Desde la Vicaría para la Vida Consagrada de la Diócesis deTenerife nos remiten el material para la Jornada Pro Orantibus 20021. Colocamos Subsidio litúrgico para el monitor.
La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo
Monición de entrada
Celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, en la que confesamos y veneramos a Dios Padre, a Jesucristo y al Espíritu que es el Amor divino: la Trinidad de Personas en la unidad de Dios. En la eucaristía somos invitados a la mesa de la Trinidad donde el Padre, por obra del Espíritu Santo, nos sigue dando a su Hijo, pan de vida eterna.
Los monjes, las monjas y toda la vida contemplativa se ofrecen en alabanza continua a la Santa Trinidad y oran intercediendo por la comunidad cristiana y el mundo entero, especialmente en este tiempo de pandemia que ha producido tanto sufrimiento y dolor.
Por eso, la Iglesia que peregrina en España celebra en este domingo la Jornada por la vida contemplativa, conocida como Jornada Pro Orantibus. Este año los obispos españoles proponen como lema “La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo”.
Somos invitados a celebrar con gratitud y oración en este domingo de la Santa Trinidad, bendiciendo al Señor por la vocación consagrada contemplativa y pidiendo hoy por tantos hermanos y hermanas nuestras que viven, oran y misionan en cientos de monasterios esparcidos por la geografía española.
Oración universal
El sacerdote, con las manos juntas, invita a los fieles a orar diciendo:
Oremos al Padre, por Jesucristo, su Hijo, en la unidad del Espíritu Santo.
Las intenciones son propuestas por un diácono o, en su defecto, por un lector u otra persona idónea.
— Por la unión de las Iglesias, para que los cristianos dispersos seamos reunidos en la unidad de la Iglesia de Cristo. Roguemos al Señor.
— Por los gobernantes de todas las naciones, para que promuevan la honradez y la justicia. Roguemos al Señor.
— Por los no cristianos, para que reconozcan en el Hombre Jesús al Dios vivo y verdadero. Roguemos al Señor.
— Por los hermanos y hermanas que han recibido en la Iglesia la vocación contemplativa, para que, desde el corazón de la Iglesia sean la voz de tantos hombres y mujeres que, en medio de sus sufrimientos, no saben, no quieren o no pueden rezar. Roguemos al Señor.
— Por todos nosotros, para que sepamos descubrir el testimonio misionero de tantas mujeres y hombres que viven la vida contemplativa y, siguiendo su ejemplo, sepamos estar en el mundo, pero apartándonos en todo momento de lo mundano. Roguemos al Señor.
El sacerdote, con las manos extendidas, termina la plegaria común diciendo: DIOS único y verdadero, omnipotente y misericordioso, tú nos has llamado a compartir tu vida en la comunidad de las tres Personas.
Escucha, Padre nuestro, la oración de tu Iglesia, que ora en el Espíritu Santo, en nombre de tu Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Preparación de los dones
Antes de llevar el pan y el vino al altar para la eucaristía, se pueden poner ante él una lámpara y unas flores.
Al acercar la lámpara, un lector puede decir:
Cristo Jesús es la Luz del mundo. Su Palabra, su Evangelio, su Pascua ha iluminado nuestras vidas haciéndonos también a nosotros luz para el mundo. Que en medio de la oscuridad, del dolor y las tinieblas del sufrimiento brille en nuestro mundo la luz de nuestra fe, esperanza y caridad que el Señor ha encendido en nuestros corazones.
Al acercar las flores, puede añadir:
Cristo Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida para el mundo. Su Pascua ha triunfado sobre la muerte y nos ha regalado una nueva vid. Estas flores que traemos para adornar tu altar nos recuerden la belleza de la vida que nos has regalado. Que podamos, con tu gracia, exhalar el perfume de las buenas obras en medio del dolor de nuestro mundo.
Una vez dispuesto el altar, algunos fieles llevan el pan y el vino para la celebración de la eucaristía.
Desde la Vicaría para la Vida Consagrada de la Diócesis de Tenerife nos remiten el material para la Jornada Pro Orantibus 20021. Colocamos la Presentación de los Comisión Episcopal Española para la Vida Consagrada.
