Reflexión a las lecturas del domingo veintiséis del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
DOMINGO 26º DEL T. ORDINARIO B
Si algo aprendemos en la Historia de la Salvación, es que Dios no se deja manipular y, mucho menos, monopolizar por nadie; que tiene un corazón muy grande donde cabemos todos los que soñamos y luchamos por el bien. Es lo que contemplamos en el Evangelio de hoy.
El escenario es el mismo del domingo pasado: Jesús ha llegado a Cafarnaún con los doce, está en casa y habla con ellos del Reino de Dios. Juan le dice que han visto a uno que echaba demonios en su nombre, y quisieron impedírselo, porque no era del grupo de los discípulos, “no es de los nuestros”. Pero Jesús les advierte que en el Reino no se reacciona así, porque no se puede estar con Él y contra de Él al mismo tiempo; porque “el que no está contra nosotros está a favor nuestro”.
La primera lectura, como siempre, es anticipo y preparación de la enseñanza del Evangelio. En el campamento de Moisés, también quieren impedir que Eldad y Medad profeticen, porque no estaban en el grupo de los setenta ancianos, cuando bajó sobre ellos el Espíritu del Señor. Moisés les deja que profeticen. Se trata de que se haga el bien, de que hable el Espíritu del Señor, y, cuantos más lo hagan, mejor. De este modo, comprendemos que Dios no quiere a los creyentes aislados, sectarios, agresivos, sino abiertos al bien y a todo el que haga el bien.
Como si se tratara de un imposible, Moisés dice: “¡Ojalá que todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!”.
Pues eso se ha hecho realidad. El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, que no eran oficialmente profetas, y aquello se interpretó como el cumplimiento de esta profecía de Joel: “Y sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne: profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones” (Hch 2, 16-17). Y los apóstoles no sólo recibieron el Espíritu Santo, sino también la misión de darlo a todos los fieles. Y en el Libro de los Hechos constatamos la preocupación e interés que tenían en hacerlo.
Podemos contemplar hoy y siempre hasta qué punto se ha multiplicado la presencia y la acción del Espíritu Santo en el mundo, en la historia. Es una consecuencia del Misterio de la Pascua.
En la Liturgia de esa gran solemnidad, proclamamos también que “El Espíritu del Señor llena la tierra”, que llena con su presencia el universo, y “promueve la verdad, la bondad y la belleza; y alienta en la Humanidad la firme esperanza de una tierra nueva” (L. Sede).
Por eso, decimos muchas veces que el Espíritu del Señor actúa también más allá de las fronteras visibles de la Iglesia.
Desde antiguo, se ha acuñado la expresión “semina Verbi”: “Las semillas del Verbo”. Son aquellas realidades, personas y acontecimientos, que parecen sembrados por el mismo Verbo de Dios, y que son como “señales de su paso”. Y, al mismo tiempo, son signos luminosos, que conducen a todos los hombres a la verdadera Iglesia de Cristo.
Por este camino, nos encontramos en el corazón mismo del Movimiento Ecuménico y de otros movimientos, personas e instituciones, que propugnan la unidad de los creyentes y de todos los hombres de buena voluntad, para una acción común en el mundo.
Y todo, como ya sabemos, para bien del hombre, de todo hombre y de cada hombre, por el que Cristo murió; para su alegría y su felicidad, en el tiempo y en la eternidad.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 26º DEL T. ORDINARIO B
Moniciones
PRIMERA LECTURA
Nos enseña el Señor, en la primera lectura, que su Espíritu no es propiedad exclusiva de nadie; y que Él lo envía sobre quien quiere, y cuando quiere.
Escuchemos.
SALMO
En el salmo vamos a repetir unas palabras que deberíamos recor-dar con frecuencia: "Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón".
SEGUNDA LECTURA
Escuchemos hoy el último fragmento de la carta de Santiago, que hemos venido escuchando durante los últimos domingos. La riqueza injusta, el lujo insolidario y el placer egoísta son testigos acusadores en el juicio de Dios.
TERCERA LECTURA
Jesús, como Moisés, quiere que todos hagan el bien, aunque no sean del grupo, y nos advierte, con palabras muy duras, sobre la necesidad de evitar el escándalo y entrar en la vida eterna.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos al Señor como alimento y fuerza, para que nos ayude, especialmente, a cumplir nuestra misión, que nos lleva a la vida eterna. Nos invita, además, el Señor a reconocer la presencia y la acción de su Espíritu donde se encuentre, y a evitar el escándalo que aparta de Él a los hermanos.
Reflexión a las lecturas del domingo veincinco del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 25º del T. Ordinario B
Lógico que los apóstoles se quedaran callados, "azorrados", cuando Jesús les pregunta de qué discutían por el camino. Mientras Él les hablaba de sufrimientos, de cruz y de muerte, ellos discutían sobre su tema favorito: ¡Quién era el más importante en el nuevo reino, que ellos pensaban que venía a instaurar!
Pero Cristo no destruye aquel afán, aquel deseo, sino que les señala el verdadero camino para conseguirlo: "El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos". ¡Y esta enseñanza del Evangelio es siempre actual!
También hoy estamos envueltos por la mentalidad de ser gente importante en la vida social, económica y política. Y también, tantas veces, en la vida de la Iglesia. Muchas veces, incluso, en la vida familiar. “¡Que me sirvan!” podría ser el slogan.
¡Parece que se ha instalado por todas partes la ley del más fuerte!
Y Jesucristo coge un niño, signo de lo pobre, débil y puro, lo coloca entre los discípulos y lo abraza, para enseñarnos el verdadero camino para ser grandes e importantes.
Y también es verdad que, a cada paso, encontramos a muchos hombres y mujeres, que han hecho de su vida un servicio, por amor a Dios y a los hermanos.
¡Y, de algún modo, este espíritu siempre ha estado en el corazón de la Iglesia!
Recuerdo que, cuando era pequeño, nos enseñaban que, si nos preguntaban nuestro nombre, teníamos que añadir: “Para servirle a Dios y a Vd”. Y también que, cuando, en una conversación, nos referíamos a nosotros mismos, no debíamos decir “yo” sino “un servidor”. Es la influencia de la cultura cristiana, que constamos con frecuencia.
¡Y esto está al alcance de todos!
