Reflexión a las lecturas el domingo cuarto del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 4º del T. Ordinario B
“¡Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo!”, decía la gente entusiasmada ante el milagro de la multiplicación de los panes y los peces (Jn 6,15). Pues de eso se trata este domingo: Jesús es “el Profeta” que tenía que venir, pero en Él la profecía llega a su plenitud, porque Él es el Hijo de Dios, hecho hombre. Es decir, el que había hablado a través de los profetas, ahora habla y actúa con la sabiduría y la autoridad de Dios. ¡Asombrosa diferencia! Y, cuando comienza a enseñar en la Sinagoga de Cafarnaúm, enseguida la gente nota algo distinto: no habla como los escribas o maestros de Israel, que comentaban y explicaban los sábados la Sagrada Escritura, sino con autoridad.
En la primera lectura de hoy, contemplamos cómo Dios le dice a Moisés: “Suscitaré un profeta de entre tus hermanos como tú. Pondré mis palabras en su boca y le dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”.
Y siempre fue una realidad, en Israel, el ministerio de los profetas. Ahora todo alcanza su punto culminante con la venida y con la presencia en la tierra del mismo Dios.
En el Evangelio de San Mateo, nos encontramos con unas palabras, a primera vista, muy extrañas, unas expresiones como éstas: “Habéis oído que se dijo a los antiguos… Pero yo os digo…” (Mt 5,21). ¿Y quién se atreve a hablar así? Sólo Jesús, porque es el Hijo del Dios vivo.
En el salmo responsorial de este domingo, repetimos: “¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón!”.
¡Pues de eso se trata! Todos sentimos y sufrimos alguna vez “el silencio de Dios”; pero Él continuamente nos habla, especialmente, a través de la Revelación, que es su Palabra.
Y “cuando Dios revela, nos ha dicho el Vaticano II, hay que prestarle la obediencia de la fe” (D. V., 5).
Este domingo, por tanto, nos ofrece una ocasión apropiada de revisar nuestra relación con el Dios que habla. “Cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es Él quien habla”, nos ha enseñado también el Concilio (S. C. 7). Tendríamos que preguntarnos hoy cómo escuchamos la Palabra de Dios; si la leemos y la meditamos con frecuencia, si respondemos al Señor con una oración ferviente, que nos lleve a una vida comprometida, también en el apostolado; si nos conduce, en fin, a lo que S. Ignacio llamaba “el conocimiento interior de Cristo”.
¿Y quién puede decir que tiene una relación perfecta con el Señor? ¿Quién se atreve a decir que le habla y le escucha de un modo perfecto? ¿Quién puede decir que, en este sentido, ya no tiene que adelantar más? ¿No es, mas bien, verdad que todos tenemos que avanzar más en nuestra relación Él y con su Palabras de vida y plenitud?
Pero, además de todo esto, tenemos que detenernos siquiera un momento más, porque hay alguien que grita en la sinagoga: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”.
¡Se trata de un endemoniado! El diablo, como vemos, tiene un conocimiento casi perfecto de Jesucristo. Sabe quién es y a lo que viene. ¡Y tiembla de miedo! Pero ese conocimiento no le sirve de nada. ¡Como el de tantos cristianos!
Cuando tantos se alejan hoy de la Iglesia, cuando tantos tienen una fe y una actividad apostólica tan marchita, cuando tantos dudan de Jesucristo, cuántos tantos se encuentran encadenados por el miedo y la vergüenza, a la hora de dar un testimonio valiente de Cristo y de su Evangelio, más sorprendente nos resulta el “testimonio del diablo”.
En resumen, qué revelación más preciosa e importante nos hace el Evangelio de este domingo, en los comienzos de la Vida Pública del Señor: ¡Jesús habla y actúa con la autoridad de Dios!
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 4º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Las lecturas de este domingo centran nuestra atención en la enseñanza de la Palabra de Dios.
