Viernes, 26 de junio de 2020

Reflexión a las lecturas del domingo trece del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 13º del T. Ordinario A

 

     Terminan hoy las instrucciones de Jesús a sus discípulos de estos últimos domingos, con una llamada radical a su seguimiento y con una identificación con sus enviados.

     Aprendemos aquí, en primer lugar, que hemos recibido nuestra vida para darla, no para quemarla en la hoguera  de nuestro egoísmo. Ya el Vaticano II nos enseña que el hombre no logrará jamás su plenitud si no entrega su vida al servicio de los demás. (G. et Sp, 24).

     El Evangelio de hoy nos enseña que la vida hay que entregarla en primer lugar, a Jesucristo, y por Él, a los hermanos. En caso contrario, “se pierde”: No agradamos al Señor ni somos dignos de Él y nuestra existencia es estéril. Es como el primer mandamiento aplicado a Jesucristo. Amarle más que a todas las personas y las cosas, estar dispuesto a dejarlo todo por Él; o, como decía San Benito, “no anteponer nada a Cristo”.

     El Señor no quiere organizar un conflicto en nuestra vida, sino establecer una jerarquía salvadora. Por este camino, se consigue cien veces más en esta vida, y la vida eterna. Ni un vaso de agua quedará sin recompensa. ¡No hay nadie en el mundo que “pague así”!

     Por eso, cuando, verano tras verano, contemplamos una respuesta muy pobre a las llamadas de Señor, al plan de Dios sobre nosotros, quiere decir que algo está marchando mal entre nosotros. Me refiero, entre otras cosas, al Cursillo de Selección del Seminario, que este año se suspende por razón de la epidemia.

     Hay que decirlo de una vez, con toda claridad y firmeza: cuando el Señor llama a un/a chico/a para una especial consagración al servicio de la Iglesia, le garantiza la felicidad del corazón, siempre que se entregue con generosidad a Él y a los hermanos, especialmente, a los más pobres y necesitados. Dicha y felicidad que, como nos enseñaban en el Seminario, es imperfecta en la tierra y perfecta en el Cielo. Por tanto,  no se puede presentar la vocación a la vida sacerdotal o consagrada como un camino de renuncias, porque no lo es; sencillamente, es lógico que si se si se quiere seguir un camino,  haya  que dejar otros. ¡Eso es evidente para cualquier caminante! ¡Y si no, preguntemos a los que viven así! Por eso, cuando un sacerdote o un consagrado o un cristiano normal no siente nada de paz y de alegría en su corazón, algo grave puede estar sucediendo ahí, porque ¡la Palabra del Señor no puede fallar nunca!  Recordemos la afirmación frecuente en San Pablo: “Sobreabundo de gozo en medio de mis tribulaciones” (2 Co 7, 4).

     Y el Señor se identifica con sus enviados. Por eso nos dice: “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”. Más, en concreto: “El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos  pequeños, sólo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su  recompensa”. ¡Y ya sabemos que  Jesucristo tiene palabras muy duras para aquellos pueblos o personas que no acojan a sus enviados! ¡Y esto se ha cuidado siempre en la Iglesia, desde el principio! (1 Tes 5, 12-14). Por eso, resultan preocupantes ciertas “hierbas amargas”, que brotan con frecuencia en sentido contrario,  en muchos lugares. A veces son terribles persecuciones las que  sufren los enviados, con el uso, incluso, de los modernos medios de comunicación, y que pueden suponer una auténtica destrucción de la persona para siempre. ¡Hay parroquias, por ejemplo, donde todos los sacerdotes, que han pasado por allí, han tenido problemas con los mismos! Y no siempre los responsables diocesanos lo tienen en cuenta.    

     En la primera lectura constatamos cómo ya en el Antiguo Testamento, era este el proceder de Dios con los que acogían a sus enviados. Por eso premia a aquellos esposos, que acogen al profeta Eliseo en su casa, con el nacimiento de un niño.

     Nuestra reflexión de hoy nos recuerda, por tanto, cuestiones fundamentales en nuestra vida de cristianos.                                                                                                                                                                                                                                                 ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 13º DEL T. ORDINARIO A

MONICIONES 

 

 

PRIMERA LECTURA

                En la primera lectura, se nos narra la acogida que ofrece una familia al profeta Eliseo y la recompensa que recibe de Dios.

  

SEGUNDA LECTURA

                S. Pablo nos recuerda que, por el Bautismo, hemos muerto al pecado para vivir sólo para Dios, sólo para el bien.

 

TERCERA LECTURA

                Concluyen hoy las instrucciones de Jesús a los apóstoles, sobre la Misión que les encomienda, con una llamada radical a su seguimiento y una identificación con sus enviados.

                Acojamos al Señor que nos habla, con el canto del aleluya.

  COMUNIÓN

                En la Comunión recibimos al Señor Jesús, que ha ido por delante de nosotros por el camino del amor y de la entrega al Padre y a los hermanos,  para que sigamos sus pasos. El, que nos invita a seguirle, por encima de todo, nos dará también la fuerza que necesitamos para conseguirlo.


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“La perenne normalidad eucarística” por Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel,  Obispo emérito de San Cristóbal de las Casas. JUNIO 24, 2020 (zenit)

“Participa con la comunidad”

En varias partes ya se están dando pasos para lo que llaman “la nueva normalidad”, que es volver, progresivamente, a las actividades familiares, sociales, laborales, económicas, políticas y educativas de antes, sin las restricciones que hemos padecido por la pandemia del SARS-CoV-2. Ya se están previendo también los pasos para abrir los templos y las actividades religiosas con 25%, 50% y 100% de fieles, según permitan las condiciones sanitarias. Mucho me temo que este paso se dé en forma imprudente y tengamos rebrotes que nos dañen más. Hay sacerdotes que no han respetado las normas dadas por sus obispos y han hecho celebraciones con presencia de fieles, no sé si por su gran celo pastoral, por presiones de los mayordomos, o por sus carencias económicas. Es tiempo de mucha prudencia y orden, en bien de la salud comunitaria.

Todos anhelamos volver a la perenne normalidad eucarística, que es la celebración con participación física de fieles. En esta pandemia, me admira la gran cantidad de personas que, desde sus hogares, siguen diariamente la Misa en forma virtual, la mayoría con gran devoción, y sobre todo los domingos. Son cientos y miles los que, por internet, se han alimentado de la Eucaristía.

En mi parroquia nativa, que es pequeña, en domingos sin pandemia se celebraba seis veces la Misa, tres en la cabecera parroquial y tres en comunidades, y participaban en total unas mil personas. Hoy, en la única Misa que celebramos a puertas cerradas, se conectan unas dos mil personas, muchas residentes en los Estados Unidos. Internet ha sido una gran herramienta pastoral. Pero existe el peligro de que muchos se mal acostumbren a seguir la Misa desde la comodidad del hogar, quizá encerrados en su habitación y aislados con su celular, conectándose y desconectándose a su gusto, atendiendo otras cosas al mismo tiempo, y que prefieran esta forma en vez de participar físicamente en la celebración. Eso no es correcto. Lo virtual sirve y ayuda, pero la participación presencial es definitivamente prioritaria. ¡Cuidado con el individualismo egoísta y con una religión light!

