Viernes, 26 de abril de 2019

Comentario litúrgico del SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA por el P.  Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. marzo 26, 2019 (zenit)

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

Ciclo C

Textos: Hechos 5, 12-16; Ap 1, 9-11a .12-13.17-19; Jn 20, 19-31

Idea principal: Que los “Tomases” que andan por ahí pidiendo tercamente pruebas y con la fe decaída se encuentren con Jesús misericordioso y que les muestre con cariño sus llagas para que metan su dedo, crean en Él y lo anuncien por todas partes.

Síntesis del mensaje: A este domingo se le llamaba domingo “in albis”, o sea “in albis deponendis”, “el domingo en que se despojan ya de los vestidos blancos” aquellos que antiguamente habían recibido el bautismo en la noche de la Vigilia Pascual. Hoy a este domingo se le llama, por indicación del Papa Juan Pablo II, “Domingo II de Pascua o de la divina misericordia”. Que al pasar junto a nuestros hermanos, nuestra sombra refleje la luz de Cristo que les ilumina y consuela (1ª lectura).  Y así puedan encontrarse con Cristo resucitado y exclamar como Tomás: “Señor mío y Dios mío” (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, que muchos están atravesando una crisis de fe, es evidente. Repiten lo que otros han experimentado. Albert Camus en su libro “La Peste” hace decir al ateo Rieux, que no es más que su misma sombra: “Yo vivo en la noche”, pues no podía compaginar la bondad de Dios y el sufrimiento de los inocentes. El mayor místico de los siglos en la Iglesia, san Juan de la Cruz, dice: esto es “la noche oscura del alma”, porque de Dios no sentía ni el consuelo ni la mirada ni el susurro. Santa Teresa de Lisieux: “Me asaltan pensamientos como los que pueden tener los peores materialistas”, porque Dios se le borraba de las pantallas de la creación.

La Beata Teresa de Calcuta también vivió esta crisis: «Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan hondo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo… ¡El cielo no significa nada para mí, me parece un lugar vacío!». Santa Teresa de Jesús, la gran mística de Ávila describe así la suya: «Oh válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece un alma hasta que entre en la séptima morada… Ningún consuelo se admite en esta tempestad …».Y, el colmo, Jesús en la cruz: “¡Dios mío… ¿por qué me has abandonado?!”. O sea que aquí, de “Tomases” por la vida, el que más y el que menos. Pues a estos “Tomases” quiere Jesús mostrarles sus llagas y curarles, como al apóstol Tomás.

En segundo lugar, ¿qué hacer ante estas dudas y crisis de fe? ¿Culpar al ateísmo teórico del marxismo y sus secuaces, al laicismo y escepticismo de intelectuales honrados o baratos, al humanismo ateo de progresistas cavernarios o cavernícolas, que reducen la religión a la corrección ética de la vida o al compromiso social con el proletariado o a la autorrealización de la persona? Pero, a decir verdad, parte de la culpa está en algunos cristianos. Así declararon los 2000 padres conciliares en el Concilio Vaticano II al hablar del ateísmo en 1965: “también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad…en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”(Gaudium et spes, 19). También a estos creyentes incoherentes Cristo resucitado quiere mostrarles su costado abierto para invitarles a meter la mano y volver a la fe sencilla que les transmitieron sus abuelos y tal vez la mamá de familia. Y así puedan exclamar de corazón: “Señor mío y Dios mío”.

Finalmente, y ahora nos toca ver el mensaje para cada uno de nosotros. Es el momento de revisar nuestra fe en Cristo resucitado, no sea que haya algún “Tomás” escondido entre alguna rendija de nuestro corazón o de nuestra mente. A todos nos viene la tentación de pedir a Dios un “seguro de felicidad”, o poco menos, ver el rostro de Dios, o recibir pruebas o signos de que vamos por buen camino. ¿Quién de nosotros no ha tenido una crisis de fe, o porque Dios parece haber entrado en eclipse en nuestra vida, o porque se han acumulado las desgracias que nos hacen dudar de su amor, o porque las tentaciones nos han llevado por caminos no rectos o porque nos hemos ido enfriando en nuestro fervor inicial? Jesús misericordioso quiere acercarse.  Nos invita a meter nuestro dedo también en sus llagas para que nuestras dudas se conviertan en certezas, nuestras tristezas en alegrías, nuestras desconfianzas en seguridades, nuestra terquedad en humildad, nuestras tempestades en calma. Aprendamos de Tomás a despojarnos de falsos apoyos, a estar un poco menos seguros de nosotros mismos y aceptar la purificación que suponen esos momentos de oscuridad. Si los santos los tuvieron, ¿quiénes somos nosotros para pedir a Dios que nos los quite? “Señor mío y Dios mío”.

