Viernes, 29 de noviembre de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo primero de Adviento ofrecida por el scerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR·        

Domingo 1º de Adviento A

        

       En este domingo se nos exige un esfuerzo significativo  para acoger enseguida lo que se nos ofrece: ¡Un nuevo Año Litúrgico!  ¡y  su primera etapa, el Tiempo de Adviento!

       Un nuevo Año y un Tiempo Litúrgico nuevos constituyen un don muy grande del Señor, y merece ser acogido con alegría y  gratitud. Y debemos ponernos en marcha desde el primer momento. El Vaticano II nos dice cosas muy hermosas del Año Litúrgico (S. C. 102).

       ¡Y comenzamos por el Adviento! Es ésta una palabra que significa venida, llegada, advenimiento, y trata de disponer a los fieles para celebrar una Navidad auténtica.            En efecto, cuando llegue la Navidad, muchos cristianos dirán: “¿Lo que celebra la mayoría la gente es Navidad?  Porque en adornos, comidas, felicitaciones y regalos parece que se queda casi todo. ¡Y eso sólo no es Navidad!”

       Sabemos, por experiencia, que las fiestas del pueblo o del barrio, si no se preparan,  o no se celebran o salen mal; ¿cómo vamos a poder celebrar una Navidad sin preparación, es decir, sin  Adviento? ¿No será ésta la razón fundamental de ese desajuste, de esas lamentaciones, de ese sinsentido?

       Y  comenzamos nuestra preparación para celebrar la primera Venida del Señor en Navidad, recordando que los cristianos vivimos siempre en un adviento continuo, porque estamos esperando continuamente la Vuelta Gloriosa de Jesucristo, como hemos venido recordando y celebrando estas últimas semanas del Tiempo Ordinario y seguiremos haciéndolo hasta el día 17 de Diciembre, en que comienzan las  ferias  mayores de Adviento, cercana ya  la Navidad.

       Los acontecimientos de la tierra tienen todos un día y una hora; incluso, para las cosas más ordinarias, hay que pedir cita, etc. Pero el Cristo ha querido ocultarnos todo lo referente al día de su Venida Gloriosa.

       De este modo, todas las generaciones cristianas han esperado, esperan y seguirán esperando  la Venida del Señor, la Parusía, como el acontecimiento más grande e importante que aguardamos.

       En el Evangelio de S. Mateo,  que nos guía este año, Jesús nos dice este domingo: “Estad en vela porque no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor”; y también: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.

       Al mismo tiempo, el Señor nos da un pronóstico un tanto pesimista de aquel Gran Día:  “Sucederá como  en tiempos de Noé. Cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”.

       Pero no deben sorprendernos estas palabras de Jesucristo. Él puede venir esta noche o dentro de mil años. No lo sabemos. Pero si viniera esta noche, ¿cómo nos encontraría? ¿Vigilantes? ¿Preparados?, ¿Esperándole? ¿O como en los días de Noé?

       Con todo, la Venida de nuestro Salvador no es una cita con el miedo, el pesimismo, o la desesperanza. Todo lo contrario. En el salmo responsorial de este domingo, repetimos: “Vamos alegres a la casa del Señor”. Y esa  casa es el Cielo, hacia donde nos dirigimos como peregrinos.

       En resumen, podríamos subrayar lo que nos dice S. Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís”.        

                                                                                          ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

 


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  DOMINGO 1º DE ADVIENTO A

  MONICIONES

 

 

PRIMERA LECTURA

            El profeta Isaías contempla, como desde una atalaya, los tiempos del Mesías, y presenta a todos los pueblos caminando hacia Jerusalén, ciudad de Dios, figura de la Iglesia. Esta profecía hallará su cumplimiento pleno en la Vuelta Gloriosa del Señor.     Escuchemos con atención y con fe.  

SALMO

            ¡Cantemos al Señor. Jerusalén es figura del Reino de Dios, el Cielo, hacia el cual hemos de dirigirnos con alegría y esperanza.

 SEGUNDA LECTURA

            El Adviento constituye una llamada muy fuerte a espabilarnos de nuestra modorra y apatía, porque la luz de Cristo que viene, brilla ya.