PENSAR

Cuando Jesús instituyó la Eucaristía, fue en una cena comunitaria, con presencia física de los comensales y nos ordenó que así lo hiciéramos siempre en memoria suya (cf Lc 22,14-20; Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; 1 Cor 11,23-25).

Era lo que hacían los primeros cristianos: “Los discípulos asistían con perseverancia a la enseñanza de los apóstoles, tenían sus bienes en común, participaban en la fracción del pan (es la Misa) y en las oraciones”(Hech 2,42). Que algunas de estas reuniones celebrativas eran ya en domingo, lo dice san Pablo, cuando recomienda a los corintios hacer una colecta en favor de los pobres de Jerusalén precisamente en sus reuniones después de que ya pasó el sábado, es decir, en domingo (cf 1 Cor 16,1-2). Jesús resucitó pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana (cf Mt 28,1; Mc 16,1-6; Lc 24,1-6; Jn 20,1-9.19). Este día, con el tiempo, se llamó domingo, que significa día del Señor (Apoc 1,10).

El Concilio Vaticano II, en su Constitución sobre la Liturgia, Sacrosanctum Conciliumdel 4 de diciembre de 1963, expresa: “Nuestro Salvador, en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” (47). Resalta la importancia del domingo: “La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Ped 1,3). Por eso, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo” (106).

Y advierte: “Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada. Esto vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los sacramentos” (27).

ACTUAR

Participa en alguna de tantas Misas que se transmiten por todas partes, sobre todo en domingo. Concéntrate en lo que estás, haz a un lado el celular, responde, canta, aclama, asume las posturas correspondientes a cada parte de la Misa y, si es posible, hazlo en familia, no cada quien con su celular. Es un gran servicio pastoral que casi todos los sacerdotes están ofreciendo a su comunidad, y que quizá conviene continuar haciéndolo después, para quienes no puedan desplazarse a un templo. Pero una vez que se pueda ya participar físicamente, no te quedes en la comodidad de tu casa, sino que participa con la comunidad, como lo hemos hecho siempre, para que la participación sea más plena, para recibir la Comunión sacramental y vivir la comunidad eclesial que somos.


Publicado por verdenaranja @ 17:51  | Hablan los obispos
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S?bado, 20 de junio de 2020

Reflexión a las lecturas del domingo trece del tiempo ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

Domingo 12º del T. Ordinario A

 

En el Evangelio del domingo XI que este año no hemos leído por la Solemnidad del Corpus,  contemplamos cómo Jesucristo se compadecía de la gente, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor; pero no se queda en lamentaciones, sino que pasa a la acción: en primer lugar, manda rogar al Padre que envíe trabajadores a su mies; luego, elige a los doce apóstoles y los envía con poderes sobrenaturales y  con una serie de instrucciones, que ocupan todo el capítulo 10 y que se nos presentan, en parte, en varios domingos.

Ya sabemos que el Evangelio de Mateo se estructura en cinco discursos que recogen sus enseñanzas; nos encontramos en el segundo: el llamado Discurso de la Misión o Discurso Apostólico.

Probablemente los cristianos a los que se dirige San Mateo, están siendo perseguidos y les viene muy bien que el apóstol les recuerde estas enseñanzas del Señor para tiempos de persecución, que, son, casi siempre, los tiempos de la Iglesia peregrina. La Iglesia, en efecto, nos enseña el Vaticano II, “continúa su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva…” (L. G. 8) Y el problema está en que no seamos conscientes de esta situación, incluso que la neguemos;  y entonces nos acomodemos, y adoptemos unas formas de vida alejadas, e incluso, contrarias a las exigencias del Evangelio, para no afrontar la dificultad y el desprecio. Es el vino aguado, es la sal que se hace sosa, es el cristianismo “anestesiado” del que nos habla con frecuencia el Papa Francisco. En un viaje a Inglaterra el Papa Benedicto hablaba de la “persecución del ridículo”. Y qué importante y dañina es ese tipo de persecución. En nuestras parroquias lo hemos experimentado desde siempre, especialmente, en los hombres.

No podemos engañarnos; ya nos advierte Pablo que “todo el que quiera vivir piadosamente en Cristo Jesús, será perseguido”. (2Tim 3, 12); y el Señor nos enseña que los enemigos pueden estar hasta en la propia casa; pensemos, por ejemplo, en las enormes dificultades que encontramos en muchos padres a la hora de afrontar la educación cristiana de sus hijos; pensemos en las dificultades que experimentan los niños y los jóvenes muchas veces, cuando plantean a sus padres su deseo de entregar su vida al servicio de Dios y de la Iglesia. Cuánta oposición, cuánta dificultad surge tantas veces hasta el punto de abortar esa vocación, que es como una vida naciente, y muchas veces, por parte de personas que son practicantes.

Y en medio de la persecución surge siempre el fantasma del miedo; por eso en un texto tan corto como el de hoy, el Señor repite hasta tres veces “no tengáis miedo”.

Recuerdo, a este respecto, aquellas palabras del comienzo del Pontificado de San Juan Pablo II, que se han hecho tan famosas: “¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!... ¡No temáis! ¡Abrid más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo El lo conoce!”. Y bien conocía el nuevo Pontífice lo que era la persecución comunista, que subsiste en toda Europa, como nos explicó, en su día, el eminente cardenal Ratzinger.

Y el Señor nos señala con toda claridad al único enemigo que hemos de temer: al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo.

Y como el profeta Jeremías que en medio de sus persecuciones (1ª lect.) se refugia en Dios, el Señor Jesús nos invita a confiar en el Padre celestial, que cuida de los pájaros del cielo y se preocupa hasta de los cabellos de nuestra cabeza.

 Termino haciendo propias las palabras que San Pablo, desde la cárcel de Roma, dirige a su discípulo Timoteo: “No te avergüences de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero; antes bien, toma parte en  duros trabajos  del Evangelio, según la fuerza  que Dios te dé”.             (2 Tim 1, 8).

                                                                                                ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


Publicado por verdenaranja @ 11:26  | Espiritualidad
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DOMINGO 12º del T. ORDINARIO  A

MONICIONES

 

PRIMERA LECTURA

                La primera lectura nos presenta al profeta Jeremías perseguido, y, al mismo tiempo, lleno de confianza en la fuerza de Dios.

 

SEGUNDA LECTURA

                No hay proporción entre la culpa original del hombre y su restauración por Jesucristo, nos enseña S. Pablo en la segunda lectura de hoy.

                Escuchemos con atención y con fe. 

 

TERCERA LECTURA

                En el Evangelio el Señor previene a los apóstoles del peligro de dejarse llevar por el miedo ante las persecuciones y dificultades, inherentes al anuncio del Mensaje del Reino al que los envía.