En la primera lectura Moisés recuerda al pueblo la promesa del Señor de enviarle un profeta, que le hablara en su nombre. Escuchemos.
SALMO
Escuchar la Palabra de Dios es el fundamento de todo bien, para el tiempo y para la eternidad. Por eso decimos en el salmo: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón”.
SEGUNDA LECTURA
En medio de la ciudad de Corinto, llena de corrupción e inmoralidad, San Pablo exhorta a los cristianos a una entrega total al Señor en la virginidad o el celibato, para dedicarse a los asuntos del Señor en cuerpo y alma.
TERCERA LECTURA
Continuando con el comienzo de la Vida Pública del Señor según San Marcos, el Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús enseñando con autoridad. Ojalá que todos los cristianos escuchemos su palabra y la pongamos en práctica.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos a Jesucristo: la Palabra, el Verbo de Dios, el Hijo del Padre del Cielo. Él nos invita a escucharle y a seguirle. Pidámosle ahora en la Comunión, que nos ayude para que la contemplación continuada del comienzo de su Vida Pública, nos impulse a amarle, a seguirle, y a darle a conocer.
Reflexión a las lecturas del domingo tercero del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 3º del T. Ordinario B
Estamos contemplando, en estas primeras semanas del Tiempo Ordinario, el comienzo de la Vida Pública de Jesús. Podríamos decir que el texto de este domingo, es el comienzo de su Vida Pública, según S. Marcos, el evangelista, que nos guía y nos acompaña este año. Su Evangelio nos presenta a Jesucristo, primero, como el Mesías, que tenía que venir, y, más tarde, caminando hacia Jerusalén donde tendrá lugar su Pasión, Muerte y Resurrección. El marco de su ministerio no será Jerusalén, la Ciudad Santa, sino la región de Galilea, que en alguna ocasión se llama “la Galilea de los gentiles”.
Y ¿qué dice, qué enseña el Señor? Lo primero que dice es: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia”.
Es decir, ¡ha llegado el tiempo señalado, soñado!: ¡Los tiempos del Mesías! Todo aquello, que los profetas anunciaron y que los judíos esperaban ardientemente, ha llegado ya; y ahora se anuncia como Buena Noticia, como la mejor Noticia. ¿Y en qué consiste? Se trata de que está cerca el Reino de Dios, que en S. Mateo, se llama el Reino de los Cielos.
¿Y eso qué significa? Simplificando mucho, podríamos decir que el Reino de los Cielos es algo así, como la “forma de vida que hay en el Cielo”, donde está establecido el Reinado de Dios, que Cristo viene a traer a la tierra.
Ahora entendemos perfectamente que Jesucristo hable de la urgencia y de la necesidad de la conversión. ¡Es que la tierra nos parece tan distinta de lo que pensamos que debe ser el Cielo! ¡Los valores, los criterios, y las formas de vida de este mundo, deben ser tan distintos de los del Reino de Dios!
De ahí la necesidad de cambiar de manera de pensar y de actuar es evidente. Primero, de forma de pensar: es lo que se llama en griego “metanoia”, el cambio de mentalidad, hasta que lleguemos a tener “el pensamiento de Cristo” (1 Co 2, 16). Y luego, viene el actuar en consecuencia. ¡Esto es acoger y dar fe a la Buena Noticia! Y cuando esto sucede, la tierra se va pareciendo un poco más al Cielo. Cuando no acogemos el Reino, cuando lo rechazamos, sucede lo contrario. Oímos decir tantas veces: “Esto parece un infierno”; o “este mundo es un valle de lágrimas”.
Cuando estamos imbuidos de esta mentalidad, razonamos como nos enseña San Pablo en la segunda lectura: hemos de vivir desprendidos de todo, porque “la representación de este mundo se termina”.
Un ejemplo precioso de conversión nos lo ofrece hoy la primera lectura, que nos presenta al profeta Jonás anunciando la destrucción de Nínive, la ciudad pecadora, y la conversión de los ninivitas a Dios, que no destruye la ciudad.