            Pocas palabras podríamos escuchar hoy más adecuadas a nuestra situación, que esta exhortación de S. Pablo.

 TERCERA LECTURA

            En el Evangelio el Señor nos advierte de la necesidad de estar en vela y preparados, ante su Venida Gloriosa, para que cuando Él vuelva nos encuentre esperándole.

            Aclamémosle ahora con el canto del aleluya.

 COMUNIÓN

            En la Comunión nos encontramos con Jesucristo, que está ahora glorioso en el Cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Así, de algún modo, se nos anticipa en la tierra, el encuentro pleno y definitivo que tendrá lugar en su Vuelta Gloriosa, en el Cielo,  a la que se nos hace referencia en este primer domingo de Adviento.

 


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Viernes, 22 de noviembre de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo de la Solemnidad de Cristo REy C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".                  

Domingo 34º del T. Ordinario C

 

                        La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos este domingo, último del Tiempo Ordinario, es para todos los que amamos y seguimos a Jesucristo, una fiesta hermosa, alegre y  esperanzadora.

                        Decíamos el otro día que, en estas fechas, los cristianos recordamos y celebramos cada año, el final de la Historia humana con la Venida gloriosa de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Esta solemnidad hemos de encuadrarla, por tanto, en ese marco precioso.

                        Sea como sea el final de este mundo, que estudian y debaten los científicos, los cristianos tenemos la seguridad de que la historia de la humanidad concluirá con la manifestación plena de Cristo, Rey del Cielo y de la tierra, Señor de la Historia humana, del tiempo y de la eternidad; y trae unas grandes consecuencias prácticas para nosotros y para la Creación entera, que se verá transformada, para participar en el destino glorioso de los hijos de Dios (Rom 8, 19 ss).

                        ¡Celebramos que Cristo es Rey del Universo!; pero, a veces, ante la realidad que contemplamos cada día, podemos llegar a pensar: ¿Cristo es el Rey del Universo? ¿Pero dónde reina Cristo? ¡Hay tantas personas, tantas instituciones y tantos lugares y circunstancias, en las que Cristo no reina!

       Esta solemnidad nos señala la naturaleza y dimensiones de ese reinado y el tiempo de su       consumación y su manifestación plena y gloriosa.

       Jesucristo, ante Pilato, que lo condena a muerte, o crucificado entre dos malhechores, como nos lo presenta el Evangelio de hoy, es la prueba más evidente de que su Reino no es de aquí, “no es de este mundo” (Jn 18, 36 ).

       Allí, en la Cruz, los soldados se burlan, precisamente, de su condición de rey, “ofreciéndole vinagre y diciéndole: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Y si Jesús, por un imposible, se hubiera bajado de la Cruz, si, a última hora, hubiera abandonado su misión redentora, ¿qué hubiera sucedido? ¿Qué hubiera sido de nosotros?

       ¡Bendita paciencia y silencio de Jesús! ¡Benito el aparente fracaso del Hijo de Dios!

       Pilato, con espíritu profético, manda colocar un letrero, en hebreo, latín y griego, que decía: “Este es el rey de los judíos”.

       Pero es el buen ladrón el que abre su corazón a la fe en un Reino, que no es de aquí.

       ¿Cómo fue posible, que aquel hombre, atormentado por los horrores de la cruz y de la vida, llegara a aquella expresión sublime? No lo sabemos, pero, al borde de la muerte, acierta a decir a Cristo crucificado junto a él: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Y es entonces cuando escucha de Jesucristo, moribundo, unas palabras que nos hacen estremecer: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

      De este modo, aquel hombre, el ladrón arrepentido, al que llamamos el buen ladrón, recibe el primer anuncio de la Redención, del Reino futuro, que todos invocamos y esperamos de su misericordia, por el Misterio de su Pasión y de su Muerte gloriosas.

