Viernes, 31 de mayo de 2019

Reflexión a las lecturas de la fiesta de la Ascensión del Señor ofecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe " ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

La Ascensión del Señor

 

                        Con un lenguaje solemne, el salmo responsorial proclama el contenido de esta solemnidad: “Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas”. En efecto, terminada la misión que el Padre le encomendó realizar en la tierra, Jesucristo asciende hoy al Cielo y se sienta  a la derecha del Padre, es decir, en igualdad con el Padre.

                  A primera vista, puede parecernos extraña la alegría con la que celebramos esta fiesta. Lo más normal hubiera sido que, después de despedir al Señor, los apóstoles volvieran a casa con gran pena y tristeza; sin embargo, nos dice el Evangelio, que “se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. Y en la Oración de la Misa, le pedimos al Señor que nos conceda “saltar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza…” ¡Impresionante!

          ¡Y nos alegramos por Jesucristo y por nosotros!  

                  Por Jesucristo, porque vuelve al Cielo, revestido de nuestra condición humana glorificada. Es el momento culminante de su exaltación y de su victoria sobre el pecado, el mal y la muerte; y así, vive en el Cielo, intercediendo por nosotros, hasta su Vuelta Gloriosa, que esperamos. Es lo que  dicen a los discípulos aquellos varones vestidos de blanco de la primera lectura.

                  Y nos alegramos por nosotros, porque, como rezamos hoy, en el Prefación de la Misa, la Ascensión de Jesucristo “es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su Cuerpo”. Y San Pablo dice: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, por pura gracia estáis salvados, nos ha resucitado con Cristo Jesús, y nos ha sentado en el Cielo con Él” (Ef 2, 4)

                  Por tanto, para Pablo, la Ascensión de Jesucristo y nuestra glorificación en el Cielo, son dos realidades inseparables, como decíamos antes. ¡Nuestro destino definitivo está ya, por tanto, determinado, está cumpliéndose ya! En la Virgen se ha realizado de manera excelente: Ha sido llevada al Cielo en cuerpo y alma, plenamente glorificada. Ella es ya lo que nosotros, con toda la Iglesia, esperamos ser algún día, nos dice el Vaticano II. ¡Sólo el pecado puede estropear tanta grandeza!

                  Y Jesús recuerda a los suyos su condición de apóstoles, es decir,  de enviados, para ser “sus testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta los confines del mundo”. Para ello les advierte que no se alejen de Jerusalén; tienen que aguardar “la promesa” de la que les ha hablado: el Espíritu Santo.

                  La segunda lectura nos presenta la entrada de Cristo en el Santuario del Cielo, como Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, para ponerse ante Dios intercediendo por nosotros. El texto nos anima a acercarnos a Él, “con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia, y con el cuerpo lavado en agua pura”. Y añade: “Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa”.                                    

                                                                      ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

 


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SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN C

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

        La  Ascensión del Señor y la venida del Espíritu Santo constituyen el comienzo de la misión que se confía a los apóstoles y a todos los cristianos. Es también el comienzo de una esperanza: "El Señor volverá".

        Escuchemos con atención. 

SEGUNDA LECTURA

        El texto de la Carta a los Hebreos interpreta el hecho de la Ascensión de Cristo en clave sacerdotal: El Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza entra en el Santuario del Cielo  para interceder por nosotros. 

EVANGELIO

        El Evangelio nos presenta a Jesucristo hablando con los apóstoles acerca de su misión, bendiciéndoles y subiendo al Cielo. Y les promete el Espíritu Santo para que sean en el mundo entero, testigos de todo lo sucedido.

        Aclamemos ahora al Señor, que sube al Cielo, con el canto del aleluya. 

COMUNIÓN

        En la Comunión recibimos al mismo Cristo que está en el Cielo, a la derecha del Padre. Por eso la Eucaristía es como un cielo anticipado. En ella tomamos parte de los bienes de allá arriba, de nuestra Patria definitiva, y recibimos el alimento y la fuerza que necesitamos para no desfallecer por el camino.

        Este domingo, en nuestra parroquia, acompañamos, a un pequeño grupo de niños y niñas que, después de haber recibido con alegría, en estos días el Sacramento del Perdón, reciben este domingo tan solemne, a Jesucristo, el Pan del Cielo para la Vida del mundo.

        Todos nosotros les acompañamos, les animamos y le pedimos al Señor, que, tal como les hemos enseñado en la Catequesis, continúen recibiendo al Señor con la máxima frecuencia, para alimentar la vida de Dios, que recibieron en el Bautismo.

        Y también les enseñamos: “Este día no termina nada. Hoy todo comienza”.

 


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Viernes, 24 de mayo de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo sexto de Pascua C ofrecido por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 6º de Pascua C

 

                         Cuando va a morir alguien en una familia, se procura que todos estén preparados para afrontar esa realidad, que está llena de dificultades y sufrimientos, lo que se llama “el dolor de la separación”.  Pensemos, por ejemplo, en una madre joven.

                        Conocí, en una ocasión, a una niña a quien su madre había preparado personalmente para que fuera capaz de afrontar su muerte. Y bien lo tuvo que hacer porque la niña estaba respondiendo de una forma muy adecuada. Recuerdo, por ejemplo, cuando hizo su Primera Comunión.

