Reflexión a las lecturas del domingo treinta del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 30º del T. Ordinario B
Bartimeo, el ciego del Evangelio de este domingo, tenía una ilusión en su vida: poder ver; pero ésta era una ilusión imposible, porque ¿cómo un ciego va a recobrar la vista?
Pero aquel hombre tiene la suerte de encontrarse con Jesús, que pasa por el mismo camino donde estaba sentado, pidiendo limosna; pues, cuando oye que pasa Jesús, comienza a gritar: “Hijo de David, ten compasión de mí”.
Era normal que lo mandaran que a callar, entre otras cosas, porque, si estaba ciego, era, según la mentalidad judía, porque había pecado, porque era un pecador.
Pero ¿por qué sabía Bartimeo que Jesús era el Hijo de David? ¿Y la gente que va con Jesús lo creía también? ¿Y cómo sabía que Jesús podía curarle de su ceguera?
No lo sabemos. Lo cierto es que llega el momento en el que Jesucristo se para y dice: “llamadlo”. Y entonces es cuando le dicen: “ánimo, levántate, que te llama”.
¡Oh! mis queridos amigos, ¡la llamada del Señor! Nos dice San Marcos que, entonces aquel ciego “soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús”. ¡Qué impresionante!
Y Jesús le cura: “Anda, tu fe te ha curado”. “Y lo seguía por el camino”. Se trata, por tanto, de una doble curación: Jesucristo abre los ojos de aquel hombre a la luz del día y su corazón, a la luz de la fe. Por eso, puede seguirle.
Aquella gente que va con Jesucristo tenía que recordar lo que habían anunciado los profetas y que hoy escuchamos en la primera lectura: “Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos”. Es el anuncio de la liberación del destierro y es anuncio también de los tiempos del Mesías. El profeta dice que entre los que vienen hay “ciegos y cojos, preñadas y paridas: Una gran multitud retorna”.
Pero ya sabemos que hay muchas clases de ceguera; está incluso la ceguera “del que no quiere ver”. En el seguimiento de Jesucristo es fundamental ver, poder ver, querer ver. Es la luz de la fe. Y ésta es imprescindible. Sin la fe todo yace en una profunda, permanente y terrible oscuridad. Y, en definitiva, si no tenemos una fe viva y auténtica, ¿cómo vamos a dar testimonio de “lo que hemos visto?”.
Conocí en una ocasión a una mujer que era sordomuda y ciega. ¡Qué pena! ¡Estaba completamente cerrada a todo!
Dicen que S. Marcos coloca aquí, al final de esta sección, la curación del ciego, para ayudar a comprender a las comunidades cristianas a las que dirige su Evangelio, que todo lo que hemos contemplado en los últimos domingos acerca de la vida cristiana y del seguimiento de Jesucristo, es imposible si somos ciegos, si no vemos bien, si no queremos ver.
Pero ¿será posible que seamos ciegos? Ciegos tal vez no, pero ¿quién puede decir que no tiene nada de ceguera? ¿Quién no anda un poco encandilado por tantas cosas como llaman nuestra atención y dificultan nuestro seguimiento de Cristo? En Canarias hay que tener cuidado con la iluminación nocturna de los pueblos y de las ciudades, porque se puede entorpecer la contemplación del cielo, que se hace desde los dos astrofísicos.
¡Y Cristo, que curó al ciego, puede curarnos también a nosotros! Y entonces, también nosotros le seguiremos, o le seguiremos mejor, por el camino.
En la celebración de la Eucaristía de este domingo, nos encontramos con Jesucristo, que nos pregunta como al ciego: “¿Qué quieres que haga por ti?” Y nosotros ¿qué le vamos a contestar? “Maestro, que pueda ver, que pueda ver siempre, hasta que llegue a contemplarte, vivo y glorioso, por toda la eternidad.
A ello nos ayuda el ejemplo y la intercesión materna de la Virgen de Candelaria, que estos días ha visitado nuestra Ciudad.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 30º DEL T. ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera lectura de hoy es un mensaje de esperanza: el profeta levanta el ánimo del pueblo de Dios desterrado en Babilonia, anunciándole la vuelta a su patria con gran alegría bajo la protección paterna del Señor. Y también los tiempos del Mesías.
Escuchemos con atención.
SEGUNDA LECTURA
La Carta a los Hebreos contiene una amplia enseñanza sobre el Sacerdocio de Jesucristo, como escuchamos en el fragmento que se lee hoy: Jesús, Hijo de Dios y hermano de los hombres, es el Pontífice de la Nueva Alianza, en favor de la humanidad entera.
TERCERA LECTURA
Jesús cura al ciego de Jericó que le llama Hijo de David. Así recompen-sa su fe y confirma que han llegado los tiempos del Mesías.
Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos con gozo, el aleluya.
COMUNIÓN
Dichosos nosotros que somos capaces de descubrir detrás de las especies de pan y de vino, al mismo Jesucristo que curó al ciego de Jericó.
“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Esta fue la súplica del ciego y es nuestra súplica, para que el Señor nos libere de toda ceguera espiritual, y podamos descubrirle siempre presente entre nosotros.
La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9:30 horas en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo. (ZENIT – 24 oct. 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestro itinerario de catequesis sobre los Mandamientos, llegamos hoy a la Sexta Palabra, que concierne a la dimensión emocional y sexual, y dice: “No cometerás adulterio”. La llamada inmediata es a la fidelidad, y de hecho, ninguna relación humana es auténtica sin fidelidad y lealtad.
Uno no puede amar solo mientras “conviene”. El amor se manifiesta más allá del umbral del propio interés, cuando se da todo sin reservas. Como dice el Catecismo: “El amor quiere ser definitivo. No puede ser “hasta nuevo aviso” (No. 1646). La fidelidad es la característica de una relación humana libre, madura y responsable. También un amigo demuestra que es auténtico cuando sigue siéndolo en todas las circunstancias; de lo contrario no es un amigo. Cristo revela el amor verdadero, Él, que vive del amor ilimitado del Padre, y en virtud de esto, es el Amigo fiel que nos acoge incluso cuando cometemos errores y siempre quiere nuestro bien, incluso cuando no lo merecemos.
El ser humano necesita ser amado sin condiciones, y quien no recibe esta acogida a menudo se siente incompleto, incluso sin saberlo. El corazón humano trata de llenar este vacío con sucedáneos, aceptando componendas y mediocridades que del amor tienen solo un vago sabor. El riesgo es llamar “amor” a las relaciones acerbas e inmaduras, con la ilusión de encontrar luz de vida en algo que, en el mejor de los casos, es solo un reflejo de ello.
Sucede entonces que se sobrestima, por ejemplo, la atracción física, que en sí misma es un don de Dios, pero que está orientada a allanar el camino para una relación auténtica y fiel con la persona. Como decía San Juan Pablo II, el ser humano “está llamado a la plena y madura espontaneidad de las relaciones”, que “es el fruto gradual del discernimiento de los impulsos del corazón”. Es algo que se conquista, ya que todo ser humano “debe aprender con perseverancia y coherencia cual es el significado del cuerpo” (cf. Catequesis, 12 de noviembre de 1980).
La llamada a la vida conyugal requiere, por lo tanto, un discernimiento cuidadoso sobre la calidad de la relación y un tiempo de noviazgo para verificarla. Para acceder al sacramento del matrimonio, los novios deben madurar la certeza de que en su vínculo está la mano de Dios, que los precede y los acompaña, y les permitirá decir: “Con la gracia de Cristo, prometo serte fiel siempre ” . No pueden prometerse fidelidad “en la alegría y en las penas, en la salud y en la enfermedad”, y amarse y honrarse todos los días de sus vidas, solo sobre la base de la buena voluntad o la esperanza de que “la cosa funcione”. Necesitan construir sobre el terreno sólido del amor fiel de Dios. Y por eso, antes de recibir el sacramento del matrimonio, hace falta una preparación cuidadosa, diría un catecumenado, porque se juega toda la vida en el amor, y con el amor no se bromea. No se puede definir como “preparación al matrimonio”, tres o cuatro conferencias dadas en la parroquia; no, eso no es preparación: esa es falsa preparación. Y la responsabilidad de quien lo hace recae sobre él: sobre el párroco, sobre el obispo que tolera estas cosas. La preparación debe ser madura y hace falta tiempo. No es un acto formal; es un Sacramento. Pero hay que prepararlo como un auténtico catecumenado.
La fidelidad es, en efecto, una forma de ser, una forma de vida. Se trabaja con lealtad, se habla con sinceridad, se permanece fiel a la verdad en los propios pensamientos y acciones. Una vida tejida de fidelidad se expresa en todas las dimensiones y conduce a ser hombres y mujeres fieles y confiables en todas las circunstancias.
Pero para llegar a una vida tan hermosa, nuestra naturaleza humana no es suficiente, es necesario que la fidelidad de Dios entre en nuestra existencia, que nos contagie. Esta Sexta Palabra nos llama a dirigir nuestra mirada a Cristo, quien con su fidelidad puede quitarnos un corazón adúltero y darnos un corazón fiel. En él, y solo en él, hay amor sin reservas ni replanteamientos, entrega completa sin paréntesis y tenacidad de la aceptación hasta el final.
De su muerte y resurrección se deriva nuestra fidelidad, de su amor incondicional se deriva la constancia en las relaciones. De la comunión con Él, con el Padre y con el Espíritu Santo se deriva la comunión entre nosotros y la capacidad de vivir con fidelidad nuestros lazos.
© Librería Editorial Vaticano
Comentario del 30º Domingo Ordinario por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. octubre 23, 2018. (zenit)
Ciclo B
Textos: Jer 31, 7-9; Heb 5, 1-6; Mc 10, 46-52
Idea principal: Proceso de fe e iluminación de este ciego hasta llegar a Jesús, encontrarse con Él, recibir la curación y seguirlo.
Síntesis del mensaje: la dinámica de la fe es la esencia del discipulado, porque sólo la adhesión total –la comunión estrecha con el Maestro- hace posible el seguimiento de él en todos los aspectos de la vida. Este hombre ciego y pobre es el modelo del que sabe responder al llamado de Jesús: “¡Ánimo, levántate, el Maestro te llama!” (10,49), pasando del estar “sentado a la orilla del camino” (10,46) al “seguirlo por el camino” (10,52).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, veamos la situación de este ciego. A la orilla del camino, aparece Bartimeo, humilde ciego y mendigo, quien ha ido a acomodarse en el lugar preciso por el que deben pasar los peregrinos. Excluido de la vida religiosa por su misma enfermedad, y estaba solo. En esta época del año, en el que la gente es más generosa, el ciego espera captar más limosnas. Él ya sabe la estrategia para lograrlas, por eso está allí en su “lugar de trabajo”. Ciertas enfermedades –en este caso la ceguera- eran consideradas castigo de Dios. Así, a la situación de ceguera de Bartimeo, se sumaba el prejuicio social. Los ciegos, al igual que otros enfermos y las mujeres, estaban eximidos y excluidos de participar en las fiestas religiosas. Bartimeo es el símbolo del hombre que busca en Jesús la luz de la fe. Y como “la fe no es propia de los soberbios, sino de los humildes” (San Agustín, Catena Aurea VI, p. 297), este ciego fue premiado. La fe está a punto de hacer ese milagro: el ciego, al dejar su manto, deja tras de sí una “vieja” vida para asumir una nueva detrás de Jesús. Quien estaba al margen del camino, ahora sigue a Jesús, que es el “Camino”.
En segundo lugar, veamos el camino del ciego hacia Jesús.La rutina del mendigo se rompe, y para siempre, cuando toma información y se entera que muy cerca de él pasa Jesús. Proceso: Primero, escucha el paso de Jesús; la fe viene por el oído; y de la ceguera pasa a la visión y de la marginalidad en el camino pasa a ser su activo peregrino. Segundo, el grito de la fe: Bartimeo, reconociéndole como Mesías, clama misericordia. Su oración tiene como trasfondo la oración penitencial del Salmo 51 (“miserere”, ten piedad), pero también la promesa mesiánica de Isaías 35,2-5: “se despegarán los ojos de los ciegos”. Tercero, superación de los obstáculos: además de sus dos primeras limitaciones, su ceguera y su pobreza, es reprimido para que se calle; él es imagen del que entra en el Reino despojado, abandonado con absoluta confianza en la presencia y la palabra de Jesús. El despojo es todavía más radical cuando hace dos gestos: arroja el manto y, dando un salto, va hacia Jesús. El manto es el mayor bien de un pobre, lo único que le queda (cf. Éxodo 22,25-26), es su cobija para la noche, su abrigo para el frío, su recipiente para la limosna. Su salto (¡inaudito para un ciego!) es un gesto de confianza total, expresión de apoyo en la palabra de Jesús. ¿Resultado? El ciego logra su objetivo: Jesús, se detiene ante él y lo llama. El encuentro personal comienza con una pregunta de Jesús: “¿Qué quieres que te haga?”. Y termina con la curación. Bartimeo ha cambiado completamente de situación: era ciego y ahora ve, estaba sentado al borde del camino y ahora está en el camino, estaba solo y ahora está con Jesús y su grupo. También podemos suponer que al recobrar la vista e incorporarse a la comunidad habrá dejado de mendigar. Y todo termina con el seguimiento a Jesús. Ahora Jesús tiene un nuevo discípulo, quien ha recibido el don de la vista y se caracteriza por su fe.
