VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN Ciclo C por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
Textos: Eclesiástico 3, 19-21.31.33; Hbr 12, 18-19.22-24a;Lc 14, 1.7-14
Idea principal: Todo seguidor de Jesús en el “banquete de la vida” debe ser humilde para ponerse en el último lugar y generoso, cuando invite a comer a los demás.
Síntesis del mensaje: No es fácil vivir los dos consejos que Cristo hoy nos invita a poner en práctica: primero, ponernos en el último lugar – ¡qué locura! -, y después, invitar a comer, no a nuestros amigos y familiares, sino a los que no conocemos, – ¡el colmo! – e incluso a quienes nos resultan antipáticos. Razones habrá tenido Jesús al darnos estos dos consejos que no son a primera vista naturales. Ya la 1ª lectura nos decía: “Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios”.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, toda la liturgia de hoy es una invitación a vivir la virtud de la humildad. Virtud que antes de Cristo no era cotizada, al contrario, era infamia y defecto, porque los grecolatinos siempre buscaban la excelencia, el sobresalir, la “areté”. La palabra humildad proviene del latín humilitas, que significa “pegado a la tierra”. Es una virtud moral contraria a la soberbia. Virtud que nos hace reconocer nuestras debilidades, cualidades y capacidades, y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, sin decirlo.De este modo esta virtud nos hacer mantener los pies en la tierra, sin vanidosas evasiones a las quimeras del orgullo.Santo Tomás estudia la humildad en la 2-2, 161, y dice: “La humildad significa cierto laudable rebajamiento de sí mismo, por convencimiento interior“. La humildad es una virtud derivada de la templanza por la que el hombre tiene facilidad para moderar el apetito desordenado de la propia excelencia, porque recibe luces para entender su pequeñez y su miseria, principalmente con relación a Dios. Humildad es ponernos en nuestro sitio exacto: soy pecador, redimido por Cristo. ¿De qué puedo presumir? Y poner a Dios en su lugar, el primero. Por eso, también la humildad es virtud derivada de la justicia, por la que damos a Dios lo que es de Dios: nuestras cualidades y talentos. La humildad es el cimiento de todo el edificio, como escribió santa Teresa en las Moradas Séptimas 4, 9. Sin humildad todas las demás virtudes se derrumban o son postizas.
En segundo lugar, ¿por qué tenemos que ponernos en el último lugar? Metámonos en el corazón de Jesús. Para evitarnos humillaciones en la vida – “oye, amigo, cede ese lugar a otro más importante que tú”-, Cristo nos aconseja humillarnos a nosotros mismos. A nosotros nos resulta difícil seguir este consejo de Cristo. Nos gusta ocupar siempre, en la medida que podemos, los puestos principales, ¿a quién no? Está en nuestra naturaleza humana. No aceptamos de buena gana ser tan modestos que nos pongamos en el último lugar. Lo que hay detrás de este consejo de Jesús es esto: primero, que sólo Dios nos dé honor y gloria, y no los hombres; segundo, que sólo al humilde Dios le da sus gracias y lo quiere (1ª lectura), y finalmente, Cristo nos dice que para entrar en el banquete del Reino tenemos que ser humildes. Tenemos hambre y sed de honor y gloria personales; pero si cedemos a esta inclinación caemos en egoísmo, soberbia y vanidad, y no andaremos en la verdad, pues como decía santa Teresa de Jesús: “La humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada”(Moradas 6, capítulo 10).Buscar nuestra gloria nos rebaja. Los grandes santos tuvieron que luchar también contra esta tendencia: santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, por poner unos ejemplos. La humildad es una virtud que vino Jesús a enseñárnosla en persona, porque solos no podríamos aprender esta lección. Pero es la humildad la que definitivamente abre el corazón de Dios y el corazón de los hombres. Una persona soberbia y vanidosa cae mal en todas partes. La búsqueda de honores y sillones demuestra una actitud posesiva. Quien busca directamente honores, no los merece. Otro motivo para ser humildes: es que nos hace bien sobre todo a nosotros mismos, pues nos hace conocernos y aceptarnos mejor a nosotros mismos. El que es humilde, se ahorra muchos disgustos y goza de una mayor paz y armonía interior y psicológica.
