Jueves, 30 de julio de 2020

Comentario del Evangelio del domingo, 2 de agosto de 2020, Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, escrito por el padre Antonio Rivero L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo A

Textos: Is 55, 1-3; Rm 8, 35.37-39; Mt 14, 13-21

Idea principal: Dios quiere saciar nuestra profunda hambre y sed.

Resumen del mensaje: Dios sabe de nuestra radical hambre y sed. Por eso ha preparado desde siempre platillos sustanciosos y vinos de solera (primera lectura). Pero los fue distribuyendo de a sorbos, no de a golpe. Y cuando ya no aguantó su corazón nos dio a comer generosamente como manjar el Cuerpo y a beber la Sangre de su Hijo Jesucristo, y quedamos satisfechos (evangelio). Con este alimento tendremos fuerzas para satisfacer nuestras necesidades espirituales y salir victoriosos ante las luchas diarias (segunda lectura). E incluso nos sobrará para alimentar a nuestros hermanos necesitados.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, veamos las diversas hambres y los diversos tipos de sed que tiene el hombre de hoy. Hambre y sed de Dios, que si no es canalizada nos hace caer en la tentación paradisíaca “seréis como dioses”. Hambre y sed de espiritualidad, que, si no es orientada se convierte en supermercado donde cada uno satisface sus emociones y sentimientos. Hambre y sed de libertad, que, si no es formada desemboca en libertinaje. Hambre y sed de fama y honra, que si no es purificada nos hace caer en espectáculo apoteósico como a tantos faraones, reyes, guerreros, legisladores, cantores, actores y actrices. Hambre y sed de dinero, que si no es controlada nos roba el sueño y la paz. Hambre y sed de sexo, que, si no es integrado con las otras dimensiones del amor afectivo, amistoso y espiritual, nos devora, engulle y erotiza. Hambre y sed de justicia, que, si no es hermanada con la misericordia, nos empuja a la crueldad. Hambre y sed de salud, que, si no es equilibrada se convierte en fuente de hipocondría. Hambre y sed de descanso, que si no es dosificada es motivo de pereza y holgazanería.

En segundo lugar, Dios en Cristo viene a saciar completamente nuestra hambre y sed interior. Ya desde el Antiguo Testamento, Isaías nos hacía la invitación de Dios: “Acudid por agua…venid, comed sin pagar vino y leche gratis…comeréis bien…”. Esta multiplicación de panes y peces, narrada hoy en el evangelio, es el anuncio y el preludio de lo que Cristo será para todos nosotros: nuestro alimento; anticipo del misterio de la Eucaristía. La metáfora de la comida y de la bebida es muy apropiada para hacernos comprender otros bienes que nos regala Dios: su cercanía, su perdón, su amor. ¡Cuántas veces Jesús utilizó el ambiente de una comida para hacernos sentar a la mesa del perdón y salvación! Ahí está Cristo Alimento en cada misa. Ahí está Cristo Alimento en el Evangelio.

Finalmente, pero también nos encarga “dadles vosotros de comer”. No todo lo hace Dios. No todo lo provee Cristo con su milagro. Cristo da los panes y peces multiplicados a los discípulos, y luego éstos se los dan a la gente. Debemos compartir con Él su compasión y su sintonía con el hambriento, en todos los sentidos de hambre y sed. Somos colaboradores de ese Cristo que quiere saciar el hambre y la sed de la humanidad. ¡Qué triste sería quedarnos en un rincón comiendo a solas el pan de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro amor, de nuestra bondad! ¡Qué triste sería no compartir el vino de nuestra alegría, de nuestro optimismo, de nuestra solidaridad, de nuestro consejo! San Juan Pablo II dijo: “Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos, en las enfermedades que flagelan a los países en desarrollo, en la soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de los emigrantes. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo. En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas” (Mane nobiscum Domine, 28). El Papa Francisco también insiste en desterrar de nuestra vida la cultura de la indiferencia ante las necesidades de nuestros hermanos.

Para reflexionar: ¿De qué tengo hambre y sed? ¿A dónde voy a saciar mi hambre y sed? ¿Reparto mi pan con mis hermanos o me lo como a solas?

Para rezar: Señor, te imploro y suplico para que tu pongas en mi vida el deseo, la pasión por buscar el alimento espiritual. Ven a mi vida, Jesucristo, entra en mi vida. Señor, te entrego todo mi ser, confiado en que al hacerlo Tú pondrás en mi vida, el deseo de buscarte y seguirte con fervor y pasión todos los días de mi vida. ¡Gracias Señor, por devolverme el “APETITO ESPIRITUAL”! Y terminemos con el salmo 42:

Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas,

Así clama por ti, oh, Dios, el alma mía.

Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;

¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]


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Jueves, 23 de julio de 2020

Comentario del Evangelio del domingo, 26 de julio de 2020, Domingo XVII del Tiempo Ordinario, escrito por el padre Antonio Rivero,Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.  JULIO 21, 2020 (zenit)

“Señor, dame la auténtica sabiduría”

 DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo A

Textos: 1 Re 3, 5.7-12; Rm 8, 28-30; Mt 13, 44-52

Idea principal: Pedir a Dios la verdadera sabiduría.

