Reflexión a las lecturas del domingo veintiuno del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 21º del T. Ordinario A
En medio de aquel paisaje rocoso de Cesarea de Filipo, se produce una doble e impresionante revelación: la que hace el Padre del Cielo a Simón Pedro, acerca de su Hijo, Jesucristo, y la que hace Jesucristo a Pedro, con relación a la Iglesia.
Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es el Hijo del Hombre, y la respuesta es variada, pero todos piensan que se trata de alguien muy importante de la Historia de Israel: Juan el Bautista o alguno de los grandes profetas, que ha resucitado. Luego les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Y Pedro le responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús se da cuenta de que aquello no puede proceder de Pedro, sino que es revelación de lo Alto, y se lo ayuda a comprender a todos. Entonces dirigiéndose a Simón Pedro, le dice “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”
Ya conocemos la dificultad que la “Doctrina del Primado” entraña en la Historia de la Iglesia, en el camino ecuménico y en la misma mentalidad del hombre de hoy; por eso, nos viene bien reflexionar este domingo sobre esta realidad, al mismo tiempo que alabamos y damos gracias al Padre por este misterio, reconociendo que “sus decisiones son insondables e irrastreables sus caminos”, como contemplamos en la segunda lectura; y, al mismo tiempo, oramos intensamente a Dios, por el Sucesor de Pedro (Hch 12, 5), para que le asista y le proteja siempre.
Todos sabemos la importancia que tienen los cimientos en una casa o en cualquier edificación. Ya el Señor nos habla, en una ocasión, de aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca y del hombre necio, a quien se le ocurre construir una casa sin cimentación, sobre arena. (Mt 7,24-29). Y Jesús, que es el Hombre-Dios, “infinitamente prudente”, ¿cómo edificará “la Casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad?” (1Tim 3,15). ¿Sobre roca o sobre arena?
S. Pablo nos enseña que estamos “edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular”. (Ef 2, 20). Y el Vaticano II nos enseña que, con el fin de que los sucesores de los apóstoles, los obispos, fueran una sola cosa y no estuvieran divididos, “puso a Pedro al frente de los demás apóstoles, e instituyó en él para siempre el principio y fundamento perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión”. (L. G. 18) Y entre los signos que señalan esa misión, se subraya hoy el de las llaves.
Ya sabemos lo que significan unas llaves: nos convierten en dueños o administradores de una casa u otra propiedad. Y el Señor Jesús le dice a Simón Pedro: “Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo”.
En la primera lectura escuchamos: “Colgaré de su hombro (el de Eliacín) la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá”.
Incluso el poder de atar y desatar está relacionado con la potestad de Pedro según el lenguaje de aquel pueblo semita.
Cuando se estudia el tema del Primado se señala cómo todo esto se fue llevando a cabo, desde los mismos orígenes de la Iglesia. Se señala, por ejemplo, el puesto preeminente de Pedro en el mismo Evangelio y cómo esta doctrina se fue abriendo paso y se fue reconociendo y realizando a lo largo de los siglos, con sus luces y sombras, como nos va señalando la Historia de la Iglesia. ¡Se nos explica también la importancia y la necesidad del carisma de la autoridad en el Pueblo de Dios, y los grandes beneficios que esta realidad ha comportado siempre!
¡Cuánto han deseado siempre los cristianos ver al Papa, escuchar al Papa, y qué fácil lo tenemos los creyentes de hoy. ¡Como todos los dones de Dios, comporta una dicha y una gran responsabilidad! Y qué pena da ver cristianos, incluso practicantes, criticando abiertamente al Papa.
En resumen, conscientes de la grandeza de esta doctrina, y de la fragilidad de todo lo humano, proclamamos hoy con el salmo responsorial: “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!