Reflexión a las lecturas del domingo primero de Adviento B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".
Domingo 1º de Adviento B
Este domingo se hace necesario un esfuerzo de adaptación a la vida litúrgica de la Iglesia, porque estos días, en medio del acontecer normal de nuestra existencia, se produce un hecho muy importante: termina un Año Litúrgico y comienza otro, que llamamos Ciclo II o B. Dejamos al evangelista S. Mateo, que nos ha acompañado en las celebraciones de este año, y acogemos con veneración y afecto, a San Marcos.
Un nuevo Año Litúrgico, es decir, un nuevo recorrido por las distintas celebraciones litúrgicas de la Iglesia, constituye un gran don, que Dios nos hace. Y hemos de acogerlo con gratitud y con ilusión: con los mejores deseos de aprovecharlo al máximo.
Y comenzamos por el Tiempo de Adviento, por nuestra preparación para la Navidad; ¡porque esta fiesta hay que prepararla intensamente! Una fiesta que no se prepara, o no se celebra o sale mal. ¡Y la Navidad es la segunda fiesta en importancia después de la Pascua! Para ello, se nos van ofreciendo cada día, los medios oportunos, para que lleguemos a las celebraciones que se acercan, bien preparados, bien dispuestos. En una de las oraciones de Adviento le decimos al Señor que la Navidad es celebrar la alegría de un gran acontecimiento de salvación y que nos conceda celebrarla “con solemnidad y con júbilo desbordante”.
Comenzamos este Tiempo, recordando que siempre, de algún modo, estamos en Adviento, porque siempre estamos a la espera de la Venida Gloriosa del Señor, como hemos venido recordando y celebrando las tres últimas semanas del Tiempo Ordinario, y continuaremos haciéndolo las dos primeras semanas de Adviento, concretamente, hasta el día 17 de Diciembre, en que comienzan “las ferias mayores de Adviento”, la preparación inmediata para la Navidad.
En el Evangelio de este domingo, Jesucristo nos advierte que tenemos que vivir siempre a la espera, porque no sabemos cuándo vendrá “el señor de la casa” que quiere encontrarnos en la tarea, que nos ha señalado.
Jesús se vale de una comparación sencilla: un hombre se va de viaje y deja a cada uno de los criados su tarea, encargándole al portero que permaneciera a en vela.
De igual modo, el día de la Ascensión Jesucristo se marchó visiblemente al Cielo y volverá (Hch 1, 9-12). Y nos ha dejado la tarea de extender su Reino por el mundo entero.
Hoy nos advierte que llegará inesperadamente, y puede que nos encuentre sin hacer nada, o, incluso, dormidos. Y es que los acontecimientos importantes e, incluso, muchos menos importantes de esta vida, tienen fecha: día y hora. Sin embargo, el acontecimiento más trascendental de todos, no la tiene.
De este modo, todas las generaciones cristianas pueden tener la experiencia de estar a la espera de la Venida del Señor. ¡La Vuelta imprevista de Cristo puede ser mañana o puede ser dentro de un miles de años. No lo sabemos! ¡Y hay tanta gente despistada, que no sabe nada de esto, ni le interesa! ¡Hay tanta gente dormida!: “¿Simón duermes?” dijo el Señor a Simón Pedro, en el Huerto de los Olivos, cuando los discípulos, en lugar de velar en oración, dormían (Mc 14,37). Lo mismo lo podría decir hoy, y, de hecho, lo dice de tantos cristianos, que somos por naturaleza “discípulos misioneros” del Reino de Dios, ¡y, a pesar de ello, andamos dormidos!
Al comenzar este Tiempo hacemos nuestra la súplica de aquellos israelitas, que acababan de llegar del destierro (1ª Lect.): “Ojalá rasgases el Cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia”.
De todos modos, Pablo nos advierte este domingo (2ª Lect.) que no carecemos de ningún don los que aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Por todo ello, proclamemos con el salmo responsorial de hoy: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!