vacaciones? Vengan otro día”.
No podemos olvidar que las vacaciones no constituyen un valor absoluto. Hay muchas personas que, en el tiempo de vacaciones, tienen que trabajar mucho; en algunas ocasiones, las madres, porque, tal vez, hay muchos en la casa, y le ayudan poco. Hay quienes tienen que resolver necesidades urgentes o tienen que cuidar a un familiar o algún amigo enfermo, o que necesita su ayuda. Y no podemos olvidar a los que no pueden tener vacaciones por motivos económicos o de salud.
Pienso, por ejemplo, que el estilo de vacaciones, iniciado por el Papa Francisco, impresiona a mucha gente, y dejará huella en la historia.
Pero para todo ello, hace falta tener un corazón bueno y sensible como el de Jesucristo, según contemplamos este domingo. ¡Y siempre!
Frente a aquellos malos pastores del Antiguo Testamento, que dispersan a las ovejas y no las guardan ni las atienden debidamente, Jesús es el Pastor bueno, que anuncia el profeta, en la primera lectura de hoy.
Todo este relato, que recogen los cuatro evangelistas, subraya esta realidad: ¡Jesús es el buen Pastor, de los discípulos, que vuelven cansados, y de aquella gente, que le busca!
Y Él cuenta con nosotros, miembros de su Cuerpo, para que le ayudemos, con palabras y obras, a continuar siendo el Pastor bueno de su pueblo.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR¡
DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Ante la situación de desconcierto y abandono en que se encuentra el pueblo de Israel, el profeta mira hacia el futuro y anuncia un pastor fiel y capaz de guiarlo. Para nosotros, los cristianos, como veremos luego, en el evangelio, ese pastor es Jesucristo, el Señor.
SALMO
Cantemos ahora, en el salmo, a Dios, nuestro Pastor, que nos acompa-ña, nos guía, y nos conduce hacia fuentes de vida.
SEGUNDA LECTURA
En la carta a los cristianos de Éfeso, que comenzábamos a leer el domingo pasado, S. Pablo continúa hoy exponiéndonos el proyecto divino de salvación: todos los hombres, judíos y gentiles, se unen en Cristo, que ha sellado, con su sangre, nuestra paz.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos narra la vuelta de los apóstoles de la misión, a la que habían sido enviado por el Señor, y su compasión por la multitud, a la que comienza a enseñar con calma.
Aclamemos ahora a Cristo, buen Pastor, con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión nos unimos a Cristo, el Pastor bueno, que nos invita a descansar en su compañía. Pidámosle por todos los que pueden disfrutar de un tiempo de vacaciones y por los que no pueden hacerlo, sobre todo, por causa de la crisis y el desempleo, o porque tienen que ayudar familiares o personas que sufren.
El Papa Francisco recibió en audiencia a los participantes en la Conferencia Internacional “Saving our Common Home and the Future of Life on Earth”, (Salvaguardar nuestra casa común y el futuro de la vida en la tierra) en el III aniversario de la encíclica del Santo Padre Francisco Laudato Si’, que tiene lugar en el Aula Nueva del Sínodo, en el Vaticano, del 5 al 6 de julio de 2018. (ZENIT – 12 julio 2018)
Señores cardenales,
Eminencia,
Queridos hermanos y hermanas,
Ilustres señores y señoras:
Os doy a todos mi bienvenida, con motivo de la Conferencia Internacional convocada en el tercer aniversario de la publicación de la encíclica Laudato si’ sobre el cuidado del casa común. Quisiera saludar de forma especial a Su Eminencia el arzobispo Zizoulas porque fue él, junto con el cardenal Turkson, quien presento la encíclica hace tres años. Gracias por haberos reunido a “escuchar con el corazón” los gritos cada vez más angustiosos de la tierra y de sus pobres en busca de ayuda y responsabilidad, y para atestiguar la gran urgencia de acoger la llamada de la Encíclica a un cambio a una conversión ecológica. El vuestro es el testimonio del compromiso inaplazable de tomar medidas para salvar la Tierra y la vida en ella, partiendo del presupuesto de que “todo está conectado” concepto-guía de la Encíclica, en la base de la ecología integral.
También en esta perspectiva podemos leer la llamada que Francisco de Asís recibió del Señor en la iglesia de San Damián: “Ve, repara mi casa, que, como ves, está en ruinas“. Hoy, incluso la “casa común ” que es nuestro planeta necesita urgentemente ser reparada y asegurada para un futuro sostenible.
En las últimas décadas, la comunidad científica ha puesto a punto, en ese sentido, evaluaciones cada vez más precisas. “El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones”. (Enc. Laudato si ‘, 161). Hay un peligro real de dejar a las generaciones futuras escombros, desiertos y suciedad.
Por lo tanto, espero que esta preocupación por el estado de nuestra casa común se traduzca en una acción orgánica y concertada de ecología integral. De hecho, “la atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora ” (ibid.). La humanidad tiene el conocimiento y los medios para colaborar con este propósito y, con responsabilidad, “cultivar y proteger” la Tierra de manera responsable. En este sentido, es significativo que vuestra discusión también se refiera a algunos eventos clave del año en curso.
La cumbre climática COP24, programada en Katowice (Polonia) en diciembre próximo, puede ser un hito en el camino trazado por el Acuerdo de París de 2015. Todos sabemos que hay mucho por hacer para implementar ese Acuerdo. Todos los gobiernos deberían esforzarse por cumplir los compromisos asumidos en París para evitar las peores consecuencias de la crisis climática. “La reducción de gases de efecto invernadero requiere honestidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los países más poderosos y más contaminantes.” (ibid., 169). No podemos darnos el lujo de perder tiempo en este proceso.