Finalmente, ¿por qué tenemos que invitar a comer a quienes no conocemos o son pobres, y ser generosos y espléndidos en nuestros dones y regalos? Metámonos en el corazón de Jesús. Cristo nos dio todo: su Iglesia, sus sacramentos, su vicario el Papa, su Madre, sus vestiduras, su evangelio, su testamento. No se quedó ni se reservó nada para Él. Fue siempre generoso. Lo normal es que cuando hacemos un banquete invitemos a parientes y amigos. Es la ley de la “reciprocidad comercial”. Ellos nos retribuirán después. Y Jesús nos dice que ahí no hay mérito, y propone la ley de la “generosidad gratuita”. Tenemos que buscar la recompensa divina, distinta de la recompensa humana que vicia las relaciones, inoculando el interés personal en una relación que debería ser generosa y gratuita. Invitar a los pobres, sí. En el Salmo de hoy nos dice que Dios prepara casa a los desvalidos y pobres. Ellos, los pobres, serán los mejores guardianes de nuestra humildad. Su indigencia los tiene habituados a considerarse vacíos y despojados, experimentando cada día la necesidad del auxilio ajeno para poder vivir, y así pueden enseñarnos con su ejemplo a practicar esta virtud tan valiosa pero tan ardua. Y no olvidemos lo que nos dice san Pablo: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hech 20, 35).
Para reflexionar: Meditemos este párrafo de santa Teresa de Jesús: “Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante a mi parecer sin considerarlo, sino de presto esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entienda agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella. Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento, amén” (Moradas VI, 10, 7).
Para rezar: Señor Jesús, manso y humilde.Desde el polvo me sube y me domina esta sed de que todos me estimen, de que todos me quieran.Mi corazón es soberbio. Dame la gracia de la humildad, mi Señor manso y humilde de corazón. No sé de donde me vienen estos locos deseos de imponer mi voluntad, no ceder, sentirme más que otros… Hago lo que no quiero. Ten piedad, Señor, y dame la gracia de la humildad. La gracia de mantenerme sereno en los desprecios, olvidos e indiferencias de otros. Dame la gracia de sentirme verdaderamente feliz, cuando no figuro, no resalto ante los demás, con lo que digo, con lo que hago.Ayúdame, Señor, a pensar menos en mi y abrir espacios en mi corazón para que los puedas ocupar Tu y mis hermanos.En fin, mi Señor Jesucristo, dame la gracia de ir adquiriendo, poco a poco un corazón manso, humilde, paciente y bueno (P. Ignacio Larrañaga).
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]
Reflexión a las lecturas del domingo veintidos del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
Domingo 22º del T. Ordinario C
Por el camino hacia Jerusalén, el Señor nos habla este domingo de la humildad.
A primera vista, sus palabras pueden parecer unas lecciones de cortesía o unas tácticas para ocupar los primeros puestos, sin peligro de perderlos. Pero enseguida, nos damos cuenta de que se trata de unos ejemplos que pone el Señor, nuestro Maestro, para que entendamos la importancia y la necesidad de vivir en humildad: "El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".
Ésta no es una virtud de personas débiles, enfermizas, que andan siempre diciendo que no sirven para nada. La humildad no puede ser eso, porque la humildad es una virtud. Ésta consiste, siguiendo el lenguaje del Evangelio de hoy, en ocupar nuestro puesto con dignidad, sea el primero o el último. El Papa ocupa el primer puesto, y también tiene que practicar la humildad. Ocupar nuestro puesto supone “andar en verdad”, como diría Santa Teresa. Ella decía que la humildad es la verdad.
Y ¿qué es la verdad? La verdad consiste en darnos cuenta de que somos seres llenos de bienes en el orden de la naturaleza y de la gracia, pero bienes que son dones. "¿Qué tienes que no hayas recibido?”, dice Pablo. “Y si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo como si no lo hubieras recibido?” (1 Co 4, 7).