      Me parece que el prefacio de la Misa hace un resumen hermoso de la naturaleza del reinado de Cristo, y lo trascribo aquí, como una síntesis de todo, para nuestra reflexión y para nuestra contemplación: “Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la Creación entera, entregara a tu Majestad infinita un reino eterno y universal:  El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

       Si todo esto es así, es lógico que deseemos y pidamos, con toda nuestra alma, cada día, la Vuelta Gloriosa del Señor; y que el Libro Santo cierre sus páginas sagradas con esta invocación: “El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! Y quien lo oiga, diga Ven... Amén. ¡Ven, Señor Jesús!” (Cfr. Ap 22).

 

                                                                                                       ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 34º DEL TIEMPO ORDINARIO C 

MONICIONES

  

PRIMERA LECTURA

            La primera lectura trata del momento en el que las tribus de Israel eligen a David como rey. Este acontecimiento prefigura a Cristo, cuyo Reino hemos de acoger con fe y alegría.

            Escuchemos. 

SALMO

            Como respuesta a la Palabra de Dios, proclamemos la alegría de pertenecer a la Iglesia, que encierra, en germen, el Reino de la Dios, hasta que llegue a su plenitud, con la Venida Gloriosa del Señor.

SEGUNDA LECTURA

            La lectura que vamos a escuchar es un himno a Jesucristo, Rey y Redentor. En Él convergen todas las cosas y toda la Historia. Él lo llevará todo a su plenitud.

            Escuchemos con atención y con fe.  

 

TERCERA LECTURA

            Ante el reinado de Jesucristo se reacciona de distinta manera: unos, como los soldados, se lo toman a broma y se burlan. Otros, se lo toman muy en serio, como el ladrón arrepentido.

            Nosotros aclamemos a Cristo Rey, con alegría y esperanza, con el canto del aleluya.

 

COMUNIÓN

            Cristo es Rey y Pastor de su pueblo; Él es el Pastor bueno que nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre, para que tengamos la fortaleza necesaria para permanecer siempre como miembros fieles de su Reino, y para extenderlo entre nosotros, en nuestros ambientes, y  hasta los confines de la tierra y de la Historia como Él nos mandó. 


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S?bado, 09 de noviembre de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo treintidos del Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 32º del T. Ordinario C

 

        Ya sabemos que el Evangelio de San Lucas se estructura como un camino hacia Jerusalén. El domingo 13º, con el comienzo de la segunda parte de este Evangelio, comenzábamos ese ca-  mino. Hoy llega a su término. El texto de este día nos lo presenta ya en Jerusalén, donde “enseñaba a diario en el templo” (Lc 19, 47).

                     Uno de aquellos días, unos saduceos, que se distinguían de los fariseos, en que negaban la resurrección de los muertos y la existencia de ángeles y espíritus, se acercan a Jesús para presentarle una objeción contra de la resurrección.

         Se trata de una mujer que, de acuerdo con la Ley de Moisés, estuvo casada con siete hermanos, y había muerto. Y le preguntan: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer, porque los siete han estado casados con ella?”

                     Seguro que irían por el camino frotándose las manos y diciéndose unos a otros: “A este Maestro de Nazaret, lo vamos a dejar en ridículo, se va a quedar sin palabras, cuando le presentemos nuestro caso. ¡Verá qué absurda es esa doctrina que enseña acerca de la resurrección de los muertos. Le quedará totalmente demostrado que si eso fuera verdad, ¡qué líos se iban a formar después de la muerte!

   Pero yo estoy pensando, mientras escribo, que si estos días nos hicieran a nosotros, los cristianos de hoy, esa pregunta, qué responderíamos?

   Jesús lo resuelve muy fácilmente: ¡Después de la resurrección no habrá matrimonios!   ¡Serán todos libres como los ángeles! Por tanto, ¡ninguno de los siete hermanos se peleará por la mujer que tuvieron todos en la tierra!   

   Recuerdo que en una Jornada Mundial de la Juventud, San Juan Pablo II decía a los cientos de miles de  jóvenes reunidos, que hay cuestiones en las que Jesucristo es “el único interlocutor competente”, porque Él es el único que conoce y entiende de esos temas.