Además de los Estados, también están interpelados otros actores: las autoridades locales, los grupos de la sociedad civil, las instituciones económicas y religiosas pueden fomentar la cultura y la práctica ecológica integral. Espero que eventos como la Cumbre Mundial de Acción Climática, programada para el 12 y 14 de septiembre en San Francisco, brinden respuestas adecuadas, con el apoyo de los grupos de presión de los ciudadanos de todo el mundo. Como afirmamos junto con Su Santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomé, ” no puede haber una solución sincera y duradera al desafío de la crisis ecológica y del cambio climático si no se da una respuesta concordada y colectiva, si la responsabilidad no es compartida y responsable, si no damos prioridad a la solidaridad y al servicio”. (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por la Creación, 1 de septiembre de 2017).
Las instituciones financieras también juegan un papel importante como parte del problema y de su solución. Se necesita un cambio en el paradigma financiero para promover el desarrollo humano integral. Las organizaciones internacionales, como, por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pueden promover reformas efectivas para un desarrollo más inclusivo y sostenible. La esperanza es que “las finanzas […] vuelvan a ser un instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo”. (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 65), así como el cuidado del medio ambiente.
Todas estas acciones presuponen una transformación a un nivel más profundo, es decir, un cambio de los corazones, un cambio de las conciencias. Como decía San Juan Pablo II: “Es necesario […] estimular y apoyar la conversión ecológica” (Catequesis, 17 de enero de 2001). Y en esto las religiones, en particular las Iglesias cristianas, tienen un papel clave que desempeñar. La Jornada de Oración por la Creación y las iniciativas relacionadas con ella, comenzadas en el seno de la Iglesia Ortodoxa, se están difundiendo en las comunidades cristianas de todo el mundo.
Por último, la confrontación y el compromiso por nuestro casa común deben reservar un espacio especial a dos grupos de personas que están en la vanguardia del desafío ecológico integral y que serán el tema central de los próximos dos Sínodos de la Iglesia Católica: los jóvenes y las poblaciones indígenas, especialmente las de la Amazonía.
Por un lado, “nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos. “(Laudato Si’, 13). Son los jóvenes quienes deberán enfrentar las consecuencias de la actual crisis ambiental y climática. Por lo tanto, la solidaridad intergeneracional no es “una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán. ” (ibíd., 159).
Por otro lado, “es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales” (ibid., 146). Es triste ver a las tierras de los pueblos indígenas desposeídos y sus culturas pisoteadas por una actitud depredadora a nuevas formas de colonialismo, alimentadas por la cultura del derroche y el consumismo (cf. Sínodo de los Obispos, el Amazonas: nuevos caminos para la Iglesia y para un ” ecología completa, 8 de junio de 2018). “Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino que es don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores” (Laudato si ‘, 146). ¡Cuánto podemos aprender de ellos! La vida de los pueblos indígenas es “memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común. ” (Discurso en el encuentro con los pueblos indígenas,Puerto Maldonado 19 de enero, 2018).
Queridos hermanos y hermanas, los desafíos abundan. Expreso mi más sincera gratitud por vuestro trabajo al servicio del cuidado de la creación y de un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. A veces puede parecer una tarea difícil, ya que “hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos” (Laudato si’,54); pero ” los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan” (ibíd., 205). Por favor, seguid trabajando por un “cambio radical a la altura de las circunstancias” (ibid., 171). “La injusticia no es invencible” (ibid., 74).
Que san Francisco de Asís continúe inspirándonos y guiándonos en este camino, y que “nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza” (ibíd., 244). Después de todo, el fundamento de nuestra esperanza descansa en la fe en el poder de nuestro Padre Celestial. Él, “que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea” (ibid., 245).
Os bendigo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí.
© Librería Editorial Vaticano
El Card. Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, enviado especial del Santo Padre Francisco, durante el acto inaugural del Quinto Congreso Americano Misionero (CAM 5), " (FIDES)
SALUDO Y MENSAJE DEL ENVIADO ESPECIAL DEL CARDENAL FERNANDO FILONI EN V CONGRESO MISIONERO AMERICANO
ACTO INAUGURAL – MIÉRCOLES, 11 JULIO 2018
Queridos Hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos Delegados, participantes y amigos todos:
¡Buenos días!
Con mucho gusto, como Enviado Especial del Santo Padre a la celebración del Quinto Congreso Misionero Americano, les traigo su saludo y su bendición.
Ayer presidí la solemne concelebración de apertura de nuestro Congreso y todos oramos pidiendo la ayuda de Dios, no solo por el éxito positivo del Congreso, sino también para que el Señor nos haga evangelizadores y misioneros alegres y entusiastas de llevar su nombre hasta las periferias del mundo actual y al servicio de una sociedad más justa, solidaria y fraterna.
Este Congreso está ligado al celebrado en Maracaibo y a los precedentes Congresos, que representan etapas significativas del compromiso misionero en este gran Continente. Todos ellos forman parte, a su vez, del proyecto misionero de Cristo que, envió primero a sus discípulos a prepararle el camino en las aldeas a las que se iba a dirigir, y luego amplió el campo, enviándolos a todo el mundo, para anunciar la buena noticia del Evangelio y bautizar a todas las gentes con el signo y en el nombre de la Trinidad. Nosotros no podemos no pensar en la esperanza y la consolación con que Jesús envió a sus discípulos a mirar el nuevo y amplio horizonte de la humanidad: “Yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que amarillean ya para la siega” (Jn. 4, 35).
Dios tiene un designio también, y de modo especial, sobre este Continente americano, en el cual, como muchas veces hizo notar Juan Pablo II, la Iglesia ha dado un gran impulso misionero en la segunda parte del pasado milenio.
En la convocatoria de este Congreso, los organizadores, en efecto, han escrito que “las Iglesias particulares de las Américas, desde Aparecida, están comprometidas con la Misión de anunciar la Buena Noticia de Jesucristo en la desafiante realidad social de nuestro Continente, como respuesta a los desafíos de estos tiempos marcados por profundos y vertiginosos cambios de alcance global, que traen oportunidades, pero también impactos que desconciertan a nuestros pueblos en el ámbito cultural y religioso. En este contexto, hoy la Misión exige a nuestras comunidades responder con generosidad, inventiva y ardor a la llamada constante e incesante del Papa Francisco, para caminar hacia un profundo proceso de Evangelización en nuestro Continente y en el mundo”.