                       Estos últimos domingos de Pascua, en vísperas de la Ascensión, observamos cómo Jesucristo también prepara a sus discípulos para su muerte, para su marcha de este mundo al Padre.

                        ¿Y cómo lo hace? De una forma muy concreta: Con una serie explicaciones y recomenda-ciones y con la promesa del Espíritu Santo. De eso trata el Evangelio de este sexto Domingo de Pascua, en el que celebramos en España, la Pascua del Enfermo.

                        Es muy importante para los discípulos la promesa del Espíritu Santo, a quien Jesús llama el      Paráclito, es decir, el Defensor, que será quien les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les ha dicho.

                      En la primera lectura, constatamos la presencia y la acción del Espíritu en los apóstoles en el llamado “Concilio de Jerusalén” y cómo se identifican con Él hasta el punto que dicen: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…”

                       En este momento, recuerdo las enseñanzas de Juan Pablo II en la encíclica sobre el Espíritu Santo “Dominum et Vivificantem”, y sus magníficas explicaciones de las palabras de Jesucristo a los discípulos en la Última Cena, acerca del Don de su Espíritu. En los primeros días de esta semana, el Evangelio nos presentará, cada día, alguna de aquellas enseñanzas del Señor.

                       El Espíritu Santo va a recordarles constantemente la Palabra de Jesús, y eso hará que vivan en su amor y guarden su Palabra, y entonces el Padre también los amará y vendrán  y harán una morada en sus corazones. Es el tema tan importante de la inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros.

                       Se nos dice que los evangélicos sinópticos, en la despedida de Cristo, centran su atención en su Venida Gloriosa, mientras que San Juan prefiere el tema de esta nueva presencia de Jesucristo en nosotros, según las palabras de Cristo: “Me habéis oído decir: Me voy y vuelvo a vuestro lado”.

                       Cuántas reflexiones podríamos hacer acerca de esta asombrosa presencia de Dios en nuestros corazones, y, al mismo tiempo, cuántas cosas podríamos preguntarnos; por ejemplo:  ¿Acojemos y atendemos esa presencia del Señor en nuestro interior, o la tenemos un tanto olvidada? ¿No seremos, a veces, inconscientes de esa sublime grandeza? ¿Estaremos, como San Agustín, buscando a Dios por fuera, mientras  lo tenemos tan adentro? ¿Nos esforzamos por mantenernos en gracia de Dios para no perder, por el pecado grave, esa maravillosa presencia de Dios en nuestra vida?

          A la luz de esta realidad, pensamos hoy en nuestros enfermos, que están llamados a vivir, de un modo particular, esta presencia continua de Dios en nuestro interior. Siempre me gusta decir que la ayuda, la atención, a  una persona enferma no se puede reducir a la comida, la ropa y las medicinas. Necesita algo más, mucho más: La asistencia espiritual, la ayuda de Dios, que viene garantizada por la oración y los sacramentos, especialmente, el de la Unción de los Enfermos, que debemos recibir con el tiempo, la preparación y las disposiciones propias.

                       Y Jesucristo les deja también a los discípulos su paz, que es la verdadera paz, el conjunto de las bendiciones divinas. Y esta paz se la deseo a todos, de corazón, este Domingo de Pascua.

 

                                                                                                                         ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO VI DE PASCUA C     

 MONICIONES 

 

MONICIÓN DE ENTRADA

            Hermanos y hermanas: Bienvenidos a la Eucaristía de este domingo 6º de Pascua. Contemplamos hoy cómo Jesucristo prepara a sus discípulos para su ausencia visible, después de su marcha.

            Hoy celebramos y recordamos especialmente, a nuestros enfermos. Es la Pascua del enfermo en España.

            Comencemos con el canto de entrada.

 

PRIMERA LECTURA

            La primera lectura nos presenta la controversia más grave que surge en la Iglesia primitiva, y cómo el Espíritu Santo la asiste y la ilumina en el llamado “Concilio de Jerusalén”.

 

SALMO

            Acabamos de escuchar que la salvación que Cristo nos trae es para todos. Proclamemos ahora en el salmo nuestro deseo ardiente de que todos los pueblos conozcan al Señor.

 

SEGUNDA LECTURA

            La lectura que vamos a escuchar compara a la Iglesia del Cielo con una bellísima ciudad, la nueva Jerusalén, bien edificada y custodiada, y llena de colorido y de luz.

 

EVANGELIO

            En el Evangelio Jesús habla a sus discípulos de su ausencia visible y de la venida y la acción del Espíritu Santo.

            Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos el aleluya.

 

COMUNIÓN

            El Espíritu Santo nos impulsa y ayuda a recibir a Jesucristo en la Eucaristía.

            En la Comunión llegan a su plenitud aquellas palabras que hemos escuchado en el Evangelio: "El que me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en Él".


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Jueves, 23 de mayo de 2019

Comentario litúrgic0 al VI Domingo de Pascua por el P . Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. mayo 21, 2019 (zenit)

SEXTO DOMINGO DE PASCUA

Ciclo C

Textos: Hech 15, 1-2.22-29; Ap 21, 10-14.22-23; Jn 14, 23-29

Idea principal: ¿Quién es el Espíritu Santo? ¿Qué efectos produce en nuestra alma?