Para reflexionar: ¿Cómo me comporto cuando hay nubarrones en mi vida? ¿Tengo miedos y me alimento de dudas? ¿O, al contrario, esos momentos son ocasión para madurar en mi fe? ¿Cuántas veces al día exclamo: “Señor mío y Dios mío”?

Para rezar: Con san Pablo VI recemos esta oración que dirigió en la Audiencia general del 30 de octubre de 1968:

Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti

Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.

Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que cuente con la aportación personal de mi opción, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta y que exprese el culmen decisivo de mi personalidad: creo en Ti, Señor.

Señor, haz que mi fe sea cierta: cierta por una congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo, cierta por su luz confortadora, por su conclusión pacificadora, por su connaturalidad sosegante.

Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema las contrariedades de los múltiples problemas que llena nuestra vida crepuscular, que no tema las adversidades de quien la discute, la impugna, la rechaza, la niega, sino que se robustezca en la prueba íntima de tu Verdad, se entrene en el roce de la crítica, se corrobore en la afirmación continua superando las dificultades dialécticas y espirituales entre las cuales se desenvuelve nuestra existencia temporal.

Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres, de manera que irradie en el coloquio sagrado y profano la bienaventuranza original de su afortunada posesión.

Señor, haz que mi fe sea activa y dé a la caridad las razones de su expansión moral de modo que sea verdadera amistad contigo y sea tuya en las obras, en los sufrimientos, en la espera de la revelación final, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.

Señor, haz que mi fe sea humilde y no presuma de fundarse sobre la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al testimonio del Espíritu Santo, y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del Magisterio de la Santa Iglesia. Amén.

abril 23, 2019 14:34Espiritualidad y oración


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Reflexión a las lecturas del segundo domingo de Pascua C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo 2º de Pascua C

 

            ¡Hemos llegado al “Día Octavo”, a la Octava de Pascua! Durante esta semana hemos estado celebrando cada día, aunque fuera jornada laboral, la Solemnidad de la Resurrección del Señor.

            Ya sabemos que la Resurrección es un acontecimiento muy grande, con unas consecuencias prácticas muy notables, y no cabe en un solo día. Por eso son 50 días, los del Tiempo Pascual.

            En cada Celebración se ha ido repitiendo el mismo esquema: En la primera lectura, del Libro de los Hechos de los Apóstoles, hemos escuchado algún testimonio de los apóstoles acerca de la Resurrección después de Pentecostés. Y, en el Evangelio, alguna de las apariciones de Cristo Resucitado a sus discípulos. Lógico es que, al llegar el día octavo, se nos presente, en el Evangelio, la aparición de ese día.

            La primera lectura, en lugar del testimonio de un apóstol, nos presenta el de toda la primera comunidad cristiana: Cómo vivían los primeros creyentes en la Resurrección. Y al ser domingo, se añade una segunda lectura, que es el comienzo del Libro del Apocalipsis, el libro de la esperanza.

            El Evangelio nos presenta en toda su crudeza el tema de la fe. Y sería fácil quedarnos con la conclusión de que Tomás era malo porque no creyó y nosotros, buenos, porque sí creemos… ¡Y ya está!

            Pero no sería lógico. Tendríamos que preguntarnos, más bien, cómo es nuestra fe: Si es una fe consciente, viva, activa, comprometida… Si conocemos los fundamentos de nuestra fe y si estamos capacitados para dar razón de nuestra esperanza, etc.

            El Papa San Pablo VI, en una célebre oración implorando el don de la fe, pedía al Señor una fe cierta “por una exterior congruencia de pruebas y por un interior testimonio del Espíritu Santo…”

     El Evangelio de hoy nos enseña que estos signos (milagros) “se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”. Por tanto, hay que conocerlos para llegar a la fe. Por algo se llama a la fe “rationabile obsequium”.  Se trata , pues, de algo que concuerda con la razón, aunque la trascienda.