Son palabras que comparto plenamente y que tendrán un desarrollo en el curso no solo de este Congreso, sino también de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica en octubre de 2019, y que se celebrará en concomitancia con el Mes Misionero Extraordinario, a través del cual el Santo Padre desea llamar a toda la Iglesia – como ha escrito en la Carta que me dirigió el 22 de octubre de 2017 – a un renovado compromiso y entusiasmo misionero. Este Mes Misionero Extraordinario ha sido inducido por el Papa en ocasión del centenario de la Carta Apostólica Maximun Illud de Benedicto XV, con la cual quiso «recualificar evangélicamente» a la obra misionera ad gentes, «purificándola de cualquier fijación colonial», alejándola de las «miras nacionalistas y expansionistas que habían causado tantos desastres» (Carta al Card. Fernando Filoni, Prefecto della Congregación para la Evangelización de los Pueblos, citada). Los frutos de aquel especial impulso dado a la missio ad gentes por Benedicto XV, fueron largamente reconocidos y recogidos por el Concilio Vaticano II, siendo el Decreto Ad Gentes la columna portante y la apertura del camino a dos sucesivos documentos inolvidables, también ellos pilares en el grande y meritorio desarrollo de la acción misionera de estos últimos decenios: la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (1975) de Pablo VI y la Carta Encíclica Redemptoris Missio (1990) de Juan Pablo II.
Un posterior desarrollo en nuestros días lo constituye, finalmente, la Exhortación Apostólica del Papa Francisco, Evangelii Gaudium, en la que el Santo Padre pone a toda la Iglesia en estado permanente de evangelización. Este Congreso, por lo tanto, está llamado a recoger esta visión del Papa, a hacerla suya y adecuarla a la rica variedad de las situaciones del Continente americano.
Como muchos de nosotros sabemos bien, el Papa Francisco reconoce tres ámbitos de acción de la obra de evangelización, que ya marcó en una de las Propositio (7) del Sínodo de los Obispos del 2012, sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana: a) el primer ámbito es el de la pastoral que se orienta al crecimiento espiritual y moral de los creyentes, para que respondan mejor y con toda su vida al amor de Dios; b) el segundo ámbito es el de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo, es decir, que aparentemente ya no experimentan la consolación de la fe; y, por último, c) el tercer ámbito es la misión ad gentes, es decir, el de aquellos que no conocen a Cristo y lo han rechazado (cfr. EG 14). Estos tres ámbitos están presentes en las Américas y representan hoy un gran reto para la Iglesia (cfr. EG 15).
Antes de concluir mi saludo, deseo ponerles en guardia de un peligro en el que se cae cuando se desvirtúan la frescura del Evangelio y el entusiasmo de la vocación misionera, y nosotros nos dejamos llevar o por las infidelidades personales o por la crisis de la eficacia y de las apariencias; quiero decir que ya no nos fiamos de la palabra de Jesús, que en el contexto de la obra misionera nos sigue recordando: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz de cada día y que me siga” (Lc. 9, 23). Debemos guardarnos de la lógica del algoritmo, de considerar que la eficacia solucionadora sea la verdadera lógica a seguir. Tampoco pensemos que bajar el nivel de la generosidad puede resolver, por ejemplo, el problema de las vocaciones misioneras; sino que este se debe afrontar, más bien, incrementando una auténtica pastoral misionera, una generosa disposición a compartir el personal apostólico entre las Iglesias más ricas y las Iglesias más pobres y, finalmente, dejándose tomar por un profundo y generoso amor por el servicio de las comunidades privadas del anuncio del Evangelio. Además es necesario motivar todas las realidades eclesiales a la acción misionera: obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos, parroquias, asociaciones, grupos y personas individuales, porque la acción misionera ayuda a la fe y la entusiasma. Hay que ir siempre a la raíz y a la esencia de la cuestión, pero, ante las dificultades y los problemas, no hay que ceder a la rebaja eclesiológica o al ocasionalismo de las soluciones, especialmente cuando se trata de la calidad del personal y del compromiso misionero. En muchas partes de América se necesitan auténticos ministros del Evangelio. Todos nosotros, en efecto, somos deudores de nuestra fe a la generosidad de los evangelizadores y misioneros que nos han precedido, y no creo que esta generosidad se haya agotado.
Ahora les dejo a ustedes, queridos Delegados, que afronten, en la lógica del objetivo general y de los objetivos específicos, bien delineados en la convocatoria de este Congreso, y que lleven adelante los trabajos con sus intervenciones y sus reflexiones.
Gracias por su compromiso en estos días y renuevo mi agradecimiento a los organizadores.
El Cardenal Filoni abre el CAM 5: “La obra misionera tiene un corazón, un centro, un nombre: Jesús” (FIDES)
SALUDO Y MENSAJE
V CONGRESO MISIONERO AMERICANO
ACTO INAUGURAL – MIÉRCOLES, 11 JULIO 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Al inicio de la historia sagrada como narra el pasaje de la primera lectura de hoy, tomada del libro del Génesis (Gén. 2, 1-9), y de cada momento importante de ella, hay siempre una llamada: el Señor habló a Abraham y le propuso una misión: convertirse en una gran nación: “Yo haré de ti una gran nación”, por esto le propuso salir de su propia tierra: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre”, donde no era posible cumplirla, y “ve al país que yo te mostraré”. Abraham aceptó y “partió”.
La historia de Abraham es paradigmática, es decir, un modelo ejemplar, en el que siempre encontramos a Dios como aquel que toma la iniciativa, que pide la colaboración del ser humano, sea hombre o mujer, y la adhesión a su proyecto; la respuesta se lleva a cabo por la disponibilidad a colaborar, obedeciendo a Dios.
No hay que olvidarse de señalar aquí que el proyecto de Dios trae consigo una bendición: y Dios dijo a Abraham: “Tú serás una bendición”; no se trata solo de un don para la vida y la familia de Abraham, sino también para todos aquellos que lo acojan: “Por ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra”.