                Acojámosle  ahora con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

                En la Comunión recibimos luz y fuerza sobreabundantes para ser mensajeros humildes y valientes del Evangelio por todas partes, con nuestra palabra y nuestras obras, con nuestro testimonio de vida.


Publicado por verdenaranja @ 11:22  | Liturgia
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Comentario litúrgico al Domingo XII del Tiempo Ordinario por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. JUNIO 16, 2020 (zenit)

Textos: Jr 20, 10-13; Rom 5, 12-15; Mt 10, 26-33

Idea principal: No debemos tener miedo. El miedo nos paraliza, nos esclaviza, no nos deja disfrutar.

Resumen del mensaje: En nuestra vida pasamos por momentos duros, ¿quién no? (primera lectura). Cristo no nos ocultó nunca que nuestra vida cristiana sería difícil, pues no podemos tener mejor suerte que Él, nuestro Maestro (evangelio) que nos ama y camina a nuestro lado. Debemos, pues, vivir con confianza, dado que en Cristo tenemos sobreabundancia de gracia (segunda lectura). ¡Fuera el miedo ante el coronavirus!

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, todos pasamos por situaciones y horas terribles, como Jeremías en la primera lectura: nos traicionan, nos critican y difaman, nos abandonan y nos dejan en la estacada; se ríen de nosotros; perdemos el trabajo y algún ser querido se nos va de casa; una enfermedad va minando nuestra salud; no podemos pagar nuestras deudas acumuladas: la COVID-19 toca a las puertas de muchas casas. Para qué seguir. Situaciones duras y miedos hoy que acechan el mundo, la Iglesia y nuestras familias e hijos son: el liberalismo agresivo que nos invita a todos los placeres y a opiniones sin razones, el secularismo dictador que echa a Dios fuera de la mesa de nuestras decisiones, el ateísmo militante que boxea contra Dios con la hoz y el martillo, y la despersonalización ideológica del católico, que no se sabe a qué va y con quién comulga. Estos enemigos nos hacen temblar.

En segundo lugar, en estos momentos debemos escuchar en el corazón la palabra consoladora de Cristo en el evangelio de hoy: “No tengáis miedo”. Y Cristo, al decirlo, sabía bien que, de sus oyentes, Pedro moriría en Roma cabeza abajo, su hermano Andrés en Patras crucificado en aspa, a Santiago le cortarían la cabeza en Jerusalén y a su hermano Juan le echarían en una sartén, le sacarían ileso y lo desterrarían a las minas de metal en Patmos, isla flotante en el Egeo. Parece que ni un solo discípulo murió en la cama. Que Cristo nos lo diga a nosotros “No tengáis miedo”, es otro cantar. No nos metemos con nadie; ante el materialismo, el hedonismo, el secularismo y otros “ismos” ni la piamos; en las pesebreras de la pornografía nos ponemos morados como los demás, en el matrimonio jugamos a la cuerda floja, trampeamos con el fisco, con el ejemplo enseñamos a los hijos las grandes marrullerías y trampas…como los demás. ¿Voy a tener miedo?

Finalmente, ¡ay de mí si no tengo miedo! Señal sería de que no vivo el evangelio radical, de que no soy testigo de nada, de que soy uno más en la camada de este mundo. Malo sería si nadie me insulta de trabajador a conciencia, de libre en el acoso sindical, de respetuoso con Dios cuando al lado retumba el trueno de la blasfemia, de católico comprometido que pisa fuerte en la estera del respeto humano. Pues no, señor, no debemos tener miedo porque estamos en las manos de Dios; si Él lleva cuenta hasta de los cabellos de nuestra cabeza y de los gorriones del campo, cuánto más no cuidará de nosotros, que somos sus hijos. No tengamos miedo, no, pues los que persiguen a los discípulos de Jesús podrán matar el cuerpo, pero no el alma ni la libertad interior. No tengamos miedo, pues el mismo Jesús, ante su Padre, dará testimonio de nosotros si nosotros le hemos sido fieles. Seamos cristianos de ley.

Para reflexionar: ¿A qué tengo miedo? ¿A la pandemia? ¿A quién tengo miedo? ¿Por qué tengo miedo? ¿Cómo salir de ese miedo visceral que me paraliza? Mirando a Cristo grita: Señor, en vos confío.

Para rezar: recemos con el Salmo 30

“En ti, Señor, me cobijo,
¡nunca quede defraudado!
¡Líbrame conforme a tu justicia,
tiende a mí tu oído, date prisa!
Sé mi roca de refugio,
alcázar donde me salve;
pues tú eres mi peña y mi alcázar,
por tu nombre me guías y diriges.
En tus manos abandono mi vida
y me libras, Señor, Dios fiel.
Me alegraré y celebraré tu amor,
pues te has fijado en mi aflicción,
conoces las angustias que me ahogan.
Ten piedad de mí, Señor,
que estoy en apuros.
La pena debilita mis ojos,
mi garganta y mis entrañas;
mi vida se consume en aflicción,
y en suspiros mis años;
sucumbe mi vigor a la miseria,
mis huesos pierden fuerza.
Pero yo en ti confío, Señor,
me digo: ‘Tú eres mi Dios’.
Mi destino está en tus manos, líbrame
de las manos de enemigos que me acosan.
Dios, no quede yo defraudado
después de haberte invocado.
¡Qué grande es tu bondad, Señor !
La reservas para tus adeptos,
se la das a los que a ti se acogen
a la vista de todos los hombres.
¡Bendito Dios que me ha brindado
maravillas de amor!
¡Y yo que decía alarmado:
‘Estoy dejado de tus ojos’!
Pero oías la voz de mi plegaria
cuando te gritaba auxilio”.

Oración mientras dura la pandemia

Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción, concede descanso eterno a los que han muerto por la pandemia del ‘corona-virus’, consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor, glorificando juntos tu santo nombre. Por Jesucristo Nuestro Señor.  Amén.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]


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S?bado, 13 de junio de 2020

Reflexión a las lecturas de la solemnidad del Corpus Christi A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

La Solemnidad del Corpus Christi

 

Cuánto bien ha hecho a la Iglesia y a la humanidad la Fiesta del Corpus, desde que el Papa Urbano IV, en el siglo XIII, la instituyó a la raíz del famoso milagro eucarístico de la Catedral de Orvieto, en Italia. Me parece que aún hoy esta gran solemnidad conserva la virtualidad necesaria para hacernos mucho bien a nosotros y al mundo entero,  si acertamos a acoger el mensaje pluriforme que nos ofrece también en este tiempo de desescalada en el que se nos exige celebrarla de una manera distinta a otros años, pero no menos intensa.

Siempre en esta gran solemnidad se nos invita y se nos urge a reconocer y venerar la presencia real de Cristo en la Eucaristía también fuera de la Santa Misa. De ahí la importancia y trascendencia de la procesión eucarística, en que culmina la celebración. En esta ocasión no podrá ser muy vistosa y concurrida, pero sí celebrada con mucho fervor.

