Viernes, 27 de septiembre de 2019

Comentario litúrgico -XXVI Domingo Ordinario C- por el P.  Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. septiembre 24, 2019 (zenit)

VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN -  Ciclo C

Textos: Amós 6, 1a. 4-7; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31

Idea principal: ¿Qué piensa Cristo de la pobreza y de la riqueza?

Síntesis del mensaje: El domingo pasado vimos qué hacer con el dinero. Hoy Jesús vuelve a ponernos el ejemplo del rico epulón y el pobre Lázaro para invitarnos una vez más a saber usar las riquezas –medios- para alcanzar la eternidad dichosa –fin- mediante la caridad misericordiosa con el necesitado. Amós (1ª lectura) sigue azotando a los que viven a sus anchas, de placer en placer, olvidados de Dios y del prójimo. San Pablo nos exhorta a vivir esas virtudes propias de un seguidor de Cristo: la justicia, la religión, la fe, la paciencia y el amor (2ª lectura). Menos mal que Dios es fiel y hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos (Salmo).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, miremos al rico epulón. Epulón, sí, que en latín se traduciría “tragón sibarita”. ¡Ni nombre tenía! Lucas lo describe con estas tres pinceladas: era rico –suponemos que consiguió las riquezas justamente-, se vestía con las mejores telas de la India, diríamos hoy; y banqueteaba cada día, es decir, manteles largos con tres copas finas, marca Riedel austríaca, en la jerga de hoy. Lógicamente así ni cuenta se daba de que a la puerta de su casa yacía un pobre hombre con la mano extendida, con la boca seca, famélico, con los ojos tristes repletos de legañas y con el cuerpo cubierto de llagas y gusanos.

En el presupuesto del rico no entraba Dios ni el prójimo. Sólo él, declinado en todos los casos: yo, de mí, para mí…mis cosas, mi comida y mis vestidos. Eso en vida. Ciertamente este rico no ha maltratado al pobre, ni le ha golpeado; simplemente ha estado ciego ante la necesidad de su hermano, no se ha querido enterar de que existía, por su ceguera egoísta. Pero nada puede durar eternamente. Y murió. ¿Desenlace? Al infierno –que existe, claro que sí-, no por ser rico, sino por no compartir su riqueza con los pobres. Sus riquezas no le sirvieron de pasaporte para la otra vida. Infierno eterno. Pena y castigo eternos, sin arrepentimiento y sin vuelta atrás. Ah, si hubiera compartido algunas migajas con el pobre, otro hubiera sido su destino, que él mismo se labró, que no Dios. Dios sólo da el veredicto en el día del juicio, donde seremos juzgados del amor, nos dirá san Juan de la Cruz. Este rico hizo de las riquezas su fin y a ellas se apegó, y quedó deshumanizado y sin alma. No pudo llevarse al otro mundo sus riquezas. Antes que Lucas, ya el profeta Amós había gritado contra este tipo de… ¿hombres?

En segundo lugar, ahora miremos a ese pobre Lázaro. Con nombre concreto que significa “Dios ayuda” en hebreo. Prototipo de la miseria humana. Pero confiado en Dios. Su desgracia viene así descrita por Lucas: mendigo echado en el suelo, cubierto de llagas y hambriento al menos de las migajas que caían de la mesa del rico. También el murió. ¿Desenlace? Fue llevado al cielo –que también existe-. No por ser pobre, sino por haber confiado en Dios y no haber ofendido, ni protestado ni robado al rico. ¡Cuántos Lázaros hay hoy en nuestro mundo, en nuestra ciudad, en nuestro barrio! Dicen nuestros obispos de Latinoamérica en la IV Conferencia del CELAM en Santo Domingo: “Descubrir en los rostros sufrientes de los pobres el rostro del Señor (cf. Mt 25, 31 -46) es algo que desafía a todos los cristianos a una profunda conversión personal y eclesial. En la fe encontramos los rostros desfigurados por el hambre, consecuencia de la inflación, de la deuda externa y de injusticias sociales; los rostros desilusionados por los políticos, que prometen pero no cumplen; los rostros humillados a causa de su propia cultura, que no es respetada y es incluso despreciada; los rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; los rostros angustiados de los menores abandonados que caminan por nuestras calles y duermen bajo nuestros puentes; los rostros sufridos de las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los migrantes, que no encuentran digna acogida; los rostros envejecidos por el tiempo y el trabajo de los que no tienen lo mínimo para sobrevivir dignamente (cf. CELAM, «Documento de trabajo», 163).