La historia de la salvación de Dios, por tanto, trae siempre y constantemente la bendición de Dios; el pueblo de Dios lo sabe y lo entiende. Cuántas veces, como sacerdote - y pienso también en muchos de ustedes, queridos hermanos en el sacerdocio -, al encontrarnos ante personas que, al inicio de una nueva misión, han pedido la bendición; me he preguntado interiormente: ¿Quién soy yo para bendecir? En realidad yo era solo un instrumento, porque, en verdad, no se pedía “mi” bendición, ¡sino la del Altísimo! Cuántas veces un hijo que inicia su camino saliendo de casa pide la bendición de los padres. Se trata de un gesto bíblico que se puede aplicar extraordinariamente bien al inicio de cualquier iniciativa, como la del V CAM (el quinto Congreso Misionero Americano), en el que necesitamos la bendición de Dios - y eso es lo que estamos haciendo con esta solemne celebración - para entender bien y llevar adelante la obra que Jesús dejó a sus discípulos en el momento de su retorno al Padre, como cuenta el último párrafo del Evangelio de Lucas: Jesús “los condujo fuera hacia Betania y, alzando las manos, los bendijo. [...] Después ellos volvieron a Jerusalén con gran alegría” (Lc. 24, 50ss). Desde aquel momento, como se narra al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles, con aquellos que habían sido elegidos por el Señor, con la presencia de María, la madre de Jesús, tuvo inicio toda y cada obra misionera y de evangelización.
¿Qué es la obra misionera? Este es el interrogante al que debemos responder; porque si no sabemos qué es, también aquello que hacemos corre el riesgo de ser otra cosa.
La obra misionera tiene, en primer lugar, un corazón, un centro, un nombre: Jesús, que, según la terminología hebraica, significa “Dios es ayuda”; el mismo Ángel explica a María y a José (Mt. 1, 21), y luego también a los pastores, que aquel niño es “un salvador” (Lc 2, 11), y todos los que se encuentran con Él, empezando por Isabel, reconocen en Él al “Bendito”: “Bendito el fruto de tu vientre” (Lc. 1, 42). En el nombre de Jesús está toda bendición de Dios para la humanidad. Deseo insistir en este punto para que quede claro que la obra misionera es, sobre todo, obra de bendición para todos aquellos a quienes se les anuncia el nombre del Señor. De esto es necesario ser conscientes, para evitar que la obra misionera se reduzca a la filantropía o a nuestras obras de buena voluntad. Las mismas obras de bien, de educación, de apoyo, de defensa de los maltratados, de caridad, de justicia, de preferencia por los pobres, los marginados y por todas las periferias reales y existenciales, como suele decir claramente el Papa Francisco, tienen como lazo de unión indisoluble el nombre de Jesús y, por tanto, todo es bendición. Esta bendición es trascendente, pero se hace concreta en la vida real, en la vida humana, hacia la cual Dios ha dirigido su mirada.
En consecuencia, cualquier obra misionera es, al mismo tiempo, anuncio y testimonio: anuncio, por tanto, de Jesús, es decir, de su obra, de su amor, de su ternura, de su cargarse con mis pecados, incluso aquellos más graves, y de que en el arrepentimiento está el perdón; tener esta conciencia significa reconocer lo que Dios ha hecho en mí y conmigo en mi vida. Si falta esta conciencia, resultamos superficiales, nos quedamos vacíos y no somos para nada creíbles. Hoy es fundamental ser creíbles, pero no por la multiplicidad de nuestras palabras, sino por el testimonio de la vida recibida en Cristo; por esto, compartir la propia experiencia es abrir el surco de la vida a los demás, para que Dios ponga la semilla de la fe y de la gracia. De esta experiencia existencial nace el empuje, ese urget, como dice San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios (2 Cor. 5, 14), que lleva a aquella caritas que es la vida misionera.
En este punto, no puedo dejar de citar el gran ejemplo de una mujer, boliviana por adopción, que, bajo el impulso de cuanto Dios había obrado en ella, se hizo misionera. No solo asumió el nombre de Jesús, sino que se dio completamente a anunciarlo y a seguir la obra de Cristo en esta tierra bendita de Bolivia. Habéis comprendido que estoy hablando de la Beata Madre María Ignacia de Jesús, cuyas reliquias están hoy entre nosotros. En su historia se lee que ella sintió que el mismo Señor la llamaba: “¡Nazaria, tú sígueme!”, y tuvo de Jesús un sufrido, pero al mismo tiempo dulce y continuo, recuerdo de su Pasión. Muy amada de Jesús, pero no tanto de sus familiares, que le obstaculizaban el camino hacia la vida religiosa, aceptó venir a Bolivia, donde descubrió, justo en un momento en que se encontraba gravemente enferma, un amor inmenso hacia el apostolado misionero. Fundó un nuevo Instituto, las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, para que su pasión por el Evangelio y por los pobres pudiera continuar más allá de su vida, que ofrecía con gusto por la Iglesia. Se cuenta que cuando encontró a Pío XI en Roma, en 1934, al manifestarle al Pontífice su deseo de morir por la Iglesia, el Papa le dijo: “No morir, sino vivir y trabajar por la Iglesia”. El próximo 14 de octubre, el Papa Francisco canonizará a esta mujer extraordinaria como auténtica misionera de nuestro tiempo, y me parece hermoso que este Congreso tenga lugar en la vigilia de su canonización.
Hoy se inaugura este importante evento eclesial americano, que, después de Maracaibo, nos permite valorar nuestro compromiso misionero y nos permite tomar un nuevo empuje, renovado en el ardor y en la pasión por Cristo. Amar a esta tierra americana significa hacerle el don de Jesús bendito. Yo creo que esto es lo que constituye la verdadera bendición, la misma promesa hecha a Abraham, renovada y consagrada por Jesús. Una bendición de la que somos portadores por lo mucho que amamos a esta gente: a sus pobres, desempleados y marginados en particular, y a todos los que tienen hambre y sed de justicia.