Finalmente, y nosotros, ¿qué? Me regocija saber que Jesús se deja cambiar de rumbo ante mi pedido, que va a detenerse para escucharme a mí, como hizo con este ciego Bartimeo. Pero también pienso que a veces los reclamos de los necesitados me molestan y busco acallarlos o prefiero no oír. Quiero tener como maestro de oración a Bartimeo, que sabía qué pedir, cómo pedir, dónde pedir y no se dejaba tapar la boca ni siquiera por los que estaban cerca de Jesús. Bartimeo pedía limosna, pero cuando Jesús pasó, pidió lo que realmente quería, que era ver. Quiero tener esa franqueza y esa libertad delante de Dios, y pedirle lo que realmente necesito para mi vida. Sin palabrerías ni oraciones floridas ni fórmulas de otros, con mi necesidad.
Para reflexionar: Meditemos este texto de san Gregorio Magno: “Quien ignora el esplendor de la eterna luz, es ciego. Con todo, si ya cree en el Redentor, entonces ya está sentado a la vera del camino. Esto, sin embargo, no es suficiente. Si deja de orar para recibir la fe y abandona las imploraciones, es un ciego sentado a la vera del camino, pero sin pedir limosna. Solamente si cree y, convencido de la tiniebla que le oscurece el corazón, pide ser iluminado, entonces será como el ciego que estaba sentado en la vera del camino pidiendo limosna. Quienquiera que reconozca las tinieblas de su ceguera, quienquiera que comprenda lo que es esta luz de la eternidad que le falta, invoque desde lo más íntimo de su corazón, grite con todas las energías de su alma, diciendo: ‘Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí’” (Homil. in Ev. 2, 2.8).
Para rezar: Mi Señor, que yo vea con tus ojos, que yo vea el bien y su fecundidad en medio de tantas tinieblas.Que mis ojos de fe provoquen tu obrar misericordioso en beneficio de los pobres pecadores, de las almas. Padre mío, que mi alma se enriquezca con la luz de la fe que brote de unos ojos de fe… que yo vea… que yo te vea en todo y en todos… que mi fe me lance audazmente a confiar ciegamente esperándolo TODO de Ti.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]
octubre 23, 2018 12:26Espiritualidad y oración
De acuerdo con su costumbre, el Papa comentó el Evangelio este domingo 21 de octubre de 2018, antes del Ángelus, en la Plaza de San Pedro, frente a unas 20,000 personas. (ZENIT – 21 octubre 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La página del Evangelio de hoy (cf. Mc 10, 35-45) describe a Jesús que, una vez más y con gran paciencia, trata de corregir a sus discípulos convirtiéndolos de la mentalidad del mundo a la de Dios. La ocasión surge de los hermanos Santiago y Juan dos de los primeros que Jesús encontró y les pidió que lo siguieran. Ya han recorrido un largo camino con él y pertenecen al grupo de los doce apóstoles.
Por lo tanto, mientras se dirigen a Jerusalén, donde los discípulos esperan ansiosamente que Jesús, con motivo de la Pascua, finalmente establezca el Reino de Dios, los dos hermanos se vuelven valientes y le dirigen su petición al Maestro: “Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu gloria”(v. 37).
Jesús sabe que Santiago y Juan están animados por un gran entusiasmo por él y por la causa del Reino, pero también sabe que sus expectativas y su celo están contaminados por el espíritu del mundo. Por lo tanto, responde: “No sabéis lo que estás pidiendo” (v. 38). Y mientras hablaban de “tronos de gloria” sobre los cuales sentarse junto a Cristo Rey, Él habla de pasar la prueba que él pasará por una copa por beber y de un “bautismo” para ser recibido, es decir, habla de su pasión y muerte. Santiago y Juan, siempre anhelando el privilegio esperado, dicen además: sí, “podemos”.
Pero, incluso aquí, realmente no se dan cuenta de lo que dicen. Jesús anuncia que su copa la beberá y su bautismo lo recibirán, es decir, ellos también, como los otros apóstoles, participarán en su cruz, cuando llegue el momento. Sin embargo – concluye Jesús – “eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concedérselo; es para aquellos para el cual ha sido preparado “(v.40). Cómo decir: ahora síganme y aprendan el camino del amor “en una pérdida”, y el Padre celestial pensará en ello, el camino del amor siempre es en pérdida porque amar significa dejar de lado el egoísmo, la autoreferencialidad para servir a los demás.
Entonces, Jesús se da cuenta de que los otros diez apóstoles están enojados con Santiago y Juan, demostrando así que tienen la misma mentalidad mundana. Y esto le permite darles una lección que vale para los cristianos de todos los tiempos, incluso para nosotros. Él dice: “Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre vosotros; al contrario el que quiera ser grande entre vosotros que sea su servidor, y el que quiera ser el primero de vosotros que sea el esclavo de todos “(v. 42), es la regla del cristiano.
El mensaje del Maestro es claro: mientras los grandes de la Tierra se construyen “tronos” para su propio poder, Dios escoge un trono incómodo, la cruz, desde donde reina dando la vida: “Así como el Hijo del Hombre – dice Jesús – que no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”(v. 45).
El camino del servicio es el antídoto más eficaz contra la enfermedad de la búsqueda de los primeros lugares, es la medicina para los trepadores en esta búsqueda de los primeros lugares que contagia a tantos contextos humanos y que no ahorra ni siquiera a los cristianos ni al pueblo de Dios, ni siquiera a la Jerarquía Eclesial.
Por lo tanto, como discípulos de Cristo, acojamos este Evangelio como una llamada a la conversión, para testimoniar con valor y generosidad una Iglesia que se inclina a los pies de los últimos, para servirles con amor y sencillez. Que la Virgen María, que se adhirió plenamente y humildemente a la voluntad de Dios, nos ayude a seguir con alegría a Jesús en el camino del servicio, el camino principal que conduce al Cielo.
octubre 21, 2018 16:29Angelus y Regina Caeli
El Papa Francisco ha proclamado santos al Pontífice Pablo VI (Giovanni Battista Montini) (1897-1978), al Arzobispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero Galdámez (1917-1980); al sacerdote diocesano Francesco Spinelli (1853-1913); al presbítero Vincenzo Romano (1751-1831); a la virgen Maria Caterina Kasper (1820-1898); a la virgen Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús (1889-1943); y al laico Nunzio Sulprizio (1817-1836).
La Misa de Canonización se ha celebrada este domingo, 14 de octubre, a las 10:15 horas, en la plaza de San Pedro, en el contexto del Sínodo de los Obispos, sobre los jóvenes, la fe y discernimiento vocacional, que se celebra en el Vaticano del 3 al 28 de octubre. (ZENIT – 14 oct. 2018)
La segunda lectura nos ha dicho que «la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo» (Hb 4,12). Es así: la palabra de Dios no es un conjunto de verdades o una edificante narración espiritual; no, es palabra viva, que toca la vida, que la transforma. Allí, Jesús en persona, que es la palabra viva de Dios, nos habla al corazón.
El Evangelio, en particular, nos invita a encontrarnos con el Señor, siguiendo el ejemplo de ese «uno» que «se le acercó corriendo» (cf. Mc 10,17). Podemos identificarnos con ese hombre, del que no se dice el nombre en el texto, como para sugerir que puede representar a cada uno de nosotros. Le pregunta a Jesús cómo «heredar la vida eterna» (v. 17). Él pide la vida para siempre, la vida en plenitud: ¿quién de nosotros no la querría? Pero, vemos que la pide como una herencia para poseer, como un bien que hay que obtener, que ha de conquistarse con las propias fuerzas. De hecho, para conseguir este bien ha observado los mandamientos desde la infancia y para lograr el objetivo está dispuesto a observar otros; por esto pregunta: «¿Qué debo hacer para heredar?».
La respuesta de Jesús lo desconcierta. El Señor pone su mirada en él y lo ama (cf. v. 21). Jesús cambia la perspectiva: de los preceptos observados para obtener recompensas al amor gratuito y total. Aquella persona hablaba en términos de oferta y demanda, Jesús le propone una historia de amor. Le pide que pase de la observancia de las leyes al don de sí mismo, de hacer por sí mismo a estar con él. Y le hace una propuesta de vida «tajante»: «Vende lo que tienes, dáselo a los pobres […] y luego ven y sígueme» (v. 21). Jesús también te dice a ti: «Ven, sígueme».Ven: no estés quieto, porque para ser de Jesús no es suficiente con no hacer nada malo. Sígueme: no vayas detrás de Jesús solo cuando te apetezca, sino búscalo cada día; no te conformes con observar los preceptos, con dar un poco de limosna y decir algunas oraciones: encuentra en él al Dios que siempre te ama, el sentido de tu vida, la fuerza para entregarte.
Jesús sigue diciendo: «Vende lo que tienes y dáselo a los pobres». El Señor no hace teorías sobre la pobreza y la riqueza, sino que va directo a la vida. Él te pide que dejes lo que paraliza el corazón, que te vacíes de bienes para dejarle espacio a él, único bien. Verdaderamente, no se puede seguir a Jesús cuando se está lastrado por las cosas. Porque, si el corazón está lleno de bienes, no habrá espacio para el Señor, que se convertirá en una cosa más. Por eso la riqueza es peligrosa y – dice Jesús–, dificulta incluso la salvación. No porque Dios sea severo, ¡no! El problema está en nosotros: el tener demasiado, el querer demasiado sofoca nuestro corazón y nos hace incapaces de amar. De ahí que san Pablo recuerde que «el amor al dinero es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Lo vemos: donde el dinero se pone en el centro, no hay lugar para Dios y tampoco para el hombre.
Jesús es radical. Él lo da todo y lo pide todo: da un amor total y pide un corazón indiviso. También hoy se nos da como pan vivo; ¿podemos darle a cambio las migajas? A él, que se hizo siervo nuestro hasta el punto de ir a la cruz por nosotros, no podemos responderle solo con la observancia de algún precepto. A él, que nos ofrece la vida eterna, no podemos darle un poco de tiempo sobrante. Jesús no se conforma con un «porcentaje de amor»: no podemos amarlo al veinte, al cincuenta o al sesenta por ciento. O todo o nada.
Queridos hermanos y hermanas, nuestro corazón es como un imán: se deja atraer por el amor, pero solo se adhiere por un lado y debe elegir entre amar a Dios o amar las riquezas del mundo (cf. Mt 6,24); vivir para amar o vivir para sí mismo (cf. Mc8,35). Preguntémonos de qué lado estamos. Preguntémonos cómo va nuestra historia de amor con Dios. ¿Nos conformamos con cumplir algunos preceptos o seguimos a Jesús como enamorados, realmente dispuestos a dejar algo para él? Jesús nos pregunta a cada uno personalmente, y a todos como Iglesia en camino: ¿somos una Iglesia que solo predica buenos preceptos o una Iglesia-esposa, que por su Señor se lanza a amar? ¿Lo seguimos de verdad o volvemos sobre los pasos del mundo, como aquel personaje del Evangelio? En resumen, ¿nos basta Jesús o buscamos las seguridades del mundo? Pidamos la gracia de saber dejar por amor del Señor: dejar las riquezas, la nostalgia de los puestos y el poder, las estructuras que ya no son adecuadas para el anuncio del Evangelio, los lastres que entorpecen la misión, los lazos que nos atan al mundo. Sin un salto hacia adelante en el amor, nuestra vida y nuestra Iglesia se enferman de «autocomplacencia egocéntrica» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 95): se busca la alegría en cualquier placer pasajero, se recluye en la murmuración estéril, se acomoda a la monotonía de una vida cristiana sin ímpetu, en la que un poco de narcisismo cubre la tristeza de sentirse imperfecto.
