Domingo, 26 de abril de 2020

Carta del Santo Padre a todos los fieles para el mes de mayo de 2020. (zenit 26 abril 2020)

***

Queridos hermanos y hermanas:

Se aproxima el mes de mayo, en el que el pueblo de Dios manifiesta con particular intensidad su amor y devoción a la Virgen María. En este mes, es tradición rezar el Rosario en casa, con la familia. Las restricciones de la pandemia nos han “obligado” a valorizar esta dimensión doméstica, también desde un punto de vista espiritual.

Por eso, he pensado proponerles a todos que redescubramos la belleza de rezar el Rosario en casa durante el mes de mayo. Ustedes pueden elegir, según la situación, rezarlo juntos o de manera personal, apreciando lo bueno de ambas posibilidades. Pero, en cualquier caso, hay un secreto para hacerlo: la sencillez; y es fácil encontrar, incluso en internet, buenos esquemas de oración para seguir.

Además, les ofrezco dos textos de oraciones a la Virgen que pueden recitar al final del Rosario, y que yo mismo diré durante el mes de mayo, unido espiritualmente a ustedes. Los adjunto a esta carta para que estén a disposición de todos.

Queridos hermanos y hermanas: Contemplar juntos el rostro de Cristo con el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá todavía más como familia espiritual y nos ayudará a superar esta prueba. Rezaré por ustedes, especialmente por los que más sufren, y ustedes, por favor, recen por mí. Les agradezco y los bendigo de corazón.

Roma, San Juan de Letrán, 25 de abril de 2020
Fiesta de san Marcos, evangelista

FRANCISCO

Oración 1

Oh María,
tú resplandeces siempre en nuestro camino
como un signo de salvación y esperanza.
A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos,
que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús,
manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación del pueblo romano,
sabes lo que necesitamos
y estamos seguros de que lo concederás
para que, como en Caná de Galilea,
vuelvan la alegría y la fiesta
después de esta prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre
y hacer lo que Jesús nos dirá,
Él que tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo
y se cargó de nuestros dolores
para guiarnos a través de la cruz,
a la alegría de la resurrección. Amén.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
no desprecies nuestras súplicas en las necesidades,
antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.

Oración 2

“Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios”.

En la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, Madre de Dios y Madre nuestra, y buscamos refugio bajo tu protección.

Oh Virgen María, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus, y consuela a los que se encuentran confundidos y lloran por la pérdida de sus seres queridos, a veces sepultados de un modo que hiere el alma. Sostiene a aquellos que están angustiados porque, para evitar el contagio, no pueden estar cerca de las personas enfermas. Infunde confianza a quienes viven en el temor de un futuro incierto y de las consecuencias en la economía y en el trabajo.

Madre de Dios y Madre nuestra, implora al Padre de misericordia que esta dura prueba termine y que volvamos a encontrar un horizonte de esperanza y de paz. Como en Caná, intercede ante tu Divino Hijo, pidiéndole que consuele a las familias de los enfermos y de las víctimas, y que abra sus corazones a la esperanza.

Protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar otras vidas. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.

Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos.
Virgen Santa, ilumina las mentes de los hombres y mujeres de ciencia, para que encuentren las soluciones adecuadas y se venza este virus.

Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

Santa María, toca las conciencias para que las grandes sumas de dinero utilizadas en la incrementación y en el perfeccionamiento de armamentos sean destinadas a promover estudios adecuados para la prevención de futuras catástrofes similares.

Madre amantísima, acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio y la constancia en la oración.

Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.

Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.

© Libreria editorial vaticana


Publicado por verdenaranja @ 19:41  | Habla el Papa
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S?bado, 25 de abril de 2020

Comentario litúrgico al Tercer Domingo de Pascua por el p. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. ABRIL 21, 2020 (zenit)

TERCER DOMINGO DE PASCUA

Ciclo A

Textos: Hechos 2, 14.22-33; 1 Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35

Idea principal: Para reconocer a Cristo resucitado en nuestra vida –y más hoy con la pandemia– necesitamos ojos sin telarañas, pies sin grilletes y corazón sin hielo ni glaciares.