Buena falta tenemos los cristianos de profundizar en la presencia real de Cristo en este Misterio tan admirable, especialmente, en la presencia de Cristo en el Sagrario, recordando el mensaje y el testimonio de San Manuel González, el Obispo santo. A este respecto, recuerdo hoy, con emoción y cariño, una parroquia que tuve al final de la Isla por el Norte, en la que teníamos el templo abierto todo el día: qué cantidad de gente visitaba allí el Santísimo, sobre todo, a lo largo de  la mañana. Aquello producía, sin duda, muchos frutos en aquella parroquia querida, que cada domingo, llegó a reunir en su templo y demás dependencias,  a más de trescientos niños con sus respectivos catequistas y familiares. Y, además en aquel pueblo no había tanto desorden religioso, moral y social, como contemplo ahora en otros lugares donde se visita, se adora y se venera muy poco a Cristo en la Eucaristía.

Cada año, de los tres en que se divide la Liturgia de la Iglesia, la Palabra de Dios centra nuestra atención en alguno de los aspectos característicos y fundamentales del Misterio Eucarístico: Presencia, Sacrificio y Banquete. Este año se subraya esta tercera dimensión: Banquete: La Eucaristía es la Comida principal e indispensable, el Banquete festivo de los cristianos, que el Señor Jesús nos mandó celebrar hasta su Vuelta Gloriosa. Y en el Evangelio de hoy Jesucristo nos enseña, con toda claridad, que sin este alimento sacratísimo no hay vida de Dios en nosotros, esa vida divina, que recibimos en el Bautismo.

Hoy es un día apropiado para revisar seriamente nuestra participación en la Santa Misa y también para denunciar, con vigor y fortaleza, tantos abusos como se cometen contra el Santísimo Sacramento, como, por ejemplo, esas falsas primeras comuniones de tantos niños, a los que sus padres llevan al altar de forma inadecuada e irresponsable, y que constituyen un verdadero escándalo para el pueblo cristiano. ¿Y los responsables eclesiales, a todos los niveles, dónde están? ¡Por esto y por otras cosas semejantes, me pregunto con frecuencia hasta qué punto tenemos fe!

Y junto al Corpus, la Jornada Nacional de Caridad, que es algo que arranca de las mismas  entrañas del Misterio Eucarístico, como nos recuerda la segunda lectura de hoy: “El Pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque comemos todos del mismo Pan”. Por eso, el Papa San Pablo VI, en el Corpus del año 1.969, decía que el que comulga tiene que descubrir su vocación a la caridad”. Los que comulgamos, por tanto, no podemos comportarnos como parásitos como sucede, desgraciadamente, en tantos cristianos, que aún siendo practicantes, no se comprometen en nada en la marcha de su comunidad, ni siquiera en su propia familia. Como recordábamos el otro día,  son “inútiles para la Iglesia y para sí mismos”. (Ap. Act. 2).

Me gusta mucho recordar las palabras de unos de nuestros rituales que dice que después de la Comunión “hay que demostrar con obras de caridad, piedad y apostolado, lo que se ha recibido por la fe y el Sacramento”. No es suficiente, por tanto, participar en la Eucaristía, incluso en la Comunión; “hay que demostrarlo después”. Y eso es lo que han hecho muchísimos cristianos en este tiempo dramático de pandemia, dando un alto testimonio de fe y de caridad; y, entre ellos, muchos sacerdotes y seglares que se han dedicado a la atención de los contagiados, de los fallecidos y de los familiares de unos y otros, hasta dar la vida, en numerosas ocasiones, mientras otros permanecían tranquilos en “sus escondites”.

Termino con una antífona del Rito de la Comunión de los enfermos, que repetía tantas veces en los ocho largos años en que fui Capellán del Hospital Universitario: “Oh Sagrado Banquete en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el Memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura”.                                                                     

                                                                                               ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!    


Publicado por verdenaranja @ 12:25  | Espiritualidad
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SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

 MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

            Moisés recuerda al pueblo de Israel cómo Dios lo alimentó con el maná mientras caminaba por el desierto, para que no pereciera de hambre. Escuchemos.

 

SEGUNDA LECTURA

            San Pablo nos enseña que formamos un solo Cuerpo los que nos alimentamos del mismo Pan. Por eso, la Eucaristía es exigencia de amor, de perdón y de ayuda fraterna.

 

SECUENCIA

            La Secuencia de Corpus es un himno antiguo al Misterio Eucarístico. Unámonos de corazón, a esta plegaria de la Iglesia.

 

TERCERA LECTURA 

            En el Evangelio Jesucristo se nos manifiesta como el verdadero maná, el Pan vivo bajado del Cielo, para la vida del mundo. Sin este alimento divino, nos dice, no es posible la vida de Dios en nosotros.

 

OFRENDAS

            ¡El día de Corpus celebramos la Jornada Nacional de Caridad! Llevamos a la práctica lo que hemos escuchado en la segunda lectura: formamos un solo Cuerpo los que nos alimentamos de un mismo Pan. Por eso se nos urge hoy  preocuparnos, de una manera efectiva, de tantos hermanos, miembros de nuestro mismo Cuerpo, que se encuentran necesitados.

 

COMUNIÓN

            En la Comunión recibimos el "Corpus Christi", el Cuerpo de Cristo, como alimento de la vida de Dios en nosotros.

            ¡Cuántos pensamientos y sentimientos, al acercarnos al Señor en este día!

            Pidámosle que nos ayude a alimentarnos, con frecuencia y bien dispuestos, con este Pan del Cielo. Y que luego, “manifestemos con obras de caridad, piedad y apostolado, lo que hemos recibido por la fe y el Sacramento”.

 

 


Publicado por verdenaranja @ 12:22  | Liturgia
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Jueves, 11 de junio de 2020

Comentario litúrgico a la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. JUNIO 10, 2020 (zenit)

CORPUS CHRISTI

Ciclo A

Textos: Dt 8, 2-3.14-16; 1 Co 10, 16-17; Jn 6, 51-59

Idea principal: Cristo es el Pan vivo con sabor de vida eterna.

Resumen del mensaje: El hombre, durante su peregrinar en la tierra, es un ser radical y espiritualmente hambriento (primera lectura). Y Dios en la Eucaristía vino a satisfacer esa hambre interior humana y espiritual (evangelio). Al comer la Eucaristía, no sólo alimentamos nuestra alma, sino que formamos un solo cuerpo con Cristo (segunda lectura), como dirá tantas veces san Agustín.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, muchos kilómetros tenemos que recorrer en esta tierra hasta llegar a la eternidad. Tenemos que llevar suficientes provisiones en nuestra alforja, si no, desfallecemos irremediablemente en el camino. Si hay algo que no debe faltar es el Pan de la Eucaristía, sin el cual no tendríamos fuerza para avanzar y cantar, y moriríamos de hambre. Durante nuestra travesía somos seducidos por tantos restaurantes que vemos a izquierda e a derecha, tentándonos y ofreciéndonos un menú suculento que satisface nuestro vientre y nuestros sentidos, pero no sacian nuestra hambre y sed de eternidad y de cielo.