Resumen del mensaje: Hoy Cristo nos invita a ser buenos negociantes no solo en las cosas materiales, sino también y sobre todo en las espirituales (Evangelio). Para eso necesitamos el don de la sabiduría (primera lectura). El mejor negocio que podemos llevar a cabo en nuestra vida es reproducir en nosotros la imagen de Cristo (segunda lectura). El hombre necesita la sabiduría, como Salomón, para discernir dónde están los verdaderos valores, trabajar por conseguirlos e invertir en ellos.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, lo importante es que los seguidores de Jesús seamos lo suficientemente listos para descubrir que los valores del espíritu (la virtud, la honradez, la verdad, el trabajo, el amor, la justicia, la fidelidad, la piedad, la fe, la esperanza…) son más importantes que todos los demás y hacer una clara opción por ellos. Otros valores son externos y caducos: salud, dinero, amor, como se cantaba en la España otrora: “Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor el que tenga estas tres cosas, que le dé gracias a Dios”. El mundo nos encandila con cosas llamativas, con baratijas superficiales que no salvan y no dan felicidad auténtica.

En segundo lugar, para ello necesitamos pedir a Dios que nos dé sabiduría -don del Espíritu Santo-, como pidió Salomón: “te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal”. Nosotros: “Señor, concédenos un corazón sabio que sepa distinguir entre los verdaderos valores que Tú nos entregaste y los oropeles de este mundo engañador que nos engatusa y nos invita a sestear a la isla de las sirenas engañadoras”. Dios no puede cerrar sus oídos ante semejante petición. Optar por los valores espirituales, matrimoniales y éticos es invertir bien. Es promesa de éxito y de alegría plena. El que apuesta por los valores éticos y espirituales, que son seguros, no fracasa.

 Finalmente, no debemos olvidar que estos valores espirituales son caros. Son tesoros escondidos en el campo del mundo y de la Iglesia, que nos exigen vender todo o mucho y comprar ese campo. Son perlas finas –no hojalata- que no podemos rebajar en el mercado de la vida mundana, sino vender las otras mil chácharas que escondíamos tontamente en el cofre de nuestro interior, para poder adquirir esas joyas. No se trata de renunciar a cosas por ascética o por masoquismo, sino porque eso que compramos son tesoros y perlas que darán sentido pleno a nuestra vida personal, matrimonial, profesional, ministerial. Muchas veces hay que sacrificar algo para conseguir lo que vale más. Y el valor de los valores es Jesucristo, por el que tenemos que dejar todo lo demás, si Él nos lo pide para dedicarnos a Él y a su Reino en cuerpo y alma. San Agustín diría: “Ese tesoro es el Verbo-Dios que está escondido en la carne de Cristo”. Cuando san Pablo encontró este tesoro dijo que todo el resto es pérdida y basura al lado de Cristo.

Para reflexionar: ¿Puedo decir con el salmista hoy: “Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata”? ¿Ya vendí todo para comprar esos tesoros de Cristo que la Iglesia me ofrece: la doctrina santa salida de los labios del mismo Jesucristo y transmitida por la Iglesia durante más de dos mil años; la gracia divina infundida en los sacramentos y que hace de nuestra alma otra perla preciosa, riquísima en virtudes, dones y sagrario del Dios tres veces santo? ¿Quisiera recuperar lo que ya he vendido para comprar el tesoro y la perla? Sería una especie de locura preferir las bagatelas al tesoro y la perla de Cristo y su Iglesia.

Para rezar: con el Salmo 9, recemos:

Contigo está la sabiduría, que conoce tus obras
y que estaba presente cuando hiciste el mundo;
ella sabe lo que te agrada
y lo que está de acuerdo con tus mandamientos.
10 Envíala desde tu santo cielo,
mándala desde tu trono glorioso,
para que me acompañe en mi trabajo
y me enseñe lo que te agrada.
11 Ella, que todo lo conoce y lo comprende,
me guiará con prudencia en todas mis acciones
y me protegerá con su gloria…
17 Nadie puede conocer tus planes
sino aquel a quien das sabiduría
y sobre quien desde el cielo envías tu santo espíritu.
18 Gracias a la sabiduría
han podido los hombres seguir el buen camino
y aprender lo que te agrada:
fueron salvados gracias a ella.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]

 


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“Yo hago lo que quiero” por Monseñor Felipe Arizmendi,  obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano. JULIO 22, 2020. (zenit)

“Eduquémonos para ser libres”.

VER

Las autoridades sanitarias de los países han dado varias indicaciones para evitar tantos contagios por COVID-19, y así descartar más defunciones por esta pandemia. Sin embargo, muchas personas no quieren hacer caso y siguen viviendo como si nada pasara; hacen lo que quieren. Salen a la calle, van al mercado y a su trabajo sin protección. No falta quien organiza fiestas, en su casa o en otros espacios, sin ninguna precaución; se imaginan que son inmunes y nada les pasará. Algunos sacerdotes, con mucho celo pastoral, pero sin los debidos cuidados sanitarios, han estado muy cerca de su pueblo, atendiendo enfermos y celebrando misas exequiales; unos se han contagiado y otros han fallecido.