PRESENTACIÓN
Recogiendo los ecos de la Pascua del Señor y de la efusión del Espíritu en Pentecostés, celebramos un año más la solemnidad de la Santísima Trinidad y, con ella, la Jornada Pro orantibus 2021. Este es un año más, pero no un año cualquiera. Estamos atravesando una situación global que ha trastocado fuertemente nuestras vidas. La crisis sanitaria que se desató a principios de 2020 y las consecuencias de todo tipo derivadas de la misma han sembrado nuestra cotidianidad de muerte, enfermedad, pobreza, desempleo, miedo, distancia y soledad. La nuestra y la de muchas personas vulnerables a lo largo y ancho del planeta que lo son hoy aún más, si cabe. El mundo, que ha padecido siempre de muchos modos y ha gritado su dolor de mil maneras —quién puede olvidar el drama enquistado de la hambruna, la violencia, la trata de personas, la indigencia, la miseria, etc.—, lo hace también en nuestros días con acentos nuevos desde los tanatorios, los ospitales, las residencias, las colas del hambre, las oficinas del paro, los colegios, los templos, los hogares, las redes sociales... Un clamor que recorre nuestra sociedad y que atraviesa también los muros de monasterios y conventos donde hombres y mujeres del Espíritu elevan al Señor de la Vida su himno y su plegaria.
La vida contemplativa sufre cuando el mundo sufre porque su apartarse del mundo para buscar a Dios es una de las formas más bellas de acercarse a él a través de Él. La suya es una historia de cercanía con Cristo y con el dolor humano en la que uno y otro —el Señor que salva y el ser humano sediento de salvación— se requieren y se encuentran cada día a través de la búsqueda y la contemplación sagrada del rostro del Padre. Así lo recordó el papa Francisco en 2016 en el número de la constitución apostólica Vultum Dei quærere sobre la vida contemplativa femenina:
La vida consagrada es una historia de amor apasionado por el Señor y por la humanidad: en la vida contemplativa esta historia se despliega, día tras día, a través de la apasionada búsqueda del rostro de Dios, en la relación íntima con él. A Cristo Señor, que «nos amó primero» (1 Jn 4,19) y «se entregó por nosotros» (Ef 5, 2), vosotras, mujeres contemplativas, respondéis con la ofrenda de toda vuestra vida, viviendo en él y para él, «para alabanza de su gloria» (Ef 1, 12). En esta dinámica de contemplación vosotras sois la voz de la Iglesia que incansablemente alaba, agradece y suplica por toda la humanidad, y con vuestra plegaria sois colaboradoras del mismo Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su cuerpo inefable.
El lema escogido para esta Jornada en que la Iglesia agradece el don de la vida contemplativa y ora por esta vocación específica que embellece el rostro de la Iglesia recoge esta doble vertiente que la caracteriza:
«La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo». Los contemplativos rehúyen el activismo frenético de nuestras sociedades y eligen una vía de intimidad orante y fraterna que, lejos de ensimismarlos, esterilizarlos o alejarlos del dolor del mundo, los convierte en faro para los mares agitados y semilla para los campos agrietados. Allí, en lo escondido de su corazón, donde están a solas con el Amigo, se unen a todos los seres humanos, especialmente a quienes están heridos, y desde ese lugar de encuentro sagrado aprenden y enseñan a llamar a todos amigos. No puede ser de otro modo, porque la forma más radical de hospedar al prójimo es hacerlo en el Dios que nos ha creado hermanos todos. Este es la vía por la cual la vida contemplativa despliega su servicio al mundo y canta su bienaventuranza escatológica.
Como dijo san Agustín, «bienaventurado el que te ama a ti, Señor; y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque solo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse» (Confesiones IV, 9, 14).