En segundo lugar, Dios sabiendo de nuestra hambre radical, nos prepara un banquete para nuestra alma con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. Este Pan es remedio de inmortalidad, como dice san Ignacio de Antioquía, es decir, es el Pan que nos garantiza la resurrección, incluso de nuestro cuerpo. Pero también este Pan en este día del Corpus Christi es pan no sólo para ser comido en el banquete de la misa, sino también para ser contemplado y adorado y vitoreado. Por eso, paseamos por las calles de los pueblos y ciudades, asentado en la custodia, ese Pan consagrado que es Cristo. Lo vemos, contemplamos, adoramos y cantamos con gozo. Es la presencia de Cristo ofrecida para aliento en nuestras tristezas, y para que también nosotros nos convirtamos en pan fresco para nuestros hermanos con nuestra caridad; pan que se parte, se reparte y se comparte; y así nuestros hermanos podrán tener vida y nadie muera de hambre.

Finalmente, en la secuencia, compuesta por santo Tomás de Aquino, cantamos hoy: Este Pan “lo comen buenos y malos, con provecho diferente; para unos es vida; para otros, muerte”. Para comer este Pan con dignidad y respeto, nuestra alma tiene que estar limpia, nuestro corazón adecentado. No podemos tirar este Pan de los ángeles a los perros de nuestras pasiones desordenadas. Es para los hijos que se acercan al banquete con el traje de gala de la gracia y amistad con Dios en el alma. Para san Agustín de Hipona, la Eucaristía tiene como finalidad última la unión de los cristianos con Cristo y entre sí. Es lo que san Pablo en la segunda lectura de hoy nos dice: “formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan”. La Eucaristía es el medio privilegiado para edificar la Iglesia. Por eso podemos decir con san Agustín que la Eucaristía es “sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad”. San Juan Pablo II en su encíclica sobre la Eucaristía nos dijo que la Iglesia vive de la Eucaristía. Esto significa que sin Eucaristía la Iglesia sería un museo de piezas inertes, muertas. Y nosotros, cadáveres ambulantes.

Para reflexionar: ¿Tengo hambre del Pan de vida eterna, o tengo el estómago ya hecho a los manjares mundanos? ¿Noto que la Eucaristía me transforma en Jesús, y me hace pensar, sentir y amar como Cristo? ¿Comulgo en estado de amistad con el Señor? ¿Me doy tiempo para contemplar y adorar a Cristo Eucaristía en la Iglesia una vez por semana?

Para rezar:

Gracias Señor, porque en la última Cena partiste tu pan y vino en infinitos trozos, para saciar nuestra hambre y nuestra sed.

Gracias Señor, porque en el pan y el vino nos entregas tu vida y nos llenas de tu presencia.

Gracias Señor, porque nos amaste hasta el final, hasta el extremo que se puede amar: morir por otro, dar la vida por otro.

Gracias Señor, porque quisiste celebrar tu entrega, en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen una comunidad de amor.

Gracias Señor, porque en la eucaristía nos haces UNO contigo, nos unes a tu vida, en la medida en que estamos dispuestos a entregar la nuestra…

Gracias, Señor, porque todo el día puede ser una preparación para celebrar y compartir la eucaristía…

Gracias, Señor, porque todos los días puedo volver a empezar…, y continuar mi camino de fraternidad con mis hermanos, y mi camino de transformación en ti…

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]


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Comentario litúrgico al Domingo XI del Tiempo Ordinario  por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. JUNIO 09, 2020 (zenit)

Ciclo A

Textos: Éxodo 19, 2-6; Romanos 5, 6-11; Mateo 9, 36 – 10, 1-8

Idea principal: Nuestro Dios es un Dios de Alianzas porque quiere ofrecernos la salvación.

Resumen del mensaje: Dios, para salvarnos, hizo una Alianza con el hombre en el Antiguo Testamento, a través de Moisés (primera lectura). Y con la sangre de Cristo hizo la Nueva Alianza (segunda lectura) comenzando con los doce apóstoles (evangelio). La palabra Alianza proviene del término hebreo: BERIT (בְּרִית מִילָה), pacto, que significa las relaciones recíprocas entre dos partes con todos los derechos y deberes que de tal reciprocidad se siguen; es decir, bienestar, integridad total de la persona y de cuanto le pertenece. Dios hace Alianza con su pueblo y promete buscar su felicidad total. Alianza que exige, por parte del hombre, una voluntad, una fe, una obediencia a sus cláusulas, una reciprocidad de amor. Con la primera Alianza Dios nos hace un reino de sacerdotes y una nación santa (primera lectura). Con la Nueva Alianza en Cristo nos hace un pueblo misionero para salir a las periferias (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en el Antiguo Testamento, la alianza (berit) aparece claramente como el fundamento de la vida social, moral y religiosa del pueblo de Israel. Los profetas aluden indirectamente a ella para señalar la singularidad de los vínculos que unen a Dios con su pueblo y con la imagen de la alianza nueva alimentan la esperanza y la ilusión de un futuro de bienes, de paz y de familiaridad profunda entre Yahveh e Israel. A la luz del Antiguo Testamento se puede decir muy bien que “Israel vivió de la alianza” y que Dios es el Dios de la alianza, que pronuncia palabras de alianza al pueblo de la alianza y hace culminar estas relaciones en una suprema alianza.

El Antiguo Testamento resalta continuamente y con energía tanto la gratuidad de la alianza que tiene como fundamento exclusivo la benevolencia divina, como sus efectos salvíficos (redención, perdón, solicitud, providencia, misericordia) y la necesidad de la adhesión libre del hombre a la misma. Del encuentro entre la libertad de Dios y la de Israel (del hombre) se derivan frutos de bien, de paz, de armonía, en una palabra, la salvación. Hoy, el Señor dijo en la Alianza que hizo con Moisés en el Antiguo Testamento y que leímos en la primera lectura: “Si me obedecéis y guardáis mi alianza, seréis mi propiedad personal…y un reino de sacerdotes y una nación santa” (primera lectura). “Propiedad personal” de Dios, ¡qué privilegio! “Sacerdotes” mediadores de la esperanza y de la alegría de Dios para con los demás, ¡qué honra! “Nación santa” para santificar a los que están a nuestro alrededor, ¡qué responsabilidad!