Resumen del mensaje: Jesús resucitado está realmente entre nosotros, aunque nos cueste verlo en medio de tanto dolor y muerte por culpa del coronavirus. Para darnos cuenta de su presencia debemos tener los ojos de la fe bien abiertos a la luz de la Palabra de Dios para entender los signos de Dios hoy, los pies bien ágiles para caminar por la vida con las alas de la esperanza y el corazón en ascuas y enardecido por la Eucaristía para reconocer a Jesús en el partir del pan. Hoy más que nunca, ayudemos a nuestros seres queridos en la casa para pedir a Cristo resucitado nuevos ojos, nuevos pies, nuevo corazón.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, para reconocer la presencia de Cristo resucitado -también hoy- necesitamos los ojos de la fe bien abiertos para dejarnos iluminar por la Palabra de Dios que es luz en el camino de la vida y nos explica todos los eventos -hoy éste del coronavirus- desde la historia de la salvación. La Sagrada Escritura nos da la visión correcta sobre Dios, sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre el hombre y sobre todos los eventos de nuestra vida. La Sagrada Escritura es brújula que marca el norte. Sin ella tendremos una visión horizontalista, relativista y parcial de todo, como los dos discípulos de Emaús. Cuando no, actitudes de protesta, blasfemia y queja continua. Dejemos que Cristo en este tiempo duro nos explique, a través de la Iglesia, las Escrituras para que se nos abra el entendimiento y nos tire las telarañas.

En segundo lugar, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos los pies de la esperanza bien ágiles. Los dos discípulos caminaban apesadumbrados, pues tenían la esperanza quebrada por la desilusión, el desaliento y el desengaño. “Nosotros esperábamos…”. Cristo, al unirse a ellos en el camino, les agiliza el paso, les renueva la esperanza con su presencia y su palabra, y les reprende con cariño, pues sus expectativas estaban a sideral distancia de los ideales del Señor.

Les disipa los proyectos horizontalistas y temporalistas, y los aúpa a una visión sobrenatural para que les renazca la esperanza. Y les resucitó la esperanza, al darles una lectura y exégesis espiritual de los hechos ocurridos en esos días –hoy también para nosotros–, que para ellos –y para nosotros– eran motivo de escándalo y aldabonazo para su esperanza.

Sólo así el cristianismo ni las pruebas que Dios permite no serán un escándalo, ni la cruz una derrota ni la sangre de Cristo un derroche innecesario. Dejemos que Cristo nos reprenda nuestras visiones chatas y alicortas de su misterio humano-divino, y rompa los grilletes de nuestros pies.

Finalmente, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos un corazón enardecido y en ascuas. Sólo así invitaremos a Jesús, como hicieron estos discípulos, a entrar en nuestra casa para celebrar su Pascua eucarística con nosotros y parta su Pan con nosotros en familia en estos momentos privilegiados de confinamiento obligado. Sólo gracias a la Eucaristía el ardor divino fundirá el hielo de nuestro egoísmo que nos tiene petrificados, y disipará la nube de preocupaciones y vanas solicitudes que entenebrecen nuestro espíritu.

La compañía de Jesús eucarístico es siempre santificadora; las comuniones –hoy las espirituales, después las sacramentales–, por más desolados que estemos, tienen una eficacia insospechada. “Quédate con nosotros, Señor, porque ya es tarde”. Con Jesús eucarístico todo se ilumina, los fantasmas y temores huyen. ¡Es Jesús, pero trasfigurado! Aquel rescoldo del camino se ha convertido en ardorosa llamarada. Y Jesús desaparece en ese momento. Quiere que pasemos de su presencia carnal a su presencia espiritual y eucarística.

La resurrección de Cristo inaugura este género de presencia. Pasemos –es lo que significa Pascua- de una visión materialista a una visión de fe. Y con los pies ágiles salgamos a anunciar esta buena nueva: “Cristo ha resucitado” a quienes viven en la oscuridad y en la desolación, y hoy, en la tristeza y, tal vez, en la rebeldía, por la situación del virus. Cristo resucitado derritió el glacial de nuestro corazón y lo convirtió en hoguera devoradora. Y matará, cuando Él lo decida, este coronavirus, para algunos “maldito”, y para los que tenemos fe “es una ocasión para aprender unas lecciones que habíamos olvidado”.