Dios Padre lleva al hombre en sus entrañas. Jesucristo ha amado con entrañas de hombre. El Espíritu clama en la entraña del hombre buscando a Dios. De esta cercanía del Señor para con nosotros nos vienen el rescate, la salud, la vida eterna. En último término, el misterio de Dios trino es un misterio de cercanía entrañable con el ser humano sufriente. Por eso, quienes contemplan y alaban y ruegan a Dios cada jornada, asomados a su entraña misericordiosa, pueden acercarse con Él a enjugar nuestras lágrimas y vendar nuestras heridas. Las de todos, sin excepción. Lo hacen adorando al Señor en su templo, escuchándolo en su celda, honrándolo con su trabajo, buscándolo con su estudio, acogiéndolo en tantos que llaman a su puerta pidiendo oración y consuelo. Así, la fuerza luminosa de su intercesión alcanza misteriosamente todos los rincones de la tierra. Quizá no recorren nuestras calles entre luchas y afanes mundanos pero, presentando esas luchas y esos afanes al único que puede poner paz en tanta guerra, llevan la luz de la Resurrección allí donde estamos más amenazados de muerte y de tristeza. En el misterio salvífico del Buen Samaritano, ellos hacen las veces del hospedero anónimo que, sin necesidad de echarse a los caminos, supo abrir su casa al apaleado y lo cuidó como si de Cristo mismo se tratase, convirtiéndose así en parábola de cercanía con Dios y con el dolor del mundo.
En esta Jornada Pro orantibus toda la Iglesia recuerda con gratitud y esperanza a quienes recorren en ella la hermosa senda de la vida contemplativa.
Pedimos al Señor que los custodie en su amor, los bendiga con nuevas vocaciones, los aliente en la fidelidad cotidiana y les mantenga la alegría de la fe. Y junto a ellos, presentamos al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo las necesidades y los padecimientos del mundo: compartiendo su dolor y su esperanza, queremos estar cerca de Dios y cerca de todos, junto al dolor de cada ser humano.
Obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada (© Editorial EDICE)
Reflexión a las lecturas del domingo de pentecostés B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
Domingo de Pentecostés B
En el Evangelio de la Vigilia de esta gran solemnidad, leemos que Jesús estaba enseñando en el templo y, en pie, gritaba: “El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva”. Y S. Juan comenta: “Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él. Todavía no se había dado el Espíritu porque Jesús no había sido glorificado” (Jn 7, 37-40).
Jesucristo, por su Muerte y Resurrección realiza la salvación del mundo, nos obtiene del Padre el don de su Espíritu y purifica la tierra entera para que el Espíritu de la santificación pueda entrar en ella a realizar su obra. Por eso dijo Jesús a sus discípulos: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7).
Y Cristo Resucitado se convierte en el dador del Espíritu. El Evangelio de hoy nos dice que el mismo día de la Resurrección, al atardecer, Jesús entra en el cenáculo y, exhalando su aliento sobre los discípulos, les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
Es como si tuviera prisa en dar el Espíritu a los suyos, el don más excelente de su Pascua. Y antes de subir al Cielo les advierte: “No os alejéis de Jerusalén; aguardad la promesa del Padre de la que os he hablado”(Hch 1, 4). Y también: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo” (Hch 1, 8). ¡Y el Libro de los Hechos se estructura como el cumplimiento de estas palabras del Señor!
La primera lectura nos narra el acontecimiento de Pentecostés y la transformación de los apóstoles por la acción del Espíritu Santo. San Pedro lo interpreta como el cumplimiento de la Profecía de Joel: “Derramaré mi espíritu sobre toda carne: profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones” (Hch 2, 17).
Los apóstoles, además, recibieron del Señor la misión de dar su Espíritu a todos los bautizados ¡Y cuánto interés mostraban en hacerlo, como constatamos en el mismo Libro de Los Hechos!
El Espíritu del Señor viene a nosotros en dos sacramentos: en el Bautismo, de un modo inicial, y en la Confirmación, de un modo pleno. El obispo, en efecto, dice al que se confirma: “N. recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”. Y el confirmando responde: Amén.
Y es importante renovar y revivir el don del Espíritu que un día recibimos y que habita en nosotros. ¡Hoy es el día más apropiado para hacerlo!
¡También podemos recibir el Espíritu del Señor cuando lo invocamos!