En segundo lugar, según los autores del Nuevo Testamento, la alianza (diathéke, διαθήκη) asume un carácter de novedad, de plenitud y de definitividad, gracias al don del Hijo y del Espíritu que hace el Padre a la humanidad. En la sangre de Cristo se estipula el pacto nuevo y eterno que liga a los hombres con Dios, haciéndolos un pueblo Nuevo, llamado a vivir en comunión con su Señor. Por este motivo, la realidad de la alianza encuentra su manifestación histórica en la Eucaristía, sacrificio agradable que elimina el pecado y restablece la comunión perdida. En la Nueva Alianza, Jesús da un paso más: llama a unos hombres con nombre y apellido –los apóstoles–, los prepara y forma, y los envía en su nombre para llevar la salvación a todos, especialmente a esas ovejas sin pastor y a esos campos de mies que necesitan más “braceros” para la cosecha (Evangelio). Salvación que le supuso la entrega de toda su sangre para reconciliarnos con su Padre (Segunda Lectura).

Finalmente, Cristo quiere seguir ofreciendo su Alianza a tantos hombres y mujeres que están cansados, desorientados, como ovejas sin pastor, buscando el sentido de la vida. Estos hermanos nuestros, nos deberían conmover las entrañas del corazón y lanzarnos a anunciar el mensaje salvador de Cristo, especialmente a los marginados de la sociedad, y que viven en las periferias existenciales, pues “debemos salir de la propia comodidad y atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, n. 20). Por eso, Cristo necesita hoy de manos, de bocas, de pies, de corazones…para que llegue su Alianza a todos. “Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, n. 23).

¿Qué implica el que Dios quiera hacer una alianza con nosotros? El corazón mismo de nuestra alianza con Dios implica que ambas partes tienen sus propias responsabilidades que cumplir. Por la parte de Dios, el Señor nos promete darnos su Espíritu Santo, grabar sus leyes en nuestro corazón, perdonarnos y cuidarnos para nuestro bienestar y felicidad. A su vez, Dios nos pide que, por nuestra parte, vivamos como el pueblo de su propiedad, es decir que lo amemos, seamos fieles a su voluntad, recurramos a él cuando necesitemos ayuda, rechacemos toda forma de idolatría y cumplamos fielmente sus mandamientos.

Para reflexionar: Hay mucha mies, se necesitan brazos. ¿Por qué no ofreces los tuyos? Hay muchos rostros que enjugar, ¿por qué no ofreces el pañuelo de tu ternura? Tú, vehículo de esta Alianza de Jesús.

Para rezarGracias Señor Jesús por ser siempre fiel a tus promesas, especialmente a la de estar siempre con nosotros. Que tu presencia misericordiosa nos mueva a caminar en fe confiando en tu eterno amor y fidelidad.  “Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán, mi Nombre le asegurará la victoria” (Salmo 89, 25). Me he dejado engañar, de mil maneras. Escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito, rescátame de nuevo, Señor. Acéptame una vez más. Entre tus brazos redentores. Porque yo quiero estar contigo.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]


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Viernes, 05 de junio de 2020

Reflexión a las lecturas de la Solemnidad de la Santísima Trinidad A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo de la S.  Trinidad

 

                     En todos los tiempos, el hombre se ha esforzado por descubrir la existencia de Dios y relacionarse con Él. De este modo, ha buscado una respuesta al sufrimiento, al mal y a la muerte. Así se han formado lo que conocemos con el nombre de “religiones naturales”.

                     Pero también Dios ha querido encontrarse con el hombre, manifestarse a él, tratar de los temas fundamentales del hombre caído: su salvación, su anhelo de trascendencia, su relación con Él, su vida junto a Él para siempre. Son las llamadas "religiones reveladas" como el cristianismo. Éste nos enseña que Dios se ha ido revelando progresivamente al hombre a través de los acontecimientos  de la Historia de la Salvación, hasta que llega la plenitud de los tiempos,  y  Dios se acerca al hombre al máximo, en Jesús de Nazaret, el Hombre-Dios, que viene a salvarnos.

                     En medio de este proceso,  Dios se nos ha ido revelando como  comunidad perfectísima de vida y amor, como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es la Santísima Trinidad, cuya solemnidad celebramos este domingo, llenos de alegría, contemplando como un resumen de todo lo que hemos venido celebrando a lo largo del Año Litúrgico en el que van surgiendo, en medio de las distintas celebraciones, las tres Personas de la Santísima Trinidad, tal como acostumbramos a atribuir en la Iglesia la acción del Dios trino a cada una de las Personas divinas: Al Padre, la Creación y el designio de salvación después del pecado original, al Hijo la Redención, al Espíritu Santo, la obra dinámica de la Iglesia. Por todo ello, terminadas las fiestas pascuales, celebramos, llenos de admiración y de  gozo, esta solemnidad hermosa, en este año marcado por una epidemia terrible. En estas circunstancias dolorosas, hemos experimentado que nuestra vida, iluminada por la fe, tiene todavía muchas oscuridades y muchos interrogantes, pero sin Dios, sin fe, todo resulta pura tiniebla, un auténtico sinsentido. Si algo hemos constatado en este tiempo, es la necesidad radical que tenemos de Dios: de su presencia, de su ayuda, y, particularmente, de esa magnífica Cosmovisión que supone y encierra nuestra fe.

                     La Santísima Trinidad es, sin duda, el Misterio más grande que Jesucristo nos ha revelado acerca de Dios. Misterio quiere decir que, en parte, se nos ha manifestado y, en parte, permanece oculto. No podemos pretender una comprensión total de Dios.

                     En la Liturgia de la Palabra de hoy, Dios se nos manifiesta, en la primera lectura, como un ser “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”; en la segunda, como Comunidad de Personas, que nos ofrecen gracia, amor y comunión; y en el Evangelio, Jesús le dice a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. De este modo, llega a su punto culminante, el mensaje de la primera lectura. Lógico es que el salmo responsorial sea un himno de alabanza y de acción de gracias: “A ti gloria y alabanza por los siglos”.

                     Y si todo esto es así, no podemos vivir como si Dios no existiera, sin relacionarnos con Él, sin entrar en comunicación y en comunión con Él. Más todavía, se nos invita, se nos urge a mejorar, a perfeccionar nuestra relación con el Dios uno y trino. Y muchas realidades se encargan de recordárnoslo con frecuencia, especialmente, “los testigos de Dios” en el mundo. Precisamente, en esta solemnidad, recordamos a los monjes y monjas de clausura, cuyos monasterios son como un faro de luz, que están siempre indicando, desde una vida de silencio, oración y trabajo, la existencia de Dios, su amor y su misericordia, su acción constante en la Iglesia y en el mundo. Es la Jornada “Pro Orantibus”.

                     En resumen, es importante, fundamental,  que Dios ocupe su lugar en nuestra vida y en el horizonte de la Historia humana, como quería, especialmente, el Papa Benedicto XVI. Y San Juan Pablo II escribía en una ocasión: “No vaya a ser que se repita el error de quien, queriendo construir un mundo sin Dios, sólo ha conseguido construir una sociedad contra hombre”.                                                                            

                                                                                                                      ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD A 

MONICIONES 

 

 

PRIMERA LECTURA

            Después del trágico episodio del becerro de oro, había que renovar la Alianza. Moisés sube al Monte llevando las tablas de la Ley. Cuando manifiesta su deseo de ver a Dios, pasa el Señor junto a Él y se manifiesta como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”.