            Recuerdo que, después de alguna  de mis homilías de este domingo, alguna persona me ha dicho: “Yo no había oído nunca decir a un sacerdote que debemos tener razones para creer”. Y porque todo esto es muy frecuente, me parece que nos viene bien traer este tema  a nuestro comentario litúrgico de hoy. Recuerdo que cuando el año 1982 el Papa San Juan Pablo II vino a España, dijo, en la Universidad de Salamanca, que la gente tiene hoy “necesidad de  certezas”.

            Entonces, ¿dónde estuvo el error de Tomás? En exigir demasiado. Pide una experiencia física para creer. Y esa posibilidad no existe cuando se trata de hechos del pasado. De los hechos históricos sólo podemos tener conocimiento por el testimonio de los que han tenido una relación directa con ellos. Por eso, no nos podemos cerrar, como hace Tomás, al testimonio de los otros.

            Además, ¡cuántos actos de fe hacemos cada día!: Tenemos que fiarnos de otras personas, incluso, a la hora de comer, no decimos: “¿Y esta comida no estará envenenada?”. Por poner sólo un ejemplo.

            De esta forma, el Evangelio de Juan establece el nexo de unión entre los cristianos que habían conocido al Señor y los que no lo habían conocido, y tenían que “creer sin ver”. Pero no sin razones, lo que los teólogos llaman “motivos de credibilidad”.

            Y no podemos olvidar que es éste el “Domingo de la Misericordia”. Los textos de la Misa se hacen eco de esta realidad, comenzando por la oración colecta, que comienza diciendo: “Dios de eterna misericordia, que reanimas la fe de este pueblo a ti consagrado, con la celebración anual de las fiestas pascuales…”

            A mi parece que este Domingo de la Divina Misericordia constituye como un resumen de toda la Semana Santa. Es lógico que en el salmo responsorial de este día proclamemos: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.             

                                                                                                                 ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO II DE PASCUA C

MONICIONES

 

 PRIMERA LECTURA

            Durante los domingos de Pascua, la primera lectura es de los Hechos de los Apóstoles. La de hoy, nos pone en contacto con la primera comunidad creyente en Jesucristo Resucitado. Escuchemos con atención.

 

SALMO

            El salmo 117  ha sido hecho por la Iglesia un salmo eminentemente pascual. Respondamos a la primera lectura cantando este salmo.

 

SEGUNDA LECTURA

            La segunda lectura de este tiempo, está tomada del libro del Apocalipsis. Es un anuncio de la victoria definitiva de Jesucristo sobre el pecado y la muerte. 

 

TERCERA LECTURA

            El Evangelio centra nuestra atención en la aparición de Jesucristo Resucitado a los Apóstoles, al llegar al día octavo de la Resurrección, con especial referencia a fe de santo Tomás.

Pero antes de escuchar el Evangelio, proclamemos la alegría de la Pascua con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

            Nuestra fe nos hace descubrir más allá de las apariencias de pan y de vino, el Cuerpo y la Sangre del Señor Resucitado. Reconozcámosle, como Santo Tomás, como nuestro Dios y Señor. Pidámosle que tengamos una fe cada vez más consciente, más viva, más segura y más convincente. Y que estemos siempre preparados para dar razón de nuestra esperanza.


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Mi?rcoles, 17 de abril de 2019

Comentario litúrgico del Jueves Santo por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. abril 15, 2019 (zenit)

JUEVES SANTO

Ciclo C

Textos: Ex 12, 1-8.11-14; 1 Co 11, 23-26; Jn 13, 1-15.

“Los tres regalos de Jesús en el Jueves Santo”

Idea principal: Gracias, Señor, por los tres dones que hoy nos das: la Eucaristía, el Sacerdocio y el Mandamiento de la caridad.