En días pasados, los noticieros de la televisión informaron de una organización social y política de Chiapas que difunde entre sus miembros que eso de la pandemia es mentira, que es una estrategia del gobierno para deshacerse de los ancianos, para que no le cueste tanto sostenerlos. Insisten en que no pasa nada y que cada quien siga llevando su vida como antes.

A muchos jóvenes nadie los detiene ni los convence de que se abstengan de ir a antros y a bares, de practicar su deporte favorito y de andar en lugares con gran concentración de personas, que pueden ser foco de infección. No les importa nada ni nadie, ni ellos mismos; hacen lo que quieren.

Es la misma tesis que manejan quienes siguen exigiendo libertad total para abortar, alegando sólo derechos de las mujeres a hacer lo que quieran con su cuerpo, sin tomar en cuenta el derecho del nuevo ser concebido en su vientre, que es una persona con los mismos derechos que los de su madre, y más porque es una persona inocente e indefensa. Los grupos activistas alegan mucho un derecho a hacer lo que quieran, sin tomar en cuenta los derechos de otras personas y de la misma sociedad. Su agresividad es destructiva.

PENSAR

Jesús dice: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderos discípulos míos, y conocerán la verdad y la verdad los hará libres… Les aseguro que quien comete pecado es esclavo del pecado… Si el Hijo los libera, serán libres de verdad” (Jn 8,31-32.34.36). Y el apóstol Pablo: “Para esta libertad, nos liberó Cristo. Por eso, manténganse firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud” (Gál 5,1). Dice que, pudiendo hacer lo que quiera, se somete libremente al servicio de los demás: “Aunque soy libre y de nadie dependo, me he hecho esclavo de todos con tal de ganar a todos los que pueda” (1 Cor 9,19). Y el apóstol Pedro advierte: “Como gente libre, no empleen la libertad como pretexto para la maldad, sino úsenla como servidores de Dios” (1 Ped 2,16).

El Papa Francisco dice al respecto: “Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo demás se vuelve relativo… Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se alimentan mutuamente diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación social” (Laudato si’, 122).

“Jóvenes amados por el Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la sangre preciosa de Cristo! Jóvenes queridos, ustedes ¡no tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio: deben repetirlo siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús” (Christus vivit, 122).

ACTUAR

Aprendamos a educarnos para ser libres. Libre no es el que siempre hace lo que le da la gana, sin tener en cuenta a los demás, sino el que sabe dominarse a sí mismo, sabe controlar sus emociones, sus gustos y deseos, para proteger y ayudar a los demás, para no dañarlos, para hacerlos felices, aunque tenga que renunciar a sus instintos. Esta es la persona que vale, que genera confianza, que es constructiva y solidaria. Eduquémonos para ser libres. Seguir la palabra de Jesús nos hace libres, porque él nos dice qué nos sirve y qué nos daña, y nos ayuda a ser verdaderos dueños de nosotros mismos, no esclavos de nuestras pasiones.

 


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Viernes, 17 de julio de 2020

Reflexión a las lecturas del domingo quince del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 16º del T. Ordinario A

 

A todos nos hace sufrir la existencia del mal. San Agustín sufría mucho con lo que él llamaba “el misterio de la iniquidad”. Hay, incluso, hombres y mujeres que no aciertan a conciliar la existencia de un Dios bueno y justo, con tanto mal, y caen en el ateísmo. Nos lo  recuerda el Vaticano II.

Y hay muchas clases de mal; la Parábola de la Cizaña nos sitúa, este domingo, ante la existencia del mal moral, tanta gente que se dedica a hacer el mal: desde los grandes criminales, desde las injusticias más graves, hasta las pequeñas faltas de un niño que hace sufrir a otro niño; desde los grandes pecados de omisión,  que dividen el mundo en dos partes, el de los países ricos y el de los países pobres, hasta nuestras pequeñas faltas de omisión de cada día. ¡Incluso, dentro de nosotros mismos, constatamos la existencia del bien y del mal! Por todo ello, como los criados de la parábola, le preguntamos al “Dueño del campo”: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?” ¡Y Él nos dirá: “un enemigo lo ha hecho!”. Y es verdad: “mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo,  y se marchó”. Parece que era frecuente en el país de Jesús este tipo de maldades y venganzas entre los agricultores. La respuesta, por tanto, es clave: “¡un enemigo lo ha hecho!”. De este modo, Jesús hace referencia al principio de la historia humana: a lo que conocemos con el nombre de “pecado original”, que ahora, muchos niegan y desprecian, y otros, lo recuerdan vagamente como cosa de niños. ¡Pero ahí está la fuente de todos los males! (Cfr. Rom 5, 12-21). Y, junto al pecado original, los pecados de todos los hombres, también los nuestros, que siguen sembrando en el mundo todo tipo de sufrimientos. “Y por el pecado, la muerte” enseña San Pablo (Rom 5, 12).