El amor misericordioso es también volverse a los que se encuentran en carencia espiritual, moral, social y cultural” (Santo Domingo, Conclusiones 178). Y más adelante: “El creciente empobrecimiento en el que están sumidos millones de hermanos nuestros hasta llegar a intolerables extremos de miseria es el más devastador y humillante flagelo que vive América Latina y el Caribe. Así lo denunciamos tanto en Medellín como en Puebla y hoy volvemos a hacerlo con preocupación y angustia. Las estadísticas muestran con elocuencia que en la última década las situaciones de pobreza han crecido tanto en números absolutos como en relativos. A nosotros los pastores nos conmueve hasta las entrañas el ver continuamente la multitud de hombres y mujeres, niños y jóvenes y ancianos que sufren el insoportable peso de la miseria, así como diversas formas de exclusión social, étnica y cultural; son personas humanas concretas e irrepetibles, que ven sus horizontes cada vez más cerrados y su dignidad desconocida”. ¿No es para llorar y hacer algo? Y el documento de Aparecida nos dice: “Sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres… a la luz del Evangelio reconocemos su inmensa dignidad y su valor sagrado a los ojos de Cristo, pobre como ellos y excluido entre ellos” (n. 398)

Finalmente, ¿en cuál de los dos personajes me reflejo? “¡En ninguno!”. ¡No puede ser! Hoy tenemos que hacer un serio examen de conciencia y ver cuál de los dos habita en mi interior, a cuál de los dos estoy alimentando y cuál de los dos quiero ser. Seremos ese rico epulón si sólo pensamos en nosotros y nada hacemos para solucionar las diversas pobrezas de nuestros hermanos. No debemos dejar que se establezca una separación entre nosotros y los pobres, nuestros hermanos que sufren y carecen de los medios necesarios para vivir. Debemos salir positivamente a su encuentro, cuidar de ellos, preocuparnos por su bien, como tantas veces nos ha repetido el papa Francisco. Que conste que este reclamo no es nuevo en la Iglesia. La Iglesia siempre ha tenido esta preocupación desde que fue fundada, y siempre ha impulsado a los hombres a que socorran a los más necesitados.

Hoy, hay organizaciones como Cáritas, que intentan salir al encuentro de las necesidades de los pobres, de los refugiados, de los sin techo, sin pan, sin tierra. ¡Cuántos misioneros y misioneras dejan sus países y se van a países lejanos para llevar no sólo el pan de la Palabra sino también el pan material, las medicinas y ropa a hermanos que apenas tienen nada! Pero cuántos hay que cierran los ojos y se sientan en la mesa de este rico epulón sibarita, con peligro –sepámoslo- de su salvación eterna.

Para reflexionar: ¿Tengo la conciencia de que mis bienes, no sólo económicos, sino también culturales y religiosos, los debo compartir con los demás? ¿Estoy encerrado en mi egoísmo, olvidando a los demás, sobre todo a los pobres, que me resultan “incómodos”? ¿Estoy apegado a las cosas materiales, embotado por lo secundario y descuidando lo principal? ¿Me extraña que Jesús dijera que es tan difícil que se salve un rico lleno de sus cosas como que un camello pase por el ojo de una aguja?

Para rezar: Señor, ayúdame a poner en su lugar la riqueza. Abre mis ojos a las necesidades de tanto Lázaros. Y que sepa compartir lo poco o lo mucho que tengo para aliviar un poco el sufrimiento de esos mis hermanos, a ejemplo tuyo y de tantos santos. Amén.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]

septiembre 24, 2019 16:38Espiritualidad y oración

 


Publicado por verdenaranja @ 16:23  | Espiritualidad
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Comentario litúrgico -XXVI Domingo Ordinario C- por el P.  Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. septiembre 24, 2019 (zenit)

VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN -  Ciclo C

Textos: Amós 6, 1a. 4-7; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31

Idea principal: ¿Qué piensa Cristo de la pobreza y de la riqueza?

Síntesis del mensaje: El domingo pasado vimos qué hacer con el dinero. Hoy Jesús vuelve a ponernos el ejemplo del rico epulón y el pobre Lázaro para invitarnos una vez más a saber usar las riquezas –medios- para alcanzar la eternidad dichosa –fin- mediante la caridad misericordiosa con el necesitado. Amós (1ª lectura) sigue azotando a los que viven a sus anchas, de placer en placer, olvidados de Dios y del prójimo. San Pablo nos exhorta a vivir esas virtudes propias de un seguidor de Cristo: la justicia, la religión, la fe, la paciencia y el amor (2ª lectura). Menos mal que Dios es fiel y hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos (Salmo).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, miremos al rico epulón. Epulón, sí, que en latín se traduciría “tragón sibarita”. ¡Ni nombre tenía! Lucas lo describe con estas tres pinceladas: era rico –suponemos que consiguió las riquezas justamente-, se vestía con las mejores telas de la India, diríamos hoy; y banqueteaba cada día, es decir, manteles largos con tres copas finas, marca Riedel austríaca, en la jerga de hoy. Lógicamente así ni cuenta se daba de que a la puerta de su casa yacía un pobre hombre con la mano extendida, con la boca seca, famélico, con los ojos tristes repletos de legañas y con el cuerpo cubierto de llagas y gusanos.

En el presupuesto del rico no entraba Dios ni el prójimo. Sólo él, declinado en todos los casos: yo, de mí, para mí…mis cosas, mi comida y mis vestidos. Eso en vida. Ciertamente este rico no ha maltratado al pobre, ni le ha golpeado; simplemente ha estado ciego ante la necesidad de su hermano, no se ha querido enterar de que existía, por su ceguera egoísta. Pero nada puede durar eternamente. Y murió. ¿Desenlace? Al infierno –que existe, claro que sí-, no por ser rico, sino por no compartir su riqueza con los pobres. Sus riquezas no le sirvieron de pasaporte para la otra vida. Infierno eterno. Pena y castigo eternos, sin arrepentimiento y sin vuelta atrás. Ah, si hubiera compartido algunas migajas con el pobre, otro hubiera sido su destino, que él mismo se labró, que no Dios. Dios sólo da el veredicto en el día del juicio, donde seremos juzgados del amor, nos dirá san Juan de la Cruz. Este rico hizo de las riquezas su fin y a ellas se apegó, y quedó deshumanizado y sin alma. No pudo llevarse al otro mundo sus riquezas. Antes que Lucas, ya el profeta Amós había gritado contra este tipo de… ¿hombres?