Así sucedió para ese hombre, que –cuenta el Evangelio– «se marchó triste» (v. 22). Se había aferrado a los preceptos y a sus muchos bienes, no había dado su corazón. Y aunque se encontró con Jesús y recibió su mirada amorosa, se fue triste. La tristeza es la prueba del amor inacabado. Es el signo de un corazón tibio. En cambio, un corazón desprendido de los bienes, que ama libremente al Señor, difunde siempre la alegría, esa alegría tan necesaria hoy. El santo Papa Pablo VI escribió:
«Es precisamente en medio de sus dificultades cuando nuestros contemporáneos tienen necesidad de conocer la alegría, de escuchar su canto» (Exhort. ap. Gaudete in Domino, 9). Jesús nos invita hoy a regresar a las fuentes de la alegría, que son el encuentro con él, la valiente decisión de arriesgarnos a seguirlo, el placer de dejar algo para abrazar su camino. Los santos han recorrido este camino.
Pablo VI lo hizo, siguiendo el ejemplo del apóstol del que tomó su nombre. Al igual que él, gastó su vida por el Evangelio de Cristo, atravesando nuevas fronteras y convirtiéndose en su testigo con el anuncio y el diálogo, profeta de una Iglesia extrovertida que mira a los lejanos y cuida de los pobres. Pablo VI, aun en medio de dificultades e incomprensiones, testimonió de una manera apasionada la belleza y la alegría de seguir totalmente a Jesús. También hoy nos exhorta, junto con el Concilio del que fue sabio timonel, a vivir nuestra vocación común: la vocación universal a la santidad. No a medias, sino a la santidad. Es hermoso que junto a él y a los demás santos y santas de hoy, se encuentre Monseñor Romero, quien dejó la seguridad del mundo, incluso su propia incolumidad, para entregar su vida según el Evangelio, cercano a los pobres y a su gente, con el corazón magnetizado por Jesús y sus hermanos. Lo mismo puede decirse de Francisco Spinelli, de Vicente Romano, de María Catalina Kasper, de Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús y de Nunzio Sulprizio: el santo joven, valiente y humilde, que ha sabido encontrar a Jesús en el sufrimiento, en el silencio y en la ofrenda de sí mismo. Todos estos santos, en diferentes contextos, han traducido con la vida la Palabra de hoy, sin tibieza, sin cálculos, con el ardor de arriesgar y de dejar. Que el Señor nos ayude a imitar su ejemplo.
© Librería Editorial Vaticano
Reflexión de Mons. Felipe Arizmendi, Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas. octubre 10, 2018 (zenit)
Opción por los jóvenes, desde Medellín
Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional
VER
Se está llevando a cabo en Roma el Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. En los primeros días, los participantes pudieron, ante todos y en presencia del Papa, expresar su pensamiento sobre el tema en el aula sinodal, que está junto al aula Pablo VI, en la parte superior, cerca de la Casa Santa Marta, donde reside el Papa, junto a la Basílica de San Pedro. En un segundo momento, se trabajó en círculos menores, que son pequeños grupos por idiomas: inglés, francés, alemán, italiano y español. Cuando yo participé en un Sínodo semejante, en octubre de 1990, sobre la formación sacerdotal, había también un grupo en latín; ahora ya no. En esos grupos, se elaboran propuestas, que se concentran en una relación de todos los grupos. Esta se discute en plenario y de nuevo se vuelve a los grupos, hasta llegar a la redacción y votación final de las propuestas, que se entregan al Papa, para que elabore la acostumbrada Exhortación Postsinodal, que es el fruto autorizado del Sínodo.
En el Cuaderno de trabajo, que concentra todas las opiniones que se recibieron en las consultas previas, se resaltan puntos positivos y negativos de la juventud actual. Transcribo algunos: “Los jóvenes son grandes buscadores de sentido y todo aquello que se pone en sintonía con su búsqueda para dar valor a sus vidas, llama su atención y motiva su compromiso. En este proceso también se evidenciaron sus temores y algunas dinámicas sociales y políticas que, con diferente intensidad en varias partes del mundo, obstaculizan su camino hacia un desarrollo pleno y armonioso, causando vulnerabilidad y escasa autoestima. Algunos ejemplos son: las fuertes desigualdades sociales y económicas que generan un clima de gran violencia y empujan a algunos jóvenes en los brazos de la mala vida y del narcotráfico; un sistema político dominado por la corrupción, que socava la confianza en las instituciones y hace legítimo el fatalismo y la falta de compromiso; situaciones de guerra y de pobreza extrema que empujan a emigrar en busca de un futuro mejor. La exclusión social y la ansiedad por rendimiento empujan a una parte del mundo juvenil en el circuito de las adicciones (drogas y alcohol en particular) y del aislamiento social. En muchos lugares, la pobreza, el desempleo y la marginación llevan a un aumento del número de jóvenes que viven en condiciones de precariedad, tanto material como social y política.
La aceleración de los procesos sociales y culturales aumenta la distancia entre las generaciones, incluso dentro de la Iglesia. La familia continúa representando un punto de referencia privilegiado en el proceso de desarrollo integral de la persona: en este punto están de acuerdo todas las voces que se expresaron. Sin embargo, existen diferencias significativas en la forma que se considera la familia.En muchas partes del mundo, el rol de los ancianos y la reverencia por los antepasados, son factores que contribuyen a la formación de la identidad. Sin embargo, esto no es universal, ya que el modelo tradicional de familia está en crisis en algunas partes. Los jóvenes también subrayan cómo las dificultades, las divisiones y las fragilidades de las familias son fuente de sufrimiento para muchos deellos.
La figura materna es el punto de referencia privilegiado para los jóvenes, mientras parece necesaria una reflexión sobre la figura paterna, cuya ausencia o desavenencia en algunos contextos – en particular los occidentales – produce ambigüedad y vacíos. Se señala también el aumento de las familiasmonoparentales. La relación entre los jóvenes y sus familias de todas maneras no es obvia: Algunos dejan atrás sus tradiciones familiares esperando ser más originales de aquello que consideran como “estancado en el pasado” y “pasado de moda”. Por otro lado, en algunas partes del mundo, los jóvenes buscan su propia identidad permaneciendo enraizados en sus tradiciones familiares y luchando por permanecer fieles a la forma en que fueron criados. El matrimonio y la familia permanecenpara muchos entre los deseos y proyectos que los jóvenes intentanrealizar”(Nos. 7-13).
PENSAR
Ya desde Medellín, en agosto de 1968, la Iglesia en América Latina ha puesto especial atención a la juventud y se le dedicó uno de sus 16 documentos. Entre otras cosas, se dice: “Es la juventud un símbolo de la Iglesia, llamada a una constante renovación de sí misma, o sea a un incesante rejuvenecimiento” (12). “La Iglesia, adoptando una actitud francamente acogedora hacia la juventud, habrá de discernir los aspectos positivos y negativos que presenta en la actualidad… Todo esto manifiesta la sincera voluntad de la Iglesia de adoptar una actitud de diálogo con la juventud”(13). “Desarrollar en todos los niveles, en los sectores urbano y rural, una auténtica pastoral de juventud. Ha de tender a la educación de la fe de los jóvenes a partir de su vida, de modo que les permita su plena participación en la comunidad eclesial, asumiendo consciente y cristianamente su compromiso temporal” (14). “Que se capacite a los jóvenes a través de una auténtica orientación vocacional (que tenga en cuenta los diferentes estados de vida), para asumir su responsabilidad social, como cristianos en el proceso de cambio latinoamericano” (16).
ACTUAR
Padres de familia, no sólo regañen a sus hijos y cuiden su desarrollo físico y académico, sino que también escúchenlos con amor, con paciencia, con cariño. Discutan con ellos lo necesario, pero no siempre en plan de pleito, para que su vida tenga criterios y valores que les orienten. No les tengan miedo y llámenles la atención cuando sea justo, aunque de momento los rechacen. Acuérdense de su propia adolescencia y juventud y denles la cercanía afectiva que quizá ustedes no recibieron. Y lo mismo en las parroquias, que los sacerdotes y las religiosas se acerquen a los jóvenes, los escuchen y los orienten, y no sólo los regañen. Llévenlos a Cristo, y El será su mejor tesoro.
La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9:20 horas en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo. (ZENIT – 10 oct. 2018)
La catequesis de hoy está dedicada a la Quinta Palabra: “No matarás”. El quinto mandamiento: “No matarás”. Estamos ya en la segunda parte del Decálogo, la que concierne a las relaciones con los demás; y este mandamiento, con su formulación concisa y categórica, se yergue como una muralla defensiva del valor básico en las relaciones humanas, Y ¿cuál es el valor básico en las relaciones humanas?: El valor de la vida. [1]. Por eso, no matarás.
Se podría decir que todo el mal del mundo se resume aquí: en el desprecio por la vida. La vida es agredida por las guerras, por las organizaciones que explotan al hombre, -leemos en los periódicos o vemos en los telediarios tantas cosas- por especulaciones sobre la creación y la cultura del descarte, y por todos los sistemas que someten la existencia humana a cálculos de oportunidad, mientras que un escandaloso número de personas vive en un estado indigno del ser humano. Esto es despreciar la vida, es decir, de alguna manera, matar.
Un enfoque contradictorio permite también la supresión de la vida humana en el seno materno en nombre de la salvaguardia de otros derechos. Pero, ¿cómo puede ser terapéutico, civil o simplemente humano un acto que suprime la vida inocente e indefensa en su inicio? Yo os pregunto: ¿Es justo “deshacerse” de una vida humana para resolver un problema? ¿Es justo alquilar a un sicario para resolver un problema? No se puede, no es justo “deshacerse” de un ser humano, aunque sea pequeño para resolver un problema. Es como alquilar un sicario para resolver un problema.
¿De dónde viene todo esto? La violencia y el rechazo de la vida ¿de dónde nacen, en fondo? Del miedo. Acoger al otro, en efecto, es un desafío al individualismo. Pensemos, por ejemplo, en cuando se descubre que una vida naciente es portadora de discapacidad, incluso grave. Los padres, en estos casos dramáticos, necesitan cercanía real, solidaridad verdadera, para enfrentar la realidad y superar los temores comprensibles. En cambio, a menudo reciben consejos apresurados para interrumpir el embarazo, o sea es una forma de hablar: “interrumpir el embarazo” significa “deshacerse de uno”, directamente.
Un niño enfermo es como todos los necesitados de la tierra, como un anciano que necesita ayuda, como tantos pobres que luchan por salir adelante: aquel, aquella que se presenta como un problema, es en realidad un don de Dios que puede sacarme del egocentrismo y hacerme crecer en el amor. La vida vulnerable nos muestra el camino de salida, el camino para salvarnos de una existencia replegada sobre sí misma y descubrir la alegría del amor. Y aquí quiero detenerme para dar las gracias, dar las gracias a tantos voluntarios, dar las gracias al fuerte voluntariado italiano que es el más fuerte que yo haya conocido. Gracias.
¿Y qué lleva al hombre a rechazar la vida? Son los ídolos de este mundo: el dinero –mejor deshacerse de éste porque costará- el poder, el éxito. Son parámetros equivocados para evaluar la vida. ¿Cuál es la única medida auténtica de la vida? ¡Es el amor, el amor con el que Dios ama! El amor con que Dios ama la vida: esta es la medida. El amor con que Dios ama cada vida humana.
De hecho, ¿cuál es el significado positivo de la Palabra “No matarás”? Que Dios es “un amante de la vida”, como acabamos de escuchar de la lectura de la Biblia.
El secreto de la vida nos es revelado por cómo la trató el Hijo de Dios, que se hizo hombre, hasta el punto de asumir, en la cruz, el rechazo, la debilidad, la pobreza y el dolor (cf. Jn 13, 1). En cada niño enfermo, en cada anciano débil, en cada migrante desesperado, en cada vida frágil y amenazada, Cristo nos está buscando (cf. Mt 25, 34-46), está buscando nuestro corazón para revelarnos el gozo del amor.
Vale la pena acoger cada vida porque cada hombre vale la sangre de Cristo mismo (cf. 1 Ped. 1: 18-19). ¡No se puede despreciar lo que Dios ha amado tanto!
Debemos decir a los hombres y a las mujeres del mundo: ¡No despreciéis la vida! La vida de los demás, pero también la vuestra, porque el mandamiento también es válido para ella: “No matarás”. Hay que decir a tantos jóvenes: ¡No despreciéis vuestra existencia! ¡Deja de rechazar la obra de Dios! ¡Tú eres una obra de Dios! ¡No te subestimes, no te desprecies con las dependencias que te arruinarán y te llevarán a la muerte!
Que nadie mida la vida según los engaños de este mundo, sino que cada uno se acepte a sí mismo y los demás en nombre del Padre que nos ha creado. Él es “un amante de la vida”. Es hermoso esto, “Dios es amante de la vida” y tanto nos quiere a todos que mandó a su Hijo por nosotros. “Porque tanto amó Dios al mundo -dice el Evangelio- que dio a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
______________________
[1] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Istr. Donum vitae, 5: AAS 80 (1988), 76-77: “La vida humana es sagrada porque, desde su inicio, comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. . Solo Dios es el Señor de la vida desde su comienzo hasta su término: nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar directamente a un ser humano inocente”.
Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Con motivo de la 92° Jornada Misionera Mundial, el domingo 21 de octubre de 2018, la Agencia Fides presenta algunas estadísticas seleccionadas para ofrecer un cuadro panorámico de la Iglesia misionera en el mundo. Las tablas han sido extrapoladas del último «Anuario Estadístico de la Iglesia» (actualizado a día 31 de diciembre de 2016) y se refieren a los miembros de la Iglesia, sus estructuras pastorales, las actividades en el campo sanitario, asistencial y educativo. Entre paréntesis se indica la variación, aumento (+) o disminución (-) con respecto al año anterior, según la comparación efectuada por la Agencia Fides.
Población mundial
A día 31 de diciembre de 2016 la población mundial era 7.352.289.000 personas, con un aumento de 103.348.000 unidades respecto al año anterior. El aumento global este año también se refiere a todos los continentes, incluida Europa que vuelve a crecer por segundo año consecutivo tras las disminuciones de años anteriores. Los aumentos más consistentes, se dan de nuevo en Asia (+49.767.000) y en África (+42.898.000), seguidos por América (+8.519.000), Europa (+1.307.000) y Oceanía (+857.000).
Número de católicos y porcentaje
En la misma fecha, a 31 de diciembre de 2016, el número de católicos era de 1.299.059.000 personas, con un aumento total de 14.249.000. El aumento interesa a todos los continentes, excepto por tercer año consecutivo de Europa (-240.000), que como el año pasado registra una disminución mayor. Aumentan en África (+6.265.000) y América (+6.023.000), seguidas por Asia (+1.956.000) y Oceanía (+245.000).
El porcentaje mundial de católicos ha disminuido del 0,05%, igual que el año pasado, situándose en un 17,67%. Con respecto a los continentes, se registran aumentos en América (+0,06), Asia (+0,01) y Oceanía (+0,02). Y disminuciones en África (-0,18) y Europa (-0,11).
Habitantes y católicos por sacerdote
El número de habitantes por sacerdote ha aumentado este año, complesivamente de 254 unidades alcanzando la cuota de 14.336. La distribución por continentes ve incrementos en África (+271), América (+108), Europa (+66) y Oceanía (+181). La única disminución es en Asia (-264).
El número de católicos por sacerdote ha aumentado de 39 unidades, alcanzando el número total de 3.130. Se registran aumentos en África (+7), América (+74), Europa (+22), y Oceanía (+52). Se confirma una disminución, con la misma cifra del año anterior, en Asia (-13).
Circunscripciones eclesiásticas y estaciones misioneras
Las circunscripciones eclesiásticas son 10 más que el año precedente, es decir 3.016, con nuevas circunscripciones creadas en África (+3), América (+3), Asia (+3) y Europa (+1). Oceanía queda sin variaciones como en años anteriores.
Las estaciones misioneras con sacerdote residente son complesivamente 2.140 (581 más, al contrario del año pasado que se habían reducido). Sólo han disminuido en África (-63), mientras que han aumentado en América (+98), Asia (+151), Europa (+364) y Oceanía (+31).
Las estaciones misioneras sin sacerdote residente han disminuido en total de 513 unidades, situándose en 142.487. Aumentan en África (+135), Europa (+456) y Oceanía (+91). Disminuyen en América (-35) y Asia (-1.160).
Obispos
El número de Obispos en el mundo ha aumentado de 49 unidades, alcanzando el número de 5.353. Aumentan los obispos diocesanos y también los religiosos. Los obispos diocesanos son 4.090 (27 más), mientras los religioso son 1.263 (22 más).
El aumento de los obispos diocesanos se produce en América (+20), Asia (+9) y Europa (+3), mientras disminuyen en África (-2) y Oceanía (-3). Los obispos religiosos aumentan en todos los continentes con la excepción de Asia (-7): África (+5), América (+14), Europa (+8), Oceanía (+2).
Sacerdotes
El número total de sacerdotes en el mundo este año también ha disminuido, alcanzando una cuota de 414.969 (-687). De nuevo, se señala una disminución considerable en Europa (-2.583) a la que se suma este año América (-589). Los aumentos se dan en África (+1.181) y Asia (+1.304), Oceanía se mantiene estable.
Los sacerdotes diocesanos en el mundo han aumentado globalmente de 317 unidades, alcanzando el número de 281.831, con la única disminución también este año, en Europa (-1.611) y aumentos en África (+983), América (+180), Asia (+744) y Oceanía (+21).
Los sacerdotes religiosos han disminuido en total de 1.004 unidades, el triple del año pasado, y ahora son 133.138. Consolidando la tendencia de los últimos años, han aumentado en África (+198) y en Asia (+560), pero han disminuido en América (-769), Europa (-972) y Oceanía (-21).
Diáconos permanentes
Los diáconos permanentes en el mundo este año también han aumentado de 1.057 unidades, alcanzando el número de 46.312. El aumento más consistente se confirma una vez más en América (+842), seguida por Europa (+145), Oceanía (+45), África (+22) y Asia (+3).
Los diáconos permanentes diocesanos en el mundo son 45.609, con un aumento total de 982 unidades. Crecen en todas partes excepto en Asia (-38): África (+36), América (+807), Europa (+130), Oceanía (+47).
Los diáconos permanentes religiosos son 703, aumentando de 75 unidades con respecto al año anterior. Disminuyen en África (-14) y Oceanía (-2), pero aumentan en Asia (+41), América (+35) y Europa (+15).
Religiosos y religiosas
Los religiosos no sacerdotes han disminuido por cuarto año consecutivo, al contrario de la tendencia de años anteriores, de 1.604 unidades, situándose en 52.625. Las disminuciones, mucho más consistentes que el año pasado, se han registrado en todo el mundo: África (-50), América (-503), Asia (-373), Europa (-614) y Oceanía (-64). Se confirma la tendencia a la disminución global de las religiosas, disminuyendo de 10.885 unidades, inferior con respecto al año pasado. Son en total 659.445. Los aumentos se registran otra vez, en África (+943) y en Asia (+533), las disminuciones en América (-3.775), Europa (-8.370) y Oceanía (-216).
Institutos seculares
Los miembros de los Institutos seculares masculinos son en total 618, y este año disminuyen (-79) tras el aumento del año pasado. A nivel continental crecen en África (+2) y Asia (+4), disminuyen en América (-77) y Europa (-8), este año vuelve a quedar sin variaciones Oceanía.
Los miembros de los Institutos seculares femeninos han disminuido de 459 unidades, siendo así un total de 22.400 miembros. Aumentan sólo en África (+113), disminuyen en América (-33), Asia (-35), Europa (-502) y Oceanía (-2).
Misioneros laicos y catequistas
El número de Misioneros laicos en el mundo es de 354.743, con un aumento global de 2.946 unidades, particularmente sensible en América (+4.728) y África (+759). Y disminuciones en Asia (-1.565), Europa (-921) y Oceanía (-55).
Los Catequistas en el mundo han disminuido un total de 36.364 unidades, situándose en 3.086.289. El único aumento ha sido en África (+10.669). Disminuyen en América (-20.407), Asia (-12.896), Europa (-13.417) y Oceanía (-313).
Seminaristas mayores
El número de seminaristas mayores, diocesanos y religiosos, este año también ha disminuido globalmente, exactamente de 683 unidades, alcanzando el número de 116.160. Los aumentos se han registrado en África (+1.455) y en menor medida en Asia (+9), mientras disminuyen en América (-1.123), Europa (-964) y Oceanía (-60).
Los seminaristas mayores diocesanos son 71.117 (+999 respecto al año anterior) y los religiosos 45.043 (-1.682). Para los seminaristas mayores diocesanos los aumentos se producen en África (+1.059), América (+16) y Asia (+310). Las disminuciones han sido en Europa (-381) y Oceanía (-5). Los seminaristas mayores religiosos aumentan sólo en África (+396), mientras que disminuyen en América (-1.139), Asia (-301), Europa (-583) y Oceanía (-55).
Seminaristas menores
El número total de seminaristas menores, diocesanos y religiosos, este año al contrario del precedente, ha disminuido de 2.735 unidades, situándose en 101.616. Han disminuido en todos los continentes: África (-69), América (-1.299), Asia (-871), Europa (-581) y Oceanía (-5).
Los seminaristas menores diocesanos son 78.369 (-1.729) y los religiosos 23.247 (-1.006). Para los seminaristas diocesanos el aumento se registra en África (+236) y Oceanía (+7). La disminución en América (-684), Asia (-988) y Europa (-300).
Los seminaristas menores religiosos por su parte aumentan sólo en Asia (+207). Disminuyen en África (-305), América (-615), Europa (-281) y Oceanía (-12).
Institutos de instrucción y educación
En el campo de la instrucción y la educación la Iglesia administra en el mundo 72.826 escuelas infantiles frecuentadas por 7.313.370 alumnos; 96.573 escuelas primarias con 35.125.124 alumnos; 47.862 institutos de secundaria con 19.956.347 alumnos. Además sigue a 2.509.457 alumnos de escuelas superiores y 3.049.548 estudiantes universitarios.
Institutos sanitarios, de beneficencia y asistencia
Los institutos de beneficencia y asistencia administrados en el mundo por la Iglesia engloban: 5.287 hospitales con mayor presencia en América (1.530) y África (1.321); 15.937 dispensarios, la mayor parte en África (5.177), América (4.430) y Asia (3.300); 610 leproserías distribuidas principalmente en Asia (352) y África (192); 15.722 casas para ancianos, enfermos crónicos y discapacitados la mayor parte en Europa (8.127) y América (3.763); 9.552 orfanatos en su mayoría en Asia (3.660); 11.758 guarderías con el mayor número en Asia (3.295) y en América (3.191); 13.897 consultorios matrimoniales, en gran parte en Europa (5.664) y América (4.984); 3.506 centros de educación o reeducación social y 35.746 instituciones de otros tipos.
Circunscripciones eclesiásticas dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
Las circunscripciones eclesiásticas dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Cep) a fecha de octubre de 2018 son en total 1.114, tres circunscripciones más respecto al año pasado. La mayor parte de las circunscripciones eclesiásticas dependientes de Propaganda Fide se encuentran en África (511) y en Asia (482). Seguidas por América (75) y Oceanía (46).
(S.L.- Agencia Fides 21/10/2018)
LINK
El Especial completo de las Estadísticas 2018 -> http://www.fides.org/es/attachments/view/file/Dossier_Statistiche2018_FIDES_ESP.pdf
Presentación de las Estadísticas 2018 en YouTube -> https://www.youtube.com/watch?v=q6LlNm38Bso
Reflexión a las lecturas del domingo veintinueve del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 29º del T. Ordinario B
De camino hacia Jerusalén, Jesús les anuncia por tercera vez a sus discípulos su Muerte y Resurrección. Del Evangelio se destacan estas palabras del Señor: “El Hijo del Hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos”.
La primera lectura nos presenta un fragmento del Cántico del Siervo de Yahvé, en el que nos anuncia que Dios quiso “triturarlo” con el sufrimiento, que cargará con los crímenes de todos y que entregará su vida como expiación.
Y la consecuencia de todo esto, nos la presenta la misma lectura, y también la segunda, de la Carta a los Hebreos: “Por eso, acerquémonos con seguridad al Trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente”.
Y cómo contrasta el anuncio de la Pasión del Señor, con la pretensión de los hijos de Zebedeo: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”.
¡Mientras Jesucristo les habla de sufrimientos y de entrega hasta la muerte, ellos buscan otro estilo de vida: Ser los más importantes en el Reino!
Si observamos la reacción de los doce a los tres anuncios de la Pasión, comprenderemos hasta que punto, los discípulos ignoraban y estaban al margen de esa realidad: “¡No entendían nada y les daba miedo preguntarle!” (Mc 9,32).
Nos dice el Evangelio que “los otros diez al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”; pero Jesucristo resuelve la cuestión para siempre, diciéndoles que en el Reino las cosas no funcionan como entre los jefes de los pueblos, que los tiranizan y los oprimen: “Vosotros nada de eso”. Y les dice. “El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Ojalá grabáramos bien en el alma aquellas palabras: “Vosotros nada de eso”. Porque aquel espíritu está pronto y dispuesto a invadir nuestra vida en cualquier momento en que nos despistemos. Estamos viviendo en una sociedad en la que priva la rivalidad, la competencia, la lucha por ser más que el otro, por conseguir aquel puesto… Y eso también se introduce en la vida de la familia: Que me sirvan; eso que no me gusta, que lo haga el otro; ser yo el primero... Y también en la vida de la Iglesia, por ejemplo, lo que llama el Papa Francisco: “Hacer carrera”, ir consiguiendo mejores puestos, etc.