¡Me gusta decir que  nosotros no hemos conocido el mundo tal como salió de las manos de Dios!; ¡entonces, “todo era muy bueno!”, “¡todo estaba muy bien!” (Gn 1, 31) Pero el mundo que conocemos ahora, es el del trigo y la cizaña, el mundo trastocado y afeado por el pecado. ¡Y el enemigo, el diablo, ahora está encantado, porque dicen que no existe! De esta manera,  le resulta muy fácil ir logrando sus objetivos; recibe muy poca resistencia,  pero es y continuará siendo hasta el final de la historia “el padre de la mentira” como le llamó el Señor (Jn 8, 44), “el origen del mal”, porque es capaz de captar y engañar al hombre de todos los tiempos: “Seréis como Dios”. Ya Pablo nos advierte que “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire”. (Ef, 6, 12-13).

“¡Mientras la gente dormía…!” ¡Aquí nos encontramos con otra de las claves de la parábola! Si dormimos, si no cuidamos “nuestros sembrados”, ¿de qué nos vamos a quejar después? ¿No sabemos que se está sembrando en la sociedad, e incluso, en la Iglesia, mucho bien pero, al mismo tiempo, mucho mal? Ya nos advertía el Señor que “los hijos de este mundo son más astutos con su gente, que los hijos de la luz”.(Lc 16, 8). Y pensamos ahora en los padres de familia, en los que se dedican a la formación de los niños y de los jóvenes, en los gobernantes y también en nosotros, los pastores de la Iglesia. ¡Todos podemos dormirnos alguna vez!, ¡y entonces se siembra la cizaña en nuestros campos fácilmente, impunemente. Y, al principio, no se nota nada, no se distingue del trigo; pero, más tarde, aparecerá con toda su fuerza en nuestro sembrado, como estamos contemplando amargamente en la actualidad; entonces nuestra reacción es y será la misma que la de los criados de la parábola:  “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero el Amo del campo nos dirá: “No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. ¡Pero no toleramos contemplar nuestros campos sembrados de trigo con la cizaña. ¡Nos hace sufrir mucho esta realidad, incluso, nos desespera! ¡Quisiéramos ver sólo el  bien sin  mezcla de mal alguno! ¡Quisiéramos dejar de sentir en nuestro interior esos impulsos que nos mueven al mal! ¡Quisiéramos extirpar el mal, todo el mal,  del mundo, de nuestra sociedad, de la Iglesia y de nuestra vida! ¡Pero a nuestra manera! Pero el Señor nos ha señalado el único y verdadero camino, el de la conversión personal, que vaya convirtiendo poco a poco la cizaña en el mejor trigo.     

                                                                                                   ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 16º DEL T. ORDINARIO A

MONICIONES 

 

PRIMERA LECTURA

                En la lectura que vamos a escuchar, se nos presenta al Señor como Dios compasivo, paciente, y misericordioso, que, en el pecado, siempre da lugar al arrepentimiento.

                Escuchemos con atención.

 

SEGUNDA LECTURA

                El apóstol S. Pablo nos enseña que cada uno tiene en su corazón al Espíritu Santo, que ora en su interior y le enseña a pedir lo que conviene. 

 

TERCERA LECTURA

                En el Evangelio continuamos escuchando las parábolas del Reino, de San Mateo, que comenzábamos el domingo pasado. Hoy centra nuestra atención en la Parábola de la Cizaña.

                Acojamos al Señor con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

                Al acercarnos a comulgar, pidámosle al Señor que nos ayude a estar vigilantes siempre, de modo que no permitamos que el enemigo siembre la mala semilla en nosotros ni en nuestros campos. Y pidámosle también que aprendamos a ser pacientes y misericordiosos con los defectos y pecados  de los hermanos a la espera del desenlace final.

 


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Viernes, 10 de julio de 2020

Reflexión a las lecturas del domingo quince del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel  Pérez Piñero vajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"

Domingo 15º del T. Ordinario A

 

    La escena que nos presenta el Evangelio de este domingo no puede ser más hermosa: ¡Jesús sale de casa a enseñar! Y se reúne tanta gente, que tiene que subirse a una barca y, ¡desde la barca, sentado, les habla! El texto evangélico dice que “les habló mucho rato en parábolas”, es decir, en comparaciones sencillas, que todo el mundo entiende y, al mismo tiempo, ¡qué misterio!, en las que “los sabios y entendidos” tropiezan porque “miran sin ver y escuchan sin oír ni entender”; el Señor, interpretando al profeta Isaías, les explica el por qué, y es terrible: “porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos por que oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron”

     Estos domingos el Evangelio de Mateo nos va presentando las “parábolas del Reino”, que suelen comenzar diciendo: “El Reino de los cielos se parece a…” La parábola de este domingo es la de El Sembrador. ¡Un texto verdaderamente hermoso!: ¡Un agricultor sale a sembrar…! y, al echar  la semilla,  cae en diversos tipos de terreno: al borde del camino, en terreno pedregoso, entre zarzas y en tierra buena. Y, como diversa es la tierra, diverso es también el resultado de la siembra, la cosecha. La parábola va dirigida a los que escuchan la Palabra; de los que no escuchan, de los alejados, que diríamos hoy, no dice nada Jesucristo en esta ocasión. La parábola va para nosotros, para los cristianos más o menos practicantes, los que oyen y leen  su Palabra,  para “los que vamos a Misa”.