Un ejemplo de verdadera humildad es lo que dice la Virgen en el Magnificat: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.
Y el apóstol Pablo escribe: "Yo no soy digno de llamarme apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios, pero, por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí. Más bien, he trabajado más que todos ellos (los demás apóstoles), pero no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo" (1 Co, 15, 9-10).
La humildad se distingue de la soberbia en que en ésta nos enorgullecemos de las cosas que tenemos, como si fueran exclusivamente nuestras. Yo tenía un sacristán que, cuando algo salía bien, me decía: “Y eso gracias a mí”. ¡Era una broma, pero expresa lo que quiero decir!
Hay mucha gente que vive en el orgullo, en la soberbia; dicen que todo lo que tienen procede de su esfuerzo, de sus cualidades y que no deben nada a nadie; ni siquiera a Dios.
Esto de la humildad puede parecernos algo del pasado, propio de otros tiempos, de un sentido distinto de la vida y de las cosas. Pero es fácil darnos cuenta de que una verdadera humildad es imprescindible a la hora de dar un paso adelante en la vida cristiana. Si no somos humildes, es decir, si no nos sentimos pobres, frágiles, necesitados de Dios y de los hermanos, no tenemos nada que hacer en el Reino de Dios: “Él resiste a los soberbios para dar su gracia a los humildes", escribe Pedro. (1 Pe 5,5) "A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos", proclama La Virgen María en su célebre cántico (Lc 1, 53).
Toda la vida del Señor es considerada por San Pablo como un acto continuado de humildad: "Siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos..." "Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre sobre todo nombre..." (Fil 2, 6-11).
Una mala inteligencia de esta virtud y de otras semejantes, en tiempos pasados, hizo a muchos tropezar en la fe. Les parecía que la religión alienaba a la gente, que les inutilizaba para la lucha y el progreso y llegaron a considerarla "opio del pueblo". A esta actitud, propia del marxismo, trató de responder el Concilio Vaticano II en algunos documentos.
La virtud de la humildad, en fin, hace al hombre un ser equilibrado y agradable, aún en el orden humano: La primera lectura de este domingo nos dice: "Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes".
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchemos ahora unas reflexiones en torno a la virtud de la humildad. En el Evangelio también el Señor nos hablará hoy de esta virtud.
Escuchemos con atención y con fe.
SALMO
Con las palabras del salmista aclamemos a Dios, que ama y salva a los justos y desvalidos.
SEGUNDA LECTURA
Se nos invita ahora a reflexionar sobre la experiencia del pueblo de Israel al pie del Sinaí, y a compararla con la situación de los cristianos en la Iglesia, que es el nuevo pueblo de Dios, que, de algún modo, ha sido introducido ya en el Cielo, junto con Cristo, los ángeles y los santos.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio Jesús nos exhorta a vivir en la humildad, la sencillez, el desinterés. Escuchemos con atención.
Pero antes, aclamemos al Señor con el canto del aleluya
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo, modelo perfecto de humildad y desinterés. Recordemos ahora aquellas palabras del Evangelio: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso”.
Reflexión a las lecturas del domingo veintiuno del Tiempo Ordinario C ofrecida para el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 21º del T. Ordinario C
Tal vez nos habremos hecho alguna vez la misma pregunta que le hacen hoy a Jesús, camino de Jerusalén: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”
Sí. Al final, a la hora de la verdad, ¿cómo terminará todo?
Se trata de la salvación final: Entrar en el Cielo para siempre, o no.
Ya sabemos que la salvación que Cristo nos obtuvo en la Cruz, llega a nosotros en el Bautismo. Y ahí comienza la tarea, la lucha, la aventura maravillosa de nuestra salvación, que se anuncia cada día, de Oriente a Occidente, como Buena Noticia. Precisamente, este domingo ¡se subraya el carácter universal de la salvación!