Agradezco, por lo tanto, en nombre del Santo Padre, a los Obispos de Bolivia, a sus autoridades, que hayan permitido que celebremos aquí este evento; doy las gracias al Arzobispo de esta Archidiócesis de Santa Cruz de la Sierra, S.E. Mons. Sergio Alfredo Gualberti Calandrina, que nos hospeda; al Presidente de la Conferencia Episcopal, S.E. Mons. Ricardo Ernesto Centellas Guzmán; al Director Nacional de las Obras Misionales Pontificias de Bolivia, S.E. Mons. Eugenio Scarpellini, Obispo de El Alto; y a todos los que con una grande y admirable generosidad colaboran por el buen éxito del Congreso.
A todos traigo, al mismo tiempo, el saludo afectuoso y la bendición del Santo Padre.
“El Señor nos invita hoy a adoptar una actitud de escucha humilde y de espera dócil”, afirma el Papa Francisco, quien comentó el Evangelio antes de la oración del Ángelus del mediodía, en la Plaza de San Pedro, este domingo 8 de julio de 2018. (ZENIT – 8 julio 2018)
El pasaje del Evangelio de hoy (Marcos 6: 1-6) muestra a Jesús regresando a Nazaret, y en el día de reposo comienza a enseñar en la sinagoga. Desde que se fue y comenzó a predicar por las ciudades y pueblos cercanos, no había vuelto a poner un pie en su tierra natal. Por lo tanto, habrá ido toda la aldea para escuchar a este hijo del pueblo, cuya reputación de sabio maestro y poderoso sanador se extendió ahora a través de Galilea y más allá. Pero lo que podría ser un éxito, se convirtió en un rechazo rotundo, hasta el punto de que Jesús ya no podía realizar ningún milagro, sino solo algunas sanidades (ver v. 5). La dinámica de este día es reconstruida en detalle por el evangelista Marcos: la gente de Nazaret escucha primero y se queda asombrada; entonces se preguntan, perplejos: “¿De dónde vienen estas cosas”, esta sabiduría? y al final se escandaliza, reconociendo en él al carpintero, el hijo de María, a quien vieron crecer (vv 2-3). Por lo tanto, Jesús concluye con la expresión proverbial: “Nadie es profeta en su tierra” (v.4).
Nos preguntamos: ¿cómo los conciudadanos de Jesús pasan de la maravilla a la incredulidad? Ellos comparan el origen humilde de Jesús con sus habilidades actuales: él es carpintero, no estudió, pero predica mejor que los escribas y hace milagros. Y en lugar de abrirse a la realidad, se escandalizan. Según los habitantes de Nazaret, ¡Dios es demasiado grande para rebajarse a hablar a través de un hombre tan simple! Es el escándalo de la encarnación: el evento desconcertante de un dios hecho carne, que piensa con una mente humano, trabaja y actúa con las manos del hombre, ama con el corazón de un hombre, un Dios que lucha, come y duerme como uno de nosotros. El Hijo de Dios derroca cada esquema humano: no son los discípulos quienes lavaronn los pies del Señor, sino el Señor que lavó sus pies a los discípulos (Jn 13, 1-20).
Es un objeto de escándalo e incredulidad, no solo en ese momento, en ningún momento, incluso hoy en día.
La inversión de Jesús compromete a sus discípulos de ayer y de hoy a una verificación personal y comunitaria. De hecho, incluso hoy, podemos tener prejuicios que nos impiden captar la realidad. Pero el Señor nos invita hoy a adoptar una actitud de escucha humilde y de espera dócil, porque la gracia de Dios a menudo se nos presenta de una manera sorprendente, que no corresponde a nuestras expectativas.
Piense, por ejemplo, en la Madre Teresa de Calcuta, una mujercita por la que nadie habría dado ni 10 liras por ella (…). Iba por las calles para coger a los moribundos y pudieran tener una muerte digna. Y esta pequeña hermanita con la oración y su obra ha hecho maravillas. La pequeñez de una mujer ha revolucionado la obra de la caridad en la Iglesia. Es un ejemplo de nuestros días
Dios no se ajusta a los prejuicios. Debemos esforzarnos para abrir nuestros corazones y nuestras mentes, para dar la bienvenida a la realidad divina que se nos presenta. Se trata de tener fe: la falta de fe es un obstáculo para la gracia de Dios. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: repetimos gestos y señales de fe, pero sin corresponderles una verdadera adhesión a la persona de Jesús y su Evangelio. Por el contrario, cada cristiano, cada uno de nosotros, está llamado a profundizar en esta pertenencia fundamental, tratando de dar testimonio de ella mediante una actitud coherente de vida, cuyo hilo conductor siempre será la caridad.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, que ablande la dureza de los corazones y la estrechez de la mente, para que estemos abiertos a su gracia, a su verdad y a su misión de bondad y misericordia, que se da a todos, sin exclusión.
julio 08, 2018 16:08Angelus y Regina Caeli
“Todos están admitidos en el camino del Señor: nadie debe sentirse un intruso, un abusador o un ilegítimo”, dijo el Papa Francisco en el Ángelus de este 1 de julio de 2018: “para tener acceso a su corazón, al corazón de Jesús, solo hay una condición: sentir que tenemos necesidad de una curación y confiar en Él”. (ZENIT – 1 julio 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Mc 5,21-43) presenta dos prodigios realizados por Jesús, describiéndolos casi como una especie de marcha triunfal hacia la vida.
Primero, el evangelista habla de cierto Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, que acude a Jesús y le ruega que vaya a su casa porque su hija de doce años está muriendo. Jesús acepta y va con él; pero, a lo largo del camino, llega la noticia de que la niña está muerta. Podemos imaginar la reacción de aquel papá. Pero Jesús le dice: “¡No tengas miedo, solo ten fe!” (V. 36). Llegado a la casa de Jairo, Jesús saca a la gente que lloraba, entra a la habitación solo con los padres y tres discípulos, y al dirigirse a la difunta dice: “Muchacha, yo te digo: ¡levántate!” (V.41). Inmediatamente, la niña se levanta, como si despertara de un sueño profundo (v. 42).