Este domingo hay una celebración que nos llama a la conversión: el Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos. Esta realidad nos anima a trabajar por el Reino de Dios, de modo que el rostro de la Iglesia sea cada vez más atrayente a los hermanos separados.
Y los trabajos del Reino necesitan muchos obreros (Mt 9,37-38). Jesús, pasando junto al mar de Galilea, llama a sus primeros discípulos: a Simón y a su hermano Andrés; a Santiago y a su hermano Juan. Ellos serán “pescadores de hombres”. No se nos narra el proceso de su vocación, sino su resultado: “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”.
Se trata, en definitiva, de acoger el Reino de Dios, que Jesús anuncia, personifica y llevará a su plenitud en su Venida Gloriosa.
El Domingo de la Palabra de Dios, instituido por el Papa Francisco, que tiene lugar este domingo nos anima a acoger el Reino de Dios y a anunciarlo por todas partes como verdaderos pescadores de hombres.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 3º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Dios nos llama constantemente al cambio, a la conversión. En la primera lectura de hoy, se nos narra la conversión de la ciudad de Nínive, la ciudad pecadora, ante la predicación del profeta Jonás.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo recomienda a los cristianos de Corinto que no vivan apegados a los bienes del mundo presente, pues “la representación de este mundo se termina”.
TERCERA LECTURA
Desde este domingo, hasta el principio de la Cuaresma, leeremos las primeras páginas del Evangelio de S. Marcos. Hoy se nos presenta el comienzo de la Vida Pública de Jesús, con una llamada a la conversión
COMUNIÓN
En la Comunión experimentamos la Buena Noticia del amor de Dios, al recibir el Cuerpo de Cristo, como alimento y fuerza para nuestra vida cristiana.
Que Jesucristo, el Señor, encuentre en nosotros la misma disponibilidad que en los primeros discípulos.
Reflexión a las lecturas del domingo segundo del Tiempo Ordinario B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DIA DEL SEÑOR"
2º Domingo del T. Ordinario B
“Descubrir a Cristo nuevamente y cada vez mejor, es la aventura más maravillosa de vuestra vida”, escribía San Juan Pablo II a los jóvenes de la IV Jornada Mundial de la Juventud, que se celebró en Santiago de Compostela en 1989. Es lo que se experimenta cuando uno se encuentra por primera vez con el Señor, o cuando conoce o acompaña a alguien que lo acaba de encontrar.
La verdad es que, entonces, todo cambia de sentido; los valores que uno tenía se trastocan, se contempla todo con una luz nueva, la vida misma cambia de rumbo.
Pero ¿cuántos han tenido este tipo de encuentro con Jesucristo? Muchos, ciertamente. Pero también es posible ser cristiano, incluso medianamente practicante, y no haber tenido nunca un verdadero encuentro con el Señor. Por eso es tan importante la Liturgia de hoy.
El pasado domingo, salíamos de la Navidad, fijando nuestros ojos en Jesucristo, que, con su Bautismo, comenzaba su Vida Pública. A lo largo de esta semana, hemos venido escuchando sus primeras palabras, contemplando la elección de sus primeros discípulos, sus primeros milagros, sus primeros gestos…
Al llegar a este domingo, nos encontramos de nuevo con Juan el Bautista que está con dos de sus discípulos. Él es muy consciente de la misión que Dios le ha encomendado: preparar al Señor un pueblo bien dispuesto, y señalarle presente entre los hombres, de modo que todos pudieran conocerle y seguirle.
En el Evangelio de hoy contemplamos cómo presenta a Jesucristo a esos discípulos suyos. Y, de aquella presentación, surge en ellos el deseo de conocerle: “Rabí, ¿dónde vives?” Y Jesús les invita a su casa: “Venid y lo veréis”. Y se pasan aquel día con Él.