   Nosotros los conocemos sólo porque Él nos lo ha enseñado. En efecto, ¿por qué conocemos, con toda seguridad, la existencia del Cielo, del Purgatorio y del Infierno, sino porque Él nos lo ha manifestado? Y así podríamos continuar…

   En la conversación con Nicodemo, Jesús le dice: “Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo?” (Jn 3, 11-13).

   ¡Está claro, la resurrección de los muertos es una de aquellas cuestiones de las que hablaba el Papa en la Jornada Mundial de la Juventud!

   Pero hay más. Sigue diciendo el Señor: “Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos”.

   ¡Qué importante y decisivo es tener una fe cierta, convencida, en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro! Esa fe es la que sostuvo en el martirio a aquellos muchachos, los macabeos, que  nos presenta la primera lectura de este domingo. Y esa fe es la que ha sostenido, a lo largo de los siglos, a muchos hombres y mujeres en medio de las mayores dificultades, sin excluir la misma muerte, como es el caso de los mártires.

   Y al terminar el Año Litúrgico, hoy es ya el domingo 32º, se nos presentan estos temas, porque cada año, por estas fechas, recordamos y celebramos el término de la Historia humana, con la Segunda Venida del Señor, que dará paso a la resurrección de los muertos y a la vida del mundo futuro.

   Y todas estas cosas las celebramos, las vivimos y las anunciamos como miembros de una misma Iglesia, que es, al mismo tiempo, Diocesana y Universal.

                                                                                                               ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO C             

MONICIONES

 

 PRIMERA LECTURA

            Escuchamos en la primera lectura una historia impresionante. Siete hermanos judíos y su madre, son detenidos y forzados a quebrantar la Ley de Dios; pero ellos prefieren afrontar los tormentos y la muerte, seguros de que el Señor del Universo les resucitará.

 SALMO

            También nosotros esperamos alcanzar la vida eterna, siguiendo el camino del Señor. Por eso proclamamos en el salmo: “Al despertar (es decir, al resucitar) me saciaré de tu semblante, Señor”. 

SEGUNDA LECTURA

            El apóstol San Pablo exhorta a los fieles a mantenerse firmes en la fe, practicando toda clase de obras buenas y orando para que la Palabra de Dios se siga extendiendo. 

TERCERA LECTURA

Frente a la grave dificultad, que le presentan los saduceos, Jesús reafirma  la realidad de la resurrección y la vida después de la muerte.

Aclamémosle ahora con el canto del aleluya. 

COMUNIÓN

          Al acercarnos hoy a comulgar, recordemos las palabras del Señor: "El que come y carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día".

            Pidámosle al Señor que acreciente en nosotros la certeza de nuestra victoria definitiva sobre la muerte y  que seamos en todas partes testigos y mensajeros de esta esperanza.


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Mi?rcoles, 06 de noviembre de 2019

Comentario litúrgico al XXXII Domingo Ordinario por el P.    Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. NOVIEMBRE 05, 2019 0(zenit)

TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN

Ciclo C

Textos: 2 Mac 7, 1-2. 9-14; 2 Tes 2, 15- 3, 5; Lc 20, 27-38

Idea principal: Creo con fe firme en el dogma de la resurrección de la carne.

Síntesis del mensaje: En este domingo el Señor nos invita a meditar con fe y serenidad en las verdades eternas que viviremos después de nuestra muerte. ¿Qué habrá después de esta vida? La muerte, el juicio, el veredicto de Dios: o el premio –después de una purificación en el purgatorio– o el castigo, que Dios nunca quiso, pero que nosotros nos ganamos con nuestra rebeldía y desamor, y finalmente la resurrección de nuestro cuerpo en la vida eterna. Todo el mes de noviembre está impregnado por estas verdades, sobre todo con la celebración de la fiesta de todos los Santos y la de los fieles Difuntos. El Catecismo de la Iglesia católica en el número 988 dice así: “el Credo cristiano —profesión de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción creadora, salvadora y santificadora— culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna”. Y en el número 990 declara: La “resurrección de la carne” significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” (Rm 8, 11) volverán a tener vida”.

