Reflexión a las lecturas del domingo treintitrés del Tiempo Ordinario A ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 33º del T. Ordinario A
La parábola de los talentos despierta siempre nuestra atención e interés, y nos llama al sentido de la responsabilidad ante los dones que hemos recibido de Dios. La parábola está situada en el contexto de la Venida Gloriosa del Señor, que cada año, por estas fechas, recordamos y celebramos.
El Evangelio del domingo pasado era la parábola de las diez vírgenes, y respondía a la pregunta: “¿Cuándo vendrá el Señor? La respuesta la daba el mismo Jesucristo: “Velad porque no sabéis el día ni la hora.” Es lo mismo que nos advierte S. Pablo en la segunda lectura de hoy.
La parábola de los talentos de este domingo, responde a otra pregunta: “Y mientras llega el Día del Señor, ¿qué tenemos que hacer?” En un texto paralelo de S. Lucas, la parábola de las minas, se nos advierte: “Negociad mientras vuelvo”. (Lc 19,13).
El Evangelio nos explica que los empleados que habían recibido cinco y dos talentos, negociaron con ellos y consiguieron otro tanto. Por eso, cuando, después de mucho tiempo, vuelve su señor, recibieron la alabanza y la recompensa que merecían; pero el que había recibido uno y no negoció con él, recibe la reprobación y el castigo.
Es interesante recordar que un talento equivalía a 6000 denarios, y un denario era lo que cobraba un obrero por un día de trabajo. Los cinco talentos equivalían, por tanto, a unos 80 años de trabajo. Incluso, al que le dieron un talento, recibió lo que correspondía a 6000 días. Una cantidad muy importante.
Por todo ello, no podemos interpretar la parábola en clave exclusivamente individual como se hace muchas veces: Dios me dejó unos talentos, una serie de dones personales y cuando llegue la muerte me examinará de lo que he hecho.
No. La parábola, en sí misma, está encuadrada en torno a la Segunda Venida del Señor, como corresponde al capítulo 25 de San Mateo y al domingo 33º del Tiempo Ordinario.
En efecto, el día de su Ascensión Jesús se marchó visiblemente al Cielo, y dejó sus talentos: los tesoros de la salvación, a los apóstoles y, por ellos, a toda la Iglesia; y por la Iglesia, a cada uno de nosotros. Dice San Pablo: “El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros” (Ef 1, 8). Y a cada uno de nosotros nos los deja a la medida de nuestra capacidad, según la vocación de cada uno.
Jesucristo volverá como nos ha dicho; y ese Día, grande y glorioso, tendremos que darle cuenta de la “administración” de los dones de la salvación que nos ha encomendado con las consecuencias personales y eclesiales que expresa la parábola.
Ahora, por tanto, se nos urge realizar la tarea que nos ha sido confiada: anunciar el Evangelio al mundo entero, llevar los tesoros de la salvación a todos los hombres, cuidar y mejorar todo lo recibido del mismo Jesucristo, para compartirlo con los demás.
Y todo ello siguiendo el dinamismo y el sentido de la responsabilidad de la mujer hacendosa de la primera lectura.
La Jornada de los pobres que celebramos, por cuarta vez, este domingo, constituye y subraya también la urgencia de la tarea porque son ellos los destinatarios preferentes de los frutos de nuestro trabajo.
Acostumbro a decir que no podemos materializar la ayuda a los pobres: nuestra atención tiene que ser material y espiritual a un tiempo. Me impresionó cuando leí en Evangelii Gaudium que ¡los pobres hoy no son evangelizados! Y si eso es así, ¿que tipo de Iglesia formamos? ¿La de Jesucristo que vino a evangelizar a los pobres? Y, en el número 200 del mismo documento, dice el Papa que la ayuda preferente que deben recibir los pobres es la asistencia espiritual. Ya nos advierte el Señor: “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo lo demás se os dará por añadidura”. (Mt 6, 33).
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!