     A la luz de esta parábola  hay que reflexionar seria y detenidamente sobre esta cuestión fundamental: ¿Qué clase de tierra soy yo? Tendríamos que preguntarnos, en concreto: “¿En qué clase de terreno está cayendo la Palabra de Dios en mi vida?, porque noto que estoy siempre igual, que mi vida espiritual no da un paso adelante, o que no avanza todo lo que debe…” “¿Será que yo soy “borde del camino?” No se entiende la Palabra y el Maligno roba lo sembrado en el corazón. ¿Será que yo soy “terreno pedregoso”? La Palabra se escucha y se acepta con alegría, pero no queda bien “enraizada”, no hay constancia, y, en cuanto llega una dificultad o “persecución por la Palabra”,  sucumbe. ¿Será que yo soy “tierra de zarzas”? La Palabra de Dios se escucha, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas, la ahogan y se queda estéril. ¿O seré, por ventura, tierra buena, donde la Palabra se entiende y da fruto? ¿Tendré esa dicha, aunque, tal vez no me doy cuenta? ¿Y cuánto fruto doy yo? ¿Será el ciento por uno? ¿O será, más bien, el sesenta o el treinta?

     Estudiar este asunto es algo importantísimo. De aquí depende todo lo demás. ¡Esto es como la función del estómago en el cuerpo humano! Si yo me alimento bien, ¿por qué tengo anemia? ¿Qué le pasará a mi estómago para que mi organismo dé ese resultado? Y empiezan a investigar los médicos hasta que dan con el resultado y vuelve la salud, porque la alimentación es recibida por un estómago sano.

     Y no olvidemos que el agricultor es paciente, pero también muy exigente. Tiene que garantizar los recursos que necesita para él y para su familia. Y, cuando no lo consigue, deja la agricultura  y se dedica a  otro trabajo más rentable y más seguro. Ya nos advierte el Señor: “Yo soy la vid y mi Padre es el viñador; a todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca y a todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto”. (Jn 15, 1-2). ¡Que dé más fruto! ¡Ese es el anhelo de todo agricultor! Y, en este caso, el agricultor, el sembrador, es Cristo.

     ¿Y si veo que soy tierra muy mala, en la que  la simiente no produce ni siquiera el treinta por uno,  qué tengo que hacer? Muy sencillo: ¡Cambiar la tierra!, ¡renovar la tierra! Los agricultores lo saben hacer muy bien: van enriqueciendo la tierra, van echando un poco de tierra nueva y abono, y va cambiando el terreno… ¡Y comienza a dar fruto la simiente! ¡Algo así habría que hacer en nuestra vida espiritual! No olvidemos que la semilla, la Palabra de Dios, tiene una energía y una capacidad enorme, como nos recuerda la primera lectura. Lo demás es cosa de la tierra. Es lo que dice el canto: “No es culpa del sembrador, ni es culpa de la semilla, la culpa estaba en el hombre, y en como la recibía”. Por eso, siempre es posible que se realice en nosotros lo que proclamamos hoy en el salmo responsorial: “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”.

                                                                                                       ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!            


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DOMINGO 15º DEL T. ORDINARIO A

MONICIONES

 

 

 PRIMERA LECTURA

                La Palabra de Dios es fuerte y poderosa; es viva y eficaz, como la lluvia y la nieve que caen del cielo para que la tierra dé fruto abundante. Escuchemos. 

 

SALMO RESPONSORIAL

                Compuesto para ser cantado en una fiesta de acción de gracias por la cosecha, este salmo nos invita a pensar en otra cosecha: La que produce la Palabra de Dios, que se siembra en nuestros corazones, y es capaz de realizar maravillas de santidad, vida y salvación. 

 

SEGUNDA LECTURA

                S. Pablo nos habla ahora de la participación de toda la Creación en la gloria de los hijos de Dios, cuando el Señor vuelva. Es el día glorioso de nuestra victoria definitiva sobre el sufrimiento y la muerte. 

 

TERCERA LECTURA

                Comenzamos a escuchar hoy algunas parábolas del Reino, que nos refiere San Mateo. Hoy escucharemos una de las más hermosas e importantes: La parábola del Sembrador.

                Pero antes del Evangelio, cantemos el aleluya. 

 

COMUNIÓN

                En la Comunión nos acercamos a Jesucristo, el Señor; Él es el sembrador de la Palabra de Dios en el mundo, y en cada uno de nosotros.  Pidámosle que seamos tierra buena donde su Palabra dé fruto abundante.