Dentro de la historia de este milagro, Marcos inserta otra: la curación de una mujer que sufría de hemorragia y fue sanada tan pronto como tocó el manto de Jesús (v. 27). Aquí es sorprendente que la fe de esta mujer atraiga el poder salvador divino que existe en Cristo, quien, sintiendo que una fuerza “había salido de él”, trata de entender quién era. Y cuando la mujer avergonzada se acerca y confiesa todo, Él le dice: “Hija, tu fe te ha salvado” (v. 34).
Estas son dos historias entrelazadas, con un solo centro: la fe; y muestran a Jesús como la fuente de vida, como Aquel que restaura la vida a aquellos que confían plenamente en Él. Los dos protagonistas, es decir, el padre de la niña y la mujer enferma, no son discípulos de Jesús, sin embargo son escuchados por su fe. Tienen fe en este hombre. De esto entendemos que todos están admitidos en el camino del Señor: nadie debe sentirse como un intruso, una persona abusiva o alguien que no tiene ningún derecho. Para tener acceso a su corazón, al corazón de Jesús, solo hay un requisito: sentirse necesitados de curación y confiar en Él. Les pregunto, si tienes necesidad de curar alguna cosa, algún pecado, algún problema. Y si siente esto, ¿tiene fe en Jesús?. Estas son las dos condiciones para ser sanados, para tener acceso al corazón, sentir que tiene necesidad de curación y confiarse a Él. Jesús va a descubrir a estas personas entre la multitud y los aleja del anonimato, los libera del miedo a vivir. Lo hace con una mirada y con una palabra que los pone en el camino después de tanto sufrimiento y humillación. Nosotros también estamos llamados a aprender e imitar estas palabras que liberan y estas miradas que devuelven, a los que no lo tienen, el deseo de vivir.
En esta página del Evangelio, los temas de la fe y de la nueva vida que Jesús vino a ofrecer se entrelazan. Al entrar en la casa donde la niña yace muerta, Él expulsa a aquellos que se están agitando y lamentándose (v. 40) y dice: “La niña no está muerta, sino que duerme” (v. 39). Jesús es el Señor, y ante Él la muerte física es como un sueño: no hay razón para desesperarse. Otra es la muerte a la cual tener miedo: ¡la del corazón endurecido por el mal! de eso sí debemos tener miedo. Cuando sentimos que nuestros corazones están endurecidos, nuestros corazones se endurecen y me permito la palabra, el corazón momificado, debemos tener miedo a esto,. Esta es la muerte del corazón. Pero incluso el pecado, incluso el corazón momificado para Jesús, nunca es la última palabra, porque nos ha traído la infinita misericordia del Padre. E incluso si hemos caído tan bajo, su voz tierna y fuerte nos alcanza: “Yo te digo: ¡levántate!”. Es bello escuchar esta palabra de Jesús dirigida a cada uno de nosotros: “yo te digo, ¡levántate!” Vamos, ¡levántate!, ánimo, ¡levántate!. Y Jesús devuelve la vida a la joven y devuelve la vida también a la mujer curada: vida y fe juntas.
Le pedimos a la Virgen María que acompañe nuestro camino de fe y amor concreto, especialmente hacia los necesitados. E invoquemos su intercesión materna por nuestros hermanos que sufren en el cuerpo y en el espíritu.
Marcos describe con todo detalle la situación. Jesús se dirige en barca con sus discípulos hacia un lugar tranquilo y retirado. Quiere escucharlos con calma, pues han vuelto cansados de su primera correría evangelizadora y desean compartir su experiencia con el Profeta que los ha enviado.
El propósito de Jesús queda frustrado. La gente descubre su intención y se le adelanta corriendo por la orilla. Cuando llegan al lugar, se encuentran con una multitud venida de todas las aldeas del entorno. ¿Cómo reaccionará Jesús?
Marcos describe gráficamente su actuación: los discípulos han de aprender cómo han de tratar a la gente; en las comunidades cristianas se ha de recordar cómo era Jesús con esas personas perdidas en el anonimato, de las que nadie se preocupa. «Al desembarcar, Jesús vio un gran gentío, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas».
Lo primero que destaca el evangelista es la mirada de Jesús. No se irrita porque hayan interrumpido sus planes. Los mira detenidamente y se conmueve. Nunca le molesta la gente. Su corazón intuye la desorientación y el abandono en que se encuentran los campesinos de aquellas aldeas.
En la Iglesia hemos de aprender a mirar a la gente como la miraba Jesús: captando el sufrimiento, la soledad, el desconcierto o el abandono que sufren muchos. La compasión no brota de la atención a las normas o el recuerdo de nuestras obligaciones. Se despierta en nosotros cuando miramos atentamente a los que sufren.
Desde esa mirada, Jesús descubre la necesidad más profunda de aquellas gentes: andan «como ovejas sin pastor». La enseñanza que reciben de los letrados de la Ley no les ofrece el alimento que necesitan. Viven sin que nadie cuide realmente de ellas. No tienen un pastor que las guíe y las defienda.
Movido por su compasión, Jesús «se pone a enseñarles muchas cosas». Con calma, sin prisas, se dedica pacientemente a enseñarles la Buena Noticia de Dios. No lo hace por obligación. No piensa en sí mismo. Les comunica la Palabra de Dios, conmovido por la necesidad que tienen de un pastor.
No podemos permanecer indiferentes ante tanta gente que, dentro de nuestras comunidades cristianas, anda buscando un alimento más sólido que el que recibe. No hemos de aceptar como normal la desorientación religiosa dentro de la Iglesia. Hemos de reaccionar de manera lúcida y responsable. No pocos cristianos buscan ser mejor alimentados. Necesitan pastores que les transmitan el mensaje de Jesús.
José Antonio Pagola
Domingo 16 Tiempo ordinario - B (Marcos 6,30-34.)
22 de julio 2018
Comentario del 15º Domingo Ordinario por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. (zenit)
DOMINGO 15 DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Textos: Am 7, 12-15; Ef 1, 3-14; Mc 6, 7-13
Idea principal: La misión de profetizar y evangelizar de todo bautizado.