En segundo lugar, ahora miremos a ese pobre Lázaro. Con nombre concreto que significa “Dios ayuda” en hebreo. Prototipo de la miseria humana. Pero confiado en Dios. Su desgracia viene así descrita por Lucas: mendigo echado en el suelo, cubierto de llagas y hambriento al menos de las migajas que caían de la mesa del rico. También el murió. ¿Desenlace? Fue llevado al cielo –que también existe-. No por ser pobre, sino por haber confiado en Dios y no haber ofendido, ni protestado ni robado al rico. ¡Cuántos Lázaros hay hoy en nuestro mundo, en nuestra ciudad, en nuestro barrio! Dicen nuestros obispos de Latinoamérica en la IV Conferencia del CELAM en Santo Domingo: “Descubrir en los rostros sufrientes de los pobres el rostro del Señor (cf. Mt 25, 31 -46) es algo que desafía a todos los cristianos a una profunda conversión personal y eclesial. En la fe encontramos los rostros desfigurados por el hambre, consecuencia de la inflación, de la deuda externa y de injusticias sociales; los rostros desilusionados por los políticos, que prometen pero no cumplen; los rostros humillados a causa de su propia cultura, que no es respetada y es incluso despreciada; los rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; los rostros angustiados de los menores abandonados que caminan por nuestras calles y duermen bajo nuestros puentes; los rostros sufridos de las mujeres humilladas y postergadas; los rostros cansados de los migrantes, que no encuentran digna acogida; los rostros envejecidos por el tiempo y el trabajo de los que no tienen lo mínimo para sobrevivir dignamente (cf. CELAM, «Documento de trabajo», 163).

El amor misericordioso es también volverse a los que se encuentran en carencia espiritual, moral, social y cultural” (Santo Domingo, Conclusiones 178). Y más adelante: “El creciente empobrecimiento en el que están sumidos millones de hermanos nuestros hasta llegar a intolerables extremos de miseria es el más devastador y humillante flagelo que vive América Latina y el Caribe. Así lo denunciamos tanto en Medellín como en Puebla y hoy volvemos a hacerlo con preocupación y angustia. Las estadísticas muestran con elocuencia que en la última década las situaciones de pobreza han crecido tanto en números absolutos como en relativos. A nosotros los pastores nos conmueve hasta las entrañas el ver continuamente la multitud de hombres y mujeres, niños y jóvenes y ancianos que sufren el insoportable peso de la miseria, así como diversas formas de exclusión social, étnica y cultural; son personas humanas concretas e irrepetibles, que ven sus horizontes cada vez más cerrados y su dignidad desconocida”. ¿No es para llorar y hacer algo? Y el documento de Aparecida nos dice: “Sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres… a la luz del Evangelio reconocemos su inmensa dignidad y su valor sagrado a los ojos de Cristo, pobre como ellos y excluido entre ellos” (n. 398)

Finalmente, ¿en cuál de los dos personajes me reflejo? “¡En ninguno!”. ¡No puede ser! Hoy tenemos que hacer un serio examen de conciencia y ver cuál de los dos habita en mi interior, a cuál de los dos estoy alimentando y cuál de los dos quiero ser. Seremos ese rico epulón si sólo pensamos en nosotros y nada hacemos para solucionar las diversas pobrezas de nuestros hermanos. No debemos dejar que se establezca una separación entre nosotros y los pobres, nuestros hermanos que sufren y carecen de los medios necesarios para vivir. Debemos salir positivamente a su encuentro, cuidar de ellos, preocuparnos por su bien, como tantas veces nos ha repetido el papa Francisco. Que conste que este reclamo no es nuevo en la Iglesia. La Iglesia siempre ha tenido esta preocupación desde que fue fundada, y siempre ha impulsado a los hombres a que socorran a los más necesitados.

Hoy, hay organizaciones como Cáritas, que intentan salir al encuentro de las necesidades de los pobres, de los refugiados, de los sin techo, sin pan, sin tierra. ¡Cuántos misioneros y misioneras dejan sus países y se van a países lejanos para llevar no sólo el pan de la Palabra sino también el pan material, las medicinas y ropa a hermanos que apenas tienen nada! Pero cuántos hay que cierran los ojos y se sientan en la mesa de este rico epulón sibarita, con peligro –sepámoslo- de su salvación eterna.

Para reflexionar: ¿Tengo la conciencia de que mis bienes, no sólo económicos, sino también culturales y religiosos, los debo compartir con los demás? ¿Estoy encerrado en mi egoísmo, olvidando a los demás, sobre todo a los pobres, que me resultan “incómodos”? ¿Estoy apegado a las cosas materiales, embotado por lo secundario y descuidando lo principal? ¿Me extraña que Jesús dijera que es tan difícil que se salve un rico lleno de sus cosas como que un camello pase por el ojo de una aguja?