Si nos dijeran que para ser grandes e importantes, “para ser el primero”, teníamos que ser sabios o ricos o famosos, no todos podríamos aspirar a ese ideal. Pero si lo que se nos pide es servir, ¡ah! eso puede aprenderse con cierta facilidad; especialmente, en un mundo, como el nuestro, lleno de necesidades de todo tipo. ¡Se trata de proponérselo, con la ayuda de Dios!
Y Jesucristo es el prototipo de este estilo de vida. En el texto paralelo de S. Mateo (20, 28), nos dice: “Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido sino para servir y dar la vida en rescate por muchos”.
¡Perfecto! ¡Servir y dar la vida! ¡Servir hasta dar la vida! ¡Es muy difícil, como actitud constante, pero llena el corazón de alegría!
La segunda lectura nos presenta el peligro que supone, para la vida de la comunidad cristiana, el otro espíritu: “Donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males…”
Ahora, que comienza el curso, qué importante sería que nos propusiéramos, como tarea, aquel ideal: “El último de todos y el servidor de todos”. Es el lema episcopal de D. Damián, nuestro Obispo emérito. Llegaríamos, entonces, hasta sentir vergüenza de pretender para nosotros un camino distinto del que siguió Jesucristo, Nuestro Señor y Salvador.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La presencia del justo es incómoda, porque es una acusación continua para los malvados, que éstos no pueden soportar. Para que sus malas obras no sean puestas en evidencia, prefieren liquidar al inocente. Es lo que sucede con Jesucristo.
Escuchemos ahora esta lectura profética.
SEGUNDA LECTURA
La ambición y la codicia, el afán desordenado de tener y de ser más que los demás, es fuente de discordia y veneno que corroe a las personas, a las comunidades y a los grupos. Es el querer ser el más importante, que enemistaba a los discípulos y que Jesús quería corregir, tal como nos recordará el Evangelio que después escucharemos.
TERCERA LECTURA
Acojamos la Palabra de Jesucristo en el Evangelio: Él no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por todos.
Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, que ha renovado entre nosotros su entrega salvadora, su servicio supremo: Su Pasión y Muerte en la Cruz.
Que Él nos ayude a seguir su ejemplo de servicio y entrega al Padre y a los hermanos, especialmente, a los más necesitados.
Comentario del 25º Domingo Ordinario por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. septiembre 18, 2018 (zenit)
DOMINGO 25 DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B
Textos: Sb 2, 17-20; St 3, 16- 4, 3; Mc 9, 29-36
Idea principal: Hacernos como niños.
Síntesis del mensaje: Reconquistemos la infancia espiritual.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, protagonistas a primera vista en el evangelio de hoy: los niños. Los japoneses tienen al niño en vitrina, los alemanes en el colegio, los españoles en los altares. Los judíos en cambio los toleraban porque serían algún día adultos. Su presencia nada significaba en las sinagogas, ni en parte alguna. Parecía que el llegar a viejo era la cima de los méritos. Conversar con un niño era tirar y desperdiciar las palabras. Cuando vemos a los apóstoles apartando de su Maestro a los críos entendemos que no hacían sino lo que hubiera hecho cualquier otro judío de la época. Pero Jesús rompería con su época. Donde prevalecía la astucia, entronizaría la sencillez; donde mandaba la fuerza, ensalzaría la debilidad; en un mundo de viejos, pediría a los suyos que volvieran a ser niños. Sí, algo tiene de especial la niñez para Jesús.
En segundo lugar, el niño de ordinario no tiende trampa, no es malicioso (1ª lectura). El niño tampoco se deja llevar de la codicia hasta el punto de ambicionar lo indeseable (2ª lectura). El niño es transparente, sincero. Quien mejor entendió esta infancia espiritual fue santa Teresita del Niño Jesús. He aquí sus palabras: “puedo, pues, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad. ¡Engrandecerme, es imposible! He de soportarme tal como soy, con mis innumerables imperfecciones; pero quiero buscar la manera de ir al cielo, por un caminito muy recto, muy corto, por un caminito enteramente nuevo…Quiero también encontrar un ascensor para remontarme hasta Jesús, puesto que soy demasiado pequeña para subir por la ruda escalera de la perfección…He pedido, entonces, a los Libros Santos que me indiquen el ascensor deseado, y he encontrado estas palabras pronunciadas por boca de la misma Sabiduría eterna: Si alguno es pequeñito que venga a mí. Me he acercado, pues, a Dios, adivinando que había encontrado lo que buscaba, y, al querer saber lo que hará Dios con el pequeñito, he proseguido buscando, y he aquí lo que he encontrado: Como una madre acaricia a su hijito, así os consolaré yo: a mi pecho seréis llevados, y os acariciaré sobre mis rodillas…¡Ah!, nunca habían venido a alegrar mi alma unas palabras tan tiernas y tan melodiosas. El ascensor, que me ha de subir al cielo, son vuestros brazos, ¡oh, Jesús! Para esto, no tengo ninguna necesidad de crecer, antes, al contrario, conviene que continúe siendo pequeña y, cada día, lo sea más”. Sí, algo de especial tiene la niñez a los ojos de Dios.
Finalmente, Jesús nos invita hoy a la reconquista de la infancia espiritual. Les dejo aquí unos párrafos de mi libro sobre Jesucristo: “la infancia que Jesús propone no es el infantilismo, que es sinónimo de inmadurez, egoísmo, capricho. Es, más bien, la reconquista de la inocencia, de la limpieza interior, de la mirada limpia de las cosas y de las personas, de esa sonrisa sincera y cristalina, de ese compartir generosamente mis cosas y mi tiempo. Infancia significa sencillez espiritual, ese no complicarme, no ser retorcido, no buscar segundas intenciones. Infancia espiritual significa confianza ilimitada en Dios, mi Padre; fe serena y amor sin límites. Infancia espiritual es no dejar envejecer el corazón, conservarlo joven, tierno, dulce y amable. Infancia espiritual es no pedir cuentas ni garantías a Dios. Ahora bien, la infancia espiritual no significa ignorancia de las cosas, sino el saber esas cosas, el mirarlas, el pensarlas, el juzgarlas como Dios lo haría. La tergiversación de las cosas, la manipulación de las cosas, los prejuicios y las reservas, ya traen consigo la malicia de quien se cree inteligente y aprovechado. Y esta malicia da muerte a la infancia espiritual. La infancia espiritual no significa vivir sin cruz, de espaldas a la cruz; no significa escoger el lado dulzón de la vida, ni tampoco escondernos y vendar nuestros ojos para que no veamos el mal que pulula en nuestro mundo. No. La infancia espiritual, lo comprendió muy bien santa Teresita del Niño Jesús, supone ver mucho más profundo los males y tratar de solucionarlos con la oración y el sacrificio. Y ante la cruz, poner un rostro sereno, confiado e incluso sonriente. Casi nadie de sus hermanas del Carmelo se daba cuenta de lo mucho que sufría santa Teresita. Ella vivía abandonada en las manos de su Padre Dios. Y eso le bastaba”.