Síntesis del mensaje: Cristo, en el largo discurso de despedida a los Apóstoles, les está preparando, a ellos y a nosotros también, para la venida del Espíritu Santo, Maestro divino interior, Luz para las mentes, Dulce Huésped y Consolador de nuestras almas, Arquitecto de nuestra santidad, Escultor de la imagen de Cristo en nuestro interior, Estratega en nuestras luchas, Bálsamo y Médico para nuestras heridas, Memoria de las palabras de Cristo.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar¿quién es el Espíritu Santo? La teología nos enseña que el Espíritu Santo es visto en la vida íntima de la Trinidad como el que procede del Padre y el Hijo, y constituye la comunión inefable entre el Padre y el Hijo. En la vida del creyente el Espíritu Santo instalará su morada, transformándose en luz, consuelo y maestro interior. En la vida de la Iglesia, el Espíritu Santo será el testimonio viviente de Jesús, la guía interior para el descubrimiento de toda la verdad y la fuerza para oponerse al mundo malvado, convenciéndolo del pecado. El Espírito Santo guía a la Iglesia en sus máximas decisiones y la ayuda a mantenerse unida (1ª lectura). Y a lo largo de los siglos, con los himnos dedicados al Espíritu Santo, al Espíritu Santo se le han dado unos atributos profundos: Maestro interior que nos enseña y nos explica las verdades de Cristo; dulce Huésped del alma que nos consuela en los momentos de aflicción; Escultor de la santidad, que va esculpiendo la imagen de Cristo poco a poco en nuestra alma, si le dejamos; Memoria que nos recordará las palabras de Jesús para que las entendamos mejor; Estratega en la batallas que debemos entablar con los grandes enemigos de nuestra santidad; ahí está Él animándonos y fortaleciéndonos en la lucha.

En segundo lugarel efecto que este divino Espíritu deja en el alma es la paz (evangelio). Los romanos deseaban la salud (“salus”), los griegos la alegría de la vida (Χαίρε Jaire”), los judíos la paz “Shalomalechem” (paz a vosotros), que era la prosperidad material y religiosa, personal, tribal y nacional. Por eso, en sus libros sagrados es la palabra que más sale: 239 en el Antiguo Testamento, y 89 en el Nuevo. Esta paz que nos da el Espíritu Santo es la paz de Cristo. No es la paz de los cementerios. Ni la paz que dejan las armas que callan. Ni la paz que las naciones firman en concordatos con plumas de oro y en sillones de lujo. La paz del Espíritu es la paz personal, íntima, insobornable. La serenidad del lago de la conciencia y su honradez de vida; el gozo del corazón y sus bondades humanas; el alma de Dios con sus vivencias divinas, que es tanto como decir la vida cara al sol y las estrellas. Esta paz nadie nos la puede quitar: ni una enfermedad, ni la vecina de al lado, ni el Ministerio de Hacienda, ni mi jefe de trabajo. Nadie nos la quita, sencillamente porque nadie de todos ellos nos la dio, y porque es divina. Preguntemos, si no, a Edith Stein, judía convertida al cristianismo y después monja carmelita, y hoy santa Benedicta de la Cruz, detenida por la policía alemana el 2 de agosto de 1942, y que terminó en el campo de Auschwitz, muriendo en la cámara de gas. Nunca perdió esta paz divina. O la paz de Teresa de Jesús, que nunca la perdió ni entre los pucheros de la cocina conventual ni en los carros de las fundaciones por las tierras de España y cuando se las tuvo que ver cara a cara con el rey más poderoso del mundo de ese tiempo, Felipe II. La paz de Juan de la Cruz en las noches toledanas empozado en su celda de 3×4, con los piojos airados y los rebojos de pan duro con una sardina; y así, ¡nueve meses hasta el día de su fuga!

Finalmente, y con la paz el Espíritu Santo nos proporciona también el gusto por las cosas espirituales. El hombre natural aprecia las cosas y las ventajas materiales: salud, dinero y amor…pero no es capaz de apreciar las cosas espirituales: la fe en Cristo, la vida de unión con Él, incluso a través de los sufrimientos de la vida, el amor auténtico. El Espíritu Santo nos ayuda a comprender la relatividad y fugacidad de las cosas, comparadas con las cosas divinas. Él nos enseña la docilidad interior a la voluntad divina, como manifestación concreta de nuestro amor real a Dios. No cerremos la puerta a este Dulce Huésped del alma con nuestra sordera. No le tapemos la boca a este maravilloso Maestro interior con nuestras rebeldías. No lastimemos a este Escultor divino con nuestras resistencias. Escuchemos sus gemidos inenarrables, cuando le ofendemos, y tratemos de estar siempre a su escucha, a la hora de discernir en nuestra vida personal y comunitaria (1ª lectura). Dejemos que sea el Espíritu Santo quien eleve nuestro pensamiento y afecto continuamente a la ciudad santa, el cielo, para dejarnos envolver por el fulgor divino y lo transmitamos a nuestro alrededor (2ª lectura).

Para reflexionar: ¿Cómo trato al Espíritu Santo en mi alma? ¿Le escucho? ¿Soy dócil a lo que me pide? ¿Me dejo moldear por Él? ¿Qué estoy haciendo con la paz que me dejó Cristo, como fruto del Espíritu Santo: la saboreo, la defiendo, la pisoteo?

Para rezar: Recemos las estrofas del famoso himno al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]


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S?bado, 18 de mayo de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo quinto de Pascua C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 5º de Pascua C

 

        Cuando muere una persona querida, recordamos sus palabras, sus gestos,  y, sobre todo, sus encargos y recomendaciones de despedida.