Y Jesucristo es el espejo en el que tenemos que mirarnos siempre los cristianos y la Iglesia entera, en nuestro esfuerzo por ser verdaderos discípulos suyos. Entonces llegaremos a sentir vergüenza de pretender para nosotros un camino, un estilo de vida, diferente, contrario, al que Él eligió para sí.
El DOMUND nos presenta, en esta Jornada, toda una problemática que no es ajena, ni mucho menos, a la Liturgia de este domingo: Los misioneros ¿qué otra cosa hacen que servir y dar la vida? ¿Qué hacen sino trabajar y luchar por “cambiar el mundo”, según el slogan de la Jornada de este año?
¡Cuántas reflexiones podríamos hacer aquí!
Termino señalando que servir y dar la vida es, en definitiva, un don de Dios, que Él concede a los que se lo piden con fe y perseverancia y con un deseo sincero de conseguirlo.
Y es la gracia mejor que podemos pedirle estos días, por intercesión de la Virgen Santísima de Candelaria, en su histórica Visita a esta Ciudad de La Laguna.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchemos un fragmento del Cántico del Siervo de Yahvé, que prefigura a Jesucristo, el Señor, que se entrega hasta la muerte por la salvación de todos los hombres.
SEGUNDA LECTURA
La Carta a los Hebreos, que leemos estos domingos en la segunda lectura, nos invita a acercarnos con confianza a Jesucristo, nuestro gran Sacerdote que, después de haber experimentado el sufrimiento y la muerte, atravesó el Cielo.
TERCERA LECTURA
Escuchemos ahora al mismo Jesucristo que nos invita a ser grandes, siendo servidores de todos, siguiendo su ejemplo de servicio y entrega hasta la muerte.
Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos todos el aleluya.
COLECTA
Para anunciar el Evangelio por todo el mundo, es necesaria también nuestra colaboración económica. Respaldemos con nuestra ayuda el trabajo de los misioneros, para que cuenten con los medios necesarios para realizar su labor en medio de tanta necesidad y miseria.
Seamos generosos en la colecta.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos la ayuda que necesitamos para vencer nuestro egoísmo, y entregarnos cada uno, según su vocación, a la tarea de construir comunidades auténticamente misioneras, que no cesen de anunciar, de palabra y de obra, la Buena Noticia del Evangelio por todas partes.
Comentario litúrgico del 29º Domingo Ordinario por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. (ZENIT)
DOMINGO 29 DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo B. Textos: Is 53, 2a.3a.10-11; Heb 4, 14-16; Mc 10, 35-45
Idea principal: La verdadera grandeza y liderazgo está en servir, no en dominar, a ejemplo de Jesús que vino a servir y no a ser servido.
Síntesis del mensaje:El domingo pasado aprendimos dónde está la auténtica sabiduría. En este domingo, Jesús nos enseña dónde está la verdadera grandeza y liderazgo del seguidor de Cristo: en servir (Evangelio), aunque esto suponga pruebas y sufrimientos (1ª y 2ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿cómo concibe en general nuestro mundo social y político el uso de la autoridad, los ministerios, los roles y funciones? De ordinario escuchamos estas palabras: promoción y honor, ambición y prestigio, dominio y tiranía. Megalomanía, arbitrariedad, tiranía: ahí tenemos la definición de muchos reinos e imperios de la historia pasada: Nerón, Servio Sulpicio Galba, Vespasiano… Es decir, “cuántos súbditos tengo para mandar, cuántos cañones para disparar, cuánto dinero para gastar”. Ambición, megalomanía, explotación (dictatorial, republicana, democrática…): ahí tenemos la definición de algunos Estados y naciones en la historia contemporánea. Es decir: “a cuántos tengo que pisar para trepar, qué impuestos poner para adelgazar a los que tienen y cebar a los cofrades del partido, cuánta loza tengo que romper y corromper de religión, moral, matrimonio, familia, hijos para mantenerme en el sillón”. Y, desgraciadamente, no sólo en el campo social y político, sino también familiar o comunitario y eclesial, puede pasar todo esto. Está siempre ahí la tentación de dominar y tiranizar a los demás, si se dejan.
En segundo lugar, ¿cómo debe concebir el seguidor de Cristo la autoridad? En clave de servicio, nunca en clave de dominio. Ahora entendemos por qué Jesús dejó bien claro a esos apóstoles que querían los mejores puestos –las carteras ministeriales y puestos de relumbrón- que ese no era el camino del auténtico seguidor suyo. Primero hay que pasar por la cruz y el sufrimiento. Y siempre en actitud de servicio humilde. La Iglesia, toda entera, como comunidad de Jesús, debe ser servidora de la Humanidad, y no su dueña y señora. No apoyada en el poder, sino dispuesta al amor servicial, animada por el ejemplo de Jesús en el lavatorio de la Última Cena, oficio de esclavos. Lección difícil y dura para aprender. Pero Jesús ajusta bien las cuentas a sus seguidores ahora. De lo contrario, después son capaces de organizar la Iglesia como un imperio, un reino, un Estado…civiles. Cristo quiere una Iglesia, no que manda a súbditos, sino que sirve a hijos de Dios. Cristo quiere una Iglesia que ofrezca y facilite la salvación y no que la controle y la tase.
Finalmente, miremos a Cristo, nuestro ejemplo supremo. No quiso prerrogativas, ni ambiciones. Se rebajó, se anonadó, se arremangó y se arrodilló y nos lavó los pies. Vino a servir, y no a ser servido. Sirvió a su Padre celestial. Sirvió a María y a José, sus padres aquí en la tierra. Sirvió a la humanidad, curando, alentando, dándoles de comer, predicándoles el mensaje de salvación. Nada quiso a cambio. Vino para dar la vida en rescate por todos. Donde rescate equivale a liberación del pecado y del cautiverio del demonio, pero también liberación de las estructuras sociales, políticas, económicas, religiosas, sindicales…opresoras del hombre. Cristo no es un caudillo divino que se abre camino venciendo enemigos políticos e instaurando un Reino de Dios político, no un dominador sino un servidor; no un vencedor sino un vencido y rendido por amor.
Para reflexionar: ¿Cómo me comporto en el pequeño o gran territorio de mi autoridad familiar, profesional, eclesial: sirvo como Jesús o tiranizo y oprimo como los grandes de esta tierra? Reflexionemos en esta frase de la Madre Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración: El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”. Reflexionemos también en este texto del Papa Francisco: “no debemos olvidar nunca que el verdadero poder, en cualquier nivel, es el servicio, que tiene su vértice luminoso en la Cruz. Benedicto XVI, con gran sabiduría, ha recordado en más de una ocasión a la Iglesia que si para el hombre, a menudo, la autoridad es sinónimo de posesión, de dominio, de éxito, para Dios la autoridad es siempre sinónimo de servicio, de humildad, de amor; quiere decir entrar en la lógica de Jesús que se abaja a lavar los pies a los Apóstoles (cf.Ángelus, 29 de enero de 2012), y que dice a sus discípulos: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan… No será así entre vosotros —precisamente el lema de vuestra Asamblea, «entre vosotros no será así»—, el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo» (Mt20, 25-27). Pensemos en el daño que causan al pueblo de Dios los hombres y las mujeres de Iglesia con afán de hacer carrera, trepadores, que «usan» al pueblo, a la Iglesia, a los hermanos y hermanas —aquellos a quienes deberían servir—, como trampolín para los propios intereses y ambiciones personales. Éstos hacen un daño grande a la Iglesia” (Discurso a las religiosas participantes en la asamblea plenaria de la unión internacional de superioras generales, 8 de mayo de 2013).
Para rezar: Señor, líbrame de la ambición y de la tiranía en el trato con mis hermanos. Pon en mi corazón la humildad para que pueda servir a todos con desprendimiento, alegría y generosidad, como Tú.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]
octubre 16, 2018 16:14Espiritualidad y oración
Palabras del Papa Francisco antes del Ángelus. (ZENIT – 7 octubre 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!.
El evangelio de este domingo (Mc 10, 2-16) nos ofrece la palabra de Jesús sobre el matrimonio, la historia comienza con la provocación de los fariseos que preguntan a Jesús si es lícito que un marido repudie a su mujer como lo dispone la ley de Moisés (v 2-4).
En primer lugar, Jesús con la sabiduría y la autoridad que le viene del Padre redimensiona la prescripción mosaica diciendo, a causa de la dureza de su corazón, él, (es decir el antiguo legislador) escribió para ustedes esta norma. En otras palabras, es una concesión que sirve para tapar las lagunas producidas por nuestro egoísmo, pero no corresponde a la intención original del Creador, y aquí Jesús retoma el libro del Génesis.
“Desde el principio de la creación (Dios) nos hizo varón y mujer por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne y concluye, “no debe dividir el hombre lo que Dios a unido” (v 9).
En el proyecto original del Creador no existe el hombre que se casa con una mujer y si las cosas no van bien la repudia, no, en cambio sí hay un hombre y una mujer llamados a reconocerse, a complementarse a ayudarse mutuamente en el matrimonio.
Esta enseñanza de Jesús es muy clara y defiende la dignidad del matrimonio como una unión de amor que implica fidelidad, lo que permite a los esposos permanecer unidos en el matrimonio es un amor de donación reciproca sostenido por la gracia de Cristo. Si por el contrario, prevalecen los cónyuges el interés individual su propia satisfacción entonces esa unión no podrá resistir. Y es en la misma página del Evangelio que nos recuerda con gran realismo que el hombre y la mujer llamados a vivir la experiencia de la relación y del amor pueden hacer dolorosamente gestos que la ponen en crisis.
Jesús no admite el repudio y todo lo que lleva al naufragio de la relación, lo hace para confirmar el plan de Dios en el que destaca la fuerza y la belleza de las relaciones humanas.
La Iglesia Madre y Maestra que comparte las alegrías y los esfuerzos de las personas por un lado, no se cansa de confirmar la belleza de la familia tal como nos ha sido transmitida por la Escritura y Tradición; al mismo tiempo se esfuerza por hacer sentir su cercanía materna de manera concreta a quienes viven la experiencia, relaciones rotas o llevadas a cabo de una manera dolorosa y cansada.
La manera en que Dios mismo actúa con su pueblo infiel, (es decir, con nosotros) nos enseña que el amor herido puede ser sanado por Dios a través de la misericordia y el perdón, por eso a la Iglesia en estas situaciones no se le pide inmediatamente y solo la condena, al contrario, ante tantos fracasos matrimoniales dolorosos se siente llamada a vivir su presencia de caridad y misericordia para redirigir hacia Dios los corazones heridos y perdidos.
Invoquemos a la virgen María para que ayude a los esposos a vivir y renovar siempre su unión a partir del don original de Dios.
Con motivo del Ángelus dominical, en la Plaza de San Pedro, el Papa hizo hincapié en la lección que debe aprenderse: “Jesús quiere educar a sus discípulos, a nosotros también hoy, a esta libertad interior”. (ZENIT – 30 sept. 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Marcos 9: 38-43.45.47-48) nos presenta uno de esos detalles muy instructivos de la vida de Jesús con sus discípulos. Habían visto que un hombre, que no formaba parte del grupo de seguidores de Jesús, expulsó demonios en el nombre de Jesús, y por lo tanto querían prohibirlo. Juan, con el celo entusiasta típico de los jóvenes, refiere el asunto al Maestro que busca su apoyo; pero Jesús, por el contrario, responde, “no se lo impidan, porque no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y que después pueda hablar mal de mí, quién no está contra mí, está por mi” (vv. 39-40 ).
Juan y los otros discípulos manifiestan una actitud de cerrazón ante un acontecimiento que no encaja en sus esquemas, en este caso la acción, aunque buena, de una persona “externa” al círculo de seguidores. En cambio, Jesús aparece muy libre, totalmente abierto a la libertad del Espíritu de Dios, que en su acción no está limitado por ningún límite ni por ninguna barrera. Y con su actitud, Jesús quiere educar a sus discípulos, incluso a nosotros hoy, a esta libertad interior.
Es bueno para nosotros reflexionar sobre este episodio y hacer un examen de conciencia. La actitud de los discípulos de Jesús es muy humana, muy común, y podemos encontrarla en las comunidades cristianas de todos los tiempos, probablemente también en nosotros mismos. De buena fe, más con celo, uno quisiera proteger la autenticidad de una cierta experiencia, especialmente carismática, protegiendo al fundador o al líder de falsos imitadores. Pero al mismo tiempo existe el temor a la “competencia”, y esto es bueno, el temor de la competencia de que alguien puede quitar nuevos seguidores, y entonces no se puede apreciar el bien que hacen los demás: no es bueno porque “no es de los nuestros” se dice. Es una forma de autorreferencialidad.