Para reflexionar: Gran tarea: hacernos como niños. Requiere mucha dosis de humildad, de sencillez. Dios nos dice que debemos pasar por la puerta estrecha, si queremos entrar en el cielo. En el Reino de Dios sólo habrá niños, niños de cuerpo y de alma, pero niños, únicamente niños. Dios, cuando se hizo hombre, empezó por hacerse lo mejor de los hombres: un niño como todos. Podía, naturalmente, haberse encarnado siendo ya un adulto, no haber “perdido el tiempo” siendo sólo un chiquillo…Pero quiso empezar siendo un bebé. Lo mejor de este mundo, ¡vaya que lo sabía Dios!, son los niños. Ellos son nuestro tesoro, la perla que aún puede salvarnos, la sal que hace que el universo resulte soportable. Por eso dice Martín Descalzo que si Dios hubiera hecho la humanidad solamente de adultos, hace siglos que estaría podrida. Por eso la va renovando con oleadas de niños, generaciones de infantes que hacen que aún parezca fresca y recién hecha. Los niños huelen todavía a manos de Dios creador. Por eso huelen a pureza, a limpieza, a esperanza, a alegría. ¡No maniatemos a ese niño que llevamos dentro con nuestras importancias, no lo envenenemos con nuestras ambiciones! Por la pequeña puerta de la infancia se llega hasta el mismo corazón del gran Dios.
Para rezar: Señor, hazme como un niño. Sólo así podré entrar en tu Reino. Que vaya cada día recuperando mi inocencia. Que sea transparente en mis palabras, intenciones y acciones.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]
Reflexión a las lecturas del domingo veinticuatro del Tiempo Ordinario ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 24º del T. Ordinario B
Por el camino hacia las aldeas de Cesarea de Filipo se realiza hoy una gran revelación: ¡Jesús es el Mesías!
Pero la reacción de Jesucristo nos resulta extraña: En primer lugar, les prohíbe, terminantemente, a los discípulos decírselo a nadie. Luego, les hace otra gran revelación: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. “Se lo explicaba con toda claridad”.
Pero ¿quién podía entender, en todo Israel, que el Mesías tuviera que padecer? ¿El que venía a liberarles de la dominación romana, cómo iba a terminar derrotado? ¿El que iba a conducirles a un Reino muy grande, jamás soñado, cómo iba a ser condenado y ejecutado? Porque lo de resucitar, ellos no entendían nada.
Por tanto, es normal que Pedro se lo lleve aparte, y se ponga a desaconsejarle todo aquello. Pedro ama intensamente a Cristo y espera el Reino prometido. Y Jesús se siente realmente tentado y sabe que los demás discípulos piensan lo mismo que Pedro. Por eso, de cara a los discípulos, dirige a Pedro unas palabras desconcertantes: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios”.
Y ya sabemos lo que pensamos los hombres y lo que piensa Dios:
Los hombres, ante todo, rehuimos no sólo la enfermedad y la muerte, sino también todo tipo de sufrimiento. ¡Cuánto nos cuesta afrontar el dolor, sobre todo, cuando es prolongado o muy grave! Y no sólo eso. Rehuimos todo lo que suene a sacrificio, renuncia, entrega. Y luego, luchamos y nos esforzamos por vivir y gozar a tope.
¿Y cómo piensa Dios?
El sufrimiento y la muerte nunca son para Dios el término de todo, fin en sí mismo, sino que siempre es camino, grano de trigo en el surco, paso, pascua. Dios no busca nunca hacernos sufrir o amargarnos la vida. Todo lo contrario. Dios quiere nuestro bien y nuestra felicidad, no sólo en el alma, sino también, en el cuerpo; no sólo en la vida futura, sino también en la presente. Y si nos pide o nos exige algo, es para hacerla posible. Como un grano de trigo. Para convertirse en una espiga preciosa, tiene que morir, ser enterrado en el surco.
Por todo ello, nos dice el Evangelio que Jesús llama a la gente y a los discípulos y les dice: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.
¡Estas son las condiciones de su seguimiento! En definitiva, ir por su mismo camino. Y añade: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará”. ¡Qué impresionante es todo esto!
Estas palabras del Señor las ha “traducido” el Vaticano II, diciendo: “El hombre jamás logrará alcanzar su plenitud, mientras no entregue su vida como un don, al servicio de los demás” (G. et Sp. 24).
Sin embargo, nos cuesta entender y aceptar que hemos recibido la vida para darla; no para quemarla en la hoguera de nuestro egoísmo.
Es lógico, por tanto, que, a los pocos días, Jesús se lleve a los tres predilectos a lo alto de una montaña, y se transfigure ante ellos. De este modo, entenderán, de algún modo, ahora y, sobre todo, más tarde (2 Pe 1, 16-20), que “de acuerdo con la Ley y los Profetas, la Pasión es el camino de la Resurrección” (Pref. II de Cuar.). ¡Para el Señor y para cada uno de nosotros!
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 24º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchemos, en primer lugar, unas palabras del profeta Isaías. En ellas nos anuncia que el Mesías soportará sufrimientos e injurias, con ánimo generoso y lleno de confianza en Dios.
SEGUNDA LECTURA
En la lectura apostólica, Santiago nos enseña que, sin obras, es decir, sin una verdadera práctica cristiana, no hay una fe auténtica.
Escuchemos.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio, junto a la confesión de fe de Pedro, escucharemos el duro reproche que le hace el Señor, porque pretende separarle del camino de la Pasión y de la Cruz, que el Padre le ha encomendado. Ese camino, nos dirá el Señor, es también el que tenemos que seguir nosotros, los cristianos.
COMUNIÓN
El camino de la cruz es duro y difícil. Por eso, necesitamos acercar-nos con frecuencia al Señor, verdadero Pan de vida, para no desfallecer por el camino.
Comentario litúrgico del 24º Domingo Ordinario por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. septiembre 11, 2018. (zenit)
DOMINGO 24 DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Textos: Is 50, 5-9; St 2, 14-18; Mc 8, 27-35
Idea principal: ¿Quién es Jesús en verdad y cuál es su misión?