Para reflexionar: ¿Por qué a veces nos pasa en la celebración de la Eucaristía dominical que nuestros ojos no se abren para reconocer a Jesús y nuestro corazón no arde cuando escuchamos las Escrituras? ¿Por qué regresamos a casa con el corazón angustiado como cuando vinimos? ¿No será porque no hemos reconocido al Señor en su Palabra y en el partir del pan, y por lo mismo no partimos el pan con nuestros hermanos?

Para rezar: Con el salmo 15, leído hoy, quiero rezar así: “Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha”. Así hiciste con los discípulos de Emaús, y quiero que lo hagas también conmigo.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]


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Reflexión de José Antonio Pagola al evangelio del domingo tercero de Pascua A.

DOS EXPERIENCIAS CLAVE 

Al pasar los años, en las comunidades cristianas se fue planteando espontáneamente un problema muy real. Pedro, María Magdalena y los demás discípulos habían vivido experiencias muy «especiales» de encuentro con Jesús vivo después de su muerte. Experiencias que a ellos los llevaron a «creer» en Jesús resucitado. Pero los que se acercaron más tarde al grupo de seguidores, ¿cómo podían despertar y alimentar esa misma fe?

Este es también hoy nuestro problema. Nosotros no hemos vivido el encuentro con el Resucitado que vivieron los primeros discípulos. ¿Con qué experiencias podemos contar nosotros? Esto es lo que plantea el relato de los discípulos de Emaús.

Los dos caminan hacia sus casas, tristes y desolados. Su fe en Jesús se ha apagado. Ya no esperan nada de él. Todo ha sido una ilusión. Jesús, que los sigue sin hacerse notar, los alcanza y camina con ellos. Lucas expone así la situación: «Jesús se puso a caminar con ellos, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo». ¿Qué pueden hacer para experimentar su presencia viva junto a ellos?

Lo importante es que estos discípulos no olvidan a Jesús; «conversan y discuten» sobre él; recuerdan sus «palabras» y sus «hechos» de gran profeta; dejan que aquel desconocido les vaya explicando lo ocurrido. Sus ojos no se abren enseguida, pero «su corazón comienza a arder».

Es lo primero que necesitamos en nuestras comunidades: recordar a Jesús, ahondar en su mensaje y en su actuación, meditar en su crucifixión… Si, en algún momento, Jesús nos conmueve, sus palabras nos llegan hasta dentro y nuestro corazón comienza a arder, es señal de que nuestra fe se está despertando.

No basta. Según Lucas es necesaria la experiencia de la cena eucarística. Aunque todavía no saben quién es, los dos caminantes sienten necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía. No quieren que los deje: «Quédate con nosotros». Lucas lo subraya con gozo: «Jesús entró para quedarse con ellos». En la cena se les abren los ojos.

Estas son las dos experiencias clave: sentir que nuestro corazón arde al recordar su mensaje, su actuación y su vida entera; sentir que, al celebrar la eucaristía, su persona nos alimenta, nos fortalece y nos consuela. Así crece en la Iglesia la fe en el Resucitado.

José Antonio Pagola


3 Pascua – A (Lucas 24,13-35)

Evangelio del 26 / Abr / 2020

Publicado el 20/ Abr/ 2020

por Coordinador - Mario González Jurado

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Publicado por verdenaranja @ 18:24  | Espiritualidad
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Reflexión a las lecturas del domingo tercero de Pascua A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"             

Domingo 3º de Pascua A

 

El encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús es una de las apariciones más hermosas de Jesucristo Resucitado. Los dos eran discípulos, aunque no fueran de los Doce. ¡Creían que Jesús era el Mesías! ¡Que, por fin, había llegado la liberación de Israel! ¡Se habían entusiasmado tanto con su persona, con sus palabras, sus milagros, sus promesas, su estilo de vida! ¡Tenían tantas ilusiones en aquel Reino que Jesús anunciaba! Aunque lo entendieran a su manera, como los demás… Pero llegó su detención en el Huerto, la marcha de los discípulos, la Pasión y la Muerte terrible de la Cruz… ¿Y quién iba a creer, en todo Israel, que el Mesías iba a ser derrotado, humillado, crucificado, y a terminar de esa manera? Ellos iban “de vuelta” a Emaús. Pensaban que todo se había acabado, que todo se había quedado en una vana ilusión: “¡Nosotros esperábamos… Y ya ves, hace dos días que sucedió esto…!”.