 

SALMO RESPONSORIAL

            La presencia de Dios junto a nosotros como Trinidad santa, nos impulsa, en primer lugar, a la adoración y a la alabanza. Es lo que hacemos ahora, como respuesta a la Palabra de Dios.

 

SEGUNDA LECTURA

            La segunda lectura es la conclusión de la segunda carta de S. Pablo a los corintios. El apóstol sintetiza su mensaje en pocas palabras. Y se despide de ellos, deseándoles la gracia, el amor y la comunión  como dones de las tres Personas Divinas.

 

EVANGELIO

            En el Evangelio contemplamos a Jesucristo diciendo a Nicodemo, que el amor de Dios Padre es tan grande, que nos envió a su Hijo, para que el mundo se salve por Él.

            Pero antes de escuchar el Evangelio cantemos el aleluya.

 

COMUNIÓN

            Al acercarnos hoy a la Comunión, podemos recordar aquellas palabras de Jesús: "El Padre que vive me ha enviado y Yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí". Comulgar es, por tanto, participar de la misma vida de Dios, de la Santísima Trinidad, “vivir por Él”.  Por eso, ¡qué grande es comulgar! ¡Cuántas gracias hemos de darle al Señor!


Publicado por verdenaranja @ 11:51  | Liturgia
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Comentario litúrgico - Solemnidad de la Santísima Trinidad - por el P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. JUNIO 02, 2020 (zenit)

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Ciclo A

Textos: Ex 34, 4.6.8-9; 2Co 13, 11-13; Jn 3, 16-18

Idea principal: Adentrémonos de rodillas a contemplar este Misterio de la Santísima Trinidad.

Resumen del mensaje: Hoy la Iglesia celebra el misterio más elevado de la doctrina revelada, su misterio central. El enunciado del misterio es muy simple, como lo aprendimos en el Catecismo: La Santísima Trinidad es el mismo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Misterio insondable que nos lleva a tres actitudes: adorar, agradecer y amar. Sólo lo comprenderemos en el cielo. El misterio de la Trinidad viene a desafiar todas las religiones y filosofías humanas. Mientras esas religiones, sobre todo las más depuradas, como el hinduismo y las creencias orientales, conciben a Dios como un todo impersonal, rozando a veces en el panteísmo, el Cristianismo nos presenta a un Dios personal, capaz de conocer y amar a sus creaturas. Ninguna religión llegó a concebir que la divinidad amase realmente a los hombres.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, nos preguntamos si este misterio, que sólo entenderemos en el cielo, nos servirá a nosotros aquí y ahora. Podríamos responder: realmente el misterio de la Santísima Trinidad no nos sirve para nada, porque Dios no sirve a nadie y a nada. Dios está para ser servido por nosotros y no para que nosotros nos sirvamos de Él. Tenemos que cuidarnos del criterio utilitarista tan propio de nuestra época, que juzga todo según sirva o no al capricho del hombre. Hay bienes que son deseables y amables por sí mismos, sin necesidad de estar buscándoles utilidades a nuestra medida. Los antiguos llamaban a estos bienes “honestos” porque se deseaban por sí mismos, sin buscar la utilidad o el deleite, que los convertiría en medios. Ante este misterio infinito caigamos de rodillas admirados. Se dice que un día san Agustín caminaba por la playa y al ver a un niño que excavaba un agujero en la arena le preguntó:
-Pero, ¿qué pretendes hacer? El niño le respondió ilusionado:

-Pienso meter toda el agua en este hoyo.

-Pero ¡¿no te das cuenta que es imposible?! Le contestó san Agustín.

Entonces el niño, que ya sabía de las elucubraciones de Agustín le contestó:

-Es más posible meter toda el agua del mar en este agujero que intentar meter el misterio de la Trinidad en tu cabeza.

¡Te adoramos, Dios Trinidad!

En segundo lugar, realmente deberíamos agradecer a Dios porque al ser un misterio inaccesible a nuestra mente, nos ha hecho el gran favor de humillarnos, de abajar nuestra inteligencia y nuestra cabeza, y colocarnos en nuestro verdadero lugar y de rodillas. Dios no es un objeto del cual podamos disponer a nuestro arbitrio, sino que es nuestro Señor y Creador, al que tenemos que adorar y ante el cual debemos doblegar nuestras rodillas. Contra la soberbia del hombre moderno, que cree poder conocer y dominar todas las cosas, aún las mas sagradas, como el alma y la vida humana, se alza el misterio insondable de la Una e indivisa Trinidad que la Iglesia proclama hoy, como hace dos mil años. ¡Te agradecemos, Dios Trinidad!

Finalmente, la revelación de este misterio es otra muestra más del infinito amor de Dios hacia los hombres. Él no se contenta con amarnos, sino que goza en nuestro amor por Él, y como nadie puede amar lo que no conoce, para excitar más nuestro amor por Él quiso mostrarnos los secretos de su vida íntima. Porque eso es en definitiva lo que Dios nos revela en este misterio, nada más y nada menos que su intimidad. De este modo, sabemos que Dios no es un solitario encerrado en su inalcanzable grandeza, sino que en Él hay un dinamismo vital de conocimiento y amor. Dios Padre, desde toda la eternidad, engendra al conocerse una Persona, su Imagen plena, el Hijo de Dios. Y el amor entre la primera y segunda Persona, entre el Padre y el Hijo, es tan profundo, por ser divino, que de él brota una tercera Persona, el Espíritu Santo. ¡Te amamos, Dios Trinidad!

Para reflexionar: Piensa en esta frase de san Pablo: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni entró en pensamiento humano, lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Co 2, 9). ¿Qué relación tienes con cada una de las personas de la Santísima Trinidad? ¿De Dios Padre imitas su amor paternal y misericordioso? ¿De Dios Hijo imitas su capacidad de sacrificio y entrega? ¿De Dios Espíritu Santo imitas el ser Consuelo y Aliento para tus hermanos?

