Reflexión a las lecturas de la solemnidad de Todos los Santos ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Solemnidad de Todos los Santos
¡Es ésta una de las fiestas más hermosas del Calendario Cristiano!
A lo largo del año vamos celebrando la fiesta de muchos santos. ¡Hoy celebramos, en una misma solemnidad, la fiesta de todos los santos! Y se estremece nuestro corazón al considerar que familiares, amigos y conocidos nuestros se encuentran entre esa multitud que nos presenta la primera lectura de este día.
Por todo ello, es este un día inmensamente alegre y hermoso. ¡Si por un santo, hacemos fiesta, cuánto más al recordar y celebrar a todos los santos!
¡Contemplamos en esta fiesta preciosa la gloria, la felicidad y la grandeza en las que termina la vida de los auténticos seguidores de Cristo! Por eso nos anima tanto, nos hace mucho bien, celebrar esta gran solemnidad. ¡Parece como si la santidad se nos hiciera hoy más cercana, más asequible! ¡No en vano es la que hemos visto practicar a personas muy próximas y muy queridas!
¡En este día no podemos olvidar esta gran verdad: ¡Dios nos quiere felices!, porque, a veces, no nos lo creemos! Nos puede parecer todo tan complicado e, incluso, tan negativo.
Ya pregunta el antiguo Catecismo: “¿Para qué ha creado Dios a los hombres?” Y responde: “Para que lo amemos y obedezcamos y así seamos felices con Él, ahora en la tierra y después en el Cielo”.
Celebramos, por tanto, la fiesta de un número muy grande de personas que vivieron felices aquí, en este mundo, aún en medio de muchas dificultades y peligros, porque amaron y obedecieron intensamente al Señor, pero se trataba de una felicidad imperfecta, como nos insistían en el Seminario Mayor; ¡ahora han llegado a amar y obedecer al Señor en plenitud y son felices con un gozo pleno, perfecto y eterno!
¡Vaya si tenemos alegrarnos por la dicha que les ha tocado!
¿Y por qué son santos todos estos hermanos nuestros? ¿En qué consiste esa santidad?
El Vaticano II nos lo explica: “El Bautismo y la fe los han hecho verdaderos hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por eso, realmente santos; y deben conservar y llevar a plenitud en su vida, la santidad que recibieron”. (L. G. 40).
La santidad, por tanto, es ante todo y sobre todo, don, gracia de Dios; una consecuencia del don inefable del Bautismo, del que nos habla la segunda lectura de este día. Nos hacemos hijos de Dios y, por lo mismo, “realmente santos”.
El Concilio nos enseña, además, que esa santidad que recibimos, hay que conservarla y perfeccionarla, llevarla a plenitud. De esta forma, nos señala nuestra tarea fundamental, nuestro trabajo más importante en la vida, aquello por lo que hemos de tener más interés y mayor preocupación: ¡el crecimiento y desarrollo de la vida de Dios en nosotros y, por eso mismo, de nuestra santidad y de nuestra alegría! Nos dice la segunda lectura: “¡Todo el que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, como Él es puro!”.
Necesitamos recordar con frecuencia esta meta a la que estamos llamados, para que no caigamos en la tentación de “instalarnos” en la mediocridad, en la medianía, en la rutina y perder el fervor que debe arder permanentemente en nuestro corazón. Me gusta decir que ¡el Señor no quiere que seamos buenos sino que seamos santos! Santa Teresa decía: “¡Qué importante en la vida espiritual es el sentirse animado por un gran deseo!”.
¡Estos días son muy apropiados para reflexionar sobre todas estas cosas!
El Evangelio nos presenta, más en concreto, el camino para alcanzar la santidad: la práctica de las bienaventuranzas. ¡Es el estilo de vida del Señor Jesús y de su discípulos!
Los santos son, por último, intercesores nuestros. Y es bueno que contemos con su ayuda en nuestro camino hacia la santidad; la ayuda, especialmente, de aquellos que han sido más cercanos a nosotros. ¡Decía Santo Tomás de Aquino que los bienaventurados en el Cielo tienen una preocupación especial por los lugares y las personas que amaron en la tierra! Así rezamos en la oración de la Misa hoy: “Concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia.”
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!