Por el camino del sufrimiento y de la desilusión, Jesús se hace el encontradizo. “Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo”. ¡Ese es nuestro problema tantas veces!: Que Cristo va con nosotros, especialmente, cuando atravesamos la “noche del dolor”,  y ¡cuántas veces no somos capaces de reconocerlo! Luego, les reprocha algo que les había enseñado muchas veces: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?” De este modo, Jesús les recuerda algo fundamental, que había llenado de gloria, de júbilo y de entusiasmo, el Monte de la Transfiguración: “Que, de acuerdo con la Ley y los Profetas, la Pasión es el camino de la Resurrección”. Es decir, que el sufrimiento, y la muerte no tienen la última palabra. ¡Que son sólo camino, paso, Pascua!

¡A veces los cristianos no le damos mucha importancia a nuestra formación religiosa y desconocemos cosas fundamentales! ¡Cuánto desconocimiento, cuánta ignorancia tantas veces! Luego vienen las consecuencias, especialmente, a la hora del dolor y de la muerte: ¡no sabemos, no entendemos nada, y nos hundimos; y hasta “nos peleamos con Dios!”.

Cleofás y su compañero tienen la dicha inmensa de que Jesús, “comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas” les explicara “lo que se refería a Él en todas las Escrituras”. ¡Y sienten arder el corazón! ¡Y le invitan a quedarse con ellos! Y así lo hace.

¡Qué hermoso es todo esto! ¡Y viene la Eucaristía! Sea lo que fuera de  lo que Jesús hizo sentado a la mesa, sus palabras y sus gestos evocan la “fracción del pan”, que así llamaban a la Eucaristía en los primeros tiempos. ¿Pero no fue Eucaristía todo el camino? ¿No se parece a una larga Liturgia de la Palabra lo que hacen mientras van a Emaús? Viene luego la referencia a la Litúrgica Eucarística, que garantiza la presencia del Señor Resucitado entre nosotros. “Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció de su vista”. Y los de Emaús enseguida hacen lo que todos los discípulos, hombres y mujeres, acostumbraban: ¡Anunciarlo a los demás!

Parece como si Lucas quisiera enseñarnos que, en la ausencia visible de Cristo, le encontramos presente y vivo en la Eucaristía, es decir, en su Palabra y en su Cuerpo y su Sangre, que es primero ofrenda y sacrificio y, después, comida, banquete.

¡Cuántas consecuencias prácticas brotan de este acontecimiento pascual!

¡Qué importante es la celebración de la Santa Misa, especialmente, la del domingo, que se hace en virtud de “una tradición”, que se remonta al mismo día de la Resurrección!

Precisamente, esta semana, en la celebración eucarística de cada día, iremos escuchando el Sermón del Pan de Vida, que recoge el capítulo sexto de Juan. Es que en la Pascua no recordamos y revivimos sólo el Bautismo, sino también la Confirmación y la Eucaristía, los Sacramentos de Iniciación Cristiana! La Pascua es el tiempo privilegiado para todos los sacramentos, porque todos nacieron del costado de Cristo muerto en la Cruz y de su santa Resurrección.

¡A Él el honor y la gloria, ahora y siempre, y por los siglos. Amén!

 

                                                                                                             ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 3º DE PASCUA A

 MONICIONES 

 

 

PRIMERA LECTURA

            Escuchemos ahora, en la primera lectura, el testimonio del apóstol Pedro acerca de la Resurrección: Jesús no podía quedarse en el sepulcro, tenía que resucitar, porque así lo habían anunciado los profetas.

 

SALMO

            Proclamemos ahora con gozo, el salmo que ha recordado San Pedro en la esta lectura. Respondemos así a la Palabra de Dios, que se ha proclamado.

 

SEGUNDA LECTURA

            Continuamos escuchando en este Domingo de Pascua, la primera Carta de San Pedro. Hoy nos ayuda a comprender la grandeza de nuestra salvación y a vivir como auténticos creyentes en Cristo, que murió y resucitó por nosotros.  