Síntesis del mensaje: Hoy leemos la primera confesión clara de Pedro: “Tú eres el Mesías”. Al final escucharemos, después de haber pasado Cristo por su pasión, muerte y resurrección, la sorprendente afirmación del centurión romano: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿quién es Jesús para muchos? Aquí tenemos diversas respuestas que se han dado a lo largo de los siglos. Los judíos: “Es un samaritano” (Jn 8.48). Los samaritanos: “eres el verdadero salvador del mundo” (Jn 4,42). Los fariseos: “Es un comilón y borracho”(Mt 11,19). Natanael: “Tú eres el Hijo de Dios” (Jn 1, 49). Sacerdotes y fariseos: “es un mentiroso”( Mt 27,63). Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”(Jn 1,29). Andrés : “Hemos encontrado al Mesías”(Jn 1,41). Gente: “Está loco” (Jn 7,20). Tomás: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). Parientes: “No está en sus cabales” (Mc 3,21). Mahatma Gandhi, artífice de la independencia de la India en 1947: “Jesús es la figura más grande de la historia”. El poeta hindú Tagore: “Si los cristianos fuerais como vuestro maestro, tendríais ya la India a vuestros pies”. Ibn Arabí, filósofo, teósofo y místico musulmán: “Aquel cuya enfermedad se llama Jesucristo ya no se puede curar”. Jean Fernoit (periodista): “Durante largo tiempo he creído que Jesucristo era hijo de Dios, Dios mismo. Ahora no estoy seguro. Pero poco importa. Ningún hombre jamás ha hablado ni amado como él. Él nos ha dicho que estaba en cada uno de nosotros, pero esto no llego a creérmelo todavía”. Eddy Merck, ciclista belga: “Deseo dar a conocer a Jesús a todos aquellos que no le conocen. Para mí Cristo tiene una presencia continua en toda mi vida. Creo profundamente en Él, en su historia y en su divinidad”. K. Rahner, uno de los teólogos católicos jesuitas más importantes del siglo XX: “Cristo es la respuesta total a la pregunta total del hombre”. Luis Fernández: “soy lo que soy, porque he encontrado en Jesucristo la fuente de dos grandes valores de mi vida: la libertad y el amor”. El escritor ruso Dostoievski: “No hay nada más hermoso, más profundo, más amable, más razonable, más valiente, más perfecto que Cristo, y me digo a mí mismo con amor celoso que no puede haber nadie más perfecto”.
En segundo lugar, Jesús, ¿quién dice ser él mismo? Todo menos triunfalista, charlatán, ganador de votos y carrerista. Él se definió así, como escribí en mi primer libro sobre Jesucristo: “Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida, la Resurrección, la Luz del mundo, el Buen Pastor, la Puerta de las ovejas, el Pan de vida, la Vid verdadera, Rey de los corazones”. Los apóstoles recibieron de Jesús una buena reprimenda, porque no le entendían. Aún resuena en nuestros oídos lo que le dijo a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”. Ser como Satanás significa que Pedro, sin quererlo, le estaba tentando a Jesús a que no aceptase el plan de Dios, sino que siguiera las apetencias humanas que buscan el éxito y la victoria. El camino de Jesús era la cruz. A los apóstoles no les entraba en la cabeza que su Maestro, el Mesías, pudiera fracasar. Tenemos que aceptar a Cristo no sólo como Mesías, sino también como el Siervo que se entrega por los demás, que afrontó la humillación, los golpes, los escupitajos, la corona de espinas, los ultrajes, como nos dice Isaías hoy en la primera lectura, prefigurando a Cristo como el Siervo de dolor. Hoy Jesús condenó el triunfalismo de Pedro y, al condenarlo, condenó el triunfalismo de la Iglesia Licinio-constantiniana y de los cristianos y jerarcas triunfalistas.
Finalmente, y ¿quién es Jesús para nosotros? Cada uno de nosotros ha hecho o está haciendo la propia experiencia de Cristo. Cada uno de nosotros debe responder a esta pregunta que nos hace hoy Jesús. ¿Médico, Amigo, Maestro, Pastor, Agua viva, Pan de vida eterna, Señor de nuestra vida, Juez supremo, Redentor de nuestros pecados? Lo que tiene que quedar bien claro es esto: no hay en todos los libros sagrados inspirados por Dios ni otro mesías que el doliente de los profetas ni otro Jesús que el nacido para la vejación, la cruz y la resurrección ni otra Iglesia que la fundada para el servicio y salvación de los hombres ni otro cristiano que el imitador de Cristo. Querer una Iglesia triunfalista es desnaturalizar, secularizar y socializar la Iglesia. Tenemos que convencernos que el triunfalismo es antievangélico. Tachemos de nuestra agenda toda altivez y empaque religioso, y vivamos humildes, alegres y firmes en la fe mesiánica proclamada por Cristo en el evangelio de hoy, no por Pedro, a quien Cristo tuvo que llamarle fuertemente la atención.
Para reflexionar: ¿Me gusta sólo que Cristo me lleve al Tabor, donde está el resplandor y la luz? ¿O también acepto que me invite y me lleve al Calvario, para acompañarle en la gran empresa de la Redención, aunque tenga que sudar sangre? ¿Qué concepto tengo de Cristo y de Iglesia: triunfalista o humilde?
Para rezar: Jesús, hijo de María y de José, hermano y salvador nuestro: un día preguntaste a tus discípulos qué se comentaba de ti, cuál era la opinión acerca de tu persona.y, si juzgamos las respuestas, muchos no te conocían de verdad. sólo Pedro, el futuro primer papa, dio la respuesta buena: tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.aún hoy, son tan variadas las ideas sobre tu persona, que se podrían escribir miles de libros y de teorías, pero a nosotros, lo que nos preocupa es llegar a conocerte mejor para amarte más.Sabemos que no eres un mago, ni un brujo, sino alguien muy superior a ellos; aunque a veces, no podemos negarlo, hemos corrido con ellos.Nuestro sincero deseo es experimentar tu amor y trasmitírselo a nuestros hermanos. Ojalá nos quieras iluminar con tu Espíritu Santo, y que nosotros, tus hermanos, podamos decir con los labios, y manifestar con nuestros hechos que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]
Reflexión a las lecturas del domingo veintitrés del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 23º del T. Ordinario B
¡Ser sordo, ser mudo o ser ciego es algo terrible!