Síntesis del mensaje:  Aunque la celebración principal de estos días, y por tanto de todo el año, es la Eucaristía de la Vigilia Pascual, la de hoy es también entrañable para el pueblo cristiano: recuerda la institución de la Eucaristía, sublime sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo para nuestra salvación y alimento en el camino; el mandamiento del amor fraterno –con el gesto simbólico del lavatorio de los pies- para que tengamos el “tatuaje” de discípulos de Cristo impreso en los ojos, en la boca, en las manos y en el corazón; y finalmente, la institución del ministerio sacerdotal, donde hombres de carne y hueso son investidos y revestidos con la dignidad de Cristo sacerdote, pastor y cabeza, a quien visibilizan y representan, no por sus propios méritos, sino porque Dios los eligió.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, gracias, Señor, por el don de la Eucaristía. En este sacramento Cristo se hace presente bajo las especies del pan y vino, que en el momento de las palabras de la consagración se convierten en el Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Cristo glorioso y resucitado –¡misterio de fe!-. En este sacramento se actualiza el sacrificio de Cristo en la cruz, y quedamos una vez vivificados, purificados, realizándose en nuestra alma una auténtica “diálisis espiritual” donde las escorias del pecado son disueltas, expiadas y destruidas al contacto con la sangre de Cristo.

Este sacramento se convierte en Banquete sacrifical, donde comulgamos a Cristo, entramos en común unión con Él y nos hace partícipes de su vida divina y resucitada. En cada Eucaristía, nos incorporamos primero a Cristo, aumentando la gracia y el perdón de los pecados veniales; segundo, nos unimos a la Iglesia, pues la Eucaristía simboliza la unidad de la Iglesia, como nos dice san Agustín; y tercero, recibimos en prenda la gloria futura, es decir, la Eucaristía es banquete del Reino celestial, instaurado por Cristo y que se consumará de forma definitiva en el cielo. Dicho en otras palabras, la comunión es el germen y remedio de inmortalidad y de nuestra resurrección y anticipación de la vida eterna, como diría san Ignacio de Antioquía.

En segundo lugar, gracias, Señor, por el don del Sacerdocio. ¿Quién es el sacerdote? Primero, es un hombre elegido; por ser hombre, estará sujeto a flaquezas y miserias del humano linaje, para que, conociéndolas, incluso por experiencia, sea capaz de condolerse con los hombres y orientarlos hacia Dios con mayor eficacia. Si el sacerdote en vez de ser hombre fuera un ángel, un espíritu puro, independiente de la materia, difícilmente sería capaz de calibrar las limitaciones de los hombres, y por lo mismo, difícilmente podría condolerse y comprender a los demás.

Segundo, es un consagrado, ungido para el cargo que va a ocupar. Consagrado, es decir, apartado de las cosas profanas, para que en adelante pueda dedicarse al servicio exclusivo de Dios y de sus hermanos, los hombres. Unido, por una parte, al Dios que lo ha “tomado” o elegido, deberá asimismo estar en comunión con los hombres a favor de los cuales ha sido ungido. Por eso, todo sacerdote tiene algo de “pontífice”, palabra que en su sentido original significa “hacedor de puentes”. En su persona deberán unirse dos riberas, distantes entre sí, la ribera de Dios y la ribera de los hombres. El sacerdote es así un mediador.

Y tercero, para ofrecer un sacrificio, que es el acto por excelencia de la virtud de religión. Así lo dice el texto de la carta a los Hebreos. El sacrificio es un acto externo y social por el cual el sacerdote ofrece a Dios, en nombre de la inmensa familia humana, una víctima inmolada, para simbolizar así su reconocimiento del supremo dominio de Dios, su deseo de reparar las ofensas cometidas contra su majestad, de darle gracias por sus beneficios y solicitarle las gracias que los hombres necesitan.

Finalmente, gracias, Señor, por el don del Mandamiento de la caridad. La caridad será la señal por la que reconocerán al cristiano. Nuestro trato con el Señor se manifiesta inmediatamente en el trato con los demás. Por eso la caridad se alimenta principalmente en el trato personal con Jesucristo. No serviremos ni lavaremos los pies de nuestros hermanos si primero no nos hemos encontrado íntimamente con Cristo siervo humilde que tomó la palangana y la toalla y se arrodilló para lavar los pies de sus apóstoles.

La caridad pide además exigencias prácticas, además de sentir compasión interior, como podemos ver en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 33-35): vendar las heridas, derramar en ellas aceite y vino, poner a disposición la propia cabalgadura y montar al hermano necesitado, conducirle al mesón, pagar al mesonero. ¡Cuántos gestos de caridad! La caridad se demuestra en obras.