No ha trascendido nada de lo que vieron o hablaron aquella tarde, pero muy importante tuvo que ser, cuando salen diciendo: “¡Hemos encontrado al Mesías!” Y anotan la hora: “Serían las cuatro de la tarde”.
Es la hora del encuentro, del descubrimiento de Jesucristo, una hora, un lugar, unas personas, unas circunstancias, que no se olvidarán nunca. Que marcan en nuestra existencia un antes y un después.
Y a eso nos invita Cristo este domingo: a un encuentro, o a un reencuentro con Él. Es la única manera de avivar nuestra fe, de avanzar en nuestro seguimiento, de renovar “el amor primero” (Ap 2, 4).
Hoy constatamos la importancia que tienen en nuestra vida las mediaciones humanas, para encontrar al Señor, escuchar su voz, descubrir su voluntad…
Lo contemplamos en Juan el Bautista y también en el sacerdote Elí, (1ª lect.) que le dice a Samuel: “Anda, acuéstate; y, si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. De este modo, aquel muchacho puede encontrarse con el Señor y conocer su voluntad. ¡Y será el profeta Samuel! También lo contemplamos en Andrés que encuentra a su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías”. Y lo llevó a Jesús.
Y sucede con frecuencia en nuestra vida que surge algún Juan, algún Elí o algún Andrés, que nos lleva al Señor. Y Él quiere este domingo, que sigamos aquel ejemplo de invitar a los hermanos a su encuentro, a su descubrimiento.
Llevar a un hermano al descubrimiento de Cristo, es, sin duda, el mayor favor que podemos hacerle, porque Él dice: “Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura” (Mt 6, 33).
De un verdadero encuentro con Jesucristo, es de donde surgen los compromisos más importantes y duraderos, como sucede con las vocaciones de especial consagración al servicio de la Iglesia.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 2º DEL TIEMPO ORDINARIO B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchemos la llamada que Dios hace al profeta Samuel, cuando era pequeño, y la respuesta conmovedora que le enseña el sacerdote Elí: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha".
SEGUNDA LECTURA
El Apóstol San Pablo pone en guardia a los cristianos de Corinto, de la corrupción moral de aquella ciudad pagana, recordándoles que sus cuerpos son miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo, y que son propiedad del Señor.
TERCERA LECTURA
Juan el Bautista fue enviado por Dios para preparar al Mesías un pueblo bien dispuesto, y para señalarle presente en medio de su pueblo. Es lo que contemplamos en el Evangelio de hoy.
Pero antes de escucharlo, aclamemos al Señor con el canto del aleluya.
COMUNIÓN
La Comunión es el encuentro más grande que podemos tener con Jesucristo en la tierra. Comulgar supone el deseo ardiente de avanzar en su conocimiento y de darle a conocer a todos.
Reflexión a las lecturas del domingo de la solemnidad del Bautismo de Señor ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Fiesta del Bautismo del Señor
El agua es un elemento muy importante, esencial, para la vida. Cuando falla el agua en casa, ¡vaya problema! Pero no es ahora el momento de tratar del tema del agua y de su presencia y de su función a lo largo de toda la Historia Santa, sino sencillamente, como materia del Bautismo.
Del agua tratan las lecturas de esta Fiesta. En el Evangelio, Juan el Bautista se nos presenta como el que ha “bautizado con agua”, y anuncia al que “bautizará con Espíritu Santo”.
“Por entonces, nos dice el Evangelio de hoy, llegó Jesús desde Nazaret de Galilea, a que Juan lo bautizara en el Jordán”. Y cuando esto sucede, el agua de aquel río sagrado y de todo el universo, queda purificada y santificada; apta para el Bautismo en el Espíritu. “Apenas salió del agua, -continúa diciendo el Evangelio- vio rasgarse el Cielo y al Espíritu bajar hacia Él como una paloma. Y se oyó una voz del Cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.