 

TERCERA LECTURA        

            Acojamos ahora a Jesucristo que se nos hace presente como a los discípulos de Emaús, con el canto gozoso del aleluya. 

 

COMUNIÓN

            Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesucristo resucitado en la “fracción del pan”. Avivemos ahora nuestra fe para que seamos capaces de reconocerle vivo y glorioso bajo las especies eucarísticas del pan y del vino, y digámosle: “Quédate con nosotros, sé nuestro compañero de camino, reanima nuestra débil esperanza... Quédate con nosotros porque te necesitamos”. 


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Viernes, 17 de abril de 2020

Reflexión a las lecturas del domingo segundo de pascua A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

 Domingo 2º de Pascua A 

 

Durante estos días de Pascua, la Misa diaria nos ha venido presentando, en la primera lectura, algún testimonio de los apóstoles, después de Pentecostés, acerca de la Resurrección del Señor; y, en el Evangelio, alguna de las apariciones de Cristo Resucitado, que trataba de ayudar a los discípulos a comprender, más allá de toda duda, que, realmente, había resucitado, incluso que todo lo acontecido tenía que suceder porque así estaba escrito.     

Al llegar a día octavo, es lógico que el Evangelio nos presente la aparición de ese día la de Santo Tomás. Y la primera lectura de este domingo, en lugar del testimonio de los apóstoles, nos refiere el de toda la comunidad cristiana de Jerusalén; es decir, cómo vivían los primeros creyentes en la Resurrección. ¡Qué impresionante es todo!

El Evangelio nos presenta, en toda su crudeza, el tema de la fe. Hoy es fácil caer en la tentación de pensar que santo Tomás era malo porque no creía, y nosotros, buenos porque sí creemos. Y nos aplicamos enseguida las palabras del Señor en el Evangelio: “¡Dichosos los que crean sin haber visto!”; o las de la segunda lectura: "¡No lo habéis visto y lo amáis; no lo veis y creéis en Él…!" Tendríamos más bien que preguntarnos. Yo creo, pero ¿cómo es mi fe? Porque hay distintos tipos de fe; hay, incluso, quienes se dicen creyentes y no practicantes. Otros viven lo que se llama “la pertenencia parcial a la Iglesia”: creen, pero no en todo: en unas cosas, sí y en otras no. ¿Cuál es su criterio de selección? Es muy variado. También están los que dicen que creen, pero viven y actúan como si no tuvieran fe; es el “ateísmo práctico”. Y son muchos los que dicen que tienen fe e incluso “van a Misa”, pero no se comprometen en nada en la vida de su comunidad cristiana. Tenemos, pues, que seguirnos preguntando: Yo creo; pero ¿cómo es mi fe? ¿Mi fe es convencida, segura, firme, activa y comprometida? ¿Y más en concreto, qué razones tengo yo para creer? Porque una cosa es “creer sin ver” y otra, creer porque sí, sin motivos sólidos, sin nada. La fe se sitúa, por tanto, después de un proceso de estudio, reflexión, consulta y oración. Por eso se llama “obsequio racional”, es decir de la razón, de la inteligencia. Y por eso existen lo que los teólogos llaman “motivos de credibilidad”.

Se ha hecho famosa la oración de San Pablo VI implorando el don de la fe. En ella se pide al Señor, entre otras cosas, “una fe cierta”;  y dice: “cierta por una exterior congruencia de pruebas, y por un interior testimonio del Espíritu Santo…” Pues hay que conocer esas pruebas que nos acercan a la fe, como decíamos antes. Así estaremos preparados para dar razón de nuestra esperanza a  quien nos la pidiere (1 Pe 3, 15).

Entonces, ¿dónde estuvo el error de Tomás? En exigir demasiado: ¡la experiencia física!: “Si no veo…, si no meto la mano en su costado, no creo”. Y es que de los hechos pasados no podemos tener experiencia física. ¡Es imposible! La certeza de los hechos del pasado sólo puede conseguirse por el testimonio de otros, avalado por su rectitud de vida. Y además la fe, como virtud,  se nos infunde en el Bautismo como un don gratuito de Dios; y luego están los dones del Espíritu Santo que nos asisten, nos iluminan y nos ayudan en nuestro crecimiento en la fe.

