Reflexión a las lecturas del domingo treinticuatro del Tiempo Ordinario A - solemnidad de Jesucristo Rey del universo ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 34º del T. Ordinario A
La Solemnidad de Cristo, Rey del Universo, es una fiesta muy hermosa ¡Cuántas resonancias, cuantos “ecos” despierta en el corazón de todos nosotros y de todos los cristianos! No es una fiesta muy antigua. Fue instituida el año 1.925 por el Papa Pío XI, en un contexto social, político y eclesial, completamente distinto al nuestro. No podemos detenernos ahora en ello. La Reforma Conciliar la ha colocado en el domingo 34º, el último, del Año Litúrgico. Ha sido situada por tanto, en el contexto en el que nos encontramos estas últimas semanas: La Venida Gloriosa del Señor.
Por eso, me parece interesante que, al llegar a este domingo, hagamos un resumen de lo que se nos enseña estas tres últimas semanas: el domingo 32º, la parábola de las diez vírgenes, respondía a la pregunta: ¿cuándo será la Venida del Señor? Y el mismo Cristo nos respondía: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”. El domingo pasado, a la luz de la parábola de los talentos, se nos respondía a otra cuestión: “¿Y qué tenemos que hacer mientras esperamos?” La respuesta era: “negociar con los talentos, que se nos han confiado”. Y este domingo, responde a otras dos preguntas: “¿Y cómo vendrá el Señor?” “¿Y a qué vendrá?” El Evangelio nos da la respuesta: “Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante Él todas las naciones”. Y entonces, se nos examinará acerca de nuestra conducta, especialmente, con los más necesitados: los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los enfermos, los encarcelados…
¡Nunca reflexionaremos bastante sobre la enseñanza y la advertencia que nos hace hoy el Señor: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y a la inversa!
Según eso, a unos dirá: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo…” Y a los otros: “Apartaos de mi, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles…”
¡Comprendemos aquí que Dios no puede ser indiferente ante el bien y el mal que hayamos hecho a los hermanos, que ahora son ya miembros de su Cuerpo Místico o llamados a serlo.
Por tanto, juzgar para Jesucristo no es sólo ni sobre todo, castigar. El Señor viene, especialmente, a traer la recompensa y el premio que corresponde a cada uno por sus obras. Pero es lógico que si alguien no ha querido seguir el camino señalado por el Evangelio, a pesar de sus continuas llamadas a la conversión, termine allí donde conduce el camino que él ha ido eligiendo libremente.
Más todavía, son muchos los cristianos, que tienen toda su esperanza en la recompensa divina de aquel Día. Escribía San Pablo a los cristianos de Colosas: “Os anima a esto (su vida de fe y caridad) la esperanza que os está reservada en el Cielo” (Col 1, 3-6). ¿Y qué diremos de otros cristianos, por ejemplo, de los mártires: ¿Por qué han entregado su vida definitiva y generosamente?
Como decía San Juan de la Cruz: “En el atardecer de la vida nos examinarán del amor”.
El Credo nos responde, por tanto, de una manera clarísima , a las preguntas que nos hacíamos al principio: “Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”.
Resumiendo mucho, podríamos decir, que el Año Litúrgico termina como mismo terminará la Historia: Con la manifestación plena y gloriosa de Cristo, Rey del Universo, que destruirá definitivamente la muerte y todo mal y hará que Dios lo sea todo para todos, como nos dice la segunda lectura. En efecto, sea cual sea el fin material del Universo, esta solemnidad viene a recordarnos con vigor que la Historia humana no terminará, simplemente, con una gran destrucción cósmica o con una catástrofe de otro tipo, o con un fracaso cualquiera, sino con la Venida Gloriosa de Cristo Rey, que nos traerá la recompensa y nos abrirá a la existencia de la humanidad nueva con el gozo de un encuentro magnífico y eterno con Dios, con los hermanos y con la Creación entera, que será transformada “para participar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom 8, 19-21).
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!