Para rezar: Señor, ayúdame a poner en su lugar la riqueza. Abre mis ojos a las necesidades de tanto Lázaros. Y que sepa compartir lo poco o lo mucho que tengo para aliviar un poco el sufrimiento de esos mis hermanos, a ejemplo tuyo y de tantos santos. Amén.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]

septiembre 24, 2019 16:38Espiritualidad y oración

 


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DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO C

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

        La Palabra de Dios de este domingo continúa hablándonos del uso de los bienes materiales.

        En la primera lectura las palabras del profeta son duras, fuertes y claras: Todos aquellos que llevan una vida de lujo y derroche, sin compadecerse de los pobres, irán al destierro.

 

SALMO

        Cantemos ahora al Señor que está a favor de los pobres y quiere salvarlos. 

 

SEGUNDA LECTURA

        S. Pablo anima a su discípulo Timoteo a guardar el Mandamiento, es decir, todo el contenido de la fe cristiana. 

 

TERCERA LECTURA 

        La parábola del rico Epulón nos enseña, con crudeza y claridad, que una vida de goce egoísta e insolidario, que nos hace desatender y hasta olvidar, a los hermanos que sufren, separa de Dios para siempre. 

 

COMUNIÓN

        Nos acercamos a comulgar. Pero se trata de una doble comunión: “Con Cristo y entre nosotros, que en Él nos hacemos y somos hermanos”.

                Por eso, recibir a Jesucristo en la Comunión y desentenderse de los demás, no es una auténtica comunión.

                Y luego, hay que “demostrar con obras de caridad, piedad y apostolado lo que se recibe por la fe y el sacramento”. 

 


Publicado por verdenaranja @ 14:21  | Liturgia
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Reflexión a las lecturas del domingo vientiséis del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Mnauel Pérez piñero bao el epigrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"     

Domingo 26º del T. Ordinario C

 

        ¡Cómo cambia la escena!

          El rico Epulón “se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba”.

          De repente, aparece la muerte, y cambia por completo la escena: “Se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos…”

          ¿Qué ha pasado? ¿Qué mal ha hecho aquel rico para ir a los tormentos del infierno?

          Sencillamente, no preocuparse del pobre Lázaro.

          ¿Y por eso…? ¿Y nada más que por eso? Está claro: Por todo eso.

          Y habrá gente que diga hoy al leer o escuchar este texto del Evangelio: “¡Si no le ha hecho ningún mal…!”

          Es lo que diría también alguno de aquellos fariseos a quienes se dirige la parábola. “Un fariseo” de nuestros tiempos dirá: “Yo ni robo ni mato ni hago mal a nadie…”

          ¡Pero Jesús no nos enseña eso! Enseña a hacer el bien y evitar el mal. Las dos cosas.  Y la Ley y los Profetas se resumen en la doble forma de amar: A Dios y a los hermanos.

          Y el mandamiento nuevo es “la señal” de nuestro ser o no ser cristiano. ¡No podemos olvidarlo nunca!

          Enseguida recordará alguno: “¡Los pecados de omisión!”

          Sí; que son esas pequeñas cosas, que no hacemos cada día, y las grandes cosas que dividen la tierra en diversos mundos: Primer mundo, segundo, tercer mundo; y se habla incluso de un cuarto mundo.

          Mientras los perros –animales impuros según la Ley- “se acercaban a lamerle las llagas”. Parece como si los perros tuvieran “un corazón” mejor que el rico.

          Por tanto, ¡esta doctrina no es un invento reciente de la Iglesia! ¡No es cosa de algunos obispos, sacerdotes o laicos “que se han hecho comunistas!” ¡La hemos aprendido los cristianos desde el principio, de la palabra y del ejemplo de Jesucristo, el Señor! ¡Ya los apóstoles y  los santos padres hablaban con firmeza sobre este asunto: ¡Los bienes del mundo son para todos! ¡No pueden acaparar unos lo que necesitan otros! Uno de los padres, S. Basilio, decía: “Alimenta al que muere de hambre, porque si no lo alimentas, lo matas”.

          ¿Lo mato? ¿Cómo? ¿Por qué? ¡Cuánto despiste en este tema! Modernamente, ha escrito San Juan Pablo II: "¡los bienes que poseemos, están gravados con una hipoteca social!”.  Y en un lugar de África, decía: “¿Cómo juzgará la historia a esta generación que deja morir a sus hermanos de hambre, pudiendo evitarlo?”.

          En nuestros tiempos, la  primera escena de la parábola ha adquirido una dimensión mundial. El Papa San Pablo VI escribía, hace ya tiempo, una encíclica muy importante sobre el desarrollo y subdesarrollo de los pueblos: “Populorum Progressio”. En ella se valía de esta parábola,  para presentar la situación en que se encuentra la humanidad: Por un lado, los países desarrollados y ricos, representan al rico Epulón; por otro, los países pobres, al mendigo Lázaro.

          Mientras tanto, Dios observa y espera con paciencia y misericordia. Por este camino, los países ricos y los países pobres tendrán el mismo desenlace que nos presenta la parábola. Pues llegará un día, en el que se cerrará la puerta  y  se dirá, como hemos escuchado en la primera lectura: “Se acabó la orgía de los disolutos”. 