Aquí está la raíz del proselitismo. La Iglesia, decía el Papa Benedicto, no crece por proselitismo, crece por atracción, es decir, crece por el testimonio, de los demás con la fuerza del Espíritu Santo.
La gran libertad de Dios para entregarnos a nosotros es un desafío y una exhortación a cambiar nuestras actitudes y nuestras relaciones. Esta es la invitación que Jesús nos dirige hoy. Nos llama a no pensar según las categorías “amigo / enemigo”, “nosotros / ellos”, “quien está dentro / quien está fuera” “mio/tuyo”, sino ir más allá, a abrir el corazón para poder reconocer su presencia y la acción de Dios incluso en áreas inusuales e impredecibles y en personas que no forman parte de nuestro círculo. Se trata de estar más atentos a la autenticidad del bien, de lo bello y de lo verdadero que se realiza, y no al nombre y a la procedencia de quienes lo realicen. Y, como nos sugiere el resto del Evangelio de hoy, en lugar de juzgar a los demás, debemos examinarnos a nosotros mismos y “cortar” sin comprometer todo lo que pueda escandalizar a las personas más débiles en la fe.
Que la Virgen María, modelo de dócil acogida de las sorpresas de Dios, nos ayude a reconocer los signos de la presencia del Señor entre nosotros, descubriendo en cualquier lugar en que se manifiesta, incluso en las situaciones más impensables e insólitas. Que nos enseñe a amar a nuestra comunidad sin celos ni cerrazones, siempre abiertos al vasto horizonte de la acción del Espíritu Santo
© Librería Editorial Vaticano
La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9:30 en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo. (ZENIT, 26 SEPTIEMBRE 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los últimos días he efectuado un viaje apostólico a Lituania, Letonia y Estonia, con motivo del centenario de la independencia de estos Países llamados Bálticos. Cien años, cuya mitad han vivido bajo el yugo de las ocupaciones, primero la nazi, después la soviética. Son pueblos que han sufrido mucho, y por esta razón el Señor los ha mirado con predilección. Estoy seguro de ello. Agradezco a los Presidentes de las tres Repúblicas y a las Autoridades civiles la exquisita acogida que recibí. Doy las gracias a los obispos y a todos aquellos que han colaborado en la preparación y realización de este evento eclesial.
Mi visita tuvo lugar en un contexto muy diferente al que encontró San Juan Pablo II; por eso mi misión era anunciar de nuevo a esos pueblos la alegría del Evangelio y la revolución de la ternura, de la misericordia, porque la libertad no es suficiente para dar sentido y plenitud a la vida sin el amor, amor que siempre viene de Dios El Evangelio, que en el momento de la prueba da fuerza y alma a la lucha por la liberación, en el tiempo de la libertad es luz para el camino cotidiano de las personas, de las familias, de las sociedades y es sal que da sabor a la vida ordinaria y la preserva de la corrupción de la mediocridad y de los egoísmos.
En Lituania, los católicos son la mayoría, mientras en Letonia y Estonia prevalecen los luteranos y ortodoxos, pero muchos se han alejado de la vida religiosa. El desafío era, pues, fortalecer la comunión entre todos los cristianos, ya desarrollada durante el duro período de la persecución. En efecto, la dimensión ecuménica era intrínseca en este viaje y se manifestó en el momento de la oración en la catedral de Riga y en el encuentro con los jóvenes en Tallin.
Al dirigirme a las respectivas Autoridades de los tres países, he puesto el acento en la contribución que brindan a la comunidad de las naciones y especialmente a Europa: contribución de valores humanos y sociales pasada por el crisol de la prueba. He incentivado el diálogo entre la generación de los ancianos y la de los jóvenes, para que el contacto con las “raíces” pueda continuar fertilizando el presente y el futuro. He exhortado a combinar siempre la libertad con la solidaridad y la acogida de acuerdo con la tradición de esas tierras.
Dos encuentros específicos estuvieron dedicados a los jóvenes y los ancianos: con los jóvenes en Vilnius, con los ancianos en Riga. En la plaza de Vilnius, llena de chicos y chicas, era palpable el lema de la visita a Lituania: “Jesucristo, nuestra esperanza“. Los testimonios han demostrado la belleza de la oración y del canto, donde el alma se abre a Dios; la alegría de servir a los demás, dejando los recintos del “yo” para estar en el camino, capaces de levantarse después de las caídas. Con los ancianos, en Letonia, hice hincapié en el estrecho vínculo entre la paciencia y esperanza. Aquellos que han pasado a través de duras pruebas son las raíces de un pueblo, que hay que custodiar con la gracia de Dios, para que los nuevos brotes puedan arraigarse, florecer y dar fruto. El desafío para los que envejecen es no es endurecerse por dentro, sino permanecer abiertos y tiernos en la mente y el corazón; y esto es posible con la “savia” del Espíritu Santo, en la oración y escuchando la Palabra.
También con los sacerdotes, las personas consagradas y los seminaristas, encontrados en Lituania, se demostró esencial para la esperanza la dimensión de la constancia: estar centrados en Dios, firmemente enraizados en su amor. ¡Qué gran testimonio han dado y todavía dan muchos sacerdotes, religiosos y religiosas ancianos! Han sufrido calumnias, cárceles, deportaciones… pero se mantuvieron firmes en la fe. Les exhorté a no olvidar, a guardar la memoria de los mártires, a seguir sus ejemplos.
Y hablando de memoria, en Vilnius rendí homenaje a las víctimas del genocidio judío en Lituania, exactamente 75 años después del cierre del gran gueto, que fue la antecámara de la muerte de decenas de miles de judíos. Al mismo tiempo, visité el Museo de las Ocupaciones y de las Luchas por la Libertad: me detuve en oración precisamente en las habitaciones donde los opositores del régimen eran detenidos, torturados y asesinados. Mataban a unos cuarenta cada noche. Es conmovedor ver hasta dónde puede llegar la crueldad humana. Pensémoslo.
Pasan los años, pasan los regímenes, pero desde lo alto de la Puerta de la Aurora en Vilnius, María, Madre de la Misericordia, sigue velando por su pueblo, como una señal de esperanza cierta y de consuelo (cf. Vaticano II. Ecum. IVA. II de la Constitución dog. Lumen Gentium, 68).
Signo viviente del Evangelio es siempre la caridad concreta. Incluso donde la secularización es más fuerte, Dios habla con el lenguaje del amor, de la atención, del servicio gratuito a los necesitados. Y luego se abren los corazones y ocurren los milagros: en los desiertos brota una nueva vida.
En las tres celebraciones eucarísticas – en Kaunas, Lituania, en Aglona, Letonia, y en Tallin, Estonia – el santo pueblo fiel de Dios en su camino a esas tierras ha renovado su “sí” a Cristo nuestra esperanza; lo renovó con María, que siempre se muestra Madre de sus hijos, especialmente de los que más sufren; lo renovó como pueblo elegido, sacerdotal y santo, en cuyo corazón Dios despierta la gracia del bautismo.
Recemos por nuestros hermanos y hermanas de Lituania, Letonia y Estonia. ¡Gracias!
© Librería Editorial Vaticano
El Santo Padre, continuando el ciclo de catequesis sobre los Mandamiento ha centrado esta vez su atención sobre el tema: “Honra a tu padre y a tu madre” (pasaje bíblico: Carta de San Pablo a los Efesios 6, 1-4). (ZENIT – 19 sept. 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el viaje dentro de las Diez Palabras, llegamos hoy al mandamiento sobre el padre y la madre. Se habla de la honra debida a los padres. ¿Qué es esta “honra“? La palabra hebrea indica la gloria, el valor, a la letra el “peso“, la consistencia de una realidad. No es una cuestión de formas externas, sino de verdad. Honrar a Dios, en las Escrituras, significa reconocer su realidad, tener en cuenta su presencia; esto también se expresa en los ritos, pero sobre todo implica dar a Dios el lugar justo en la existencia. Honrar al padre y a la madre significa reconocer su importancia también a través de acciones concretas, que expresan dedicación, afecto y cuidado. Pero no se trata solamente de esto.
La Cuarta Palabra tiene su propia característica: es el mandamiento que contiene un resultado. De hecho, dice: “Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor tu Dios te ha mandado, para que tus días se prolonguen y seas feliz en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Deut 5:16). Honrar a los padres conduce a una larga vida feliz. La palabra “felicidad” en el Decálogo aparece solo vinculada a la relación con los padres.
Esta sabiduría milenaria declara lo que las ciencias humanas han podido elaborar solamente hace poco más de un siglo: que la huella de la infancia marca toda la vida. Es fácil entender, con frecuencia, si alguien ha crecido en un ambiente saludable y equilibrado. E igualmente percibir si una persona proviene de experiencias de abandono o de violencia. Nuestra infancia es como una tinta indeleble, se expresa en los gustos, en la forma de ser, incluso si algunos tratan de ocultar las heridas de sus orígenes.
Pero el cuarto mandamiento dice aún más. No habla de la bondad de los padres, no requiere que los padres y las madres sean perfectos. Habla de un acto de los hijos, independientemente de los méritos de los padres, y dice algo extraordinario y liberador: incluso si no todos los padres son buenos y no todas las infancias son serenas, todos los hijos pueden ser felices, porque el logro de una vida plena y feliz depende de la justa gratitud con aquellos que nos han puesto en el mundo.
Pensemos en cómo esta Palabra puede ser constructiva para muchos jóvenes que vienen de historias de dolor y para todos aquellos que han sufrido en su juventud. Muchos santos, y muchos cristianos, después de una infancia dolorosa vivieron una vida luminosa, porque, gracias a Jesucristo, se reconciliaron con la vida. Pensemos en ese joven que será beato el mes próximo, Sulpicio, que con 19 años terminó su vida reconciliado con tantos dolores, con tantas cosas, porque su corazón estaba sereno y nunca renegó de sus padres. Pensemos en San Camilo de Lellis, quien desde una infancia desordenada construyó una vida de amor y servicio, en Santa Josefina Bakhita, que creció en una horrible esclavitud, o en el beato Carlo Gnocchi, huérfano y pobre; y en el mismo San Juan Pablo II, marcado por la pérdida de la madre en temprana edad.
El hombre, de cualquier historia venga, recibe de este mandamiento la orientación que lleva a Cristo: en Él, efectivamente, se revela el verdadero Padre, que nos ofrece “renacer de lo alto” (Jn 3, 3-8). Los enigmas de nuestras vidas se iluminan cuando descubrimos que Dios desde siempre nos prepara para una vida de hijos suyos, donde cada acto es una misión recibida de Él.
Nuestras heridas comienzan a ser potenciales cuando, por gracia, descubrimos que el verdadero enigma ya no es “¿por qué?”, sino “¿para quién?”,” ¿para quién?” me sucedió a mí. ¿En vista de qué obra me ha forjado Dios a lo largo de mi historia? Aquí todo se revierte, todo se vuelve precioso, todo se vuelve constructivo. Mi experiencia, aunque haya sido triste y dolorosa, a la luz del amor, ¿cómo se vuelve para los demás, para quién fuente de salvación? Entonces podemos comenzar a honrar a nuestros padres con la libertad de los hijos adultos y con la aceptación misericordiosa de sus límites.
Honrar a los padres que nos han dado la vida. Si te has alejado de tus padres, haz un esfuerzo y vuelve, vuelve donde ellos; quizás son viejos… Te han dado la vida. Y luego, entre nosotros está la costumbre de decir cosas malas, palabrotas… Por favor, nunca, jamás, insultar a los padres. ¡Nunca! No se insulta nunca a la madre, no se insulta nunca al padre. ¡Nunca, nunca! Tomad esta decisión interior: a partir de ahora no insultaré nunca a la madre o al padre de nadie. ¡Le han dado la vida! No hay que insultarlos.
Esta vida maravillosa se nos ofrece, no nos la imponen: renacer en Cristo es una gracia para acogerla libremente (cfr. Jn1, 11-13) y es el tesoro de nuestro Bautismo, en el cual, por obra del Espíritu Santo, uno solo es el Padre nuestro, el del cielo (cfr. Mt 23,9; 1 Cor. 8,6; Ef. 4,6) ¡Gracias!
© Librería Editorial Vaticano
Palabras del Papa Francisco antes del Ángelus (ZENIT – 16 septiembre 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el pasaje del Evangelio de hoy (Mc 8, 27-35), se vuelve a hacer la pregunta que recorre todo el Evangelio de Marcos: ¿quién es Jesús? Pero esta vez, es el mismo Jesús quien se lo pregunta a sus discípulos, ayudándolos a enfrentar progresivamente el cuestionamiento fundamental de su identidad. Antes de interpelar directamente a los Doce, Jesús quiere saber de ellos lo que la gente piensa de él – y sabe que los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro! Entonces pregunta: “la gente, ¿quién dicen que soy? “(v. 27). Resulta que Jesús es considerado por el pueblo como un gran profeta. Pero, en realidad, no le interesan las encuestas ni el chismorreo de la gente. Tampoco acepta que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas prefabricadas, citando personas célebres de las Sagradas Escrituras, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una fe miope.
El Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan una relación personal con Él y lo reciban como el centro de sus vidas. Es por eso que los insta a reflexionar sobre sí mismos y les pregunta: “Pero tú, ¿quién dices que soy yo?” (v. 29). Hoy, Jesús dirige esta solicitud tan directa y confidencial a cada uno de nosotros: “¿Quién soy yo para ti?, ¿Quién soy yo para ti?”. Cada uno está llamado a responder en su corazón, dejándose iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y puede sucedernos a nosotros, como a Pedro, que afirmemos con entusiasmo: “Tú eres el Mesías”. Pero cuando Jesús nos dice claramente lo que dijo a sus discípulos, o sea que su misión no se lleva a cabo en el amplio camino hacia el éxito, sino en el arduo camino del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, entonces nos puede pasar a nosotros también, como a Pedro, que protestemos y rebelemos porque esto contrasta también con nuestras expectativas. En estos momentos, también merecemos el saludable reproche de Jesús: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tu no juzgas según Dios, sino según los hombres ” (v.33).
La profesión de fe en Jesucristo no se detiene ante en las palabras, sino que requiere ser autenticado por elecciones y acciones concretas, por una vida marcada por el amor de Dios y del prójimo. Por una vida grande, por una vida llena de amor al prójimo. Jesús mismo dice que para seguirlo, para ser sus discípulos, hay que negarse a sí mismo (v. 34), o sea renunciar a las pretensiones del orgullo propio, egoísta y tomar la propia cruz. Luego le da a todos una regla fundamental: “El que quiera salvar su vida la perderá” (v.35). En la vida, a menudo, por muchas razones, cometemos un error en el camino, buscando la felicidad solo en las cosas o en las personas que tratamos como cosas. Pero encontramos la felicidad solo cuando el amor, el verdadero, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia. El amor lo cambia todo! Y el amor también puede cambiarnos a cada uno de nosotros. Los testimonios de los santos lo muestran.
Que la Virgen María, que vivió su fe fielmente siguiendo a su Hijo Jesús, también nos ayude a caminar en su camino, gastando generosamente nuestras vidas por él y por nuestros hermanos.
septiembre 16, 2018 17:07Angelus y Regina Caeli
La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9:25 horas en la Plaza de San Pedro, donde el Santo Padre ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo. (ZENIT – 12 sept. 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy volvemos al tercer mandamiento, el del día del descanso. El Decálogo, promulgado en el libro de Éxodo, se repite en el libro del Deuteronomio de una manera casi idéntica, con la excepción de esta Tercera Palabra, donde aparece una diferencia apreciable: Mientras en el Éxodo el motivo del descanso es la bendición de la creación, en el Deuteronomio en cambio, se conmemora el final de la esclavitud. En este día el esclavo debe descansar como el patrón, para celebrar la memoria de la Pascua de liberación.
De hecho, los esclavos, por definición no pueden descansar. Pero hay muchos tipos de esclavitud, tanto exterior como interior. Hay constricciones exteriores, como la opresión, las vidas secuestradas por la violencia y otros tipos de injusticia. Luego están las prisiones interiores, que son, por ejemplo, los bloqueos psicológicos, los complejos, los límites del carácter y demás. ¿Hay descanso en estas condiciones? ¿Un hombre encarcelado u oprimido puede permanecer, de todas formas, libre? ¿Y puede una persona atormentada por dificultades interiores ser libre?
Efectivamente, hay personas que, incluso en prisión, viven una gran libertad de ánimo. Pensemos, por ejemplo, en San Maximiliano Kolbe, o en el cardenal Van Thuan, que transformaron oscuras opresiones en lugares de luz. Así como hay personas marcadas por una gran fragilidad interior, que conocen, sin embargo, el descanso de la misericordia y saben transmitirlo. La misericordia de Dios nos libera. Y cuando te encuentras con la misericordia de Dios, tienes una gran libertad interior y también puedes transmitirla. Por eso es tan importante abrirnos a la misericordia de Dios para no ser esclavos de nosotros mismos.
¿Cuál es, pues, la verdadera libertad? ¿Consiste quizás en la libertad de elección? Ciertamente se trata de una parte de la libertad, y nos esforzamos, para que sea garantizada a cada hombre y mujer (Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II. Const. Past. Gaudium et spes, 73.) Pero sabemos que poder hacer lo que se desea no es suficiente para ser verdaderamente libre, y tampoco feliz. La verdadera libertad es mucho más.
De hecho, hay una esclavitud que encadena más que una prisión, más que una crisis de pánico, más que una imposición de cualquier tipo: es la esclavitud del propio ego. Esa gente que todo el día se mira al espejo para ver su ego. Y el ego es más alto que su cuerpo. Son esclavos del ego. El ego puede llegar a ser un esbirro que tortura al hombre en cualquier lugar y le causa la opresión más profunda, la que se llama “pecado”, que no es la violación trivial de un código, sino fracaso de la existencia y condición de esclavos. (cf. Jn 8,34). El pecado es, al final, decir y hacer ego. “Yo quiero hacer esto y no me importa si hay un límite, si hay un mandamiento, ni siquiera me importa si hay amor”.
El ego, por ejemplo, pensemos en las pasiones humanas: el goloso, el lujurioso, el avaro, el iracundo, el envidioso, el perezoso, el soberbio – y así sucesivamente- son esclavos de sus vicios, que los tiranizan y atormentan. No hay tregua para el goloso, porque la garganta es la hipocresía del estómago, que está lleno pero nos hace creer que está vacío. El estómago hipócrita nos vuelve golosos. Somos esclavos de un estómago hipócrita. No hay tregua ni para el goloso ni para el lujurioso que deben vivir del placer; la ansiedad de la posesión destruye al avaro, siempre acumulan dinero, perjudicando a los demás; el fuego de la ira y la polilla de la envidia arruinan las relaciones. Los escritores dicen que la envidia hace que el cuerpo y el alma se vuelvan amarillos, como cuando una persona tiene hepatitis: se vuelve amarilla. Los envidiosos tienen el alma amarilla, porque nunca pueden tener la frescura de la salud del alma. La envidia destruye. La pereza que evita cualquier esfuerzo hace incapaces de vivir; El egocentrismo, -ese ego del que hablaba- soberbio cava una fosa entre uno mismo y los demás.
Queridos hermanos y hermanas, ¿quién es el verdadero esclavo? ¿Quién es él que no conoce descanso? ¡El que no es capaz de amar! Y todos estos vicios, estos pecados, este egoísmo nos alejan del amor y nos hacen incapaces de amar. Somos esclavos de nosotros mismos y no podemos amar, porque el amor es siempre hacia los demás.
El tercer mandamiento, que nos invita a celebrar la liberación en el descanso, para nosotros, los cristianos, es profecía del Señor Jesús, que rompe la esclavitud interior del pecado para hacer que el hombre sea capaz de amar. El amor verdadero es la verdadera libertad: aleja de la posesión, reconstruye las relaciones, sabe acoger y valorar al prójimo, transforma todo esfuerzo en don alegre, hace capaces de comunión. El amor te hace libre incluso en la cárcel, aunque seamos débiles y limitados.
Esta es la libertad que recibimos de nuestro Redentor, el Señor nuestro Jesucristo.
© Librería Editorial Vaticano
El Papa rezó el Ángelus ayer, domingo, 9 de septiembre de 2018, desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano ante miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro para la habitual cita dominical. (ZENIT – 10 sept. 2018)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (véase Mc 7, 31-37) refiere el episodio de la curación milagrosa de un sordomudo, cumplida por Jesús. Le llevaron un sordomudo, rogándole que le impusiera la mano. Pero en cambio, Jesús hace varios gestos: antes que nada, lo aleja de la multitud. En esta ocasión, como en otras, Jesús siempre actúa discretamente. No quiere impresionar a la gente, no busca popularidad ni éxito, solo quiere hacer el bien a las personas. Con esta actitud, nos enseña que el bien debe hacerse sin clamores, sin ostentación, sin “hacer sonar la trompeta”. Debe hacerse en silencio.
Cuando estaban solos, Jesús puso sus dedos en las orejas del sordomudo y con su saliva tocó su lengua. Este gesto recuerda la Encarnación. El Hijo de Dios es un hombre insertado en la realidad humana: se hizo hombre, por lo tanto, puede comprender la condición dolorosa de otro hombre e interviene con un gesto en el que está involucrada su propia humanidad. Al mismo tiempo, Jesús quiere dejar claro que el milagro ocurre a causa de su unión con el Padre: para esto, levantó la mirada al cielo. Luego suspiró y pronunció la palabra decisiva: Effatà, que significa “Ábrete”. E inmediatamente el hombre fue sanado: sus orejas se abrieron, su lengua se soltó. La curación fue para él una “apertura” a los demás y al mundo.
Este relato del Evangelio subraya la necesidad de una doble curación. En primer lugar, la curación de la enfermedad y del sufrimiento físico, para devolver la salud del cuerpo; aunque esta finalidad no es completamente alcanzable en el horizonte terrenal, a pesar de tantos esfuerzos de la ciencia y la medicina. Pero hay una segunda curación, tal vez más difícil, y es la curación del miedo. La curación del miedo que nos empuja a marginar a los enfermos, a marginar a los que sufren, a los discapacitados. Y hay muchas maneras de marginar, incluso con una pseudo- piedad o con la remoción del problema; nos quedamos sordos y mudos frente a los dolores de las personas marcadas por la enfermedad, la angustia y la dificultad. Demasiadas veces, los enfermos y los que sufren se convierten en un problema, mientras deberían ser una ocasión para expresar la solicitud y la solidaridad de una sociedad hacia los más débiles.
Jesús nos ha revelado el secreto de un milagro que nosotros también podemos repetir, convirtiéndonos en protagonistas del Effatà, de esa palabra “Ábrete” con la que devolvió la palabra y el oído al sordomudo. Se trata de abrirnos a las necesidades de nuestros hermanos que sufren y atraviesan por dificultades, evitando el egoísmo y el cierre del corazón. Es precisamente el corazón, es decir, el núcleo profundo de la persona, lo que Jesús vino a “abrir”, a liberar, para permitirnos vivir plenamente la relación con Dios y con los demás. Se hizo hombre para que el hombre, que se había vuelto en su interior sordo y mudo por el pecado, pudiera escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y así aprender a hablar a su vez el lenguaje del amor, traduciéndolo en gestos de generosidad y entrega.
¡Qué María, aquella que se “abrió” totalmente al amor del Señor, obtenga que podamos experimentar todos los días, en la fe, el milagro del Effatà, para vivir en comunión con Dios y con nuestros hermanos y hermanas!
© Librería Editorial Vaticano
Reflexión a las lecturas del domingo veintiocho del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 28º del T. Ordinario B
Aquel joven, que nos presenta el Evangelio de este domingo, era muy bueno. Cuando Jesús le dice que, para heredar la vida eterna, tiene que cumplir los mandamientos, le responde: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Es lógico que Jesús se quedara mirándolo con cariño. Y como signo de su amor, le invita dar un paso más radical en su seguimiento y le dice: “Una cosa te falta: Anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el Cielo, y luego sígueme”. Pero aquel joven no aceptó el reto de Jesús, y se fue, pesaroso, porque era muy rico.
Pero a lo largo de la historia, han habido muchos jóvenes que no se marchan, que aceptan gozosos la invitación. Comenzando por los apóstoles. De ahí que Pedro empiece a decirle al Señor: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido…”.
Y después de los apóstoles, son muchos, muchísimos, los chicos y las chicas, que lo han dejado para seguir a Jesucristo y entregarse al servicio de la Iglesia, como sacerdotes, misioneros/as, religiosos/as y demás personas consagradas. Con frecuencia los encontramos trabajando y trabajando, aquí y allá, incluso, en los lugares más pobres de la tierra. ¡Cuántos ejemplos podríamos presentar!
Ellos y ellas pueden decir lo que escuchamos en la primera lectura: “Vino a mí un espíritu de sabiduría: La preferí a los cetros y a los tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena y junto a ella la plata vale lo que el barro”.
Constatamos aquí a cuánto puede comprometernos la Palabra de Dios que, en la segunda lectura, se nos presenta “más tajante que espada de doble filo…”
Lo cierto es que a todos, jóvenes y mayores, el Señor nos llama a cimas cada vez más altas en su seguimiento. De este modo, comprendemos que nunca podemos pararnos e instalarnos en ningún tipo de mediocridad o medianía, pensando: “Tranquilo, ya está bien, ya cumples, no te preocupes más”. ¡La cuestión fundamental está en que no podemos contentarnos con ser buenos, porque el Señor nos llama a ser santos!