Hoy la mayoría de los cristianos no harían esa pregunta, porque, o no creen que exista “algo después de la muerte” o, en caso de que existiera, irían todos al Cielo.
Jesús no contesta directamente a la pregunta, como es lógico, no nos da una cifra; nos dice, sencillamente, que “muchos intentarán entrar y no podrán”. Y que hay que esforzarse por “entrar por la puerta estrecha”. S. Mateo es más explícito (Mt 7, 13-14).
Jesús advierte a aquellos que le escuchan, que van a quedar fuera y no valdrá entonces recurrir a que han comido juntos y que Él ha enseñado en sus plazas, porque les replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados”.
No basta, por tanto, con ser “hijos de Abrahán”, si no vivimos como Abrahán. Hace falta escuchar la Palabra de Jesucristo y cumplirla, porque se reconoce en Él al Mesías, al Hijo de Dios vivo.
Y entonces comenzará la condenación eterna para todos ellos. Y verán a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y que ellos han quedado fuera. “Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.
Y si eso terminara así, ¿de qué les ha servido todo?
Los santos, es decir, aquellos que han comprendido y vivido mejor estas cosas, han sacado de esta doctrina dos consecuencias fundamentales: Trabajar por la propia salvación con temor y temblor (Fil 2, 12), y luchar y esforzarse por la salvación de los demás, comenzando por los de casa, hasta los confines de la tierra, porque el mensaje de la salvación tiene que llegar a todos, como se nos indica en el salmo responsorial: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio”.
Podemos recordar la reacción de los niños videntes de Fátima, cuando la Virgen les enseñó el Infierno. ¡Cómo se preocupaban, cómo se esforzaban por evitar que los pecadores fueran allí!
Un misionero tan grande como S. Antonio María Claret, nos cuenta en su Autobiografía, que, siendo muy pequeño y de poco dormir, se pasaba algún tiempo durante la noche, pensando en el Infierno y, a partir de ahí, se fue fraguando su vocación misionera.
La Iglesia ora en la Plegaria Eucarística primera diciendo: “Líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”.
Hemos de recordar aquella sentencia cristiana que dice: “Acuérdate de tus Novísimos, y no pecarás”. Recordemos que los Novísimos son Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.
Se trata, en definitiva, de anunciar el mensaje del Señor, pero su “mensaje completo” (2Tim 4, 17).
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera lectura expresa en términos, llenos de colorido, el proyecto de Dios de congregar a todos los hombres, para mostrarles su salvación y su gloria.
SALMO
En el salmo manifestamos nuestro deseo de que todos los pueblos conozcan y alaben al Señor.
SEGUNDA LECTURA
La Carta a los Hebreos exhorta a aquellos cristianos, procedentes del judaísmo, que habían sido perseguidos, a soportar la prueba, el sufrimiento, como una purificación a la que les invita el Señor.
TERCERA LECTURA
El Señor nos dice en el Evangelio que todos los hombres, sin excepción, están llamados a vivir con Él eternamente, para lo cual hay que entrar por “la puerta estrecha” que Él nos ha señalado.
Aclamémosle ahora con el canto del aleluya
COMUNIÓN
En la Comunión se produce la unión más íntima y más profunda que puede realizar el hombre con Dios en esta vida, y que es anticipo de la que se realizará en el Cielo.
Que el Señor no permita que los que ahora nos unimos a Él, de una manera tan profunda, vayamos a encontrarnos aquel Día, lejos de Él, por toda la eternidad.
Reflexión a las lecturas del domingo veinte del Tiempo Ordinario ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 20º del T. Ordinario C
Pueden sorprendernos las palabras de Jesús de este domingo:
Pero, por poco que reflexionemos, comprendemos enseguida lo que significan estas frases: Cristo viene a traer la paz, pero la paz verdadera, la que se basa en la verdad, la justicia, la libertad, el amor, como explicaba el papa San Juan XXIII en la encíclica “Pacem in Terris” (1963).
Una paz que es el resultado de una relación adecuada con Dios, con los hermanos, con nosotros mismos, con toda la Creación.