Puntos de la idea principal:

En primer lugarla primera lectura nos muestra que algunos mártires, en medio de una persecución contra los judíos, tuvieron una gran fe en la resurrección. Los judíos de los siglos precedentes no habían descubierto todavía la fe en la resurrección. Su creencia era similar a la de muchos pueblos –los griegos, por ejemplo- que pensaban que los hombres, tras la muerte, continuaban teniendo una existencia en los infiernos (que los judíos llamaban sheol), pero una existencia miserable, una existencia espectral, indigna de la naturaleza humana, y todavía menos de Dios. La muerte se les presentaba como una ruptura irreparable. Pero algunos recibieron la inspiración de Dios de una esperanza más allá de la muerte: “No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción” (Salmo 15, 10). Esperanza de que Dios les llevará consigo. Estos judíos estaban convencidos de que, para tener una vida plena junto a Dios, también debía resucitar su cuerpo. Preguntemos, si no, a la madre de los siete hijos (1ª lectura), a quien el rey Antíoco exigía –para que abandonaran su religión- comer carne de cerdo, prohibida por la ley de Moisés, por ser animal impuro. Para conservar la pureza ritual había que abstenerse absolutamente de comer de cerdo. Estos jóvenes resistieron y fueron fieles a la ley. Lo que les mantenía en su lucha contra el perseguidor era la fe en la resurrección. Tenían confianza de que Dios les recompensaría con una resurrección gloriosa. Dios no puede abandonar a sus fieles.

En segundo lugar, ahora es Jesús en el evangelio de hoy quien profesó esta certeza de la resurrección; más aún, anunció su propia resurrección. Ante la pregunta ridícula de los saduceos sobre la mujer que se casó siete veces – ¿de quién será mujer, de los siete esposos que tuvo? -, da una respuesta luminosa y decisiva al misterio de la resurrección. Les hace ver que tienen una idea equivocada de la resurrección. No es el retorno a la vida terrena, sino una resurrección que inaugura una vida completamente nueva de relación con Dios, llena de alegría y gozo, sin mezcla de tristeza ni fatiga, que sólo se dan aquí en la tierra. En esta nueva vida con Dios ya no hay necesidad de casarse ni de relaciones íntimas. Hay amor, pero no vida sexual, que en la tierra era consuelo, placer y bendición entre esposo y esposa para reforzar el amor entre los esposos y procrear. La vida allá no es continuación de la de aquí, llena de placeres sensibles y carnales, aunque legítimos y buenos, dentro de un matrimonio santo. No se necesita procrear, porque allá habrá sólo vida, no muerte. Allá seremos como ángeles, dice Jesús, con existencia espiritual, aunque con su cuerpo resucitado. Lo que esperamos no es una vida terrena, aunque mejorada, sino una vida celestial en plenitud, al lado de Dios y sus santos.

Finalmente, creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella” (Tertuliano, De resurrectione mortuorum 1, 1). Busquemos ya aquí en la tierra los valores celestiales: amor, alegría, paz y unión con Dios y con todos los hermanos, sin odios ni egoísmos. Es una felicidad más profunda y completa, que aquí en la tierra era un sorbo, un aperitivo, mezclado a veces con la hiel y el vinagre. La 2ª lectura nos ayuda a prepararnos para esa resurrección: con confianza en Dios y esperanza inquebrantable, aún en medio de luchas y tribulaciones, pues el amor de Dios prevalecerá al final. Cristo nos ha prometido esta resurrección.

Para reflexionar: Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad: «Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos […] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos […] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).

Para rezar: agradezcamos la gracia de la vida eterna con las palabras de uno de los grandes doctores de la Iglesia, San Agustín:

“Entonces seremos libres y veremos,
veremos y amaremos,
amaremos y alabaremos.
He aquí lo que sucederá al fin sin fin”.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]


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S?bado, 02 de noviembre de 2019

Reflexión a las lecturas del domingo treintiuno de Tiempo Ordinario C ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el apígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"                      

Domingo 31º del T. Ordinario C

 

         Zaqueo era una persona destacada en aquella sociedad en que vivía. San Lucas nos lo presenta como “jefe de publicanos y rico”. 