        Las palabras del Señor del Evangelio de hoy tienen acento de despedida. Se trata de un fragmento de la Última Cena, en la que el Señor nos deja el Mandamiento del Amor como su última recomendación, su último encargo: “Os  doy un mandamiento nuevo: Que os améis unos a otros como yo os he amado”.

        El  Tiempo de Pascua  es muy apropiado para reflexionar sobre ello, porque contempla- mos a Cristo Resucitado, que se ha entregado hasta la muerte por nosotros; y comprendemos así mejor su contenido y su alcance. San Juan lo expresa con mucha claridad: “En esto hemos conocido el amor, en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16). Para el apóstol, el amor a los hermanos “hasta dar la vida”, es una consecuencia inmediata del amor que Jesucristo nos ha tenido. Por tanto, por mucho que amemos a los demás, siempre nos quedará mucho camino. ¿Quién puede amar como Jesucristo nos amó? Pero se nos presenta como un objetivo inalcanzable, para que luchemos y nos esforcemos por acercarnos  lo más que podamos  a ese ideal  y nos preserva de la tentación de pensar que ya no necesitamos amar más, que con lo que hacemos ya es suficiente.

        S. Agustín nos dice que, cuando alguien nos invite a una comida, tenemos que mirar bien lo que nos ponen delante, porque después, tendremos nosotros que corresponder con otra comida. Esto lo refiere a la Eucaristía en la que se nos da el Cuerpo y la Sangre del Señor; y nos enseña que los mártires han sido aquellos que lo han hecho con mayor perfección: Han tomado de la Mesa la Sangre de Cristo y luego, han entregado la suya.

        Pero tenemos que subrayar que el Señor nos ha dejado el  Mandamiento Nuevo como “la señal” de que somos discípulos suyos. Por tanto, señala el ser o no ser cristiano de cada uno. ¡Qué importante es todo esto! Y nos servirá para distinguir dónde hay un cristiano y dónde no.  No se trata, por tanto, de fijarnos a ver si hace esto o lo otro, si hace mucho o poco, si tiene muchas cualidades o pocas, si habla y se expresa bien o no. Resulta todo más sencillo: ¿Se esfuerza por amar como Jesucristo? Es cristiano. ¿No lo hace? Que no se esfuerce por darnos razones de su identidad cristiana. Sencillamente, si era cristiano, ha dejado de serlo. Bien lo entendió San Pablo cuando escribió lo que llamamos el himno de la caridad del capítulo 13 de la primera Carta a los Corintios: Ya podríamos hacer grandes cosas, nos dice, como entregar a los pobres todo lo que tenemos o dejarnos quemar vivos… ¡Si no tenemos amor, de nada nos sirve, en nada nos aprovecha!

        San Juan nos presenta esta realidad,  con una gran claridad y firmeza, cuando escribe: “Si alguno tiene de qué vivir, y, viendo a su hermano en necesidad le cierra las entrañas, ¿cómo va a morar en él el amor de Dios? (1 Jn 3, 17).

        En este Tiempo de Pascua, la primera lectura nos presenta algunas veces, la vida de las primeras comunidades cristianas, donde, a pesar de las deficiencias de todo lo humano, todos se amaban y  nadie pasaba necesidad. Y, como contemplamos en la lectura de hoy, eran comunidades misioneras, evangelizadoras. Y ya sabemos que el mayor gesto de amor que podemos hacer a otra persona, es llevarla al conocimiento de Jesucristo, como hacían Pablo, Bernabé y todos aquellos primeros cristianos. Si lo hacemos así, nuestras comunidades se parecerán a la Iglesia del Cielo, de la que nos habla la segunda lectura, con dos imágenes atrayentes: una novia arreglada para su esposo, y un hogar familiar feliz, de donde ha desaparecido todo mal.                                                                      

                                                                                                              ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 5º DE PASCUA C      

MONICIONES

 

 PRIMERA LECTURA

            La Iglesia de Antioquía se nos presenta hoy como ejemplo de toda comunidad cristiana: comunidad viva y fervorosa, que recibe a Pablo y a Bernabé, a quienes había enviado al trabajo apostólico. 

SEGUNDA LECTURA

            La segunda lectura nos presenta a la Iglesia del Cielo con dos imágenes atrayentes: como una novia engalanada para su esposo, y como una casa familiar feliz, de la que está ausente todo mal. 

TERCERA LECTURA

            El Evangelio nos presenta un pequeño fragmento de la Última Cena. Jesús, en su despedida, nos deja el mandamiento nuevo, como señal que nos identifica como discípulos suyos.

            Pero antes de escuchar el Evangelio, aclamemos al Señor con  canto del aleluya. 

COMUNIÓN

            La Eucaristía es signo y fuente de amor. Se trata de una doble comunión: con Cristo y con los hermanos. Al mismo tiempo, la Comunión es el alimento principal e indispensable para amar como Jesucristo nos amó. Por tanto, el que comulga ha de manifestar con una vida de amor, de entrega y de compromiso, la fuerza extraordinaria de este sacramento.