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Viernes, 03 de julio de 2020

Relfexión a las lecturas del domingo catorce del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel pérez Piñero bajl el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".

 Domingo 14º del T. Ordinario A

 

Siempre nos resulta  agradable una persona humilde, sencilla y acogedora.  A lo mejor es una persona importante por su formación o por su posición social, y, sin embargo, es asequible y cordial con todos, incluso con la gente más sencilla. Leemos en el Libro del Eclesiástico: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso”. (Eclo 3, 17).

¡Por eso nos resulta  siempre tan atrayente la figura de Jesucristo, que este domingo, se nos presenta “manso y humilde de corazón!”.

Las lecturas de la Palabra de Dios de este domingo, subrayan este aspecto de la vida del Señor. El profeta Zacarías, en la primera lectura, invita al pueblo de Dios a la alegría, porque viene el Mesías-Rey, “justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno”, en lugar de un caballo, que es signo de poder, de vigor y de fuerza. En el Evangelio se destaca que  Jesús es “manso y humilde de corazón”. En la segunda lectura, S. Pablo nos habla de las obras de la carne y del Espíritu; Constatamos aquí que la mansedumbre y la verdadera humildad son obras del Espíritu.

Y, de este modo, dice el Señor que encontraremos “nuestro descanso”. Si hay algo propio del mundo moderno es, precisamente, el cansancio psicológico y espiritual. Cuánto se habla hoy de stress, de agobio, de fatiga… Sin embargo, cuando seguimos a Jesucristo y tratamos de imitarle, alcanzamos con más facilidad, el sosiego y  la paz,  y renace la alegría y la ilusión. Y añade: “Mi yugo es llevadero y mi carga, ligera”. Y a este tipo de personas –a los mansos y humildes- revela el Padre del Cielo “los secretos del Reino”. En el Evangelio de hoy dice el Señor: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”.  Y no se trata sólo del pobre material o sociológico; decíamos al principio, que hay personas, de cierto relieve social, que son así.  

Esta realidad  podremos constatarla ahora,  en los próximos domingos, en que se nos presentan las llamadas “parábolas del Reino” de S. Mateo. Las parábolas son enseñanzas sencillas y asequibles, pero que unos entienden y otros no, según sea la condición espiritual de sus ojos, de sus oídos y de su corazón.

Y más adelante, el Señor añade unas palabras sorprendentes: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.

Esto hoy no lo dice nadie. “No queremos problemas; ya tenemos con los nuestros”, se dice tantas veces. En nuestra vida solemos constatar que, cuando estamos más necesitados de ayuda, muchos amigos huyen, se escabullen y desaparecen; sin embargo, el amigo verdadero comparte la situación y busca prestar toda la ayuda que puede. ¡Cuántos testimonios podríamos encontrar ahora, con los problemas, tantas graves, que origina la terrible pandemia que sufrimos, con su crisis social y económica y espiritual añadida! Hay un póster del Sagrado Corazón, que se ha hecho muy popular, donde se lee: “Amigo que nunca falla”. ¡Y es verdad,  es así! ¡Él es el amigo verdadero! ¡El mejor de los amigos!  ¡Ojalá que, en medio de nuestros problemas, a veces muy graves, como los presentes, en nuestros agobios y cansancios, que nunca faltan, lo recordemos y vivamos siempre!

Ahora, en este tiempo de verano tan especial, al que llegamos con tanta tensión, tanto sufrimiento y tanto cansancio, deberíamos recordar estas palabras del Señor: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. Yo la llamo “la oración del cansado”.  Y nosotros hemos de tener su mismo talante con los hermanos, especialmente los pobres y necesitados de todo tipo, si queremos ser reconocidos como verdaderos discípulos suyos.

Termino recordando una breve oración, una jaculatoria, que dice: “Oh Señor, manso y humilde de corazón, dame, danos un corazón semejante al tuyo”.

 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!


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DOMINGO 14º DEL T. ORDINARIO A   

MONICIONES  

 

PRIMERA LECTURA

                Escuchamos, en la primera lectura, una invitación a la alegría, porque la salvación nos viene de un Rey, que es manso y humilde de corazón.

  

SALMO

                Con el salmista cantemos a nuestro Dios, que es Rey clemente y misericor-dioso. 

 

SEGUNDA LECTURA

                San Pablo nos exhorta a vivir movidos por el Espíritu, ya que por el Bautismo fuimos llamados a participar de la vida nueva de Cristo. 

 

TERCERA LECTURA  

                Jesús se nos muestra en el Evangelio como el Mesías-Rey, que es manso y humilde de corazón; y nos invita a acercarnos a Él para que encontremos alivio, descanso y fortaleza, en medio de tantos sufrimientos y dificultades.

                Aclamémosle ahora con el canto del aleluya. 

 

COMUNIÓN

                                Al acercarnos hoy a comulgar debemos recordar las palabras del Señor: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré". Vayamos, pues, a Cristo, nuestro Salvador, para acogerle en nuestro corazón y para sentirnos acogidos por Él, y pidámosle un corazón semejante al suyo. 