Dios nos pone al prójimo con sus necesidades en el camino y en las periferias de la vida, y la caridad hace lo que el momento y la hora exigen. No siempre son actos heroicos o difíciles; muchas veces son cosas sencillas de la vida ordinaria y con los más cercanos o enfermos, preocupándonos por su salud, por su descanso, por su alegría. No olvidemos las obras de misericordia, modo práctico de vivir la caridad.

Para reflexionar: ¿Cómo estoy viviendo el sacramento de la Eucaristía o santa misa? ¿Soy amigo de Cristo Eucaristía y le hago alguna visita al día con calma y con cariño? ¿Cómo trato a los sacerdotes: con veneración, respeto? ¿Colaboro con ellos en la parroquia y en los diversos grupos y movimientos? ¿Soy buen samaritano con mis hermanos más necesitados? ¿Tengo las manos dispuestas siempre para lavar los pies de mis hermanos?

Para rezar: Señor, adoro tu Eucaristía. Señor, venero y rezo por la fidelidad y fervor de los sacerdotes. Señor, ensancha mi corazón para que ame a mis hermanos como Tú los amas.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]

abril 15, 2019 09:00Espiritualidad y oración

 


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Comentario litúrgico del Viernes Santopor el P.  Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. abril 16, 2019 (zenit)

VIERNES SANTO

Ciclo C

Textos: Is 52, 13-53, 12; Heb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1- 19, 42

Idea principal: Dios no nos amó en broma. ¡Miremos la cruz!

Síntesis del mensaje: El Viernes Santo es el día del año donde la misericordia de Dios llegó hasta el extremo y la locura. Jesús hoy nos repite a nosotros lo que dijo un día a la beata Angela da Foligno cuando estaba meditando la pasión del Señor: “¡No te he amado de broma!”. Tiene razón Jesús cuando nos repite hoy, desde lo alto de su cruz, con las palabras de la liturgia: “Pueblo mío, ¿qué más podía hacer por ti que aún no haya hecho? ¡Respóndeme! “. ¡Miremos la cruz!

Puntos de la idea principal: las palabras que dirigió el Papa emérito Benedicto XVI después del Via Crucis del Viernes Santo de 2006 me han parecido cargadas de lo que quisiera hoy desarrollar aquí.

En primer lugar, miremos la Cruz de Cristo. “En el espejo de la cruz hemos visto todos los sufrimientos de la humanidad de hoy. En la cruz de Cristo hoy hemos visto el sufrimiento de los niños abandonados, de los niños víctimas de abusos; las amenazas contra la familia; la división del mundo en la soberbia de los ricos que no ven a Lázaro a su puerta y la miseria de tantos que sufren hambre y sed. Pero también hemos visto “estaciones” de consuelo. Hemos visto a la Madre, cuya bondad permanece fiel hasta la muerte y más allá de la muerte. Hemos visto a la mujer valiente que se acerca al Señor y no tiene miedo de manifestar solidaridad con este Varón de dolores. Hemos visto a Simón, el Cirineo, un africano, que lleva la cruz juntamente con Jesús. Y mediante estas “estaciones” de consuelo hemos visto, por último, que, del mismo modo que no acaban los sufrimientos, tampoco acaban los consuelos”. Dios no nos ha amado en broma.

En segundo lugar, sigamos mirando la Cruz de Cristo. “Hemos visto cómo san Pablo encontró en el “camino de la cruz” el celo de su fe y encendió la luz del amor. Hemos visto cómo san Agustín halló su camino. Lo mismo san Francisco de Asís, san Vicente de Paúl, san Maximiliano Kolbe, la madre Teresa de Calcuta… Del mismo modo también nosotros estamos invitados a encontrar nuestro lugar, a encontrar, como estos grandes y valientes santos, el camino con Jesús y por Jesús:  el camino de la bondad, de la verdad; la valentía del amor. Hemos comprendido que el vía crucis no es simplemente una colección de las cosas oscuras y tristes del mundo. Tampoco es un moralismo que, al final, resulta insuficiente. No es un grito de protesta que no cambia nada. El vía crucis es el camino de la misericordia, y de la misericordia que pone el límite al mal:  eso lo hemos aprendido del Papa Juan Pablo II. Es el camino de la misericordia y, así, el camino de la salvación. De este modo estamos invitados a tomar el camino de la misericordia y a poner, juntamente con Jesús, el límite al mal”. Dios no nos ha amado en broma.

