Reflexión a las lecturas del domingo tercero de Adviento B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR
Domingo 3º de Adviento B
El domingo 3º de Adviento se conoce, desde antiguo, con el nombre de “Domingo Gaudete”; éste es un término latino que significa “alegraos”.
Las Navidades son unas fiestas muy alegres. Y ya sabemos que en las Navidades hay muchos motivos de alegría: la familia que se reúne, las comidas, las felicitaciones, los adornos navideños, los regalos, los villancicos… ¡Todas esas cosas contribuyen a crear un ambiente, un clima, de alegría y de fiesta! ¡Y todo ello, de un modo u otro, lo tendremos también este año, a pesar de este la terrible epidemia que nos ha tocado!
Pero a nosotros, los cristianos, nos interesa señalar cuál es “el motivo” de la alegría de la Navidad. Nos la señala la oración colecta de este día: “Concédenos llegar a la alegría de tan gran acontecimiento de salvación y celebrarlo siempre con solemnidad y júbilo desbordante”.
Hay, por tanto, un motivo de gozo característico de estas fiestas: “un acontecimiento de salvación” tan grande que nos mueve al “júbilo desbordante”. Lo demás son manifestaciones de esa alegría, como ya sabemos. ¡Ojalá que lo experimentemos así!
S. Pablo, en la segunda lectura, nos invita a la alegría: “Estad siempre alegres”. A pesar de las crisis, de un tipo o de otro, a pesar de esta pandemia tan dramática, a pesar de todo, siempre hay motivos para alegría!
Cuando el pueblo de Israel estaba desterrado en Babilonia, el profeta Isaías se les presenta como mensajero de una buena noticia de salvación que alegra su corazón oprimido. Lo escuchamos en la primera lectura. El salmo responsorial recoge el Cántico de júbilo de la Virgen María en casa de su prima Isabel; y todos vamos repitiendo: “Me alegro con mi Dios”.
Y, por último, en el Evangelio, contemplamos a Juan el Bautista, que dice que el Mesías ha llegado, que está ya en medio de su pueblo; y él “es la voz” que prepara el camino. Por eso, este domingo él es para nosotros el mensajero de la verdadera alegría de la Navidad: la llegada del Salvador, ardientemente esperado. Lo contemplaremos hecho Niño, que nace muy pobre en las afueras de Belén, pero que es nuestra mayor riqueza. ¡Sin Él no somos ni valemos nada! ¡Es lo que nos grita con fuerza esta gran epidemia!
Y llegamos a felicitarnos unos a otros por “la suerte” que hemos tenido, por “la lotería”, que nos ha tocado, por “la liberación” tan grande que nos ha traído el Señor. ¡Las felicitaciones, por tanto, no deben ser una costumbre más o “una rutina.” Tienen un enorme sentido!
Vemos, por tanto, que el motivo de la alegría de la Navidad no radica en cuestiones de tipo material o, simplemente, humano. Se trata de un motivo de orden espiritual y sobrenatural, que, como decía antes, se expresa a través de nuestras manifestaciones tradicionales, pero que nadie ni nada nos puede arrebatar. ¡Ni la muerte, que es para nosotros nuestro nacimiento para el Cielo!
¡Pero como no tengamos cuidado, nos quedamos sin la verdadera alegría de la Navidad!
El Bautista habla de que el Mesías es uno “que no conocéis”. Por eso es lógico que muchos nos alegremos intensamente en la Navidad por la presencia del Señor que viene como Salvador, y otros digan que las Navidades son unas fiestas muy tristes y más este año.
Y tenemos que decirlo de un modo más concreto: si no hemos descubierto a Jesucristo ni la salvación que nos trae, ¿de qué vamos a alegrarnos en las fiestas que se acercan?
¿Y cómo se van a alegrar, de corazón, estos días, los que sustituyen el Misterio asombroso de la Navidad por unas simples fiestas sin contenido? Se habla, incluso, de “una Navidad sin Niño”.
De ahí la necesidad del Adviento, que nos ayuda a reflexionar sobre todas estas cosas!
¡Sin Adviento verdadero no habrá una Navidad auténtica!
Y hay otra alegría muy propia de la Navidad, que este año nos apremia: ¡la alegría de dar, de compartir, a ejemplo del Padre del Cielo que nos lo ha dado todo, incluso a su Hijo!
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!