Síntesis del mensaje: Hasta este momento Jesús había predicado Él solo, aunque con la presencia de los apóstoles que todo lo presenciaban, lo oían y veían. Ahora son ellos los que son enviados a colaborar con Él. Y parece que tuvieron relativo éxito. Sigue siendo verdad lo que el beato Paulo VI decía: “evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 14). Él mismo llama a esta misión: “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (n. 80).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Dios manda a Amós, un laico, a profetizar (1ª lectura). Dios manda profetas siempre, especialmente, en los momentos más difíciles, cuando la fe y la moral están relajadas, en tiempos de injusticia y pecados públicos. Un profeta es siempre elegido por Dios, a pesar de sus deseos como persona, que tal vez irían por otros derroteros. ¿Cómo responde Amós? La palabra de este profeta Amós es valiente, denunciando las injusticias sociales de su tiempo, y la falsedad del culto que realizan en el templo nacional de Samaria, Betel. Tanto al sacerdote Amasías, responsable del templo, como al rey Jeroboam, Amós les resulta incómodo y le intimidan para que se marche a su tierra, Judea. Amós, con humildad pero con firmeza, se defiende: no está profetizando por gusto propio, y menos por interés económico, como si fuera un profesional: “no soy profeta… sino pastor y cultivador de higos”. Es Dios quien le manda. Y él obedece.
En segundo lugar, ahora es Jesús quien envía a sus apóstoles a evangelizar (evangelio), y con ellos a todos los sacerdotes y consagrados y consagradas. Quiere entrenarlos para cuando Él tenga que dejar esta tierra y subir al cielo. La forma en que Jesús manda a sus discípulos a anunciar el Evangelio y los consejos que les da, nos permiten aprender varias características de la auténtica evangelización. Primero, trabajar en equipo, pues esto es mejor que un trabajo personal; la evangelización es de toda la comunidad cristiana. Segundo, los evangelizadores deben estar libres de preocupaciones personales y materiales. Deben estar siempre asequibles, independientes y sin ataduras de ganancias personales. Tercero, la fe y conversión no pueden ser impuestas sino propuestas; los evangelizadores deben ser pacientes y esperar mejores momentos. Y cuarto, la llamada a la conversión es esencial para un anuncio adecuado del Evangelio; conversión que supone liberación de las servidumbres humanas y opresiones. ¿Fruto de la misión? Expulsaban demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
Finalmente, cada uno de los laicos también es profeta y evangelizador desde el día del bautismo. Misión ésta ratificada conscientemente en el día de la confirmación. Bien nos lo ha recordado la Iglesia en el concilio Vaticano II en el decreto llamado “Apostolicam actuositatem”, es decir, sobre el apostolado de los laicos con estas palabras: “Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo” (n. 3). Más tarde, san Juan Pablo II en su encíclica “Redemptorismissio” volvió a recordarnos sobre la permanente validez del mandato misionero: “La necesidad de que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual «los fieles laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio —sacerdotal, profético y real— de Jesucristo” (n. 71).
Para reflexionar: ¿Soy consciente de la dignidad que adquirí desde el día del bautismo: evangelizador, es decir, proclamador del mensaje de Cristo para que todos encuentren la salvación? ¿Qué me impide ser apóstol convencido: miedo al qué dirán, pereza y comodidad, la sensación de que no estoy preparado? ¿A quién está llegando mi palabra: a mi familia, a los amigos, en el trabajo…?
Para rezar: con la canción bien conocida
Señor, toma mi vida nueva
antes de que la espera
desgaste años en mí.
Estoy dispuesto a lo que quieras
no importa lo que sea
Tú llévame a servir.
Llévame donde los hombres
necesiten tus palabras,
necesiten mi ganas de vivir
donde falte la esperanza,
donde falte la alegría
simplemente por no saber de Ti.
Te doy mi corazón sincero
para gritar sin miedo
tu grandeza, Señor.
Tendré mis manos sin cansancio,
tu historia entre mis labios
y fuerza en la oración.
Así me marcharé cantando
por calles predicando
lo bello que es tu amor
Señor, tengo alma misionera
condúceme a la tierra
que tenga sed de ti.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]
Reflexión a las lecturas del domingo quince del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 15º del T. Ordinario B
Entre todos los discípulos, el Señor “eligió a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Así lo leemos en el Evangelio (Mc 3, 14). Jesús forma con ellos una comunidad, que será el origen, el fundamento y el punto constante de referencia del nuevo Pueblo de Dios.
En el Evangelio de este domingo, S. Marcos nos presenta a Jesucristo, que envía a los apóstoles, de dos en dos, con una serie de recomendaciones. Deben anunciar, fundamen-talmente, que el Reino de Dios está cerca.
Y Cristo les da unos poderes sobrenaturales, que son “las señales” del Reino. San Marcos los resume todos con la expresión “dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos”, que están en el origen de todo mal.
Cuando contemplamos esta escena del Evangelio, recordamos y revivimos la llamada que Jesús nos ha hecho a nosotros, a cada uno de nosotros, para que anunciemos la Buena Noticia del Reino por todas partes, con palabras y obras.
El fundamento de esta misión es el Bautismo y, sobre todo, la Confirmación. En efecto, por los sacramentos de Iniciación Cristiana, nos incorporamos plenamente a la Iglesia, que “sale” todos los días, como los apóstoles, a predicar la conversión y a hacer el bien a todos, pues “la misión” es el deber fundamental, la razón de ser de la Iglesia; y ella encuentra su gozo en anunciar el Evangelio a los pueblos (Ev. N., 14). Y, como miembros de esa Iglesia, cada uno tiene que ver si está cumpliendo esa misión: Cómo, cuándo y dónde la cumple. Porque no se trata de un consejo, sino de un mandato, un encargo, que nos da el Señor, como última recomendación de despedida, el día de la Ascensión: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la Creación” (Mc 16, 15).