Finalmente, alguien podría decir: Sí, es verdad que Cristo nos amó locamente entonces, cuando vivió en la tierra; ¿pero ahora? Ahora que ya no está entre nosotros, ¿qué queda de aquel amor, a no ser un pálido reflejo, tal vez inmortalizado en una cruz que cuelga de la pared? Los discípulos de Emaús decían: “Hace ya tres días que sucedió esto”, y nosotros nos sentimos tentados de decir: “¡Hace ya dos mil años…!”. Pero se equivocaban, porque Jesús había resucitado y estaba caminando con ellos.

Y también nosotros nos equivocamos cuando pensamos como ellos, pues su amor sigue aún en medio de nosotros, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). Y ese amor misericordioso sigue derramándose desde su Cruz en cada confesión donde recibimos el perdón de manos del ministro de Dios. Y ese amor misericordioso sigue alimentando nuestra alma en cada comunión que recibimos con fervor y el alma limpia en cada Eucaristía.

Y ese amor misericordioso sigue siendo palpable en cada gesto de nuestros padres, de nuestros maestros, de nuestros amigos, de tantos médicos que se desviven por sus pacientes, de esas monjas que cuidan a enfermos y ancianos, de nuestros sacerdotes que se entregan con dedicación, sacrificio y generosidad, sin pedir compensaciones. No, Dios no nos ha amado en broma. Su amor fue, es y será muy serio. Y amor con amor se paga. Al menos eso hacen las almas nobles.

Para reflexionar: ¿Me dejo curar y abrazar por la Cruz de Cristo? ¿Experimento todos los días en la oración y en la participación de los sacramentos ese amor de Cristo que me ha amado y me sigue amando en serio? ¿Soy portador de ese amor misericordioso de Cristo a mis hermanos y hermanas que viven a mi lado y que están llevando una cruz tal vez más pesada que la mía? ¿Alargo también yo mis brazos para echarles una mano, como buen cireneo, o extenderles mi manto para enjugar sus lágrimas y su sangre, como hizo la Verónica con Cristo?

Para rezar: Pidamos al Señor que nos ayude a ser “contagiados” por su misericordia. Pidamos a la santa Madre de Jesús, la Madre de la misericordia, que también nosotros seamos hombres y mujeres de la misericordia, para contribuir así a la salvación del mundo, a la salvación de las criaturas, para ser hombres y mujeres de Dios. Amén.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]

abril 16, 2019 09:00Espiritualidad y oración

 


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Viernes, 12 de abril de 2019

Reflexión a las lecturas del Domingo de Ramos C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe  "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo de Ramos

 

                        ¡La Liturgia del Domingo de Ramos es muy hermosa!

                        En la primera parte, recordamos y revivimos la Entrada del Señor en Jerusalén, que le recibe como Rey y Mesías. Nuestras aclamaciones y nuestros cantos se unen a los de aquella gente, que le acoge de una manera tan extraordinaria, y a los cristianos, que, a lo largo de los siglos, han celebrado esta fiesta con el mejor espíritu.

                        La segunda parte es la Misa de Pasión. De este modo, ¡la Cruz del Señor se convierte en el centro de la Semana! La misma procesión, llena de colorido y de fiesta, prefigura la gloria de la Resurrección, que celebraremos el próximo domingo.

                        ¡El Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa! ¡Cuántas gracias hemos de dar al Padre del Cielo, que nos concede un año más, celebrar la Pascua, la fiesta más grande e importante de los cristianos!

                        Y hemos de acoger estos días santos con el mejor sentido de responsabilidad: “No podemos echar en saco roto la gracia de Dios”, que escribía San Pablo (2 Co 6, 1).

                        Nuestra atención tiene que centrarse en las celebraciones litúrgicas de nuestras iglesias. Las procesiones, tantas y tan importantes, expresan y alimentan también lo que conmemoramos, siempre que no estén desconectadas de la participación en los actos litúrgicos.