El Evangelio de hoy nos presenta la curación de un sordomudo: “Un sordo que, además, apenas podía hablar”.
En la primera lectura, el profeta anuncia los tiempos del Mesías diciendo: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán, entonces saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará…” Y algo de eso es lo que contemplamos en el Evangelio de hoy. San Marcos se detiene a contarnos cómo cura el Señor a un sordomudo.
Era lógico que la gente, que estaba entusiasmada ante los signos del Señor, dijera: “¡Todo lo ha hecho bien: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos!”. ¡Qué hermoso!
Pero hay muchas clases de sordera. Ésta no es sólo física. Así le decimos a un chiquillo, que no nos hace caso: “¡Anda, sordo. Haz lo que te dije!”
¡También hay una sordera espiritual! ¿No será ésta la peor de todas las sorderas?
Somos sordos o nos hacemos el sordo muchas veces a la hora de relacionarnos con Dios.
Y si somos “sordos” para escuchar a Dios, seremos también “mudos” para hablar de Él. A veces, una madre lleva a su niño al médico porque, a su tiempo, no ha comenzado a hablar. El médico examina al niño, y le dice a la madre: “El niño no es mudo, sino sordo. Al no poder oír, no puede aprender a hablar. Veremos qué se puede hacer”.
Si ahora, que comienza el curso, vamos por las parroquias, nos daremos cuenta de la cantidad de “sordos” que hay. Se expone a la comunidad la necesidad que existe de voluntarios para la catequesis y para las demás actividades parroquiales. Y, por lo menos, en algunos lugares, qué pocos se comprometen. ¡Y qué fácil es encontrar excusas!
Si todos los cristianos, lo fuéramos de verdad, nos comprometeríamos voluntaria y
espontáneamente, como hacen muchos, y ya no estaríamos necesitados de mucho más.
El Señor no nos da el Espíritu con medida (Jn 3, 34), sino sobreabundantemente, y no
quiere que su Iglesia carezca de ningún don; pero, si no compartimos los dones, que hemos recibido de Dios para nuestro servicio a la comunidad, ésta no puede marchar bien, hará falta de todo.
Es, por tanto, urgente hacernos “una audiometría” para ver qué tal están nuestros oídos en la vida espiritual, en nuestra relación con Dios y con los hermanos.
No podemos olvidar que el mismo Jesús que curó al sordomudo, nos puede curar también a nosotros de toda sordera.
Esta reflexión sobre la urgencia y la necesidad del compromiso cristiano, especialmente, al comienzo de curso, no puede oscurecer la realidad de tantas personas, jóvenes y mayores, que trabajan en nuestras comunidades, en la triple misión de la Iglesia: Evangelización, culto y caridad.
Así, la organización eclesial de Cáritas se ha convertido en un referente en todo el país en este tiempo de crisis.
¡Demos gracias a Dios que a todos nos llama para trabajar en su viña!
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
El mensaje del profeta Isaías nos recuerda que Dios viene a salvar a los más débiles del mundo. Lo que aquí se anuncia, Jesús lo hará realidad, como contemplamos en el Evangelio de hoy.
SEGUNDA LECTURA
El texto del apóstol Santiago nos previene hoy de la “acepción de personas”, nuestra tendencia a las distinciones y preferencias hacia los más pudientes, humillando a los pobres.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos narra la curación de un sordomudo y la reacción que producen en la gente los milagros del Señor.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos al mismo Jesús, que hemos contemplado en el Evangelio, curando a un sordomudo. Pidámosle que nos libre de toda sordera en la vida espiritual, para que podamos acoger su Palabra y sus dones, y así podamos comprometernos en la hermosa tarea de proclamar, por todas partes, sus maravillas.
La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9:20 horas en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo. (ZENIT – 5 sept. 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El viaje a través del Decálogo nos lleva hoy al mandamiento del día de descanso. Suena como un mandamiento fácil de cumplir, pero es una impresión equivocada. Descansar realmente no es fácil, porque hay un descanso falso y un descanso verdadero. ¿Cómo podemos reconocerlos?
La sociedad actual está sedienta de entretenimiento y vacaciones. La industria de la distracción es muy floreciente y la publicidad dibuja el mundo ideal como un gran parque de atracciones donde todos se divierten. Hoy el centro de gravedad del concepto de vida no es la actividad y el compromiso, la evasión. Ganar dinero por divertirse, satisfacerse. La imagen modelo es la de una persona con éxito que puede permitirse espacios de placer amplios y diferentes. Pero esta mentalidad resbala hacia la insatisfacción de una existencia anestesiada por la diversión que no es descanso, sino alienación y escape de la realidad. El hombre nunca ha descansado tanto como hoy y ¡sin embargo, el hombre nunca ha experimentado tanto vacío como hoy! Las posibilidades de divertirse, de salir, los cruceros, los viajes, tantas cosas no te dan la plenitud del corazón. Todavía más: no te hacen descansar.
Las palabras del Decálogo buscan y encuentran el corazón del problema, arrojando una luz diferente sobre lo que es el descanso. El mandamiento tiene un elemento peculiar: proporciona una motivación. El descanso en el nombre del Señor tiene un motivo preciso: “Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó. Por eso el Señor bendijo el día del sábado y lo hizo sagrado” (Éxodo 20:11).
Esto nos lleva al final de la creación cuando Dios dice: “Vio Dios cuanto había hecho y todo era bueno” (Gen 1:31). Y entonces comienza el día del descanso, que es la alegría de Dios por lo que ha creado. Es el día de la contemplación y la bendición.
¿Qué es el descanso según este mandamiento? Es el momento de la contemplación, es el momento de la alabanza, no de la evasión. Es el tiempo de mirar la realidad y decir: ¡qué bella es la vida! Al descanso como un escape de la realidad, el Decálogo contrapone el descanso como una bendición de la realidad. Para nosotros los cristianos, el centro del día del Señor, el domingo, es la Eucaristía, que significa “acción de gracias”. Es el día para decirle a Dios: Gracias Señor por la vida, por tu misericordia, por todos tus dones. El domingo no es el día para borrar los otros días sino para recordarlos, bendecirlos y hacer las paces con la vida, ¡Cuánta gente hay que tiene tantas posibilidades de divertirse, y no vive en paz con la vida! El domingo es el día para hacer las paces con la vida, diciendo: la vida es preciosa; no es fácil, a veces es dolorosa, pero es preciosa.