Es preocupante la crisis del Sacramento de la Confirmación. En un futuro inmediato, tendremos unas comunidades cristianas en las que la mayoría de sus miembros carecerá del don del Espíritu Divino en su plenitud, que se recibe en este sacramento. Y ya sabemos que recibir el Espíritu Santo es algo muy importante y necesario. Mientras tanto, no somos cristianos del todo porque este es un sacramento de Iniciación Cristiana, es decir, de los tres, que nos constituyen como cristianos.
Como dice la segunda lectura, ¡sin el Espíritu Santo no podemos decir ni hacer nada en el orden sobrenatural! ¡Ni siquiera podemos decir lo fundamental: “Jesús es Señor!”
En la Secuencia le decimos al Espíritu Santo: “Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento”.
Y San Pablo escribía: “El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo” (Rom. 8, 9).
Por todo ello, en la oración colecta de este domingo, decimos al Señor: “Y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica”.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Escuchemos ahora, con espíritu de fe y devoción, la narración de la Venida del Espíritu Santo, y el impacto que produce en Jerusalén.
Pidamos al Señor que “no deje de realizar hoy, en el corazón de sus fieles, aquellas mismas maravillas que obró en los comienzos de la predicación evangélica”.
SALMO
Uniéndonos a las palabras del salmo, pidamos al Señor que envíe sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre el mundo, el Espíritu Santo Defensor. ¡Todos sabemos bien cuánto lo necesitamos!
SEGUNDA LECTURA
La segunda lectura nos presenta unas enseñanzas de S. Pablo sobre la acción del Espíritu del Señor en nosotros y en la Iglesia. Ésta tiene “variedad de ministerios, pero unidad de misión”: Anunciar la Buena Noticia del Evangelio a todos los pueblos de la tierra.
SECUENCIA
Leemos hoy, antes de escuchar el Evangelio, una antigua plegaria al Espíritu Santo: la Secuencia. Unámonos a ella de todo corazón, pidiéndole que venga a nosotros, nos renueve y nos acompañe.
EVANGELIO
En el Evangelio se nos presenta la primera aparición de Jesucristo a los discípulos, al atardecer del mismo día de la Resurrección y cómo les da el Espíritu Santo, que es el fruto y el don más excelente de la Pascua.
Aclamemos a Dios, nuestro Padre, que nos da su Espíritu Santo.
COMUNION
"Nadie puede decir Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo", hemos escuchado en la segunda lectura. Realmente, sin Él no podemos ser ni hacer nada. Pidamos a Jesucristo que renueve en nuestro interior el don de su Espíritu, que recibimos, especialmente, el día de nuestra Confirmación, para que sostenga y acreciente nuestra fe en su presencia en la Eucaristía, nos impulse a recibirle con frecuencia y debidamente preparados, en la Comunión, y a dar el fruto que exige la recepción de este Sacramento.
Reflexión a las lecturas del domingo de la Ascensión del Señor B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR"
La Ascensión del Señor
Hace ya muchos días que venimos escuchando en el Evangelio, textos de la Última Cena como preparación para la Solemnidad de la Ascensión. La Cena es la verdadera despedida del Señor a la hora de volver al Padre; porque Jesús se va a entregar a su Pasión. Y, después de su Resurrección ya no estará con los discípulos como antes sino que se les irá apareciendo, “durante cuarenta días para hablarles del Reino de Dios”, nos dice la primera lectura de hoy.
Hemos venido comentando distintas cosas de aquella Cena memorable. De todas formas, Jesús quiso tener otra despedida en el momento mismo en que se iba definitivamente al Cielo. Nos lo enseña el Evangelio de hoy. El libro de los Hechos nos dice que “lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista”.
¡Qué hermosa es esta Solemnidad de la Ascensión! Cuántas cosas nos dice, nos grita, a nosotros que vivimos, tantas veces, “encandilados” por las cosas de la tierra, y un tanto olvidados de las realidades del Cielo, que deben iluminar y guiar nuestra peregrinación terrena.
