Reflexión a las lecturas del domingo veintiséis del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 26º del T. Ordinario A
Lo primero que tenemos que hacer este domingo, es situar el Evangelio en su contexto. De un domingo a otro, ha cambiado por completo. El texto está colocado después de la Entrada de Jesucristo en Jerusalén, con todas sus circunstancias. Ahora, el Señor, dirigiéndose a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, les presenta unas parábolas para explicarles por qué tiene que dejar al pueblo de Israel y formar un pueblo nuevo, la Iglesia y por qué están todos convocados a ella, también los publicanos y los pecadores, que se están convirtiendo e incorporándose al Reino. Comenzamos hoy a escuchar estas parábolas.
La de hoy es “La Parábola de los dos hijos”. Los dos fueron mandados por su padre a la viña. El tema, por lo tanto, sigue siendo el mismo que el del domingo pasado: tenemos que ir todos a trabajar en la Viña del Señor, tenemos que acoger de verdad el Reino de los Cielos, que Jesucristo anuncia, tenemos que reconocerle como Mesías y hacer siempre su voluntad.
En esta parábola Jesucristo se presenta como una persona moderna y práctica, que les pregunta con toda franqueza a aquellos sumos sacerdotes y ancianos: “¿A la hora de la verdad, cuál de los dos hijos hizo lo que quería el padre?”
Ellos le contestaron: el primero, es decir, el que le dijo que “no iba” a trabajar a la viña, pero después se arrepintió y fue. Éste era el caso de aquellos publicanos, prostitutas y gente de mala fama. Es evidente que primero dijeron que “no”; Jesús no niega su pecado, pero cuando vino Juan y también ahora, se están convirtiendo y están yendo a la Viña.
Los sumos sacerdotes y ancianos, por el contrario, eran los hombres del sí, los del cumplimiento de la Ley, los del culto en el Templo, los dirigentes religiosos de Israel, pero cuando vino Juan dijeron que no y ahora, cuando ha venido el Mesías, están diciendo y haciendo lo mismo. Por eso, se les quitará a ellos el Reino y se dará a otro pueblo que responda siempre que sí. (Mt 21, 43). Es la Iglesia, “el Israel de Dios”.
Jesucristo, por tanto, sigue insistiendo en la posibilidad, la importancia y la validez de la misericordia y el perdón de Dios, para los que se convierten de corazón. Es también lo que nos enseña la primera lectura: “Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida”. Y esto es lo que proclama sin cesar la Iglesia, cada día, de oriente a occidente, como Buena Noticia, como la mejor Noticia: ¡con Jesucristo siempre es posible comenzar de nuevo! Se ha dicho que los santos no lo son, porque nunca cayeron, sino porque siempre se levantaron. Y en la oración de la Misa de hoy decimos: “Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia…” Y en el salmo proclamamos: “Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna”.
Siempre es bueno decir que “sí” a Dios, a la primera, pero Él no se deja engañar ni deslumbrar por las buenas palabras sino que se fija en la realidad de nuestra vida para ver si, a la hora de la verdad, le decimos sí o no con nuestras obras. Ya Él nos advierte: “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el Cielo” (Mt 7,21). Y nosotros estos domingos debemos reflexionar seriamente sobre estas cosas, no sea que, aún perteneciendo al nuevo pueblo de Dios, vayamos a ser rechazados y desheredados como aquellos que dijeron primero sí y luego no a las llamadas del Señor. El Vaticano II nos habla de los que pertenecen a la Iglesia con el cuerpo pero no con el corazón. (L. G. 14).
Jesucristo es el Hijo de Dios, que siempre dijo que sí al Padre. Sólo Él ha podido decir: “Yo hago siempre lo que le agrada al Padre”. (Jn 8, 29) Él es, por tanto, el modelo, el camino, y también el que nos ofrece la ayuda y la fortaleza que necesitamos para poder decir a Dios que sí con palabras y obras.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!