Reflexión a las lecturas de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
La Inmaculada Concepción
Los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua excluyen cualquiera otra celebración, incluso, una fiesta de la Virgen como ésta, pero la Santa Sede ha concedido la facultad de poder celebrarla en España por ser su patrona, por la especial devoción que se la tiene en nuestros pueblos y ciudades, y también por la aportación significativa de nuestros teólogos y santos, y, en general, de toda la Iglesia española, al estudio, defensa y proclamación del dogma de la Inmaculada. No en vano el Papa acude cada año, en la tarde de esta solemnidad, al Monumento de la Inmaculada de la Plaza de España, en Roma, para orar ante la Imagen de la Virgen, cerca de la Embajada de nuestro país.
Para esta concesión se han puesto algunas condiciones, como que la segunda lectura de la Misa del día se tome del segundo domingo de Adviento.
En medio de este tiempo, en efecto, ¡cuánto nos ayuda esta solemnidad de la Virgen! ¡Parece como si estuviera pensada, expresamente, para nuestra preparación para la Navidad! Comprendemos enseguida cómo esta Celebración festiva nos ayuda a comprender mejor la necesidad de un Salvador, nos indica cómo tendría que ser nuestra preparación para su Venida en la Navidad, y nos dice, incluso, cómo tendría que ser toda nuestra vida cristiana.
En la 1ª Lectura contemplamos cómo el hombre rompe con Dios. Pierde su condición de hijo, y aparece el sufrimiento, el mal y la muerte. ¡Es el pecado original!
De esta forma, se mete en un callejón sin salida: Ha podido alejarse de Dios, pero ahora, por sí mismo, no puede volver a Él. Tendrá que venir Dios mismo a salvarle.
¡Se necesita, por tanto, un Salvador! Y no sólo lo necesitaron nuestros primeros padres, sino todo hombre y toda mujer. A todos nos llegan las consecuencias de un pecado que no cometimos. Y la misma sociedad experimenta, de algún modo, “el misterio del mal”, las consecuencias del pecado y la necesidad de un libertador. Y el problema se agrava porque, al carecer, con mucha frecuencia, de una adecuada formación religiosa, se desconoce el origen del mal que sufre, incluso, que le atormenta y llega a destruirle, y llega a echarle la culpa al mismo Dios.
¿Y qué es celebrar la Navidad sino saltar de gozo, al contemplar al Salvador que llega?
De este modo, comprendemos también mejor la necesidad de prepararnos, de la mejor manera posible, para esta gran festividad que se acerca.
¿Y cómo hacerlo? ¿De qué mejor manera que como Dios mismo preparó a la Virgen María, desde el momento mismo de su Concepción? En efecto, cuando el alma de la Virgen se va a unir a su cuerpo en el seno de su madre, Dios interviene y la preserva del pecado original y la llena de gracia. Por eso hablamos de Concepción Inmaculada, es decir, sin mancha, sin pecado.
En el Evangelio de hoy escuchamos cómo el ángel la saluda como la llena de gracia. Así, nosotros, en nuestra preparación para la Navidad, tenemos que esforzarnos por liberarnos de todo pecado y crecer en santidad.
Hoy contemplamos, por tanto, a María, toda limpia, toda hermosa. Y la Iglesia en este día proclama: "Todo es hermoso en ti, Virgen María, ni siquiera tienes la mancha del pecado original". Y también, con el salmo responsorial: “¡Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas!”.
Y cuando los poetas se han acercado a este misterio de la Virgen, se han quedado sin palabras: "Bien lo sé yo, musa mía, el gran himno de María no lo rima ni lo canta miel de humana poesía ni voz de humana garganta”. Y también: “Sol del más hermoso día, Vaso de Dios puro y fiel. ¡Por ti pasó Dios, María! Cuán pura el Señor te haría, para hacerte digna de Él”. (Gabriel y Galán).
Por último, descubrimos aquí cómo tiene que ser toda nuestra vida: ¡Una lucha constante!, como dice la primera lectura: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!