Por tanto, se abre el Cielo ante Jesús, que viene para abrir las puertas del Cielo, y para traer a la tierra el Reino de los Cielos. Y el Espíritu Santo no viene sobre Él como sobre los profetas, sino que viene a Él y “se queda con Él”; lo unge abundantemente consagrándolo para que realice su misión salvadora, su función mesiánica, y le acompaña en adelante. Jesús será siempre el Mesías, es decir el Ungido; “el que tiene el Espíritu Santo”, el que se deja conducir por Él; y, por su Muerte y su Resurrección, se convertirá en “el Dador del Espíritu del Señor”, “fuente de agua que salta hasta la vida eterna”. (Jn 7, 37-39). ¡Es la gran novedad del Nuevo Testamento!
¡Y con esta fiesta preciosa concluye el Tiempo de Navidad! Por eso, salimos hoy de este Tiempo, centrando nuestros ojos en Jesucristo que comienza su actividad mesiánica. Y vamos contemplando poco a poco, en el Tiempo Ordinario, sus primeras palabras, la elección de sus primeros discípulos, la narración de sus primeros milagros…, hasta que comience la Cuaresma.
Él nos revela y nos ofrece el nuevo Bautismo, el Bautismo cristiano. Y este sacramento va precedido por la búsqueda de Dios, la sed del Dios vivo y de la conversión del corazón, de que nos habla la primera lectura de hoy. Hace falta abrir los ojos y el corazón para acoger el triple testimonio: del agua, de la Sangre y del Espíritu, como escuchamos en la segunda lectura.
Sin embargo, estamos más acostumbrados al Bautismo de niños, donde no se realiza esta acogida personal. No es entonces posible. Por eso son bautizados con la condición expresa de que sus padres y padrinos se comprometan seriamente a educarlos como cristianos, para que, poco a poco, vayan acogiendo y desarrollando la “vida nueva”, la “vida según el Espíritu”. Con frecuencia esto no se hace o no se hace bien; y entonces, el sacramento de la fe se convierte en un camino hacia la increencia.
Por eso la disciplina de la Iglesia nos advierte, con toda claridad, que “no es lícito” bautizar a un niño cuando no se da “esperanza fundada de que va a ser educado en la religión católica”. Pero tampoco se niega el Bautismo, se difiere el tiempo necesario. Por eso urge revisar siempre nuestra práctica bautismal, de modo que el Bautismo de los párvulos, que la Iglesia adoptó desde tiempos muy remotos y que continúa manteniendo con vigor, siga haciendo posible que la liberación del pecado original y la vida de Dios, lleguen cuanto antes a los niños, concretamente, en las primeras semanas de su nacimiento.
Hoy es un día muy apropiado para reflexionar sobre todas estas cosas, y para renovar nuestro Bautismo, de modo que se siga haciendo realidad en nosotros y en toda la Iglesia lo que proclamamos en el salmo: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La primera lectura de este domingo es una página de Isaías, que anuncia los tiempos del Mesías. Tres expresiones sintetizan su contenido: Acudid por agua, escuchadme y viviréis.
SALMO
La salvación que Dios nos ofrece se compara, algunas veces, con una fuente de la que podemos extraer el agua que necesitamos. Con acento profético proclamamos hoy: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación”.
SEGUNDA LECTURA
Creer que Jesús es el Mesías, el Cristo, es lo fundamental para el apóstol Juan, que nos invita a acoger el triple testimonio acerca de Cristo, que nos ofrecen el Espíritu, el agua y la Sangre. Escuchemos.
TERCERA LECTURA
El Evangelio nos presenta el Misterio que celebramos hoy: el Bautismo de Jesucristo, el Autor del nuevo Bautismo, del Bautismo cristiano, que hemos recibido.
Acojamos ahora al Señor con el canto del Aleluya.
