Reflexión a las lecturas del domingo de la Solemnidad de Cristo REy C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".
Domingo 34º del T. Ordinario C
La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos este domingo, último del Tiempo Ordinario, es para todos los que amamos y seguimos a Jesucristo, una fiesta hermosa, alegre y esperanzadora.
Decíamos el otro día que, en estas fechas, los cristianos recordamos y celebramos cada año, el final de la Historia humana con la Venida gloriosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Esta solemnidad hemos de encuadrarla, por tanto, en ese marco precioso.
Sea como sea el final de este mundo, que estudian y debaten los científicos, los cristianos tenemos la seguridad de que la historia de la humanidad concluirá con la manifestación plena de Cristo, Rey del Cielo y de la tierra, Señor de la Historia humana, del tiempo y de la eternidad; y trae unas grandes consecuencias prácticas para nosotros y para la Creación entera, que se verá transformada, para participar en el destino glorioso de los hijos de Dios (Rom 8, 19 ss).
¡Celebramos que Cristo es Rey del Universo!; pero, a veces, ante la realidad que contemplamos cada día, podemos llegar a pensar: ¿Cristo es el Rey del Universo? ¿Pero dónde reina Cristo? ¡Hay tantas personas, tantas instituciones y tantos lugares y circunstancias, en las que Cristo no reina!
Esta solemnidad nos señala la naturaleza y dimensiones de ese reinado y el tiempo de su consumación y su manifestación plena y gloriosa.
Jesucristo, ante Pilato, que lo condena a muerte, o crucificado entre dos malhechores, como nos lo presenta el Evangelio de hoy, es la prueba más evidente de que su Reino no es de aquí, “no es de este mundo” (Jn 18, 36 ).
Allí, en la Cruz, los soldados se burlan, precisamente, de su condición de rey, “ofreciéndole vinagre y diciéndole: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Y si Jesús, por un imposible, se hubiera bajado de la Cruz, si, a última hora, hubiera abandonado su misión redentora, ¿qué hubiera sucedido? ¿Qué hubiera sido de nosotros?
¡Bendita paciencia y silencio de Jesús! ¡Benito el aparente fracaso del Hijo de Dios!
Pilato, con espíritu profético, manda colocar un letrero, en hebreo, latín y griego, que decía: “Este es el rey de los judíos”.
Pero es el buen ladrón el que abre su corazón a la fe en un Reino, que no es de aquí.
¿Cómo fue posible, que aquel hombre, atormentado por los horrores de la cruz y de la vida, llegara a aquella expresión sublime? No lo sabemos, pero, al borde de la muerte, acierta a decir a Cristo crucificado junto a él: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Y es entonces cuando escucha de Jesucristo, moribundo, unas palabras que nos hacen estremecer: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
De este modo, aquel hombre, el ladrón arrepentido, al que llamamos el buen ladrón, recibe el primer anuncio de la Redención, del Reino futuro, que todos invocamos y esperamos de su misericordia, por el Misterio de su Pasión y de su Muerte gloriosas.
Me parece que el prefacio de la Misa hace un resumen hermoso de la naturaleza del reinado de Cristo, y lo trascribo aquí, como una síntesis de todo, para nuestra reflexión y para nuestra contemplación: “Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la Creación entera, entregara a tu Majestad infinita un reino eterno y universal: El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.
Si todo esto es así, es lógico que deseemos y pidamos, con toda nuestra alma, cada día, la Vuelta Gloriosa del Señor; y que el Libro Santo cierre sus páginas sagradas con esta invocación: “El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! Y quien lo oiga, diga Ven... Amén. ¡Ven, Señor Jesús!” (Cfr. Ap 22).
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!