Y cada uno tiene que cumplirla según su propia vocación. No es lo mismo la forma de cumplirla de un sacerdote o de un diácono, que la de una madre de familia. Ya nos advierte el Vaticano II que en la Iglesia hay “diversidad de ministerios, pero unidad de misión” (A. A. 2).
Nos dice el Evangelio de hoy que “ellos fueron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”.
“¡Ellos fueron…!”
Y después de los apóstoles, han sido muchos los que también han ido y continúan yendo por todas partes, hasta los confines de la tierra. Cuando hay un conflicto en cualquier país del Tercer Mundo, y los medios de comunicación dan las noticias, enseguida aparecen los misioneros, que estaban allí desde hacía mucho tiempo, sin que el mundo de la comunicación lo supiera.
Pero también han existido y existen muchísimos de los que se podría escribir: “Ellos no fueron”. Y esa realidad ha traído unas consecuencias muy graves en el mundo, en el que hay tantos millones de hombres y mujeres, que ni siquiera han oído hablar nunca de Jesucristo.
Y en los países de antigua tradición cristiana se ha descendido tanto en la vida cristiana, que, por todas partes, se habla de la necesidad de una Nueva Evangelización.
La Misión Diocesana, en la que nos encontramos, constituye una llamada muy fuerte y urgente, a tomar conciencia de esta realidad, y a llevar a la práctica, con el mejor espíritu, la tarea, que el Señor nos ha encomendado a todos y a cada uno.
“Ellos no fueron”. Que no se pueda escribir en el futuro, de ninguno de nosotros, como si se tratara de un nuevo evangelio: “Ellos no fueron”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
Reflexión a las lecturas del domingo quince del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 15º del T. Ordinario B
Entre todos los discípulos, el Señor “eligió a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Así lo leemos en el Evangelio (Mc 3, 14). Jesús forma con ellos una comunidad, que será el origen, el fundamento y el punto constante de referencia del nuevo Pueblo de Dios.
En el Evangelio de este domingo, S. Marcos nos presenta a Jesucristo, que envía a los apóstoles, de dos en dos, con una serie de recomendaciones. Deben anunciar, fundamen-talmente, que el Reino de Dios está cerca.
Y Cristo les da unos poderes sobrenaturales, que son “las señales” del Reino. San Marcos los resume todos con la expresión “dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos”, que están en el origen de todo mal.
Cuando contemplamos esta escena del Evangelio, recordamos y revivimos la llamada que Jesús nos ha hecho a nosotros, a cada uno de nosotros, para que anunciemos la Buena Noticia del Reino por todas partes, con palabras y obras.
El fundamento de esta misión es el Bautismo y, sobre todo, la Confirmación. En efecto, por los sacramentos de Iniciación Cristiana, nos incorporamos plenamente a la Iglesia, que “sale” todos los días, como los apóstoles, a predicar la conversión y a hacer el bien a todos, pues “la misión” es el deber fundamental, la razón de ser de la Iglesia; y ella encuentra su gozo en anunciar el Evangelio a los pueblos (Ev. N., 14). Y, como miembros de esa Iglesia, cada uno tiene que ver si está cumpliendo esa misión: Cómo, cuándo y dónde la cumple. Porque no se trata de un consejo, sino de un mandato, un encargo, que nos da el Señor, como última recomendación de despedida, el día de la Ascensión: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la Creación” (Mc 16, 15).
Y cada uno tiene que cumplirla según su propia vocación. No es lo mismo la forma de cumplirla de un sacerdote o de un diácono, que la de una madre de familia. Ya nos advierte el Vaticano II que en la Iglesia hay “diversidad de ministerios, pero unidad de misión” (A. A. 2).
Nos dice el Evangelio de hoy que “ellos fueron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”.
“¡Ellos fueron…!”
Y después de los apóstoles, han sido muchos los que también han ido y continúan yendo por todas partes, hasta los confines de la tierra. Cuando hay un conflicto en cualquier país del Tercer Mundo, y los medios de comunicación dan las noticias, enseguida aparecen los misioneros, que estaban allí desde hacía mucho tiempo, sin que el mundo de la comunicación lo supiera.
Pero también han existido y existen muchísimos de los que se podría escribir: “Ellos no fueron”. Y esa realidad ha traído unas consecuencias muy graves en el mundo, en el que hay tantos millones de hombres y mujeres, que ni siquiera han oído hablar nunca de Jesucristo.
Y en los países de antigua tradición cristiana se ha descendido tanto en la vida cristiana, que, por todas partes, se habla de la necesidad de una Nueva Evangelización.
La Misión Diocesana, en la que nos encontramos, constituye una llamada muy fuerte y urgente, a tomar conciencia de esta realidad, y a llevar a la práctica, con el mejor espíritu, la tarea, que el Señor nos ha encomendado a todos y a cada uno.
“Ellos no fueron”. Que no se pueda escribir en el futuro, de ninguno de nosotros, como si se tratara de un nuevo evangelio: “Ellos no fueron”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 15º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En el pueblo de Israel había grupos de profetas profesionales, que estaban al servicio de los dirigentes políticos y religiosos, pero cuando Dios quería que alguno hablara en su nombre, no escogía a estos profetas oficiales, sino que buscaba personas buenas y fieles; personas dispuestas, si era necesa-rio, a enfrentarse con los poderosos.
Escuchemos ahora lo que sucede a uno de estos profetas elegidos por Dios.
SEGUNDA LECTURA
Comienza hoy la lectura de la carta de S. Pablo a la comunidad cristia-na de Éfeso que se prolongará durante seis domingos. Escuchemos ahora cómo el apóstol alaba al Señor por su proyecto de salvación y de vida sobre nosotros.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio contemplaremos al Señor enviando a los apóstoles, de dos en dos, por diversos pueblos y aldeas, con unas consignas bien concretas.
Aclamémosle con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, el enviado del Padre, que ha cumplido perfectamente su misión. Él envió a los apóstoles y nos envía también a nosotros a anunciar el Evangelio, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo.
Pidámosle que cada uno de nosotros seamos fieles a la misión que Él nos ha confiado.