COMUNION
El Bautismo de Jesucristo prefigura el nuevo Bautismo que Él nos trae y que todos nosotros hemos recibido. Es el sacramento que nos da la vida nueva de Cristo Resucitado. La Eucaristía es el alimento más importante, imprescindible, que hace posible que conservemos y acrecentemos la vida de Dios en nosotros.
Reflexión a las lecturas de la solemnidad de la Epifanía ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DE LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA"
¡Los regalos son hoy los protagonistas del día!
Los regalos son buenos en sí mismos; pero una preocupación excesiva o un poco descontrolada por ellos, puede aminorar e, incluso, anular la celebración de esta solemnidad tan preciosa de la Epifanía del Señor. Es lo que sucede con mucha frecuencia.
Epifanía significa “manifestación”. Dios que da a conocer, a través de una estrella, el nacimiento de su Hijo, a unos magos de Oriente y, en ellos, a todos los pueblos de la tierra no pertenecientes a Israel, el pueblo elegido.
Pero, en realidad, la solemnidad de la Epifanía encierra tres acontecimientos o manifestaciones del Señor: la manifestación a los magos de Oriente, que comentamos, la manifestación a Israel, con ocasión de su Bautismo y la manifestación, especialmente a sus discípulos, en las Bodas de Caná.
En la práctica, la Manifestación a los Magos de Oriente centra hoy nuestra atención. Esta festividad nos dice que Jesucristo ha venido para todos los hombres de todos los pueblos, judíos y gentiles. El regalo, centro de nuestra atención este día, nos puede ayudar a comprender el sentido de esta fiesta:
En la Natividad del Señor y en su Octava, celebramos que Dios Padre nos ha hecho un gran regalo, el mejor regalo: nos ha dado a su Hijo. Por eso, la Iglesia entera salta de gozo la noche de Navidad, proclamando: “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. La Epifanía viene a subrayar con fuerza que ese regalo es “para todos”. Es lo que dice el Apóstol S. Pablo en la 2ª lectura: “Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio".
Los judíos tenían “La Ley y los Profetas”. Por eso, cuando pregunta Herodes, sobresaltado, dónde tenía que nacer el Mesías, enseguida le dicen: "En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos, la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”.
¿Y los otros pueblos no pertenecientes a Israel? A ellos les manifiesta este acontecimiento adaptándose a su mentalidad: ellos creían que el nacimiento de los personajes importantes, venía acompañado de la aparición de un astro en el cielo. Por eso, aquellos magos, a través de una estrella, llegarán al conocimiento del “Rey de los judíos”, del Mesías.
En esta fiesta contemplamos, por tanto, cómo Jesucristo ha venido para todos, pero que no todos, ni mucho menos, le conocen y disfrutan de sus dones; que no a todos les ha llegado “el regalo”, los tesoros de salvación de que nos habla S. Pablo (Ef 1, 7-9). Y eso, según el mensaje de este día, no es justo, no está nada bien. No podemos acaparar el don de Dios para nosotros solos, en una especie de “egoísmo religioso”.
Por eso, hoy es el día misionero por excelencia, de la Navidad. Para recordar a todos los que no conocen a Jesucristo, y a los que, habiéndole conocido, se han apartado o se han alejado de Él. Recordamos y celebramos este día, que pertenecemos a una Iglesia que es misionera, por su misma naturaleza, y a la que el Vaticano II ha llamado “Luz de las Gentes”.
Hoy también es un día apropiado para dar gracias a Dios, porque “la estrella” del conocimiento de Dios, ha brillado también para cada uno de nosotros, y para pedirle que también nosotros, con nuestra palabra y nuestro testimonio de vida, seamos “estrella” que conduce a todos a la salvación, hasta que lleguemos a “contemplar, cara a cara, la hermosura infinita de su gloria”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
Reflexión a las lecturas del segundo domingo de la Navidad ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo 2º de Navidad
Este domingo no celebramos ningún acontecimiento concreto de la vida del Señor, sino que es como un “domingo puente” entre las fiestas del primero de enero y de la Epifanía del Señor, que es la segunda parte de la Navidad.