Modernamente, se habla de la necesidad de cuidar, en nuestras islas de Tenerife y La Palma, la iluminación de las ciudades por la noche, para que no se impida observar el cielo a los que trabajan en el Astrofísico del Teide y de La Palma con esos potentísimos instrumentos. ¡De eso se trata también aquí! ¡De que las cosas de la tierra no nos dificulten o nos impidan mirar al Cielo! Y eso lo cultivan de manera especial los religiosos y religiosas, especialmente, los de vida contemplativa
La segunda lectura es una oración de San Pablo. En ella pide al Señor que ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos “cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos…”
Pero Jesús, antes de subir al Cielo, les dice a los discípulos: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la Creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado”.
Y un poco más adelante dice: “Ellos fueron por todas partes, y el Señor actuaba con ellos, y confirmaba la Palabra, con los signos que les acompañaban”.
¡Y de esta forma, termina el Evangelio de S. Marcos, el evangelista de este año B!
“Ellos fueron…” nos dice el Evangelio. Así, muy pronto se extiende la Buena Noticia de la salvación hasta los confines del mundo entonces conocido. Todavía se conserva en España, concretamente en Galicia, el término “Finisterre”, fin de la tierra.
“Ellos fueron…” ¡He ahí la cuestión fundamental!; porque el Señor no deja de “actuar y confirmar la Palabra”, pero hace falta dar el primer paso: “ir”. Y si no a los confines de la tierra, por lo menos, a la habitación del niño, antes de dormir, para ayudarle a rezar y para hablarle algo de Dios; o a la vecina, que no va sino a las misas de difuntos; o al otro que no se quiere confirmar, o a… ¡Y es que queda tanto por hacer...!
“Ellos fueron”. ¡Pero son muchos los que no han ido! ¡Son muchos los que no van!
Por eso, si hay algo claro en nuestro tiempo, es que necesitamos de una “nueva evangelización”. Y con ese fin imploramos estos días el don del Espíritu Santo. En efecto, es costumbre de la piedad cristiana que los días que van de la Ascensión a Pentecostés, se conviertan en un tiempo de oración y de preparación para celebrar, en Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo.
¡Él es el agente principal e imprescindible de toda la vida y actividad de la Iglesia, mientras aguardamos la Venida Gloriosa del Señor!
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
La Ascensión del Señor y la venida del Espíritu Santo constituyen el comienzo de la misión, que se confía a los apóstoles y a todos los cristianos. Es también el comienzo de una esperanza: "El Señor volverá".
Escuchemos con atención.
SEGUNDA LECTURA
He aquí, en la segunda lectura, una oración de San Pablo. El apóstol pide que tengamos una comprensión de la grandeza maravillosa que nos espera en el Cielo.
EVANGELIO
En el Evangelio, Jesús, antes de subir al Cielo, envía a los apóstoles a anunciar el Evangelio por toda la tierra, y les asegura su presencia y su ayuda constante.
COMUNIÓN
En la Comunión recibimos al mismo Cristo que está en el Cielo, a la derecha del Padre. Por eso la Eucaristía es como un Cielo anticipado. En ella “pregustamos y tomamos parte” de los bienes de allá arriba, de nuestra Patria definitiva, y recibimos el alimento y la fuerza que necesitamos para no desfallecer por el camino.
Reflexión a las lecturas del domingo sexto de la Pascua B ofrecida por el sacerdote Don Juan Manuel Pérez Piñero bajo el epígrafe "ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR".
Domingo VI de Pascua
“Permaneced en mi amor”. ¡Es el encargo del Señor en su despedida! Y el amor tiene sus normas, sus leyes; ¡no vale todo, no se acepta todo en el amor, en la amistad…! ¡Por eso, se rompen tantos matrimonios, tantas amistades, tantas relaciones humanas! ¡Todo no vale!
Por eso Jesús continúa diciendo: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.
¡Está claro! ¡Hay “unas leyes”, unas condiciones en el amor a Jesucristo! Pero el Señor nos ha puesto “el listón” muy alto: “Como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.
¡Cuánto se habla siempre de amor! ¡Pero se entiende de modo tan diverso por unos y otros!