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Desde la Delegación Diocesana de la Pastoral de la Salud de la Diócesis de Tenerife nos envían los materiales para la celebración del Dia del Enfermo el sexto domingo de Pascua entre los que se encuentra el "MENSAJE DE LOS OBISPOS DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL"

Pascua del Enfermo, 26 de mayo de 2019

VOLUNTARIADO EN LA PASTORAL DE LA SALUD

“Gratis habéis recibido, dad gratis” (Mt 10,8)

 

La Campaña del Enfermo de este año nos invita a poner nuestra mirada en los miles de voluntarios que cuidan de los enfermos y ayudan a los familiares y demás cuidadores. Ellos hacen visible el amor de Dios por los enfermos y son una parte esencial de la caridad de Cristo que la Iglesia está llamada a realizar, respondiendo así a la invitación de Jesús: “Gratis habéis recibido, dad gratis”, que es el lema propuesto por el Dicasterio para la Promoción Humana Integral de la Persona. 

1. Los voluntarios de Pastoral de la Salud están comprometidos en hacer presente aquí y ahora, que el Reino de los cielos está en medio de nosotros, se saben enviados por Cristo: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis” (Mt 10, 7-8). Ser voluntarios constituye una oportunidad única de acercarse al que sufre, descubrirse a sí mismo, ser portador de esperanza. En esta elección de vida, el voluntario descubre pronto que es él quien resulta ayudado. 

2. El número de personas enfermas a las que acompañar y cuidar es cada vez mayor. Esto implica la necesidad de animar a más hombres y mujeres a involucrarse en esta tarea. El Papa Francisco en el Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo de este año nos exhorta a todos a promover la cultura de la gratuidad y del don: “Os exhorto a todos, en los diversos ámbitos, a que promováis la cultura de la gratuidad y del don, indispensable para superar la cultura del beneficio y del descarte”, recordándonos que es un camino  specialmente fecundo de evangelización: “La Iglesia, como Madre de todos sus hijos, sobre todo los enfermos, recuerda que los gestos gratuitos de donación, como los del Buen Samaritano, son la vía más creíble para la evangelización. (…) Frente a la cultura del descarte y de la indiferencia, deseo afirmar que el don se sitúa como el paradigma capaz de desafiar el individualismo”. 

3. En este mismo Mensaje, el Papa Francisco nos recuerda un aspecto esencial: “el cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta querida”. Su cometido no es el de realizar gratuitamente el trabajo que corresponde al personal sanitario, pero si requiere una formación específica en función de las tareas que vayan a desarrollar. Así, si la labor fundamental va a ser acompañar a personas solas será, preciso una particular formación en técnicas de escucha; si se trata de coordinar un grupo de oración por los enfermos, requerirán una más atenta formación bíblico-litúrgica; si su misión fundamental es acoger a las personas enfermas, o a sus familiares, que puedan solicitar algún tipo de ayuda, será importante cuidar más las técnicas de comunicación; si su misión va a ser acompañar a personas que están en cuidados paliativos o en situaciones al final de la vida, requerirán una mayor preparación para ayudar en el duelo y en las necesidades espirituales en las etapas finales de la vida, etc.

4. Quienes prestan ayuda han de ser formados para poder hacer las cosas del modo más adecuado, para “hacer bien el bien”. Pero esto no es suficiente, precisamente, porque se trata de personas y estas necesitan una atención que sea no sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad, una atención cordial. Esto supone distinguirse por su dedicación al enfermo con una atención que sale del corazón. Se hace necesario una formación del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad. Habrá, por tanto, que cuidar esta dimensión de la formación, para que los voluntarios sean hombres y mujeres movidos, ante todo, por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo, despertando en ellos el amor al prójimo1. 

5. Entre los elementos esenciales de la formación habrá que considerar también el acompañamiento a los voluntarios. Un acompañamiento que permita la comunicación de experiencias y el modo en que la viven. Es preciso tener en cuenta que ninguna formación es capaz de contemplar todos los escenarios posibles, todos los contextos y situaciones que se pueden dar en un domicilio, en la habitación de un hospital, en una parroquia o en un grupo de personas. Los voluntarios han de ser acompañados para poner en práctica lo aprendido, reflexionar sobre la experiencia y evaluar para mejorar. Al tiempo, el acompañamiento colabora a generar procesos de participación del voluntariado en la organización, escuchar su opinión y dar respuesta a algunas demandas.

6. El voluntario cristiano no se distingue únicamente por la gratuidad de su entrega o su buen hacer. La razón por la que realiza su labor como voluntario en el cuidado de los enfermos es un elemento esencial, porque ésta le sostiene y anima, en una labor no siempre sencilla, y confiere un talante, que es el de Jesucristo. El Dios que se nos manifiesta en Jesucristo siente como propios los dolores, las miserias y sufrimientos de los hombres. El voluntario encuentra la motivación para la caridad en el haber sido amados por Jesucristo. 

7. Es decisivo recordar la importancia de no perder nuestra identidad en aras de una mayor eficiencia. Esto implica el necesario respeto a las distintas creencias de quienes son objeto de la solicitud de los voluntarios, pero sin que esto suponga “esconder” que es la caridad de Cristo quien les mueve. No hay ninguna persona que no sea objeto de la caridad de Cristo, por tanto, nadie queda excluido de sus cuidados. Sin embargo, siempre habrán de estar dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que se lo pidiere (cf. 1 Pe 3, 15).