                        Los sacramentos, que brotan de la Muerte y Resurrección del Señor, constituyen el núcleo de estos días santos, especialmente, El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía,  sacramentos de la Iniciación Cristiana, que vamos a renovar la Noche Santa de la Pascua.

                        El espíritu cuaresmal presenta a los cristianos dos caminos o formas fundamentales de celebrarla: Los catecúmenos, intensificando la preparación para el Bautismo, que van a recibir la Noche de la Resurrección del Señor, junto con la Confirmación y la Eucaristía. Los que ya estamos bautizados, luchando y disponiéndonos, para ser capaces de renovar nuestro Bautismo, el que recibimos de pequeños, como si fuéramos esa Noche a ser bautizados de nuevo, como si esa Noche comenzáramos de nuevo a ser cristianos. Por eso la Cuaresma es tan importante y da tanto fruto cada año en nuestra vida cristiana y en la vida de toda la Iglesia.   

                        Y la mejor manera de renovar estos sacramentos es recibir el de la Penitencia o de la Reconciliación, tan propio de estas fechas, y que nos deja limpios y llenos de gracia, como el día de nuestro Bautismo, para celebrar la Pascua de la mejor manera posible.

                        Ya el Papa S. León Magno (siglo V) decía que es propio de las fiestas pascuales, que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, tanto los que llegan nuevos a ella por la recepción del Bautismo, como los que han tenido la dicha de haber recibido, desde hace mucho tiempo, esa gracia incomparable.

                        Y la Eucaristía está siempre presente, como la forma principal e imprescindible, de celebrar los distintos acontecimientos que recordamos.

                        Y la Semana Santa la celebramos como cristianos, es decir, como personas que están ya experimentando y valorando constantemente en sus vidas, los frutos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

                        Hagámoslo también tratando de compartir con todos los hermanos el mensaje gozoso de la Semana Santa, de la Pascua del Señor, como miembros de una Iglesia en salida misionera.                                                                                  

                                                                                   ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

MONICIONES

  

PRIMERA LECTURA

          En la Pasión, Jesús se nos presenta como el Siervo doliente del Padre, como se había profetizado. Es lo que vamos a escuchar en la primera lectura. 

SALMO RESPONSORIAL

          El sufrimiento se considera, muchas veces, como un abandono de Dios, como si el Señor se hubiera olvidado de nosotros. Sin embargo, el cristiano le invoca, desde lo profundo de su corazón, sabiendo que Él le escucha y le ama, y, después de la dificultad, llegará de nuevo la dicha y la alegría. 

SEGUNDA LECTURA

          Escuchemos ahora, con atención y con fe, una síntesis preciosa de la vida de Cristo, que solemos recordar con frecuencia: Él no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó tomando la forma de siervo, hasta la muerte. Por lo cual fue exaltado y glorificado por su Resurrección. 

TERCERA LECTURA

          En el centro de nuestra celebración de hoy, escuchamos ahora el relato estremecedor de la Pasión de Jesús según San Lucas. ¡Él muere en un acto supremo de amor y de fidelidad! ¡De su Cruz nos viene la salvación y la vida!   

          Por eso le aclamamos ahora, disponiéndonos a escuchar y contemplar su entrega. 

COMUNIÓN

          En la Comunión recibimos a Jesucristo, al que hemos contemplado hoy, aclamado en la Ciudad Santa de Jerusalén. Abramos las puertas de nuestro corazón al Redentor, que contemplamos estos días, pobre, despreciado, crucificado y también, resucitado y glorioso.

Pidámosle que nos ayude a aprovechar al máximo esta Semana Santa.


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Viernes, 05 de abril de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo quinto de Cuaresma C ofrecida por el sacerdote don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 5º de Cuaresma C

 

        El Evangelio de Jesucristo es un mensaje y un camino de liberación verdadera, como contemplamos en la Liturgia de este domingo.

        ¡Una mujer sorprendida en adulterio!

        Según la Ley de Moisés tenía que morir apedreada. Pero los fariseos y escribas aprovechan la ocasión, para tender una trampa al Señor: “La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. ¿Tú qué dices?”

        Ante su insistencia responde: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.

        Entonces “se fueron escabullendo uno a uno, comenzando por los más viejos”.

        ¡Son sinceros! ¡Se reconocen pecadores y comienzan a marcharse!