Para rezar: oración de la beata Isabel de la Trinidad

¡Oh, Dios mío, trinidad adorable, ayúdame a olvidarme por entero para establecerme en ti! ¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor! Siento mi impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que identifiques mi alma con todos lo movimientos de tu alma; que me sustituyas, para que mi vida no sea más que una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como adorador, como reparador y como salvador… ¡Oh fuego consumidor, Espíritu de amor! Ven a mí, para que se haga en mi alma una como encarnación del Verbo; que yo sea para él una humanidad sobreañadida en la que él renueve todo su misterio. Y tú, ¡oh, Padre!, inclínate sobre tu criatura; no veas en ella más que a tu amado en el que has puesto todas tus complacencias. ¡Oh mis tres, mi todo, mi dicha, soledad infinita, inmensidad en que me pierdo! Me entrego a vos como una presa; sepultaos en mí para que yo me sepulte en vos, en espera de ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]


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Cómo orar en momentos críticos por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas. JUNIO 03, 2020 (zenit)

Pedir ayuda al Espíritu Santo

VER

Hablo de esto no de memoria, sino por experiencia personal. El pasado fin de semana, fui víctima indirecta de unos asaltantes armados que perseguían en vehículos a un pequeño comerciante a quien querían robar. Coincidió que en ese momento yo transitaba con mi familia por la misma carretera, y una bala atravesó el parabrisas de mi vehículo, insertándose una parte de la bala en mi cuello, sin afectar, milagrosamente, cuerdas bucales, más algunos vidrios en mi mano derecha. Después de reponernos de la impactante impresión y de continuar nuestro camino hasta encontrar atención médica, decidimos orar con el Rosario, que ofrecimos por los delincuentes y por sus víctimas. La oración nos ha sostenido en paz y serenidad.

En mis largos años de presbítero, y sobre todo de obispo en Chiapas, hubo momentos muy difíciles, no sólo por problemas sociales y políticos, sino sobre todo por conflictos intra eclesiales, que son los que más duelen y preocupan. Si no hubiera sido por la oración ante el Sagrario, en varias ocasiones habría “tirado la toalla”.

Hay personas que se han alejado de Dios y de la Iglesia, porque dicen que le pidieron a Dios que no falleciera alguno de sus seres queridos, y falleció; suplicaron que no les pasaran ciertos males, y les acontecieron; oraron por encontrar trabajo, y no lo hubo; rezaron por pasar un examen, y lo reprobaron. Se imaginan que podemos manejar a Dios según nuestros deseos, como si fuéramos tan sabios para saber qué es lo que más nos conviene. A veces somos como los niños caprichudos que quieren un helado, sus padres no se lo dan porque está enfermo de la garganta, y el hijo queda con el sentimiento de que no lo quieren, siendo que no se lo dan precisamente porque lo aman.

Estamos bajo los efectos de la devastadora pandemia del COVID-19, y hemos orado mucho para que ya pase y volvamos a la ansiada normalidad; pero pareciera que Dios no nos hace caso. ¿Acaso es porque no tenemos suficiente fe? Jesús dijo que, si tuviéramos fe, moveríamos montañas (cf Mt 17,20). Entonces, ¿qué nos falta? ¿Cómo orar?

Algunos se entretienen diciendo que se reza, pero no se ora. Entienden por rezar el recitar fórmulas, como los salmos de la Liturgia de las Horas, el Rosario y otros rezos tradicionales. Dicen que rezar no es orar, pues orar es hablarle a Dios con el corazón, sin necesidad de fórmulas. En parte tienen razón, pero es cuestión de palabras. Si recitas con fe, con toda tu alma y tus sentimientos el Padre nuestro, el Ave María, los salmos y otras fórmulas, estás haciendo verdadera oración. No nos entretengamos en discusión por palabras. ¿Cómo orar, entonces, sobre todo en momentos críticos?

PENSAR

Jesús oraba mucho, también con los salmos y con otras fórmulas bíblicas. Oraba en las sinagogas y en las montañas; en todas partes. Lo hacía tan a gusto, que hasta su cara resplandecía, como en el Tabor (cf Lc 9,29). Por ello, sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar. Fue entonces cuando nos enseñó el Padre nuestro, modelo de toda oración (cf Mt 6,9-13; Lc 11,2-4). La primera parte no empieza pidiendo cosas, sino poniendo toda la confianza en que Dios es nuestro Padre. Eso es lo primero: hablarle a Dios como a un buen padre, a quien le puedes decir todo lo que quieras, pero partiendo de esa confianza fundamental, experimentando que estás en sus brazos y en su corazón. Es la actitud básica para una buena oración, como dice San Pablo: “No han recibido un espíritu de esclavos, para caer de nuevo en el miedo, sino que recibieron el espíritu de hijos adoptivos, gracias al cual llamamos a Dios ¡Abbá, Padre! Ese mismo Espíritu, junto con el nuestro, da testimonio de que somos hijos de Dios” (Rom 8,15-16).

¿Cómo orar, pues? Ante todo, experimenta en ti la plena confianza de que Dios te ama como un buen Padre y le puedes decir todo cuanto está en tu corazón. Es la primera actitud para una buena oración.

Después de esta experiencia básica, Jesús nos enseña a no empezar pidiendo cosas, sino primero extasiarte en que tu Padre está en el cielo, en que su Nombre sea glorificado y reconocido como lo más santo, en que su Reino es lo más importante y que reconocemos su Voluntad como lo mejor para nosotros. Después de esta experiencia gozosa y contemplativa, ya puedes pedir el pan de cada día, el perdón de tus pecados, la gracia de no caer en las tentaciones y que te libere de todo mal, sobre todo del Malo. ¿Así haces tu oración? ¿O te reduces a pedirle cosas a Dios? Empieza alabándole y reconociéndole como tu papito querido; y luego dile cuanto quieras.

En algunos momentos bonitos, Jesús alaba a su Padre y le da gracias (cf Lc 10,21). Antes de resucitar a Lázaro, dice: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que tú siempre me escuchas” (Jn 11,41-42). Pero en el Huerto de los Olivos sufre mucho, hasta sudar gruesas gotas de sangre, porque parece que su oración no es atendida (cf Lc 22,41-44). En la cruz, orando con el salmo 22(21), le reclamaba a su Padre haberle abandonado (cf Mt 27,46); sin embargo, muere recitando otro salmo, el 30(31), con esta confiada expresión: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lc 23,46).

Por tanto, en los momentos críticos, dile a Dios Padre como Jesús: Si es posible, que no nos pase esto y aquello; y pedirlo con insistencia, entre gemidos y lágrimas; pero siempre expresarle como Jesús: “Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,41). O como nos enseñó Jesús en el Padre nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10). Es la actitud de la Virgen María ante las palabras de Dios por medio del ángel: “Aquí está la servidora del Señor. Que se haga en mí lo que tú dices” (Lc 1,38).

Y siguiendo el ejemplo de Jesús, procura siempre perdonar de corazón a quien te infiera algún daño: “Padre, perdónalos; no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Es lo mismo que decimos en el Padre nuestro: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12).

ACTUAR

Pide al Espíritu Santo que te enseñe a orar, pues nada podemos sin su ayuda (cf Rom 8,26), y abandónate en el corazón misericordioso de nuestro Padre, pidiéndole que todo sea según Su voluntad (cf Mt 6,10) y que libre de todo mal a ti, a los tuyos y a todo el mundo. Encontrarás paz, fortaleza, esperanza, ánimo para seguir adelante. Y conviene que invoques la intercesión de nuestra Madre del cielo, así como la de tus santos de devoción. Haz la prueba y verás cuán bueno es el Señor (cf Sal 34(33),9).


Publicado por verdenaranja @ 11:43  | Espiritualidad
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