Y la Liturgia de este día nos ofrece una ocasión para detenernos, en medio de estas fiestas, y contemplar más y más el misterio de la Navidad; incluso, para reflexionar sobre la forma misma en que estamos celebrando estas fiestas.
Las lecturas de la Palabra de Dios de este domingo son muy ricas en contenido y, al mismo tiempo, resumen, en pocas ideas, el acontecimiento que celebramos.
La primera lectura nos presenta a la Sabiduría de Dios, que se identifica, en el Nuevo Testamento, con el Hijo de Dios, el Verbo eterno del Padre.
En el Evangelio, S. Juan, como un águila, se adentra en el misterio mismo de Dios, y nos describe al Verbo eterno del Padre, como si lo estuviera viendo: “ El Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”. “En Él estaba vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y luego resume el misterio asombroso de la Navidad, diciendo: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
Retengamos esta idea: ¡Y el Verbo se hizo carne y hemos contemplado su gloria! ¡Dichosos nosotros si podemos salir de la Navidad diciendo: “¡Hemos contemplado su gloria!”
¿Y con qué finalidad se realiza todo eso? Es decir, ¿por qué y para qué se hace hombre el Hijo de Dios? Es San Pablo el que, en la carta a los efesios, nos lo resume diciendo: “En Él, por su sangre, tenemos la redención, el perdón de los pecados”. Y también nos dice: "Él nos ha destinado, por medio de Jesucristo según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos para alabanza de la gloria de su gracia” (Cfr. Ef 1, 3-7).
¿Comprendemos todo lo que esto significa?
Recordemos que San Ignacio nos advierte: “No el mucho saber es lo que harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas interiormente”. Pues de eso se trata en este domingo.
Luego, en un contraste lleno de paradojas y de ironía, el evangelista nos presenta la respuesta del hombre al misterio de Dios:
“Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió…”. “El mundo se hizo por medio de él, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”.
De este modo resume nuestras actitudes ante las celebraciones de la Navidad.
Y nosotros, cada uno de nosotros, ¿nos identificamos con las tres primeras respuestas al Señor que viene, o con la cuarta: ¿Somos de los que lo recibieron y les dio el poder de ser hijos de Dios?
Pues ¡dichosos nosotros, porque se ha cumplido en cada uno la finalidad de este gran acontecimiento: El Señor nos ha colmado con su salvación y sus dones hasta el punto de hacernos hijos de Dios!
Ya los santos padres resumían el misterio de la Navidad diciendo: “¡El Hijo de Dios se hizo hombre para ser al hombre hijo de Dios!”.
Ahora nos toca perseverar, crecer, en esta condición nuestra hasta la santidad, a la que el Señor llama a sus hijos.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO 2º DE NAVIDAD
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchemos ahora, un canto a la Sabiduría de Dios, presente en medio de su pueblo. Para los cristianos Jesucristo es la Sabiduría de Dios, hecha carne.
SEGUNDA LECTURA
S. Pablo nos habla, en la segunda lectura, del proyecto maravilloso de Dios sobre el hombre, por el cual, dándole a Jesucristo, le salva y le colma de dones, hasta el punto de hacerlo hijo suyo.
TERCERA LECTURA
Escucharemos ahora el Prólogo del Evangelio de S. Juan, que nos recuerda el acontecimiento inefable de la Navidad, y, al mismo tiempo, la respuesta que el hombre de todos los tiempos, ha dado a Dios, ante este asombroso misterio.
COMUNIÓN
En la Comunión nos acercamos a Jesucristo, que es el Verbo Eterno del Padre del que nos ha hablado S. Juan en su Evangelio.
Pidámosle que siempre le abramos nuestra casa, que siempre acojamos su luz, que siempre le recibamos con amor.