    Pero tantos cristianos de hoy, que dicen que no tienen pecados, ¿qué harían? ¿Le tirarían la primera piedra? ¿Y la segunda…? ¡Es para pensarlo!        

    Cuando se han marchado todos, se queda Jesús solo con la mujer.

    ¡Jesús es el único que puede tirar la primera piedra a aquella mujer, porque Él sí que está libre de pecado! Sin embargo, le dice: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante, no peques más”.

    Jesús no niega el pecado de aquella mujer. Sólo que no la condena a muerte y le concede el perdón y la paz. Por eso, su liberación es verdadera; no es una falsa liberación, como sucede, tantas veces, cuando se le dice a una persona que eso no es pecado, que no tiene tanta importancia, que, en las circunstancias en que se encuentra, puedes hacerlo con tranquilidad, no pasa nada, etc. Cristo, como decía, le libera del pecado y la reintegra en la vida social y religiosa de Israel.

        ¡Y la mujer recobra la dignidad perdida y vuelve a su casa liberada y dignificada!

      Y Jesucristo la despide diciéndole: “Anda, y, en adelante, no peques más”.

     ¡Qué impresionante es todo esto! El Señor siempre nos perdona si estamos verdaderamente arrepentidos. ¡Nos da siempre una segunda oportunidad…! ¡Y una tercera…! En el pecado, siempre da lugar al arrepentimiento, a la conversión, a la que nos llama  cada día,  este Tiempo de Cuaresma.

         En toda la Sagrada Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, se nos recuerda constantemente esta verdad.

    Algo parecido contemplábamos el domingo pasado, cuando el padre de la parábola mandaba que a su hijo, que vuelve arrepentido, le vistan con el mejor traje, le pongan un anillo en la mano y sandalias en los pies... De este modo, le reconoce como un verdadero hijo y restaura su dignidad; quiere que sea tratado así, como un hijo, no como un jornalero.

         La primera lectura de hoy es un mensaje de liberación al pueblo de Dios, desterrado en Babilonia. El profeta asocia a toda la naturaleza a esta obra de salvación, que prefigura la que realizará Jesucristo, el Mesías, nuestro Salvador. ¡Es lo que contemplaremos en la Semana Santa y en la Pascua!

     La segunda lectura nos presenta el testimonio de un liberado por Cristo, Pablo, que nos dice: “Por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en Él…” ¿Y qué vería el Apóstol en Cristo para hablar de esta manera?

   Por todo ello, es lógico que, este domingo proclamemos todos en el salmo responsorial: “¡El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres!”

 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 17:49  | Espiritualidad
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DOMINGO 5º DE CUARESMA C           

 MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

        Durante el tiempo de Cuaresma hemos venido escuchando, en la primera lectura, los grandes acontecimientos de la Historia de la Salvación, en favor del pueblo de Israel. Hoy escuchamos al profeta Isaías que, en medio del destierro, les anuncia, con un lenguaje lleno de poesía, la buena noticia de su liberación. 

SALMO

                El salmo 125 es el canto de liberación del pueblo de Israel, que se prepara para el retorno del destierro a su tierra.

        Este acontecimiento prefigura la gran liberación que se realizará por Jesucristo, nuestro Salvador. Por eso proclamamos todos ahora: "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres".  

SEGUNDA LECTURA

        El descubrimiento de Jesucristo como valor supremo, que realiza      S. Pablo, es lo que explica y da contenido a toda su vida y a toda su actividad. Escuchemos ahora su testimonio. ¡Constituye un reto para nosotros! 

TERCERA LECTURA

     "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra".

Jesucristo, liberando a la mujer adúltera de la muerte y, perdonándole su pecado, anuncia la llegada de la liberación cristiana: liberación del pecado, del mal y de la muerte.

Aclamémosle ahora antes de escuchar el Evangelio. 

COMUNIÓN

        "Anda, y, en adelante, no peques más" es  la exhortación de Jesucristo a la mujer del Evangelio, y también a nosotros, cuando nos perdona por el sacramento de la Penitencia.

        En la Comunión nos encontramos con el mismo Jesucristo, que nos ofrece fuerza sobreabundante para poder seguirle y cumplir sus mandatos.


Publicado por verdenaranja @ 17:45  | Liturgia
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