Una paz que nace de ese “bautismo” del que hoy nos habla el Señor, es decir, de su Pasión y Muerte de Cruz, y que tiene su sede y su fundamento en el corazón. “Él es nuestra paz”, escribía San Pablo (Ef 2, 14).
Y la paz es un don. Para el israelita piadoso la paz era el conjunto de todos los dones divinos.
Muchas veces la paz, que tenemos o que queremos, no es la verdadera paz. Hay muchas clases de paz. También hay una paz que se llama “la paz de los cementerios”.
La verdadera paz choca con muchos intereses egoístas, con formas de pensar y de actuar que se oponen a la verdad y al bien, pero que, tal vez, nos agradan o nos interesan más; y entonces se produce la lucha, la discordia y el conflicto, a los que se refiere el Evangelio de hoy.
¿Y dónde comienza la lucha? En los que están más cerca, en la propia familia. Una lucha que radica dentro y fuera de nosotros.
Es posible que, cuando Lucas escribía el Evangelio, los cristianos estuvieran siendo perseguidos, y estas palabras del Señor les sirvieran de luz, fortaleza y consuelo. Y ya Él nos advirtió que el discípulo no puede ser más que su Maestro y que seríamos perseguidos como Él fue perseguido (Jn 15, 20).
¡He ahí, por tanto, el reino del bien y el reino del mal!
Pero el reino del bien, de la paz verdadera, no se consigue por la fuerza ni por los poderes de este mundo. Se hace imprescindible la ayuda de Dios, que se obtiene, principalmente, en la oración y en los sacramentos. Y se suele decir que la paz del corazón es el don más grande que podemos recibir de Dios en esta vida. ¡Es la paz y la alegría del Espíritu Santo, que llenan el corazón!
Contemplamos, en la primera lectura, cómo el profeta Jeremías es también perseguido y condenado injustamente, porque busca la verdadera paz. El profeta prefigura a Cristo, signo de contradicción (Lc 2, 34).
La segunda lectura, de la Carta a los Hebreos, nos exhorta a correr en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en Jesús, porque la vida cristiana es eso: Una carrera, un combate, una lucha y un fuego que arde y se extiende. Y tenemos que hacernos a la idea de que es así, para no caer en la tentación de situarnos en la pasividad, la comodidad y la falta de compromiso, y llevar nuestro seguimiento Jesucristo sin la intensidad y el entusiasmo necesarios. Bien que lo entenderían aquellos cristianos, procedentes del judaísmo, a los que se dirige esta Carta, que habían sido cruelmente perseguidos y que se encontraban en medio de muchas dificultades.
La cuestión está en que la mayoría de los cristianos no estamos acostumbrados a tener proble-mas y dificultades por ser cristianos, a sufrir por el Evangelio, porque, normalmente, no nos encontra-mos en una situación de verdadera persecución, y, además, con mucha frecuencia se huye de todo lo que suponga dificultad, contradicción o compromiso, se disimula la verdad, y se pacta con el mal. Sin embargo, el Señor y los apóstoles nos advirtieron con toda claridad que “todo el que quiera vivir piadosamente en Cristo Jesús, será perseguido” (2 Tim 3, 12)
En resumen, este es el fuego que Cristo vino a traer a la tierra y que quiere ver siempre ardiendo.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 20º DEL TIEMPO ORDINARIO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
En la primera lectura, contemplamos al profeta Jeremías, perseguido por anunciar la Palabra de Dios y como signo de contradicción: Mientras unos le condenan, otros le salvan.
SALMO
Con las palabras del salmo nos unimos al profeta Jeremías que alaba al Señor porque le ha escuchado y le ha salvado de la muerte.
SEGUNDA LECTURA
El cristiano ha de tener en su vida el temple de un campeón de carrera, fijos los ojos en el ejemplo de Jesús y de los santos.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos presenta unas palabras de Jesús que, a primera vista, pueden parecernos extrañas.
Escuchemos con atención y con fe.