 

Los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral

 

D. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo

D. Francesc Pardo Artigas, Obispo de Girona

D. José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva

D. Santiago Gómez Sierra, Obispo auxiliar de Sevilla

1 cf. Benedicto XVI, Encíclica “Deus caritas est”, 31-33


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Viernes, 17 de mayo de 2019

Comentario litúrgico del V Domingo de Pascua por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. mayo 14, 2019 (zenit)

QUINTO DOMINGO DE PASCUA

Ciclo C

Textos: Hech 14, 21b-27; Ap 21, 1-5a; Jn 13, 31-33a.34-35

Idea principal: La caridad es la contraseña y la novedad del cristiano.

Síntesis del mensaje: En las lecturas de hoy el adjetivo nuevo ha salido cinco veces. Cuatro veces en la segunda lectura, y una vez en el evangelio. Lo antiguo –antónimo de nuevo- ya terminó (2ª lectura). Es la llamada a vivir una vida nueva en la fe. Pero, sobre todo, a vivir el mandamiento nuevo de la caridad. Aquí está la novedad y la contraseña del cristiano: “amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, este regalo de la caridad es fruto de la Pascua y procede del corazón de Cristo entregado para nuestra salvación. Sólo Cristo pudo ofrecernos este presente, que trajo directamente del cielo y nos lo encomendó antes de partir de nuevo para el Padre, una vez terminada su misión aquí en la tierra. Para eso, Cristo en el bautismo tuvo que cambiar nuestro corazón de piedra y ponernos un corazón de carne, tuvo que purificar y limpiar nuestras venas y arterias, dilatar nuestro ventrículo y aurícula. En ese día nos puso una válvula divina para que podamos amar como Él nos ama: con un amor universal, misericordioso, delicado, bondadoso. Y gracias a la Eucaristía, otro de los dones del Cristo Pascual, el Espíritu nos comunicará la fuerza del amor de Cristo. Preguntemos a los santos y a los mártires: a san Esteban, a santa Inés, a san Ignacio de Antioquía, a san Maximiliano María Kolbe, a santa María Goretti, al beato Miguel Pro, etc.

En segundo lugar, ¿dónde reside la novedad de este mandamiento? Antes de Cristo, claro que existía el amor. Así se lo recuerda Jesús al letrado que le preguntó por el primer mandamiento de la ley: “Amarás al Señor tu Dios de todo corazón, con toda el alma, con toda tu mente. Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-39). Ahora bien, si bien existía ese mandamiento, era pura teoría, un ideal abstracto. Era simplemente algo distinto. Ciertamente, hubo hombres que se amaron también antes de Cristo; pero ¿por qué? Porque eran parientes, porque eran aliados, amigos, pertenecían al mismo clan o al mismo pueblo: o sea por algo que los ligaba entre sí, distinguiéndolos de todos los demás. Ahora hay que ir más allá: amar a quien nos persigue, amar a los enemigos, a los que no nos saludan ni nos aman. Es decir, amar al hermano por sí mismo y no por lo útil que pueda resultarnos. Es la palabra “prójimo” la que cambió el contenido: se dilató hasta comprender no sólo a quien está cerca de nosotros, sino también a cada hombre al que podemos acercarnos. Nuevo es, por tanto, el mandamiento de Cristo porque nuevo es su contenido. Nuevo también, porque Jesús le ha añadido esto: “Amaos, como Yo os he amado”. No podía haber un modelo tan perfecto de amor en el Antiguo Testamento. Y, ¿cómo nos amó Jesús? Con un amor generosísimo, sin límites, un amor universal y misericordioso; amor que sabe transformar el mal en ocasión de amor más grande, como hizo Jesús en su Pasión y Muerte.

Finalmente, el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1856 señala la importancia vital de la caridad para la vida cristiana. En esta virtud se encuentran la esencia y el núcleo del cristianismo, es el centro de la predicación de Cristo y es el mandato más importante (cf. Jn 15, 12; 15,17; Jn 13,34). No se puede vivir la moral cristiana haciendo a un lado a la caridad. La caridad es la virtud reina, el mandamiento nuevo que nos dio Cristo, por lo tanto, es la base de toda espiritualidad cristiana. Es el distintivo de los auténticos cristianos. La caridad es la virtud sobrenatural por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios. Es la virtud por excelencia porque su objeto es el mismo Dios y el motivo del amor al prójimo es el mismo: el amor a Dios. Porque su bondad intrínseca, es la que nos une más a Dios, haciéndonos parte de Dios y dándonos su vida (cf. 1 Jn. 4, 8). La caridad da vida a todas las demás virtudes, pues es necesaria para que éstas se dirijan a Dios. Sin la caridad, las demás virtudes están como muertas. La caridad no termina con nuestra vida terrena, en la vida eterna viviremos continuamente la caridad. San Pablo nos lo menciona en 1 Cor 13, 13; y 13, 87. Al hablar de la caridad, hay que hablar del amor. El amor “no es un sentimiento bonito” o la carga romántica de la vida. El amor es buscar el bien del otro. La caridad es más que el amor. El amor es natural. La caridad es sobrenatural, algo del mundo divino. La caridad es poseer en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama, con su intensidad y con sus características. La caridad es un don de Dios que nos permite amar en medida superior a nuestras posibilidades humanas. La caridad es amar como Dios, no con la perfección que Él lo hace, pero sí con el estilo que Él tiene. A eso nos referimos cuando decimos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, a que tenemos la capacidad de amar como Dios.