Ser introducido en el descanso auténtico es una obra de Dios en nosotros, pero requiere que nos alejemos de la maldición y de su encanto (ver Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 83). Efectivamente, es muy fácil doblegar el corazón a la infelicidad, enfatizar las razones del descontento. La bendición y la alegría implican una apertura al bien que es un movimiento adulto del corazón. El bien es amable y nunca se impone. Debe elegirse.
La paz se elige, no se puede imponer y no se encuentra por casualidad. Alejándose de los amargos pliegues de su corazón, el hombre necesita hacer las paces con aquello de lo que huye. Es necesario reconciliarse con la propia historia, con hechos que uno no acepta, con las partes difíciles de la propia existencia. Os pregunto ¿cada uno de vosotros se ha reconciliado con su propia historia? Una pregunta para pensar: Yo, ¿me he reconciliado con mi historia? La verdadera paz, de hecho, no es cambiar la propia historia sino aceptarla y valorizarla, así como ha sido,
¡Cuántas veces nos hemos encontrado con cristianos enfermos que nos han consolado con una serenidad que no se encuentra en los vividores ni en los hedonistas! Y hemos visto personas humildes y pobres regocijarse con pequeñas gracias con una felicidad que sabía a eternidad.
El Señor dice en el Deuteronomio: “Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas tú y tu descendencia” “(30:19). Esta elección es el “fiat” de la Virgen María, es una apertura al Espíritu Santo que nos sitúa tras las huellas de Cristo. Aquel que se entrega al Padre en el momento más dramático y emprende así el camino que conduce a la Resurrección.
¿Cuándo se vuelve hermosa la vida? Cuando se comienza a pensar bien de ella, cualquiera que sea nuestra historia. Cuando se abre camino el don de una duda: el de que todo sea gracia, [1] y ese santo pensamiento desmorona el muro interior de la insatisfacción, inaugurando el auténtico descanso. La vida se vuelve hermosa cuando el corazón se abre a la Providencia y se descubre que es verdad lo que dice el salmo “En Dios solo el descanso de mi alma” (62: 2). Es bella esta frase del salmo: En Dios solo el descanso de mi alma”.
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[1] Cómo nos recuerda Santa Teresita del Niño Jesús, tomada de G. Bernanos, Diario de un cura rural.
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Mensaje del Santo Padre Francisco con motivo de la IV Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, cuyo tema este año es: “El agua, particularmente en dos aspectos: el respeto del agua como elemento precioso y el acceso al agua como derecho humano”. (ZENIT – 3 sept. 2018).-
Queridos hermanos y hermanas:
En esta Jornada de oración deseo ante todo dar gracias al Señor por el don de la casa común y por todos los hombres de buena voluntad que están comprometidos en custodiarla. Agradezco también los numerosos proyectos dirigidos a promover el estudio y la tutela de los ecosistemas, los esfuerzos orientados al desarrollo de una agricultura más sostenible y una alimentación más responsable, las diversas iniciativas educativas, espirituales y litúrgicas que involucran a tantos cristianos de todo el mundo en el cuidado de la creación.
Debemos reconocer que no hemos sabido custodiar la creación con responsabilidad. La situación ambiental, tanto a nivel global como en muchos lugares concretos, no se puede considerar satisfactoria. Con justa razón ha surgido la necesidad de una renovada y sana relación entre la humanidad y la creación, la convicción de que solo una visión auténtica e integral del hombre nos permitirá asumir mejor el cuidado de nuestro planeta en beneficio de la generación actual y futura, porque «no hay ecología sin una adecuada antropología» (Carta enc. Laudato si’, 118).
En esta Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la creación, que la Iglesia Católica desde hace algunos años celebra en unión con los hermanos y hermanas ortodoxos, y con la adhesión de otras Iglesias y Comunidades cristianas, deseo llamar la atención sobre la cuestión del agua, un elemento tan sencillo y precioso, cuyo acceso para muchos es lamentablemente difícil si no imposible. Y, sin embargo, «el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable» (ibíd., 30).
El agua nos invita a reflexionar sobre nuestros orígenes. El cuerpo humano está compuesto en su mayor parte de agua; y muchas civilizaciones en la historia han surgido en las proximidades de grandes cursos de agua que han marcado su identidad. Es sugestiva la imagen usada al comienzo del Libro del Génesis, donde se dice que en el principio el espíritu del Creador «se cernía sobre la faz de las aguas» (1,2).
Pensando en su papel fundamental en la creación y en el desarrollo humano, siento la necesidad de dar gracias a Dios por la “hermana agua”, sencilla y útil para la vida del planeta como ninguna otra cosa. Precisamente por esto, cuidar las fuentes y las cuencas hidrográficas es un imperativo urgente. Hoy más que nunca es necesaria una mirada que vaya más allá de lo inmediato (cf. Laudato si’, 36), superando «un criterio utilitarista de eficiencia y productividad para el beneficio individual» (ibíd., 159). Urgen proyectos compartidos y gestos concretos, teniendo en cuenta que es inaceptable cualquier privatización del bien natural del agua que vaya en detrimento del derecho humano de acceso a ella.
Para nosotros los cristianos, el agua representa un elemento esencial de purificación y de vida. La mente va rápidamente al bautismo, sacramento de nuestro renacer. El agua santificada por el Espíritu es la materia por medio de la cual Dios nos ha vivificado y renovado, es la fuente bendita de una vida que ya no muere más. El bautismo representa también, para los cristianos de distintas confesiones, el punto de partida real e irrenunciable para vivir una fraternidad cada vez más auténtica a lo largo del camino hacia la unidad plena. Jesús, durante su misión, ha prometido un agua capaz de aplacar la sed del hombre para siempre (cf. Jn 4,14) y ha profetizado: «El que tenga sed, que venga a mí y beba» (Jn 7,37). Ir a Jesús, beber de él, significa encontrarlo personalmente como Señor, sacando de su Palabra el sentido de la vida. Dejemos que resuenen con fuerza en nosotros aquellas palabras que él pronunció en la cruz: «Tengo sed» (Jn 19,28). El Señor nos sigue pidiendo que calmemos su sed, tiene sed de amor. Nos pide que le demos de beber en tantos sedientos de hoy, para decirnos después: «Tuve sed y me disteis de beber» (Mt 25,35). Dar de beber, en la aldea global, no solo supone realizar gestos personales de caridad, sino opciones concretas y un compromiso constante para garantizar a todos el bien primario del agua.