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Jueves, 02 de julio de 2020

Comentario del Evangelio del domingo, 5 julio de 2020, Domingo XIV del Tiempo Ordinario A, escrito por el padre  Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos. JUNIO 30, 2020 (zenot)

“¿Qué hacer con nuestros cansancios?”

Ciclo A

Textos: Zac 9, 9-10; Rom 8, 9.11-13; Mt 11, 25-30

Idea principal: Todos, quien más quien menos, experimentamos el cansancio en nuestra vida, en sus diversas formas.

Resumen del mensaje: ¿Dónde está la fuente de nuestro descanso y paz? Dios nos responde hoy en las lecturas. Camino para el descanso interior del alma es acudir a Cristo con humildad (primera lectura y evangelio). Camino que nos destruye la paz es el desorden egoísta (segunda lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, veamos los distintos cansancios que sufrimos todos. Está el cansancio físico, propio de nuestro desgaste por el trabajo manual, profesional y ministerial: se cansa el obrero y el barrendero, la madre de familia haciendo las faenas de casa, el profesor dando sus clases, el médico y el enfermero en el hospital, el empresario y el sacerdote, el comunicador y el deportista. Está el cansancio psicológico y afectivo, provocado por personas que nos rodean, tal vez en nuestra propia casa, y que no están de acuerdo con nosotros, que no comparten la misma fe y amor, que nos son hostiles o indiferentes, que nos han arrinconado; este cansancio nos agobia y gasta nuestras energías. Está el cansancio espiritual, permitido por Dios para probar nuestra fe, esperanza y caridad; cuántas veces sentimos cansancio en la fe y en la esperanza; parece que Dios nos ha abandonado y no nos escucha. Está el cansancio moral de quien lleva a cuestas su conciencia pesada y no logra deshacerse de sus culpas y pecados. Y hoy que vivimos la pandemia, estamos llevando a cuestas todos los tipos de cansancios. ¿Hasta cuándo, Señor?

En segundo lugar, ¿qué hacer con nuestros cansancios? Dios te diría que acudas a su Hijo Jesús que hoy te ha dicho: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados por la carga, y yo os daré descanso”. Te espera en la Eucaristía para fortalecer tus fuerzas espirituales. Te espera en la confesión para reponer tus fuerzas rotas. Te espera en la lectura de los santos evangelios para animarte y consolarte. San Pablo te diría hoy en la segunda lectura: “No viváis conforme al desorden egoísta, sino conforme al Espíritu”, es decir, vive una vida honesta y honrada siguiendo los diez mandamientos. El pecado es una carga pesada. El profeta Zacarías también tiene un consejo para tu paz y descanso interior: “Vive en la humildad”, pues no hay vicio que más destruya la paz que la soberbia. Si fuéramos un poco más sencillos, no amantes de grandezas, si tuviéramos “ojos de niño” y un corazón más humilde, tendríamos mayor armonía interior, una paz más serena en nuestras relaciones con los demás, una sabiduría más profunda y una fe más estimulante y activa. Seríamos más felices y encontraríamos paz y descanso en Cristo Jesús.

Finalmente, Dios hoy también nos compromete a ayudar a nuestros hermanos, a ser cireneos, pues muchos de ellos sufren cansancios más duros que los nuestros. Date tiempo y diálogo con esos que están en la cuneta con cansancio de alma y corazón. Acércate a ellos para ayudarles a llevar ese fardo pesado, como hace Cristo con nosotros. Y, sobre todo, no eches en las espaldas de los otros tus sacos de disgustos y reclamos, tus rebeldías y enojos. Al contrario, pon tu espalda para que otros te carguen sus penas y dolores.

Para reflexionar: ¿Cuáles son mis cansancios? ¿Qué hago ante mis cansancios? ¿Ayudo a mis hermanos para aliviar sus cansancios o les hundo más en ellos? Medita en esta frase de san Gregorio Magno sobre el evangelio de hoy: “Es un yugo áspero y una dura esclavitud el estar sometido a las cosas temporales, el ambicionar las terrenales, el retener las que mueren, el querer estar siempre en lo que es inestable, el apetecer lo que es pasajero, y el no querer pasar con lo que pasa. Porque mientras desaparecen a pesar de nuestros deseos todas estas cosas que por la ansiedad de poseerlas afligían nuestra alma, nos atormentan después por miedo de perderlas”.

Para rezar: Medita en la oración del hombre cansado, no sea que te veas reflejada en ella: “Estoy cansado, Señor, estoy harto de la vida. La gente dice que la vida es corta; a mí ahora me parece larga, eternamente larga. No sé qué hacer con la vida. Podría vivir aún el doble de lo que he vivido, quizá el triple, y me estremezco de sólo pensarlo. La carga, la rutina, el puro aburrimiento de vivir. No me quejo ahora del sufrimiento, sino del abrumador cansancio de la existencia. Recorrer las mismas calles, hacer los mismos quehaceres, encontrarse con la misma gente, decir las mismas vaciedades. ¿Es eso vivir? Y si eso es vivir, ¿merece la pena?”. Mejor reza ésta del Salmo 39, 12:

«Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto:
porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplácate, dame respiro
Antes de que pase y no exista».