Para reflexionar:  1 Cor 13, 4-7: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Pero si hay dones de profecía, se acabarán; si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, se acabará”. ¿Mi caridad y amor tienen estas características? ¿Tengo clavado este distintivo en mi vida cristiana?

Para rezar: nada mejor que el Himno de san Francisco, donde se resume la esencia del amor.

Hazme un instrumento de tu paz
donde haya odio lleve yo tu amor
donde haya injuria tu perdón señor
donde haya duda fe en ti.

Maestro, ayúdame a nunca buscar
el ser consolado sino consolar
ser entendido sino entender
ser amado sino yo amar.

Hazme un instrumento de tu paz
que lleve tu esperanza por doquier
donde haya oscuridad lleve tu luz
donde haya pena tu gozo, Señor .

Hazme un instrumento de tu paz
es perdonando que nos das perdón
es dando a todos como Tú nos das
muriendo es que volvemos a nacer.

Hazme un instrumento de tu paz.@legionaries.org

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero

 


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S?bado, 11 de mayo de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo cuarto de Pascua C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo 4º de Pascua

 

          Una de las imágenes más hermosas y atrayentes de Jesucristo, es la que nos lo presenta como Buen Pastor. Es lo que sucede cada año el cuarto domingo de Pascua.

          En el tiempo pascual, en efecto, esta imagen adquiere un relieve especial, porque nos presenta a Jesús como el Pastor Bueno, que ha entregado su vida por las ovejas, y ha resucitado. Este domingo la Liturgia de la Iglesia proclama: “Ha resucitado el Buen Pastor que dio  la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya”.

          En el texto breve del Evangelio, Jesucristo nos presenta un resumen de su condición de Pastor: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano…” ¡Que hermoso!

          De este modo, encontramos nuestra seguridad en Él. No es vana aquella confianza de la que nos habla S. Pablo: “Bien sé de quién me he fiado” (2Tim 1, 12).

          Se nos invita, por tanto, este domingo a reflexionar y a orar, saboreando lo que proclamamos en el salmo responsorial: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”.

            Y esto hemos de llevarlo a la práctica, siendo ovejas buenas de tal Señor, porque le escuchamos, le seguimos y le damos a conocer.

          La segunda lectura nos enseña que el Buen Pastor está en el Cielo, donde atiende con amor, ternura y eficacia infinitas, a los que han llegado de “la gran tribulación” y “están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su templo”. Y ya sabemos que, al mismo tiempo, quiere  también continuar siendo el Buen Pastor de su pueblo peregrino en la tierra. Esto se realiza a través de su Cuerpo, que es la Iglesia, en el que  hay “diversidad de ministerios y unidad de misión” (Ap. Act., 2). Y todos  tenemos que ayudarle a realizar esa tarea según la vocación de cada uno.

          A todo ello puede ayudarnos la celebración de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se ha unido, desde hace más de 50 años, a este domingo IV de Pascua.

          ¡Qué necesidad tenemos de que aumenten las vocaciones en nuestras Iglesias de antigua tradición cristiana! ¡Somos tan pocos para tantas necesidades! ¡Oración y acción es la respuesta! ¡Don y tarea, que decimos siempre!

          Ante todo, la oración, porque la llamada viene de Dios, y la respuesta se apoya en Él y en su gracia. Pero hace falta también la acción. Solemos decir que Dios no tiene un teléfono u otros medios materiales para hacer llegar sus llamadas en directo, a cada uno, sino que cuenta con las mediaciones humanas. Y cuantas más sean las mediaciones humanas, más serán las llamadas, las vocaciones. Por tanto, ¡el que haya más o menos vocaciones también depende de nosotros!

          Pero, por otro lado, hay muchos países donde hay muchas vocaciones. ¡Son los países de Misión! Desde hace unos años, la Jornada de las Vocaciones Nativas se ha unido a la Jornada de Oración por las Vocaciones. Esta Institución Pontificia se llama la “Obra de S. Pedro”, que nació como ayuda a los jóvenes de los países de misión, que querían ser sacerdotes, y hace poco tiempo, que se ha ampliado a las mujeres, que tengan también la ilusión de consagrarse al Señor. El Papa San Juan Pablo II pedía que no se perdiera ninguna vocación “por falta de recursos económicos”. De ahí la colecta que se hace este día para esa finalidad, en nuestras parroquias y demás comunidades cristianas.

          Es impresionante, por tanto, el panorama que se nos ofrece este domingo: ¡Por un lado, falta, a veces alarmante, de vocaciones! ¡Por otro, abundancia de vocaciones, pero dificultades para llevarlas a término.

          En resumen, ¡felicitémonos porque Cristo es nuestro Pastor y porque ha puesto en nuestras manos tanta responsabilidad!        

                                                                                       ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!           


Publicado por verdenaranja @ 22:56  | Espiritualidad
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DOMINGO IV DE PASCUA C   

MONICIONES 

 

 

PRIMERA LECTURA

        En los domingos de Pascua, la primera lectura nos va presentando relatos de los primeros tiempos de la Iglesia. Hoy contemplamos como, ante el rechazo de los judíos,  Bernabé y Pablo se deciden a anunciar el Evangelio a los gentiles.   Escuchemos con atención.