                                                                                            ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 14:19  | Espiritualidad
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Viernes, 20 de septiembre de 2019

Comentario letúrgico -XXV Domingo del Tiempo Ordinario C- por el P.  Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. septiembre 17, 2019 (zenit)

VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN

Ciclo C

Textos: Amós 8, 4-7; 1 Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13

Idea principal: Seamos astutos, sobre todo en el uso del dinero para ayudar a las personas más pobres.

Síntesis del mensaje: con la parábola del administrador injusto y sin escrúpulos (evangelio), Jesús no nos anima a ser deshonestos, sino nos invita a ser astutos y saber hacer cálculos para hacer obras buenas. Jesús quiere suscitar en nosotros cierta emulación. Parece querernos decir: “Ese administrador no se deja desanimar por las circunstancias, sino que encuentra soluciones, aunque injustas. Así pues, vosotros, que sois discípulos míos, también debéis mostraros astutos, ingeniosos, buscar soluciones, incluso inesperadas, pero nunca injustas”. Astutos especialmente para poder ayudar a los pobres con nuestro dinero, conquistado con honestidad. Si Dios “levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre” (Salmo), ¿qué estamos dispuestos a hacer nosotros?

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, si Cristo nos invita a la astucia, habrá que definir bien lo que significa esta palabra. La palabra astucia es un término que se emplea con recurrencia cuando se quiere dar cuenta de la sagacidad que presenta un individuo a la hora de comprender o de resolver determinada situación que a la luz de cualquiera resulta ser bastante compleja de resolver. Es decir, este sentido del término lo usamos siempre que queramos indicar que tal o cual dispone de un entendimiento notable que es capaz de distinguir sin problemas aún aquello que para la mayoría es inentendible o difícil de desentrañar. También, la astucia implica la habilidad que alguien posee a la hora de desentrañar un engaño. Pero además de la mencionada referencia positiva que presenta, también nos encontramos con la contracara del término, dado que la astucia puede implicar, asimismo, la sagacidad que alguien dispone a la hora de engañar, mentirle a alguien sobre determinada cuestión para conseguir un fin.

En segundo lugar, Cristo lógicamente nos invita a la astucia positiva, sobre todo en el uso del dinero para ayudar a los más necesitados. El dinero, lo sabemos, puede ser fuente de ambición y tentación. Pero bien usado, puede ser fuente de bendiciones para pobres, enfermos y gente carenciada. Escribí en mi libro sobre Jesucristo: “Todos los bienes materiales son regalos de Dios, nuestro Padre. Debemos usarlos en tanto cuanto nos lleven a Él, con rectitud, moderación, desprendimiento interior. Al mismo tiempo, son medios para llevar una vida digna y para ayudar a los más necesitados. Lo que Jesús recrimina es el apego a las riquezas, y el convertirlas en fin en sí mismas”. Jesús nos dice que debemos elegir: o la esclavitud respecto al dinero, o el servicio a Dios. Por eso, nos invita a tener una actitud clara: ser inteligentes, ingeniosos, en el sentido del bien y, especialmente, en el sentido de la caridad generosa. Ya sabemos lo que le pasó al rico Epulón por no compartir su riqueza con el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31). Debemos encontrar soluciones para ayudar a la gente necesitada, a esos emigrantes, a esos pobres que duermen debajo de un puente, a quienes no tienen un mendrugo de pan para llevarse a la boca. No debemos vivir con una actitud de parálisis que nos impida hacer algo por esa gente; debemos mostrarnos emprendedores. ¿Cómo sacó adelante el padre Pío la “Casa para el Alivio al sufrimiento”, cuando en su bolsillo tenía unas cuantas liras? ¿Cómo construyó san Alberto Hurtado la casa “El Hogar de Cristo”? ¿Qué no hizo santa Madre Teresa de Calcuta o santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars por los ancianos, o santa Soledad Torres Acosta por los enfermos? La Iglesia no cesa de emprender iniciativas para ayudar a las personas necesitadas: Cáritas, Vicentinos…Y esto facilita las cosas para los cristianos: cada uno puede colaborar con las iniciativas emprendidas ya por la Iglesia, para crecer en esa virtud de la generosidad, en vez de dejarse contagiar por el egoísmo y la ambición en el uso del dinero.

Finalmente, ahora toca el turno a nuestra conciencia y a nuestros bolsillos. ¿Cuánto hay contante y sonante en nuestra cartera? El profeta Amos en la 1ª lectura ya critica duramente a esos ricos explotadores que esquilman al pobre y pisotean la piedad, la justicia y la verdad. Fiel a su programa, el profeta estigmatiza las trampas de los comerciantes insaciables, las cuales consistían en achicar la medida y usar balanzas falsas. Así se enriquecían y por medio del dinero injustamente adquirido, oprimían al pobre. Las trampas y la corrupción de aquella época no son muy diferentes de las actuales. Pero Dios considera como hechas a Él mismo estas injusticias: “el Señor no olvidará jamás vuestras acciones”. Sabemos que no siempre el dinero es injusto, pero sí peligroso. A los aprovechados de entonces y a los de ahora les gustaría que Dios no se metiese en estas cosas, y que la Iglesia tampoco tocase este tema. Pero la Palabra de Dios es clara, viva y tajante en este campo del dinero y la explotación, como vemos en Amós. Y san Pablo en la 2ª lectura nos abre la perspectiva de la generosidad, no tanto en el sentido material –dar dinero-, sino en el sentido espiritual: rezar por los grandes y ricos de la tierra, para que todos llevemos una vida digna, piadosa y honesta. Este consejo espiritual de san Pablo lo ponemos en práctica en la oración de los fieles cada domingo. Ahora nos toca vaciar nuestros bolsillos para dar una sonrisa el pobre. Firmemos un cheque para ayudar a una obra de caridad y de promoción humana.