Quisiera abordar también la cuestión de los mares y de los océanos. Tenemos el deber de dar gracias al Creador por el imponente y maravilloso don de las grandes masas de agua y de cuanto contienen (cf. Gn 1,20-21; Sal 146,6), y alabarlo por haber revestido la tierra con los océanos (cf. Sal 104,6). Dirigir nuestra mente hacia las inmensas extensiones marinas, en continuo movimiento, también representa, en cierto sentido, la oportunidad de pensar en Dios, que acompaña constantemente su creación haciéndola avanzar, manteniéndola en la existencia (cf. S. Juan Pablo II, Catequesis, 7 mayo 1986).
Custodiar cada día este bien valioso representa hoy una responsabilidad ineludible, un verdadero y auténtico desafío: es necesaria la cooperación eficaz entre los hombres de buena voluntad para colaborar en la obra continua del Creador. Lamentablemente, muchos esfuerzos se diluyen ante la falta de normas y controles eficaces, especialmente en lo que respecta a la protección de las áreas marinas más allá de las fronteras nacionales (cf. Laudato si’, 174). No podemos permitir que los mares y los océanos se llenen de extensiones inertes de plástico flotante. Ante esta emergencia estamos llamados también a comprometernos, con mentalidad activa, rezando como si todo dependiese de la Providencia divina y trabajando como si todo dependiese de nosotros.
Recemos para que las aguas no sean signo de separación entre los pueblos, sino signo de encuentro para la comunidad humana. Recemos para que se salvaguarde a quien arriesga la vida sobre las olas buscando un futuro mejor. Pidamos al Señor, y a quienes realizan el eminente servicio de la política, que las cuestiones más delicadas de nuestra época ―como son las vinculadas a las migraciones, a los cambios climáticos, al derecho de todos a disfrutar de los bienes primarios― sean afrontadas con responsabilidad, previsión, mirando al mañana, con generosidad y espíritu de colaboración, sobre todo entre los países que tienen mayores posibilidades. Recemos por cuantos se dedican al apostolado del mar, por quienes ayudan en la reflexión sobre los problemas en los que se encuentran los ecosistemas marítimos, por quienes contribuyen a la elaboración y aplicación de normativas internacionales sobre los mares para que tutelen a las personas, los países, los bienes, los recursos naturales —pienso por ejemplo en la fauna y la flora pesquera, así como en las barreras coralinas (cf. ibíd., 41) o en los fondos marinos— y garanticen un desarrollo integral en la perspectiva del bien común de toda la familia humana y no de intereses particulares. Recordemos también a cuantos se ocupan de la protección de las zonas marinas, de la tutela de los océanos y de su biodiversidad, para que realicen esta tarea con responsabilidad y honestidad.
Finalmente, nos preocupan las jóvenes generaciones y rezamos por ellas, para que crezcan en el conocimiento y en el respeto de la casa común y con el deseo de cuidar del bien esencial del agua en beneficio de todos. Mi deseo es que las comunidades cristianas contribuyan cada vez más y de manera más concreta para que todos puedan disfrutar de este recurso indispensable, custodiando con respeto los dones recibidos del Creador, en particular los cursos de agua, los mares y los océanos.
Vaticano, 1 de septiembre de 2018
FRANCISCO
El Santo Padre Francisco se asomó a mediodía a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro para la habitual cita dominical. (ZENIT – 3 sept. 2018)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Este domingo reanudamos la lectura del Evangelio de Marcos. En el pasaje de hoy (Mc 7,1-8.14-15.21-23), Jesús aborda un tema importante para todos nosotros, los creyentes, la autenticidad de nuestra obediencia a la Palabra de Dios, contra toda contaminación mundana o formalismo legalista. La historia comienza con la objeción que los escribas y los fariseos plantean a Jesús, acusando a sus discípulos de no seguir los preceptos rituales según las tradiciones. De esta manera, los interlocutores intentan socavar la confiabilidad y la autoridad de Jesús como Maestro porque decían: “Pero este maestro deja que los discípulos no cumplan los preceptos de la tradición”. Pero Jesús replica con fuerza y replica diciendo: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito:’ Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de los hombres “» (versículos 6-7). Así dice Jesús. ¡Palabras claras y fuertes! Hipócrita es, por así decirlo, uno de los adjetivos más fuertes que usa Jesús en el Evangelio y la pronuncia dirigiéndose a los maestros de la religión: doctores de la ley, escribas… “Hipócrita”, dice Jesús.
De hecho, Jesús quiere sacudir a los escribas y los fariseos del error en el que han caído, y ¿cuál es este error? El de alterar la voluntad de Dios, descuidando sus mandamientos para observar las tradiciones humanas. La reacción de Jesús es severa porque está en juego algo muy grande: se trata de la verdad de la relación entre el hombre y Dios, de la autenticidad de la vida religiosa. El hipócrita es un mentiroso, no es auténtico.
También hoy el Señor nos invita a huir del peligro de dar más importancia a la forma que a la sustancia. Se nos llama a reconocer, una y otra vez, lo que es el verdadero centro de la experiencia de la fe, es decir, el amor de Dios y el amor al prójimo, purificándola de la hipocresía del legalismo y el ritualismo.
El mensaje del Evangelio de hoy está reforzado por la voz apóstol Santiago que nos dice, en síntesis, cómo debe ser la verdadera religión, y dice así: La verdadera religión es “visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo” (v. 27).
“Visitar a los huérfanos y a las viudas” significa practicar la caridad hacia los demás, comenzando por los más necesitados, los más frágiles, los más marginales. Son las personas de las que Dios cuida de una forma especial y nos pide que hagamos lo mismo.
“No dejarse contaminar por este mundo” no significa aislarse y cerrarse a la realidad. No. Tampoco aquí se trata de una actitud exterior, sino interior, de sustancia: significa vigilar para que nuestra forma de pensar y actuar no esté contaminada por la mentalidad mundana, es decir, por la vanidad, la avaricia, la soberbia. En realidad, un hombre o una mujer que vive en la vanidad, en la avaricia, en la soberbia y al mismo tiempo cree y se muestra como religioso e llega incluso a condenar a los demás, es un hipócrita.