COMUNIÓN
En la Comunión se nos ofrece la ayuda y la fuerza, que necesitamos, para superar las dificultades que nos pueda ocasionar nuestra pertenencia al Señor, y para vivir nuestra existencia cristiana de una manera auténtica, como Él nos enseñó.
Reflexión a las lecturas del domingo diecinueve del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 19º del T. Ordinario C
La Segunda Venida del Señor es un dato fundamental de nuestra fe. Lo profesamos en el Credo: “Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin”. Y también: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”.
Cada año lo recordamos y celebramos durante un tiempo largo: En las últimas semanas del Tiempo Ordinario y en las primeras semanas de Adviento. En diversas ocasiones, a lo largo del año, también el Señor nos recuerda esta verdad. Es lo que sucede este domingo. Sin embargo es este un tema desconocido para grandes sectores del pueblo cristiano. No sucede, por desgracia, como en tiempos de los primeros cristianos, primera y segunda generación, cuando esto se vivía con una especial intensidad.
¿Y a qué viene el Señor?
A consumar y a llevar a su plenitud la Historia Humana, con la manifestación gloriosa de su Victoria, iniciada en su Resurrección y Ascensión. Y toda la Creación renovada y transformada, participará para siempre de la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 19-24).
Entonces se acabará el sufrimiento y la muerte. “El último enemigo aniquilado será la muerte”, nos dice San Pablo (1 Co 15, 26).
Es también el día del Juicio Universal, en el que esperamos conseguir, por la misericordia de Dios, el premio a tantos trabajos y sufrimientos: “Los que hayan hecho el bien resucitarán para una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio” (Jn 5, 28-29). “Y así, estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4, 18). Porque “su Reino no tendrá fin”. “Por siempre, siempre, siempre…”, que le gustaba repetir a Santa Teresa.
Por todo ello, los cristianos tenemos que vivir a la espera de este hecho glorioso, como el más importante y decisivo de la Historia.
Y con razón se nos dice que no sólo hemos de esperar sino desear, más todavía, anhelar, ese acontecimiento. Por eso, es lógico que lo primero que pidamos al Señor cuando viene al altar, en la Consagración de la Misa, es “Ven, Señor Jesús”.
Y, como no sabemos “el día ni la hora”, el Evangelio de este domingo nos recuerda la necesidad de estar preparados: “Ceñida la cintura, y encendidas las lámparas, como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame”. Y se establece una doble posibilidad: La de los criados, a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela, y la del criado, que piensa que el amo tarda en llegar, “y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, y a comer y beber y emborracharse”.
En medio del verano, encontramos aquí una ocasión privilegiada para la reflexión, recordando estas enseñanzas del Señor, y para revisar nuestra vida a la luz de esta gran verdad, que profesamos.
Cuentan que San Antonio Abad recomendaba a sus monjes vivir cada día como si fuera el último día. Es una forma concreta de vivir preparados.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO DECIMONOVENO C
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Un sabio israelita recuerda, con tono solemne, la liberación de los israelitas de Egipto, con destino a la tierra prometida. Aquella fue una noche de vigilia para el pueblo santo.
Nosotros, los cristianos, somos la Iglesia, que peregrina hacia la nueva tierra prometida, el Cielo, mientras aguardamos la Vuelta gloriosa del Señor.
SEGUNDA LECTURA
Durante cuatro domingos, escucharemos pasajes de la Carta a los Hebreos. El fragmento de hoy nos dice qué es creer y nos presenta el testimonio de la fe de los patriarcas, sobre todo, el de Abrahán.
TERCERA LECTURA
En el Evangelio Jesús nos invita a pensar en lo que es definitivo, y a estar preparados para su Venida gloriosa. El Señor declara dichosos a los que encuentre esperándole.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos al mismo Jesucristo, que un día volverá, lleno de gloria, para juzgar a vivos y muertos.
Pidámosle que ese día no nos encuentre dormidos en la pereza y el pecado, sino vigilantes y a la espera de su llegada, como unos criados buenos y fieles, que esperan a su señor.