Viernes, 06 de marzo de 2020

Reflexión a las lecturas del domingo segundo de Cuaresma A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"  

Domingo 2º de Cuaresma

 

Después de que el hombre y la mujer fueron expulsados del Paraíso, como contemplábamos el domingo pasado, la vida es una lucha, a veces desesperada, por alcanzar la felicidad perdida.

¡Y lo fundamental es descubrir el camino para poder encontrarla! ¡Y son tantos los que no lo encuentran, e incluso, la dan por imposible!

Por supuesto, que, enseguida, se descarta el camino que nos ha señalado el Señor, “el camino del Evangelio”. Y, en realidad y, a primera vista, parece que es todo lo contrario a un camino de dicha y de alegría. Son muchos los que  dicen: “¡Todo lo bueno, o hace daño o está prohibido!”

De ahí la importancia del mensaje de este 2º domingo de Cuaresma. El prefacio de la Misa lo resume y lo expresa todo de un modo precioso: (Jesucristo) “después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas, que por la Pasión, se llega a la gloria de la Resurrección”.

Los discípulos, imbuidos por la mentalidad de un “Mesías-Rey”, no podían entender que Jesucristo tuviera que padecer: ser detenido, despreciado, condenado  y morir en una cruz. ¡Y era lógico! Si esperaban del Mesías la liberación y el Reino, ¿cómo iban a comprender y a aceptar que  todo terminara en un fracaso, en una cruz, en nada? ¡Porque lo de resucitar ellos no lo entendían en absoluto. Y además, ¿no se pasaron  todo el tiempo discutiendo quién iba a ser el primero en el Reino?

Por eso Jesús  lleva a  tres predilectos a lo alto de una montaña y se transfigura, es decir, les concede vislumbrar algo de la grandeza divina, que ocultaba su Humanidad, y les hace esta gran revelación: “Que la pasión es el camino de la resurrección”, es decir, que aquellos sufrimientos y la misma muerte, que les había anunciado, no iban a ser el fin de todo. ¡Sólo serían camino, paso, Pascua!,  es decir, ¡Resurrección y Vida sin fin! ¡Dicha, triunfo, alegría y gozo para siempre!

Y allí aparecieron Moisés y Elías como testigos de que todo eso estaba anunciado en la Ley (Moisés) y en los Profetas (Elías), es decir, en  todo el Antiguo Testamento. Por eso, Jesús la tarde de la Resurrección, les reprocha a los discípulos de Emaús: "¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras”(Lc 24,26-28). ¡Dichosos ellos!

Cristo, por tanto, siguiendo el camino del sufrimiento y de la cruz, alcanza su perfecta glorificación como hombre y la salvación del mundo entero. ¡Jamás nadie ha extraído del mal tanto bien! Y ello es un reto para nosotros, llamados continuamente a convertir el sufrimiento en algún bien (Rom 8, 28).

Y a seguir este camino nos invita el Señor cuando nos dice: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc 8, 34).

Y el Padre, desde la nube, nos urge a aceptar, a acoger y a seguir aquel camino, cuando nos dice o nos grita: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”.

En resumen, ¡He aquí el camino! ¡Lo hemos encontrado! ¡Nos lo ha revelado el Señor en la Montaña de la Transfiguración! ¡Por aquí se llega a la alegría desbordante de la Pascua, que es temporal y eterna, a la dicha sin fin…! ¡Este es el camino de la verdadera y de la máxima felicidad, imperfecta, ciertamente, en la tierra, y perfectísima, en el Cielo, como nos repetían tantas veces en el Seminario, cuando estudiábamos Filosofía.

 ¿Y por qué todos los años, en el 2º domingo de Cuaresma se nos presenta este mismo Misterio?

 Porque el camino de la verdadera Cuaresma es difícil; y puede venir el desánimo y podemos entrar en crisis como los discípulos en Cesarea de Filipo. Y en un caso u otro, todos necesitamos como ellos, la experiencia del Tabor, que prefigura la vida del Cielo, donde estaremos, por toda la eternidad, repitiendo lo que Pedro balbucía en lo alto de la Montaña: “Señor, ¡qué bueno  es que estemos aquí!”.                                                                                                                                             

                                                                                                        ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 16:56  | Espiritualidad
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