¡Y todos los días estamos haciendo actos de fe! ¿Cómo sabe el policía quién es el ladrón si no lo ha visto robar? Por las pruebas: “Por una exterior congruencia de pruebas”, que decían San Pablo VI. Y ¿por qué sabemos que existe Oceanía, si no la hemos visto? Por el testimonio de otras personas que sí la han visto.

Este proceso de la fe es difícil;  exige trabajo y esfuerzo. Y por este camino he ido yo, desde que era muy joven. Lo otro es más cómodo, pero no nos sirve; da como resultado o la pérdida de lo que nos queda de fe, o una fe poco convencida, poco segura; que no tiene capacidad para impulsarnos y comprometernos en la vida. Aquellos primeros cristianos, que nos presenta la primera lectura de hoy, estaban muy comprometidos. ¡Muy seguros tenían que estar ellos de su fe para actuar así!

¡Hemos de conseguir, con la ayuda de Dios, ese tipo de fe! ¡Pidámoselo al Señor como el mayor y mejor don en este Domingo de la Divina Misericordia! ¡Entonces serán verdaderas las alabanzas de las lecturas de hoy a los que creen sin ver!

                                                                                                                                    ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO II DE PASCUA A   

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

         La primera lectura responde a este interrogante fundamental: ¿Cómo vivían los primeros cristianos, los primeros creyentes en la Resurrección de Jesucristo? Escuchemos con atención. 

SALMO

Como respuesta a la Palabra de Dios, que hemos escuchado, proclamamos nuestra alegría de celebrar el día en que actuó el Señor, el día de su victoria sobre el pecado, el mal y la muerte. 

SEGUNDA LECTURA

Comenzamos hoy la lectura de la primera Carta de S. Pedro, que escucharemos durante los domingos de Pascua.

El apóstol nos hace contemplar, con gozo y gratitud, los frutos de la Muerte y Resurrección del Señor, y nos invita a vivir con alegría, aún en medio de las mayores dificultades.       

 

TERCERA LECTURA        

La narración de la aparición de Jesucristo resucitado a los discípulos a los ocho días de la Resurrección, constituye, como es lógico, el Evangelio propio de la Octava de Pascua.

Acojamos al Señor cantando  gozosos  el aleluya. 

COMUNIÓN

Nuestra fe confiesa que, en la Comunión, recibimos a Jesucristo vivo, glorioso, resucitado. Pidámosle que fortalezca y avive nuestra fe, de modo que, como los primeros cristianos, seamos constantes “en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”.    


Publicado por verdenaranja @ 13:57  | Liturgia
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Viernes, 03 de abril de 2020

Reflexión a las lecturas del domingo de Ramos A ofrecida por el sacerdote Don juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo de Ramos

 

       Por fin hemos llegado a la Semana Santa, la Semana más anhelada por todos los cristianos, la Semana que culmina con el Triduo Pascual, la Muerte y la Resurrección del Señor, que es la Pascua, la fiesta más grande y alegre; y luego, el Tiempo Pascual, 50 días de alegría y de fiesta.

       Este año tenemos que celebrarla de modo muy distinto, recluidos en casa, para evitar el contagio de este virus terrible que nos asola y nos amenaza, pero estos días santos son tan importantes e imprescindibles, que no se puede suprimir; y, ayudados por la TV, la radio, internet…, hemos de participar, del mejor modo, en ellos.

       A primera vista, podríamos pensar que en el  Domingo de Ramos los textos de la Liturgia deberían centrarse en la Entrada de Jesús en Jerusalén y nada más. Sin embargo, la Celebración consta de dos partes: en la primera, recordamos y revivimos la Entrada de Jesús en Jerusalén, que se hace de un modo solemne, en la Misa principal, con la procesión de ramos y palmas; y, de una manera breve y sencilla, en el resto de las Misas del domingo. Y en enseguida, entramos en la segunda parte: “la Misa de la Pasión del Señor”. Incluso llamamos a este día “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”. Ya veremos cómo podemos hacerlo ese año.

       ¿Y por qué esta Celebración es así? Porque la Iglesia, Madre y Maestra, quiere presentarnos este primer día de la Semana Santa, como una visión de conjunto de todo lo que vamos a celebrar a lo largo de estos días. Así la Semana queda colocada entre dos domingos con acento de triunfo, de fiesta y de alegría: El Domingo, de Ramos, con su júbilo desbordante, prefigura el Domingo de Resurrección, la Pascua, la máxima Solemnidad de todo el año.