Para reflexionar: ¿Me tendrá Dios que echar en cara lo que Amós a los corruptos de su tiempo? ¿Tengo la conciencia tranquila en el uso o abuso del dinero, adquirido incluso con mañas, con sangre y con mentiras? ¿El dinero me obstaculiza en el crecimiento de mi fe y amor? ¿Soy también inteligente para las cosas del espíritu?

Para rezar: Señor, dame la gracia de usar el dinero, ganado con honestidad, para vivir con dignidad, sacar adelante a mi familia, dar una educación de calidad a mis hijos, y para ayudar a los más necesitados. Líbrame de la avaricia y la tacañería. Tú nos diste todo. Es más, te diste totalmente. Nada te reservaste. Que imite tu ejemplo y eso me basta. Lo que estoy dando aquí es lo que recibiré en el cielo. Y lo que me reservo aquí, se queda aquí. Amén.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]

 


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Reflexión a las lecturas del domingo veinticinco del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"               

Domingo 25º del T. Ordinario C

 

      ¿Quién duda de que el dinero y los bienes materiales son buenos y necesarios? Tenemos la obligación de trabajar para conseguir las cosas que necesitamos para nosotros mismos, para nuestra familia y, además, para compartir con los que no tienen nada, o tienen menos que nosotros;  y,  especialmente, ahora, en esta época de crisis, que no acaba de terminar. ¡A cuántas personas y familias se les hace muy difícil o casi imposible encontrar lo necesario para vivir!

      Pero con el dinero y los bienes materiales sucede como con todo: Que se pueden usar bien o mal. El Señor nos advierte en el Evangelio que no podemos servir a Dios y al dinero. El Señor habla en términos de esclavitud, de servicio total. Los cristianos a los que se dirigía el Evangelio, entre los que había amos y esclavos, entendían perfectamente que un siervo no puede servir a dos amos.

      El apego excesivo a los bienes materiales nos hace esclavos, nos incapacita para muchas cosas y hasta puede destruirnos. Y podemos llegar incluso a convertirlos en un dios. San Pablo nos invita a huir de “la avaricia, que es una idolatría” (Col 3, 5). Todos hemos conocido personas que no piensan sino en tener, tener más, que viven obsesionadas con el dinero y que llegan a perder la salud de exceso de trabajo o de preocupaciones.  Es “la fiebre del oro”.

      ¡Y es que todo el mundo constata cada día que “poderoso caballero es don dinero!”

      Cuando esto sucede, para el Señor, “el Amo del Cielo”,  no tenemos tiempo ni nada. y, en ocasiones, tampoco nos interesa mucho. Los demás llegan a convertirse en objetos de explotación, como nos enseña el profeta Amós en la primera lectura de este domingo: Aquellos ricos abusan sin compasión de los pobres y viven obsesionados con tener más.

      Por este camino llegamos a  ser insensibles ante el sufrimiento de los demás y ante otros valores que no son materiales. 

      ¡Pensemos en la inteligencia y en la astucia del administrador de la parábola de hoy!, y tengamos muy en cuenta lo que nos dice el Señor, como conclusión de la parábola: “Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.

      Y en realidad, ¡cuánto esfuerzo, cuánto, trabajo y cuánta ilusión, ponemos. a veces, en cosas que nos dan una seguridad engañosa, porque son frágiles y pasan! Y ¡qué poco interés y qué poco entusiasmo ponemos, tantas veces, en las cosas de Dios!

      Cuánta verdad y sabiduría contienen aquellas palabras del Señor: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6, 33).

                                                                       ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR


Publicado por verdenaranja @ 13:56  | Espiritualidad
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DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO C

MONICIONES

 

 PRIMERA LECTURA

        En la primera lectura constatamos cómo el amor desordenado al dinero endurece el corazón del hombre, le cierra al sufrimiento de los demás, y le lleva a cometer injusticias, incluso con los más pobres. Escuchemos.

 

SEGUNDA LECTURA

         Orar por los que gobiernan y por todos los hombres es la recomendación que hace S. Pablo en esta lectura que vamos a escuchar.

  

TERCERA LECTURA

        En el Evangelio el Señor nos habla de nuestra relación con el dinero y los bienes materiales, y del uso que debemos hacer de ellos. Acojamos con alegría su enseñanza, cantando el aleluya.

  

COMUNIÓN

        Para el cristiano Dios es su mayor riqueza y la fuente de todo bien. Sus mandatos son “más preciosos que el oro, más que el oro fino, más  dulces que la miel de un panal que destila”, como leemos en los salmos.

                Por todo ello, se fía plenamente de su palabra que dice: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura".


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S?bado, 14 de septiembre de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo veinticuatro del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Perez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"              

Domingo 24º  del T. Ordinario C

 

          Es impresionante constatar que, cuando Dios viene hasta nosotros, no anda con la gente buena, que la había, ni con la gente de cultura, ni siquiera con la gente más religiosa, sino que anda con gente de mala fama: publicanos y pecadores de todo tipo.