Recuerdo que en algunos libros en latín, que usábamos en el Seminario Mayor, para estudiar la Filosofía y la Teología, había, al principio de cada tema, esta expresión: “Explicatio terminorum”. De esta forma, se trataba de precisar el sentido de cada palabra, de cada concepto. Así se podía entender muy bien de lo que se trataba y así se podía luego dialogar, discutir sobre su contenido!
El Papa Benedicto XVI hizo algo parecido con el término amor al comienzo de su primera Encíclica: “Deus Charitas est”. Y también lo hace la Palabra de Dios, como constatamos, por ejemplo, este domingo.
Creo que el apóstol S. Juan nos da la clave cuando escribe: “En esto hemos conocido el amor: En que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16).
Y más adelante, dice algo sorprendente: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). ¡Cuánta gente hay desengañada en estas cuestiones de amor!
Por tanto, todo cristiano, más aún, todo hombre o mujer que busque el verdadero amor, puede decir o gritar: “¡Lo hemos encontrado!” “Sí, ¡hemos encontrado el verdadero amor! ¡Es el amor que consiste en dar y en darse, en entregarse cada vez más a Dios y a los hermanos hasta la dar la vida!”
Y si tenemos que dar la vida, ¿qué importa dar esto ahora y aquello, después?
¡Todo esto puede llevarnos a planteamientos muy exigentes! Es el camino que conduce a las “virtudes heroicas” que practicaron los santos.
Y este domingo en el que celebra la Iglesia en España la Pascua del Enfermo, podemos recordar y valorar aquel amor que practican tantos profesionales de la medicina y de la enfermería, tantos familiares y también tantos sacerdotes y seglares en el cuidado material y espiritual de los enfermos.
En este tiempo de Pascua contemplamos a Cristo Resucitado como el prototipo del amor auténtico, del verdadero amor. Y nos enseña o nos grita que no tengamos miedo a amar de verdad, a fondo perdido, porque el “amor siempre triunfa”. ¡Más tarde o más temprano es así!
No es, por tanto, cuestión de palabras, de sentimientos o de vivencias, que también importan. Se trata de algo mucho más grande. “¡Ser amigo es hacer al amigo todo el bien. Qué bueno es saber amar!”, dice una canción que aprendí hace mucho tiempo.
¡Y no hay alegría más grande que la de amar y sentirse amado! ¡Aquí nos encontramos con la raíz y el camino de la verdadera felicidad! ¡Por eso el cristiano de verdad tendría que ser un hombre o una mujer inmensamente feliz! ¡Esa felicidad que tantos buscan, incluso desesperadamente, y no la encuentran!
Y este amor “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom, 5, 5). Este domingo en que recordamos que el Señor nos enviará el Espíritu Santo, nos viene muy bien señalar que el amor verdadero es algo que viene de Dios gratuitamente, algo divino, que se infunde en nosotros, fundamentalmente, en el Bautismo.
Es ésta, como decía, la fuente de la verdadera alegría, que se vuelve intensa y desbordante, especialmente, en este Tiempo de Pascua, cuando ésta se vive con autenticidad.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
DOMINGO VI DE PASCUA B
MONICIONES
PRIMERA LECTURA
Es necesario que subrayemos bien que para Dios no hay distinciones: ama a todos; llama a todos a su Iglesia; a todos da el don del Espíritu Santo.
Escuchemos con atención.
SALMO
Como respuesta a la Palabra de Dios, que hemos escuchado, proclamemos ahora, en el salmo, el maravilloso designio de Dios de que su salvación llegue a todos.
SEGUNDA LECTURA
La segunda lectura es breve, pero densa en contenido. No se pueden decir más cosas con menos palabras: Dios es amor, el Padre ha llegado al extremo de darnos a su Hijo, debemos amarnos unos a otros.
TERCERA LECTURA
En sus palabras de despedida, Jesús nos invita a permanecer en su amor, y a amar a los hermanos como Él nos amó.
Pero antes de escuchar el Evangelio cantemos con alegría el aleluya.
COMUNIÓN
Al acercarnos a Jesucristo en la Comunión, recordemos su recomendación de despedida: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. “Permaneced en mi amor”.
Que este amor se traduzca en la atención a nuestros hermanos, especialmente, a los enfermos y a todos los que sufren por cualquier causa.