 

 SALMO RESPONSORIAL

         El salmo es una invitación a proclamar la universalidad de nuestra fe. Pablo y Bernabé anunciaron el Evangelio a los gentiles. Ahora nosotros invitamos a toda la tierra a aclamar al Señor por sus maravillas. 

 

SEGUNDA LECTURA

         En la segunda lectura de hoy se nos presenta a Cristo glorioso en el Cielo, donde recibe el culto de los santos, y donde es el Pastor bueno, que cuida y hace inmensamente felices, a los que vienen de “la gran tribulación”. 

 

TERCERA LECTURA

         Jesucristo es nuestro Pastor. Él conoce a sus ovejas y ellas le conocen, escuchan su voz, y le siguen. Nadie puede arrebatarlas de su mano ni de las manos del Padre.

        Pero antes de escuchar el Evangelio, le aclamamos cantando el aleluya. 

 

COMUNIÓN

        En la Comunión nos encontramos con Jesucristo, el Pastor Bueno, que alimenta a su rebaño con su propio Cuerpo.

        Que Él nos ayude a cumplir nuestro deber de fomentar las vocaciones, con nuestra oración y nuestro trabajo apostólico, y que seamos generosos en colaborar con las Vocaciones Nativas, para que muchos chicos y chicas de los países de Misión tengan la inmensa alegría de poder consagrarse al Señor.


Publicado por verdenaranja @ 22:54  | Liturgia
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Viernes, 03 de mayo de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo tercero de P ascua C ofrecidapor el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 3º de Pascua C

 

       En las apariciones de Cristo Resucitado constatamos el interés que Él tiene por estas tres cosas: Porque los discípulos tengan la certeza, más allá de toda duda,  de que, realmente,  es el mismo Jesús que estaba con ellos, que ha resucitado; de que todo lo sucedido estaba ya anunciado en la Ley, en los profetas y en los salmos, es decir, en todo el Antiguo Testamento;  y, además, que había que dar a conocer este acontecimiento con todas sus consecuencias, en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8).

       El Evangelio de este domingo nos presenta la tercera aparición de Jesucristo Resucitado a los discípulos, que están iniciando su vida normal; están en la pesca, el trabajo habitual de algunos de ellos.

       En medio de la pesca, descubren la presencia de Cristo Resucitado. Ellos conocen, como nadie, el lago, han pescado toda la noche y no han cogido nada, y ahora, de repente, y por indicación de un desconocido, se llenan las redes de peces. ¿Cómo es esto posible? ¿Qué ha pasado?

     “¡Es el Señor!” dice Juan, el más clarividente de todos.

       Y es importante observar que durante la comida, “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”.

      Se ha cumplido, por tanto, el primer objetivo de las apariciones: llevar al ánimo abatido de los discípulos la certeza de que Él había resucitado.

       Aquella comida es signo de la Eucaristía, el gran banquete de la Iglesia, y en el que “pregustamos y tomamos parte” del banquete del Cielo. Es lo que resalta la Liturgia de este día en el Evangelio: “Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”.

       Dice S. Jerónimo que 153 eran los peces conocidos entonces. Y  es posible que pueda  ser en  Juan,  un signo de la universalidad de la Iglesia, a la que todos  estamos llamados.

       Y la Iglesia tendrá como cabeza visible a Pedro que, después de la comida, es examinado sobre el amor y es confirmado en la misión que el Señor le había anunciado. ¡Hasta ese punto le perdona el Señor!

       En la primera lectura, comprobamos cómo se está cumpliendo también el tercer objetivo: Dar testimonio en todas partes de Cristo Resucitado con la luz y la fuerza del Espíritu Santo. En efecto, los apóstoles se presentan ante el Sanedrín como testigos de la Resurrección. Y formulan lo que nosotros conocemos como “una objeción de conciencia”: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y, una vez azotados, “salen contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”.

       Y es particularmente importante lo que les dice el Sumo Sacerdote: “Habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre”.

       En nuestro tiempo, en el que urge por todas partes, el anuncio de esta Buena Noticia, sería muy importante retener esta expresión: “habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza”. ¡Y nos sentimos animados a pensar qué necesario sería que en nuestros pueblos y ciudades, en nuestras parroquias y comunidades, se pudiera decir lo mismo de nosotros!

 

                                                                                                   ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 13:43  | Espiritualidad
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DOMINGO III DE PASCUA C 

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

       El convencimiento firme de la Resurrección del Señor y la acción del Espíritu Santo constituyen la única explicación del gran interés y de la valentía de los apóstoles por anunciar que Cristo había resucitado. 

 

SEGUNDA LECTURA

       En la segunda lectura, S. Juan nos presenta, en medio del lenguaje propio del libro del Apocalipsis, la gloria y la alabanza que Jesús, vivo y glorificado, recibe en el Cielo. 

 

TERCERA  LECTURA

       En el Evangelio escuchamos lo que sucede en la tercera aparición de Jesucristo resucitado a los discípulos.

       Pero antes de escuchar el Evangelio, proclamemos la alegría de este tiempo de Pascua, con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

       En la Comunión recibimos al mismo Cristo, que fortaleció la fe de sus discípu-los en su Resurrección.

       Que Él nos dé la luz y la fortaleza que necesitamos para ser, como los apóstoles, mensajeros convincentes e incansables de su Resurrección en nuestros ambientes, con palabras y obras.

 


Publicado por verdenaranja @ 13:40  | Liturgia
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