          ¡Nunca reflexionaremos bastante sobre este misterio!

          Es lógico que los fariseos y escribas, que se creían buenos cumplidores de la Ley de Moisés, se extrañen y murmuren entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”.

          Pero Jesucristo trae una misión concreta: viene “a buscar y salvar lo que estaba perdido”. (Lc 19, 10).

          De este modo, nos revela el rostro de Dios Padre, que tiene un corazón bueno, misericordioso y compasivo, que, en el pecado, da lugar siempre al arrepentimiento. ¡Con Él siempre se puede comenzar de nuevo!, ¡comenzar de cero! Con razón, el Papa Francisco ha escrito un libro que se titula: “El nombre de Dios es Misericordia”.

          El Evangelio de este domingo nos recuerda que el Cielo no está tan lejos de nosotros como a veces pensamos; que hay una cierta relación entre la tierra y el Cielo. Que lo que pasa en la tierra tiene repercusión en la Casa del Padre: “Os digo que así también habrá más alegría en el Cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Y también: “Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.

          Las lecturas de este domingo nos recuerdan la grandeza infinita de la misericordia del Padre. La primera lectura nos presenta el momento en el que el pueblo de Israel, liberado de la esclavitud Egipto y testigo de “las maravillas de Dios”, se fabrica un becerro de oro, lo adora y le hace fiesta; y cómo el Señor le perdona ante la intercesión de Moisés. S. Pablo nos enseña, en la segunda lectura, que Cristo vino a salvar a los pecadores, y que él es el primero. El Evangelio nos presenta “las Parábolas de la Misericordia”. Es la respuesta de Jesús a las críticas de los fariseos y escribas, porque “acoge a los pecadores y come con ellos”. ¡En estas parábolas les enseña por qué Él actúa así!

          Y les habla de un pastor, que tiene cien ovejas y se le pierde una, y busca por todas partes hasta encontrarla, y entonces se llena de una gran alegría, que comparte con los amigos y los vecinos. O la mujer que tiene diez monedas valiosas y se le pierde una, y busca en toda la casa hasta que la encuentra, y se llena también de alegría, que comparte con las vecinas. Y la tercera es la Parábola impresionante del Hijo Pródigo, que, habiéndose marchado de la casa y derrochado toda la herencia, vuelve a la casa del Padre, que no sólo lo recibe y lo acoge con alegría, sino que hace una gran fiesta porque, por fin, le ha encontrado. Me parece que la enseñanza fundamental de esta Parábola con relación a los fariseos y escribas, está en lo que dice el padre al hijo mayor: “deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado”.

          Ellos no son capaces de alegrarse, de comprender esta actitud de Jesucristo, porque no tienen el corazón de un buen pastor, ni  de buena ama de casa, ni de un padre bueno, como nos presentan las parábolas. Y, sobre todo, no tienen la experiencia de ser perdonados.

           Este es el camino de la Iglesia, de todos los cristianos que, como Cristo, el verdadero hijo mayor de la parábola, tenemos que mostrar, cada día, el verdadero rostro del Padre, que es rico en misericordia, como auténticos constructores de “la civilización del amor”.      

          Las fiestas de “Los Cristos” de Tenerife, que celebramos en el mes de septiembre, en distintos lugares y con diversas advocaciones, nos brindan una ocasión propicia para reflexionar sobre todas estas cosas.                    

                                                                                                        ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 10:55  | Espiritualidad
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 DOMINGO  24º DEL TIEMPO ORDINARIO C

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

                        Escucharemos, en la primera lectura, cómo el pueblo de Israel, apenas establecida la alianza con Dios en el monte Sinaí, peca gravemente contra Él. El Señor quiere exterminar al pueblo, pero la mediación de Moisés consigue el perdón.  Escuchemos. 

 

SALMO

            También nosotros necesitamos el perdón de Dios, también hemos quebrantado su alianza. Por eso expresamos en el salmo, nuestra voluntad de acogernos a su misericordia. 

 

SEGUNDA LECTURA

                        Durante algunos domingos escucharemos, en la segunda lectura,  fragmentos de las cartas que S. Pablo escribe a su discípulo Timoteo, responsable de la Iglesia de Éfeso. Hoy  expresa su ánimo agradecido al Señor que se ha mostrado con él rico en misericordia. 

 

TERCERA LECTURA

                        Acojamos con el canto del aleluya la buena noticia que Jesús nos trae: ¡Hay mucha alegría en el Cielo por la vuelta a Dios Padre, de un  pecador arrepentido! 

 

COMUNIÓN

                        En la Comunión recibimos a Jesucristo, que fue criticado porque acogía a los pecadores y comía con ellos.

Ojalá que nosotros, tantas veces perdonados por Él, imitemos su misericordia y su generosidad, compadeciéndonos de tantos que andan alejados de Dios.


Publicado por verdenaranja @ 10:51  | Liturgia
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S?bado, 07 de septiembre de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo veintitrés del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"               

Domingo 23º del T. Ordinario C

 

          Este domingo Jesús nos habla con toda claridad, de su seguimiento. Si queremos ser discípulos suyos, tenemos que posponer todo lo demás: “No anteponer nada a Cristo”, que diría S. Benito. Podríamos decir que es como el primer mandamiento aplicado a Jesucristo nuestro Señor.