Hagamos un examen de conciencia para ver cómo recibimos la Palabra de Dios. El domingo la escuchamos en la Misa. Si la escuchamos de forma distraída o superficial, no nos servirá de mucho. En cambio, debemos recibir la Palabra con la mente y el corazón abiertos, como un buen terreno, para que sea asimilada y dé frutos en la vida concreta. Jesús dice que la Palabra de Dios es como el trigo, es una semilla que debe crecer en las obras concretas. Así, la Palabra misma purifica nuestro corazón y nuestras acciones y nuestra relación con Dios y con los demás se libera de la hipocresía.
Que el ejemplo y la intercesión de la Virgen María nos ayudan a honrar siempre al Señor con el corazón, dando testimonio de nuestro amor por Él en las decisiones concretas para el bien de nuestros hermanos.
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Comentario litúrgico del 23º Domingo Ordinario por el P. Antonio Rivero: “¡Cuántos mudos y sordos hay por ahí!” septiembre 04, 2018 17:25 (zenit)
DOMINGO 23 DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B
Textos: Is 35, 4-7a; St 2, 1-5; Mc 7, 31-37
Idea principal: La humanidad hoy en cierto sentido es sordomuda. Necesita del toque de Cristo para sanar y el grito de Jesús: “Éffeta”.
Síntesis del mensaje: Dios, en Cristo, eligió a los pobres, se inclinó sobre quienes están afligidos por la enfermedad y sobre los de corazón triste, y ahora nos pide a nosotros, sus discípulos, que hagamos lo mismo, siendo canales del “Éffeta” de Jesús.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Jesús se acerca a este sordomudo, como se acercó a los pobres, a los leprosos, al paralítico. Y acercándose los eleva, los cura, los hace volverse criaturas humanas, los enriquece de esperanza y de fe. Y se acerca y los toca, no sólo con su palabra sino con sus gestos humanos, con su humanidad. Tocó a este sordomudo, le humedeció la lengua. De siempre en el mundo antiguo tuvo la saliva tales efectos curativos. Jesús levantó los ojos al cielo como quien ora, respiró hondo como quien se apena ante la desgracia ajena o como quien coge impulso curativo, pronunció la palabra mágica: “Éffeta…ábrete” y el sordo tartaja oyó y habló como un hombre. Estas circunstancias destacan el papel de la humanidad de Cristo, instrumento de su poder divino. Resulta impresionante saber que Dios no se acerca a nosotros solamente con su Palabra espiritual sino que además nos toca. Dios llega a nosotros a través de las manos de Cristo, de su saliva. Y así cura nuestra alma y nuestro cuerpo, como lo hizo con el lisiado del evangelio. Los dedos del Señor, que se hundieron en las orejas del enfermo, no sólo abrieron sus oídos al sonido humano, sino también a la Palabra de Dios. Y la saliva divina, puesta sobre la lengua de ese tartamudo, no sólo la liberó de su traba natural, sino que le comunicó la agilidad necesaria para orar y para cantar la gloria de Dios.
En segundo lugar, este sordomudo es paradigma y prototipo de una humanidad cerrada a la voz de Dios e incapaz de alabar al Señor. Así lo entendió la Iglesia al escoger los gestos de Jesús para elaborar su ritual del Bautismo. Sin el bautismo éramos espiritualmente sordos, sólo capaces de escuchar la voz de “la carne y de la sangre”, pero no la voz de Dios. Sin el bautismo éramos espiritualmente tartamudos, indignos y privados del derecho de llamar a Dios “Padre nuestro”, incapaces de decir siguiera “Señor Jesús” ya que, como enseña san Pablo, nadie puede decir tal cosa “sin la ayuda del Espíritu Santo”.
Muchos hombres de hoy están sordos como una tapia cuando les habla Dios desde la Biblia, desde los sacramentos, desde la voz de la Iglesia, desde el clamor de los pobres. No logran escuchar o no quieren escuchar el “Éffeta” de Jesús. ¿Por qué? Porque el mundo les ha roto los tímpanos del espíritu; y tanta carcajada mundana les ha atrofiado la boca del alma. Otros, gracias a Dios, entran en el templo y adoran, rezan, cantan, oyen, hablan…a Dios. Estos, en una sociedad descristianizada y neopagana, son una señal fluorescente de Dios, un milagro.
Finalmente, Cristo resucitado sigue curando hoy a la humanidad a través de la Iglesia. Durante dos mil años, la Iglesia se ha dedicado, no sólo a predicar la Palabra y perdonar los pecados, sino también a curar enfermos, atender a los pobres, ancianos y marginados, luchar contra todo tipo de opresión e injusticia, trabajar por la liberación integral de la persona. Basta ver la lista de los santas y santos fundadores, y obispos y sacerdotes, que incluso dieron la vida por esta causa del evangelio. Esta misión no sólo es de los ministros sagrados y consagrados y religiosas. Es de todo bautizado, cada uno en su campo de acción: familia, trabajo, amigos, parroquia, periferias. Pero tal vez, Jesús nos quiera curar también a nosotros hoy, porque tenemos los oídos y los labios cerrados.
Para reflexionar: ¿Soy capaz de ayudar a los ciegos que no ven o no quieren ver, para que sepan cuáles son los caminos de Dios? ¿Y a los sordos, para que se enteren del mensaje de salvación de Dios? ¿O a los mudos, para que se suelte su lengua y recobren el habla en los momentos oportunos?
Para rezar: Señor, quiero escuchar hoy también en mi vida el “Éffeta…ábrete”, para que mis oídos se abran a tu Palabra y mi boca la lleve por todo el mundo, comenzando por los más cercanos. Ora sobre tus oídos y pide: “Effeta”. Ábrete para la Palabra de Dios: yo quiero escuchar tu voz, Señor, quiero escuchar tus mociones. Abre mis oídos para las palabras buenas. Ora pidiendo para que tengas oídos de discípulo. Coloca tus manos sobre tus ojos y pide: “Éffeta”. Señor, quiero tener una mirada de misericordia sobre las situaciones, sobre las personas, no quiero tener ojos maliciosos. Quiero verte en las personas, Jesús. Quiero verte en las situaciones. Con las manos en tu boca grita: “Éffeta”. Quiero tener boca de discípulo. Que salgan de mi boca palabras que sanan, salvan, liberan y no palabras de desánimo. Abre mis labios para que yo sea un anunciador de tu Palabra. Y con las manos sobre tu corazón di: “Éffeta”. Quiero tener tu corazón, Jesús. Abre mi corazón para amar, para perdonar. Abre mi corazón para no guardar odio de nadie. Yo quiero, Señor, abre mi corazón.
septiembre 04, 2018 17:25Espiritualidad y oración