          Y este hombre tiene interés, no sabemos por qué, de ver a Jesús. Y, distinguido como era, se sube a una higuera y se contenta con verlo pasar de cerca.

          Pero en realidad, Zaqueo buscaba a Jesús, porque antes Jesús lo buscaba a él. ¡Es el misterio de la gracia divina, que precede y acompaña la acción humana!

          ¡Quién vería la cara de aquel hombre, cuando Jesús se para, le mira y le dice: “Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa!”. ¡Qué conmoción tuvo que producirse en su interior!  Lucas lo resume todo, diciendo sencillamente: “Él bajó enseguida y lo recibió muy contento”.

          De esta forma, este hombre se siente, quizá por primera vez, amado y distinguido por un judío. Quizá, por primera vez, se siente mirado por un judío, sin ser despreciado.

          Después Lucas nos presenta una doble escena: La primera, fuera de la casa: “Al ver esto, todos murmuraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. La segunda, dentro de la casa. El Evangelio nos la presenta de forma adversativa: “Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres;  y, si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. ¡Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido!”.

          ¡Impresionante! ¡Asombroso!

          Todos nos preguntamos enseguida: ¿Qué le ha sucedido a Zaqueo para que actúe así? ¿Cómo ha sido capaz de convertirse hasta ese extremo?

          Está claro: ¡Jesucristo que le buscaba, como decíamos antes, le concedió el don de la conversión!

           ¡La conversión, el cambio de vida, no es fruto exclusivo del hombre, de su voluntad, de su fuerza interior! ¡Es, ante todo, y, sobre todo, don, gracia que el Señor no niega a nadie que quiera cambiar! ¡Sin ese don, la conversión es imposible o es cosa de un momento!  Por eso, en la S. Escritura leemos: “Conviértenos, Señor. Y nos convertiremos a ti” (Lam. 5, 7).

          Zaqueo es, pues, imagen de todo el que busca un cambio radical en su vida: comenzar de nuevo, partir de cero otra vez.

          Los cristianos no tenemos que envidiarle porque Jesucristo, vivo y resucitado, está presente en medio de nosotros, y nos busca para reproducir en nosotros lo de Zaqueo. ¡Él ha instituido los sacramentos, como signos y lugares de su presencia y de su eficacia salvadora!

          ¡En el sacramento de la Penitencia, o mejor, en el de la Reconciliación, el Señor acoge nuestra conversión y dice también de cada uno de nosotros: “Hoy ha sido la salvación de esta casa!”.

          ¡De este modo, se vale el Señor de la fragilidad de lo humano, del ministerio ordenado, para seguir realizando hoy sus maravillas en nosotros, como entonces, en casa de Zaqueo!

                                                                                ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!           


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DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO C 

MONICIONES 

 

 

PRIMERA LECTURA

      Hoy, en el Evangelio, contemplaremos una escena especialmente entrañable: El encuentro de Jesús con Zaqueo.

      En la primera lectura, un sabio del Antiguo Testamento, nos explica cómo Dios se acerca a los pecadores con amor y  misericordia.

 SALMO

      Cantemos en el salmo al Dios clemente y misericordioso, que es bueno y cariñoso con todas sus criaturas.

 SEGUNDA LECTURA

      En la segunda lectura S. Pablo nos habla hoy de un tema que preocupaba mucho a los cristianos de su tiempo y que también se plantea actualmente en alguna ocasión: Se trata de saber si el fin del mundo, o mejor, la Segunda Venida del Señor, está cerca. El apóstol les llama a la tranquilidad y a la paz  de acuerdo con lo que les ha enseñado.

 TERCERA LECTURA  

      Aclamemos ahora, con el canto del aleluya, a Jesucristo nuestro Salvador, que, en su encuentro con Zaqueo nos revela el rostro misericordioso de Dios Padre.

      ¡Qué dicha la nuestra que tenemos un Padre así!

 COMUNIÓN

      En la Comunión Jesucristo, el Señor, quiere hospedarse en nuestra casa, en nuestro corazón, como un día en casa de Zaqueo. Que su ejemplo  nos estimule a recibirle muy contentos, a convertirnos más y más, y a unirnos más a Él. 


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