          ¡Nos sorprende la claridad y la franqueza con la que habla el Señor! Normalmente, no sucede así. Los que quieren captar a la gente para su partido, para su movimiento, para su grupo…, en una campaña electoral, por ejemplo,  suelen resaltar las ventajas de sus programas y ocultar o disimular las cosas menos atrayentes o negativas. ¡Jesucristo no actúa así! ¡Lo hace casi al revés! Es lo que contemplamos en el Evangelio de este domingo: “¡Si alguno quiere venirse conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.  Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”.

          Por eso nos invita a pensarlo bien antes de decidirnos a seguirle, como lo hace el que proyecta la construcción de una torre o se ve atacado por un enemigo.

          Por tanto, el seguimiento de Jesucristo se sitúa después de un proceso de reflexión, estudio, oración, incluso de consulta, para ver si vamos a ser capaces de afrontar todas las condiciones y exigencias que lleva consigo. De otro modo, podríamos hacer el ridículo, presentándonos como seguidores de Jesucristo, cuando, en realidad, no lo somos. Es lo que sucede con frecuencia. No resulta aceptable el tipo de seguimiento de Jesucristo que llevan muchos cristianos, que hasta presumen de serlo.

          Si nos situamos en el contexto del camino hacia Jerusalén –con su Pasión y su Gloria- lo entendemos todo con más claridad. ¡El discípulo no puede ser mejor que su Maestro!

          Pero no pretende el Señor de amargarnos la vida con una serie de exigencias, de renun-cias…, sino presentarnos el camino de la verdadera liberación, de la verdadera grandeza, de la verdadera dicha y alegría en el tiempo y en la eternidad. ¡Y Él ha ido delante para que nosotros sigamos sus pasos! (1 Pe 2, 21). ¡Nada se consigue en la vida sin sacrificio y esfuerzo!

          La vida del mismo Jesucristo y de los santos avalan la importancia y trascendencia de este camino; su validez permanente y definitiva.

          ¡Si recordamos las parábolas del Reino, nos resulta todo más inteligible! Nos dice el Señor que su Reino se parece a “un tesoro escondido” en el campo, que el que lo descubre, es capaz de vender todo lo que tiene para comprar el campo aquel. O a un comerciante en perlas finas que, al descubrir “una perla de gran valor”, va y vende lo que tiene para conseguirla (Mt, 13, 44-46). ¡Se nos presenta aquí, por tanto, al discípulo de Cristo como una persona inteligente, sabia y despierta, que descubre un tesoro o una perla preciosa, donde los demás no ven nada!

     El problema está en que “nacemos cristianos” y, tal vez, a lo largo de nuestra vida, no hemos tenido un verdadero encuentro personal con Jesucristo, un redescubrimiento de su persona y de su mensaje, que nos lleve a una opción real y radical por Él. Además, ¿no es verdad que estamos acostumbrados a dejar tantas veces a Cristo y a su Reino para el final o para el último lugar? ¡Sí, la sobras como al perro de la casa!

     ¡El descubrimiento de Jesucristo, por tanto, es fundamental para seguirle de verdad, como nos pide el Evangelio de hoy! Entonces le diremos como el aquel escriba entusiasmado del Evangelio: “Maestro, te seguiré  a dondequiera que vayas (Mt 8, 18). ¡Y lo dejaremos todo con la alegría del que encuentra una ganga, un negocio excelente!

     Ya escribía el Papa San Juan Pablo II, el año 1984, a los jóvenes con quienes se iba a reunir  en  Santiago: “El descubrimiento de Jesucristo es la aventura más importante de vuestra vida”.

 

                                                                                ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 10:55  | Espiritualidad
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 DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO C          

  MONICIONES 

 

 

PRIMERA LECTURA

            La primera lectura de hoy nos presenta las reflexiones de un hombre sabio del Antiguo Testamento, inspirado por el Espíritu Santo. Se pregunta cómo se puede saber lo que Dios quiere que hagamos. La respuesta la hallaremos en el Evangelio.      Escuchemos. 

 

SEGUNDA LECTURA

            La segunda Lectura es un fragmento de una carta pequeña pero muy importante, de S. Pablo. Se refiere a un esclavo llamado Onésimo, que se había fugado de la casa de su amo, un cristiano de buena posición, llamado Filemón. San Pablo le pide que lo reciba como a un hermano cristiano, como si fuera él mismo. ¡Cuánto había cambiado ya, con el cristianismo, la concepción y la relación con los esclavos! 

 

TERCERA LECTURA

            El Señor quiere que todo el que esté dispuesto seguirle, sepa bien de qué se trata y piense primero si será capaz de llevarlo a cabo.

            Pero antes de escuchar el Evangelio, cantemos con alegría el aleluya 

 

COMUNIÓN

            El camino que nos señala Jesucristo es, a primera vista, muy difícil. Por eso, necesitamos venir aquí a alimentarnos con su Palabra y con su Cuerpo Santo.

            ¡Nadie puede decir que es imposible seguir a Jesucristo, cuando nos ofrece tantos medios para conseguirlo! 


Publicado por verdenaranja @ 10:51  | Liturgia
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