¡Cómo cambia la perspectiva de nuestra vida cuando nos hacemos estos planteamientos!
Y nadie “paga” como el Señor: “Cien veces más, en esta vida, con persecuciones, y, en la futura, vida eterna. No hay persona ni empresa en el mundo que dé más. Muchos consagrados/as lo han experimentado y nos dicen que es verdad. Lo que hace falta es que nos lo creamos nosotros, especialmente, la gente joven, cuando comienzan a sentirse llamados por el Señor.
Y, además de todo eso, Jesús nos pone en guardia sobre el peligro de las riquezas. No porque los bienes de la tierra sean malos, sino porque se pueden usar mal; y, de hecho, con frecuencia, se usan mal, hasta convertirlos en dioses, especialmente, el dinero. Y así tenemos “el dios dinero”. Jesús se refiere, en concreto, a "los que ponen su confianza en el dinero".
S. Pablo nos advierte del peligro de “la codicia y la avaricia, que es una idolatría” (Col, 3, 5). Nos sentimos fuertes ante Dios, prescindimos de Él, y podemos llegar a vivir en contra de Él.
Y no olvidemos que donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón. (Mt 6, 21) ¡Y el corazón es lo fundamental!
Se trata, en definitiva, de no perder sino de conservar y mejorar nuestra capacidad de valorar tantas realidades que están más allá del dinero y de lo puramente material.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR
DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la lectura, que ahora escucharemos, se hace un elogio de la sabiduría divina, poniéndola por encima de la salud, la belleza, el dinero y el poder. Para los cristianos Jesucristo es la Sabiduría de Dios.
SEGUNDA LECTURA
Continuando con la lectura de la Carta a los Hebreos, se nos enseña hoy, en pocas palabras, la eficacia y la fuerza tan extraordinaria que tiene la Palabra de Dios, capaz de penetrar hasta lo más profundo de nuestro ser.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio que vamos a escuchar, constatamos cómo la Palabra de Dios puede comprometernos a cosas muy difíciles, pero el Señor nos da su ayu-da y su gracia para conseguirlo.
Aclamemos ahora al Señor con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión nos encontramos con Jesucristo, que es alimento y fuerza para progresar en su seguimiento.
Pidámosle que nos ayude a cumplir cada día, con mayor perfección, su Palabra, de modo, que, en medio de las vicisitudes de nuestra vida, nos esforcemos en agradarle. De este modo nos sentiremos siempre ricos poseyendo-le a Él.
Comentario Domingo 27 del Tiempo Ordinario por el P. Antonio Rivero. octubre 02, 2018 (ZENIT)
Domingo 27 del Tiempo Ordinario
Ciclo B
Textos: Gn 2, 18-24; Heb 2, 9-11; Mc 10, 2-16
Idea principal: La naturaleza religiosa del matrimonio
Síntesis del mensaje: Hoy el mensaje litúrgico podría resumirse así: la naturaleza religiosa del matrimonio. No es sólo una institución natural. Desde el inicio está marcada por la mano de Dios. La creación del hombre y la creación del matrimonio son simultáneas; tienen la misma fuente: el Dios de Vida; y la misma meta: comunicar vida. Si Dios es la fuente de toda vida, el matrimonio, también al dar vida a nuevos hijos, tiene que ver con Dios; tiene una naturaleza religiosa. El divorcio, por tanto, nunca entró en los planos de Dios.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el matrimonio no es sólo una institución sociológica, o algo privado entre el hombre y la mujer. El matrimonio es compartir el amor y el poder de Dios de comunicar vida a otros; por lo tanto, tiene una naturaleza religiosa. De ahí que Cristo en el evangelio defienda esta característica del matrimonio, prohibiendo el divorcio que nunca entró en los planos de Dios. La fidelidad es una cualidad bien conocida en el matrimonio cristiano y, ciertamente, en cualquier matrimonio realmente humano. Hay muchas razones para mantener el principio de inseparabilidad en el matrimonio. Dos razones apunto. Primera, está en la naturaleza del amor el ser fiel y verdadero el uno al otro, y permanentemente. El hombre y la mujer son los únicos seres en la tierra que pueden comprometerse para siempre. En esto también son imagen de Dios. Y segunda: la fidelidad permanente en el matrimonio es la única respuesta para mantener su estabilidad como institución, tan esencial para la formación de los hijos. Por eso, no sólo la enseñanza de Jesús, sino la experiencia humana confirma los valores religiosos del matrimonio. Es por eso por lo que el matrimonio es un sacramento, fuente de gracia divina.
En segundo lugar, ¿por qué entonces muchos matrimonios no viven esta dimensión religiosa en sus vidas? Muchos matrimonios andan hoy que no pueden con su alma. Han perdido, si es que lo tuvieron, o han olvidado, si es que lo vivieron, el espíritu de sacrificio, elemental e indispensable para aguantar mecha los influjos de la sociedad, los roces de la convivencia y las crisis de la vida. La crisis de la primavera matrimonial: la crisis de la desilusión, que aparece en el segundo o tercer año de matrimonio; se creía que todo sería color de rosa. No se había experimentado la convivencia diaria, los roces diarios, los defectos diarios. En el noviazgo sólo se ven las rosas; nunca las espinas. La crisis del verano matrimonial: la crisis del silencio. Si el marido y mujer, en vez de avanzar uno en dirección al otro, superando las decepciones inevitables que surgen en el transcurso de los primeros años, se atrincheran en el silencio y en el conformismo, entran, más o menos en esta época, en una etapa decisiva. Si el demonio mudo se apodera de ellos, conjugando sus esfuerzos con los estragos del tiempo, caen ambos en una especie de letargo. La crisis del otoño matrimonial: la de la indiferencia. Ha pasado el tiempo y ha paralizado el amor, e incluso lo ha matado. La crisis del invierno matrimonial: la pérdida. Se pierde el pelo, la buena presencia, la salud, la memoria, el dinero, los aplausos de ayer. Se pierden los seres queridos, a quien tanto amábamos. Vamos a la tumba. Y esto es doloroso y sangrante.
Finalmente, tiene que quedar claro hoy lo siguiente: el matrimonio, todo matrimonio, es el derecho natural del hombre y de la mujer a casarse; derecho natural que, por ser Dios el fundador, es de derecho divino y tiene naturaleza religiosa. Derecho divino en que, por ser de Dios, Dios manda, dispone y gobierna. O lo que es maravilloso: el matrimonio es uno, fiel, irrompible, irrepetible, inseparable, vitalicio… como el amor, como la vida, como Dios. Los cristianos, por ser portadores de la fe, de la gracia y del Espíritu, automáticamente elevan el matrimonio civil a sacramento. Ni siquiera los casados por lo civil tampoco pueden divorciarse. Si se casaron porque su conciencia les dio el visto bueno, sin impedimento dirimente alguno que obstaculizase la validez del matrimonio, si su voluntad fue casarse de una vez por todas y para siempre… no hay divorcio que valga.
Para reflexionar: ¿Viven todo esto nuestros matrimonios de hoy? ¿Por qué algunos matrimonios optan por el divorcio? ¿Qué hacer ante las crisis que vendrán para madurar los matrimonios?
Para rezar:
Señor, Padre santo,
Dios omnipotente y eterno,
te damos gracias y bendecimos
tu santo Nombre: tú has creado
al hombre y a la mujer
para que el uno sea para del otro
ayuda y apoyo. Acuérdate hoy de nosotros. Protégenos y concédenos
que nuestro amor sea entrega
y don, a imagen de Cristo y de la Iglesia.
Ilumínanos y fortalécenos en la tarea
de la formación de nuestros hijos,
para que sean auténticos cristianos
y constructores esforzados de la
ciudad terrena. Haz que vivamos
juntos toda nuestra vida, en alegría y paz,
para que nuestros corazones
puedan elevar siempre hacia ti,
por medio de tu Hijo en el Espíritu Santo,
la alabanza y la acción de gracias. Amén.
octubre 02, 2018 17:20Espiritualidad y oración
Reflexión a las lecturas del domingo veintisiete del tiempo ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 27º del T. Ordinario B
La cuestión del divorcio no es nueva. En el país de Jesús también se discutía sobre el divorcio. Y también había una especie de “ley de divorcio”, el “Acta de repudio”. Es lo que contemplamos en el Evangelio de este domingo, en el que unos fariseos, con mala intención, van a pedirle al Señor su opinión sobre este tema: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”
La respuesta del Señor es admirable. Va a la raíz de la cuestión planteada: El matrimonio no es un invento humano, que se deja a la libre voluntad de cada uno. Dios es el Creador del matrimonio, y lo dotó de propiedades y normas propias, de acuerdo con su naturaleza.
¿Y quién entiende más de una cosa que el que la hizo? Cuando manejamos, por ejemplo, un electrodoméstico cualquiera, tenemos que adaptarnos a las normas del que lo fabricó, porque, de lo contrario, se quema o se estropea enseguida. Igual sucede con el matrimonio.
Y además, si se unen el hombre y la mujer para formar “una sola carne” ¿quién podrá separar lo que es una sola carne, una sola cosa? Por eso, cuando en la casa los discípulos vuelven a preguntarle sobre lo mismo, Jesucristo les dice que el que se divorcia comete adulterio, tanto si lo hace el hombre como la mujer.
¡Así es el matrimonio cuando sale de las manos de Dios! ¡Y la Liturgia de hoy nos aproxima a esa realidad maravillosa!
A pesar de todo, modernamente las leyes civiles han introducido el divorcio, como la solución a la problemática de la pareja que no marcha bien. ¡Cuántas reflexiones podríamos hacer sobre ello!
Pero más que discutir de normas y leyes, el cristiano busca en la Palabra de Dios y en la Doctrina de la Iglesia, la verdadera respuesta. Y es ésta: “La Iglesia, acogiendo y meditando fielmente la Palabra de Dios, ha enseñado solemnemente y enseña que el matrimonio de los bautizados es uno de los siete sacramentos de la Nueva Alianza” (Fam. C., 13). Es decir, signo e instrumento eficaz de la acción de Dios en los esposos. ¡Y esta es la Buena Noticia que la Iglesia, de Oriente a Occidente, anuncia cada día en el mundo!
Pero los sacramentos, para ser provechosos, necesitan una adecuada preparación, celebración y vivencia. ¡Cuánto tendríamos que decir sobre esto!
Y continúa el Evangelio hablando de la acogida que hace Jesucristo a los niños que le acercaban para que los tocara. Y decía: “De los que son como ellos es el Reino de Dios”. Y también: “Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Me parece que, para comprender mejor las enseñanzas de Cristo sobre el matrimonio, necesitaríamos volver a ser niños y abrir nuestros ojos, nuestros oídos y nuestro corazón a su Palabra.
¡Cuántas gracias hemos de darle al Señor por el don del matrimonio, y porque hace posible que tantos matrimonios vivan felices!
Pero, en una ocasión como ésta, no podemos olvidar que son también muchos los que, a pesar de todo, no han conseguido, en su matrimonio, el bienestar que soñaron siempre. La Iglesia, a la que llamó el Papa San Juan XXIII “Madre y Maestra”, al exponer su doctrina, no mira con dureza e insensibilidad a los que han tenido que optar por otro camino (Fam. C. 84).
Termino haciendo alusión al salmo 127, que usamos hoy de salmo responsorial y que canta el bienestar familiar del que teme al Señor y sigue sus caminos. Y decimos: “Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 27º DEL T. ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Con el estilo característico de los primeros capítulos del Génesis, la Palabra de Dios nos enseña que Dios creó al hombre y a la mujer para que formasen, en el matrimonio, una unión tan íntima y tan grande que nadie la pueda romper.
Escuchemos.
SALMO
La vida en familia, los hijos y el trabajo son bendición de Dios. Con el salmista pidamos al Señor que nos bendiga todos los días de nuestra vida.
SEGUNDA LECTURA
Desde hoy hasta el final de año litúrgico, leeremos, como segunda lectura, fragmentos de la Carta a los Hebreos. Es la exposición más bella y profunda sobre Jesucristo de todo el Nuevo Testamento. Escuchemos con atención la lectura de hoy.
TERCERA LECTURA
La pregunta que los fariseos le hacen a Jesús, con mala intención, le da pie para exponer la verdadera doctrina sobre la estabilidad del matrimonio cristiano.
Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos el aleluya.
COMUNIÓN
En la Comunión experimentamos la grandeza del amor de Dios para con nosotros. Él nos ofrece el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como alimento y fuerza para nuestra vida de cada día. Pidámosle que todos, especialmente los esposos cristianos, vivamos en el amor.