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, [email protected]


Publicado por verdenaranja @ 12:03  | Espiritualidad
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 Reflexión de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel Obispo emérito de San Cristóbal de las Casas. JULIO 01, 2020 (zenit)

 Ante la enfermedad y la muerte

VER

A nadie nos gusta enfermarnos y siempre nos preocupan los parientes, amigos o conocidos que se enferman. Menos nos gusta la muerte. Siempre la tememos y hacemos hasta lo imposible para que no nos llegue. Sin embargo, la enfermedad y la muerte son realidades que, tarde o temprano, de una forma u otra, son parte de nuestra historia.

Por la pandemia de la COVID-19, siguen aumentando los enfermos y las defunciones, pues muchos no toman en serio el peligro y no atienden las normas que las autoridades sanitarias nos indican. ¡Hay tantos imprudentes e irresponsables! Además, los grupos de delincuentes no descansan en su ambición de dinero y de poder, y causan destrucción y muerte por todas partes. Han crecido sin familia y sin Dios, o perdieron ya sus raíces religiosas.

¿Cuál es la actitud cristiana ante la enfermedad y la muerte?

PENSAR

El Concilio Vaticano II, realizado de 1962 a 1965, en su Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spesdice: “El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del corazón humano.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte. Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del hombre y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida verdadera” (No. 18).

“¡Esta es nuestra fe! ¡Esta es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar, en Jesucristo nuestro Señor!”, como dice una aclamación de la liturgia. En efecto, nuestra fe nos ayuda a enfrentar con mayor madurez la enfermedad y la muerte.

Ante la enfermedad, hay que cuidarnos en la medida de lo posible; acudir al médico y tomar la medicina oportuna, homeópata o alópata. Pero también orar confiada e insistentemente a nuestro Padre Dios, con la mediación de Jesucristo, apoyados por la fuerza del Espíritu Santo y la intercesión de la Virgen María y de los Santos, para que, si es su voluntad, nos conceda la salud. Hay que decirle: “Señor, si quieres, puedes curarme” (Mt 8,2). O también: “Señor, mi servidor está acostado en casa con parálisis y terribles sufrimientos” (Mt 8,6); o con la versión de Juan: “Señor, baja antes de que se muera mi niño” (Jn 4,49). O “Hijo de David, ten piedad de nosotros” (Mt 9,27). Y tantas otras plegarias que salgan de nuestro corazón, con fe y confianza, como hizo aquella mujer enferma que, con sólo tocar el manto de Jesús, quedó curada (cf Lc 8,43-44; Mc 6,56), siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, como nos enseñó Jesús: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10). Pero también ofrecer nuestros dolores por la salvación de los demás, como dice San Pablo: “Ahora me alegro de mis padecimientos por ustedes, pues así voy completando lo que falta a los sufrimientos de Cristo en mi cuerpo por el bien de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). Así, unidos a Cristo, colaboramos con El en la redención de la humanidad.

Ante el temor y la angustia por la muerte, propia o de nuestros seres queridos, hay que orar como Jesús en el Huerto de los Olivos: “¡Padre, si quieres, aparta de mí esta copa amarga, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya!” (Lc 22,42). Y ponernos en sus brazos misericordiosos, como decía Jesús al expirar: “¡Padre, en tus manos entrego mi espíritu!” (Lc 23,46). Saber llorar, sin vergüenza, como Jesús ante la muerte de su amigo Lázaro (cf Jn 11,35). Pero siempre fiados en su promesa: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, jamás morirá” (Jn 11,25-26). “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn 6,54-56).

Se necesita mucha madurez, sobre todo cuando se tienen responsabilidades pendientes, para poder decir como Pablo: “Porque Cristo es para mí la razón de vivir, morir es una ganancia. Pero si seguir viviendo en este mundo me significa un trabajo fecundo, entonces no sabría qué elegir. Me siento atraído por ambas cosas: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que sin duda es mucho mejor, y, por otro, quiero quedarme en este mundo, ya que sería más necesario para ustedes” (Filip 1,21-24). Ojalá pudiéramos decir igualmente como el Apóstol: “El momento de mi partida es inminente. He peleado el buen combate, he concluido la carrera, he conservado la fe. Sólo me queda recibir la corona de los justos que el Señor, el justo juez, me concederá en el día final, y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su manifestación” (2 Tim 4,6-8). Esta es una gracia que no merecemos, pero que podemos pedir, cuando prevemos nuestro fin en este mundo.

ACTUAR

Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a enfrentar las enfermedades y la muerte como nos enseña la Palabra de Dios: con fe y confianza en El, pero también con responsabilidad personal y con solidaridad hacia los demás.



Publicado por verdenaranja @ 11:52  | Hablan los obispos
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