       La segunda lectura de este domingo, es una síntesis preciosa de la Semana Santa, más aún, de toda la vida del Señor: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre…”  ¡Impresionante! 

       Precisamente, este día, los judíos adquirían el cordero para sacrificar en la Pascua, concretamente, el viernes, a la hora de nona, la hora en que Jesucristo muere en la Cruz. De esta forma, en la Celebración de este día contemplamos la llegada festiva del Cordero de la Pascua Nueva, que va a ser inmolado para nuestra liberación.

       Termino con algunas indicaciones prácticas:

       * A pesar de las especiales dificultades que tenemos en esta ocasión, hemos de entrar en la Semana Santa con el mayor interés y alegría y con el deseo de aprovecharla al máximo. ¿Cómo?

       * Participando en las celebraciones litúrgicas tan hermosas de estos días, que es lo más importante, lo fundamental. Y con espíritu de acción de gracias por el don que de nuevo se nos hace.

       * Recibiendo los Sacramentos y ayudando a los demás para que también los reciban, especialmente, con el deseo, hasta que podamos hacerlo sacramentalmente, estoy seguro que será antes de que termine el Tiempo Pascual, que este año será el 31 de mayo, con Pentecostés.

       * Es posible que algunos medios transmitan procesiones de Semana Santa de otros años. Así tendremos ocasión de ponernos, de algún modo, en contacto con ellas y aprovecharlas.

       * Meditando la Pasión del Señor, que es el centro de la Semana, como decía antes. Debemos recordar que este año o ciclo A, la lectura de la Pasión del Domingo de Ramos es la de San Mateo y el Viernes Santo se lee siempre la Pasión según San Juan.

       * Recordando estos días a cada paso, lo que decía la segunda lectura de este domingo: que el que sufre y muere no es un hombre bueno o un líder social... Es el Hijo de Dios hecho hombre, y, por eso, precisamente, es el único que puede salvarnos.

       Y todo en comunión con los que han muerto por la epidemia, por los que están enfermos  por los familiares de ambos, por los médicos, enfermeros/as y profesionales todos, que trabajan y luchan para ayudarnos, y también en comunión con todos los que nos encontramos en la cuarentena, con toda la Iglesia, para que nos mantengamos firmes y constantes en la esperanza y en el amor. 


Publicado por verdenaranja @ 12:56  | Espiritualidad
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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

                En la Pasión, Jesús se nos presenta como el Siervo doliente del Padre, como se había profetizado. Es lo que vamos a escuchar en la primera lectura. 

SALMO RESPONSORIAL

                El sufrimiento se considera, muchas veces, como un abandono de Dios, como si el Señor se hubiera olvidado de nosotros. Sin embargo, el cristiano le invoca, desde lo más profundo de su corazón, sabiendo que Él le escucha y le ama, y, después de la dificultad, llegará de nuevo la dicha y la alegría. 

SEGUNDA LECTURA

                Escuchemos ahora, con atención y con fe, una síntesis preciosa de la vida de Cristo, que solemos recordar con frecuencia: Él no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se anonadó tomando la forma de siervo, hasta la muerte. Por lo cual fue exaltado y glorificado por su Resurrección. 

TERCERA LECTURA

                En el centro de nuestra celebración de hoy, escuchamos ahora el relato estremecedor de la Pasión de Jesús según San Mateo. ¡Él muere en un acto supremo de amor y de fidelidad! ¡De su Cruz nos viene la salvación y la vida!  

                Por eso le aclamamos ahora, disponiéndonos a escuchar y contemplar su entrega 

COMUNIÓN

          En la Comunión recibimos a Jesucristo, al que hemos contemplado hoy, aclamado en la Ciudad Santa de Jerusalén. Abramos las puertas de nuestro corazón al Redentor, que contemplamos estos días, pobre, despreciado y crucificado, y después resucitado y glorioso.

Pidámosle que nos ayude a aprovechar al máximo estos días santos.


Publicado por verdenaranja @ 12:52  | Liturgia
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